AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La belle et les bêtes (privado)
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La belle et les bêtes (privado)
Tras dos meses le seguía pasando, le parecía absurdo, carente de toda lógica y ausente de cualquier tipo de razón pero ahí estaban otra vez, esos nervios que se acumulaban en la boca de su estómago, haciendo que aquellos días que quedaban para verse le costara comer, su pulso se le antojara errático y desacoplado, al igual que sus sueño se volvía inquieto y agitado la noche anterior. Parecía un adolescente, perdiendo la cabeza por una jovencita y sin embargo era algo que no podía evitar. El magnetismo por la señorita Annabeth de Louise era de una naturaleza casi sobrenatural, simplemente no podía escapar a aquellos ojos azules infinitos, ni dejar de pensar en aquellos labios capaces de dar una diatriba sobre muchos temas de manera interesante, culta y elocuente para instantes después ser capaces de depositar un meloso beso que dejaba sin respiración al mercader. Por no hablar de aquel olor, una de las pocas cosas en el mundo capaz de poner de acuerdo al hombre y a la bestia que habitaba dentro de él, un olor femenino y penetrante que siempre dejaba al licántropo con ganas de más.
Aunque aquella circunstancia no era extraña, para desgracia de Bernard. Durante aquellos dos meses había tenido el infortunio de comprobar como los negocios familiares, cualesquiera que fuesen de Annabeth le dejaban un más que paupérrimo tiempo libre, que limitaba las veces que la veía a unas pocas horas una sola tarde a la semana. Ni siquiera cuando fue a su mansión a entregar el enorme pedido de pieles que ella le solicitó en su primera cita había sido capaz la muchacha de encontrar poco más que una hora para el té junto al último de los Favre e incluso durante aquella hora, parecía que no acababa de ser del todo bien recibido en la casa, un clima demasiado extraño y restrictivo.
Por eso el licántropo resignado había optado por intentar disfrutar de aquellos efímeros momentos con ella, tampoco se atrevía a exigirle mayor transparencia cuando a aquellas alturas ya había desaparecido dos veces en Luna llena, una de ellas impidiéndole concertar una cita con ella ¿Cómo podía entonces pretender que ella compartiera su vida con él? Aunque la poca validez de las excusas de ella no facilitaban aquella postura en absoluto.
Madamme Abbes se acercó a su silla, acostumbrada ya a su nuevo cliente, sonriéndole gentilmente mientras le traía un vaso con agua fría, un gesto habitual en la amable mujer al verle llegar siempre antes de tiempo y normalmente con una transpiración superior a la que la temperatura del sitio sugeriría.
Decir sin embargo que la vida de Bernard había hecho algo menos que mejorar desde la aparición de la dama sería una injusticia, a los tiempos de calidad con ella había que sumarle una mayor vitalidad general, se notaba más alegre y contento e iba a trabajar con más ganas que en mucho tiempo, incluso su capacidad para hablar con la gente había mejorado visiblemente en algunos aspectos entre las cariñosas regañinas de Annabeth por su exceso de modales y sus intrigantes conversaciones, muchas veces dirigidas hacia el mundo paranormal que había resultado ser su pasión oculta según había podido comprobar Bernard, descubriendo varios datos de su naturaleza que incluso el obviaba.
Y como cada vez que la puerta se abría mientras él estaba allí sentado, la alegre campana que avisaba de la entrada o salida de un nuevo cliente es acompañada por un pequeño sobresalto en su pecho, ansioso de verla otra vez.
Aunque aquella circunstancia no era extraña, para desgracia de Bernard. Durante aquellos dos meses había tenido el infortunio de comprobar como los negocios familiares, cualesquiera que fuesen de Annabeth le dejaban un más que paupérrimo tiempo libre, que limitaba las veces que la veía a unas pocas horas una sola tarde a la semana. Ni siquiera cuando fue a su mansión a entregar el enorme pedido de pieles que ella le solicitó en su primera cita había sido capaz la muchacha de encontrar poco más que una hora para el té junto al último de los Favre e incluso durante aquella hora, parecía que no acababa de ser del todo bien recibido en la casa, un clima demasiado extraño y restrictivo.
Por eso el licántropo resignado había optado por intentar disfrutar de aquellos efímeros momentos con ella, tampoco se atrevía a exigirle mayor transparencia cuando a aquellas alturas ya había desaparecido dos veces en Luna llena, una de ellas impidiéndole concertar una cita con ella ¿Cómo podía entonces pretender que ella compartiera su vida con él? Aunque la poca validez de las excusas de ella no facilitaban aquella postura en absoluto.
Madamme Abbes se acercó a su silla, acostumbrada ya a su nuevo cliente, sonriéndole gentilmente mientras le traía un vaso con agua fría, un gesto habitual en la amable mujer al verle llegar siempre antes de tiempo y normalmente con una transpiración superior a la que la temperatura del sitio sugeriría.
Decir sin embargo que la vida de Bernard había hecho algo menos que mejorar desde la aparición de la dama sería una injusticia, a los tiempos de calidad con ella había que sumarle una mayor vitalidad general, se notaba más alegre y contento e iba a trabajar con más ganas que en mucho tiempo, incluso su capacidad para hablar con la gente había mejorado visiblemente en algunos aspectos entre las cariñosas regañinas de Annabeth por su exceso de modales y sus intrigantes conversaciones, muchas veces dirigidas hacia el mundo paranormal que había resultado ser su pasión oculta según había podido comprobar Bernard, descubriendo varios datos de su naturaleza que incluso el obviaba.
Y como cada vez que la puerta se abría mientras él estaba allí sentado, la alegre campana que avisaba de la entrada o salida de un nuevo cliente es acompañada por un pequeño sobresalto en su pecho, ansioso de verla otra vez.
Bernard Favre- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 15/04/2018
Localización : París
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Re: La belle et les bêtes (privado)
"Al mentir debes hacer a un lado el corazón,
para cuando se descubran tus falacias, no llores por lo que perderás"
para cuando se descubran tus falacias, no llores por lo que perderás"
Esa mañana Annabeth volvía a su hogar con el cuerpo más que adolorido. Se enfrentó a algún tipo de fantasma en un hospital abandonado que a punto estuvo de morir del susto como de las heridas infringidas. Ni se lo esperaba siquiera porque era de día cuando entró al nosocomio para buscar ciertos archivos. ¿Cómo pudo perder tanto la noción del tiempo? La herida de su pierna no deja de sangrar. Escapó por poco, auxiliada por alguien a quien no pensó ver más. El cazador la lleva en brazos serio como es su costumbre. No ha emitido palabra desde que la rescató, ni siquiera en el traslado en el caballo que ahora se queda en la entrada principal en tanto sale madame Violet para negar con la cabeza - estaba preocupada, qué bueno que está bien, signorina Annabeth, por aquí - les conduce a ambos hasta la habitación.
Ahí, la mujer es depositada con cuidado para ser atendida de inmediato por su ama de llaves en tanto su salvador sale del lugar callado. Entre gasas, agua y algo de alcohol, la heredera de Phoenix es reprendida por la que fuera su nana de pequeña - debería darle un par de azotes, arriesgarse así - ni siquiera le permite explicarse, se apresura a quitar el cinturón del cazador que hace de torniquete para deslizar algo de los fomentos preparados por los hechiceros para casos así. El dolor es tremendo haciendo que la De Louise apriete los ojos - ni sueñe con que va a salir hoy, necesita reposo - es la indicación, cuando Annabeth quiere refutar, la mirada de madame Violet la calla - debió pensarlo antes de arriesgarse así. Mire nada más, ésto va a dejar cicatriz - la joven mujer se recarga contra las almohadas pensando que podrá con la poción recuperarse antes de la cita con Bernard.
Se niega a faltar a esa cita semanal. Le es tan necesario como el aire que respira, ver sus ojos, escuchar su voz, sentir su calor bajo las ropas. Se siente tan mal por lo acontecido, por las emociones que se dispararon en el interior del hospital, cómo el fantasma jugó con ella que sacude la cabeza. Necesita de Bernard, de su contención. Lágrimas se resbalan por sus mejillas al darse cuenta de que Bernard se ha convertido en uno de sus ejes más importantes en su vida. Que lo necesita tanto y quisiera verlo siempre. Más Phoenix se vuelve más y más una carga de la cual querría deshacerse pronto.
Madame Violet piensa que las lágrimas son producto del dolor, niega con la cabeza en tanto va vendando la herida de su pierna y sigue con los moratones y raspones de su rostro - debería ser más precavida, signorina. No puede arriesgarse así - los regaños siguen y siguen. Annabeth desearía tener aquí a Celine, ella entendería todo. Necesita ir con su amiga, desde que conoció a Bernard el tiempo se esfumó, las actividades aumentaron, las presiones, el estrés. Necesita un hombro amigo. Se desprende con furia de las lágrimas que recorren sus mejillas. Está a punto de estallar entre tantas ocupaciones y poco esparcimiento. Siente que la cabeza le va a explotar. Permite que madame Violet la atienda, la cure, le desnude y limpie el cuerpo con paños húmedos y aceites que le dejan más relajada.
Así, se queda dormida. Exhausta anímica y físicamente.
Cuando abre los ojos, el reloj anuncia las cuatro horas con treinta y ocho minutos. Se incorpora con violencia intentando sentarse, el dolor de la pierna le mata, más faltar a con Bernard será mucho peor. Hace dos semanas él canceló la cita dejando un mal sabor de boca en la inglesa. En silencio, se levanta para arreglarse con rapidez. Aprieta los dientes con cada movimiento que hace que provoca un dolor que podría tirarla. Sabiendo que le será imposible caminar con largos ropajes, toma las de montar. Puede que la pierna colapse, más espera que sea estando ya con Bernard. Además, así será más sencillo escaparse. Porque tiene que hacerlo, madame Violet impedirá que salga de la casa. Las botas de montar le dan mayor estabilidad a su lesión. Asiente peinándose con rapidez con algunos mechones cayendo sin que les tome importancia.
El reloj da las cinco de la tarde. Por un momento piensa en faltar. Es tardísimo, más el pensar en que ni siquiera tiene un previo aviso le obliga a sacudir la cabeza con decisión. Irá, así sea lo último que haga. Tras tomar el sombrero sale de su habitación mirando para un lado y para el otro como si fuera una prisionera de su propio hogar, se apresura a bajar las escaleras con cuidado de seguir viva hasta llegar a la base. Cuando lo logra, sonríe aliviada, se escabulle por la puerta trasera de la enorme mansión agradeciendo haber elegido un lugar con cuatro salidas para avanzar hasta las caballerizas y sin siquiera ensillar a Thunder -su consentido percherón claroscuro- que cocea impaciente, monta a pelo sujetando al brioso animal de los mechones de su crin - Despacito, Thunder, despacito, no hagas mucho ruido, vamos, ayúdame a escapar -si algo le encanta del animal es su inteligencia.
Ni siquiera emite sonido, va despacito como le ordenan, pata a pata avanza hasta doscientos metros antes de la valla que rodea el perímetro de la mansión, mirar a la derecha como si realmente buscara a alguien que le pudiera detener y ahí sí, dar tremendo relincho golpeando el piso con los cascos antes de acelerar la carrera para saltar las vigas con tal habilidad que podría ganar cualquier concurso. Luego de eso, relincha de nuevo como si celebrara su hazaña avanzando a velocidad del rayo, tal cual su nombre. Annabeth lo guía con rapidez por los caminos, teniendo bajo las piernas al enorme corcel, recorre la distancia en menos de quince minutos rogando porque Bernard esté.
Como si el cielo quisiera que la joven amazona cumpliera con su cometido, lo ve a través del cristal sentado en la mesa que acostumbran elegir, arrea a Thunder que hace sentir su presencia en el sitio con un relincho descomunal en tanto se levanta sobre las patas traseras coceando en el aire antes de caer de golpe con la amazona todavía encima suyo, blanca del susto - ¡Odio que hagas eso, Thunder! - un relincho y un sacudón de cabeza son su respuesta antes de que vaya acercándose lento hasta un abrevadero para beber tranquilo, ni siquiera el paso de un cambiante a su lado le produce nerviosismo tan acostumbrado está a los sobrenaturales que en Phoenix se encuentran. La inglesa voltea a mirar al caballero que se le acerca manteniendo su pose en tan gloriosa montura, para su sorpresa, descubre que es Bernard a quien le sonríe sin tapujos - Lamento llegar tan tarde, tuve algunos problemas en casa - le extiende las manos con la fusta aún en la diestra invitándole a ayudarla a desmontar. Está montada como un varón, a piernas abiertas.
Si se hubiera sentado como indican las normas, se iría de boca con semejante animal que ahora cocea impaciente en tanto sigue bebiendo - Ya te consigo manzanas, ya, ya - le acaricia el lomo cuando por fin baja de la montura, sólo que no apoya la pierna herida, en su rostro se reflejan los golpes que le inflamaron el pómulo derecho que va amoratándose y le rompieron la comisura siniestra del labio. - ¡Lo siento por la tardanza! - traga saliva antes de que el corcel le dé un par de golpecitos en la mejilla - ¡Ya voy, ya voy por tus manzanas, Thunder! Eres muy exigente - el caballo sacude la cabeza haciendo una trompetilla coceando de nuevo - ¡Madame Abbes, un par de manzanas por acá me irían bien, por favor! - grita a la dama que está en la puerta mirándoles, el caballo relincha como si objetara la comanda - ¡Que sean tres! - ahí sí, el hermoso percherón sigue bebiendo agua en abundancia.
Annabeth De Louise- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 13/04/2018
Localización : En medio de sus brazos, bajo sus colmillos.
Re: La belle et les bêtes (privado)
Bernard arrugó el entrecejo al comprobar otra vez la hora en su reloj de bolsillo –Llega tarde- murmuró para sí mismo preocupado mientras volvía a cerrar el complicado mecanismo y lo guardaba en uno de los bolsillos de su chaqué. Desde luego no era para menos pues la dama había demostrado en aquellos dos meses una puntualidad que dejaba en ridículo incluso a la de sus raíces inglesas al otro lado del canal. Con la ínfima salvedad de su primera cita, la aristócrata había llegado cinco minutos antes a la hora de su cita con una exactitud y predictibilidad tan absolutas como el replicar de las campanas de Notre Dame.
Por ello el retraso de casi media hora de la fémina se volvía una rareza más que preocupante ¿Habría olvidado su cita semanal? No parecía algo típico de la ordenada y puntual dama desde luego, siempre aparecía puntual y parecía entusiasmada en volverlo a ver. Tampoco pareció agradarle la idea de no ver al mercader de pieles cuando una de sus citas semanales debía coincidir con la Luna llena y él tuvo que animarla. ¿Le habría pasado algo? La idea empezaba a inquietar al licántropo, pues era una oscura posibilidad aunque remota, dado que la dama siempre veía a las citas en su carruaje privado, lo que limitaba mucho los percances que podía sufrir.
Por eso, sus ojos se abrieron como platos cuando un impresionante semental reclamó la atención de toda la manzana con un fuerte relincho mientras se mantenía en un precario equilibrio sobre sus cuartos traseros. Semental que montaba nada menos que Annabeth para sorpresa del caballero. Desde luego el caballo había salido ya en varias conversaciones, más nunca había entendido que pudiera domarlo y montarlo como allí se mostraba, como una auténtica amazona.
Sus pasos abandonaron la mesa y se encontró en la puerta del local, caminando hacia la joven, aun sumamente sorprendido de las circunstancias. Pero su preocupación no haría más que aumentar con cada paso que daba hacia la joven. Su inmaculado aspecto que solía presentar, se veía hoy ensombrecido por varios hematomas en la cara, así como un corte en su labio, pero para el sensible olfato del licántropo aquello era aún peor de lo que parecía. No pasó mucho hasta que pudo corroborar que la dama ocultaba al menos una herida de mucho peor aspecto, la peste a sangre coagulada y a herida abierta la rodeaba como una mortaja por encima del olor a equino y a aceites, mostrando una extraña postura cuando sus piernas descendieron al fin del caballo, ayudada por él. Sus ojos se mostraban oscuros, evaluándola, mostrando su preocupación, más no dijo nada, demasiada atención había llamado ya la aristócrata. Cuando las plantas de ella estuvieron firmemente asentadas en el suelo, le dio un caballeroso beso en el dorso de la mano diestra. –Una entrada absolutamente triunfal mademoiselle de Louise- sonrío el caballero mientras los transeúntes parecían volver poco a poco a sus vidas, obviando la peculiar escena en el café. -Un animal soberbio Annabeth, debe de ser de los mejores de sus establos.- comentó distraídamente intentando dar una imagen de normalidad, mientras su mano acariciaba el lomo del caballo que ahora comía sonora y animosamente algunas manzanas que la siempre sonriente camarera le había proporcionado. –¿Le apetece su pastel? Madamme Abbes me había comentado algo sobre una tarta de queso a la que me ha parecido ciertamente complicado resistirme- Le ofreció con expresión grave su brazo, no como todas las demás veces porque le apeteciera mantener a la dama lo más cerca posible de él, si no porque sospechaba que ella necesitaría apoyarse en algo para caminar.
Una vez sentados en su discreta mesa habitual, el licántropo pudo comprobar además que el perfectamente peinado cabello de ella lucía hoy solo pobremente arreglado, posiblemente debido a su medio de transporte, al igual que sus típicos vestidos elegantes de ella habían sido sustituidos por uno más funcional. Tras un pequeño y tenso silencio, Bernard simplemente no pudo resistir más -Annabeth- dijo con un tono dulce -¿Qué está pasando? ¿Te encuentras bien? Sé que no hace demasiado que nos conocemos pero si hay algo que...- hace una pequeña pausa encontrando las palabras –Si hay algo que vaya mal puedes decírmelo preciosa.-
Por ello el retraso de casi media hora de la fémina se volvía una rareza más que preocupante ¿Habría olvidado su cita semanal? No parecía algo típico de la ordenada y puntual dama desde luego, siempre aparecía puntual y parecía entusiasmada en volverlo a ver. Tampoco pareció agradarle la idea de no ver al mercader de pieles cuando una de sus citas semanales debía coincidir con la Luna llena y él tuvo que animarla. ¿Le habría pasado algo? La idea empezaba a inquietar al licántropo, pues era una oscura posibilidad aunque remota, dado que la dama siempre veía a las citas en su carruaje privado, lo que limitaba mucho los percances que podía sufrir.
Por eso, sus ojos se abrieron como platos cuando un impresionante semental reclamó la atención de toda la manzana con un fuerte relincho mientras se mantenía en un precario equilibrio sobre sus cuartos traseros. Semental que montaba nada menos que Annabeth para sorpresa del caballero. Desde luego el caballo había salido ya en varias conversaciones, más nunca había entendido que pudiera domarlo y montarlo como allí se mostraba, como una auténtica amazona.
