AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Le peigne en écaille de tortue || Fleur
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Le peigne en écaille de tortue || Fleur
Sobre el mostrador, con los codos firmes en el vidrio y las manos sosteniendo la cabeza por la barbilla, Gyuri observaba casi nostálgico una peineta de carey que tenía en una de las estanterías de la tienda. Mientras lo regañaba por lo de la misiva acerca de sus tobillos, varios días atrás, Fleur du Bouëxic de Guich había posado los ojos en esa peineta. Recordaba aquel momento, le había sonreído a ésta como si, en medio de la rabia, la hubiera atravesado un instante de felicidad. ¡Y qué bonita sonrisa tenía! Se reprendió a sí mismo por pensar eso, no debía ver con esos ojos a una señorita de la alta sociedad, completamente imposible e inalcanzable para él. Suspiró, mirando de reojo la pluma. Ni siquiera le podía escribir.
¿O sí?
Ya no le iba a halagar los tobillos, aunque siguiera pensando que eran lindos, suaves, agradables al tacto. Le había prometido que no lo haría, “no volverá a suceder”, le había dicho. Pero, se dio cuenta entonces, no le había prometido directamente que no le escribiría más. Chasqueó los dedos, como si se le hubiera ocurrido la mejor idea del mundo. Entusiasmado, fue por la peineta, la colocó en el mostrador y, con ésta al lado como si de un objeto de inspiración se tratase, empezó a escribir, casi sin puntuación:
estimada Fleur,
pensé que le gustaría esto, espero que la halague más que lo de la vez anterior
un cordial saludo,
G.
un cordial saludo,
G.
Esa misma mañana, cerró la tienda por un rato para entregar la carta en persona.
Howl- Licántropo Clase Media
- Mensajes : 36
Fecha de inscripción : 02/03/2018
Re: Le peigne en écaille de tortue || Fleur
Fleur se enfrentó a las conscecuencias de sus actos que, si bien eran movidos por las formas correctas, también la dejaron con una carga enorme en las manos: el ser enteramente la señora de la casa. Debía ordenar todo lo que se haría durante el día, las comidas, el orden, la limpieza, la mano de obra. Era una labor titánica que emprendió con cierto entusiasmo, pero mucho miedo de derrumbar el aparente orden que reinaba en su hogar. Sumado a eso, la aparición y constantes visitas de su hermano, al que ya no podía ocultarle más a Marion por muchas reservas que eso le causara. Entre tanto barullo y movimiento alrededor de ella, cuando se encontraba a solas o llegaba el correo, veía con ansiedad si no había nada para ella, por varios días nada; aparentemente, todo estaba bien, ¿no? Ella le había pedido que no le enviara más notas pero, de cierto modo y siendo él un gitano, esperó que no le obedeciera. De la ansiedad pasó a la rabia, claro, pensó, ahora debe estar molestando seguramente a alguien más.
De la rabia pasó a la normalidad, aún veía con nostalgia los correos y cada que llegaba una misiva para Mademoiselle du Bouëxic de Guich, le saltaba el corazón, hasta que resultaba ser de su hermana o para ella, sí, pero no de quién deseaba. Había perdido ya toda esperanza y ocupado su mente en otras labores, cuando una de las sirvientas llegó con una sonrisa extraña y desagradable. —Mademoiselle...— La llamó, mientras la reverenciaba y le entregaba una pequeña nota. Fleur no la tomó de inmediato, sino que alzó una ceja y dejó las flores que acomodaba en el jarrón de una de las ventanas para hacer el amago de tomar la carta. —¿Qué es eso, Sylvia?—, preguntó, sin tomarla. La criada, confundida y maliciosa, fingió una inocencia que estaba bien lejos de tener y miró la carta con interés. —Es una carta, Mademoiselle... Un hombre me la entregó en la puerta y me dijo que se la entregara a mi señora Fleur du Bouëxic de Guich.
—Así no se pronuncia, idiota... ¿Qué hombre?, ¿cómo era?—, espetó Fleur, volteando a la ventana para ver que a unos metros de la entrada, la figura del gitano se iba haciendo más pequeña. Tomó con rapidez la nota y la abrió, haciendo caer la peineta que reconoció de inmediato. La levantó del suelo ella misma y leyó con avidez la carta, sonriendo ampliamente y olvidando la infortunada presencia de aquella metiche a la que habían empleado en lugar de Cosima. —¡Gertrude!, llama a Gertrude, inútil, ¡sive de algo por una maldita vez en tu vida!—, le dijo a la criada, mientras le daba con el papel en la cabeza. Gertrude apareció rápidamente y fue Fleur quien la tomó de la mano hacia la salida, casi corriendo. —Llama a ese hombre, anda, corre, ¡rápido, mujer! Dile que regrese y que te espere, ¡rápido!— Ordenó, volviendo ella en dirección a la escalera, encontrándose a la criada quién reía maliciosamente, aunque Fleur no pudiese leer a la gente, sabría la maldad de esa mujer. —Tú vuelve a la cocina y pobre de ti si dices algo, te reviento el lomo a fuetazos..
