Anaïs Laforêt

Anaïs Laforêt

Descripción psicológica

Dulce, callada, sumisa. Anaïs fue moldeada en los valores católicos de su familia, y si dedicó su vida a la Inquisición fue por mera imposición. Es una muchacha de pocas palabras pero sentimientos sinceros, y cuando dice algo, es porque realmente lo siente. Puede parecer apática, distante, pero es realmente muy tímida, y le cuesta mucho entablar relaciones, por lo tanto, tiene muy pocos amigos.

Expresarse se le hace terrible. Ella prefiere el mundo de los libros, de las letras, de lo escrito. Las páginas le sirven de refugio desde que era una niña muy pequeña, que pasaba horas escondida en la biblioteca de su hogar, engullendo lecturas de todo tipo, y convirtiéndose éstas en su libertad.

Es una muchacha de enorme fe. Confía en la voluntad de Dios y acepta su destino porque la familia lo manda. Para ella, lo que sus padres piensen y digan, es lo más importante, por lo que le es imposible imaginarse llevándoles la contraria. Jamás tuvo un arrebato de insolencia, nunca alzó la voz, jamás se atrevió a contestarles de malas formas. La educación ante todo.

Anaïs tiene un gran corazón y un enorme sentido de la solidaridad. Puede pecar de ingenua, pero prefiere pensar que en todos los seres hay algo de bondad, que todos tienen una luz y que no importan los pecados cometidos, Dios todo lo ve y todo lo perdona. Aunque se cuida de no decir esas cosas, ya que podría darle muchos problemas.

Sencilla, no le gustan los lujos y la ostentación, a pesar de haber nacido en cuna de oro. Sin embargo, es muy cuidadosa de su imagen y, a su manera, es muy coqueta. Le gusta la pulcritud y oler bien. Es muy formal y clásica, y eso puede verse hasta en su forma de vestir. Jamás se la verá con un vestido pomposo o llamando la atención de alguna manera. Claro, Anaïs es muy retraída y mientras menos la noten, más feliz será.

Historia

Anaïs nació el 10 de Mayo de 1782, en Marsella. Antecedida por un hermano mayor, Lorian, al año de vida llegó al mundo Marceline, que se llevó la vida de Olivia, la madre de los tres. Sin embargo, Samuel, el líder de los Laforêt, no tardó demasiado en desposar a su amante de hacía seis años, que se convirtió en una mamá para los tres niños, teniendo predilección por Anaïs, que comenzó a llamarla “madre” a las pocas semanas de convivencia. Lucille era estéril, pero el amor que se predicaban con Samuel, estaba por encima de todo.

A decir verdad, Anaïs tuvo una infancia normal. Rodeada de amor y cuidados, protegida como una princesa, asistía todos los domingos a misa y durante la jornada pasaba su tiempo entre libros y juegos con sus hermanos. Aprendió a leer sola, ya que su lugar favorito para esconderse era la biblioteca. Lucille fue la gran protagonista de su niñez, ya que fomentó en ella la religión –era miembro de la Inquisición al igual que Samuel- y los estudios, aunque nunca con severidad, eso se lo dejaba a su marido.

A los once años decidieron que debía formarse en sus estudios, y la enviaron a un internado para señoritas en París, a cargo de una orden religiosa. Allí la prepararían para su futuro como miembro del Santo Oficio. La idea de desprenderse de su hogar le parecía aterradora, aunque aceptó la decisión de sus padres, a sabiendas de que ellos jamás harían algo que la perjudicase. Entre algunas lágrimas y promesas de cartas, Anaïs partió hacia la capital francesa, acompañada por una doncella y sus tres maletas.

En el internado todo continuó como en su hogar. Lejos de entablar vínculos y formar amistades, pasaba sus días tras las páginas de los libros, orando en la capilla o paseando por los jardines. No estaba confinada por obligación, sino por mera decisión. No asistía a los paseos, y solo salía los domingos para ir a misa. Eran los únicos días que también se permitía conocer un poco la ciudad, aunque nada que la alejase demasiado de las religiosas que acompañaba.

Ya llevaba algunos años allí, cuando ingresó Nina, la única amiga que había tenido a lo largo de su corta existencia. La muchacha, de su misma edad, parecía tener una estrella propia que la hacía brillar y resaltar, todo eso que a Anaïs le parecía espantoso y le daba terror. No supo en qué momento, ni de qué forma, pero ambas habían hecho el acuerdo tácito de juntarse todos los atardeceres a conversar, y allí la segunda hija de Samuel Laforêt descubrió la amistad. Le abrió su corazón a alguien, y le compartió sus gustos y sus temores.

Destinadas ambas al Santo Oficio, y formadas para eso, sus caminos se separaron cuando les designaron los lugares que iban a ocupar. Nina pasó a ser parte de la facción de los soldados y Anaïs a los bibliotecarios, por supuesto. Se despidieron, como en el pasado la muchacha lo había hecho con Lucille, entre lágrimas, abrazos y promesas de escribirse pronto, aunque sabiendo de que sería muy difícil volver a coincidir.

Anaïs regresó al seno familiar en el verano, y descubrió que su padre había arreglado un compromiso. La idea de casarse jamás se había cruzado por su cabeza, pero como siempre había hecho, aceptó el designio de Dios.

Datos Extra

• Adoptó un gato callejero al que le falta un ojo, y lo llamó Yves.
• Es pésima con las destrezas físicas y no sabe utilizar ningún tipo de arma.
• Asiste a misa todos los domingos.
• Colabora con diferentes espacios que atienden a los pobres, tanto de forma económica como actuando de voluntaria.
• Habla varios idiomas, ya que fue su principal formación junto a la teología.
• Está comprometida con otro joven que también es miembro de la Inquisición.
• Extraña mucho a su amiga Nina, aunque nunca volvieron a intercambiar cartas, debido a la actividad de las dos.

Creado por Frozen •