The cursed lovers // Privado - Spyros

Recuerdo del primer mensaje :

La maldición que el aquelarre al que pertenecía Spyros le había impuesto a los amantes, era un castigo por romper las leyes no escritas en las que brujos y cazadores, jamás debían confraternizar como amigos, menos aún compartiendo el lecho. Ella, una cambiante, bajo el influjo del hechizo, era obligada a adoptar su forma animal cada vez que el sol salía, permitiéndole únicamente regresar a su humanidad cuando éste se escondía. Así mismo, para que la pareja no pudiera ser feliz de nuevo, la magia forzaba a Spyros a usar su poder de alteración de la apariencia cada vez que el sol se ponía, convirtiéndose en un lobo negro como la noche en la que se movía, recuperando de nuevo su forma humana con el amanecer. De este modo, podrían estar juntos eternamente, pero jamás podrían volver a amarse. Sin poder conversar, acariciarse o besarse, condenados a tenerse en frente, sin llegar a verse.

Spyros llegó a un acuerdo con el aquelarre, traería a Mykonos a la heredera de los poderes de la difunta reina Nessanie y, a cambio, se rompería el hechizo. Pero Calíope no confiaba en esos brujos y, por su cuenta, había encontrado información sobre un hechicero tan poderoso que, a veces, incluso era incapaz de controlar esa energía que su cuerpo contenía. Los planes de ambos apuntaban en la misma dirección, así que contándose las cosas el uno al otro, esperando siempre a que el sol hiciera acto de presencia o desapareciera para escuchar la respuesta del contrario, decidieron encaminarse hacia Francia. Las dos ideas eran posibles y, al mismo tiempo, ambas cojeaban por distintos puntos. Lo mejor era acercarse a su destino y, una vez allí, buscar más información para localizar a sus dos objetivos.

Viajar en su condición era difícil. Él, durante el día, fingía ser un cetrero o un comerciante de animales exóticos, según le parecía sería más convincente por la zona por la que cruzaran. Sin embargo, por las noches, cuando ella era humana y él un enorme lobo oscuro, avanzaban escondiéndose, pues ambos corrían peligro. Una dama sola a aquellas horas llamaba demasiado la atención de seres indeseados y un animal como aquel, levantaba temor y las cosas se alborotaban enseguida. Así que solían descansar durante las horas nocturnas y aprovechar desde el primero hasta el último rayo de sol para proseguir con su camino.

Una vez llegados a tierras francesas, se les sumó un pequeño problema en el que no habían caído, dejándose llevar por la esperanza de ver su sueño cumplido, el de romper la maldición que se cernía sobre sus vidas. ¿Sabría Spyros francés? Porque para Calíope era una lengua que desconocía. Se percató de inmediato, pues al cruzar la frontera ya había caído la noche, pero se habían negado a posponer un día más se arribada, ansiosos por dar con Shelby Cannif o Lucio Sacro. La cambiante se acercó a un pequeño poblado mientras Spyros aguardaba en las lindes del bosque, observando, vigilando y protegiendo a la dama de noche que era su bien más preciado. La joven tuvo que gesticular mucho para que entendieran lo que quería, pero finalmente machó de allí con algo de comida que ambos pudieran llevarse a la boca. Si bien los dos podían cazar, en forma de halcón las presas eran pequeñas y que lo hiciera el lobo era un riesgo, pues estaban en territorio de cazadores furtivos por lo que se había informado días antes el hechicero.

Una vez reunidos los dos, acarició la cabeza del animal con mimo y fue a preparar un pequeño fuego. -Al fin estamos en Francia…- Una sonrisa llena de ilusión se dibujó en los labios de la castaña, mientras su compañero se sentaba de manera elegante a su lado y le tocaba el hombro con el hocico en señal de cariño. -Un día menos para estar juntos de nuevo.- Besó con ternura la cabeza del lobo y le ofreció un trozo de liebre cruda y despellejada. Necesitaban reunir fuerzas, su aventura acababa de empezar.

En sus ojos de ave pude ver el reproche y la preocupación, me conocía lo suficiente como para saber que no iba a terminar la noche bien pero es que mi temperamento me corroía por dentro, yo necesitaba que esta maldición fuera eliminada y solo podría conseguirlo si a las buenas o a las malas arrastraba a la descendiente de Nessanie a Grecia frente a los aquelarres.