Sus pasos abandonaron la mesa y se encontró en la puerta del local, caminando hacia la joven, aun sumamente sorprendido de las circunstancias. Pero su preocupación no haría más que aumentar con cada paso que daba hacia la joven. Su inmaculado aspecto que solía presentar, se veía hoy ensombrecido por varios hematomas en la cara, así como un corte en su labio, pero para el sensible olfato del licántropo aquello era aún peor de lo que parecía. No pasó mucho hasta que pudo corroborar que la dama ocultaba al menos una herida de mucho peor aspecto, la peste a sangre coagulada y a herida abierta la rodeaba como una mortaja por encima del olor a equino y a aceites, mostrando una extraña postura cuando sus piernas descendieron al fin del caballo, ayudada por él. Sus ojos se mostraban oscuros, evaluándola, mostrando su preocupación, más no dijo nada, demasiada atención había llamado ya la aristócrata. Cuando las plantas de ella estuvieron firmemente asentadas en el suelo, le dio un caballeroso beso en el dorso de la mano diestra. –Una entrada absolutamente triunfal mademoiselle de Louise- sonrío el caballero mientras los transeúntes parecían volver poco a poco a sus vidas, obviando la peculiar escena en el café. -Un animal soberbio Annabeth, debe de ser de los mejores de sus establos.- comentó distraídamente intentando dar una imagen de normalidad, mientras su mano acariciaba el lomo del caballo que ahora comía sonora y animosamente algunas manzanas que la siempre sonriente camarera le había proporcionado. –¿Le apetece su pastel? Madamme Abbes me había comentado algo sobre una tarta de queso a la que me ha parecido ciertamente complicado resistirme- Le ofreció con expresión grave su brazo, no como todas las demás veces porque le apeteciera mantener a la dama lo más cerca posible de él, si no porque sospechaba que ella necesitaría apoyarse en algo para caminar.
Una vez sentados en su discreta mesa habitual, el licántropo pudo comprobar además que el perfectamente peinado cabello de ella lucía hoy solo pobremente arreglado, posiblemente debido a su medio de transporte, al igual que sus típicos vestidos elegantes de ella habían sido sustituidos por uno más funcional. Tras un pequeño y tenso silencio, Bernard simplemente no pudo resistir más -Annabeth- dijo con un tono dulce -¿Qué está pasando? ¿Te encuentras bien? Sé que no hace demasiado que nos conocemos pero si hay algo que...- hace una pequeña pausa encontrando las palabras –Si hay algo que vaya mal puedes decírmelo preciosa.-
Bernard Favre- Licántropo Clase Media
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Re: La belle et les bêtes (privado)
El primer pensamiento que la atraviesa en brazos de Bernard es lo bien que el hombre huele este día. Se está acostumbrando a grabar su aroma en cada entrevista para recordarlo cada vez que él está ausente en su desquiciada y multi-ocupada vida. Aprovechando que él debe tomarla en brazos para ayudar en el proceso de desmonte, desliza las manos por sus anchos hombros resguardando sus dedos en la nuca sintiendo sus cabellos en ésta, es cuando se da cuenta de que se ha olvidado del libro, de los guantes y hasta del bolso con el dinero. Todo eso importa nada cuando su cuerpo se pega al masculino al ser dirigida al suelo, ese simple y banal contacto le electrifica las sensaciones queriendo seguir así el resto del día. Es tan boba cuando está con él, que seguro hasta a su amiga Celine, tan entusiasta en esas lides, le parecerá excesiva su conducta y la reprenderá. Sus mejillas se tiñen de rojo con ese acercamiento tan propio de unos esposos bajando un poco la cabeza con timidez ante su gallardía.
Cuando por fin puede mantener el equilibrio en el piso, mitad ayudada por su pretendiente, mitad porque busca con la mano sostenerse de Thunder aparentando acariciar su lomo, puede sucederse la escena ya antes relatada. Donde un equino reclama su premio tan arrogante como un humano por la empresa cumplida con tal atino y la solicitud de sus manzanas. Tres en total que Madame Abbes no duda en traer con rapidez sonriendo al ver tan soberbia montura. - Hermoso, qué hermoso eres - dice dándole de comer en tanto le acaricia - ya me encargo yo de su montura, mademoiselle De Louise, tremendo susto que nos ha sacado con ese relincho, más vale la pena al ver lo bien que la cuida y cómo lo domina - está sorprendida de que tan indefensa mujer, tan cándida y alegre, así como educada y fina, tenga este lado tan salvaje e impropio para la dama que acostumbra ver. Algo que a la joven mujer sonroja un poco - es uno de mis muchos secretos, madame Abbes - confiesa al tiempo que su colmillito aprieta el labio inferior con preocupación.
Ahora que lo medita, se dejó llevar por la preocupación sin siquiera pensar en lo que podría provocar en la sociedad tremenda aparición. En cuanto madame Violet se entere la reprenderá y esos rumores corren más rápido que el propio Thunder en sus días de mayor actividad. El beso que Bernard le da en el dorso de su mano desnuda impide que siga con ese derrotero mental. Vino a por él, así que le importa poco y nada lo que los demás comenten de su persona. Claro, siempre y cuando él esté de acuerdo con ello. En momentos así, odia a la sociedad con su mente tan pequeña, añorando que sean los sobrenaturales quienes dominaran la mayoría. ¿Y si su actitud daña también la reputación del caballero? Muerde más su labio inferior hasta el extremo, antes de darse cuenta de que si sigue así, tendrá dos heridas en la boca. Si madame Abbes notó los golpes en la joven, es precavida de mantener la boca cerrada. Y así es, la madura dama es capaz de comprender que si algo le pasó a la señorita de alta sociedad que frecuenta su café, será un asunto de ella y del cual es mejor ignorar. - No creo que sea del todo triunfal si toma en cuenta que mi reputación y la suya pueden ser pisoteadas por mi poca prudencia - susurra bajo en tanto él ofrece su brazo que toma como si fuera una tabla de salvación.
La pierna empieza a doler de forma implacable, mira a Thunder tras el comentario de Bernard para sonreír con ternura - es el mejor, el más rápido, el más ágil, el más inteligente, el que sabe sacarme de casa sin que nadie lo note, pasito a pasito antes de que sea demasiado tarde y se lance a la carrera saltando las vallas para poder sentir el viento en el rostro al tiempo que él disfruta de la libertad - susurra como si lo viviera de nuevo, en una sonrisa amplia y el brillo en sus ojos. Algo en su voz, hace que el animal deje de comer para acariciar su cabeza contra la de la dama desprendiendo algunos mechones - quédate quietito, Thunder, obedece y ya vuelvo por ti. ¿Sí? - el caballo mueve la cabeza de arriba a abajo como si asintiera golpeando con la pata diestra el piso relinchando. Annabeth le da palmaditas en el lomo para voltear con Bernard - ¿Lo ves? Es más inteligente que la media - dice orgullosa antes de asentir con la oferta del pastel.
Es hora de ver si puede acortar la distancia del establo a la cafetería. Llena los pulmones de aire para envalentonarse y avanzar conforme él indica el paso que, para su intriga, es más lento de lo que acostumbra. Paso a paso logra llegar a la cafetería sin reflejar demasiado su dolencia. Con una sonrisa media a sus estándares más alegres y cantarinos, disimula su precaria movilidad y logra que nadie se fije demasiado en eso. Apenas toma asiento, aprieta los dientes dejando a la vista la compresión de las mandíbulas a la altura del término de las orejas. Aspira más para relajar los músculos de la pierna antes de que el silencio se instaure entre ellos. Se queda preocupada pensando que seguro le disgustó su presencia en el lugar, lo confirma al ver que él la recorre fijándose en su mediocre peinado y en sus ropajes impropios para la compañera de un caballero de su clase.
Se queda angustiada, sus preguntas sólo la envuelven más en esos pensamientos antes de que baje la mirada jugueteando con sus dedos desnudos - lo siento, no lo pensé. Sé que para su estatus el estar presentada aquí ante usted, con estos desfiguros, con mi cabello pobremente arreglado y los ropajes de montura cuando espera que su novia sea toda una dama de sociedad, son impropios. Lo siento - podría sollozar de no ser porque carece de un pañuelo y de paso, están en un lugar público. Le tiembla el labio inferior sintiendo la opresión en la nariz al tiempo que los ojos se tornan acuosos. Se restriega las manos una contra otra intentando contener el llanto, es demasiado para ella, todo lo vivido la noche anterior, las presiones, los exabruptos en la mansión y de toda la locura, que él vuelva a su vida. Le enloquece. Con discreción se pasa la mano por el rostro quitándose una lágrima recordando la primera frase que Valentine le dijera al volverla a ver - supongo que sigo sin ser una dama a la altura de las circunstancias. Entenderé si decide no volvernos a ver - para su cabeza todo ésto es una vorágine de sentimientos entrecortados y entremezclados.
- Quizá debí quedarme en casa y no venir. Debí hacerle caso a mi nana - susurra bajito.
Cuando por fin puede mantener el equilibrio en el piso, mitad ayudada por su pretendiente, mitad porque busca con la mano sostenerse de Thunder aparentando acariciar su lomo, puede sucederse la escena ya antes relatada. Donde un equino reclama su premio tan arrogante como un humano por la empresa cumplida con tal atino y la solicitud de sus manzanas. Tres en total que Madame Abbes no duda en traer con rapidez sonriendo al ver tan soberbia montura. - Hermoso, qué hermoso eres - dice dándole de comer en tanto le acaricia - ya me encargo yo de su montura, mademoiselle De Louise, tremendo susto que nos ha sacado con ese relincho, más vale la pena al ver lo bien que la cuida y cómo lo domina - está sorprendida de que tan indefensa mujer, tan cándida y alegre, así como educada y fina, tenga este lado tan salvaje e impropio para la dama que acostumbra ver. Algo que a la joven mujer sonroja un poco - es uno de mis muchos secretos, madame Abbes - confiesa al tiempo que su colmillito aprieta el labio inferior con preocupación.
Ahora que lo medita, se dejó llevar por la preocupación sin siquiera pensar en lo que podría provocar en la sociedad tremenda aparición. En cuanto madame Violet se entere la reprenderá y esos rumores corren más rápido que el propio Thunder en sus días de mayor actividad. El beso que Bernard le da en el dorso de su mano desnuda impide que siga con ese derrotero mental. Vino a por él, así que le importa poco y nada lo que los demás comenten de su persona. Claro, siempre y cuando él esté de acuerdo con ello. En momentos así, odia a la sociedad con su mente tan pequeña, añorando que sean los sobrenaturales quienes dominaran la mayoría. ¿Y si su actitud daña también la reputación del caballero? Muerde más su labio inferior hasta el extremo, antes de darse cuenta de que si sigue así, tendrá dos heridas en la boca. Si madame Abbes notó los golpes en la joven, es precavida de mantener la boca cerrada. Y así es, la madura dama es capaz de comprender que si algo le pasó a la señorita de alta sociedad que frecuenta su café, será un asunto de ella y del cual es mejor ignorar. - No creo que sea del todo triunfal si toma en cuenta que mi reputación y la suya pueden ser pisoteadas por mi poca prudencia - susurra bajo en tanto él ofrece su brazo que toma como si fuera una tabla de salvación.
La pierna empieza a doler de forma implacable, mira a Thunder tras el comentario de Bernard para sonreír con ternura - es el mejor, el más rápido, el más ágil, el más inteligente, el que sabe sacarme de casa sin que nadie lo note, pasito a pasito antes de que sea demasiado tarde y se lance a la carrera saltando las vallas para poder sentir el viento en el rostro al tiempo que él disfruta de la libertad - susurra como si lo viviera de nuevo, en una sonrisa amplia y el brillo en sus ojos. Algo en su voz, hace que el animal deje de comer para acariciar su cabeza contra la de la dama desprendiendo algunos mechones - quédate quietito, Thunder, obedece y ya vuelvo por ti. ¿Sí? - el caballo mueve la cabeza de arriba a abajo como si asintiera golpeando con la pata diestra el piso relinchando. Annabeth le da palmaditas en el lomo para voltear con Bernard - ¿Lo ves? Es más inteligente que la media - dice orgullosa antes de asentir con la oferta del pastel.
Es hora de ver si puede acortar la distancia del establo a la cafetería. Llena los pulmones de aire para envalentonarse y avanzar conforme él indica el paso que, para su intriga, es más lento de lo que acostumbra. Paso a paso logra llegar a la cafetería sin reflejar demasiado su dolencia. Con una sonrisa media a sus estándares más alegres y cantarinos, disimula su precaria movilidad y logra que nadie se fije demasiado en eso. Apenas toma asiento, aprieta los dientes dejando a la vista la compresión de las mandíbulas a la altura del término de las orejas. Aspira más para relajar los músculos de la pierna antes de que el silencio se instaure entre ellos. Se queda preocupada pensando que seguro le disgustó su presencia en el lugar, lo confirma al ver que él la recorre fijándose en su mediocre peinado y en sus ropajes impropios para la compañera de un caballero de su clase.
Se queda angustiada, sus preguntas sólo la envuelven más en esos pensamientos antes de que baje la mirada jugueteando con sus dedos desnudos - lo siento, no lo pensé. Sé que para su estatus el estar presentada aquí ante usted, con estos desfiguros, con mi cabello pobremente arreglado y los ropajes de montura cuando espera que su novia sea toda una dama de sociedad, son impropios. Lo siento - podría sollozar de no ser porque carece de un pañuelo y de paso, están en un lugar público. Le tiembla el labio inferior sintiendo la opresión en la nariz al tiempo que los ojos se tornan acuosos. Se restriega las manos una contra otra intentando contener el llanto, es demasiado para ella, todo lo vivido la noche anterior, las presiones, los exabruptos en la mansión y de toda la locura, que él vuelva a su vida. Le enloquece. Con discreción se pasa la mano por el rostro quitándose una lágrima recordando la primera frase que Valentine le dijera al volverla a ver - supongo que sigo sin ser una dama a la altura de las circunstancias. Entenderé si decide no volvernos a ver - para su cabeza todo ésto es una vorágine de sentimientos entrecortados y entremezclados.
- Quizá debí quedarme en casa y no venir. Debí hacerle caso a mi nana - susurra bajito.
Annabeth De Louise- Humano Clase Alta
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Re: La belle et les bêtes (privado)
Para Bernard aquella escena se vuelve aún más surrealista cuando el aroma de ella lo envuelve, cuando sus femeninas manos se aferran primero a su nuca y luego a su antebrazo, cuando puede volver a perderse en aquellos ojos de un azul tan intenso, cuando cada fibra de su ser vibra al mismo son que el cuerpo de su dama. Se permite el lujo de suspirar en su pelo mientras se apea del caballo, de estrecharle la cintura mientras ella se afianza en el suelo, no puede evitarlo, la necesita, necesita tocarla, sentirla a su lado y sentir que está bien, un sentimiento más oscuro empieza a nacer dentro de él ¿y si alguien le ha hecho aquello?¿Quién ha podido herir así a una dama como ella?¿Quién podía atreverse a semejante acto? Si aquello de verdad era obra de algún desalmado, el licántropo no iba a dejar piedra sin remover hasta que pagara con creces aquella fechoría. Un pequeño dolor en el pecho se acomoda entre ambos pulmones. Descubre en aquel momento que protegerla es una prioridad, que la simple idea de que a aquellos ojos azules les ocurre algo se le vuelve insoportable, inaguantable. Haría todo lo posible por protegerla, se prometió en aquel instante.
Su repentina preocupación lo coge por sorpresa, suele ser ella la que le reprende por ser demasiado correcto o demasiado formal, por lo que aquella muestra de preocupación por la honra de ambos tampoco es algo común. Un poco sorprendido intenta quitarle hierro al asunto -¿Bromea mademoiselle? A los que más ha dejado en evidencia es a la mitad del cuerpo de húsares, que no serían capaces de repetir esa hazaña de la hípica- responde divertido, aunque preocupado por el estado de la dama.
Se queda contemplando al noble animal tras el comentario de la dama. Tras semejante galope, su respiración es ya tranquila y sosegada y sus fuertes cascos golpean los adoquines con fuerza mal contenida. Su mirada no deja de rebotar entre el licántropo y su dueña, lo que explicaría el nerviosismo del animal al reaccionar al olor del lobo, por lo que se abstiene de tocarlo otra vez, intentando limitar su alteración a la mínima necesaria hasta que ambos toman el breve camino hasta la pastelería.
En el camino de vuelta, se hace patente para el ojo predador del lobo que aquella dama tiene una herida en la parte inferior del cuerpo que le impide moverse con su soltura y elegancia normales. La presión de sus dedos en el antebrazo no es la normal, dejando caer parte de su peso en él mientras anda. El olor a sangre es sin embargo empalagoso y pesado para el sensible olfato de la bestia, que no puede evitar con preocupación apenas contenida todos los movimientos de la dama, porque de no hacerlo, su mirada se centraría en los golpes y cortes de la cara y Bernard no sabe que le pone más nervioso en aquel momento.
Las disculpas tan nerviosas unidas a la profunda tristeza que destilan aquellos irises azules le confirman al caballero que algo definitivamente no ha ido bien. Su frente se perla de sudor mientras escucha las palabras de su dama con creciente pánico. Sabía que no era bueno con las palabras pero ¿de verdad se había explicado tan sumamente mal? Al ver como aquella expresión tan triste degenera en unos pequeños mohines, antecediendo al llanto que se agolpa tras las pestañas de la aristócratas, Bernard solo puede reaccionar pasándose brevemente su pequeño pañuelo por la frente antes de suspirar. Algo más recompuesto sus manos toman las inquietas manos de la joven en un gesto firme pero cálido. –Debo de haberme explicado sumamente mal Annabeth. Cierto que me parece una locura que vengas aquí en tu estado pero no por tus ropas o por tu cabello, que por cierto ese aspecto salvaje de amazona, de noble sármata, de Atenea ataviada para la batalla me parece que te favorece mucho- responde aumentando levemente la presión en las manos de ella, transmitiéndole calidez y carraspeando antes de continuar con la parte complicada de verdad –Te dije Annabeth hace dos meses en el río que la única opinión importante para mí es la de usted. Lo que si me preocupa de sobremanera son esos golpes en la cara, ese corte en el labio y esa pierna lesionada- continúa con voz pausada –Por eso le he preguntado si te ha ocurrido algo Annabeth, para poder escucharte, comprenderte, ayudarte.- finaliza tras depositar otro pequeño aunque sonoro beso en el dorso de su mano.
Su repentina preocupación lo coge por sorpresa, suele ser ella la que le reprende por ser demasiado correcto o demasiado formal, por lo que aquella muestra de preocupación por la honra de ambos tampoco es algo común. Un poco sorprendido intenta quitarle hierro al asunto -¿Bromea mademoiselle? A los que más ha dejado en evidencia es a la mitad del cuerpo de húsares, que no serían capaces de repetir esa hazaña de la hípica- responde divertido, aunque preocupado por el estado de la dama.
Se queda contemplando al noble animal tras el comentario de la dama. Tras semejante galope, su respiración es ya tranquila y sosegada y sus fuertes cascos golpean los adoquines con fuerza mal contenida. Su mirada no deja de rebotar entre el licántropo y su dueña, lo que explicaría el nerviosismo del animal al reaccionar al olor del lobo, por lo que se abstiene de tocarlo otra vez, intentando limitar su alteración a la mínima necesaria hasta que ambos toman el breve camino hasta la pastelería.
En el camino de vuelta, se hace patente para el ojo predador del lobo que aquella dama tiene una herida en la parte inferior del cuerpo que le impide moverse con su soltura y elegancia normales. La presión de sus dedos en el antebrazo no es la normal, dejando caer parte de su peso en él mientras anda. El olor a sangre es sin embargo empalagoso y pesado para el sensible olfato de la bestia, que no puede evitar con preocupación apenas contenida todos los movimientos de la dama, porque de no hacerlo, su mirada se centraría en los golpes y cortes de la cara y Bernard no sabe que le pone más nervioso en aquel momento.
