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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Annabeth De Louise Jue Abr 19, 2018 1:47 pm

Recuerdo del primer mensaje :

"You'll never know the psychopath sitting next to you
You'll never know the murderer sitting next to you
You'll think, "How'd I get here, sitting next to you?"
But after all I've said, please don't forget".

- ¡SUFICIENTE!

Esa es la única palabra que todos en la Mansión De Louise temen. Emitida por la heredera de Ettienne y Gabrielle, la única con la capacidad de liderazgo, es señal de caos total. Y más cuando la acompaña de la oración más espantosa de todas: - iré a tomar un té y leeré una novela - eso significa que no estará todo el día en casa. La ama de llaves observa al mayordomo en tanto que, como si fueran telépatas, ambos hacen el repaso de cuántas personas están en la mansión habitando ahora mismo. Doce individuos exceptuando a la servidumbre. ¿Qué van a hacer con tantas personas? - signorina, lamento informarle que tenemos en casa dos licántropos a punto de ver la luna llena y a dos cambiantes con mal carácter y... - el mayordomo intenta indicarle que no es prudente que se vaya  - Entonces sería prudente, Romeo, que les indicaras que si no van a cumplir con la regla número uno de la casa, pueden retirarse - sonríe ladina caminando hacia su habitación.

El hombre se traga el sofocón de tal respuesta, voltea hacia la ama de llaves, ella puede tener mejor suerte. Madame Violet entra tras la joven para cerrar la puerta y mirarla con los brazos en jarras - me parece que fue usted muy grosera, con el pobre de Romeo, signorina. Él sólo quiere que todo esté en orden y... - es la única capaz de hacerla entender, excepto en ocasiones como ésta donde:  - ¡Y si entendiera cómo me duele la cabeza con tantas cosas por atender, me ayudaría un poco más procurando que no haya problemas en lo que salgo a tomar un poco de té y leo una novela! No falto a mis obligaciones y sólo me tomo un día a la semana. ¿O tendré que esperar a mañana donde viene la comitiva de Karl Hans? - eso es mil veces peor que dos licántropos y dos cambiaformas.

Por un momento duda en qué hacer, Annabeth lo nota y sabe que es el momento de la estocada final  - si consideran que pueden estar solos mañana, entonces me iré. Sólo no me engañes, porque ambas sabemos que no será así, En conclusión: nos vemos al anochecer - toma su bolsito, el sombrero y sale escopeteada a toda velocidad para evitar que ella pueda encontrar una sola hendidura en su discurso e impida que se aleje. Baja las escaleras sonriendo con diversión pensando que lo tiene, está a punto de ser libre - Signorina Annabeth, ¡Signorina Annabeth! - casi lo logra. Se detiene volteando a mirar al primer piso donde la mujer asoma medio cuerpo para detenerla - ¿Y qué haremos si se pelean? - la joven se queda pensativa hasta que recuerda algo  - echad polvo de plata a cuatro cubetas llenas de agua. Si se pelean, les echas el contenido, verás que detienen el exabrupto - abre la puerta y sale para subir a toda carrera al vehículo que le espera ya.

El consejo no es malo, les arderá lo suficiente para separarse y entender que en la Mansión no se resuelven los conflictos a puñetazos. Sonríe sin creer que lo ha logrado cuando recarga la espalda contra el asiento mirando cómo el bosque que separa su hogar de la ciudad, va quedándose atrás. Una vez en pleno centro, baja del carruaje para hacer una actividad que le agrada de verdad. Se introduce en la primera librería que encuentra, es una de sus favoritas. Busca entre los libros antiguos y los nuevos algo que le llame la atención. Su dedo enguantado recorre los lomos de los tomos con una sonrisa distraída. Elige uno sorprendida de encontrarlo, al tiempo que alguien más lo toma. Voltea a mirar intrigada al propietario de esa mano que está sujetando al mismo tiempo que ella una edición del Manuscrit trouvé à Saragosse. - Buen día, disculpe usted, es mi intención llevarme este libro - le observa con curiosidad.

No es un empleado del lugar, parece más bien un caballero. Por instinto, sujeta mejor el objeto haciendo que avance un par de centímetros en su dirección. Ha estado buscándolo durante meses, - puede buscar el suyo, si gusta - la consigna está ahí: busque el suyo porque éste, es mío. No va a soltarlo. No va a perderse de la narración que, dicen, es tan buena. Lo que ella no sabe, es que es el único ejemplar en todo París que queda sin dueño.
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Mensaje por Annabeth De Louise Miér Mayo 02, 2018 1:52 pm

"Una aventura es más divertida si huele a peligro.
Y si te invito a una copa y me acerco a tu boca,
si te robo un besito, a ver ¿Qué no vas conmigo?
¿Qué dirías si esta noche te seduzco en mi coche?
Que se empañen los vidrios si la regla es que goces."

En lugar de que el carruaje salga de inmediato, está detenido. Ella no lo nota, pensando en lo que sucedió en ese pequeño local. Si lo lastimó, seguro que está enojado. Y más por el desplante de irse. Con este tiempo transcurrido, madame Abbes ya le habrá dicho que se retiró del lugar. Por instinto, cierra todas las cortinas incluso las ventanas para evitar que pueda verle. Sabe que ejerció una fuerza muy grande al encajarle el tenedor, más no prestó atención a si lo hirió. Hace una mueca para gemir desolada tapándose el rostro con las manos enguantadas. No va a volverlo a ver. Por un lado se alegra, por el otro se horroriza.

- ¿Cuándo vas a aprender a controlar tu mal carácter y ser menos impulsiva, Annabeth? - gimotea echando atrás la cabeza con una palmada fuerte en sus muslos. Es cuando se da cuenta que el carruaje no avanza. ¡Qué raro! Se asoma un poco para ver que el cochero está a lo lejos hablando con alguien a quien no puede ver. Vuelve a cubrir todo con cuidado sintiéndose una tonta por estar ocultándose del caballero. ¡Y con lo que le gusta! Porque le encanta el hombre, que tenga tanta experiencia en lecturas, sus modales, su sonrisa, esos ojos verdeazul. Emite otro gemido frustrado. Lo hecho, hecho está. No hay marcha atrás. Aspira aire profundo para relajar los músculos.

Justo es cuando se da cuenta de que le faltó el bolso. Aprieta los ojos con fuerza llevándose una mano a la frente para darse un golpe por lo tonta que es. - ¡Eso, Annabeth, eso! ¡Muy bien! - ya ni recuerda cuánto dinero dejó. Al menos sabe que Madame Abbes le guardará todo. No es la primera vez que por algo urgente se deja algo. Se acaricia las sienes con los dedos índice y medio para aligerar la migraña que se le está formando. Ella que quería un día fantástico con un caballero elegante y atractivo. Todo se fue de control. Reconoce que en parte, fue su culpa. En parte, porque él traspasó la barrera del decoro con sus caricias inapropiadas.

Cuando se es una dama como ella, cuando se tienen bases tan fuertes como las morales, es imposible permitir un roce tan inapropiado como el que él hizo al final. ¡Tocarle el sexo! ¡Atrevido! Y que diga que sólo fue un golpecito con el tenedor, le habría puesto tremendo bofetón de no haber estado tan encandilada con él. Y ahora que está libre de su influencia, puede pensar mejor. ¿Qué le pasó ahí adentro? Casi se le va a los besos. Exhala de nuevo sonoramente bajando la cabeza y los hombros. Alza la cabeza preguntándose por qué tarda el cochero, cuando hace el intento de abrir la puerta, ésta no sólo se abre de par en par, si no que alguien sube y cierra tras ella. Se queda boquiabierta de ver a messié Favre sentándose frente a ella. ¿Se habrá equivocado de carruaje? Sin dudarlo, hace una aclaración impertinente - este carruaje es mío - golpea su pierna para hacer más clara la situación.