A la cazadora le temblaba el pulso no quería condenar a los suyos a la guerra y a veces me preguntaba si ellos eran mas importante que yo para ella.
Inyecté en mi vena uno de los viales. Calyope me miraba y emitió una queja que sonó a graznido.
-Lo siento pero he de ir a por Shelby, cuando esto haya acabado me lo agradecerás pero uno de los dos a de vender su alma y tu no lo harás.

Yo era el malo de ambos, era el que fue entrenado sin remordimientos, listo para la lucha, como Talos ninguno de lso dos miraría atrás, nuestro objetivo era claro y así, con el subidon del vial salí por la puerta.
-Oblicuam -susurré pestañeando un par de veces.
El hechizo me guiaría hasta la hechicera y por suerte no tardé en percibir su aura, también la de Talos, no estaba sola, ambos se encontraban en un motel, este se me había adelantado.

Tracé unas runas en la pared de un callejón.
-Trans -susurre.
Las letras arcaicas se iluminaron en un tono anaranjado nada mas posé mi mano y al instante me había teletrasportado hasta el hall del motel dejando atrás a la chica pájaro que de seguro maldeciría que me hubiera largado.

Subí a su habitación, había silencio en su interior, seguramente dormían enredados los dos, una lastima que hoy el amante pereciera, pero era él o yo.
No dude en volar por los aires la puerta y me adentré con una espada de energía que emergió de mi palma.
Talos no parecía estar en perfecta forma, la lucha nada igualada lo iba haciendo recular, mi sonrisa se ladeo pronto le daría el golpe de gracia y Shelby no tendría mas opción que acompañarme queriendo o no.

Lo que ninguno espero es que la hechicera fruto de la desesperación se inyectara el vial y de pronto Nessanie o mejor dicho sus poderes despertaron inflamando todo aquello que tocaba como si fuera lava.
Ambos nos quedamos petrificados, de seguir así aquello ardería reducido a cenizas, sabía que ahora mismo huir era todo cuanto podía hacer, así que abrí un portal en el suelo y con premura lo atravesé jadeando por el esfuerzo al parecer en el mismo callejón donde había dejado atrás a la cazadora.
Ahora lo sabía llevarla ante los aquelarres implicaría el fin de los cazadores, pero..yo solo quería volver a ser un hombre para fundirme con la mujer que amaba ¿si eso me convertía en un monstruo capaz de todo? Lo era.

En cuanto le vio abrir el petate supo lo que pretendía e intentó impedírselo con graznidos, aleteos vigorosos para que apartara sus manos de los viales y picotazos en el antebrazo. Sin embargo, nada sirvió, pues el brujo estaba decidido a inyectarse y por mucho que Calíope tratara de evitarlo, no pudo. Sus orbes se oscurecieron teñidos por la tristeza y el enfado. Él pensaba que ella no era capaz de sacrificarlo todo por estar con él y ella que él estaba dispuesto a arrasar el mundo entero por tal de hacerlo. Ambos estaban equivocados, ninguna situación era tal como la imaginaban, pero al no poder comunicarse, los malos entendidos estaban asegurados.

El halcón voló tras el hechicero hasta el callejón, pero antes de poder seguirle a través del portal, Spyros lo cerró, dejándola a ella al otro lado. Era la primera vez que el griego hacia algo semejante y la cambiante sintió que le desgarraban el pecho en busca de su corazón. Se tambaleó en el aire, golpeándose de lado contra el muro y cayó en el frío suelo de adoquines, húmedo. Se levantó con torpeza y dando pequeños saltos avanzó un poco, pero uno de sus ojos comenzó a verlo todo con un velo rojo, antes de que el ave quedara tendida en el suelo con las alas medio desplegadas. Se había dado en la cabeza cuando la sobrevino el dolor, la pérdida, el rechazo. Que su amado la alejara de él de aquel modo le había hecho más daño que la propia maldición.

Quedó allí, inconsciente, sin saber el tiempo que transcurría o lo que sucedía donde fuera que hubiera cruzado el brujo. Su mente estaba oscura, pero no había pensamientos, sueños ni pesadillas. Era la absoluta nada.

Caí sobre el adoquinado suelo jadeando, había usado mucha energía para regresar y para la batalla en el motel, así que mi cuerpo tenso como las cuerdas de un arpa se mantenía alerta gracias a la droga inyectada pesé a que por dentro andaba roto.
Entonces mi mirada borrosa se enfocó en el ave pequeña que quedaba tumbada en el suelo con las alas abiertas, grité desesperado mientras me arrastraba hacía ella, mis ojos se humedecieron y fue la rabia la que llevó a mi garganta casi al desgarramiento.