Tomó una de las hojas que usaba para su diario y con torpeza, mojó la preciosa pluma y comenzó a escribir. Apretando la peineta en su mano, olisqueándola, acariciando los bordes con las puntas de sus dedos temblorosos. Al terminar de escribir, echó el polvillo y la sacudió para secar rápidamente las líneas, la dobló cuidadosamente y bajó con ella para entregarla a Gertrude, quien agitada, emprendió la marcha de nuevo hacia la distante entrada. —Dile que espero respuesta...
—Tome—, dijo la mujer, agitando las manos para echarse aire en el rostro sudoroso y enrojecido.
De la rabia pasó a la normalidad, aún veía con nostalgia los correos y cada que llegaba una misiva para Mademoiselle du Bouëxic de Guich, le saltaba el corazón, hasta que resultaba ser de su hermana o para ella, sí, pero no de quién deseaba. Había perdido ya toda esperanza y ocupado su mente en otras labores, cuando una de las sirvientas llegó con una sonrisa extraña y desagradable. —Mademoiselle...— La llamó, mientras la reverenciaba y le entregaba una pequeña nota. Fleur no la tomó de inmediato, sino que alzó una ceja y dejó las flores que acomodaba en el jarrón de una de las ventanas para hacer el amago de tomar la carta. —¿Qué es eso, Sylvia?—, preguntó, sin tomarla. La criada, confundida y maliciosa, fingió una inocencia que estaba bien lejos de tener y miró la carta con interés. —Es una carta, Mademoiselle... Un hombre me la entregó en la puerta y me dijo que se la entregara a mi señora Fleur du Bouëxic de Guich.
—Así no se pronuncia, idiota... ¿Qué hombre?, ¿cómo era?—, espetó Fleur, volteando a la ventana para ver que a unos metros de la entrada, la figura del gitano se iba haciendo más pequeña. Tomó con rapidez la nota y la abrió, haciendo caer la peineta que reconoció de inmediato. La levantó del suelo ella misma y leyó con avidez la carta, sonriendo ampliamente y olvidando la infortunada presencia de aquella metiche a la que habían empleado en lugar de Cosima. —¡Gertrude!, llama a Gertrude, inútil, ¡sive de algo por una maldita vez en tu vida!—, le dijo a la criada, mientras le daba con el papel en la cabeza. Gertrude apareció rápidamente y fue Fleur quien la tomó de la mano hacia la salida, casi corriendo. —Llama a ese hombre, anda, corre, ¡rápido, mujer! Dile que regrese y que te espere, ¡rápido!— Ordenó, volviendo ella en dirección a la escalera, encontrándose a la criada quién reía maliciosamente, aunque Fleur no pudiese leer a la gente, sabría la maldad de esa mujer. —Tú vuelve a la cocina y pobre de ti si dices algo, te reviento el lomo a fuetazos..
Tomó una de las hojas que usaba para su diario y con torpeza, mojó la preciosa pluma y comenzó a escribir. Apretando la peineta en su mano, olisqueándola, acariciando los bordes con las puntas de sus dedos temblorosos. Al terminar de escribir, echó el polvillo y la sacudió para secar rápidamente las líneas, la dobló cuidadosamente y bajó con ella para entregarla a Gertrude, quien agitada, emprendió la marcha de nuevo hacia la distante entrada. —Dile que espero respuesta...
—Tome—, dijo la mujer, agitando las manos para echarse aire en el rostro sudoroso y enrojecido.
Diario de Fleur du Bouëxic de Guich
El nervio de volverme a escribir. Se lo dije monsieur, es usted un fresco, un descarado... Sin embargo, le agradezco el gesto. ¿Es un obsequio? Si es así, me halaga profundamente y le doy permiso de escribirme de nuevo, rogándole que por favor, no hable más de mis tobillos o de cualquier otra cosa. También le pido que deje dicho con Gertrude, la pobre mujer que tiene frente a usted, los días en los que podrá escribirme, para que sea ella quién recoja las notas y no cualquier criada de mi casa, suficientes habladurías hay sobre usted y sobre mí.
Fleur du Bouëxic de Guich.
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Fleur du Bouëxic de Guich- Hechicero Clase Alta
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Re: Le peigne en écaille de tortue || Fleur
Se preguntó varias veces durante el camino si no estaba siendo demasiado descarado. Pero, impaciente como era, no quería enviar la carta de la forma tradicional y esperar por una respuesta enviada también de la forma tradicional. Para acelerar las cosas, había pensado en pagarle a alguien para que hiciera el trabajo, así no tendría que cerrar la tienda; mas no tenía a nadie de confianza para ello y no quería poner la peineta de carey en manos dudosas, lo cual le daba la perfecta excusa para ir él en persona. Así, también, probablemente no tendría que esperar a que Fleur decidiera aparecer toda enojada en la tienda. Podría tenerla enojada ahí mismo, en la puerta de su casa.
