AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Les mots sont comme des poignards...
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Les mots sont comme des poignards...
Se levantó con la sensación de no haber dormido más que un par de minutos. Y puede que durmiera más, pero descansar, lo que se dice descansar, sí que era bastante probable que no lo hubiese hecho más que media hora. Sentía la cabeza pesada, embotada... La habitación entera le daba vueltas. Tenía unas ganas espantosas de vomitar. Toda su ropa, las sábanas e incluso las cortinas apestaban a alcohol y sexo. La noche anterior había sido movidita. Siempre solía ocurrirle eso. Tras venir de un par de días de descanso, le tocaban un par de jornadas intensivas para recuperar horas. Normalmente ella prefería tomárselo con más calma, pero no dependía de ella, por desgracia. Su "superior" decidía esa clase de cosas en su lugar, y no había cabida para quejas de su parte. Y en el caso de que se quejara, siempre sabía darle donde más le dolía. Ninguna de las prostitutas de aquel burdel tenía permitido estar en la habitación más tiempo del que duraran sus servicios, y ella dormía allí la mayor parte de las noches, incapaz de llegar hasta su casucha, bien fuera por el agotamiento propio tras una larga jornada de trabajo, o por haber bebido más de la cuenta.
Se cubrió con una bata de color blanco hueso y se asomó al mini-balcón que poseía la habitación. Desde que llegó a parar a aquel burdel tras escapar de sus captores, años atrás, había pasado más horas entre aquellas cuatro paredes que en cualquier otro lugar del mundo. Triste pero cierto. La verdad es que el lugar en sí era bastante deprimente, pero dentro de aquel habitáculo siempre sumido en una atmósfera pesada, había encontrado lo más parecido a un hogar que había tenido nunca. Bostezó de forma más que audible y se recostó en la barandilla aún con cara de dormida. Miró al cielo con el gesto levemente contraído por el cansancio, y se quedó pensativa por un instante. El Sol estaba bajo ya, de modo que debían de ser más de las cuatro de la tarde. Al mirar el caro reloj de pulsera que portaba sobre su muñeca, este hecho le fue confirmado. Eran las cuatro y media. Miró su reflejo sobre el cristal y sonrió con cierta amargura. Aquel regalo había sido un "pago extra" por sus servicios a un marqués de un lejano país europeo. Un día paró en el burdel antes de partir de vuelta a su país. Se la quiso llevar con él, y ella, ahora arrepentida, había dicho que no. ¿Acaso le gustaba aquella vida? ¿Acaso estaba dispuesta a seguir así por siempre?
Ni ella misma comprendía sus decisiones algunas veces. Se adentró en la habitación con aire contrariado y se sentó en el tocador, enfrentándose a su reflejo. Tenía unas hondas marcas violetas bajo los ojos, que parecían darle la razón respecto al poco descanso de la noche anterior. Cepilló su cabello rubio con parsimonia y se lo recogió en un moño alto bastante favorecedor. Se empolvó la cara hasta recuperar su usual aspecto y sonrió al espejo de forma superficial, con una alegría que no le asomó a los ojos. Se colocó un bonito vestido de color verde, y justo cuando estaba a punto de colocarse los tacones a juego, dispuesta a bajar al bar de la planta baja en busca del primer cliente de la noche, llamaron a la puerta con insistencia. Abrió con cierto recelo y recibió al recadero con una sonrisa. La avisó que debía estar en la primera planta en menos de media hora, y que allí recibiría instrucciones al respecto de lo que tenía que hacer y de dónde debía ir. Un tanto confusa, Ciel simplemente asintió, para luego seguirlo por el estrecho pasillo una vez había terminado de prepararse.
Allí, le esperaban la madame acompañada de dos caballeros vestidos de forma bastante elegante. Al principio pensó que se trataría de un ménage à trois, pero cuando ambos se presentaros como sus escoltas comprendió que se trataba de algo un poco diferente. No era lo usual, pero de vez en cuando le llegaban peticiones para servir como acompañante en celebraciones o fiestas en las que los clientes, normalmente usuales del sitio, querían hacer acto de aparición teniendo a una muchacha, normalmente agraciada, en sus brazos. Para ser honesta, odiaba ese tipo de eventos ya que la hacían sentir como un objeto incluso más de lo normal. Pero como para otras tantas cosas, no tenía el derecho a negarse. El motto de Ciel era evitar los problemas a toda costa, ya que con las broncas solía atraerse la atención. Y lo último que la muchacha necesitaba era llamar la atención de nadie, precisamente de aquellos que le pisaban los talones.
El viaje en el coche de caballos fue bastante tranquilo. A pesar de que el hombre que se había quedado con ella dentro de la cabina no dijo palabra alguna, tampoco la hizo sentir especialmente incómoda. Estaba acostumbrada a que los sirvientes de aquellos que malgastaban su dinero con ella la miraran por encima del hombro, como si fuera algún tipo de insecto, pero ese no era el caso. El silencio que había entre ambos era confortable. Aquel hombre sentía completa indiferencia hacia su persona, y eso la aliviaba profundamente, aunque le llevaba a preguntarse quién sería el cliente que había pedido sus servicios. A pesar de que había preguntado, no habían querido responderle.