Mira cómo golpea el carruaje para que éste avance ante su anonadada expresión, ¿Cómo llegó hasta ahí tan rápido? Alguien seguro que le dijo para dónde iba. Se recarga contra el respaldo con un sentimiento contrariado. Primero, molestia por no haber sido tan hábil al escapar. Segundo, alivio cuando él toma su mano y la besa, por recuperarle. Momento. ¡Momento! ¿Recuperarle? Ni siquiera puede pensar en eso cuando un aroma la intoxica. Es inconsciente de él, sólo un olfato más desarrollado se daría cuenta de las feromonas que él ha dejado salir para cegarle la mente y sólo estar atenta a él. A su maravilloso comportamiento cual caballero. A sus explicaciones y disculpas.

Está podrida, es decir, sólo es ver esos ojos tan verdáceos para olvidar sus actitudes. Baja la mirada nerviosa. De nuevo siente el corazón galopar sin control. Se acomoda un mechón de cabello tras la oreja. - De-de acuerdo, no vuelva usted a faltarme el respeto con semejantes actos - le intenta dejar claro, aunque su voz suene tan trémula. ¿Y ahora qué hará con semejante ejemplar masculino ante ella de nuevo? Guarda silencio sin saber bien qué hacer, cómo comportarse. Termina alargando la mano para tomar su libro y fingir el hojearlo. No se concentra en nada, espera que él no lo note - tendré un descuento del treinta por ciento en las mercancías que me enviará como castigo - exclama con decisión.

Sí, eso será suficiente para lavar su honra. ¿O no? ¿No es demasiado poco? Frunce los labios sin saber qué pensar - No, mejor el cincuenta por ciento, sí, mi honra vale eso - se corrige con los ojos fijos en las letras que, cual bailarinas de ballet, danzan sin que ella pueda entender un poco de la lectura. Baja al final el libro para observarlo - ¿Qué es lo que pretende, messié Favre? Ya dígalo de una vez - está molesta consigo por no saber cómo actuar y cómo demostrar que sigue muy molesta con él a pesar de que sus ojos no se despegan de los suyos. Y que su corazón sigue latiendo como caballo desbocado.
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Mensaje por Bernard Favre Vie Mayo 04, 2018 9:40 am

Es complicado mantener un gesto amable y cortés al ver la cara de contrariedad que provoca su repentina aparición en el reducido espacio del carromato.

Aquella cara se mostraba ahora tensa e incómoda, igual que el primer día que la conoció, tras la tirante discusión en la librería. –Sé que es suyo mademoiselle y lamento profundamente el seguir importunándola mas no podía permitir que su enemistad perdurase sin corregirme- Aclara bastante azorado, aunque no encaja con la actitud despreocupada con la que pone en marcha el carruaje. Tras el improvisado esprín, se arregla tranquilamente los pliegues de su traje, sentado en frente de semejante mujer, esperando dar el aspecto lo más correcto posible, mientras no quita ojo a los ojos de la dama.

Sonríe agradecido, aunque se puede apreciar como la sonrisa tiene tintes más ladinos y oscuros, al dejar ver como la mujer empieza a ceder levemente ante sus encantos. La voz que pretende ser autoritaria titila como el brillo de una vela al aire, y sus ojos volvían a intentar eludir sus irises, volviendo a ellos no obstante como un planeta a su órbita. Su olor no obstante era un sinfónico espectáculo mucho mayor a los sentidos del lobo. Los ácidos olores del miedo se mezclaban en una silenciosa cacofonía con los picantes olores del enfado, mientras lenta pero inexorablemente, los acres olores de la receptiva hembra, en combinación con las feromonas que siguen saturando tan cerrado y estrecho lugar, hacían acto de presencia una vez más, completando el cóctel sensorial que premiaba las andanzas del licántropo desde el primer momento.

-Me temo que ni entregándole todo mi negocio podría compensar algo tan importante para mí como es su honra mademoiselle –Dice mientras apoya una mano en las páginas del libro en la que se refugia, haciendo una leve presión para que el libro deje de interferir en como el licántropo escudriña cada parte de su rostro, de su peinado que empieza a deshacerse debido a las fuertes emociones de su dueña, de sus labios resecos tras buscar aire a través de ellos, de la femenina curva de su cuello, dejando que la dama se sienta observada, admirada, deseada a través de la impecable fachada de caballero que ahora imprime en todas sus acciones. Haciéndola sentir desnuda, expuesta e indefensa. No hay lugar para huir, no tiene opciones a esconderse de sus ojos, ni a esquivar su mirada. Tras la galantería y las buenas maneras, arrincona a su presa, la somete a una persecución implacable y efectiva hasta que agotada deba rendirse a su verdugo. Al apartar cortésmente su última barrera, sus dedos entran en contacto con los de ella, recorriéndolos de forma breve al flexionar levemente las falanges, disfrutando del tacto del elegante guante.

-Me alegra que podamos terminar este malentendido mademoiselle, no podría soportar que usted tuviera una mala imagen de mi- sonríe afable. –Le prometo que no volveré a importunarla. Ha de creerme cuando le digo que no es típica de mi semejante actitud mademoiselle- Empieza a explicarle en un tomo revelador e íntimo, bajando la voz, lo que hace que tenga que acercarse a la dama para hablar –Nunca había perdido el control de esa manera, estaba perdido en sus sofisticadas formas, en sus encantadoras maneras, embriagado por su perfecta dicción y en su maravillosa mente-.

Sonríe levemente ante la pregunta de ella casi con timidez. –¿Aún lo pregunta mademoiselle?- Contesta mientras levantándose, clava una rodilla en el suelo de madera, dejando la otra flexionada hacia delante, ocupando el espacio que separa ambas líneas de asientos, quedando sus ojos a la altura de los de ella. –Pretendo cortejarla Annabeth, hacerla mía como le dije en la cafetería- dice de manera mucho más pasional y posesiva, abandonando el caballeroso ambiente anterior, utilizando por primera vez su nombre –Desde que la vi por primera vez no puedo dejar de pensar en su rostro, esos ojos azules, en su hermoso gesto,- con cada alusión a una parte de la anatomía femenina reduce un poco más la distancia entre ambos rostros, lenta y seductoramente, su voz se va volviendo cada vez más grave y sus ojos van impregnándose cada vez más del color de la bestia –De esos labios que no puedo dejar de mirar- sentencia mientras sus rostros casi se tocan. El lobo bulle de actividad debajo de la piel del hombre, ansioso, poniendo a prueba su paciencia como si de un lobezno se tratara, pero intentando mantener su fingido papel. –Prometo no hacer nada que usted no desee mademoiselle de Louise- finaliza en sus susurro ronco mientras su labio inferior roza por primera vez los de ella al terminar de hablar.
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Mensaje por Annabeth De Louise Vie Mayo 04, 2018 11:22 am

"Tuya hoy y siempre,
tuya y tú mío
hasta la eternidad."

Las justificaciones podrían ser en otro momento, sólo excusas para la dama. En este momento y lugar, son perfectas para que su corazón empiece a latir cual caballo desbocado y sin un jinete que tome las riendas. Con dificultad, la saliva se desliza por la garganta del nudo que se le ha formado sin proponérselo. El rubor combina con la vulnerabilidad de esos ojos de cielo que parecen a punto de aguarse. Los hombros se echan adelante como gesto de protección por los embates a su corazón, al tiempo que su mente sigue empeñada en mantener la visión en el libro que es insulso para el instante que está viviendo. Disfrutando con las palabras sabiamente elegidas para bajar sus defensas y entregar lo que él anhela.

La mano sobre las páginas la sobresalta un poco. No por el miedo que le causa esta situación. Corrección. No sólo por el miedo que le causa esta situación, debe aclararse. Es porque no puede tener pensamientos coherentes cuando él está presente, sólo está consciente de sus ojos, de su rostro, de esos labios que se mueven cada vez que habla. ¿Sabrá él de esa seducción que esgrime como si fuera sólo una simple espada jugueteando al aire? ¿De lo que produce su ronca voz en los oídos de las mujeres? Pensar en otras la hace sentir una punzada de molestia. No reflexiona ésto, de hacerlo, las actitudes serían muy diferentes a las que va a mostrar. Porque la timidez le embarga de pies a cabeza. Quisiera tomar el libro para esconder el rostro, estar en un seguro lugar.