Claro que no atendió ella, sino una sirvienta. Le dijo que tenía una carta para Mademoiselle Fleur du Bouëxic de Guich. La mujer la tomó, prometiendo entregársela tras alegar que la señorita estaba indispuesta (algo que le sonó a pretexto para no mandarla a llamar). El gitano no dijo nada, fingió creer aquello y dejó la carta y la peineta en manos de la criada, pensando en que más tarde le enviaría otra misiva a Fleur para saber si había recibido el obsequio, no fuera cosa que la descarada se la quedara.
Se estaba alejando cuando escuchó que lo llamaban. Al principio no creyó que fuera a él, pero no había nadie más en los alrededores. Se dio la vuelta y vio a una señora haciéndole señas, la misma que asistió a Fleur cuando se desvaneció prácticamente en la puerta de su tienda. Sabía que se trataba de un mensaje de ella. Volvió sobre sus pasos tan rápido como pudo. Lo único que recibió fue un “aguarde, por favor”. Aguardó, disimulando la ansiedad, y la mujer regresó al poco rato con una carta que claramente era de Fleur, lo supo desde antes de abrirla, tenía su aroma y hasta el papel, su delicadeza. Abrió la nota y leyó, sonriendo levemente cuando vio que le daba permiso de escribirle de nuevo. Siempre que fuera ubicado, claro.
Ansió responderle, pero no tenía papel y pluma ahí, ¿hacía falta, además? Fleur estaba ahí mismo, en esa casa, a unos metros de distancia…
—Dice que espera respuesta —le dijo Gertrude mientras él pensaba en eso.
—¿Sí? —contestó él, de forma algo desafiante—. Pues que venga. Estoy aquí. —Abrió levemente los brazos, entregado, con la nota de Fleur aún en la mano.
Claro que no atendió ella, sino una sirvienta. Le dijo que tenía una carta para Mademoiselle Fleur du Bouëxic de Guich. La mujer la tomó, prometiendo entregársela tras alegar que la señorita estaba indispuesta (algo que le sonó a pretexto para no mandarla a llamar). El gitano no dijo nada, fingió creer aquello y dejó la carta y la peineta en manos de la criada, pensando en que más tarde le enviaría otra misiva a Fleur para saber si había recibido el obsequio, no fuera cosa que la descarada se la quedara.
Se estaba alejando cuando escuchó que lo llamaban. Al principio no creyó que fuera a él, pero no había nadie más en los alrededores. Se dio la vuelta y vio a una señora haciéndole señas, la misma que asistió a Fleur cuando se desvaneció prácticamente en la puerta de su tienda. Sabía que se trataba de un mensaje de ella. Volvió sobre sus pasos tan rápido como pudo. Lo único que recibió fue un “aguarde, por favor”. Aguardó, disimulando la ansiedad, y la mujer regresó al poco rato con una carta que claramente era de Fleur, lo supo desde antes de abrirla, tenía su aroma y hasta el papel, su delicadeza. Abrió la nota y leyó, sonriendo levemente cuando vio que le daba permiso de escribirle de nuevo. Siempre que fuera ubicado, claro.
Ansió responderle, pero no tenía papel y pluma ahí, ¿hacía falta, además? Fleur estaba ahí mismo, en esa casa, a unos metros de distancia…
—Dice que espera respuesta —le dijo Gertrude mientras él pensaba en eso.
—¿Sí? —contestó él, de forma algo desafiante—. Pues que venga. Estoy aquí. —Abrió levemente los brazos, entregado, con la nota de Fleur aún en la mano.
Howl- Licántropo Clase Media
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Re: Le peigne en écaille de tortue || Fleur
Gertrude aún tuvo el aire suficiente para ahogar un respiro de indignación, se llevó una mano al pecho y miró a aquel hombre, que no recordaba, como si fuera el mismísimo diablo. —¡¿Cómo se atreve?!— Preguntó, más que indignada, sin embargo, aunque insistió, no recibió otra respuesta y Fleur había pedido una. Refunfuñando, Gertrude se dio la vuelta y caminó de nuevo hacia la Mansión, acelerando sus pasos al ver a su señora oculta tras una de las columnas. —Mademoiselle, sepa usted que el hombre al que me pidió llevarle su nota es un pelado—, advirtió a la joven, haciéndola reír. Lo sé, pensó, mientras esperaba con ansiedad su respuesta. —Me ha dicho que si quiere una respuesta, vaya usted a pedirla, que está ahí... Dios mío ahora está más cerca, mandaré llamar a los guardias.