Las disculpas tan nerviosas unidas a la profunda tristeza que destilan aquellos irises azules le confirman al caballero que algo definitivamente no ha ido bien. Su frente se perla de sudor mientras escucha las palabras de su dama con creciente pánico. Sabía que no era bueno con las palabras pero ¿de verdad se había explicado tan sumamente mal? Al ver como aquella expresión tan triste degenera en unos pequeños mohines, antecediendo al llanto que se agolpa tras las pestañas de la aristócratas, Bernard solo puede reaccionar pasándose brevemente su pequeño pañuelo por la frente antes de suspirar. Algo más recompuesto sus manos toman las inquietas manos de la joven en un gesto firme pero cálido. –Debo de haberme explicado sumamente mal Annabeth. Cierto que me parece una locura que vengas aquí en tu estado pero no por tus ropas o por tu cabello, que por cierto ese aspecto salvaje de amazona, de noble sármata, de Atenea ataviada para la batalla me parece que te favorece mucho- responde aumentando levemente la presión en las manos de ella, transmitiéndole calidez y carraspeando antes de continuar con la parte complicada de verdad –Te dije Annabeth hace dos meses en el río que la única opinión importante para mí es la de usted. Lo que si me preocupa de sobremanera son esos golpes en la cara, ese corte en el labio y esa pierna lesionada- continúa con voz pausada –Por eso le he preguntado si te ha ocurrido algo Annabeth, para poder escucharte, comprenderte, ayudarte.- finaliza tras depositar otro pequeño aunque sonoro beso en el dorso de su mano.
Bernard Favre- Licántropo Clase Media
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Re: La belle et les bêtes (privado)
Vaya que es un día muy malo para la pequeña De Louise, quien tiene que soportar el dolor de sus heridas y aparte, el de su corazón que se hace pedazos al comprender que el caballero necesita una imagen que mantener para bienestar de sus negocios y su buena reputación. El llegar toda desaliñada es causal de los cuchicheos. Y si los hay, lo que ella desconoce, es porque muchos admiran su habilidad de controlar a un caballo mucho más grande que la media, en el que ella parece sólo un crío pequeño y algunos más piensan que sus heridas se deben a que seguro el animal la ha tumbado un par de veces antes de que haya logrado domarle. Su apariencia es acorde a lo que cualquier mujer de alta sociedad elegiría para una actividad donde sólo la montura importa, inclusive, la parte alta del vestido acentúa su figura y el cinturón en su cintura la hace lucir más diminuta llamando la atención de un par de caballeros con pensamientos muy diferentes donde ellos sean la montura y la joven su jinete.
Los cabellos desordenados en lugar de darle un aspecto impropio, sólo remarcan su dulce rostro y sus facciones elegantes y distinguidas, haciéndola lucir más vulnerable. Aunado a la forma en que aprieta los labios procurando que el llanto se vaya lejos, se antojaría abrazarla para confortar a tal mujer tras un gran susto como lo fue el que el semental se haya levantado sobre sus cuartos traseros. Más Annabeth ignora todo ésto, sólo está sumida en un mar de desesperación como resultado de una semana agotadora donde lo que debería hacer es recostarse por dos días sin levantarse, incluso, si tuviera que comer, debería ser en su enorme lecho. Uno que como su mansión, es tan grande que a veces reniega por haberlo elegido así. La diminuta mujer porque comparada con la estatura de Bernard, es más pequeña con su metro setenta de estatura y sin los zapatos de tacón que acostumbra, queda mucho más baja de lo acostumbrado, sólo denota tristeza e impotencia.
El roce de las manos masculinas envolviendo las suyas le obligan a alzar la mirada con esos ojos azules como agua pura que le observan con vulnerabilidad. Sus palabras van endureciendo sus orbes hasta que sólo hay un cielo dulce y tranquilo que es acompañado por una exhalación suave de puro alivio que se escapa por su boca de fresa antes de que sus labios se extiendan un poco en lo que podría ser una sonrisa sin llegar a serlo en su totalidad. Su colmillito atrapa de nuevo su pliegue bucal inferior antes de asentir levemente. Hasta suelta una risita nerviosa con la comparación que él hace de ella con una sármata. La continuación de sus palabras la deja muda. ¿Tanto se nota que está mal de la pierna por más que intentó disimular? Una de dos, está perdiendo el toque de la actuación o él es demasiado observador y con un solo movimiento en falso, la descubrió por completo.
Su músculo bucal recorre sus labios antes de que, cual iluminada por los dioses, madame Abbes se presente entregando el típico café de Bernard y el té de la inglesa - servidos, les traigo un trío de tartas a probar, cortesía de la casa a tan amables clientes y espero que todo esté bien, mademoiselle De Louise. Perdone mi curiosidad ¿Acaso fue asaltada como algunas jóvenes que les ha pasado en los caminos? Dicen que hay una banda de desalmados ladrones, espero que no sea su caso - salvada por la campana. Ahí tiene una escapatoria. Va a decir que sí cuando se queda pensando una fracción de segundo que semejante comentario la hará la comidilla de todos. Por lo que niega con la cabeza antes de responder - tuve un encuentro poco afortunado anoche con alguien en casa, se me atravesó el perro que perseguía a mi gato y en el proceso, terminé rodando por las escaleras, más fuera del susto y estos pocos golpes, estamos los tres en perfectas condiciones, madame Abbes. Era muy noche y salí asustada por el escándalo, debí esperar a mi ama de llaves con los candiles - explica haciendo que la mujer niegue con la cabeza - en ocasiones mi señora, deberá hacer caso omiso de las peleas domésticas y dejar que se arreglen solos. Qué bueno que no pasó a mayores, no debería estar montando a caballo de tener una lesión en la pierna. Estoy segura que messié Favre le llevará en su carruaje sana y salva a su hogar - la mirada que le da al caballero es elocuente.
Como la deje ir de nuevo montada en el caballo, madame Abbes se encargará de ponerle un buen digestivo a la siguiente bebida que él consuma en su comercio para hacerle saber cuán molesta estaría de dejarla ir así. Tras una reverencia, se retira dejándolos solos con tres tartas: una de chocolate, una de frutos rojos y una más de durazno. Annabeth toma el tenedor para cortar la última y dar un pequeño bocado buscando las palabras que deberá decirle a Bernard porque por supuesto él no se creerá tan fácil eso de la caída por las escaleras. La porción del postre de durazno endulza un tanto sus papilas amargas, piensa en qué decir porque entiende que si Bernard va a ser parte de su vida, tiene que hacerlo partícipe de todo lo que le acontece. Así que darle un pequeño esbozo no estaría mal - mi familia tenía un negocio bastante interesante. Tenían una red de espionaje en toda Europa y parte de América, digamos que - se interrumpe. Ahora que empezó no sabe cómo continuar.
Se acaricia la frente con nerviosismo sin saber qué decirle - digamos que me pidieron algo, así que fui a buscarlo ayer a un nosocomio en las afueras de la ciudad, está ya abandonado. Entré de día, más no sé por qué perdí la noción del tiempo, cuando me dí cuenta era de noche y corría para escapar de ahí cuando - no le va a decir que fue atacada por el fantasma, así que lo acorta - cuando me caí y bueno, me lastimé la pierna y eso - hace una mueca, porque los golpes de la cara fueron los del espíritu enojado por haberse adentrado en sus dominios. Sus manos tiemblan al recordarlo en tanto toma la taza a diferencia de lo que acostumbra, con ambas palmas como si los dedos fueran insuficientes para sostenerla. Incluso, cuando se la lleva a la boca, la porcelana tiembla un poco. - He tenido una semana espantosa con cada cosa que me han pedido - deja la taza sobre el platito.
Coloca los codos sobre la mesa para sostener con sus palmas su rostro. Está agotada. Por primera vez en su vida, necesita descanso.
Los cabellos desordenados en lugar de darle un aspecto impropio, sólo remarcan su dulce rostro y sus facciones elegantes y distinguidas, haciéndola lucir más vulnerable. Aunado a la forma en que aprieta los labios procurando que el llanto se vaya lejos, se antojaría abrazarla para confortar a tal mujer tras un gran susto como lo fue el que el semental se haya levantado sobre sus cuartos traseros. Más Annabeth ignora todo ésto, sólo está sumida en un mar de desesperación como resultado de una semana agotadora donde lo que debería hacer es recostarse por dos días sin levantarse, incluso, si tuviera que comer, debería ser en su enorme lecho. Uno que como su mansión, es tan grande que a veces reniega por haberlo elegido así. La diminuta mujer porque comparada con la estatura de Bernard, es más pequeña con su metro setenta de estatura y sin los zapatos de tacón que acostumbra, queda mucho más baja de lo acostumbrado, sólo denota tristeza e impotencia.
El roce de las manos masculinas envolviendo las suyas le obligan a alzar la mirada con esos ojos azules como agua pura que le observan con vulnerabilidad. Sus palabras van endureciendo sus orbes hasta que sólo hay un cielo dulce y tranquilo que es acompañado por una exhalación suave de puro alivio que se escapa por su boca de fresa antes de que sus labios se extiendan un poco en lo que podría ser una sonrisa sin llegar a serlo en su totalidad. Su colmillito atrapa de nuevo su pliegue bucal inferior antes de asentir levemente. Hasta suelta una risita nerviosa con la comparación que él hace de ella con una sármata. La continuación de sus palabras la deja muda. ¿Tanto se nota que está mal de la pierna por más que intentó disimular? Una de dos, está perdiendo el toque de la actuación o él es demasiado observador y con un solo movimiento en falso, la descubrió por completo.
Su músculo bucal recorre sus labios antes de que, cual iluminada por los dioses, madame Abbes se presente entregando el típico café de Bernard y el té de la inglesa - servidos, les traigo un trío de tartas a probar, cortesía de la casa a tan amables clientes y espero que todo esté bien, mademoiselle De Louise. Perdone mi curiosidad ¿Acaso fue asaltada como algunas jóvenes que les ha pasado en los caminos? Dicen que hay una banda de desalmados ladrones, espero que no sea su caso - salvada por la campana. Ahí tiene una escapatoria. Va a decir que sí cuando se queda pensando una fracción de segundo que semejante comentario la hará la comidilla de todos. Por lo que niega con la cabeza antes de responder - tuve un encuentro poco afortunado anoche con alguien en casa, se me atravesó el perro que perseguía a mi gato y en el proceso, terminé rodando por las escaleras, más fuera del susto y estos pocos golpes, estamos los tres en perfectas condiciones, madame Abbes. Era muy noche y salí asustada por el escándalo, debí esperar a mi ama de llaves con los candiles - explica haciendo que la mujer niegue con la cabeza - en ocasiones mi señora, deberá hacer caso omiso de las peleas domésticas y dejar que se arreglen solos. Qué bueno que no pasó a mayores, no debería estar montando a caballo de tener una lesión en la pierna. Estoy segura que messié Favre le llevará en su carruaje sana y salva a su hogar - la mirada que le da al caballero es elocuente.
Como la deje ir de nuevo montada en el caballo, madame Abbes se encargará de ponerle un buen digestivo a la siguiente bebida que él consuma en su comercio para hacerle saber cuán molesta estaría de dejarla ir así. Tras una reverencia, se retira dejándolos solos con tres tartas: una de chocolate, una de frutos rojos y una más de durazno. Annabeth toma el tenedor para cortar la última y dar un pequeño bocado buscando las palabras que deberá decirle a Bernard porque por supuesto él no se creerá tan fácil eso de la caída por las escaleras. La porción del postre de durazno endulza un tanto sus papilas amargas, piensa en qué decir porque entiende que si Bernard va a ser parte de su vida, tiene que hacerlo partícipe de todo lo que le acontece. Así que darle un pequeño esbozo no estaría mal - mi familia tenía un negocio bastante interesante. Tenían una red de espionaje en toda Europa y parte de América, digamos que - se interrumpe. Ahora que empezó no sabe cómo continuar.
Se acaricia la frente con nerviosismo sin saber qué decirle - digamos que me pidieron algo, así que fui a buscarlo ayer a un nosocomio en las afueras de la ciudad, está ya abandonado. Entré de día, más no sé por qué perdí la noción del tiempo, cuando me dí cuenta era de noche y corría para escapar de ahí cuando - no le va a decir que fue atacada por el fantasma, así que lo acorta - cuando me caí y bueno, me lastimé la pierna y eso - hace una mueca, porque los golpes de la cara fueron los del espíritu enojado por haberse adentrado en sus dominios. Sus manos tiemblan al recordarlo en tanto toma la taza a diferencia de lo que acostumbra, con ambas palmas como si los dedos fueran insuficientes para sostenerla. Incluso, cuando se la lleva a la boca, la porcelana tiembla un poco. - He tenido una semana espantosa con cada cosa que me han pedido - deja la taza sobre el platito.
Coloca los codos sobre la mesa para sostener con sus palmas su rostro. Está agotada. Por primera vez en su vida, necesita descanso.
Annabeth De Louise- Humano Clase Alta
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Re: La belle et les bêtes (privado)
No es fácil para el caballero ser testigo de aquel cambio, de aquella metamorfosis tan humana y tan alienígena al mismo tiempo. Es cierto que su querida Annabeth es una persona y como tal tiene sentimientos, se cansa, se puede poner triste, enfadarse, sangrar, llorar y poner aquella cara de pena que le estaba matando lentamente. También puede vestir de la manera que quiera y no llevar siempre perfecto su cabello, pero se había acostumbrado durante aquellos dos meses a aquella dama perfecta en todos los aspectos, siempre con una sonrisa gentil, siempre con aquella fuerza y energía que la caracterizaban. Siempre con aquella perfecta apariencia, aquella cara impolutamente maquillada enmarcada por su siempre bien peinado cabello, un conjunto acompañado siempre por los más exquisitos vestidos. Sin embargo, aquella Annabeth se mostraba frágil, toda la energía y brío de la dama se usaban en mantenerla con aquel perfecto porte incluso en aquellas circunstancias. Sin embargo para un ojo que por suerte se había acostumbrado a verla en sus óptimas capacidades aquella dama estaba pasando por un momento muy malo.
Y Bernard supo con total seguridad que la quería en aquel preciso instante, como no había querido antes a otra persona. Lejos de molestarle la imagen que aquella dama mostraba aquel día, solo veía que todo lo que la había atraído de ella no era un espejismo que desaparecía tras las cortinas del lujo, que aquella mujer era de carne y hueso, que pese a lo que pudiera haber pensado en un principio, su Afrodita particular no era una diosa, pues sangraba como los humanos como él. Lo que si llegó a odiar hasta aborrecerlo fue a todo lo demás, todo aquello que le impedía levantar a aquella dama y llevarla hasta su silla como ella se merecía, que le impedía darle un abrazo reconfortante o besar aquellos labios lastimados con infinito cuidado y ternura, pero sobre todo odiaba unas reglas sociales capaces de mortificar a una mujer en aquel estado en vez de ayudarla y facilitarle la situación.
Todos aquellos pensamientos pasan por su mente mientras espera la contestación a su pregunta. Si tan solo supiera que tan solo desea protegerla, no por ser más débil si no como todos necesitan ayuda en ciertas situaciones, si pudiera hacerle ver que la seguiría hasta el fin del mundo y la mantendría a salvo.
Madamme Abbes interrumpe aquellos pensamientos con su gentileza y osadía a las que ya se ha acostumbrado con cariño y aprecio. –Muchas gracias mademoiselle y no se preocupe, le aseguro que no voy a permitir que le ocurra nada más ¡Estas mascotas suyas acabarán con ella algún día! – exclama divertido mirando aquellos ojos azules.
Y allí estaba, él mismo se había prometido acompañarla hasta el fin del mundo y si aquella declaración era cierta, no distaba mucho de serlo pero ¿Por qué iba a ser una farsa? Las implicaciones de aquella declaración eran simplemente inconmensurables y la aristócrata no era dada a aquellas bromas de tan mal gusto ¿Estaba siendo sincero con él entonces? Su Annabeth, aquella dulce y perfecta damisela siendo poco menos que una espía buscado dios sabía que en un hospicio abandonado. Su cabeza daba algunas vueltas sin soltar las manos de la joven, aunque las suyas empezaban a enfriarse y a sudar por instantes. Demasiado vaga la explicación para un tema tan enorme pero ¿Cómo hablar de aquello en una cafetería en la que ya habían llamado la atención? No tenía sentido desde luego por lo que por el momento era más que suficiente información para ir digiriéndola.
Tragó algo de saliva mientras volvía a acariciar las manos de ella, moviendo levemente el pulgar sobre el dorso de ella, tanto para mostrarle apoyo como para reactivar la circulación que parecía negarse a entrar en sus falanges, cada vez más frías. –Annabeth yo…- ¿Cómo podía estar sudando tanto por la espalda en aquel momento? Ella necesitaba su ayuda, había sido sincera y necesitaba saber más de todo aquello, pero para ello debía de estar al menos a la altura de la situación que ella le planteaba. –Annabeth, te quiero- estaba claro que no era ni lo que iba a decir ni el lugar indicado para revelar aquella información, pero el resto de pensamientos de su cabeza estaban demasiado enrevesados como para que sus labios dieran forma a cualquiera de ellos. Tras una breve pausa decidió intentarlo por tercera vez –De verdad que valoro mucho que hayas venido en tu estado a tu cita conmigo Annabeth, lo valoro muchísimo- respondió al fin esbozando una sonrisa nerviosa –Así que creo que yo debería hacer algo también por usted ¿Qué le parece si acabamos estos deliciosos pasteles y la llevo a su mansión en mi carruaje? Está claro que necesita descansar después de tan agotadora semana mademoiselle y por supuesto podremos retomar la conversación en el trayecto, estaba siendo de lo más interesante, al fin y al cabo hay ciertos temas complicados de tratar con tan deliciosas tartas delante- responde mirándola seriamente a los ojos, intentando transmitir su interés de continuar con la conversación. –Estaré encantado de saber más de tan traviesas masscotas- ¿De verdad estaba dispuesto a conocer aquel extraño mundo? Un mundo en el que la simple superficie ya le daba pavor, aunque más miedo le daba aún dejar a aquella preciosidad frente a algo capaz de dejarla en tal estado.
Y Bernard supo con total seguridad que la quería en aquel preciso instante, como no había querido antes a otra persona. Lejos de molestarle la imagen que aquella dama mostraba aquel día, solo veía que todo lo que la había atraído de ella no era un espejismo que desaparecía tras las cortinas del lujo, que aquella mujer era de carne y hueso, que pese a lo que pudiera haber pensado en un principio, su Afrodita particular no era una diosa, pues sangraba como los humanos como él. Lo que si llegó a odiar hasta aborrecerlo fue a todo lo demás, todo aquello que le impedía levantar a aquella dama y llevarla hasta su silla como ella se merecía, que le impedía darle un abrazo reconfortante o besar aquellos labios lastimados con infinito cuidado y ternura, pero sobre todo odiaba unas reglas sociales capaces de mortificar a una mujer en aquel estado en vez de ayudarla y facilitarle la situación.
Todos aquellos pensamientos pasan por su mente mientras espera la contestación a su pregunta. Si tan solo supiera que tan solo desea protegerla, no por ser más débil si no como todos necesitan ayuda en ciertas situaciones, si pudiera hacerle ver que la seguiría hasta el fin del mundo y la mantendría a salvo.
Madamme Abbes interrumpe aquellos pensamientos con su gentileza y osadía a las que ya se ha acostumbrado con cariño y aprecio. –Muchas gracias mademoiselle y no se preocupe, le aseguro que no voy a permitir que le ocurra nada más ¡Estas mascotas suyas acabarán con ella algún día! – exclama divertido mirando aquellos ojos azules.