Respiraba, estaba viva, aturdida peor viva, debió haberse golpeado en la cabeza y eso la había noqueado, aun así en las aves esto era peligroso, no debí haberla dejado atrás y sobre mi cayó una losa pesada ¿que estaba haciendo? La amaba mas que a cualquier cosa y empezaba a darme cuenta que mi amor por ella destruiría Grecia y a nosotros.
-Lo siento -susurré poniéndome en pie con dificultad sujetándola entre mis brazos.

Una vez en el hotel la deposité sobre el lecho, acaricié su plumaje buscando heridas, sangre, peor no encontré nada, fue el sopor lo que me llevó a caer dormido sobre el mismo, tratando de velar su sueño aunque la droga ahora en bajada me dejaba muy expuesto.
Cuando abrí los ojos ella era humana y yo una bestia, un quejido emergió de mi garganta y fueron sus dedos los que acallaron mi desazón paseándose por mi tupido pelaje.
Tanto que decir y sin poder hacerlo.
Hundí mi cabeza en su regazo, era mi forma de decirle que sentía haberla dejando atrás y que no lo haría nunca mas, peor necesitaba entendiera que aunque supusiera el fin de Grecia no llevar a Shelby ante los aquelarres nos condenaría a una vida sin amor.

La miré esperando escuchar su voz, necesitaba escuchar aquello que pensaba, sabía que estaba enfadada conmigo pero..a veces yo actuaba por impulsos.

En aquella nada en la que estaba sumida, en aquella inconsciencia sin sueños, sin pensamientos, sin recuerdos. Pudo escuchar una voz que conocía y que suplicaba perdón, no uno cualquiera, sino el suyo. Spyros lamentaba haberla abandonado, haberla dejado atrás. Le escuchaba débilmente, frágil. Y entonces, de nuevo, dejó de oír nada. Todo se sumió en una nueva oscuridad fría y solitaria.

Cuando recobró el sentido, antes siquiera de despegar los párpados, sintió un tremendo y punzante dolor en el lado izquierdo de la cabeza. Levantó el brazo, porque volvía a tener su forma humana, y presionó la zona cuidadosamente con la palma de la mano. No había humedad, así no salía sangre, pero sí que estaba caliente y abultado el punto en el que se había dado el golpe. Recordaba el mareo que experimentó al ser abandonada por el griego mientras éste cruzaba un portal. No había sido un error, la había apartado de su lado. Otra vez aquella sensación de vacío en el pecho, como si alguien hubiese hundido allí la mano y le hubiese arrancado los pulmones y el corazón, dejando un agujero negro. Externamente todo estaba bien, pero el frío, la soledad y el dolor seguían allí, ocupando el lugar que debía pertenecerle a los órganos internos.

Abrió lentamente los ojos con un quejido, encontrándose con el lobo que lloriqueaba lastimeramente y la buscaba con el hocico. Extendió el brazo libre hacia el animal y deslizó los dedos por su tupido pelaje. -No vuelvas a abandonarme...- El tono era confuso, una mezcla entre súplica y reproche. Quería regañarle por sus actos, pero se sentía afligida y su mente estaba algo turbia. -Me ha dolido más tu rechazo que cualquier otra cosa...- Sabía que sus palabras eran duras, pero también sinceras. Su amado estaba cegado por la necesidad de venganza, tanto que podría perderla en el proceso y para cuando se percatara, sería demasiado tarde para dar marcha atrás. -Estás arriesgando mucho con tus actos, Spyros… demasiado.- Suspiró, enroscándose alrededor del lobo al abrazarle. -¿De qué nos va a servir romper la maldición, si uno de nosotros muere?- Lo que debían hacer era peligroso, tanto por el poder de la bruja a la que debían llevar ante el aquelarre como de las propias represalias de aquel grupo de hechiceros oscuros cuando consiguieran lo que necesitaban. Porque eran ese tipo de gente, de los que incumplían promesas y repartían castigos sin merecerlos. Por mera diversión, por sentirse poderosos, por evitar testigos o sacarse de encima futuros problemas. Y ellos dos estaban en todas las listas de opciones, lo que les convertía en las víctimas perfectas para que los magos descargaran sus rencores sin miramientos.