—¡No! Espera, ¿eso te digo el fresco?—, preguntó Fleur, sin valor para asomarse y ver qué tan cerca estaba el gitano. Tenía las mejillas totalmente encendidas y un temblor suave en todo el cuerpo. Sudaba también, lo que acentuó más el perfume de su piel y la hizo más notoria quizás, para el olfato de la bestia que ella sabía que era él. —Llévalo a la parte del invernadero, por favor... Y quédate ahí. No le digas nada, sólo llévalo—, ordenó Fleur, volviendo a subir las escaleras para correr hasta su habitación; a toda prisa, avanzó sobre su armario y sacó uno de sus vestidos favoritos, el que llevaba la pechera con encajes y dejaba ver un poco más abajo de su clavícula. Se cambió a una velocidad luz y se soltó el cabello, haciéndose un pequeño tocado con la peineta que relucía entre los cabellos cobrizos. No se apreciaba bien la longitud del cabello debido a los rizos que habían quedado por el peinado anterior, pero aún así, el cabello le daba un poco más arriba del término de sus manos.
Se coloreó un poco los labios y respiró profundamente, sin parar a preguntarse por qué estaba haciendo eso, simplemente haciéndolo. Deseó que Marion no llegara en ese momento porque entonces sí tendría que volver al buen juicio y no quería, se resistía; la sensación de saber que estaba haciendo algo muy malo e incorrecto era casi adictiva, nociva también. Bajó a toda prisa y corrió por los pasillos de afuera hasta llegar a la vereda del jardín que daba hacia el invernadero a medio abandonar, pero lleno de flores que el jardinero había botado al descuido, dejándolas crecer salvajemente, formando una rosaleda modesta, pero de gran belleza. Lo miró a lo lejos y su corazón latió más a prisa, una sonrisa se dibujó en sus labios pero pronto, al verse descubierta, la cambió por un falso, muy falso, enojo. —Pensé que se comportaría mejor, pero ya vi que no, monsieur—, dijo, mientras caminaba hacia él y se detenía a un par de metros, haciendo una reverencia suave.
—¡No! Espera, ¿eso te digo el fresco?—, preguntó Fleur, sin valor para asomarse y ver qué tan cerca estaba el gitano. Tenía las mejillas totalmente encendidas y un temblor suave en todo el cuerpo. Sudaba también, lo que acentuó más el perfume de su piel y la hizo más notoria quizás, para el olfato de la bestia que ella sabía que era él. —Llévalo a la parte del invernadero, por favor... Y quédate ahí. No le digas nada, sólo llévalo—, ordenó Fleur, volviendo a subir las escaleras para correr hasta su habitación; a toda prisa, avanzó sobre su armario y sacó uno de sus vestidos favoritos, el que llevaba la pechera con encajes y dejaba ver un poco más abajo de su clavícula. Se cambió a una velocidad luz y se soltó el cabello, haciéndose un pequeño tocado con la peineta que relucía entre los cabellos cobrizos. No se apreciaba bien la longitud del cabello debido a los rizos que habían quedado por el peinado anterior, pero aún así, el cabello le daba un poco más arriba del término de sus manos.
Se coloreó un poco los labios y respiró profundamente, sin parar a preguntarse por qué estaba haciendo eso, simplemente haciéndolo. Deseó que Marion no llegara en ese momento porque entonces sí tendría que volver al buen juicio y no quería, se resistía; la sensación de saber que estaba haciendo algo muy malo e incorrecto era casi adictiva, nociva también. Bajó a toda prisa y corrió por los pasillos de afuera hasta llegar a la vereda del jardín que daba hacia el invernadero a medio abandonar, pero lleno de flores que el jardinero había botado al descuido, dejándolas crecer salvajemente, formando una rosaleda modesta, pero de gran belleza. Lo miró a lo lejos y su corazón latió más a prisa, una sonrisa se dibujó en sus labios pero pronto, al verse descubierta, la cambió por un falso, muy falso, enojo. —Pensé que se comportaría mejor, pero ya vi que no, monsieur—, dijo, mientras caminaba hacia él y se detenía a un par de metros, haciendo una reverencia suave.
Fleur du Bouëxic de Guich- Hechicero Clase Alta
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Re: Le peigne en écaille de tortue || Fleur
Miró a Gertrude de forma desafiante. “Me atrevo”, parecía decir con la mirada firme mientras permanecía con los brazos estirados esperando a Fleur, dando a entender que no cedería tan fácilmente. La mujer finalmente accedió a ir a buscar a su ama para comunicarle aquello. Él simplemente aguardó.
—Acompáñeme —fue lo único que dijo la mujer al retornar.
Howl obedeció sin vacilar.