Su destino fue el Palacio Royal, a cuyo interior fue escoltada por los dos jóvenes que la habían trasladado hacia allí. Una vez dentro, el tipo de fiesta que se desarrollaría le quedó más o menos claro: era un cumpleaños. No tenía ni idea de quién, pero supuso que eso no importaba. Acató las órdenes que le fueron dadas de permanecer sentada, a solas, un poco apartada del resto, en uno de los sofás que adornaban los extremos de la gran sala de baile. Algunas miradas se centraron en ella, a lo que Ciel respondió simplemente agachando la mirada. ¿Acaso notarían quién era, a qué se dedicaba? No podía evitar sentirse nerviosa siempre que se encontraba rodeada de tanta gente, tan claramente distinta a ella. Si era por vergüenza o miedo, nunca lo tuvo del todo claro.
Se cubrió con una bata de color blanco hueso y se asomó al mini-balcón que poseía la habitación. Desde que llegó a parar a aquel burdel tras escapar de sus captores, años atrás, había pasado más horas entre aquellas cuatro paredes que en cualquier otro lugar del mundo. Triste pero cierto. La verdad es que el lugar en sí era bastante deprimente, pero dentro de aquel habitáculo siempre sumido en una atmósfera pesada, había encontrado lo más parecido a un hogar que había tenido nunca. Bostezó de forma más que audible y se recostó en la barandilla aún con cara de dormida. Miró al cielo con el gesto levemente contraído por el cansancio, y se quedó pensativa por un instante. El Sol estaba bajo ya, de modo que debían de ser más de las cuatro de la tarde. Al mirar el caro reloj de pulsera que portaba sobre su muñeca, este hecho le fue confirmado. Eran las cuatro y media. Miró su reflejo sobre el cristal y sonrió con cierta amargura. Aquel regalo había sido un "pago extra" por sus servicios a un marqués de un lejano país europeo. Un día paró en el burdel antes de partir de vuelta a su país. Se la quiso llevar con él, y ella, ahora arrepentida, había dicho que no. ¿Acaso le gustaba aquella vida? ¿Acaso estaba dispuesta a seguir así por siempre?
Ni ella misma comprendía sus decisiones algunas veces. Se adentró en la habitación con aire contrariado y se sentó en el tocador, enfrentándose a su reflejo. Tenía unas hondas marcas violetas bajo los ojos, que parecían darle la razón respecto al poco descanso de la noche anterior. Cepilló su cabello rubio con parsimonia y se lo recogió en un moño alto bastante favorecedor. Se empolvó la cara hasta recuperar su usual aspecto y sonrió al espejo de forma superficial, con una alegría que no le asomó a los ojos. Se colocó un bonito vestido de color verde, y justo cuando estaba a punto de colocarse los tacones a juego, dispuesta a bajar al bar de la planta baja en busca del primer cliente de la noche, llamaron a la puerta con insistencia. Abrió con cierto recelo y recibió al recadero con una sonrisa. La avisó que debía estar en la primera planta en menos de media hora, y que allí recibiría instrucciones al respecto de lo que tenía que hacer y de dónde debía ir. Un tanto confusa, Ciel simplemente asintió, para luego seguirlo por el estrecho pasillo una vez había terminado de prepararse.
Allí, le esperaban la madame acompañada de dos caballeros vestidos de forma bastante elegante. Al principio pensó que se trataría de un ménage à trois, pero cuando ambos se presentaros como sus escoltas comprendió que se trataba de algo un poco diferente. No era lo usual, pero de vez en cuando le llegaban peticiones para servir como acompañante en celebraciones o fiestas en las que los clientes, normalmente usuales del sitio, querían hacer acto de aparición teniendo a una muchacha, normalmente agraciada, en sus brazos. Para ser honesta, odiaba ese tipo de eventos ya que la hacían sentir como un objeto incluso más de lo normal. Pero como para otras tantas cosas, no tenía el derecho a negarse. El motto de Ciel era evitar los problemas a toda costa, ya que con las broncas solía atraerse la atención. Y lo último que la muchacha necesitaba era llamar la atención de nadie, precisamente de aquellos que le pisaban los talones.
El viaje en el coche de caballos fue bastante tranquilo. A pesar de que el hombre que se había quedado con ella dentro de la cabina no dijo palabra alguna, tampoco la hizo sentir especialmente incómoda. Estaba acostumbrada a que los sirvientes de aquellos que malgastaban su dinero con ella la miraran por encima del hombro, como si fuera algún tipo de insecto, pero ese no era el caso. El silencio que había entre ambos era confortable. Aquel hombre sentía completa indiferencia hacia su persona, y eso la aliviaba profundamente, aunque le llevaba a preguntarse quién sería el cliente que había pedido sus servicios. A pesar de que había preguntado, no habían querido responderle.
Su destino fue el Palacio Royal, a cuyo interior fue escoltada por los dos jóvenes que la habían trasladado hacia allí. Una vez dentro, el tipo de fiesta que se desarrollaría le quedó más o menos claro: era un cumpleaños. No tenía ni idea de quién, pero supuso que eso no importaba. Acató las órdenes que le fueron dadas de permanecer sentada, a solas, un poco apartada del resto, en uno de los sofás que adornaban los extremos de la gran sala de baile. Algunas miradas se centraron en ella, a lo que Ciel respondió simplemente agachando la mirada. ¿Acaso notarían quién era, a qué se dedicaba? No podía evitar sentirse nerviosa siempre que se encontraba rodeada de tanta gente, tan claramente distinta a ella. Si era por vergüenza o miedo, nunca lo tuvo del todo claro.