Caliope me echó en cara con duras palabras que la hubiera abandonado, no levanté la cabeza del colchón asumiendo en silencio mi culpa, no porque mi intención al hacerlo fuera precisamente esa, abandonarla, si no porque perder la oportunidad de volver a ser humanos, de poder tocarla, besarla tomarla.
Gruñí arrugando el hocico porque no me gustaba lo que estaba insinuando, ella parecía haber perdido la esperanza, que arriesgara mi vida para ella no era una opción pero para mi no lo era seguir así, siendo pájaro y lobo mientras el otro tenia la forma humana..no podíamos seguir enamorados de un imposible y perder la vida me parecía un precio justo si me daba un porcentaje de posibilidades para recuperarla a ella.

Sacudí la cabeza dejándome abrazar, me dolía verla en ese estado, estaba arrastrándola conmigo al mismo Tártaro, ella una cazadora que podía ser feliz con cualquiera y ahora condenada pero este amor quedaba malherida.
No pude hablar, pero mi deje era lastimero, no era capaz de pensar con claridad y sintiendo sus dedos enterrarse en mi pelo.

Pasaron horas, horas en las que no nos movimos de la cama piel con piel, necesitados de entendernos, de querernos y así de nuevo la noche sucedió al día.
Hecho hombre acaricié el plumaje de la herida Caliope.
-Lo siento, se que te he hecho daño, lamento haberte dejado atrás, no era mi intención que te hicieras daño si no evitar que te arriesgaras, se que no estas de acuerdo en esto, se que no crees que llevarla a Grecia ante los aquelarres sea una buena idea y se que prefieres sacrificarte tu, nosotros a que tus cazadores caiga...se que me amas, lo que no se es si es suficiente ni si esto vamos a poder sobrellevarlo eternamente.

Ella no lo entendía.
-Necesito a una mujer a mi lado, necesito tocarte, besarte, follarte, estoy desesperado -reconocí

A pesar de todo, de la discusión y del reproche, la noche pasó tranquila con ambos acurrucados en la cama, con Calíope abrazando al lobo entre caricias y besos en su oscuro y tupido pelaje. No durmieron, ninguno de los dos lo hizo, se quedaron mirando a los ojos durante horas rozando sus narices, dejando caer, de vez en cuando, los párpados para centrarse en el otro, en su respiración y sus latidos. Sólo la cambiante cayó bajo el hechizo de Morfeo justo antes de que el sol saliera y toda ella mutara hasta convertirse en un pequeño halcón que a penas ocupaba la mitad del tamaño de la almohada.

Al despertar y ver al hombre desnudo junto a ella, se levantó de un pequeño salto y extendió lentamente sus alas, sacudiendo las puntas como si se desperezara. Los ocelos de ave se fijaron en los orbes de Spyros y un pequeño graznido de buenos días salió del pico de la pequeña rapaz. Sin embargo, las palabras que él pronunció volvieron a herir a Calíope. Él podía querer decir una cosa, pero lo que ella entendió fue que no consideraba que ella le amara suficiente y que él necesitaba una mujer a su lado, que necesitaba sexo, que estaba al límite y que si no podía ser ella, sería otra.

Elevó el vuelo dentro de la habitación de aquel hostal y empezó a chillar con fuerza. Él podía no entenderla, pero seguro que comprendía que estaba enfadada. Estaba ofendida, dolida y no pensaba quedarse allí a seguir escuchando cosas como aquella. Cogió toda la altura que pudo y se lanzó en picado contra la ventana. Reventó el cristal, hiriéndose por alguna parte, pero no le dio importancia, necesitaba alejarse de allí y eso hizo a toda la velocidad que pudo. Daba igual a dónde ir, no conocía la ciudad de París, cualquier lugar serviría siempre que le permitiera estar a solas y desahogar sus penas, aunque fuera en forma de ave.

¡Caliope! -Rugí furibundo al ver como atravesaba la ventana cerrada rompiendo el cristal en mil pedazos, sangre tiñó el ventanal, mis ojos se centraron en cada gota mientras mi mandíbula se tensaba, mi corazón se quebraba y mi razón buscaba comprender porque había dicho las cosas de ese modo tan absurdo.
No me había comprendido, me estaba volviendo loco pero no quería a otra si no a ella y esperaba comprendiera porque mi afán por apresar a Shelby, me daba igual Grecia , el mundo, que todo explotara y se destruyera, pero yo la necesitaba.

Rugí gritando desesperado, mi diestra lanzó todos los útiles que quedaban en el tocador, peones perfumes, sonidos metálicos todo contra el suelo de la habitación, mi ira no conocía parangón y tras eso el mueble fue estampado contra la pared hasta convertirlo en astillas.
Un puñetazo al espejo quebró mi propio reflejo, de mi mano caían gotas carmesí y aun así furibundo seguí destrozando aquella habitación preso de la rabia, la ira y la desesperación.