Y allí estaba, él mismo se había prometido acompañarla hasta el fin del mundo y si aquella declaración era cierta, no distaba mucho de serlo pero ¿Por qué iba a ser una farsa? Las implicaciones de aquella declaración eran simplemente inconmensurables y la aristócrata no era dada a aquellas bromas de tan mal gusto ¿Estaba siendo sincero con él entonces? Su Annabeth, aquella dulce y perfecta damisela siendo poco menos que una espía buscado dios sabía que en un hospicio abandonado. Su cabeza daba algunas vueltas sin soltar las manos de la joven, aunque las suyas empezaban a enfriarse y a sudar por instantes. Demasiado vaga la explicación para un tema tan enorme pero ¿Cómo hablar de aquello en una cafetería en la que ya habían llamado la atención? No tenía sentido desde luego por lo que por el momento era más que suficiente información para ir digiriéndola.
Tragó algo de saliva mientras volvía a acariciar las manos de ella, moviendo levemente el pulgar sobre el dorso de ella, tanto para mostrarle apoyo como para reactivar la circulación que parecía negarse a entrar en sus falanges, cada vez más frías. –Annabeth yo…- ¿Cómo podía estar sudando tanto por la espalda en aquel momento? Ella necesitaba su ayuda, había sido sincera y necesitaba saber más de todo aquello, pero para ello debía de estar al menos a la altura de la situación que ella le planteaba. –Annabeth, te quiero- estaba claro que no era ni lo que iba a decir ni el lugar indicado para revelar aquella información, pero el resto de pensamientos de su cabeza estaban demasiado enrevesados como para que sus labios dieran forma a cualquiera de ellos. Tras una breve pausa decidió intentarlo por tercera vez –De verdad que valoro mucho que hayas venido en tu estado a tu cita conmigo Annabeth, lo valoro muchísimo- respondió al fin esbozando una sonrisa nerviosa –Así que creo que yo debería hacer algo también por usted ¿Qué le parece si acabamos estos deliciosos pasteles y la llevo a su mansión en mi carruaje? Está claro que necesita descansar después de tan agotadora semana mademoiselle y por supuesto podremos retomar la conversación en el trayecto, estaba siendo de lo más interesante, al fin y al cabo hay ciertos temas complicados de tratar con tan deliciosas tartas delante- responde mirándola seriamente a los ojos, intentando transmitir su interés de continuar con la conversación. –Estaré encantado de saber más de tan traviesas masscotas- ¿De verdad estaba dispuesto a conocer aquel extraño mundo? Un mundo en el que la simple superficie ya le daba pavor, aunque más miedo le daba aún dejar a aquella preciosidad frente a algo capaz de dejarla en tal estado.
Bernard Favre- Licántropo Clase Media
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Re: La belle et les bêtes (privado)
Pillada estoy. Pillada, quemada, golpeada, maltratada y muchas "adas" más. Estoy en un momento de mi vida donde veo una encrucijada gigante de lo que quiero y lo que debo hacer. Y es más mi lado emocional el que me atrapa que el práctico. Me siento tan humillada -ahí está, otra "ada"- por lo acontecido en el nosocomio, por las heridas infringidas tanto en mi espíritu como en mi cuerpo. Que él apareciera para rescatarme es el peor fracaso desde que tomé Phoenix en mis manos. ¿Por qué? Por sus palabras. Me sentí tan capaz de avanzar en la vida sola, de hacerme cargo de todas las ocupaciones en mi mansión y en mi sociedad que me olvidé del punto más importante de todos: yo. Y sí, es mi persona la parte medular, sobre la que todo gira haciendo que las cosas funcionen. Si estoy mal, todos lo están. Mi agotamiento mental, físico y emocional da prueba de ésto. De que quise abarcar con mis cortos brazos un enorme reto que resultó ser mucho más grande que una ballena.
Fútil es mi intento porque todo salga bien, de que las cosas funcionen si mi propio ser carece de movilidad y de espíritu. Mis padres por eso participaban activamente coordinándose, apoyándose, equilibrándose. Estoy sola. Necesito un soporte a mi lado. Alguien que pueda comprender lo que me pasa, todos los enredos deben deshacerse entre dos o más personas y quiero abarcarlo todo creyendo que puedo y la realidad me abofetea en forma fantasmagórica una y otra vez. Causando daño en mi pómulo, en mi labio y en mi pierna. ¿Ves que no puedo sola? ¿Entiendes lo que necesito de ti? Es en este momento en que, sentada frente a la persona que se está convirtiendo en la parte más importante de mi existencia que comprendo que fui una tonta. Y esa persona eres tú. Quisiera que las lágrimas pudieran resbalar por mis mejillas para así paliar el dolor que tengo de sentirme derrotada.
Quisiera que pudieras tocarme, sentir tus brazos alrededor mío dándome la contención que necesito. ¿No entiendes cómo me siento? Es por mi propia falta de confianza en tu persona. Ahora lo sé. Te miro en tanto muerdo mi labio inferior sintiendo cómo el dolor me golpea el lado contrario de mis pliegues bucales herido de antemano. Antes de llegar hasta este lugar donde me esperabas con impaciencia, ya venía más que herida. Es contigo donde tengo un refugio el cual no quiero perder. ¿Cómo decírtelo sin que salgas corriendo? ¿Cómo hacerte ver hasta dónde mis ocupaciones limitan mis tiempos sin tener un espacio para verte con más frecuencia? Es ésta mi auto-penitencia. ¿Por qué? Por desear que mis padres se sintieran orgullosos y en algún lugar del otro mundo, sé que están gritándome para que pueda entender que mi vanidad no puede ser mi punto de apoyo. Te necesito, ¿Serás capaz de soportar toda la verdad?
Y héme aquí, frente a ti, sin saber qué decirte, qué hacer, limitada por una sociedad que me hostiga, que me obliga a ser la dama educada, culta, perfecta que ahora sólo soy un pálido reflejo de aquélla que te gustara para que empezaras a pretenderla. ¿De verdad te importa poco lo que los demás digan y sólo es mi palabra la que escuchas? Quisiera que fuera así realmente. Que no veas más allá de lo que los demás y que sean tus propios ojos los que me juzguen. Llamas mi atención pronunciando mi nombre, un éxito tras muchos fracasos que logré contigo. Que logramos juntos. Y como si mis padres decidieran darme una lección de humildad, pronuncias la frase más hermosa que jamás he escuchado en tus labios. Que me quieres. ¡Me quieres! - ¿Me quieres? - escucho esa pregunta al tiempo que mis propios temores son reflejados en ella.
Cual espejo, te hago saber que no entiendo por qué lo dices, que no lo logro comprender. La tan inteligente Annabeth De Louise sólo está en estos instantes acongojada y agotada, ¿Por qué me quieres? Quisiera decirte tanto, quisiera que todo ésto sea un mal episodio, que pasara el tiempo y voltear atrás teniéndote todavía a mi lado para recordarlo con diversión en tanto bromeamos. ¿Lo lograremos? - También te quiero, Bernard - susurro porque si deseo que ésto cristalice, tengo que ser sincera de una vez por todas, decirte todo lo que necesites para quitar la niebla y poder tener la visión completa - te quiero tanto que me duele, me duele no estar contigo, no dedicarte tiempo, tener que estar al pendiente de mis ocupaciones y relegarte a segundo término me lastima más que mi pierna herida, que mi labio roto o que el pómulo golpeado. Me duele no estar contigo - ahí está, vas bien Anna. Puedo decirte en realidad lo que me acontece.
Dejo que la saliva pase a trompicones por mi garganta cerrada haciendo que ese simple espasmo duela. - ¿Cómo no venir? ¿Cómo si te necesito más que el aire que respiro? - si te suena a poesía barata, ¡Qué suene así! Porque es la verdad. Ya necesito verte tanto que me es imposible concentrarme y pensar en algo que no seas tú. ¡Tienes la culpa! Has sido tan maravilloso, tan agradable la mayor parte del tiempo que todo ésto de anoche es una carga que debo quitarme de los hombros para convivir contigo. Propones irnos, voy a decirte que sí con mi cabeza cuando escucho que iremos a "mi" mansión. Eso significará que todos te mirarán, que él se hará presente y lo arruinará todo. Gimoteo llevándome las manos al rostro antes de siquiera pensar en alguna solución. ¿Tengo que decirte todo respecto a Phoenix? Lo haré.
Mis traviesas mascotas, claro. Perros, gatos, arañas, serpientes, de todo hay en mi hogar. Quisiera tener otra solución para no llegar a él y de pronto, como si la luz se encendiera en mi cabeza, pienso en algo que alarga mis labios para sonreír, te miro como si fueses tú el único escape de mi locura - te lo conmuto Bernard. No quiero ir a mi casa a seguir solucionando problemas. Quiero paz. Quiero estar contigo. Y que tiemble la tierra, estallen los volcanes y el cielo se caiga porque te propongo llevarme a tu casa. Quiero ir a tu casa, donde nadie nos vea, donde pueda tocarte, donde pueda dejarme envolver por el sueño entre tus brazos. ¿Suena demasiado atrevido? Castígame entonces. Sólo quiero demostrarte que esta vez, no voy a mentirte ni a ocultarte nada. Castígame si soy una impertinente, más quiero ir contigo a donde sea, sólo que la condición es que nadie nos moleste - mi voz se rompe al final, como un vidrio golpeado por un martillo. Es mi propio ego el que ha sido machacado. Es mi propia autoestima la que necesita ser restaurada y sé que sólo contigo podré rehacerme.
Fútil es mi intento porque todo salga bien, de que las cosas funcionen si mi propio ser carece de movilidad y de espíritu. Mis padres por eso participaban activamente coordinándose, apoyándose, equilibrándose. Estoy sola. Necesito un soporte a mi lado. Alguien que pueda comprender lo que me pasa, todos los enredos deben deshacerse entre dos o más personas y quiero abarcarlo todo creyendo que puedo y la realidad me abofetea en forma fantasmagórica una y otra vez. Causando daño en mi pómulo, en mi labio y en mi pierna. ¿Ves que no puedo sola? ¿Entiendes lo que necesito de ti? Es en este momento en que, sentada frente a la persona que se está convirtiendo en la parte más importante de mi existencia que comprendo que fui una tonta. Y esa persona eres tú. Quisiera que las lágrimas pudieran resbalar por mis mejillas para así paliar el dolor que tengo de sentirme derrotada.
Quisiera que pudieras tocarme, sentir tus brazos alrededor mío dándome la contención que necesito. ¿No entiendes cómo me siento? Es por mi propia falta de confianza en tu persona. Ahora lo sé. Te miro en tanto muerdo mi labio inferior sintiendo cómo el dolor me golpea el lado contrario de mis pliegues bucales herido de antemano. Antes de llegar hasta este lugar donde me esperabas con impaciencia, ya venía más que herida. Es contigo donde tengo un refugio el cual no quiero perder. ¿Cómo decírtelo sin que salgas corriendo? ¿Cómo hacerte ver hasta dónde mis ocupaciones limitan mis tiempos sin tener un espacio para verte con más frecuencia? Es ésta mi auto-penitencia. ¿Por qué? Por desear que mis padres se sintieran orgullosos y en algún lugar del otro mundo, sé que están gritándome para que pueda entender que mi vanidad no puede ser mi punto de apoyo. Te necesito, ¿Serás capaz de soportar toda la verdad?
Y héme aquí, frente a ti, sin saber qué decirte, qué hacer, limitada por una sociedad que me hostiga, que me obliga a ser la dama educada, culta, perfecta que ahora sólo soy un pálido reflejo de aquélla que te gustara para que empezaras a pretenderla. ¿De verdad te importa poco lo que los demás digan y sólo es mi palabra la que escuchas? Quisiera que fuera así realmente. Que no veas más allá de lo que los demás y que sean tus propios ojos los que me juzguen. Llamas mi atención pronunciando mi nombre, un éxito tras muchos fracasos que logré contigo. Que logramos juntos. Y como si mis padres decidieran darme una lección de humildad, pronuncias la frase más hermosa que jamás he escuchado en tus labios. Que me quieres. ¡Me quieres! - ¿Me quieres? - escucho esa pregunta al tiempo que mis propios temores son reflejados en ella.
Cual espejo, te hago saber que no entiendo por qué lo dices, que no lo logro comprender. La tan inteligente Annabeth De Louise sólo está en estos instantes acongojada y agotada, ¿Por qué me quieres? Quisiera decirte tanto, quisiera que todo ésto sea un mal episodio, que pasara el tiempo y voltear atrás teniéndote todavía a mi lado para recordarlo con diversión en tanto bromeamos. ¿Lo lograremos? - También te quiero, Bernard - susurro porque si deseo que ésto cristalice, tengo que ser sincera de una vez por todas, decirte todo lo que necesites para quitar la niebla y poder tener la visión completa - te quiero tanto que me duele, me duele no estar contigo, no dedicarte tiempo, tener que estar al pendiente de mis ocupaciones y relegarte a segundo término me lastima más que mi pierna herida, que mi labio roto o que el pómulo golpeado. Me duele no estar contigo - ahí está, vas bien Anna. Puedo decirte en realidad lo que me acontece.
Dejo que la saliva pase a trompicones por mi garganta cerrada haciendo que ese simple espasmo duela. - ¿Cómo no venir? ¿Cómo si te necesito más que el aire que respiro? - si te suena a poesía barata, ¡Qué suene así! Porque es la verdad. Ya necesito verte tanto que me es imposible concentrarme y pensar en algo que no seas tú. ¡Tienes la culpa! Has sido tan maravilloso, tan agradable la mayor parte del tiempo que todo ésto de anoche es una carga que debo quitarme de los hombros para convivir contigo. Propones irnos, voy a decirte que sí con mi cabeza cuando escucho que iremos a "mi" mansión. Eso significará que todos te mirarán, que él se hará presente y lo arruinará todo. Gimoteo llevándome las manos al rostro antes de siquiera pensar en alguna solución. ¿Tengo que decirte todo respecto a Phoenix? Lo haré.
Mis traviesas mascotas, claro. Perros, gatos, arañas, serpientes, de todo hay en mi hogar. Quisiera tener otra solución para no llegar a él y de pronto, como si la luz se encendiera en mi cabeza, pienso en algo que alarga mis labios para sonreír, te miro como si fueses tú el único escape de mi locura - te lo conmuto Bernard. No quiero ir a mi casa a seguir solucionando problemas. Quiero paz. Quiero estar contigo. Y que tiemble la tierra, estallen los volcanes y el cielo se caiga porque te propongo llevarme a tu casa. Quiero ir a tu casa, donde nadie nos vea, donde pueda tocarte, donde pueda dejarme envolver por el sueño entre tus brazos. ¿Suena demasiado atrevido? Castígame entonces. Sólo quiero demostrarte que esta vez, no voy a mentirte ni a ocultarte nada. Castígame si soy una impertinente, más quiero ir contigo a donde sea, sólo que la condición es que nadie nos moleste - mi voz se rompe al final, como un vidrio golpeado por un martillo. Es mi propio ego el que ha sido machacado. Es mi propia autoestima la que necesita ser restaurada y sé que sólo contigo podré rehacerme.
Annabeth De Louise- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 13/04/2018
Localización : En medio de sus brazos, bajo sus colmillos.
Re: La belle et les bêtes (privado)
Bernard tuvo un pequeño bloqueo tras aquella confesión tan espontánea como innecesaria. Se había jurado y perjurado no utilizar aquella frase demasiado pronto y hacerla por primera vez en el momento más adecuado, con un ambiente preparado para que fuera un momento inolvidable en la relación de ambos, para al final no hacer una cosa ni la otra, normal que la dama reaccionara de aquella manera, era del todo impropio, del todo absurdo y fuera de lugar. Estaba claro que lo que menos necesitaba en aquel momento era que la atosigara con sus impaciencias y sus prisas, incapaz de esperar y respetar los tiempos. Desde luego que sonaba mucho mejor aquella frase de aquellos dulces labios, unos labios que para el licántropo seguían siendo los más apetecibles de besar incluso magullados. Aquella pregunta sonaba asustada y nerviosa, pero también anhelante. –Te quiero Annabeth de Lousie- repitió con mayor convicción contestando a la pregunta de ella. Lo había dicho, lo sentía y no había necesidad de ocultarlo más tras una fachada que empezaba a resquebrajarse ante la luz de esos ojos azules imposibles.
Sonríe como hacía años que no lo hacía, feliz, realmente feliz por primera vez. No podía haber una respuesta más maravillosa de la más maravillosa de las damas. Ojala pudiera besarla ahora mismo como le pedía cada una de las fibras de su cuerpo, como la sociedad le pedía que no lo hiciera porque era una falta de respeto, una falta a su honor y a la honra de ella, un pecado, un ultraje, una locura, una impertinencia. Por lo que contraviniendo todos y cada uno de sus impulsos, aprieta las manos de ellas con aquella boba expresión en el rostro, lo único que podía hacer para demostrarle lo inmensamente feliz que lo hacía esa simple frase. No obstante, revelándose levemente, coge las manos de la aristócrata, ocultándolas bajo la mesa para poder acariciarlas y apretarlas de un modo mucho más íntimo.
Le encoge el corazón la pena con la que la dama le habla sobre su ocupada vida, sus inacabables tareas y todas las responsabilidades que la acorralan. Hace que se sienta un idiota por estar a punto de haberse enfadado por la poca disponibilidad de la dama cuando posiblemente le esté entregando el cien por cien de su tiempo libre si no más. –Te quiero Annabeth y te lo he dicho hoy porque por primera vez en dos meses puedo al fin verte tal y como eres. Llevas dos meses intentando ser la dama más perfecta y educada de esta ciudad pero tú no eres perfecta, tu eres Annabeth de Louise y eso es mucho mejor- le sonríe bajando la voz, dándole un tono más íntimo a la conversación. –Es el primer día que me dejas ver a la maravillosa y sensible mujer que se asfixia tras esa aristócrata intachable. Si no puedes con todo descansa, respira y déjame ayudarte- continúa intentando animarla. –Mi único interés es hacerte feliz aunque sea por mi egoísta deseo de disfrutar de esa hermosa sonrisa que me alegra todas las semanas- susurra aún más cerca de ella.
El gesto de cansancio de ella al nombrar su casa le rompe el corazón. Entiende que es el epicentro del terremoto que ahora la golpea de alguna forma, de toda aquella tensión que aguantaban a duras penas aquellos pequeños hombros. El símbolo de gran parte de lo que le ocurre aquella preciosa tarde de primavera tan poco acorde con el temporal que se ha desatado dentro de su compañera. -Annabeth- responde repentinamente serio –Si el cielo tiene que desprenderse sobre nuestras cabezas, si el mar se desborda por esto y los infiernos se desatan y se abren de par en par, que sus jinetes vengan a buscarte entre mis brazos- hace una pequeña pausa –Señorita Annabeth de Louise ¿le gustaría acompañarme a mí casa esta tarde de primavera?- responde con un brillo de ilusión y alegría despedida en los ojos. –Suena simplemente maravilloso-
De manera casi dolorosa, se aleja un poco de la dama, entrando en una banal conversación sobre “La divina comedia” el libro que habían pactado comentar esa semana, un tema humanista y sombrío bastante acorde con el estado de su acompañante. Tras unos pocos minutos prudenciales en los que la merienda ha desaparecido de los platos, Bernard se dirige de manera segura a la camarera –Mademoiselle apúntelo todo a mí cuenta por favor. La señorita no se encuentra bien y voy a acompañarla a casa. Demasiado mal se encuentra la señorita como para torturarla con más tiempo de mi aburrida diatriba- sonríe el caballero de manera cortés. –Le prometo que es la mejor tarta de durazno que he probado en mi vida.- Acto seguido, coge su sombrero de copa y ayuda a su acompañante a levantarse, dejando el brazo bien rígido para que ella encuentre en el apoyo a su dolorida pierna. Sale del local intentando que el paso sea cómodo para su lesión, avanzando los pocos metros que le separan del carruaje, al que la ayuda a entrar con infinito cuidado. –A casa garçon- es lo último que dice dándole la dirección, antes de dirigirse a su asiento.