Ocultarse en su recámara, debajo de las mantas. Se siente como una inexperta chiquilla. Ni siquiera su ex-prometido la hizo sentir así. Tan avasallada con su presencia y magnetismo. Porque él es el imán y ella el metal que termina siendo empujada por las fuerzas de la física hasta quedar pegada a él. Frente a él. Junto a él. Su músculo bucal repasa su labio inferior para quitar esa molesta resequedad, un signo inequívoco de cómo la presiona. El hueco en su estómago es enorme, podría contener una sandía y todavía quedaría espacio a su alrededor. Su tacto contra los guantes le provoca un leve temblor en el labio inferior. Lo contiene apretando al traidor con su colmillo, apresándolo contra las piezas dentales de abajo sin saber cómo puede reflejar ese insignificante gesto su falta de decisión. Está dudando como nunca.

Está tan sobre-expuesta a las sensaciones, que su oído parece no funcionar. La voz de él es cada vez más baja, obligando a que se acerque para percibirla. Ha de ser una baja de presión, un vahído el que la envuelve de tanto estrés que le causa tal caballero. Su propia ansiedad por mantenerlo a su lado, por seguir mirándolo, escuchándolo. Oliéndolo. ¿Cuándo el olfato se volvió tan importante? Sólo con su aroma. Ese picante perfume que embarga al varón, que puede percibirse mejor cuando están a una mano de distancia. Que intoxica sus sentidos, donde sólo está él y nadie más. Messié Favre es más apabullante con sus actuares en el instante en que hinca una rodilla en el suelo haciendo que toda la mente y los intentos de Annabeth por alejarse, formen una gran bola de estambre y salgan disparados fuera de la ventana haciendo que su gato corra en pos de ella, dejando indefensa a la femenina mujer.

Sus ojos y boca se abren perplejos, pierde el aliento. Por instinto, se recuerda que tiene que respirar, por lo que vuelve a tomar aire con un sonido ahogado. Nunca vio hombre tan alto, pues aún hincado, sus rostros están casi a la misma distancia. Los orbes de Annabeth no dejan de titilar intentando escapar de un acto de seducción de tal envergadura que le impide reaccionar. La saliva vuelve a deslizarse con dificultad por su garganta cuando ella por fin puede cerrar la boca. –Pretendo cortejarla Annabeth, hacerla mía como le dije en la cafetería - el color se va de su rostro dejándola pálida. Y no porque sea esa idea una locura inadmisible. Es porque desea, anhela, urge que se haga realidad. Baja la mirada con timidez.

Su boca intenta articular palabra, emitiendo sólo pequeños balbuceos en tanto messié Favre hunde más la flecha que Cupido dejase una semana antes para hacer imposible el separarse de él. Más y más palabras, con el olor de su perfume saturando sus fosas nasales, con la temperatura de su cuerpo casi al alcance de la mano en tanto ella aprieta con violencia las faldas del vestido. Con el rostro tan cerca, tan listo para ella. - Y-Yo - no puede hilar una sola oración cuando él habla de sus labios que tiemblan como hojas al viento incontrolables. Esos ojos verdes parecen cada vez más oscuros, se ha ido todo el azul de ellos, la subyugan, la dominan. La enloquecen de ansiedad.

La última frase, rompe el dique que contenía o fingía contener las emociones de la inexperta dama que recibe el roce de los labios masculinos como si de una enorme descarga se tratara. Un jadeo emana de su boca con aliento a chocolate y frutos del bosque. Su cuerpo tiembla al tiempo que busca una tabla de salvación llevando una mano hacia la mejilla del varón sin imaginar lo que puede significar para él en tanto los propios -y traidores- pliegues de su boca, una vez finiquitada la distancia, se regodean en disfrutar los contrarios en un roce suave, dulce, como lo es el interior de la mujer. Inocente, sus labios se mueven lento, muy, muy lento paladeando el sabor del budín en la boca del caballero. Hasta que, por fin, como si necesitara también respirar, va alejándose de él.

Esos irises azules resplandecen cual zafiros en tanto su mano sigue prendada de la mejilla masculina en un roce cual alas de mariposa. Una sonrisa trémula, con el cuerpo estremeciéndose por las sensaciones, la química de su organismo le anuncia al lobo antes de que sus labios siquiera puedan comunicarlo. Y cuando lo logra, es sólo para decir - sí, quiero ser tuya, Bernard.
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Mensaje por Bernard Favre Dom Mayo 06, 2018 10:16 am

El final de la caza concluía y el lobo bullía de excitación, de anticipación, de triunfo. Todos los instintos animales eran recompensados por su comportamiento y sus progresos sobre la tierna presa. Las endorfinas eran liberadas desde los centro de placer a raudales, haciendo que su bestia interior se relamiera de excitación, que sus músculos se tensaran antes del asalto final, que sus garras horadaran el suelo incapaces de permanecer estáticas y que el habitáculo que compartían empezara a oler al atrayente olor del sexo.

Los irises verdes no perdían detalle de como su hermosa, joven, fuerte y carismática presa acumulaba visibles signos de debilidad uno tras otro. Como la liebre que poco a poco hace los quiebros más lentos, como el búfalo que abre la boca buscando aire o como el ciervo que tras una larga persecución y tras un grácil salto tropieza consigo mismo cediendo al cansancio. La hembra humana, yacía ahora desarmada y vulnerable ante el predador, jadeante y rubicunda, aunque no por el esfuerzo físico. Sus últimas barreras caían al mismo ritmo que los labios del lobo reducían el espacio con los de ella.

El silencio en el que se había sumido la extrovertida dama no obstante, era el mayor indicio sobre su cada vez mayor aceptación y cuando este es roto por aquella breve frase y sus labios rozan tímida y amorosamente los de él al fin, acompañado por el suave, etéreo y femenino gesto que lleva su mano a su poblada mejilla, los sentimientos que despierta en el licántropo lo dejan levemente confuso. Aunque la excitación e impulsos carnales aún más oscuros seguían hirviendo bajo su piel, una riada de sentimientos más cálidos envuelve al lobo. Aquella nueva actitud sumisa y entregada, hace que despierten en el espíritu animal sensaciones que no han estado nunca a su alcance en su autoimpuesta vida de lobo solitario y que otras humanas que han llamado la atención del lobo no han podido despertar. En tan solo un gesto, los egoístas sentimientos de propiedad son matizados por un fuerte instinto de protección, la simple idea de que a aquella humana le ocurriera algo enloquece de furia a la bestia mientras que sus ansias de utilizar y dominar, son limadas por un nuevo sentido del liderazgo que buscan lo mejor para su nueva compañera y para él, para la manada.

Tras la leve vacilación que le produce encajar estos nuevos sentimientos, sus gruesos labios corresponden con infinita suavidad a los de su pareja que por primera vez, lo reclaman como un canto de sirena. Con un suave y lento movimiento, su labio inferior y superior muerden dulcemente el de ella, disfrutando del delicioso olor de ese beso, una combinación fabulosa de su cálido aliento, el ácido y dulce olor a bayas y el áspero chocolate. Se recrea en el suave tacto de aquellos labios de fresa contra los suyos levemente más rugosos y de la calidez y finura del guante sobre su mejilla. Responde lentamente a la iniciativa y ritmo impuestos por la humana, respetándola, por lo que suspira levemente cuando los labios de ella se alejan de los suyos, momento en el que dibujan una tierna sonrisa, sin dejar de mirarla a los ojos.