—¿Me recibirá? Genial —dijo mientras seguía a Gertrude hacia el interior de la enorme mansión, quedándose admirado de inmediato por el lujo con el que vivía aquella gente. Miró todo a su alrededor. Al llegar a una estancia, pensó que se detendrían allí, pero Gertrude siguió de largo. Atravesó por completo la mansión hasta llegar a una puerta que daba hacia el exterior, hacia los jardines. ¿Ahí estaba Fleur, a la intemperie? Howl supuso que no estaba indispuesta entonces.
Los jardines eran amplios, coloridos, bellísimos. Se notaba que había una horda de jardineros trabajando en ellos cada día. Buscó a Fleur con la mirada, pero no la halló. Gertrude continuó caminando hasta detenerse en la puerta de un invernadero.
—Aguarde aquí —le dijo, pero en vez de irse, se quedó a su lado de pie, en completo silencio cada vez más incómodo. Sólo se retiró de su lado cuando Fleur apareció, de esta manera dándoles cierta privacidad para hablar.
A Howl no le pasó desapercibida la sonrisa que mostró ella antes de verlo. Se percató de que cambió a propósito el semblante a uno más duro, más rígido, más molesto. Pero no estaba molesta en realidad, podía percibirlo. Sonrió mientras ella le hacía una reverencia.
—Nunca aprendo —bromeó—. Lo siento, me parecía estúpido hablar por carta teniéndola tan cerca, mademoiselle. Espero que no le haya molestado que la haya hecho levantar de la cama… si es que realmente estaba indispuesta como me dijo la sirvienta —la delató sin más—. Le agradezco que me reciba. ¿Qué pasa, no le ha gustado el regalo? —preguntó, conociendo la respuesta de antemano.
—Acompáñeme —fue lo único que dijo la mujer al retornar.
Howl obedeció sin vacilar.
—¿Me recibirá? Genial —dijo mientras seguía a Gertrude hacia el interior de la enorme mansión, quedándose admirado de inmediato por el lujo con el que vivía aquella gente. Miró todo a su alrededor. Al llegar a una estancia, pensó que se detendrían allí, pero Gertrude siguió de largo. Atravesó por completo la mansión hasta llegar a una puerta que daba hacia el exterior, hacia los jardines. ¿Ahí estaba Fleur, a la intemperie? Howl supuso que no estaba indispuesta entonces.
Los jardines eran amplios, coloridos, bellísimos. Se notaba que había una horda de jardineros trabajando en ellos cada día. Buscó a Fleur con la mirada, pero no la halló. Gertrude continuó caminando hasta detenerse en la puerta de un invernadero.
—Aguarde aquí —le dijo, pero en vez de irse, se quedó a su lado de pie, en completo silencio cada vez más incómodo. Sólo se retiró de su lado cuando Fleur apareció, de esta manera dándoles cierta privacidad para hablar.
A Howl no le pasó desapercibida la sonrisa que mostró ella antes de verlo. Se percató de que cambió a propósito el semblante a uno más duro, más rígido, más molesto. Pero no estaba molesta en realidad, podía percibirlo. Sonrió mientras ella le hacía una reverencia.
—Nunca aprendo —bromeó—. Lo siento, me parecía estúpido hablar por carta teniéndola tan cerca, mademoiselle. Espero que no le haya molestado que la haya hecho levantar de la cama… si es que realmente estaba indispuesta como me dijo la sirvienta —la delató sin más—. Le agradezco que me reciba. ¿Qué pasa, no le ha gustado el regalo? —preguntó, conociendo la respuesta de antemano.
Howl- Licántropo Clase Media
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Re: Le peigne en écaille de tortue || Fleur
Fleur acortó lo prudente la distancia entre ambos y alzó el rostro para poder ver el ajeno. Respiraba despacio, intentando calmar el fragor de su corazón y sus emociones, apretando entre los dedos sus pulgares para ayudarse. Volteó a ver a Gertrie y le hizo un gesto para que se acercara más; si bien, deseaba esa nueva experiencia, también deseaba estar a salvo, los gitanos eran una raza con muy mala reputación y no se fiaba del todo, ¿por qué hacerlo si aquel hombre era un completo desconocido? ¿Qué estoy haciendo?, se preguntó cuando él le habló con tanta naturalidad, no recordaba a ningún otro pretendiente que fuese así de directo, aunque claro, él no era uno de ellos. Inclinó hacia un costado el rostro para que viese la peineta y afirmó.
—Me ha gustado mucho, gracias—, respondió, mientras daba un par de pasos hacia él pasando de largo a su lado mientras buscaba la entrada del invernadero. —No estaba indispuesta, esa es la respuesta que se da a la gente extraña que viene a solicitar audiencia con mi hermana o conmigo. No solemos recibir a nadie sin previa cita, nunca se sabe—, dijo eso último volteando a verlo por instantes, bajando el rostro para ocultar la sonrisa por demás coqueta que se perfiló en su rostro. —Pero sepa que esto no se va a repetir y que además le costó el trabajo a la criada a la que le entregó la nota, no, le ruego que no se sienta mal por ella, es nuva y nunca me agradó—, concluyó, antes de por fin sentirse más o menos a solas con él, pues Gertrude había quedado fuera del invernadero y se contentaba con recoger las flores más bonitas que se encontraba. —¿Cómo sigue usted de su herida? Con tantas cosas que han sucedido, no he tenido la atención de preguntarle, ¿cerró ya?