Sonríe como hacía años que no lo hacía, feliz, realmente feliz por primera vez. No podía haber una respuesta más maravillosa de la más maravillosa de las damas. Ojala pudiera besarla ahora mismo como le pedía cada una de las fibras de su cuerpo, como la sociedad le pedía que no lo hiciera porque era una falta de respeto, una falta a su honor y a la honra de ella, un pecado, un ultraje, una locura, una impertinencia. Por lo que contraviniendo todos y cada uno de sus impulsos, aprieta las manos de ellas con aquella boba expresión en el rostro, lo único que podía hacer para demostrarle lo inmensamente feliz que lo hacía esa simple frase. No obstante, revelándose levemente, coge las manos de la aristócrata, ocultándolas bajo la mesa para poder acariciarlas y apretarlas de un modo mucho más íntimo.
Le encoge el corazón la pena con la que la dama le habla sobre su ocupada vida, sus inacabables tareas y todas las responsabilidades que la acorralan. Hace que se sienta un idiota por estar a punto de haberse enfadado por la poca disponibilidad de la dama cuando posiblemente le esté entregando el cien por cien de su tiempo libre si no más. –Te quiero Annabeth y te lo he dicho hoy porque por primera vez en dos meses puedo al fin verte tal y como eres. Llevas dos meses intentando ser la dama más perfecta y educada de esta ciudad pero tú no eres perfecta, tu eres Annabeth de Louise y eso es mucho mejor- le sonríe bajando la voz, dándole un tono más íntimo a la conversación. –Es el primer día que me dejas ver a la maravillosa y sensible mujer que se asfixia tras esa aristócrata intachable. Si no puedes con todo descansa, respira y déjame ayudarte- continúa intentando animarla. –Mi único interés es hacerte feliz aunque sea por mi egoísta deseo de disfrutar de esa hermosa sonrisa que me alegra todas las semanas- susurra aún más cerca de ella.
El gesto de cansancio de ella al nombrar su casa le rompe el corazón. Entiende que es el epicentro del terremoto que ahora la golpea de alguna forma, de toda aquella tensión que aguantaban a duras penas aquellos pequeños hombros. El símbolo de gran parte de lo que le ocurre aquella preciosa tarde de primavera tan poco acorde con el temporal que se ha desatado dentro de su compañera. -Annabeth- responde repentinamente serio –Si el cielo tiene que desprenderse sobre nuestras cabezas, si el mar se desborda por esto y los infiernos se desatan y se abren de par en par, que sus jinetes vengan a buscarte entre mis brazos- hace una pequeña pausa –Señorita Annabeth de Louise ¿le gustaría acompañarme a mí casa esta tarde de primavera?- responde con un brillo de ilusión y alegría despedida en los ojos. –Suena simplemente maravilloso-
De manera casi dolorosa, se aleja un poco de la dama, entrando en una banal conversación sobre “La divina comedia” el libro que habían pactado comentar esa semana, un tema humanista y sombrío bastante acorde con el estado de su acompañante. Tras unos pocos minutos prudenciales en los que la merienda ha desaparecido de los platos, Bernard se dirige de manera segura a la camarera –Mademoiselle apúntelo todo a mí cuenta por favor. La señorita no se encuentra bien y voy a acompañarla a casa. Demasiado mal se encuentra la señorita como para torturarla con más tiempo de mi aburrida diatriba- sonríe el caballero de manera cortés. –Le prometo que es la mejor tarta de durazno que he probado en mi vida.- Acto seguido, coge su sombrero de copa y ayuda a su acompañante a levantarse, dejando el brazo bien rígido para que ella encuentre en el apoyo a su dolorida pierna. Sale del local intentando que el paso sea cómodo para su lesión, avanzando los pocos metros que le separan del carruaje, al que la ayuda a entrar con infinito cuidado. –A casa garçon- es lo último que dice dándole la dirección, antes de dirigirse a su asiento.
Bernard Favre- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 15/04/2018
Localización : París
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Re: La belle et les bêtes (privado)
Se me mueve todo el piso cuando me tocas, cuando me sonríes con esa expresión soñadora que grabo a fuego en mi corazón para que se quede ahí por siempre. Atesorando este momento como nunca, agradeciendo el acudir a esta cita porque de haber faltado no me habrías aclarado cuánto me quieres y que es un cariño igual o muy parecido al que te tengo. Aunque eso de que soy una chica ordinaria y no la dama que me he esforzado por ser para ti me deja muy insatisfecha. Procuraré compensarte este momento en el futuro. Quizá con ese vestido que me trajeron de Italia que seguro te dejará boquiabierto como hace una semana lo hizo el color marfil que tanto te gustó. Soy coqueta por naturaleza, me encanta arreglarme para agradar a la vista, más cuando se trata de ti, me esmero en demasía. Por eso es que ahora mismo me siento como una zarrapastrosa horrible y poco bella.
Importa poco que intentes consolarme diciendo que así te muestro a la verdadera Annabeth porque estás equivocado. La verdadera mujer que me jacto de ser, lo demuestra con cada atavío que atrae miradas y te hace anhelar que vuelvas a verme. ¿Acaso lo hice mal todo este tiempo? Estoy segura que no. - Prefiero mostrarte a la maravillosa y sensible mujer que hay en mí en uno de mis vestidos más bonitos - refunfuño con el típico gesto Moncrieff en mi rostro bajando un poco la cabeza abochornada por mi rabieta. Más es así, quiero que cada día estés orgulloso de tenerme como tu compañera, como tu novia. ¡Dios, qué cosas pienso! Siento mis mejillas teñirse de rosa pasando al rojo intenso sólo de recordar ese término: "novia". ¡Estoy demasiado descolocada si estoy ya pensando en dar otro paso en esta relación! Aunque si lo medito, el que tú hubieras iniciado estas confesiones locas, significa que tú estás ya listo para ello ¿O no?
Y cada frase que dices con esa voz que encandila mis oídos, con esos ojos verdeagua que me fascina observar y que me atrapan, me hacen detestar que tengamos que elegir un lugar tan público para estar juntos. ¿No podemos irnos a algún lugar discreto donde pueda rodear tu cuello con mis manos y hacerte saber cuánto es lo que siento por ti y que nos olvidemos de todo lo que nos acontece para que me tomes la nuca como es tu costumbre para detener mi voz y derretir mi alma con uno de esos besos tuyos que me hacen olvidar todo lo que no sea tu aroma, tu sabor y cómo es que me siento a tu lado? Te quiero tanto que ni siquiera que ocultes a los ojos de los demás nuestras manos para acariciarlas como si no hubiera mañana me es suficiente. No me basta con ésto. Quiero que me contengas como prometes, que me abraces contra tu pecho dejándome olerte y sentir tu calor.
Estoy que me muero por ti. ¡Qué pena que lo piense! ¡Qué atrevida que soy! Lo único "bueno" es que no lo he dicho en voz alta porque si lo hiciera seguro que te pondrías de mil colores. Eso me agrada, que seas tan varonil y al mismo tiempo tan tímido, tan preocupado de nuestra imagen ante la sociedad. Y como si te hubiera dado cuerda, como un juguete de relojería, me propones ir a tu casa para hacer que mi risa emerja de mi boca un poco más alta de lo normal de la alegría que me causa que estés en sintonía con mis propios deseos. Me llevo una mano a la boca para acallar la risa tonta que tengo, de pura felicidad he de reconocerlo. Mi colmillo atrapa mi labio inferior como acostumbro cuando estoy nerviosa moviendo la cabeza de arriba a abajo para demostrarte en silencio que estoy de acuerdo en fugarnos y hacer una locura donde nadie sepa dónde buscarme y estar rodeada por tus brazos, el mejor de los planes dichos por tu voz es el que quiero seguir sin mirar atrás.
Cuando veo que te alejas, quisiera retenerte, más hay algo en tu mirada, en ese verde que domina sobre el azul que voy reconociendo como parte de ti cuando estás planeando algo más acorde al atrevimiento mismo que a la cordura que tanto he tenido que desatar como si fueran los nudos de una madeja de hilos, lo que me da la esperanza de que estás preparando el terreno para irnos. Y la conversación se torna algo más común, donde puedo relajarme contigo, hablando sobre el libro de la semana, dándote mis puntos de vista y escuchando los tuyos. ¿Hay algo más bello que compartir nuestra pasión por los libros? Por supuesto que sí, más el lugar no es el propicio para ello. A ojos vista, seremos una pareja que gusta discutir sobre las lecturas y que no tienen más interés que en degustar sus bebidas y los pastelillos que madame Abbes prepara para nosotros.
Estoy terminando mi último pedazo de tarta cuando escucho que pides la cuenta. Escucho tus excusas sobre que me siento mal y por un momento pequeño te observo con el típico gesto Moncrieff en mi rostro hasta que tus ojos verdáceos me observan haciéndome saber que ahí está tu salida. Así que pongo mi cara de cansancio más creíble para asentir a la camarera que me mira comprendiendo que estoy agotada. Y sí, más no sabrá que es de estar fingiendo a la vista de todos que soy la más correcta dama de sociedad cuando en realidad sólo quiero estar por fin entre tus brazos. - Entiendo, mademoiselle, espero que se recupere y me da mucho gusto que el caballero le acompañe - susurra con empatía en tanto sólo puedo asentir con la cabeza y los ojos agotados que pareciera que se me cierran - gracias madame Abbes. Le pido por favor que se encargue de mi Thunder. Mañana le mando el dinero para sufragar los gastos que erogue mi pequeño - la dama le quita importancia al asunto moviendo la mano para incitar a que nos vayamos.
Así que me pongo en pie con tu ayuda tomando mi sombrero para colocarlo sobre mi cabeza y luego, tomar tu brazo para caminar con tranquilidad agradeciéndote con una simple mirada lo bueno que eres conmigo. Pronto logramos estar frente al carruaje, logro colocarme dentro con un suspiro de alivio cuando por fin me acomodo. Llevo una mano a mi muslo para darle un consuelo al dolor que me mantuvo todo el tiempo rígida en cierta manera. Te observo subir tras hablar con el cochero para sonreírte con diversión - supongo que éste es el escape perfecto, ni siquiera mi ama de llaves sabrá dónde estaré, ¿Debería mandarle una carta? Me parece que lo haré cuando lleguemos a tu hogar con este cochero. No quiero que nos interrumpan, más tampoco quiero que se preocupe tanto porque me escapé - confieso con un profundo suspiro.
Repaso mis palmas sobre las enaguas de mi falda contra el muslo lastimado al tiempo que te observo curiosa - pues satisface mi curiosidad. ¿Dónde vives? Ya viste mi hogar, más no sé nada del tuyo. Y por favor dime que no eres un mal hombre que estuvo todo este tiempo ganando mi confianza para después raptarme y cobrar un rescate por mi persona -porque sería el colmo. Tanto es lo que siento por ti para que al final resulte que me has engañado sería doloroso. - No creo que me duela tanto que cobres rescate por mí, más la traición no me gusta - me muerdo el labio inferior con cierto cansancio pensando que también tuve omisiones. Más no creo que sean tan tonta como para juzgarte tan mal. ¿O sí?
Importa poco que intentes consolarme diciendo que así te muestro a la verdadera Annabeth porque estás equivocado. La verdadera mujer que me jacto de ser, lo demuestra con cada atavío que atrae miradas y te hace anhelar que vuelvas a verme. ¿Acaso lo hice mal todo este tiempo? Estoy segura que no. - Prefiero mostrarte a la maravillosa y sensible mujer que hay en mí en uno de mis vestidos más bonitos - refunfuño con el típico gesto Moncrieff en mi rostro bajando un poco la cabeza abochornada por mi rabieta. Más es así, quiero que cada día estés orgulloso de tenerme como tu compañera, como tu novia. ¡Dios, qué cosas pienso! Siento mis mejillas teñirse de rosa pasando al rojo intenso sólo de recordar ese término: "novia". ¡Estoy demasiado descolocada si estoy ya pensando en dar otro paso en esta relación! Aunque si lo medito, el que tú hubieras iniciado estas confesiones locas, significa que tú estás ya listo para ello ¿O no?
Y cada frase que dices con esa voz que encandila mis oídos, con esos ojos verdeagua que me fascina observar y que me atrapan, me hacen detestar que tengamos que elegir un lugar tan público para estar juntos. ¿No podemos irnos a algún lugar discreto donde pueda rodear tu cuello con mis manos y hacerte saber cuánto es lo que siento por ti y que nos olvidemos de todo lo que nos acontece para que me tomes la nuca como es tu costumbre para detener mi voz y derretir mi alma con uno de esos besos tuyos que me hacen olvidar todo lo que no sea tu aroma, tu sabor y cómo es que me siento a tu lado? Te quiero tanto que ni siquiera que ocultes a los ojos de los demás nuestras manos para acariciarlas como si no hubiera mañana me es suficiente. No me basta con ésto. Quiero que me contengas como prometes, que me abraces contra tu pecho dejándome olerte y sentir tu calor.
Estoy que me muero por ti. ¡Qué pena que lo piense! ¡Qué atrevida que soy! Lo único "bueno" es que no lo he dicho en voz alta porque si lo hiciera seguro que te pondrías de mil colores. Eso me agrada, que seas tan varonil y al mismo tiempo tan tímido, tan preocupado de nuestra imagen ante la sociedad. Y como si te hubiera dado cuerda, como un juguete de relojería, me propones ir a tu casa para hacer que mi risa emerja de mi boca un poco más alta de lo normal de la alegría que me causa que estés en sintonía con mis propios deseos. Me llevo una mano a la boca para acallar la risa tonta que tengo, de pura felicidad he de reconocerlo. Mi colmillo atrapa mi labio inferior como acostumbro cuando estoy nerviosa moviendo la cabeza de arriba a abajo para demostrarte en silencio que estoy de acuerdo en fugarnos y hacer una locura donde nadie sepa dónde buscarme y estar rodeada por tus brazos, el mejor de los planes dichos por tu voz es el que quiero seguir sin mirar atrás.
Cuando veo que te alejas, quisiera retenerte, más hay algo en tu mirada, en ese verde que domina sobre el azul que voy reconociendo como parte de ti cuando estás planeando algo más acorde al atrevimiento mismo que a la cordura que tanto he tenido que desatar como si fueran los nudos de una madeja de hilos, lo que me da la esperanza de que estás preparando el terreno para irnos. Y la conversación se torna algo más común, donde puedo relajarme contigo, hablando sobre el libro de la semana, dándote mis puntos de vista y escuchando los tuyos. ¿Hay algo más bello que compartir nuestra pasión por los libros? Por supuesto que sí, más el lugar no es el propicio para ello. A ojos vista, seremos una pareja que gusta discutir sobre las lecturas y que no tienen más interés que en degustar sus bebidas y los pastelillos que madame Abbes prepara para nosotros.
Estoy terminando mi último pedazo de tarta cuando escucho que pides la cuenta. Escucho tus excusas sobre que me siento mal y por un momento pequeño te observo con el típico gesto Moncrieff en mi rostro hasta que tus ojos verdáceos me observan haciéndome saber que ahí está tu salida. Así que pongo mi cara de cansancio más creíble para asentir a la camarera que me mira comprendiendo que estoy agotada. Y sí, más no sabrá que es de estar fingiendo a la vista de todos que soy la más correcta dama de sociedad cuando en realidad sólo quiero estar por fin entre tus brazos. - Entiendo, mademoiselle, espero que se recupere y me da mucho gusto que el caballero le acompañe - susurra con empatía en tanto sólo puedo asentir con la cabeza y los ojos agotados que pareciera que se me cierran - gracias madame Abbes. Le pido por favor que se encargue de mi Thunder. Mañana le mando el dinero para sufragar los gastos que erogue mi pequeño - la dama le quita importancia al asunto moviendo la mano para incitar a que nos vayamos.
Así que me pongo en pie con tu ayuda tomando mi sombrero para colocarlo sobre mi cabeza y luego, tomar tu brazo para caminar con tranquilidad agradeciéndote con una simple mirada lo bueno que eres conmigo. Pronto logramos estar frente al carruaje, logro colocarme dentro con un suspiro de alivio cuando por fin me acomodo. Llevo una mano a mi muslo para darle un consuelo al dolor que me mantuvo todo el tiempo rígida en cierta manera. Te observo subir tras hablar con el cochero para sonreírte con diversión - supongo que éste es el escape perfecto, ni siquiera mi ama de llaves sabrá dónde estaré, ¿Debería mandarle una carta? Me parece que lo haré cuando lleguemos a tu hogar con este cochero. No quiero que nos interrumpan, más tampoco quiero que se preocupe tanto porque me escapé - confieso con un profundo suspiro.
Repaso mis palmas sobre las enaguas de mi falda contra el muslo lastimado al tiempo que te observo curiosa - pues satisface mi curiosidad. ¿Dónde vives? Ya viste mi hogar, más no sé nada del tuyo. Y por favor dime que no eres un mal hombre que estuvo todo este tiempo ganando mi confianza para después raptarme y cobrar un rescate por mi persona -porque sería el colmo. Tanto es lo que siento por ti para que al final resulte que me has engañado sería doloroso. - No creo que me duela tanto que cobres rescate por mí, más la traición no me gusta - me muerdo el labio inferior con cierto cansancio pensando que también tuve omisiones. Más no creo que sean tan tonta como para juzgarte tan mal. ¿O sí?
Annabeth De Louise- Humano Clase Alta
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Re: La belle et les bêtes (privado)
Me es complicado dejar de mirarte, aparentar normalidad ante una mujer tan excepcional como tú ¿Cómo volver común algo tan sumamente especial como eres tú mademoiselle? Llevo dos meses a tu lado, un tiempo dolorosamente corto, cierto y tal vez por eso aún me quita la respiración esos ojos de un azul imposible, enmarcados por aquellas kilométricas pestañas que te empeñas en resaltar, atrapándome, condenándome a ser tuyo con un simple y breve aleteo de ellas, aunque dudo profundamente que algún día me pueda acostumbrar a semejante dama, a tan indomable carácter escondido tras la cara más dulce de París, a tus devastadoras caricias, capaz de crear torrentes de sensaciones con el más leve gesto de tus dedos sobre mi piel, al aluvión de sensaciones que me deja cercano inconsciencia a la que me transportan los besos que son capaces de dar aquellos labios prohibidos. Simplemente no me creo capaz de liberarme del hechizo a la que mi Dafne particular me había atado.
He ahí tu indomable carácter de leona, de tigresa, de loba indomable que reacciona ante mis palabras con bravura y genio. Me encantas ¿acaso no te das cuenta? Ni reñirme suavemente como ahora pues hacer sin que me hagas sonreírte. Lo único que consigues es que mis ganas de besarte para acabar con aquella fútil protesta y demostrarte con hechos lo que no puedo con palabras, que para mí eres única, que a ninguna otra dama por más noble y bella que sea podría compararse a tu porte y elegancia llevando el mismo atuendo y que ningún vestido por obra del más fino artesano que exista sobre la tierra podrá compararse a las manos de Afrodita que labraron tu cuerpo ni a las dotes que Atenea guardó a buen recaudo en tu psique. –Me has entendido absolutamente al revés – río conciliador al ver esa preciosa cara irritada. –Eres simplemente la dama más preciosa de esta ciudad en cualquier circunstancia, aunque admito su titánico esfuerzo porque el envoltorio esté a la altura de la absoluta exquisitez a la que envuelve.- Intento explicarme más sigo sin poder transmitirte todo lo que me provocas.