Hora después cuando nada quedó en pie ni siquiera mi propio ser salí en busca de mi mujer, mi aspecto era deplorable, me tambaleaba por las calles, no podía mas, necesitaba que me la devolvieran, necesitaba tenerla, estaba enamorado de ella y esa mujer era incapaz de entender las razones que nadie podía comprender, yo no era un buen hombre, nunca lo fui, fui educado para llevar caos ¿por que cojones no entendía que mi esencia era tan oscura que nada me importaba excepto el amor que le profesaba?

No di con ella hasta que convertido en lobo me acurruqué en un callejón, llovía con fuerza, allí mi cuerpo se había quebrado cuando la noche lo había alcanzado.
Seguramente Caliope había vuelto a la habitación y al encontrarla de esa guisa había salido a buscarme dando conmigo en aquel lugar húmedo y maloliente.

El sol parecía quemarle las alas, ardían, se sentía como Ícaro a punto de derrumbarse y caer en picado. Sin embargo, no lo hizo. Voló, lejos, pero volvió, anduvo en círculos, sin rumbo. No sabía a donde ir, porque no conocía a nadie en París, ni la ciudad en sí tampoco. De hecho, lo único que tenía en el mundo era a ese dichoso y obtuso lobo. Graznó llena de dolor, no por los cortes de sus alerones, sino por las heridas de su corazón.

Terminó por aterrizar en el tejado de una catedral en lo alto de una montaña, al final de lo que parecía ser una eterna escalinata. Estaba agotada y le dolían las extremidades. Se acurrucó en una esquina con el viento azuzando sus plumas. El sol cada vez calentaba menos y el cielo pronto comenzó a oscurecerse, aunque parecía no desear que llegara la noche. ¿Qué iba a hacer? ¿Cambiar allí en mitad de a saber dónde? ¿Convertirse en mujer perdida en la ciudad de la luz? ¿Completamente desnuda?

Se levantó, extendiendo poco a poco las alas y se las acicaló un poco, quitándose un par de plumas que estaban dañadas y que eran más un problema que una ventaja para planear. Podía no conocer los edificios, pero sí recordaba dónde estaba el hostal en el que habían pasado la anterior noche, así que levantó el vuelo y se dirigió hacia allí, esperando llegar antes de que el astro rey se ocultara del todo.

Entró por la misma ventana que había roto, pero ya antes de entrar pudo ver el desastre de dentro. Parecía haber pasado un huracán por la habitación. Aterrizó en la cama, cuyas patas estaban rotas y las ropas todas revueltas. Estaba todo destrozado y olía mucho a sangre, la sangre de Spyros.

El ave dejó paso a la mujer, una mujer alterada, preocupada y herida. Ahora su corazón dolía por otro motivo, por el miedo que sentía al ver como estaba todo. Buscó algo que ponerse encima y descalza como estaba salió a la calle, saltando por la ventana, que al estar en un primer piso y con su condición de cambiante, no le resultó complicado.

Se dejó guiar por su buen olfato, algo que le debía agradecer a su raza. No por ser ave que eso afectaba únicamente a la vista, pero le bastaba. Fue a paso rápido, sin correr, porque no quería llamar atenciones indeseadas.

Tardó más de una hora y ya la lluvia la había empapado para cuando localizó un ovillo negro en un callejón, sollozando. -¡Spyros!- Se dejó caer de rodillas a su lado y le abrazó con fuerza, importándole menos que nada que estuvieran ambos calados y él oliera a perro mojado. -¿Qué haces aquí? Vas a enfermar… Estás herido y empapado…- Hundió la cabeza en el peludo cuello del animal, cerrando los ojos. Encontrarle era un alivio y hasta se le había olvidado el motivo por el que se marchara de su lado en un principio.

Hundí mi cabeza en su regazo, la lluvia caía como agujas afiladas sobre ambos y aun así el dolor de nuestra alma atenazaba infinitamente mas. Era difícil comunicarnos su cuando ella era ave yo humano y a la inversa, jamas podíamos mantener conversaciones fluidas y las cosas se malinterpretaban a menudo, ademas que ambos estábamos llegando a un punto de locura que nos consumía, la quería, la quería tanto que dolía.