Ciel Manon-Geróux- Licántropo Clase Baja
- Mensajes : 124
Fecha de inscripción : 21/07/2013
Re: Les mots sont comme des poignards...
Una sonrisa cínica se curva cuando ve salir al cumpleañero ataviado con aquellas prendas, parece una floritura sin gracia. Pero eso no es lo que más le parece divertido, es la forma en que todos le halagan y hacen inflar el pecho con palabras melosas que a la vista y al oído son claramente una mentira, una falacia más para ganarse el afecto del ricachon que tiene el dinero del mundo para dar una celebración privada en el mismísimo Palacio Royal. El ruso mece su copa de manera justa para que no se riegue el vino tinto que encuentra preciado, ese que bordea los labios de la copa para terminar en los suyos, siendo tragado de un solo sorbo.
Tiene hambre y sed y no de vino, todo al mismo tiempo, pero encuentra el alargar la espera gratificante, como la flagelación del devoto en busca de perdón. Hace pocas horas que se había dado un entremes, pero hoy se encontraba hambriento, de pasado, de sangre y de música, de sonrisas y modales que le parecían una completa fantochada pero que sin embargo seguía al pie de la letra para pasar desapercibido en un mundo donde los seguían, las sombras de los cazadores e inquisidores existían por doquier pisando los talones de los seres como él y paseando la mirada por cada rincón en el que cada rostro se encontraba en el salón, no dudo en preguntarse cuántos de esos extraños trabajarían para el santo papa y su inquisición.
O cuántos serían como él.
Así encontraría su próximo lugar, la dirección que habría de tomar, paseando entre rostros y roles, barbas y labios, entre gordos y enclenques en trajes, entre mujeres hermosas y rollizas, así halló a la que sobraba en la ecuación perfecta del cumpleaños, a la mujer de cabellos rubios que en completo silencio evadía miradas y parecía esperar por alguien. ¿Sería por él? Sabe que no, pero actuar y fingir siempre se le ha dado bien, es lo que espera de sus actores y obras, así que se dice que sí, ese es un regalo y él es el cumpleañero, no el fantoche que ríe ignorando lo que parece ser suyo por derecho y compra anticipada.
Otra sonrisa, esta vez más libidinosa y honesta. A quien fuera el artífice de tal presencia, debería darle las gracias. Llevó la copa hasta sus labios para dar el último trago, el hambre se le despertó aún más al darse cuenta que en el último la había vaciado totalmente, se deshizo de ella con facilidad. Era una lastima o una oportunidad, pensó caminando entre las figuras que como actores aparecían frente a él, que lo ignoran porque todos, incluido él lo quieren así.
A ver lo que la noche traería, llegó a la joven no sin antes tomar otra copa de vino, apoyándose sobre la columna que sobresalía de la pared a espaldas del lugar donde se hallaba sentada. - ¿Está disfrutando de la fiesta, madame?- dijo señalando al centro con la mano que sostenía su copa, sin mirarla para beber, esta vez con moderación. El olor que salía de esta era notorio, sin hablar de ese halo que la rodeaba, solo que prefirió cerciorarse ante quien se encontraba antes que equivocarse. Si lo hacía, estaba seguro que podría bien disfrutar de aquellas venas que dentro de tan tersa y dorada piel sentía latir.
Y si no, él, el varego, no le tenía miedo a la luna ni a sus amantes.
Tiene hambre y sed y no de vino, todo al mismo tiempo, pero encuentra el alargar la espera gratificante, como la flagelación del devoto en busca de perdón. Hace pocas horas que se había dado un entremes, pero hoy se encontraba hambriento, de pasado, de sangre y de música, de sonrisas y modales que le parecían una completa fantochada pero que sin embargo seguía al pie de la letra para pasar desapercibido en un mundo donde los seguían, las sombras de los cazadores e inquisidores existían por doquier pisando los talones de los seres como él y paseando la mirada por cada rincón en el que cada rostro se encontraba en el salón, no dudo en preguntarse cuántos de esos extraños trabajarían para el santo papa y su inquisición.
O cuántos serían como él.
Así encontraría su próximo lugar, la dirección que habría de tomar, paseando entre rostros y roles, barbas y labios, entre gordos y enclenques en trajes, entre mujeres hermosas y rollizas, así halló a la que sobraba en la ecuación perfecta del cumpleaños, a la mujer de cabellos rubios que en completo silencio evadía miradas y parecía esperar por alguien. ¿Sería por él? Sabe que no, pero actuar y fingir siempre se le ha dado bien, es lo que espera de sus actores y obras, así que se dice que sí, ese es un regalo y él es el cumpleañero, no el fantoche que ríe ignorando lo que parece ser suyo por derecho y compra anticipada.
Otra sonrisa, esta vez más libidinosa y honesta. A quien fuera el artífice de tal presencia, debería darle las gracias. Llevó la copa hasta sus labios para dar el último trago, el hambre se le despertó aún más al darse cuenta que en el último la había vaciado totalmente, se deshizo de ella con facilidad. Era una lastima o una oportunidad, pensó caminando entre las figuras que como actores aparecían frente a él, que lo ignoran porque todos, incluido él lo quieren así.