El camino hasta la puerta del establecimiento se me hace eterno, cada una de mis células me pide que acelere el paso, no pueden más con la agonía de no besarte, de no estrecharte contra mí, pero sé que estas herida, aquel olor me sigue preocupando, aquellas heridas me inquietan, dejan traslucir una vida que me tendrás que explicar en no demasiado tiempo, pero mi prioridad ahora mismo es curar aquella parte de ti de la que sé que puedo encargarme mejor que nadie, mejor que cualquier médico que puedas pagar, mejor que cualquiera de tu servicio y solo verme capaz de tal responsabilidad me hace sonreír de nuevo como un niño mirando tu bello rostro.
Al fin me acomodo junto a ti en el carruaje. Cierro las cortinas dándonos la intimidad que tanto ansiamos unos minutos antes de alcanzar al fin la privacidad total. Es el primer día desde que te conozco que ansío volver a casa y es que esta vez vas a mi lado en el camino de vuelta. Un profundo calor se apodera de mí, volviendo la escena, más confusa, más irreal mientras me acomodo a tu lado, -Relájese mademosille- sonrío mientras me acomodo a tu lado, -Ahora todo en lo que debes pensar Annabeth es en relajarte, aunque me parece bien que mandes esa carta para no preocupar en demasía. Tal vez podía dejar la dirección en blanco para evitar interrupciones- sugiero sugerente mientras mi rostro se va acercando al tuyo hasta depositar un tibio y suave beso en la zona de los labios menos maltratada.
Se me escapan unas descontroladas carcajadas que me permiten mitigar levemente el nerviosismo de la locura que estamos a punto de cometer, una locura tan dulce y hermosa por la que merecería la pena pasar los siguientes lustros en el manicomio. Si la sociedad lo veía mal es que no se estaba fijando en lo realmente importante, si a su santísima majestad le incomodaba su comportamiento, que mirara hacia las muchas faltas de sus propios obispos.
Soy casi un testigo mudo de como mis propios dedos toman tu rostro con suavidad, acercándolo hacia el mío con infinita suavidad aunque con decisión mientras contesto a su irreverencia con mi atrevimiento –Un poco de paciencia Annabeth, aunque ya le aclaro que después de ver su palacio mi humilde morada le parecerá menos que un cuchitril.- Contesto mientras rozo levemente tu nariz con la mía. -No sé preocupe mademoiselle, lo único que deseo conseguir de usted está ahora mismo justo a mí alcance.- Sentencio mientras mis labios sellan los suyos con un contenido beso, intentando evitar dañar aún más sus heridas mientras mis dígitos avanzan hasta acariciar tu sensible nuca, entregándome a ese olor que me conquista, intoxica, envenena y abduce sin que yo pueda hacer nada por evitarlo. –Te quiero- suspiro en tus labios antes de continuar besándote con el dolor que producen las ganas tanto tiempo contenidas.
He ahí tu indomable carácter de leona, de tigresa, de loba indomable que reacciona ante mis palabras con bravura y genio. Me encantas ¿acaso no te das cuenta? Ni reñirme suavemente como ahora pues hacer sin que me hagas sonreírte. Lo único que consigues es que mis ganas de besarte para acabar con aquella fútil protesta y demostrarte con hechos lo que no puedo con palabras, que para mí eres única, que a ninguna otra dama por más noble y bella que sea podría compararse a tu porte y elegancia llevando el mismo atuendo y que ningún vestido por obra del más fino artesano que exista sobre la tierra podrá compararse a las manos de Afrodita que labraron tu cuerpo ni a las dotes que Atenea guardó a buen recaudo en tu psique. –Me has entendido absolutamente al revés – río conciliador al ver esa preciosa cara irritada. –Eres simplemente la dama más preciosa de esta ciudad en cualquier circunstancia, aunque admito su titánico esfuerzo porque el envoltorio esté a la altura de la absoluta exquisitez a la que envuelve.- Intento explicarme más sigo sin poder transmitirte todo lo que me provocas.
El camino hasta la puerta del establecimiento se me hace eterno, cada una de mis células me pide que acelere el paso, no pueden más con la agonía de no besarte, de no estrecharte contra mí, pero sé que estas herida, aquel olor me sigue preocupando, aquellas heridas me inquietan, dejan traslucir una vida que me tendrás que explicar en no demasiado tiempo, pero mi prioridad ahora mismo es curar aquella parte de ti de la que sé que puedo encargarme mejor que nadie, mejor que cualquier médico que puedas pagar, mejor que cualquiera de tu servicio y solo verme capaz de tal responsabilidad me hace sonreír de nuevo como un niño mirando tu bello rostro.
Al fin me acomodo junto a ti en el carruaje. Cierro las cortinas dándonos la intimidad que tanto ansiamos unos minutos antes de alcanzar al fin la privacidad total. Es el primer día desde que te conozco que ansío volver a casa y es que esta vez vas a mi lado en el camino de vuelta. Un profundo calor se apodera de mí, volviendo la escena, más confusa, más irreal mientras me acomodo a tu lado, -Relájese mademosille- sonrío mientras me acomodo a tu lado, -Ahora todo en lo que debes pensar Annabeth es en relajarte, aunque me parece bien que mandes esa carta para no preocupar en demasía. Tal vez podía dejar la dirección en blanco para evitar interrupciones- sugiero sugerente mientras mi rostro se va acercando al tuyo hasta depositar un tibio y suave beso en la zona de los labios menos maltratada.
Se me escapan unas descontroladas carcajadas que me permiten mitigar levemente el nerviosismo de la locura que estamos a punto de cometer, una locura tan dulce y hermosa por la que merecería la pena pasar los siguientes lustros en el manicomio. Si la sociedad lo veía mal es que no se estaba fijando en lo realmente importante, si a su santísima majestad le incomodaba su comportamiento, que mirara hacia las muchas faltas de sus propios obispos.
Soy casi un testigo mudo de como mis propios dedos toman tu rostro con suavidad, acercándolo hacia el mío con infinita suavidad aunque con decisión mientras contesto a su irreverencia con mi atrevimiento –Un poco de paciencia Annabeth, aunque ya le aclaro que después de ver su palacio mi humilde morada le parecerá menos que un cuchitril.- Contesto mientras rozo levemente tu nariz con la mía. -No sé preocupe mademoiselle, lo único que deseo conseguir de usted está ahora mismo justo a mí alcance.- Sentencio mientras mis labios sellan los suyos con un contenido beso, intentando evitar dañar aún más sus heridas mientras mis dígitos avanzan hasta acariciar tu sensible nuca, entregándome a ese olor que me conquista, intoxica, envenena y abduce sin que yo pueda hacer nada por evitarlo. –Te quiero- suspiro en tus labios antes de continuar besándote con el dolor que producen las ganas tanto tiempo contenidas.
Bernard Favre- Licántropo Clase Media
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Re: La belle et les bêtes (privado)
"Lo que quiero es estar contigo siempre, siempre
y hacer a un lado lo que piensen los demás.
Es tu belleza la frecuencia que me trae tan loco
pon de tu parte, para ver ¿Qué pasará?"
y hacer a un lado lo que piensen los demás.
Es tu belleza la frecuencia que me trae tan loco
pon de tu parte, para ver ¿Qué pasará?"
Debería estar en un carruaje rumbo a casa, debería estar comportándome como mi madre me enseñó durante tantos años y no en este sitio contigo. Es lo primero que pienso cuando veo que vas cerrando las cortinas para dar lugar a una intimidad que sólo provoca un hueco en mi estómago a sabiendas de lo que a continuación se aproxima al tiempo que me pides que me relaje. Voy a soltar algo que seguro hará que vuelvas a pensar en la clase de mujer que tienes ahora a tu lado cuando como si fuera una cámara lenta, vas acercando tu rostro al mío. El pecho me duele, me falta la respiración hasta que por fin la distancia se termina y puedo sentir el roce de tus labios contra los míos, paladeo el café de éstos en unión al dulce que elegiste. Los pliegues de mi boca se mueven temblorosos en tanto mis propias manos les imitan antes de que por fin, se sujeten a los laterales de tu levita con anhelo como si fuera la tela una tabla de salvación.
El miedo es una sensación que contigo ha pasado a segundo término. Paso a paso vamos reafirmando lo que me parece correcto, un contacto entre dos personas que van conociéndose y queriéndose. Porque te quiero, de eso no hay lugar duda. Te miro reír sin comprender el qué es hilarante de todo ésto cuando lo último en lo que puedo pensar es en emitir un sonido demasiado alegre porque la mayor parte de mi ser está ansiosa de sentirte. Mis ojos azules se vuelven curiosos en tanto te recorro el rostro con éstos, la barba que me encanta y que se nota el empeño que pones en arreglarla cada vez que nos vemos. El contacto de tus dedos contra mi rostro para acomodarlo a tu gusto y placer me provoca una sonrisa ansiosa, mi colmillito muerde mi labio inferior sin saber qué hacer con las manos inquietas que mejor siguen a buen resguardo sobre mis enaguas habiendo abandonado el calor de tu pecho. - Cuchitril, habitáculo muy pequeño, especialmente si está sucio o descuidado - mis ojos se abren demasiado al pensar en que tu hogar puede tener esa descripción.
Incluso te observo con curiosidad, misma que se esfuma con tu contacto nariz con nariz, ronroneo cerrando mis ojos para sentir mejor la caricia antes de que mis pestañas se levanten buscando de nuevo tus ojos verdeagua que esta vez están más cerca, se cierran, un gesto que imito al tiempo que tu boca toca la mía causando un escalofrío que recorre mi cuerpo desde el punto donde tu piel hace contacto con la mía. Podría sentir que mi constitución física colapsa cayendo de espaldas más el roce de tus dedos sujetando mi nuca, evita que pueda escapar de tus labios, del aroma que me atrae como polilla a la flama, de las atenciones dulces que se hacen adicta. Cada roce es mejor que el anterior, no quisiera terminar con ésto y cuando te separas mis manos vuelven a sujetar los extremos de tu levita como si te exigiera que vuelvas.
Sólo es un impulso que se derrite cuando vuelves a repetir las dulzuras de esas palabras que hacen latir mi corazón como potro enloquecido que avanza a todo galope nublando mis sentidos para que sólo existas tú, mi adorado caballero, mi romántico hombre que trae flores de vez en vez conquistando más mi amor. Haciendo que el tiempo pase como agua entre los dedos y cuando te vas, pase tan lento como la tortuga que quiere llegar al mar. El beso se intensifica, aprendo poco a poco a satisfacer lo que demandas con movimientos silenciosos, con roces que estremecen cada fibra de mi piel antes de que un gemido gutural emerja de mis labios cuando los abandonas. Mi cabeza se recarga en tu hombro cerrando el telón de mi escenario visual para refugiarme por fin entre ellos.
Recargando mi nariz contra tu cuello, mis manos bajan deslizantes por tu tórax hacia tu abdomen plano para refugiarse tímidas en tu espalda uniendo las falanges entre ellas para no soltarte. Lleno mis pulmones con tu fragancia que tiene oculta un aroma a las pieles que manejas en tu negocio, aunada a tu propia esencia que se me antoja compararla con algo salvaje y perenne. Con unas notas entremezcladas de bosque y aromas propios de los árboles, del pino y el arce antes de que tu corazón atrape mi oído. El constante golpeteo me arrulla. Puedo sentirme más alegre y segura sólo por compartir contigo este momento que va calmando todas mis inquietudes, mis miedos y nerviosismo. El estrés va disminuyendo conforme el tiempo pasa así, en total quietud.
Noto que nos detenemos, el tiempo que pasó en el trayecto me parece que lo pasé dormida. ¿Cuándo fue que bajé tanto las defensas para permitirme dormitar? Te observo con cierta congoja al tiempo que me preocupo por tus pensamientos - lo siento, me he quedado dormida. Ni siquiera lo noté. ¿Me disculpas? - susurro bajo tallando mis ojos con los puños antes de que un impertinente bostezo me obligue a llevarme una palma para contenerlo. Por curiosidad reviso que las ventanas todavía están cubiertas. Quiero saber dónde vives. Ese pensamiento alegra mi corazón. ¡Estaré en tu casa! En tu hogar donde podré olvidarme de todo para sólo quedarme contenta igual que en este vehículo, segura entre tus brazos.
Cuando por fin bajo del carruaje habiendo arreglado algo el sombrero, escribo rápido la nota para Madame Violet dándosela al cochero - por favor lleve ésto a la Mansión De Louise, está a las afueras de la ciudad, recorriendo la calle de Lorena y un favor más, si preguntan, no responda nada. Aquí está explicado todo. La deja y se retira - el hombre asiente tomando la nota para irse. Entonces sí, puedo voltear hacia tí para tomar el brazo que me extiendes seguro y confiado para mirar tu hogar con alegría - veamos a qué te refieres con "cuchitril". Avisado estás que no soy buena ni para sacudir los cojines - advierto porque las actividades caseras escapan de mi comprensión y mi paciencia. Demasiado inquieta soy como para hacer ese tipo de quehaceres tan repetitivos.
Annabeth De Louise- Humano Clase Alta
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Localización : En medio de sus brazos, bajo sus colmillos.
Re: La belle et les bêtes (privado)
Sinceramente, creo que tú, mi bella aristócrata, mi insuperable dama, mi bella ninfa esculpida por la propia Afrodita a veces no tenéis ni idea de lo que provocáis en mí. No puedo creer que sabiendo las descargas eléctricas que provocas en mi piel con el simple roce de tus dedos o como haces que se me erice el pelo de la espalda cuando entrelazas tus manos en mi nuca lo hicieras de una manera tan absolutamente perfecta y delicada. Tampoco puedo entender como besar tus labios hace que deje sentir el molesto traqueteo sobre los adoquines, o los sonidos del mercado de por la tarde, para solo escuchar tu respiración que se vuelve agitada y desacompasada, perdiendo ese noble ritmo que parecen tener todas tus acciones. Desde luego si hace dos meses me hubieran dicho que fuera a estar disfrutando en tan breve lapso de tiempo de tan irresistible y perfecta mujer, me hubiera reído sin dudarlo de la gitana en cuestión tachándola de farsante inmediatamente. Pero allí estaba, disfrutando de aquellos labios aún más delicados que las otras veces que tuve la suerte de probarlos, respirando suavemente, sintiendo tu aroma en mi nariz absolutamente embriagado. El aroma sanguinolento que desprendes hace aquello más irreal, más salvaje y a la vez leve y etéreo.
Sonrío cuando te agarras al cuello de mi ropa, apretando las yemas de mis dedos contra tu espalda, queriéndote sentir más y más cerca a cada respiración, a cada instante que pasamos juntos. Como un breve recuerdo tu ruda confesión en la cafetería revolotea intentando encontrar un hueco para asaltarme con dudas y temores, sin encontrar alguno. Mi mundo se reduce a todo lo que ocurre en aquel coche de caballos, no existe nada antes, aunque me siento nervioso por lo que ocurrirá en un pequeño rato. Hacía muchos años que no llevaba a una dama a mi casa, tantos que es mi residencia en Holanda la que ha visto aquellos encuentros, demasiado lejanos ya incluso para una criatura longeva como yo.
Sonrío ante tu broma, mirándote mientras coloco algunos cabellos rebeldes detrás de tu oreja. –Comparado con vuestra mansión Adrielle, todo es un cuchitril. Aunque para nada lo encontrará desordenado o sucio. Alice es una criada espléndida y yo soy sumamente ordenado- continúo tranquilizándola esperando que no abandone el carro inmediatamente pensando que va hacia una especie de estercolero o de chabola llena de basura. Me vanaglorio de tener una casa limpia, cuidada y ordenada, algo difícil de encontrar entre los hombres solteros de esta ciudad y no podía permitir que ese miedo prosperaba sin sentido.
De mis labios se escapa una sonrisa alegre y feliz cuando te recuestas en mi hombro, cuando después de tan devastador beso tu respiración se tranquiliza sobre mi pecho. Te abrazo, dándote calor, abrigo, protección y seguridad. Esperando que ese pequeño, ligero y encantador sueño en el que te sumes, transmitiendo tanta paz y tranquilidad con el rostro más dulce que te he visto nunca sirva para que te recuperes del día. Me quedo mirando aquel rostro todo el camino, velando tu sueño sintiendo que podría pasar el resto de mi vida sin descansar, solamente cuidándote, cada una de mis noches.
-No lo sienta Annabeth, es más bella dormida que despierta y era algo que veía absolutamente imposible- te sonrío sin poderlo evitar. La ayudo a arreglarse en lo que puedo, te dejo espacio para recomponerte y sin más abro la puerta del carruaje, ayudándote a bajar lo mejor que se con tu pierna lastimada. Salimos en la zona norte de París, una zona nueva, un barrió burgués de amplias calles y bulevares nuevos y coloridos con casas enmarcadas por bonitos jardines. Dejo que le des las indicaciones al portero mientras te sonrío emocionado, avanzando unos veinte metro hasta quedar delante de una casa de tres plantas. El césped y las pocas macetas de la entrada están bien cuidadas y atendidas, las cortinas están abiertas, dejando ver desde fuera un pequeño salón lleno de estanterías. –Bienvenida a mi casa mademoiselle- sonríe nervioso mientras la señalo con un gesto de mi brazo de la manera más elocuente que puedo, esperando que esta pueda complacer a los altos estándares de la aristócrata.
Me dirige contigo del brazo, intentando que apoyes la pierna lo menos posible, sonriéndote nervioso, incapaz de dar ninguna otra explicación. Mi mano tiembla un poco mientras entra la mano en la cerradura nervioso. Algunos transeúntes parecen mirar la extraña escena con curiosidad moderada.
La puerta se abre en lo que me parece una eternidad. Revelando un pequeño salón bien ordenado y sin una mota de polvo, de una manera casi demasiado perfecta. –Soy un poco maniático con el orden- explico algo azorado mientras la acompaño al sofá para que descanse la pierna. –Así que tuve que encontrar una criada igual de maniática- No puedo evitar reírme de mi propia broma, mientras coloco algunos cojines para tu mayor comodidad. –Bienvenida a mi casa mademoiselle- Mis labios se acercan a los tuyos, lentamente, besándote unos instantes en la intimidad de mi casa, parece tan irreal, tan extraño y sin embargo todo lo que me haces sentir, como parece que mi pecho vaya a salirse de sí mismo me recuerda que es absolutamente real. Tengo cierto miedo a continuar aquellos besos, por temor a que pienses mal de mis intenciones, por lo que tras el pequeño escarceo me separa con delicadeza, esperando que esta circunstancia tampoco te importune. –¿Desea algo para beber mademoiselle?¿Algunas pastas?¿Si lo prefiere puedo enseñarle la casa si su pierna se lo permite?-
Sin embargo, los nervios van dejando paso a una consciencia más antigua y astuta, dominante, que se despereza curiosa, pues para él, aquella humana ya es una curiosidad en si misma, una curiosidad que ha entrado en su territorio por su propio pie, una curiosidad que en tales circunstancias no puede obviar.
Sonrío cuando te agarras al cuello de mi ropa, apretando las yemas de mis dedos contra tu espalda, queriéndote sentir más y más cerca a cada respiración, a cada instante que pasamos juntos. Como un breve recuerdo tu ruda confesión en la cafetería revolotea intentando encontrar un hueco para asaltarme con dudas y temores, sin encontrar alguno. Mi mundo se reduce a todo lo que ocurre en aquel coche de caballos, no existe nada antes, aunque me siento nervioso por lo que ocurrirá en un pequeño rato. Hacía muchos años que no llevaba a una dama a mi casa, tantos que es mi residencia en Holanda la que ha visto aquellos encuentros, demasiado lejanos ya incluso para una criatura longeva como yo.