Cuando se entrega abiertamente a él, la bestia vuelve a reclamar a la parte humana su satisfacción, su premio. La inocente y tierna humana es un delicioso banquete para los instintos del lobo y un beso solo es suficiente para espolearlos. Acaricia con su mano la que ella aún mantiene en su cara, envolviéndola con la suya propia, caliente y con el tacto rugoso que dejan años de trabajo, mientras que la otra busca la otra entre sus faldas, recogiendo los agarrotados dedos en una caricia suave pero determinada, jugueteando con los femeninos dígitos entre los suyos. A la vez, las caricias de ambas manos fueron recorriendo lentamente los brazos de la dama, acariciando lentamente la piel con la yema de los dedos. La mano derecha del licántropo acabó tras el cuello de ella mientras que la izquierda recorrió varios centímetros de su espalda. Una vez colocadas, empezaron a tirar lenta pero inexorablemente hacia él, volviendo a reducir la distancia entre ambos. –Me acaba de hacer usted el caballero más afortunado de toda Europa mademoiselle- dice galante justo antes de que sus labios vuelvan a apropiarse de los de ella, esta vez en un beso más pasional, más ardiente. Sus manos se clavan en el cuerpo de ella, ansiosas, reclamando eliminar la distancia que aún los separa, fusionándolos con verdadera ansiedad por cada milímetro de su cuerpo que no está en contacto con el de ella. Su lengua, ansiosa, acaba por abandonar su propia guarida, empezando a explorar la opuesta, enmarcada por unos labios tan jugosos y sugerentes entre abiertos. Inquietas, las manos recorren la femenina espalda, incapaces de mantenerse quietas ante la cantidad de sensaciones que devastan al licántropo. –Solo estamos usted y yo - suspira Bernard apenas sin dejar de besarla –Mi única meta es su disfrute mademoiselle de Louise- termina con voz ronca mientras el peso de su cuerpo empieza a aplastar a la dama contra el asiento.
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Mensaje por Annabeth De Louise Dom Mayo 06, 2018 4:56 pm

Sus labios esbozan una sonrisa trémula, casi imaginaria que modifica las facciones de la fémina dando rasgos más dulces, expresando el sentimiento que la embarga. La ternura que le invade y el naciente cariño que va ganándose el caballero con esas atinadas elecciones. En cuanto él entiende que para conquistarla no es suficiente ser un intelectual, un reservado y paciente ser, si no también galante y pasivo seductor, tiene el camino despejado para llegar a su corazón. La coquetería es nata en todas las mujeres, más hay algunas que en su propia inconsciencia del amor, lo que necesitan es ser seducidas poco a poco, con palabras elegantes que les enrojezcan los oídos y actitudes suaves, lentas y aún así, seguras y determinadas. Hablamos de un romanticismo, del típico cuento de la princesa que anhela el amor, más cuando se presenta, no sabe qué hacer o cómo corresponder a él.

Así es la mujer. A sus veintisiete años descubre que en el pasado, no estaba tan enamorada de su ex-prometido por más que lo intentara. Muchas de las actitudes de Valentine eran contrarias a las que ella deseaba para su pareja y esposo. Sus carácteres chocaban cada dos por tres. Incluso, para elegir fechas de boda, lugar y demás nimiedades. Cada detalle del enlace matrimonial era un suplicio para la entonces joven de veinte años. En el instante en que sus padres murieron, ella se vio envuelta en tantos trámites y huidas que entendió que no funcionaría su relación, estando alejada de su entonces prometido y fuera de su influencia. Romper su compromiso fue tan fácil que en lugar de sentir pesar, le quitaron una losa sobre los hombros de tan complicada que era su relación. Había lucha de voluntades casi todo el tiempo. Él por imponerse, ella por no ser pisoteada.

En cambio, Bernard tenía un algo que no sabía explicar para conquistarla. Quizá sus formas educadas y galantes. Su conocimiento, su voz. No, si era sincera, son sus ojos verde-azul los que la atrapan por completo. Sobre todo cuando cambia a esa combinación de ambos colores. La atrapa, la conquista, la pierde en la inmensidad de lo que es la personalidad tan voluble del hombre. En ocasiones tímido para sorprenderla con deslices tan atrevidos como la imprudente caricia en la cafetería. A veces dulce para tornarse posesivo con ese "eres mía". Romántico con ese gesto de hincarse frente a ella para hacerle la propuesta de ser pretendida por él. Y después... Ese beso apasionado, exigente y seductor. Muy seductor, la hace temblar de la punta de sus cabellos hasta la planta de sus pies. Envuelta en sus brazos, tras la caricia de sus manos en forma ascendente por sus extremidades superiores tomando su nuca, siguiendo el roce por su espalda.

Y el beso que les une es probar la miel más pura, el maná de los judíos o la ambrosía griega. Todo proviniendo de una sola fuente: la boca de Bernard. Su olor la envuelve arropada entre esos brazos fuertes y grandes que le brindan contención. Sus manos no pueden estar ociosas. Deslizan la superficie de sus palmas sintiendo el calor bajo la piel. Entre los guantes de finas telas deseando que sea su epidermis la que esté en contacto con él. Con su piel en tanto prueba y se deleita en el aroma subyugante del varón, pino y potente un aroma especiado que no puede entender de dónde proviene le inundan las fosas nasales. Bernard se torna osado como es su particularidad. Ese comportamiento dulce se va a la parte alta de la balanza cuando lo que ahora pesa es su fogosidad.

El músculo bucal masculino busca su compañera en la boca de la mujer que, con un gemido suave, le corresponde tocando trémula a su par que sabe bien qué hacer enseñándole y conquistando. El intoxicante sabor especiado se introduce en sus papilas gustativas llegando al torrente de sangre para dejar fluir una exhalación. Los brazos se reubican en la nuca del hombre hasta que por fin, el beso se rompe haciendo que jale aire un par de veces con el rostro sonrojado y los ojos irradiando su felicidad. El colmillito atrapa su labio inferior entre su gemelo del sur antes de que, sin pedirlo porque cómo lo desea, Bernard susurre contra su boca palabras que la hacen sonreír en tanto su cuerpo va cayendo como en cámara lenta hasta que la espalda femenina tiene de respaldo el acolchado asiento del carruaje.

Los broches y horquillas han cedido ante los ires y venires de ese día, dejando escapar la sedosa guadaña que reposa como marco del rostro femenino. Tan negra como la noche, con unos brillos provenientes quizá de una luna que refulgen plateados y algunos otros, azules cual alas de cuervo. Por pura inercia, sus manos se desprenden de los guantes dejándolos caer sin contemplaciones antes de, por fin, tocar su rostro con deleite, reproduciendo con su índice las facciones masculinas. Sus pómulos, su barba, el inicio de su vellosidad facial. Sonríe con deleite cuando puede apreciar la suavidad de ésta contra su epidermis. - Smettila di dirmelo mademoiselle De Louise, per favore. Annabeth va bene - su acento italiano resuena en el pequeño cubículo que les mantiene ocultos a ojos de los demás.

Es su segunda lengua natal la que emana de su boca con una tonalidad más seductora y coqueta, que aunada con su expresión arrobada por recorrerle la piel y el rostro, es una oda perfecta al romance. - ¿La tua parla italiano? - pregunta antes de continuar con ese idioma. Como no lo conozca, tendrá que volver al francés. Sin poderlo evitar, sus labios se posan en la comisura derecha de Bernard sintiéndose feliz por primera vez en muchos años.
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Mensaje por Bernard Favre Mar Mayo 08, 2018 5:32 pm

Prácticamente parece mentira que aquella bellísima joven de sonrisa soñadora, ojos vivos, cálidos y acuosos de manos cariñosas y sonrisa soñadora fuera la misma persona áspera, competitiva, cerrada y de fuerte carácter que conoció hace tan solo una semana atrás. ¿Cómo puedo prever debajo de aquella férrea coraza la ensoñación de mujer que ahora se presentaba ante él?¿Cómo pudo saber en aquel instante las sensaciones que aquellos ojos infinitos transmitirían a su cuerpo con tan solo un elegante pestañeo?¿Y cómo no se fijó en la fuerza que podía tener aquella mirada?¿Instinto? La simple imagen mental de aquella palabra en su cabeza despertaba un miedo desmedido en la parte racional de su mente, aunque si tan solo se hubiera parado a visualizar la escena, con otros ojos, como un espectador, se habría dado cuenta de que esta vez en la bestia no tuvo un enemigo, una conciencia disidente o una fuente de miedos o desvelos, si no un aliado para una causa común, una breve causa común que había dado a su psique la estabilidad y arrojos necesarios para llamar la atención de aquella dama, imposible de alcanzar para el introvertido Bernard.