A ver lo que la noche traería, llegó a la joven no sin antes tomar otra copa de vino, apoyándose sobre la columna que sobresalía de la pared a espaldas del lugar donde se hallaba sentada. - ¿Está disfrutando de la fiesta, madame?- dijo señalando al centro con la mano que sostenía su copa, sin mirarla para beber, esta vez con moderación. El olor que salía de esta era notorio, sin hablar de ese halo que la rodeaba, solo que prefirió cerciorarse ante quien se encontraba antes que equivocarse. Si lo hacía, estaba seguro que podría bien disfrutar de aquellas venas que dentro de tan tersa y dorada piel sentía latir.
Y si no, él, el varego, no le tenía miedo a la luna ni a sus amantes.
Mijáil Golitsin- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 19
Fecha de inscripción : 10/05/2018
Localización : París, Francia
Re: Les mots sont comme des poignards...
Francamente, hubiera preferido permanecer en el burdel durante el resto de la noche, cien veces antes de seguir allí sentada por un minuto más. Era molesto, era incomodo, no solo las miradas que parecían querer escrutarla, revelar sus secretos más íntimos y aquellos que ella tanto se afanaba en ocultar, sino también la incertidumbre de no saber por qué estaba allí. Ni para quién. No es que fuera extraño que los clientes prefirieran el anonimato cuando buscaban la compañía de mujeres como ella. Al fin y al cabo, la mayoría de los que buscaban encontrar calor en los burdeles, lo hacían precisamente porque en su hogar ya había alguien que debería satisfacer esas necesidades, pero que no lo hacía. La necesidad, por tanto, de proteger su estatus o su vida privada era comprensible, pero ella nunca lo había considerado como una prioridad, al menos, no en su caso. Ella no era una cortesana, sino una simple ramera. De esas a las que puedes decir cualquier cosa porque pertenecen a un estrato de la sociedad tan bajo que su palabra nunca valdrá nada en absoluto. En cierta forma, y a pesar de que resultara un tanto deprimente, que su clase fuera la que era le concedía cierto grado de libertad y de control en las relaciones que mantenía. Había una especie de confianza mutua entre sus clientes y ella. Ciel no escondía nada, ni su nombre, ni su edad, ni su procedencia, porque sabía que quienes acudían a ella buscaban algo diferente a los que se dirigían a las prostitutas más reclamadas del burdel. Un simple y fugaz contacto físico, que duraba en función de la cantidad pagada. Ni más, ni menos.
Y resultaba sorprendente cuántas veces, siendo ese el único punto de contacto entre ella y sus "amantes", lo fuerte que llegaban a ser los sentimientos que afloraban de dos cuerpos entremezclándose, ahogándose en el calor procedente de uno y otro. Quizá eran esos simples detalles lo que le permitían seguir subsistiendo de aquella forma sin volverse loca por completo. A diferencia de otras prostitutas a las que conocía, ella no era de las que disfrutaba del sexo per se, a pesar de que tampoco aborreciera el acto en sí mismo. Pero tampoco era como si en el presente alguien la estuviese obligando a ejercer como modo de vida. Si bien era cierto que sus inicios en ese sórdido mundo habían sido forzados, por obligación, de un modo u otro había conseguido escapar de sus captores. Podría haber elegido un rumbo distinto, podría haber decidido marcharse a otro lugar, dar un giro completo a su vida, pero se había conformado con hacer aquello que sabía hacer, el único talento que realmente poseía. La verdad, aquella que nadie sabía porque le aterraba mencionarla en voz alta, era que su conformismo respondía a algo diferente a la simple incapacidad de acción. Y es que la soledad, aquella que la desgarraba por dentro, la empujaba a seguir abriéndose, en cuerpo y alma, a simples desconocidos. Era el modo que conocía para sentir algo de calor, algo de intimidad, aunque apenas si durase unos momentos.
Aquella velada chocaba de lleno no solamente con sus intereses, sino también con su modo de relacionarse con aquellos que la compraban. Ciel no se sentía como un "algo" que era merecedor de ser exhibido, ni mucho menos. La noche, las paredes del burdel y los crujidos de una cama envejecida por el tiempo eran sus acompañantes, y en cierto modo, sus pilares. Cuando la sacabas del ambiente en que estaba acostumbrada a moverse no sólo no sabía cómo actuar o reaccionar, sino que además cobraba aún más consciencia de su propia insignificancia, y eso no era algo que la hiciese sentir especialmente cómoda. Si bien poco o nada quedaba de su ego, no es lo mismo que seas tú quien menciona lo mucho que te falta para asemejarte si quiera a alguien de provecho, a que sean miradas ajenas, críticas, afiladas y cuchicheantes, las que te hacen recordar tu propia falta de valor. Fuera quien fuera el que la había solicitado, la primera impresión que tenía de él, aún sin saber de quién se trataba, era de infinita crueldad.