Sonrío ante tu broma, mirándote mientras coloco algunos cabellos rebeldes detrás de tu oreja. –Comparado con vuestra mansión Adrielle, todo es un cuchitril. Aunque para nada lo encontrará desordenado o sucio. Alice es una criada espléndida y yo soy sumamente ordenado- continúo tranquilizándola esperando que no abandone el carro inmediatamente pensando que va hacia una especie de estercolero o de chabola llena de basura. Me vanaglorio de tener una casa limpia, cuidada y ordenada, algo difícil de encontrar entre los hombres solteros de esta ciudad y no podía permitir que ese miedo prosperaba sin sentido.
De mis labios se escapa una sonrisa alegre y feliz cuando te recuestas en mi hombro, cuando después de tan devastador beso tu respiración se tranquiliza sobre mi pecho. Te abrazo, dándote calor, abrigo, protección y seguridad. Esperando que ese pequeño, ligero y encantador sueño en el que te sumes, transmitiendo tanta paz y tranquilidad con el rostro más dulce que te he visto nunca sirva para que te recuperes del día. Me quedo mirando aquel rostro todo el camino, velando tu sueño sintiendo que podría pasar el resto de mi vida sin descansar, solamente cuidándote, cada una de mis noches.
-No lo sienta Annabeth, es más bella dormida que despierta y era algo que veía absolutamente imposible- te sonrío sin poderlo evitar. La ayudo a arreglarse en lo que puedo, te dejo espacio para recomponerte y sin más abro la puerta del carruaje, ayudándote a bajar lo mejor que se con tu pierna lastimada. Salimos en la zona norte de París, una zona nueva, un barrió burgués de amplias calles y bulevares nuevos y coloridos con casas enmarcadas por bonitos jardines. Dejo que le des las indicaciones al portero mientras te sonrío emocionado, avanzando unos veinte metro hasta quedar delante de una casa de tres plantas. El césped y las pocas macetas de la entrada están bien cuidadas y atendidas, las cortinas están abiertas, dejando ver desde fuera un pequeño salón lleno de estanterías. –Bienvenida a mi casa mademoiselle- sonríe nervioso mientras la señalo con un gesto de mi brazo de la manera más elocuente que puedo, esperando que esta pueda complacer a los altos estándares de la aristócrata.
Me dirige contigo del brazo, intentando que apoyes la pierna lo menos posible, sonriéndote nervioso, incapaz de dar ninguna otra explicación. Mi mano tiembla un poco mientras entra la mano en la cerradura nervioso. Algunos transeúntes parecen mirar la extraña escena con curiosidad moderada.
La puerta se abre en lo que me parece una eternidad. Revelando un pequeño salón bien ordenado y sin una mota de polvo, de una manera casi demasiado perfecta. –Soy un poco maniático con el orden- explico algo azorado mientras la acompaño al sofá para que descanse la pierna. –Así que tuve que encontrar una criada igual de maniática- No puedo evitar reírme de mi propia broma, mientras coloco algunos cojines para tu mayor comodidad. –Bienvenida a mi casa mademoiselle- Mis labios se acercan a los tuyos, lentamente, besándote unos instantes en la intimidad de mi casa, parece tan irreal, tan extraño y sin embargo todo lo que me haces sentir, como parece que mi pecho vaya a salirse de sí mismo me recuerda que es absolutamente real. Tengo cierto miedo a continuar aquellos besos, por temor a que pienses mal de mis intenciones, por lo que tras el pequeño escarceo me separa con delicadeza, esperando que esta circunstancia tampoco te importune. –¿Desea algo para beber mademoiselle?¿Algunas pastas?¿Si lo prefiere puedo enseñarle la casa si su pierna se lo permite?-
Sin embargo, los nervios van dejando paso a una consciencia más antigua y astuta, dominante, que se despereza curiosa, pues para él, aquella humana ya es una curiosidad en si misma, una curiosidad que ha entrado en su territorio por su propio pie, una curiosidad que en tales circunstancias no puede obviar.
Última edición por Bernard Favre el Miér Jun 06, 2018 6:39 pm, editado 1 vez
Bernard Favre- Licántropo Clase Media
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Re: La belle et les bêtes (privado)
Si no fuera porque se nota a leguas de distancia que estás más que nervioso con que vea tu hogar, por la forma en que te expresas de éste una y otra vez, te haría una pesada broma al respecto. Más insistes con que eres demasiado obsesivo del orden, puedo creerlo porque ya lo noté desde la cafetería, donde vas colocando todos los objetos en los lugares donde corresponde o donde consideras que deberían estar para que estorben menos a los movimientos de los comensales. Y qué decir cuando cada quien llega con un grupo de libros que hay que ordenar conforme tamaños, escalonados, en ocasiones pienso que vas a catalogarlos por fecha de publicación, orden alfabético de autores y hasta por colores. De acuerdo, ya exageré, más es que en ocasiones eres tan observador de esos detalles que me pregunto qué pensarás de mi despacho en Phoenix.
Y sí, porque quien hace la limpieza es Madame Violet, ella es la que arregla, la que deja todo impecable para que sólo me dedique a llegar al escritorio, ver la enorme correspondencia por leer -ahora que recuerdo he de tener una montaña en la cual ahogarme porque llevo tres días sin revisarla-, catalogarla y luego, leer, contestar y mientras tanto, ya tengo todo el escritorio acomodado. Madame Violet se queja todos los días por eso a lo que ya tengo la respuesta que sé que detesta, más se guarda sus opiniones y es: "Todo orden proviene de origen del más grande caos, cuando termine mi caos, tendré mi orden", sé que eso no le gusta, más soy así en cuanto a correspondencia. Ya para estudiar, necesito toda una mesa gigante -mientras más grande mejor- para apoyar los libros, los manuscritos, la tinta, la pluma en tanto voy revisando, analizando, catalogando, anotando, estudiando y aprendiendo. Todo debe tener un caos para después ordenarlo.
Ni sabré cómo se prepara una tarta de queso con fresas -mi favorita-, más sí sé cómo llevar una biblioteca en funcionamiento, tener todos los datos de los autores, datos, fechas e inclusive detalles nimios en la mente al tiempo que sigo discutiendo de qué color va a ser mi vestido y qué sombrero voy a llevar. Porque sí, en lo que trata de mi indumentaria y mi apariencia, soy única. Es el lugar donde el caos es inexistente. Todo tiene que ir en su lugar, catalogado por tipo de prenda, color e inclusive los zapatos y los accesorios van en orden, todos en cajas para que sea más fácil de ubicar -por supuesto, para mí y Madame Violet- para elegirlos con rapidez. Para eso y para mi arreglo personal soy la más exigente de todo Europa. Coqueta me diría mi madre mientras mi padres sonreía divertido al ver cómo elegía mis prendas y mis zapatos dependiendo la fecha, si llovía, si hacía sol o inclusive, si tenía que ir a por un libro o bien, a una reunión. Impecable tiene que estar.
Por eso no digo nada de tus afanes por el orden, aunque de reojo te mire intrigada y perspicaz porque cuando un hombre dice que lo tiene todo arreglado, sé que siempre hay algo que se escapa de su control. Papá era igual. Cuando decía que ya todo estaba listo en la biblioteca, mamá y yo nos mirábamos de esa manera que lo ponía nervioso para descubrir algún libro fuera de lugar o bien, un error cuasi imperceptible. Digamos que confío tanto en el orden de un hombre como en el de una persona nueva en casa. Hay que enseñar para obtener. Tus movimientos nerviosos y ese tic que tienes -que no te voy a decir cuál es porque así sé cuándo estás inseguro de algo- me hacen pensar que quizá tu realidad no sea tan idéntica a como intentas plasmarla en palabras.
Te doy de todas formas el beneficio de la duda porque el que juzga sin conocer, acaba por reconocer su error. - Una mansión no hace al orden, todo lo contrario, mientras más grande se es, más fácil es que el orden caiga en desuso - susurro con convicción. De todas maneras sé que el dinero que los De Louise tenía era demasiado para gastar en una sola vida, eso aunado a las contribuciones que recibimos de varios filántropos -me refiero a sobrenaturales, por supuesto- hacen que los gastos sean menores. Podría tener a más de veinticinco personas en mi hogar sin problema alguno sabiendo que los sirvientes podrán atenderles en sus necesidades hasta que puedan irse felices y contentos. De eso me vanaglorio, es un orgullo poder ayudar a tantas personas reunidas. Para eso existe Phoenix, por eso lo conservo.
Si me quedé dormida, es porque mi cansancio es mayor a lo que pensé, intento verme bien cuando me siento escuchando tus palabras antes de mirarte y sin poder contener mi lengua, sale de mi boca un - claro que me veo más bella dormida y me veo absolutamente imposible de hermosa porque estoy callada porque sólo hablo y se pierde el glamour - bromeo divertida porque de algo tengo que reírme en la vida. Si no es de mí ¿De quién? Una vez que arreglo mis faldas, procuro que mi peinado esté mejor, tomo el sombrero que me entregas con tal caballerosidad sonriendo ante tus ojos por tal gesto de amabilidad, me coloco bien el accesorio para salir ayudada por tu mano firme intentando que se oculte mi herida de la pierna. ¿Qué va a decir la gente cuando me vea así, renqueando? ¡Qué horror! Pensarán que ya estoy vieja o bien, que estoy enferma de polio. ¡No, no, no!
En cuanto bajo observo el vecindario, hay muchas casas lo que significa vecinos. Ya tenemos puntos en contra para el anonimato por lo que acomodo mejor mi sombrero antes de darle al cochero la misiva y con tu invitación, avanzo mirando el pasto bien cortado, las plantas que adornan tu jardín. Más nada se compara con la fachada de tu casa. Moderna para la época, grande como para tener a toda una familia sin que haya problemas y de paso, con esos toques monos que me gustan como por ejemplo, las cúpulas, la herrería y qué decir de los colores elegidos. Sí, me agrada mucho por lo que mi sonrisa se amplía mirando cómo la muestras con ese orgullo propio de a quien le costó ganar lo suficiente para adquirir su propio hogar. Te aplaudiría de no ser porque pasa una viejita encorvada del brazo de un hombre de mediana edad observándome como si fuera una indeseable en el barrio por mis ropajes.
Eso me hace sonrojar desde la raíz de los cabellos hasta los pies bajando la cara para que el anonimato me cubra de gloria. Más paso a paso, tomada de tu brazo, logramos llegar al rellano donde veo que te tiemblan las manos. ¡Oh Bernard, de verdad que estás nervioso! Eso me llena de ternura, te daría un beso en la mejilla más sé que es inapropiado. Ya lo haré estando dentro de tu hogar. Una vez que consigues -por fin, porque estaba a punto de quitarte las llaves- abrir la puerta, la mejor escena aparece frente a mis ojos. Miro todo deslumbrada, avanzando hasta el salón con la boca entreabierta formando una débil sonrisa, quisiera poder caminar bien para mirar todo, más el lugar se ve tan amplio, que es un gusto estar en él.
Tomo asiento más porque me llevas que porque quiera sentarme, incluso mientras colocas los cojines en mi espalda y bajo mi pierna me quedo en total silencio mirando los cuadros, los detalles de las flores que seguro son obra de Alice, quien dijiste que era tu criada. La tapicería de los sillones es perfecta, se nota tu buen gusto. A mis oídos llega tu voz, las palabras se desdibujan excepto tus labios que atrapan los míos en un beso dulce y delicado, llevo mis manos a tu cuello para tocarlo saboreando el momento. Deslizando mis falanges por tus mejillas sintiendo su calidez, tu barba hace cosquillas en mi epidermis, algo de lo que ya me acostumbré, al contrario, me gusta sentirte. Es tan suave tu vellosidad que me declaro fascinada de tocar una y otra vez esa barba tuya que te hace ver tan varonil. Parpadeo cuando te alejas, asiento ante tu ofrecimiento - un vaso de agua por favor y no más comida, en mi estómago es inexistente el espacio de todo lo que comimos, me siento satisfecha ¿Tú no? - miro las cortinas abiertas y las señalo por obvias razones.
Lo que menos espero es que haya rumores sobre nosotros. En lo que echas las cortinas gruesas, me desprendo del sombrero para dejarlo a un lado del sillón quedando sentada acomodando mis enaguas sobre mis piernas luciendo lo más decente que puedo. Más mi inquietud es mayor, atrapo uno de los libros que tienes en la mesa para ver cuál es, sonrío al leer a Miguel de Cervantes Saavedra en uno de ellos, acariciando sus páginas con deleite en tanto paso hoja por hoja deleitándome con su prosa. Me recargo contra los cojines en tanto vas a la cocina -quiero pensar- a por mi vaso de agua. En cuanto vuelves susurro bajo - me encantaría conocer tu casa, más no quiero darle mayor presión a mi pierna. Además, habrá otros días para hacerlo ¿No es así? - muerdo mi labio inferior con ese colmillito que queda a la vista - gracias por el agua, Bernard. Siempre eres muy atento. Algo te he de reconocer, el lugar es hermoso, fantástico, hay mucho espacio que se deja ver por los altos techos, que todo esté pintado de blanco lo que permite la luminosidad y la sensación de que es enorme y uno diminuto - confieso mirando todo alegre antes de dar un trago al vaso de agua dejando el objeto de cristal en la mesa.
Acaricio a Miguel, lo miro con alegría antes de aspirar el aroma de sus hojas habiendo cerrado el libro para depositar en la mesa el mismo con el mimo necesario para que todo quede tal cual lo encontré. En ese momento volteo a mirarte - y touché, tenías razón, todo se ve tan limpio que cualquiera pensaría que tienes un ejército de sirvientes, mi escritorio jamás estaría así por más que Madame Violet lo limpiara del diario. Y como sé que así lo hace, es que te lo digo - se ríe divertida cubriéndose la boca con la diestra procurando no ser demasiado escandalosa puesto que pocas veces ha estado en la casa de alguien, por lo que le cuesta ponerse cómoda.
Y sí, porque quien hace la limpieza es Madame Violet, ella es la que arregla, la que deja todo impecable para que sólo me dedique a llegar al escritorio, ver la enorme correspondencia por leer -ahora que recuerdo he de tener una montaña en la cual ahogarme porque llevo tres días sin revisarla-, catalogarla y luego, leer, contestar y mientras tanto, ya tengo todo el escritorio acomodado. Madame Violet se queja todos los días por eso a lo que ya tengo la respuesta que sé que detesta, más se guarda sus opiniones y es: "Todo orden proviene de origen del más grande caos, cuando termine mi caos, tendré mi orden", sé que eso no le gusta, más soy así en cuanto a correspondencia. Ya para estudiar, necesito toda una mesa gigante -mientras más grande mejor- para apoyar los libros, los manuscritos, la tinta, la pluma en tanto voy revisando, analizando, catalogando, anotando, estudiando y aprendiendo. Todo debe tener un caos para después ordenarlo.
Ni sabré cómo se prepara una tarta de queso con fresas -mi favorita-, más sí sé cómo llevar una biblioteca en funcionamiento, tener todos los datos de los autores, datos, fechas e inclusive detalles nimios en la mente al tiempo que sigo discutiendo de qué color va a ser mi vestido y qué sombrero voy a llevar. Porque sí, en lo que trata de mi indumentaria y mi apariencia, soy única. Es el lugar donde el caos es inexistente. Todo tiene que ir en su lugar, catalogado por tipo de prenda, color e inclusive los zapatos y los accesorios van en orden, todos en cajas para que sea más fácil de ubicar -por supuesto, para mí y Madame Violet- para elegirlos con rapidez. Para eso y para mi arreglo personal soy la más exigente de todo Europa. Coqueta me diría mi madre mientras mi padres sonreía divertido al ver cómo elegía mis prendas y mis zapatos dependiendo la fecha, si llovía, si hacía sol o inclusive, si tenía que ir a por un libro o bien, a una reunión. Impecable tiene que estar.
Por eso no digo nada de tus afanes por el orden, aunque de reojo te mire intrigada y perspicaz porque cuando un hombre dice que lo tiene todo arreglado, sé que siempre hay algo que se escapa de su control. Papá era igual. Cuando decía que ya todo estaba listo en la biblioteca, mamá y yo nos mirábamos de esa manera que lo ponía nervioso para descubrir algún libro fuera de lugar o bien, un error cuasi imperceptible. Digamos que confío tanto en el orden de un hombre como en el de una persona nueva en casa. Hay que enseñar para obtener. Tus movimientos nerviosos y ese tic que tienes -que no te voy a decir cuál es porque así sé cuándo estás inseguro de algo- me hacen pensar que quizá tu realidad no sea tan idéntica a como intentas plasmarla en palabras.
Te doy de todas formas el beneficio de la duda porque el que juzga sin conocer, acaba por reconocer su error. - Una mansión no hace al orden, todo lo contrario, mientras más grande se es, más fácil es que el orden caiga en desuso - susurro con convicción. De todas maneras sé que el dinero que los De Louise tenía era demasiado para gastar en una sola vida, eso aunado a las contribuciones que recibimos de varios filántropos -me refiero a sobrenaturales, por supuesto- hacen que los gastos sean menores. Podría tener a más de veinticinco personas en mi hogar sin problema alguno sabiendo que los sirvientes podrán atenderles en sus necesidades hasta que puedan irse felices y contentos. De eso me vanaglorio, es un orgullo poder ayudar a tantas personas reunidas. Para eso existe Phoenix, por eso lo conservo.
Si me quedé dormida, es porque mi cansancio es mayor a lo que pensé, intento verme bien cuando me siento escuchando tus palabras antes de mirarte y sin poder contener mi lengua, sale de mi boca un - claro que me veo más bella dormida y me veo absolutamente imposible de hermosa porque estoy callada porque sólo hablo y se pierde el glamour - bromeo divertida porque de algo tengo que reírme en la vida. Si no es de mí ¿De quién? Una vez que arreglo mis faldas, procuro que mi peinado esté mejor, tomo el sombrero que me entregas con tal caballerosidad sonriendo ante tus ojos por tal gesto de amabilidad, me coloco bien el accesorio para salir ayudada por tu mano firme intentando que se oculte mi herida de la pierna. ¿Qué va a decir la gente cuando me vea así, renqueando? ¡Qué horror! Pensarán que ya estoy vieja o bien, que estoy enferma de polio. ¡No, no, no!
En cuanto bajo observo el vecindario, hay muchas casas lo que significa vecinos. Ya tenemos puntos en contra para el anonimato por lo que acomodo mejor mi sombrero antes de darle al cochero la misiva y con tu invitación, avanzo mirando el pasto bien cortado, las plantas que adornan tu jardín. Más nada se compara con la fachada de tu casa. Moderna para la época, grande como para tener a toda una familia sin que haya problemas y de paso, con esos toques monos que me gustan como por ejemplo, las cúpulas, la herrería y qué decir de los colores elegidos. Sí, me agrada mucho por lo que mi sonrisa se amplía mirando cómo la muestras con ese orgullo propio de a quien le costó ganar lo suficiente para adquirir su propio hogar. Te aplaudiría de no ser porque pasa una viejita encorvada del brazo de un hombre de mediana edad observándome como si fuera una indeseable en el barrio por mis ropajes.