Lo miró con real interés en su respuesta, después de todo, ella le había salvado la vida y su labor no terminaba hasta que él o estuviese recuperado por completo. Tampoco debía extenderse tanto, sin embargo, se dio cuenta de lo tranquila que se sentía en su compañía. No sentía ningún tipo e alarma encenderse en su interior, más que su corazón latiendo muy fuerte, dejándola sin aliento, era como subir y bajar una y otra vez en su sitio. —¿Sabe? Dejaremos París en unos días, iremos al Château por la llegada de la primavera... — ¿Por qué le estaba diciendo eso? Además claro, de hacer conversación, no tenía ningún motivo aparente. Se estaba metiendo en problemas y lo peor es que lo hacía con los ojos abiertos y una gran sonrisa.
—Me ha gustado mucho, gracias—, respondió, mientras daba un par de pasos hacia él pasando de largo a su lado mientras buscaba la entrada del invernadero. —No estaba indispuesta, esa es la respuesta que se da a la gente extraña que viene a solicitar audiencia con mi hermana o conmigo. No solemos recibir a nadie sin previa cita, nunca se sabe—, dijo eso último volteando a verlo por instantes, bajando el rostro para ocultar la sonrisa por demás coqueta que se perfiló en su rostro. —Pero sepa que esto no se va a repetir y que además le costó el trabajo a la criada a la que le entregó la nota, no, le ruego que no se sienta mal por ella, es nuva y nunca me agradó—, concluyó, antes de por fin sentirse más o menos a solas con él, pues Gertrude había quedado fuera del invernadero y se contentaba con recoger las flores más bonitas que se encontraba. —¿Cómo sigue usted de su herida? Con tantas cosas que han sucedido, no he tenido la atención de preguntarle, ¿cerró ya?
Lo miró con real interés en su respuesta, después de todo, ella le había salvado la vida y su labor no terminaba hasta que él o estuviese recuperado por completo. Tampoco debía extenderse tanto, sin embargo, se dio cuenta de lo tranquila que se sentía en su compañía. No sentía ningún tipo e alarma encenderse en su interior, más que su corazón latiendo muy fuerte, dejándola sin aliento, era como subir y bajar una y otra vez en su sitio. —¿Sabe? Dejaremos París en unos días, iremos al Château por la llegada de la primavera... — ¿Por qué le estaba diciendo eso? Además claro, de hacer conversación, no tenía ningún motivo aparente. Se estaba metiendo en problemas y lo peor es que lo hacía con los ojos abiertos y una gran sonrisa.
Fleur du Bouëxic de Guich- Hechicero Clase Alta
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Re: Le peigne en écaille de tortue || Fleur
—No se preocupe, no voy a hacerle nada malo —dijo cuando vio que llamaba a Gertrude para que se acercara más. ¿A qué tenía miedo?—. Aunque estuviéramos completamente solos, no le haría nada que no quisiera, mademoiselle —prometió, con un aire coqueto—. Se le ve hermosa. Me alegro de que le haya gustado. Es lo mínimo que merecía por haberme salvado la vida —dijo mientras la veía pasar hacia el invernadero—. Muy listas —opinó cuando ella le contó que siempre aludían a indisposiciones las hermanas para que no cualquiera tuviera acceso a ellas. Aunque también pensó que era feo tener que tomar tantos recaudos, probablemente por cuestiones de seguridad. ¿Todos los ricos vivían así?—. No me siento mal por ella —confesó con una sonrisa respecto de la criada, siguiendo a Fleur hacia el interior del invernadero.
Estaba cálido el clima ahí adentro, en comparación con el exterior. Aunque hubiera llegado la primavera, todavía había días en que el viento soplaba frío. Howl avanzó un poco más para ponerse a la par de Fleur en el pasillo del invernadero donde estaban. No quería ir atrás como un esclavo, viéndole solamente la cola del vestido. Si bien también tenía la ventaja de que quedaba frente a la diminuta cintura desde atrás, además del cabello larguísimo sobre la espalda, prefería el rostro, el cuello, el escote; hablarle cara a cara...
—Mi herida está bien —dijo, apartándose la parte superior de la ropa para mostrarle la marca cicatrizada por un cortísimo instante, puesto que no quería que Gertrude viera eso. Aunque parecía estar demasiado entretenida recogiendo flores— Gracias.