Como si tratara de responder a sus pensamientos, algunos minutos después de su llegada, una figura se colocó a su lado y se dedicó a observarla. No era diferente a lo que otros habían estado haciendo hasta el momento. Al menos, hasta que habló, dirigiéndose a ella. La muchacha carraspeó dibujando la más profesional de sus sonrisas, para luego voltearse en su dirección. Se topó de lleno con el semblante de alguien desconocido, de alguien que, claramente, no parecía el tipo de persona que frecuentaría la clase de tugurio en que ella trabajaba. Pero las apariencias engañan, ¿no? - Así es. Es un fiesta bastante concurrida, y sumamente elegante, así que es imposible que no me divierta, pero no soy demasiado buena con las multitudes, así que me senté a descansar. -Parte de lo que decía era mentira, y es que, al final, no es como si fuera a ganar algo al decir en voz alta lo que realmente pensaba de todo aquello. - ¿Sois vos quién habéis requerido de mi presencia, monsieur? Si es así, os agradezco la invitación. -Dijo haciendo una leve pero graciosa reverencia. Sin embargo, no pudo evitar sentirse incómoda, después de unos momentos observándolo. Había algo en él que le resultaba extraño, diferente, pero no era capaz de comprender el qué, ni tampoco por qué tenía semejante sensación. ¿Sería su presencia, su aroma? Sin duda distintos a los de otros presentes en la sala. Era difícil de explicar.
Y resultaba sorprendente cuántas veces, siendo ese el único punto de contacto entre ella y sus "amantes", lo fuerte que llegaban a ser los sentimientos que afloraban de dos cuerpos entremezclándose, ahogándose en el calor procedente de uno y otro. Quizá eran esos simples detalles lo que le permitían seguir subsistiendo de aquella forma sin volverse loca por completo. A diferencia de otras prostitutas a las que conocía, ella no era de las que disfrutaba del sexo per se, a pesar de que tampoco aborreciera el acto en sí mismo. Pero tampoco era como si en el presente alguien la estuviese obligando a ejercer como modo de vida. Si bien era cierto que sus inicios en ese sórdido mundo habían sido forzados, por obligación, de un modo u otro había conseguido escapar de sus captores. Podría haber elegido un rumbo distinto, podría haber decidido marcharse a otro lugar, dar un giro completo a su vida, pero se había conformado con hacer aquello que sabía hacer, el único talento que realmente poseía. La verdad, aquella que nadie sabía porque le aterraba mencionarla en voz alta, era que su conformismo respondía a algo diferente a la simple incapacidad de acción. Y es que la soledad, aquella que la desgarraba por dentro, la empujaba a seguir abriéndose, en cuerpo y alma, a simples desconocidos. Era el modo que conocía para sentir algo de calor, algo de intimidad, aunque apenas si durase unos momentos.
Aquella velada chocaba de lleno no solamente con sus intereses, sino también con su modo de relacionarse con aquellos que la compraban. Ciel no se sentía como un "algo" que era merecedor de ser exhibido, ni mucho menos. La noche, las paredes del burdel y los crujidos de una cama envejecida por el tiempo eran sus acompañantes, y en cierto modo, sus pilares. Cuando la sacabas del ambiente en que estaba acostumbrada a moverse no sólo no sabía cómo actuar o reaccionar, sino que además cobraba aún más consciencia de su propia insignificancia, y eso no era algo que la hiciese sentir especialmente cómoda. Si bien poco o nada quedaba de su ego, no es lo mismo que seas tú quien menciona lo mucho que te falta para asemejarte si quiera a alguien de provecho, a que sean miradas ajenas, críticas, afiladas y cuchicheantes, las que te hacen recordar tu propia falta de valor. Fuera quien fuera el que la había solicitado, la primera impresión que tenía de él, aún sin saber de quién se trataba, era de infinita crueldad.
Como si tratara de responder a sus pensamientos, algunos minutos después de su llegada, una figura se colocó a su lado y se dedicó a observarla. No era diferente a lo que otros habían estado haciendo hasta el momento. Al menos, hasta que habló, dirigiéndose a ella. La muchacha carraspeó dibujando la más profesional de sus sonrisas, para luego voltearse en su dirección. Se topó de lleno con el semblante de alguien desconocido, de alguien que, claramente, no parecía el tipo de persona que frecuentaría la clase de tugurio en que ella trabajaba. Pero las apariencias engañan, ¿no? - Así es. Es un fiesta bastante concurrida, y sumamente elegante, así que es imposible que no me divierta, pero no soy demasiado buena con las multitudes, así que me senté a descansar. -Parte de lo que decía era mentira, y es que, al final, no es como si fuera a ganar algo al decir en voz alta lo que realmente pensaba de todo aquello. - ¿Sois vos quién habéis requerido de mi presencia, monsieur? Si es así, os agradezco la invitación. -Dijo haciendo una leve pero graciosa reverencia. Sin embargo, no pudo evitar sentirse incómoda, después de unos momentos observándolo. Había algo en él que le resultaba extraño, diferente, pero no era capaz de comprender el qué, ni tampoco por qué tenía semejante sensación. ¿Sería su presencia, su aroma? Sin duda distintos a los de otros presentes en la sala. Era difícil de explicar.
Ciel Manon-Geróux- Licántropo Clase Baja
- Mensajes : 124
Fecha de inscripción : 21/07/2013
Re: Les mots sont comme des poignards...
El extraño aroma de la rubia impregnaba el ambiente llegando como intrepida aventurera a su nariz, jugueteando con sus largas hebras de cabellos rojizos, mezclándose primero con el olor de los manjares y cada uno de sus ingredientes, con el olor de la humedad del aire que indicaba lluvia y que tanto le gustaba, de la humedad de las féminas, que para nada le disgustaba y los demás perfumes que para él fueron insignificantes en aquel momento. Jugueteó el perfume de aquella mujer con el vino costoso con el que el anfitrión no esperó en llenar las copas de sus invitados, incluida la suya; ni hablar del whisky escocés al que muchos habían hecho
halagos desde que comenzó la velada y con el que algunos ya se sentían entrando en calor, con el que la felicidad iba en aumento como el tono de las voces, el ruso también podía sentir a otros contenerse, suponía que por miedo al que dirán.