Casi como queriendo corroborar aquel tímido pensamiento que se empezaba a fraguar en las capas más profundas de su subconsciente, la influencia de la bestia empezó a disminuir gradualmente al ver su objetivo cumplido, y ante la certeza de que menesteres más físicos deberían de posponerte ante una dama como aquella, pensando que el caballero podría continuar ya sin la vigilia del lobo.

Así, cuando Bernard abre los ojos tras el intenso beso que le acaba de regalar a su compañera, el verde de sus ojos ha perdido intensidad, sustituido por un frío azul, caldeado y derretido por los labios de su pareja, de cuyos ojos no puede desprenderse ni por un instante, apareciendo una sonrisa en su normalmente serio gesto, dibujada por y para ella. –Nunca entenderé como alguien con unas manos tan hermosas puede tan siquiera plantearse el usar guantes- susurra mientras sus ojos recorren el femenino brazo, hasta terminar en la punta de sus dedos, de los que se separa un instante, para dejar un cálido beso, más largo y recreado que lo que dictarían los cánones del protocolo en una situación así en la punta de su dedo corazón, para después envolver la mano contraria con la suya antes de devolverla a su mejilla, disfrutando de su calor.

-Non è la lingua che domino con più …scioltezza- Responde tras algo de esfuerzo con un marcado acento francés. -Ma ti assicuro che capisco perfettamente, signorina. È difficile per me chiamare una donna della sua classe per nome - Contesta con algo más de soltura mientras sus dedos empiezan a acariciar la larga melena azabache que enmarca aquella preciosa cara. - Chiedo scusa, ma ho una piccola sorpresa per quegli splendidi occhi- susurra en la oreja de la dama tras una pequeña pausa, devolviendo un juguetón beso en la comisura derecha de los labios de ella, cuando el olor a agua corriente inunda las fosas nasales del lobo y sus oídos detectan un mayor ruido en las calles de fuera.

Con un pequeño vaivén, el carruaje se detiene, -Le recomiendo que se ponga su sombrero mademoiselle Annabeth- Sonríe mientras abre la puerta del carruaje, ofreciéndole su mano desde el último de los escalones en un gesto sumamente galante y confiado. Se puede apreciar que se encuentran en el paseo de la ribera del Sena. La Catedral de Notre Dame domina aquella parte del río en silencio desde su isla. En la orilla, se amontonan todo tipo de vendedores, pinturas, flores y libros antiguos. El sol de media tarde de primavera enmarca el cuadro con una luz suave y cálida, junto a una leve brisa que transporta los aromas de las floristerías y las perfumerías.

Tras pagar amablemente al cochero, le ofrece su brazo galantemente a la dama para pasear–Me pareció un lugar maravilloso para dar un paseo mientras seguimos cuidando nuestras librerías. Prometo no volver a intentarle robar un libro mademoiselle, no se preocupe. Aunque la primera vez me brindara un día tan maravilloso como este- añade más bajito, acercándose levemente a su oído, dentro de los límites que dictan la caballerosidad. –Le confieso mademoiselle que es un placer estar aquí con usted, de mis rincones favoritos de París con la más deliciosa compañía-
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Mensaje por Annabeth De Louise Miér Mayo 09, 2018 7:40 am

Su sonrisa se vuelve más ligera, es un elemento indispensable en su vida a puertas cerradas, todo es alegría y buen humor o quizá un poco de humor negro no le va tan mal a su personalidad, más lo que se respira en la Mansión De Louise es eficacia, equilibrio y buen ambiente. A menos que algo fuerte acontezca, la sonrisa se va. Si no, es entregada como si fuera el aire, a todos aquéllos que la piden con palabras corteses o bien, los que la buscan con bromas o chistes banales. Y este hombre ha ingresado al círculo selecto de personas que ella quiere, protege y busca incansable para compartir tiempo a su lado como madame Violet u otros como Gael Lutz.

Sus hombros suben como si quisieran tocar sus oídos - aspectos de la moda, los guantes son un accesorio indispensable para una dama de sociedad, por lo que tal cual, los utilizo - su explicación es concisa, su voz suena muy aleccionadora. Eso le gusta, aprender y enseñar. Ver la vida desde otros ojos. Y de ahora en adelante, será a través de esos ojos verdeazulado su ansiedad por descubrir su destino y el pasado del caballero para unirlos a su presente y forjar las bases del futuro. Un hombre que la conquistó a pesar de los tropiezos, de los exabruptos de la De Louise e inclusive, por ello mismo, por saber cómo levantarse y encontrar la forma de paliar sus equivocaciones, es por lo que se ganó su aceptación al cortejo. Uno que le parece perfecto y que quiere continuar adelante.

Su italiano la hace reír por el marcado acento, le enternece que lo intente, ya verá ella de enseñarle cómo hablar bien, cómo evitar su propio acento holandés para tener pláticas más fluidas - agradezco el esfuerzo que pones en ello, más tengo que indicarte que sería muy raro que me pretendieras y estuvieras hablándome por mi apellido. Mis padres se rompieron la cabeza buscándome un buen nombre para que tú no quieras pronunciarlo, Bernard -  para ella es muy fácil tutear a las personas una vez obtenido su permiso. Al menos las que son de su edad porque mentiría si dijera que con los mayores de edad les puede hablar con tanta desfachatez. Ahí no puede, quizá les diga "messié Gastón" o "messié Ferdinand", no con la vulgaridad del "Eh, Ferdinand, dame". No, jamás sería tan boquifloja y falta de modales para ello. La experiencia es respetable y como a ella le gusta aprender, respetará a todos aquéllos que la ostentan.

Sus ojos se abren enormes al saber que le tiene una sorpresa, no hay mayor placer para la fémina que una aventura - excelente, vamos pues a verla - se incorpora sentándose en el mullido asiento con ayuda del caballero notando que sus hebras de pelo le acarician el rostro. Suspira mirando las horquillas y broches desperdigados que recupera con rapidez antes de alzar el dedito índice como forma imperativa de atención - sólo un momento - solicita cuando le informan que tiene que ponerse el sombrero. Con habilidad de años, se realiza un rápido peinado trenzando algunas partes del cabello, enroscando otros mechones y dejando caer otros que tras un tratamiento matutino, caen en caireles en su hombro izquierdo, sujetando con horquillas y broches de manera soberbia y denotando su experiencia en hacerlo sin un espejo frente a ella. - No puedo ir en estos desfiguros estéticos - aclara como la joven que es, una preocupada por su propia apariencia física. Una vez terminado el peinado, toma el sombrero para colocárselo encima y sujetarlo con las horquillas restantes.

Le mira curiosa - ¿Se ve bien? - se nota su nerviosismo por salir a la calle con tales desfiguros. Hasta se muerde el labio inferior. Una vez que él da el sí, entonces toma su mano no sin antes ponerse los guantes y sujetar sus libros para bajar del carruaje curiosa por ver a dónde la ha llevado el caballero. Sus ojos se llenan de toda la actividad pronta a terminar porque el sol está ya ocultándose, debido a que se citaron a las cinco y pasa de la seis de la tarde. Quizá por eso, Annabeth se presiona para oler profundo y disfrutar de lo que resta de un día inolvidable. Toma el brazo del caballero para caminar a su lado, se ríe cantarina con su promesa de no robarle un libro y asiente enternecida porque le comparta una de sus aficiones.