Me puse en pie tambaleándome y la seguí por las grises calles de París hasta el hotel donde nos alojábamos, ese que yo había destrozado y que ahora ella tendría que “pagar” porque seguramente y a estas alturas ya se abrían percatado del destrozo.
Por suerte alegó que su perro fue el culpable y al ver mis dimensiones y que estaba herido aceptaron el dinero de la chica sin poner muchas pegas.
La reubicaron en otra habitación limpia y allí pudimos darnos un baño en silencio, contemplando nuestros ojos, buscando calmarnos.

Me dejé caer en el lecho, ella llevaba una vieja camisa miá y miraba el techo seguramente sumida en sus propias emociones, me relamí el hocico y hundí el mismo entre sus piernas, la cambiante dio un salto por mi gesto improvisado, pero yo lejos de rendirme fui deslizando mi rugosa lengua por sus muslos, puede que fuera incapaz de complacerla como hombre, pero ahora, algún truco me conocía.

Ella ladeo la sonrisa quitándose las bragas, mi hocico negro se hundió en su coño deslizando mi lengua por cada pliegue, vi como cerraba los ojos jadeando, recordando seguramente el hombre que fui un día, ese que se hundía entre sus piernas noche y día, hacía tanto que no lo saboreaba que me embriagué de inmediato de sus fluidos, pero fueron sus gritos, eso era música para mis oídos, lo necesitábamos, yo sentir que podía darle placer y ella creo que correrse.

El tiempo no acompañaba e incluso el tupido pelaje del lobo no evitaba que éste tiritara. Hacía frío, pero lo que más les había minado había sido pelearse y todo el tiempo que llevaban soportando una situación que les estaba volviendo inestables. No poder comunicarse era el peor de los problemas, pero no tener la posibilidad de brindarse cariño como una pareja era algo que les hundía por completo. Ya habían pasado demasiados meses y el más afectado era Spyros, el cual se sumergía en esa adicción que tenía a la droga como un refugio para evitar la realidad que les acechaba día a día. Estaban malditos.

Regresaron al hostal y allí la cambiante tuvo que abonar unos cuantos francos para pagar por el desastre que el lobo había hecho. Seguramente más temerosos de que éste les atacara que de cualquier otra cosa, accedieron a permitirles que se quedaran otra noche con la promesa de marcharse al día siguiente sin haber roto nada más. Subieron a la habitación y se dieron un baño caliente silencioso. El animal no gruñía y ella no hablaba, únicamente dejaron que la temperatura de sus cuerpos subiera gracias al agua y se miraron fijamente a los ojos durante casi media hora.

Se secaron y ambos subieron a la cama. Calíope se recostó boca arriba con ambas manos sobre el pecho, entrelazando los dedos de una con otra. Su mirada fija al frente en los rosetones de yeso del techo. El lobo parecía inquieto porque no paraba quieto. Primero daba vueltas sobre sí mismo como si intentara buscar la postura más cómoda y poco después empezó a pasearse de una esquina a la otra del grandioso colchón. La joven elevó un poco la cabeza para mirarle cuando éste le rozó la pantorrilla con la nariz fría y húmeda. -¿Qué ocurre?- El animal se relamió y en vez de apartarse, insistió en colar el hocico entre las piernas de la chica hasta meterlo bajo la camisa del griego que portaba como camisón.

Los orbes de la cambiante se abrieron más en cuanto la larga y ancha lengua del huargo lamió por encima de la tela de su ropa interior y notó como se le erizaba hasta el vello de la nuca por tal acto. Llevaban mucho tiempo sin yacer juntos y aunque había visto a Spyros masturbarse más de una vez mientras ella fingía que dormía en forma de ave, ella no se había tocado ni una sola vez desde la maldición.

Levantó las caderas y con ambas manos deslizó la prenda hacia las rodillas y finalmente la hizo a un lado tras sacarla por los pies. El griego dio buena cuenta de su sexo, hurgando en él con la trufa y la sinhueso. La saliva caliente se entremezclaba con el flujo de la morena que con cada lamida se estremecía, arrugaba la ropa de cama y gemía, arqueando la espalda. Había cerrado los ojos pensando en el hombre al que amaba y que ahora buscaba complacerla convertido en un perro negro gigante. No era la mejor de las imágenes para cualquier puritano ni persona decente, pero ellos no podían elegir, porque les había reducido a convivir de esta manera, incapaces de estar juntos. Se concentró en disfrutar del momento por breve que fuera y en cuanto alcanzó el orgasmo con un grito que resonó en toda la planta, le vino una idea a la mente de repente: Un eclipse.