» ¿Al Château? Interesante. Queda cerca del bosque donde está mi cabaña —comentó mientras contemplaba las plantas del invernadero, con claras intenciones de invitarla a acompañarlo, puesto que él no podía entrar en el château o eso pensaba—. Sólo procure no estar afuera las noches de luna llena. Es ahí, en el bosque, donde me escondo cuando me transformo en eso, y ¿sabe?, no soy muy consciente de lo que hago en ese estado, por lo que preferiría que usted estuviese lejos de mí, para salvaguardarla, usted entiende...
Howl- Licántropo Clase Media
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Re: Le peigne en écaille de tortue || Fleur
Estaba nerviosa y las declaraciones del gitano no hicieron nada más que aumentar ese nerviosismo y pena; él hablaba con tal... ¿Descaro? No, él qué podía saber de todas las normas de etiqueta y comportamiento que las mellizas o cualquier persona de su clase llevaban a cuestas. Por unos breves instantes sintió envidia hacia su libertad y agradeció el cumplido, llevándose una mano hasta el tocado, regalo de él. Observó las plantas cuidadas, para su sorpresa, que habitaban en los estantes del invernadero, dándose cuenta que no estaban creciendo sin cuidado como ella pensaba, sino que seguramente, los jardineros pasaban horas al día también ahí, dejando todo tan bonito como estaba, ¿también de eso tenía que encargarse ahora como señora de la casa? Se abrumó de pronto y giró el rostro para ver a Gyuri, quién ya tenía la camisa levantada, dejándole ver el abdomen. —¡¿Qué hace, por Dios? Cúbrase!—, exclamó, retirando la vista, pero riendo y no con molestia como antes hubiese sido. —Me alegra que esté mejor pero no vuelva a hacer eso, ¿siempre es así?, ¿se levanta la camisa frente a las señoritas que van a su tienda?—. Preguntó, divertida al final.
Se adelantó un par de pasos al divisar una peonía que estaba en flor, cargada de botones y otras flores ya abiertas. —¡Oh, mire! Por fin abrieron...— Dijo entusiasmada, acercándose para tomar una de las flores que debido a su peso había caído en el suelo del invernadero. La recogió y sin dudarlo, se la entregó al gitano, sonriéndole de forma casi infantil. —Son mis flores favoritas—, mencionó, sin desoír lo que él le había dicho. —Debe saber, señor, que esa cabaña le pertenece al vecino pues está dentro de los límites del bosque que le pertenece, pero no se preocupe, nunca la usan, Marion y yo solíamos jugar ahí de pequeñas—, compartió con él, mientras se daba la vuelta y comenzaba a retirar hojas secas de las flores. —¿Siempre ha sido así? Un... Una bestia—, no se atrevió a decir el nombre por el cual conocía a esas criaturas, y la palabra bestia la dijo muy quedo, temiendo ofender o dañar; pero la curiosidad estaba latente, Mimí siempre les había dicho que no se acercaran a ninguna criatura sobrenatural, siendo ellas mismas lo mismo.
Regresó a su lado y lo observó atenta, mucho más cerca que nunca, intentando ver en sus ojos verdes algún atisbo de aquella enorme criatura de la cual ahora le advertía, debía alejarse. —¿Sería capaz de hacerme daño entonces?—, preguntó, alzando un poco las puntitas de sus pies debajo del vestido para alzarse. No pudo ver nada más que los labios y los ojos del gitano, su calor y su aroma la envolvieron y estuvo a punto de brincar toda frontera entre la decencia y el deseo, entre lo que debía y no podía hacer, pero fue el aliento del gitano, tan cercano, que la hizo despertar de ese lapso en el que solamente pudo escuchar los latidos de su propio corazón. La voz de Gertrude llamándola la hizo descender de nuevo sobre sus pies y voltear a verla. Fleur tenía el estómago hecho nudo y reaccionó a lo que casi hacía, llevándose una mano a la boca, completamente avergonzada. —Por favor, discúlpeme... Tengo que irme—, avisó, con la voz rota.
Se adelantó un par de pasos al divisar una peonía que estaba en flor, cargada de botones y otras flores ya abiertas. —¡Oh, mire! Por fin abrieron...— Dijo entusiasmada, acercándose para tomar una de las flores que debido a su peso había caído en el suelo del invernadero. La recogió y sin dudarlo, se la entregó al gitano, sonriéndole de forma casi infantil. —Son mis flores favoritas—, mencionó, sin desoír lo que él le había dicho. —Debe saber, señor, que esa cabaña le pertenece al vecino pues está dentro de los límites del bosque que le pertenece, pero no se preocupe, nunca la usan, Marion y yo solíamos jugar ahí de pequeñas—, compartió con él, mientras se daba la vuelta y comenzaba a retirar hojas secas de las flores. —¿Siempre ha sido así? Un... Una bestia—, no se atrevió a decir el nombre por el cual conocía a esas criaturas, y la palabra bestia la dijo muy quedo, temiendo ofender o dañar; pero la curiosidad estaba latente, Mimí siempre les había dicho que no se acercaran a ninguna criatura sobrenatural, siendo ellas mismas lo mismo.