Para él, ambos tipos de humanos no eran admirables, pero si interesantes como ejemplares de observación para sus obras y para hacer más divertida la inmortalidad.
No había vodka, eso ya lo ha constatado y por aquella falta...Aquella que muchos llamarían minúscula y un fútil olvido, le servía para catalogar la fiesta sin espíritu alguno. Mijáil, era un patriota y devoto amante de su tierra y el buen vodka le recordaba aquellas largas jornadas hechas de mañanas, tardes, noches y madrugadas en su hogar en compañía de música, camaradas y aquel licor que había sido en muchos de los casos también un paliativo a su dolor físico a parte del que era para el alma. Recordaba el vodka con afecto, aunque desde que era un vampiro solo le supiera a insípida agua mezclada con fina arena.
Recibió sus ojos pudiendo percibir la sensación agradable de ver y escuchar el suave oleaje del Mediterráneo. Lo mejor fue la pregunta que recibió asintiendo.
El vampiro descendió hasta su sonrisa y ladeó una propia, reconocía de lo que estaban cargadas las sonrisas de los cortesanos y aunque bien sabía que no todos eran iguales, rememoraba en las que había conocido a lo largo de su vida una forma similar, la misma que la que poseían los actores a la hora de mostrar sus emociones perfectamente imitadas al público. Lo más digno de ovación en las sonrisas que emulan la realidad era encontrar cortesanos que no apagaran el deseo de sus clientes con muecas falsas y actores que crearan sentimientos reales en los espectadores.
La de ella le gustaba. El varego observó el salón. - Concurrida, lo es. - dijo seguro. - Elegante....Uhmmmmm.- un desacuerdo casi felino meneando con indecisión la cabeza de lado a lado, meció la copa y miró el rojo contenido. Un hijo de la noche y la elegancia, habiendo compartido muchos años de su vida con su Sire debatiría aquello, pero no lo dijo en voz alta. Así apareció una sonrisilla de esas que cortaba la seriedad que daba su aspecto. -Pienso que ninguna de esas es una característica para hacer una fiesta divertida.- en realidad lo creía. - Aún así creo que no se atrevería a mentirme. - dio un trago y cuando hubo disfrutado su sabor, volteó para verla.
- Pero también sospecho que tampoco me diría la verdad,- otro trago, esta vez más corto, - o por lo menos no la completa, madame. - dijo complice, la entendía porque al fin y al cabo los dos estaban allí teniendo que esconder lo que en realidad pensaban y sentían.
Mijáil presentía que como él, ella era una buena actriz.
Lo siguiente fue saber qué debía o mejor, qué quería hacer.
Si bien, puede robársela al homenajeado y tendría derecho por ni siquiera haberse aún presentado ante ella, fingir que es aquel también le parece una baraja de posibilidades para hacer inolvidable la noche, ella le obedecería sin tener que hacer algo más que decir algo así como: soy tu dueño esta noche para que así fuese.
Pobre criaturas, tan hermosas y tan inminentemente atadas a los antojos propios y ajenos. Porque el ajeno era algo que la hacía diferente a él quien solo obedecía hasta perder el control a su hambre.
Así fue que se le cruzó por la cabeza algo mucho mejor. Dejaría que ella eligiera. Despegando su espalda de la pared caminó los pocos pasos que existían hasta ella y flexionó sus rodillas, quedando su rostro a la altura del de la mujer. No la tocó, solo la contempló y no de forma obscena, había un morbo muy elegante y natural en su intención porque estando ya tan cerca era como un premio por haber rotó primero la distancia. El aroma fue mucho más fuerte y aunque no cerró los ojos, puedo igual disfrutarlo, cada vez estaba más seguro de qué era ella.
Dejó a los segundos ser libres como sus ojos. - Ha sido un placer, es usted hermosa. Pero no aceptaré realmente su agradecimiento hasta tener la respuesta a esta pregunta: ¿Le gustaría que fuera aquel hombre?- nada en sus ojos o rostro pálido diría que si o que no era él, solo ella tendría tal poder.
Por dentro Mijáil pensaba que ser un hombre era su disfraz favorito.
halagos desde que comenzó la velada y con el que algunos ya se sentían entrando en calor, con el que la felicidad iba en aumento como el tono de las voces, el ruso también podía sentir a otros contenerse, suponía que por miedo al que dirán.
Para él, ambos tipos de humanos no eran admirables, pero si interesantes como ejemplares de observación para sus obras y para hacer más divertida la inmortalidad.
No había vodka, eso ya lo ha constatado y por aquella falta...Aquella que muchos llamarían minúscula y un fútil olvido, le servía para catalogar la fiesta sin espíritu alguno. Mijáil, era un patriota y devoto amante de su tierra y el buen vodka le recordaba aquellas largas jornadas hechas de mañanas, tardes, noches y madrugadas en su hogar en compañía de música, camaradas y aquel licor que había sido en muchos de los casos también un paliativo a su dolor físico a parte del que era para el alma. Recordaba el vodka con afecto, aunque desde que era un vampiro solo le supiera a insípida agua mezclada con fina arena.