El avance de la pareja no parece causar demasiada curiosidad, sus orbes azules observan todo antes de suspirar deteniéndose en un puesto callejero con algunos libros muy ordenados, más viejos. No duda en entregarle sus pertenencias a Bernard antes de ir moviendo de un lado a otro los tomos para ver cuáles son - éste lo leí cuando tenía ocho años, me llamó mucho la atención la descripción de los lugares, tiene una narrativa fresca e interesante que atrapa - le comparte en tanto termina de revisar los tomos para negar - ya los tengo todos, merci, messié - hace una inclinación de cabeza al señor que atiende para continuar su camino sujetándose del brazo de Bernard.

Su mano aprieta el antebrazo del varón antes de sonreírle - también me gusta estar contigo, es un honor compartir este lugar que tanto te agrada y prometo que iremos la próxima vez a uno que me enloquece - le confiesa con sonrisa radiante a tan elegante caballero - lamento decirte también que pronto tendré que irme. Tengo hora de llegada, nada después de las ocho y media de la noche - no le dirá que es por protección a su persona, que hay criaturas de la noche que pueden hacerle daño. Eso sería demasiado para un caballero simple como Bernard y por "simple" se refiere a desconocedor del mundo sobrenatural. No cree que alguien como él pueda entender o saber de ese mundo que para ella es parte de su vida ordinaria. Por un instante su sonrisa desaparece al pensar cómo va a decirle eso.

En su afán de tenerlo con ella se ha olvidado que no es una mujer ordinaria, que tiene muchos problemas en toda su vida y que la mansión De Louise no es un lugar al cual muchos puedan acceder con tanta facilidad. Se muerde el labio inferior nerviosa en tanto su rostro refleja la típica expresión Moncrieff de preocupación y desazón.  
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Mensaje por Bernard Favre Miér Mayo 09, 2018 5:14 pm

Hasta para una persona tan asocial como Bernard, es fácil notar como aquella dama está ahora mucha más abierta hacia él que hacía tan solo unos minutos. Parecía que atrás había quedado aquel desliz en la cafetería ¿cómo diablos pudo perder el control de aquella manera ante una dama de tan noble cuna? Solo pensar que por aquel desliz podría no encontrarse ahora deleitándose en aquella sonrisa tan amable y sincera. Aunque tal vez, sin aquella parte salvaje, ella nunca se habría fijado en el sombrío mercader de aquella manera tan especial. Intentando quitar aquellos pensamientos de su mente, vuelve a disfrutar de aquella interminable cascada de pelo que ahora se desparrama libre entre la espalda y el asiento, haciendo leves cosquillas en su frente cuando se inclinaba a besar aquellos labios de fresa, a los que se había vuelto adicto desde la primera vez que los probó.

-Hagamos un trato mademoiselle- contesta Bernard a la dama, con una sonrisa tierna aún dibujada en las comisuras de sus labios. –Yo aprendo a tutearla si usted acepta mis cumplidos, como por ejemplo cuando hago un comentario sobre estas preciosas manos- Sonríe mientras entrelaza sus dedos con los de ella de una manera familiar y seductora -¿Le parece bien mademoiselle….Annabeth?- agrega tras una breve pausa que hace indicar que aún no está acostumbrado ni mucho menos a llamarla por su nombre. ¿Cómo puedo ser tan cuadriculado? Se lamenta para sí mismo al no poder abandonar por completo la etiqueta que le hace saber moverse en un mundo lleno de interactuaciones tan complejas.

Bernard sonríe ante la petición de ella, tapando con su cuerpo la ahora abierta puerta del carruaje, dándole intimidad a la coqueta señorita para adecentar su melena con mano rápida y experta. El recogido queda precioso y parece increíble el acabado con una falta de medios tan notoria. Cuando pregunta la opinión del caballero, este se acerca a ella, llevando un mechón que había escapado rebelde de las atenciones de la dama y lo coloca con extremo cuidado detrás de la oreja de ella, aprovechando el acercamiento para dar un ligero beso en aquellos labios que le habían quitado la razón desde el primer momento, aprovechando la última oportunidad de intimidad que les otorgaba el carruaje. -Perfecta-

Sonríe colocándose su propio sombrero, antes de ayudar a bajar a su bella acompañante, que baja las escaleras de manera exquisita, colocando grácilmente sus dedos sobre el dorso de su mano. Comienzan a pasear hacia la reina de París, que se alza majestuosa en su trono, la isla de Cité. Observando las dos orillas del Sena, mientras a su espalda, el cielo primaveral empieza a colorearse de tintes naranjas. Pasea disfrutando del agradable tacto de su pareja, de aquellos dedos que acarician su antebrazo por encima de la ropa en un liviano gesto.

Deja que ojeé un puesto de libros antiguos. El olor a papel, cuero gastado y polvo inunda aquella parte del río, atrayendo al licántropo a pararse a ver unos cuantos de su interés. Sonríe al encontrar la Ilíada de homero en las manos de su acompañante, versión en prosa pobremente encuadernada. Las esquinas algo torcidas por el tiempo y la humedad, pero no era un libro fácil de encontrar tras la caída del renacimiento. –Menos mal que no le interesa Annabeth, o hubiera acabado invitándola a otra merienda- Sonríe mientras le entrega veinte francos al comerciante.

El paseo los lleva al pasar por un pequeño puesto de flores, donde el mercader se detiene unos instantes sin soltarle el brazo. –Un momento Annabeth- dice de manera gentil mientras se desembaraza de su mano con suavidad. –Verá mademoiselle ¿podría coger solo una de estas flores? Es para un pequeño gesto para mi amiga- habla en voz baja con la dependienta que sonríe curiosa, cortando una flor que oculta el cuerpo de Bernard. –Muchísimas gracias- se despide tras haber pagado. –Sabes Annabeth- empieza tuteándola sin darse cuenta –mucha gente se cree que Holanda es el país de las flores y que nuestros campos son de todos los colores del arcoíris. Y no podría estar más de acuerdo- sonríe tras una pequeña pausa enseñándole un gran tulipán del color del atardecer –Así que hasta que pueda llevarla a conocer esos campos interminables, espero que se conforme con esta pequeña flor- Sonríe un poco aturullado mientras el carmín pinta de un suave color sus mejillas. Nunca había deseado tanto volver a ver aquella sonrisa en una dama como aquella.
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Mensaje por Annabeth De Louise Vie Mayo 11, 2018 10:34 am

El caballero la deja sola con sus pensamientos, en tanto las orillas del Río se mueven lentas y perezosas por la ausencia de viento. A pesar de ello, los miembros de Annabeth se antojan fríos por el futuro que se le avecina. ¿Podrá este simple mercader que ahora va conociendo, ser capaz de aceptar todo lo que implica pretenderla? ¿Entenderá que los sobrenaturales no son del todo malos? Y lo que es peor, ¿La enviará con la Inquisición por sus atrevidos servicios a lo que ojos de otros son diabólicos? Tiene que saber de todo ello, parte de su relación o la ausencia de ésta, dependerá de estas respuestas. Así que asiente firme, decidida, antes de que él llame su atención y todas las intenciones vuelen cuales hojas con el viento con el tulipán ofrecido.

Lo toma entre sus dedos sonriendo feliz, llevándolo a su nariz por inercia con los ojos fijos en Bernard antes de asentir. - Es una promesa que espero cumplas, Bernard - advierte antes de quedarse callada - la otra flor que me regalaste la dejé con Madame Abbes. Mañana enviaré a por ella y mis cosas - porque le faltaban, creía suponer. Parpadea recordando su encomienda, tomándole del brazo para caminar alejándose de los demás con la intención de no ser escuchados - te agradezco la atención, me encanta que me regales flores, pero quiero saber algo. ¿Qué te pareció el libro que me robaste? - le bromea intentando aligerar el tema que para ella es escabroso - ¿Piensas que los vampiros u hombres lobo pueden existir? Porque la Iglesia ya dejó en claro que las brujas sí, si no, ¿Por qué quemar tantas mujeres? ¿Eres supersticioso? ¿Tendremos que ir a misa cada domingo? - aunque sonríe, sus intenciones son otras.