Regresó a su lado y lo observó atenta, mucho más cerca que nunca, intentando ver en sus ojos verdes algún atisbo de aquella enorme criatura de la cual ahora le advertía, debía alejarse. —¿Sería capaz de hacerme daño entonces?—, preguntó, alzando un poco las puntitas de sus pies debajo del vestido para alzarse. No pudo ver nada más que los labios y los ojos del gitano, su calor y su aroma la envolvieron y estuvo a punto de brincar toda frontera entre la decencia y el deseo, entre lo que debía y no podía hacer, pero fue el aliento del gitano, tan cercano, que la hizo despertar de ese lapso en el que solamente pudo escuchar los latidos de su propio corazón. La voz de Gertrude llamándola la hizo descender de nuevo sobre sus pies y voltear a verla. Fleur tenía el estómago hecho nudo y reaccionó a lo que casi hacía, llevándose una mano a la boca, completamente avergonzada. —Por favor, discúlpeme... Tengo que irme—, avisó, con la voz rota.
Fleur du Bouëxic de Guich- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 26/02/2018
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Re: Le peigne en écaille de tortue || Fleur
—No, sólo con usted —dijo, tras taparse el cuerpo, con ánimos de hacerla sentir exclusiva, aunque era cierto que no se levantaba la camisa frente a todas las mujeres que conocía, sólo con aquellas con las que se acostaba, una cada tanto. Siendo licántropo (aunque probablemente también fuera parte de su personalidad), no quería llevar una relación seria ni ver demasiadas veces a la misma chica porque temía encariñarse o que se encariñaran, esto podía ponerlas en peligro.
Agarró la flor que ella le ofreció, no la conocía pero la miró por un largo rato para memorizarla, así si la veía en alguna florería, podría comprarle de esas, puesto que ella había dicho que era su favorita. ¿Hacía falta, no obstante? Tenía un montón en ese invernadero… Quizá sólo valiera por la intención, por el gesto. Se guardó la florecilla en el bolsillo de la camisa, de donde sus pétalos quedaron asomando. Mientras tanto, recibía la información acerca de la cabaña, que resultó tener dueño, lo cual en cierta forma era obvio, pero él siempre pensó que el dueño había muerto o algo así, porque nunca pasaban ni siquiera a limpiarla. Él se encargaba de hacerlo.
—En ese caso, esperemos que el vecino no aparezca. A mí me da mucho gusto estar ahí, cuando no estoy transformado, es un lugar tan pacífico... —comentó—. Aunque se me hace peligroso para que dos niñas pequeñas jueguen solas —confesó, antes de que el tema de conversación virara hacia su licantropía. Suspiró con suavidad—. No, fui mordido a los veinte años. Mi mentor no quería hacerlo, pero era eso o morir víctima de una peste. Los licántropos son… somos —corrigió— naturalmente inmunes a las enfermedades, por eso decidió convertirme. Por un tiempo estuve furioso con él porque no me lo consultó, pero después entendí que sólo quería salvarme la vida. Como lo hiciste tú —le sonrió.
Se quedó bien quieto cuando ella acortó las distancias hasta que sus alientos se entrecruzaron. Ansió besarla, incluso inclinó un poco el rostro para hacerlo, pero después recordó la presencia de Gertrude en las afueras del invernadero. Quizá ni siquiera estaba mirando para ese lado, pero no quiso correr el riesgo porque no deseaba meter a Fleur en problemas.
—No lo sé… —respondió con un susurro mientras le miraba alternadamente la boca y los ojos—. No estoy en mí cuando estoy transformado, así que por si acaso, cuídese de mí, mademoiselle... —siguió hablando suave, bien cerca de ella; fue en ese momento en que la tal Gertrude interrumpió con sus gritos, haciéndolos tomar distancia de nuevo. Howl detectó el pudor en la expresión de Fleur, pero ¿qué podía hacer al respecto?—. Me gustaría que se quedara más tiempo, pero entiendo que si no responde al llamado de Gertrude, ella vendrá a buscarla, así que de todas formas hemos de separarnos ahora —dijo con pesar, aunque también un deje de aceptación—. No se preocupe, mademoiselle Fleur, ni se sienta culpable —añadió sin especificar a qué aludía, aunque estaba seguro de que ella entendería—. Espero volver a verla pronto —dijo por último, despidiéndola con una leve sonrisa mientras alzaba el bolsillo de la camisa donde llevaba la flor para mostrarle que la llevaría consigo, no sólo a la flor, sino también a ella.
Howl- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 02/03/2018
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