Recibió sus ojos pudiendo percibir la sensación agradable de ver y escuchar el suave oleaje del Mediterráneo. Lo mejor fue la pregunta que recibió asintiendo.
El vampiro descendió hasta su sonrisa y ladeó una propia, reconocía de lo que estaban cargadas las sonrisas de los cortesanos y aunque bien sabía que no todos eran iguales, rememoraba en las que había conocido a lo largo de su vida una forma similar, la misma que la que poseían los actores a la hora de mostrar sus emociones perfectamente imitadas al público. Lo más digno de ovación en las sonrisas que emulan la realidad era encontrar cortesanos que no apagaran el deseo de sus clientes con muecas falsas y actores que crearan sentimientos reales en los espectadores.
La de ella le gustaba. El varego observó el salón. - Concurrida, lo es. - dijo seguro. - Elegante....Uhmmmmm.- un desacuerdo casi felino meneando con indecisión la cabeza de lado a lado, meció la copa y miró el rojo contenido. Un hijo de la noche y la elegancia, habiendo compartido muchos años de su vida con su Sire debatiría aquello, pero no lo dijo en voz alta. Así apareció una sonrisilla de esas que cortaba la seriedad que daba su aspecto. -Pienso que ninguna de esas es una característica para hacer una fiesta divertida.- en realidad lo creía. - Aún así creo que no se atrevería a mentirme. - dio un trago y cuando hubo disfrutado su sabor, volteó para verla.
- Pero también sospecho que tampoco me diría la verdad,- otro trago, esta vez más corto, - o por lo menos no la completa, madame. - dijo complice, la entendía porque al fin y al cabo los dos estaban allí teniendo que esconder lo que en realidad pensaban y sentían.
Mijáil presentía que como él, ella era una buena actriz.
Lo siguiente fue saber qué debía o mejor, qué quería hacer.
Si bien, puede robársela al homenajeado y tendría derecho por ni siquiera haberse aún presentado ante ella, fingir que es aquel también le parece una baraja de posibilidades para hacer inolvidable la noche, ella le obedecería sin tener que hacer algo más que decir algo así como: soy tu dueño esta noche para que así fuese.
Pobre criaturas, tan hermosas y tan inminentemente atadas a los antojos propios y ajenos. Porque el ajeno era algo que la hacía diferente a él quien solo obedecía hasta perder el control a su hambre.
Así fue que se le cruzó por la cabeza algo mucho mejor. Dejaría que ella eligiera. Despegando su espalda de la pared caminó los pocos pasos que existían hasta ella y flexionó sus rodillas, quedando su rostro a la altura del de la mujer. No la tocó, solo la contempló y no de forma obscena, había un morbo muy elegante y natural en su intención porque estando ya tan cerca era como un premio por haber rotó primero la distancia. El aroma fue mucho más fuerte y aunque no cerró los ojos, puedo igual disfrutarlo, cada vez estaba más seguro de qué era ella.
Dejó a los segundos ser libres como sus ojos. - Ha sido un placer, es usted hermosa. Pero no aceptaré realmente su agradecimiento hasta tener la respuesta a esta pregunta: ¿Le gustaría que fuera aquel hombre?- nada en sus ojos o rostro pálido diría que si o que no era él, solo ella tendría tal poder.
Por dentro Mijáil pensaba que ser un hombre era su disfraz favorito.
Mijáil Golitsin- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 10/05/2018
Localización : París, Francia
Re: Les mots sont comme des poignards...
Lo que al principio había sido simple incomodidad, desconcierto incluso, por no saber ni comprender qué era exactamente lo que no le encajaba en aquel hombre que tan normal parecía ser, poco a poco fue dando paso a una auténtica curiosidad e intriga. Sus expresiones eran mucho más claras y directas de lo que estaba acostumbrada a apreciar, especialmente en varones de una clase social claramente elevada. Le sorprendió, y muy gratamente, todo sea dicho, que el hombre diera a entender, sutilmente por supuesto, que no encontraba aquella fiesta especialmente destacable. Ciel, a pesar de que tendiera a ser honesta por naturaleza, cuando se encontraba frente a sus clientes (o a clientes potenciales, según se diera el caso), siempre intentaba comportarse de la forma más civilizada posible, y eso en muchas ocasiones implicaba maquillar un tanto sus opiniones para así no aparentar ser ruda: claro que le hubiera encantado decir en voz alta que no podía encontrarse más incómoda en aquellos festejos, pero adoptar una actitud desagradable frente a sus acompañantes no era lo más deseable, precisamente. Nadie quiere compartir su tiempo con alguien que se dedica a criticar los lugares a los que le llevaban. Especialmente, cuando, dada su condición, jamás podría haber puesto un pie en ese sitio en otras circunstancias.