Esas unidas a un nerviosismo mayor por saber, por entenderlo y ver si hay cabida en su mundo. Si puede aceptarla como es. Aún sin querer escucharle, recarga la cabeza en el hombro del caballero importándole poco lo que los demás puedan decir puesto que está faltando a la etiqueta que indica que ninguna dama que se ostente de serlo, tendrá contacto con un caballero que no sea su prometido o su esposo y la ausencia de anillos en su anular son muestra de ello. Hay algunas damas que los usan por encima de los guantes en situaciones así. Incluso una mujer que pasa del brazo de su algo, la observa con crítica en lo profundo de sus ojos. Annabeth ignora al mundo, estar apoyada en Bernard la hace pensar, la hace desear seguir así durante el resto de su vida.

A su lado. Es una persona que la atrae tanto que sólo pensar alejarse de él le da dolor de estómago en el menor de los casos. En el mayor, un vacío en el pecho le hace consciente de que quizá, sólo quizá, está acelerando demasiado sus sentimientos respecto de él. Si Valentine estuvo más tiempo con ella y no desarrolló así sus sensaciones, ¿Por qué con Bernard sí? Incluso para ella es un misterio. El no reconocer sus propios impulsos y su deseo de no separarse de él, de oler ese aroma a especies oscuras, de verlo sonreír e incluso, de volver a sentir sus labios pegados a los suyos.

Si no es compatible con la Red Phoenix, tendría que alejarse de alguno de los dos. No puede quedarle mal a sus camaradas, como tampoco desea dejar de explorar esta relación que se le antoja única y especial. Está en una encrucijada mortal en tanto sus manos se aferran uno al antebrazo masculino y la otra, a su bíceps desarrollado. Por un instante le sorprende, no pensaba que tuviera tal constitución física marcada y gruesa producto del ejercicio. Eso la hace pensar que hay muchas cosas que desconoce de él. Que quiere absorber y atesorar, como este ocaso donde los rayos del sol se vuelven rosados y de un tono durazno anaranjado.
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Mensaje por Bernard Favre Dom Mayo 13, 2018 5:09 pm

Bernard disfruta del paseo junto a una compañía que para el huraño mercader se antoja simplemente perfecta. Daba igual que hace una semana no supiera de sus existencia, tampoco importaba el pequeño encontronazo entre aquellas estanterías llenas de libros, tampoco importaba que llevara varios años sin pretender estar con ninguna dama, ni que ninguna de sus otras relaciones le hubiera hecho sentir la mitad de lo que había revolucionado su existencia una simple e inocente mirada a aquellos ojos azules de los que se había quedado prendado desde el primer momento. Todo aquello daba igual si aquella bella aristócrata le sonreía de aquella manera dialogando prendida de su brazo. Por primera vez en mucho tiempo, se sentía fuerte, se sentía tranquilo, se sentía feliz.

Aquel gesto, aquella promesa de un viaje juntos, tal vez parecían fuera de lugar en dos casi extraños, rompía con la mayoría de formalismos de la época y tal vez forzaba demasiado la situación entre ambos, situación que hacía apenas un rato se había vuelto casi crítica. Por eso agradeció en el fondo la buena aceptación de la mujer, que sonrió feliz con su nuevo presente –Seguro que Madamme Abbes le guarda sus pertenencias Annabeth- responde afable y algo vergonzoso debido a la mala aceptación de su excesivo gesto en la cafetería.-Tenga por seguro que cumpliré esa promesa mademoiselle.- No obstante, algo había cambiado en el aroma de la mujer, que había adquirido nerviosismo e intranquilidad, un aroma parecido al ocre del miedo, pero más sutil y diluido.

Por ello Bernard se quedó extrañado cuando la joven lo apartó levemente de la zona más transitada del paseo, cuando su actitud general se vuelve más tensa y ansiosa, antes de preguntar con aquel tono de broma uno de los temas más difíciles de hablar para Bernard ¿Qué estaba haciendo? Por una tarde se había olvidado de que él no podía llevar una vida normal, que era un licántropo, posiblemente cualquier persona de aquella ciudad fuese mejor compañía para aquella dama que un monstruo incontrolable, o que una persona con instintos bestiales en el mejor de los casos. E incluso si por arte del diablo todo iba bien, que iba a decirle a aquella joven cuando el tiempo pasara de manera diferente para ambos, cuanto tiempo podría justificar aquella resistencia al inexorable paso de los años.

Tras el pequeño ataque de pánico inicial, se da cuenta de que su acompañante se encuentra abrazada a su brazo, de una manera que saltaría los colores a más de la mitad de las viandantes que circulaban a poca distancia. Incluso alguna había decidido hacer ver su desacuerdo mediante feas miradas y expresiones aún peores. Estaba seguro de que podría notar su corazón desbocado a través de su tacto, al menos para él era un martillo incansable en sus oídos, que tal vez no había acabado de usar bien con la joven. Calmándose de repente, asiendo un valor que  no sentía en absoluto, pero que parecía inculcarle el cercano gesto de su dama, se armó de valor antes de contestar. –Se que no es lo más ortodoxo esto que voy a decirle Annabeth, pero me parece que aquellas historias estaban demasiado bien documentadas, testigos, lugares, fechas y al final una teoría que intenta explicar todas y cada una de aquellas apariciones. Inquisidores, espías, censura, me parecen demasiados medios para intentar erradicar un mundo que se supone no existe- Suspira sin tan siquiera atreverse a mirar a la joven. –No, no soy supersticioso, no me da miedo romper un espejo ni derramar la sal, aunque si me parece imprudente pasar bajo una escalera ¡podría caerse!- gesticula débilmente intentando quitar algo de peso a lo conversación, aunque para él, varios kilos menos de muchas toneladas le seguían pareciendo excesivos.

-Y aún a riesgo de ganarme su completa enemistad, me temo que no soy amigo de la Iglesia, ni presencial ni su institución. Demasiado oscurantismo y control de la sociedad- responde más bajito, casi en un susurro para no hacer semejantes declaraciones comprometedoras en un sitio público. Aunque prefirió callarse que no podía confiar ni adorar una entidad que predicaba la absoluta eliminación de aquellos que son como él. No sería un don, pero estaba seguro de que su existencia dual se debía más a un accidente que a un castigo divino.

Tras quitarse ese gran peso, se dispuso a esperar los que con seguridad podían ser los últimos con aquella joven, pero al menos, se merecía aquella pequeña confesión, aquella sinceridad, al menos podría ser sincero con ella aquel instante, antes de seguir mintiendo egoístamente sobre su naturaleza. Dispuesto a disfrutar de aquellos instantes, la mano contraria de la que ella sostenía agarrada, se cruzó sobre su pecho, acariciando los suaves dígitos de ella, mientras el Sena seguía su curso perezoso, ajeno a las tribulaciones y problemas de las personas que vivían a sus orillas.
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Mensaje por Annabeth De Louise Lun Mayo 14, 2018 8:25 am

Si los demás les miran con censura, es algo que a Annabeth le tiene sin cuidado porque en los momentos en que más necesitó el apoyo de alguien, todas esas personas que la observan como si le hubiera salido una segunda cabeza, no estuvieron ahí. El que la critiquen ahora es por demás banal. Bernard pareciera más incómodo que ella cuando es la reputación de la mujer la que importa. - Finge que estamos solos, todos los que nos miran así es porque no tienen nada qué hacer de su vida. Nada productivo. Así que nosotros les ignoraremos como merece porque de estar complaciendo a cada una de sus mentes terminaremos siendo esclavos de la sociedad - es su punto de vista, uno que pulió a lo largo de los años. Y en tanto le está explicando, por fin obtiene la respuesta a sus preguntas.