Así que las palabras del hombre, aunque esquivas y aunque no expresaran concretamente lo que ella pensaba, la hicieron sonreír, esta vez con sinceridad, mostrando ese gesto casi tímido y dulce que hacía que su rostro se transformara y expresara más claramente su auténtica juventud, una que quedaba parcialmente oculta por el maquillaje, o por el aspecto de que la dotaba una vida más llena de sufrimientos que de momentos de júbilo. - Bueno, no estáis del todo equivocado. Supongo que la costumbre me empuja a intentar ser siempre lo más civilizada posible en mis opiniones. No todos buscan la sinceridad, aunque digan que sí. A veces lo que realmente necesitan es que se les diga lo que quieren escuchar. Aunque estoy convencida de que ese no es vuestro caso... ¿o me equivoco? -Aquel hombre de aire refinado y aura confusa no parecía ser el tipo de ser que juzgara a otros por ese tipo de razones. Más bien lo opuesto. Aquellos ojos extraños parecían entrenados en el arte de ver más allá de las mentiras, incluso de aquellas que no son más que verdades a medias.
Aunque su cuerpo se tensó ante la cercanía del hombre, que se acuclilló hasta quedar a su altura, más cerca de lo socialmente aceptable, pero lo bastante lejos como para darle cierto espacio, no se aparto, ni se sobresaltó en demasía. Sentía algunos ojos clavados en la escena, pero estaba como en trance, cada palabra que emitía la figura alta y esbelta de aquel señor de cabellos rojizos, más cargada de interrogantes que la anterior. Ni respondía a sus preguntas, ni tampoco la hacía sentir presionada, y ambas cosas resultaban igualmente novedosas para Ciel. Los miró a los ojos directamente por un instante, antes que su timidez volviera a manifestarse en forma de rubor en sus mejillas, y se viera obligada a devolver la vista al suelo. - Si debo ser honesta, sí, sí que me gustaría. No sé si lo es, o si no, pero su presencia es la única que no me hace sentir especialmente desplazada, a pesar de que, a la vez, sea la que más inquietante me resulta... ¿Tiene eso algún sentido? -Puede que lo que dijera fuese una locura, incluso una estupidez. Estaba en medio de un trabajo, después de todo, pero cualquier reprimenda merecería la pena más que el mal rato que había estado pasando antes de que el hombre llegara. Si era él el anfitrión, al final, pues no habría ningún problema. Y si lo era, al menos habría tenido la oportunidad de escapar de una situación que la disgustaba en demasía. Para ella, ambas opciones suponían una victoria.
Mordiéndose el labio inferior, volvió a mirarle, esta vez de soslayo, por entre las hebras de sus cabellos plateados y bajo sus pesadas pestañas. ¿Qué era lo que él decidiría? Ella lo tenía claro: si le tendía la mano, la tomaría. A pesar de que su mente le estuviera gritando que probablemente aquella no fuera la mejor de sus ideas.
Así que las palabras del hombre, aunque esquivas y aunque no expresaran concretamente lo que ella pensaba, la hicieron sonreír, esta vez con sinceridad, mostrando ese gesto casi tímido y dulce que hacía que su rostro se transformara y expresara más claramente su auténtica juventud, una que quedaba parcialmente oculta por el maquillaje, o por el aspecto de que la dotaba una vida más llena de sufrimientos que de momentos de júbilo. - Bueno, no estáis del todo equivocado. Supongo que la costumbre me empuja a intentar ser siempre lo más civilizada posible en mis opiniones. No todos buscan la sinceridad, aunque digan que sí. A veces lo que realmente necesitan es que se les diga lo que quieren escuchar. Aunque estoy convencida de que ese no es vuestro caso... ¿o me equivoco? -Aquel hombre de aire refinado y aura confusa no parecía ser el tipo de ser que juzgara a otros por ese tipo de razones. Más bien lo opuesto. Aquellos ojos extraños parecían entrenados en el arte de ver más allá de las mentiras, incluso de aquellas que no son más que verdades a medias.
Aunque su cuerpo se tensó ante la cercanía del hombre, que se acuclilló hasta quedar a su altura, más cerca de lo socialmente aceptable, pero lo bastante lejos como para darle cierto espacio, no se aparto, ni se sobresaltó en demasía. Sentía algunos ojos clavados en la escena, pero estaba como en trance, cada palabra que emitía la figura alta y esbelta de aquel señor de cabellos rojizos, más cargada de interrogantes que la anterior. Ni respondía a sus preguntas, ni tampoco la hacía sentir presionada, y ambas cosas resultaban igualmente novedosas para Ciel. Los miró a los ojos directamente por un instante, antes que su timidez volviera a manifestarse en forma de rubor en sus mejillas, y se viera obligada a devolver la vista al suelo. - Si debo ser honesta, sí, sí que me gustaría. No sé si lo es, o si no, pero su presencia es la única que no me hace sentir especialmente desplazada, a pesar de que, a la vez, sea la que más inquietante me resulta... ¿Tiene eso algún sentido? -Puede que lo que dijera fuese una locura, incluso una estupidez. Estaba en medio de un trabajo, después de todo, pero cualquier reprimenda merecería la pena más que el mal rato que había estado pasando antes de que el hombre llegara. Si era él el anfitrión, al final, pues no habría ningún problema. Y si lo era, al menos habría tenido la oportunidad de escapar de una situación que la disgustaba en demasía. Para ella, ambas opciones suponían una victoria.
Mordiéndose el labio inferior, volvió a mirarle, esta vez de soslayo, por entre las hebras de sus cabellos plateados y bajo sus pesadas pestañas. ¿Qué era lo que él decidiría? Ella lo tenía claro: si le tendía la mano, la tomaría. A pesar de que su mente le estuviera gritando que probablemente aquella no fuera la mejor de sus ideas.
Ciel Manon-Geróux- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 21/07/2013
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