Una ambigua, más descubre que Bernard tiene una mente abierta, su pensamiento puede ser encaminado hacia lo que la mujer quiere, que es su comprensión del mundo sobrenatural para que en lugar de correr asustado, lo encare como lo que es, parte de lo que en este plano de la realidad existe. Una larga exhalación proveniente de su pesar que va convirtiéndose en alivio, sale por su boca de fresa antes de mirarle con interés - exacto. He visto desde Florencia, donde viví, cómo los inquisidores corrían de un lado a otro en noches de luna llena. Armados hasta los dientes, me parece imposible que estén buscando margaritas o frutas silvestres. Incluso, algunas noches me quedé despierta para verlos volver, algunos, otros no regresaron y los que venían tenían heridas. ¿Se enfrentaron a un oso? Imposible. Los osos no llegan hasta Florencia. Algún día me acerqué más y vi los garrazos en sus cuerpos. ¿Te imaginas? - parpadea aspirando aire profundo dejando que la idea germine en su mente.

Asiente de nuevo, va al siguiente embate - he visto mujeres desangradas con dos orificios en su cuello, con garrazos en el cuerpo como si las hubieran atrapado en plena carrera. ¿Tienes explicación a eso? - niega de nuevo moviendo la cabeza de derecha a izquierda - ¿Y todas las ordalías para las brujas y brujos? Me parece que ese mundo sobrenatural existe. Todo lo indica. Por eso es que me documento para ver dónde están los puntos a favor y dónde los que están en contra. La Inquisición es muy restrictiva con los temas, con las publicaciones, por eso conseguir el libro que te llevaste es tan difícil y eso que lo escribió uno de los suyos - se muerde el labio inferior dejando que el colmillito salga a la vista. Se ríe al escuchar lo de la misa - Yo tampoco soy tan devota de la Iglesia como institución, creo en Dios, la Virgen, los ángeles y serafines, sólo no me pida que vaya a asistir a misa con fervor porque me parece que Dios está en todos lados, hasta aquí, a orillas del Sena, puedo rezarle y me oirá. Más si tengo que ir a misa lo hago, hay que disimular tales desvarios que a muchos les parecerían obra del maligno - todo lo ha hecho casi susurrando.

Que alguien la escuche es señal de herejía y Annabeth está en desacuerdo con tener al Santo Oficio husmeando en su hogar porque si uno solo pone pie en ésta, se descubrirá Phoenix y serán objeto de persecución. De momento, ella está bien con Bernard. Hay posibilidades para introducirlo a la sociedad secreta. Hay buena perspectiva para que siga su relación con él. Algo de reojo la obliga a mirar a su derecha, parpadea boquiabierta al ver a su mayordomo acercarse a paso apresurado - Signorina De Louise, por fin la encontramos, tenemos un problema con el perro y el gato - inicia con la expresión sumida en una total agonía de angustia. - ¿Qué pasó? - el perro, se refiere al licántropo. El gato, el cambiante - el perro mordió al gato, el gato enfureció y arañó al perro, el perro se volvió loco y mordió del cuello al gato - continúo permitiendo con sus palabras ver el tamaño del altercado - ¿Y no hiciste lo que te dije del agua? - porque eso había indicado, que echaran polvo de plata al líquido para que al echárselos, se separaran.

El mayordomo suspira - me temo que eso fue lo que los enloqueció. El perro convocó a la manada y el gato de pura rabia, se convirtió en león - con eso tiene. Mira a Bernard - lo lamento, tengo que irme, mis mascotas están en peligro - porque eso es parte de lo que hace. Cuidar a todos los que acuden a su hogar. Hace una torpe reverencia antes de ir a con el mayordomo, avanza tres pasos cuando voltea a mirarle - ¿Te parece bien vernos la próxima semana, misma hora y mismo lugar? - porque ni siquiera sabe dónde vive. Al menos así, podrían tener otra oportunidad de seguirse frecuentando. Que ella quiere que la siga pretendiendo. Es impensable separarse de él ahora que lo encontró. A pesar de sus ocupaciones, sacará tiempo para compartir con Bernard. Su caballero de ojos verde-azulados.
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Manuscrit trouvé à Saragosse [Bernard Fevre] - Página 2 Empty Re: Manuscrit trouvé à Saragosse [Bernard Fevre]

Mensaje por Bernard Favre Lun Mayo 14, 2018 2:20 pm

Sonríe por el aquel pequeño acto de rebeldía de la damisela que lo acompaña, reconfortado por su visión del mundo tan especial, que la señala como una de aquellas almas entre un millón, capaz de enfrentarse a todo un mundo, capaz de hacer cambiar el sentido de la corriente del Sena si se lo propusiera. –¿Es curioso verdad?- pregunta al aire tras pensar unos segundos en silencio las palabas de la joven –La mayoría de las cosas que no podemos hacer nos las prohibimos a nosotros mismos.- dice mientras su mano estrecha la cintura de su acompañante para estrecharla aún más junto a él. –Es solo…- continúa sonrojándose un poco –que me parece que demasiado he forzado hoy ya lo que está socialmente permitido y no quería incomodarla más. La única opinión que me interesa hoy es la suya Annabeth- continua recordando ese momento de descontrol en la cafetería.

Las descripciones de las escenas que describe la gente descolocan más al licántropo que la propia reacción general de la aristócrata a sus palabras. Describe con escalofriante exactitud las heridas que puede dejar un licántropo, mientras a su mente llegan recuerdos compartidos con la bestia, encuentros fatales tanta para él como para sus perseguidores inquisidores y soldados de la santa sede, aunque el resultado de los mismos se pierden en su memoria. Sus músculos se tensan debajo de su ropa, debido a la excesiva veracidad de aquellas descripciones, demasiado reales, demasiado familiares, pero ¿Cómo decirle que él era una de aquellos horribles seres cuyas consecuencias podía ver en Florencia? Simplemente no podía, no estaba  preparado para perderla por aquello, a demasiadas cosas había debido ya renunciar como para negarse otro momento como aquel.

Asiente en silencio, escuchando la impecable argumentación de la joven, con el gesto tranquilo y sereno, disfrutando de su compañía mientras el cielo va incendiándose lentamente con la luz del atardecer. –Coincido Annabeth, me parece que el mundo es mucho más grande de lo que las élites pretender hacer ver y veo que usted está sumamente enterada en estos temas mademoiselle, resulta casi inquietante- susurra a su vez, haciendo una pregunta que va naciendo en la mente de Bernard mientras la dama antes de que el que debe de ser el cochero de Annabeth los interrumpa por completo.

La conversación se torna extraña por momentos, los sujetos parecen no encajar del todo con las frases ni la preocupación sobre el tema parece ser acorde a lo relatado, al fin y al cabo, solo hay que cambiar al pobre minino de habitación para alejarlo del peligro. –Claro mademoiselle la espero en la cafetería la semana que viene a la misma hora- responde con rapidez mientras intenta esbozar una sonrisa ante la bizarra escena e inadecuada por completo despedida tras el íntimo momento que habían compartido. Entre triste, entusiasmado, impotente y feliz, contempla como la dama se aleja con paso apresurado junto a su sirviente.

Aún hay algo más, algo que no termina por encajarle en todo aquello, cabila una vez solo mientras sus pasos empiezan a llevarlo mecánicamente hacia casa mientras las estrellas empiezan a titilar en el cielo nocturno y el Sena acompaña sus taciturnos pasos con las leves salpicaduras en las piedras de sus orillas. –Su criada no le dejaba tener mascotas- musita sorprendido y extrañado por la cuartada del cochero y de la dama. Había sido ella la que había acudido presta a concertar otra cita con él, por lo que no estaba intentando escapar ni huir de él, por tanto ¿Qué acababa de pasar?


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