Eso me hace sonrojar desde la raíz de los cabellos hasta los pies bajando la cara para que el anonimato me cubra de gloria. Más paso a paso, tomada de tu brazo, logramos llegar al rellano donde veo que te tiemblan las manos. ¡Oh Bernard, de verdad que estás nervioso! Eso me llena de ternura, te daría un beso en la mejilla más sé que es inapropiado. Ya lo haré estando dentro de tu hogar. Una vez que consigues -por fin, porque estaba a punto de quitarte las llaves- abrir la puerta, la mejor escena aparece frente a mis ojos. Miro todo deslumbrada, avanzando hasta el salón con la boca entreabierta formando una débil sonrisa, quisiera poder caminar bien para mirar todo, más el lugar se ve tan amplio, que es un gusto estar en él.
Tomo asiento más porque me llevas que porque quiera sentarme, incluso mientras colocas los cojines en mi espalda y bajo mi pierna me quedo en total silencio mirando los cuadros, los detalles de las flores que seguro son obra de Alice, quien dijiste que era tu criada. La tapicería de los sillones es perfecta, se nota tu buen gusto. A mis oídos llega tu voz, las palabras se desdibujan excepto tus labios que atrapan los míos en un beso dulce y delicado, llevo mis manos a tu cuello para tocarlo saboreando el momento. Deslizando mis falanges por tus mejillas sintiendo su calidez, tu barba hace cosquillas en mi epidermis, algo de lo que ya me acostumbré, al contrario, me gusta sentirte. Es tan suave tu vellosidad que me declaro fascinada de tocar una y otra vez esa barba tuya que te hace ver tan varonil. Parpadeo cuando te alejas, asiento ante tu ofrecimiento - un vaso de agua por favor y no más comida, en mi estómago es inexistente el espacio de todo lo que comimos, me siento satisfecha ¿Tú no? - miro las cortinas abiertas y las señalo por obvias razones.
Lo que menos espero es que haya rumores sobre nosotros. En lo que echas las cortinas gruesas, me desprendo del sombrero para dejarlo a un lado del sillón quedando sentada acomodando mis enaguas sobre mis piernas luciendo lo más decente que puedo. Más mi inquietud es mayor, atrapo uno de los libros que tienes en la mesa para ver cuál es, sonrío al leer a Miguel de Cervantes Saavedra en uno de ellos, acariciando sus páginas con deleite en tanto paso hoja por hoja deleitándome con su prosa. Me recargo contra los cojines en tanto vas a la cocina -quiero pensar- a por mi vaso de agua. En cuanto vuelves susurro bajo - me encantaría conocer tu casa, más no quiero darle mayor presión a mi pierna. Además, habrá otros días para hacerlo ¿No es así? - muerdo mi labio inferior con ese colmillito que queda a la vista - gracias por el agua, Bernard. Siempre eres muy atento. Algo te he de reconocer, el lugar es hermoso, fantástico, hay mucho espacio que se deja ver por los altos techos, que todo esté pintado de blanco lo que permite la luminosidad y la sensación de que es enorme y uno diminuto - confieso mirando todo alegre antes de dar un trago al vaso de agua dejando el objeto de cristal en la mesa.
Acaricio a Miguel, lo miro con alegría antes de aspirar el aroma de sus hojas habiendo cerrado el libro para depositar en la mesa el mismo con el mimo necesario para que todo quede tal cual lo encontré. En ese momento volteo a mirarte - y touché, tenías razón, todo se ve tan limpio que cualquiera pensaría que tienes un ejército de sirvientes, mi escritorio jamás estaría así por más que Madame Violet lo limpiara del diario. Y como sé que así lo hace, es que te lo digo - se ríe divertida cubriéndose la boca con la diestra procurando no ser demasiado escandalosa puesto que pocas veces ha estado en la casa de alguien, por lo que le cuesta ponerse cómoda.
Annabeth De Louise- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 13/04/2018
Localización : En medio de sus brazos, bajo sus colmillos.
Re: La belle et les bêtes (privado)
Me río ante la broma que mi acompañante realiza con tal jovialidad, ayudándola a bajar los a veces enrevesados escalones del carruaje. –Le aseguro mademoiselle que si esperara una mujer más tranquila y apocado le aseguro que no llevaríamos dos meses viéndonos- ríe continuando su broma. –Por suerte para ambos prefiero una mujer fuerte y resolutiva a la par que espectacularmente hermosa- respondo algo más serio e intenso, bajando la voz dado que aún nos encontramos lejos de tener la privacidad que empiezan a necesitar nuestros encuentros. Cuanto más te conozco, cuando más deseo compartir contigo, más me asfixia la sociedad en la que nos encontramos condenados ¿Por qué debo de ocultar el sentimiento tan bonito que proceso por ti?¿Por qué no puedo acariciar tu preciso rostro o degustar tus profundos labios si con ello solo pretendo mostrar físicamente una pequeña parte de lo que siento por ti? ¿Qué hay de malo?¿Por qué debería escandalizarse alguien? Por suerte dentro de poco la sociedad se quedará al otro lado de la puerta, muy lejos, detrás del jardín y podré compartir contigo un poco más de mí.
Incluso yo puedo notar que una vez veo tu alegre gesto al ver la fachada de mi casa, gran parte de mis temores se disipan. Me encanta ver esa expresión en tu rostro, me encanta agradarte y que disfrutes de todo lo que pueda ofrecerte. Veía sumamente complicado que pudieras ver con buenos ojos una casa que en comparación con tu enorme mansión es tan grande como una caja de cerillas pero una vez más me demuestras tu humildad y tu sensatez al mirar mi mundo, que a veces siento tan lejos del tuyo, de los banquetes de la aristocracia, de las fiestas, de los lujos. Una vez más me demuestras sin embargo que tu mundo es tan transversal que puedes incluso mantener algo tan bonito con un comerciante que jamás podrá igualar tu fortuna por mucho que trabaje. Sonrío como un absoluto estúpido, sin saber exactamente que decir o contestar, dejando que inspecciones lo que desees dentro de las posibilidades de tu pierna. Intento no pensar en tu aspecto, ni en las revelaciones de la cafetería, al fin y al cabo no es lo que necesitas, has confiado en mí y yo intentaré devolverte ese gesto, esa confianza lo mejor que sepa, aunque los malditos nervios apenas me dejen tragar debido a lo seca que siento la boca, tal vez por eso decido ir tan rápido a por dos vasos de agua, al menos puedo tomarme uno de un largo y ansioso sorbo que me permite recuperar algo de autocontrol. –Yo también estoy saciado, pero admito que no suelo tener muchas visitas y espero que estés lo más cómoda posible.- Respondo desde la intimidad que me da la cocina, buscando hacer la confesión menos vergonzosa de lo que ya es para mi.
Se me vuelve a escapar una sonrisa cuando te veo abrazar de manera entrañable una de las obras de uno de los mejores autores de la novela ibérica. Te doy el vaso de agua disfrutando del electrizante toque de nuestras manos ¿Desde cuándo eres capaz de provocarme tanto con tan poco?¿Cuál es ese hechizo que me impide dejar de mirarte como la criatura más bella del mundo? Acomodada en mi sofá, en mi casa y tan feliz ¿Me merezco de verdad tan divino regalo envuelto en una preciosa guerrera digna de ser la reencarnación de la propia Atenea? Coloco mi propio vaso sobre la mesa mientras me siento a tu lado, manteniéndome cercano al borde del sofá, no por nervios ni para dejarte más cómoda lo admito, es que me siento incapaz de dejar de mirar tu bella tez ni por un segundo. –Me alegro que le haya causado una buena impresión mi casa Annabeth- sonrío azorado acariciando con infinito cuidado el muslo sano con mi dedo corazón e índice de manera pausada y tranquila. –Por supuesto, puede venir toda las veces que desee- respondo lentamente, acortando con cada sílaba la distancia que separa nuestros labios dolorosamente mientras noto como mi respiración se acelera lentamente sin poder apartar mi mirada de aquellos irises imposiblemente azules. –Espero que considere esta casa su retiro, su santuario- continúo ya muy cerca de su boca, suspirando levemente. –Cuando desees desconectar, olvidarte de tus problemas o coger fuerzas, le aseguro que aquí no van a molestarla- Mis manos acarician ahora suavemente el suave perfil de su cara, evitando las magulladuras, tratando aquel dañado rostro como si de porcelana oriental se tratara hasta que al fin mis labios se apoderan con una suave caricia de su labio inferior, procurando evitar la fea herida que aún tiene pinta de doler demasiado. Me deleito con aquellos suaves pliegues, disfrutando del hipnotizante sabor de tus besos que subyugan cualquier otro pensamiento que pudiera cruzar mi mente, dejándome guiar por tu sensual aroma que hoy es más enloquecedor que nunca al mezclarse con el férreo olor de la sangre, que activa partes más oscuras de mi psique que empiezan a estar cada vez más despiertas ante tu delirante presencia. –Deseaba tanto poder besarte sin miedo Annabeth- suspiro un instante antes de continuar besando tus labios de manera pausada, tranquila, disfrutando de cada una de las sensaciones que me transmites solo con existir a mi lado.
-Debo confesarte que en la tercera planta de esta sala está el taller, donde trabajo con algunas prendas cuando estoy inspirado, almaceno algo de mercancía más valiosa y algunos encargos- me sonrojo levemente, hasta yo puedo notar subirme levemente el color a los mofeltes –Admito que es la única habitación de la casa que está siempre desordenada. Tanto es así que mi servicio tiene prohibido limpiarla- río levemente ante la confesión –Trabajar con ese desorden me parece más confortable y estimulante pero el resto de la casa prefiero que mantenga el mejor aspecto posible, tal vez para olvidarme un poco del trabajo.-
Incluso yo puedo notar que una vez veo tu alegre gesto al ver la fachada de mi casa, gran parte de mis temores se disipan. Me encanta ver esa expresión en tu rostro, me encanta agradarte y que disfrutes de todo lo que pueda ofrecerte. Veía sumamente complicado que pudieras ver con buenos ojos una casa que en comparación con tu enorme mansión es tan grande como una caja de cerillas pero una vez más me demuestras tu humildad y tu sensatez al mirar mi mundo, que a veces siento tan lejos del tuyo, de los banquetes de la aristocracia, de las fiestas, de los lujos. Una vez más me demuestras sin embargo que tu mundo es tan transversal que puedes incluso mantener algo tan bonito con un comerciante que jamás podrá igualar tu fortuna por mucho que trabaje. Sonrío como un absoluto estúpido, sin saber exactamente que decir o contestar, dejando que inspecciones lo que desees dentro de las posibilidades de tu pierna. Intento no pensar en tu aspecto, ni en las revelaciones de la cafetería, al fin y al cabo no es lo que necesitas, has confiado en mí y yo intentaré devolverte ese gesto, esa confianza lo mejor que sepa, aunque los malditos nervios apenas me dejen tragar debido a lo seca que siento la boca, tal vez por eso decido ir tan rápido a por dos vasos de agua, al menos puedo tomarme uno de un largo y ansioso sorbo que me permite recuperar algo de autocontrol. –Yo también estoy saciado, pero admito que no suelo tener muchas visitas y espero que estés lo más cómoda posible.- Respondo desde la intimidad que me da la cocina, buscando hacer la confesión menos vergonzosa de lo que ya es para mi.
Se me vuelve a escapar una sonrisa cuando te veo abrazar de manera entrañable una de las obras de uno de los mejores autores de la novela ibérica. Te doy el vaso de agua disfrutando del electrizante toque de nuestras manos ¿Desde cuándo eres capaz de provocarme tanto con tan poco?¿Cuál es ese hechizo que me impide dejar de mirarte como la criatura más bella del mundo? Acomodada en mi sofá, en mi casa y tan feliz ¿Me merezco de verdad tan divino regalo envuelto en una preciosa guerrera digna de ser la reencarnación de la propia Atenea? Coloco mi propio vaso sobre la mesa mientras me siento a tu lado, manteniéndome cercano al borde del sofá, no por nervios ni para dejarte más cómoda lo admito, es que me siento incapaz de dejar de mirar tu bella tez ni por un segundo. –Me alegro que le haya causado una buena impresión mi casa Annabeth- sonrío azorado acariciando con infinito cuidado el muslo sano con mi dedo corazón e índice de manera pausada y tranquila. –Por supuesto, puede venir toda las veces que desee- respondo lentamente, acortando con cada sílaba la distancia que separa nuestros labios dolorosamente mientras noto como mi respiración se acelera lentamente sin poder apartar mi mirada de aquellos irises imposiblemente azules. –Espero que considere esta casa su retiro, su santuario- continúo ya muy cerca de su boca, suspirando levemente. –Cuando desees desconectar, olvidarte de tus problemas o coger fuerzas, le aseguro que aquí no van a molestarla- Mis manos acarician ahora suavemente el suave perfil de su cara, evitando las magulladuras, tratando aquel dañado rostro como si de porcelana oriental se tratara hasta que al fin mis labios se apoderan con una suave caricia de su labio inferior, procurando evitar la fea herida que aún tiene pinta de doler demasiado. Me deleito con aquellos suaves pliegues, disfrutando del hipnotizante sabor de tus besos que subyugan cualquier otro pensamiento que pudiera cruzar mi mente, dejándome guiar por tu sensual aroma que hoy es más enloquecedor que nunca al mezclarse con el férreo olor de la sangre, que activa partes más oscuras de mi psique que empiezan a estar cada vez más despiertas ante tu delirante presencia. –Deseaba tanto poder besarte sin miedo Annabeth- suspiro un instante antes de continuar besando tus labios de manera pausada, tranquila, disfrutando de cada una de las sensaciones que me transmites solo con existir a mi lado.
-Debo confesarte que en la tercera planta de esta sala está el taller, donde trabajo con algunas prendas cuando estoy inspirado, almaceno algo de mercancía más valiosa y algunos encargos- me sonrojo levemente, hasta yo puedo notar subirme levemente el color a los mofeltes –Admito que es la única habitación de la casa que está siempre desordenada. Tanto es así que mi servicio tiene prohibido limpiarla- río levemente ante la confesión –Trabajar con ese desorden me parece más confortable y estimulante pero el resto de la casa prefiero que mantenga el mejor aspecto posible, tal vez para olvidarme un poco del trabajo.-
Bernard Favre- Licántropo Clase Media
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Localización : París
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Re: La belle et les bêtes (privado)
Ruego al tiempo aquel momento,
en que mi mundo se paraba entre tus labios
Sólo para revivir y derretirme una vez más
Mirando tus ojos negros.
en que mi mundo se paraba entre tus labios
Sólo para revivir y derretirme una vez más
Mirando tus ojos negros.
Este lugar tiene su chispa, la que tú le das con cada detalle que mis ojos notan, mi sonrisa se amplía en tanto te esfuerzas en complacer mis necesidades. Intento ser medida, consciente de que estás solo en esta amplia casa sin servidumbre que pueda auxiliar por lo que con un vaso de agua me bastaría. De no ser porque siento la pierna dolida, querría que el alejarte fuera impensable. - ¿Me parece o tienes un pésimo concepto de tus logros o de mi persona, si crees que no me gustaría un lugar así? Una mansión es para tenerla llena de personas. Una casa debiera ser más pequeña para concretar una vida en consuno donde una pareja forme un hogar y una familia llenando cada sitio de vida, charlas y hasta gritos de pequeños excitados por algo que acaban de descubrir o de risas alegres. Demasiado espacio es eso, huecos sin llenar. Como mi hogar en Florencia cuando estábamos mis padres y yo solos. El eco me asustaba de pequeña, tenía que ir de la mano de madame Violet - susurro recordando esos momentos en que un sonido era potenciado por la ausencia de vida.
Sigues hablándome de usted, en este momento mi objeción se cuela por la rendija del palpitar de mi corazón que resuena con potencia a pesar de que este lugar carece del eco antes mencionado. ¿Por qué? Deberías saberlo ya que acortas la distancia entre ambos. Sé lo que sucederá, lo vengo esperando desde hace una semana atrás, el roce de tus labios contra los míos es tan dulce que sensibiliza cada fibra de mi ser, cada terminación nerviosa se apea a tu lado, a tus demandas consideradas con mi herida en el pliegue de mi boca. ¿Quieres que me desconecte de mi realidad? Sólo sigue besándome. Con eso es suficiente para que olvide el enorme correo que sigue en mi escritorio, que tengo que mandar a por Aglaia para que mate a Simone, que Amane sigue con su interés de ser una esclava de sangre, que mi ex prometido está en casa y todo, absolutamente todo, va directo al tacho de basura cuando el contacto entre nosotros se profundiza permitiendo que con timidez propia de quien ama con sinceridad, pueda responder a las demandas de tu boca, de tu cuerpo y tus manos. En tanto las mías apenas se contentan con colocarse en tus hombros, acariciar tu barba con cuidado y cariño infinitos.
Te separas, por poco suelto un improperio hasta que aclaras lo que para mí es parte de un karma que ahora puedo liberar a tu lado, asiento suave - ajá - ni siquiera puedo formar una debida palabra cuando me derrito de nuevo contra tu boca, llevando una mano osada a tu pecho, internándose por la levita acariciando sobre tu chaleco el pecho que me incita. Aprieto la mano manteniendo dentro de la palma la tela de tu prenda haciéndote consciente de lo mucho que te necesito. Cada beso, cada pliegue acariciado, cada parte de tu aliento es absorbido por mi memoria táctil hasta que te separas haciendo que abra los ojos de golpe como si me hubieras ofrecido el cielo y me cerraras las puertas en las narices.
Aún y a pesar de mi frustración, es esa confesión la que me hace reír bajo - al menos compartimos algo. En lo profundo de nuestras mentes existe un orden que los demás no entenderán, más en ese sitio, todo está a la mano. A nuestra mano. Y hablando de manos - suelto tu chaleco intentando alisar la tela con expresión culpable - ¿Podrías traer una manta? Sé que soy un incordio, más me gustaría ponerme cómoda - siento cómo las mejillas se incendian por lo tímida que me siento estando pidiéndote más y más. Prometo que es la última vez. En cuanto te alejas, mis manos levantan las enaguas para ir desabrochando las botas con rapidez, eres un sol, tan atento que me haces sentir especial. Dejo el calzado acomodado a escondidas de tus ojos, detrás del reposabrazos del sillón que uso de respaldo, antes de observar la herida durante unos instantes. La venda está cediendo, la sangre es visible en tanto la cubro con la tela intentando que no te asustes. Ya sé que tendré que abrir la boca para decir cómo es que me la hice.
¿Qué haré cuando me preguntes? ¿Cómo voy a fingir? Me doy cuenta, mirando alrededor, que lo último que quiero es que tengas miedo de mis actividades. Quizá desviando un poco el tema logre superar este obstáculo. Hay algo que me carcome, si no tengo la confianza de decirte que soy la líder de Phoenix, entonces ¿Cuándo podremos tener una relación plena? Me desprendo de los guantes, cubro mi rostro con las manos intentando paliar mi nerviosismo, sintiendo la tibieza de mis manos contrastada con la frialdad de mis dedos. Tengo mala circulación, alguna vez me lo han dicho. Cuando escucho que te acercas, te recibo con una sonrisa que no llega a mis ojos - gracias, me he quitado el calzado, una pierde el glamour de vez en vez, esperaré la siguiente ocasión en que te levantes para quitarme la peluca, la máscara y mostrarte que soy más horrible que un Nosferatu - la comparación se me sale de la boca sin querer hasta que al extender las manos para tomar la manta me doy cuenta. - Gracias por la manta y ¿Hay fantasmas en esta casa? - y cuelo la segunda. ¡Excelente, Annabeth! ¡La siguiente vez di que tiene al vampiro metido en el sótano y lograrás una victoria rotunda! Nadie dijo que fuera a tu favor, chiquilla.
Annabeth De Louise- Humano Clase Alta
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Localización : En medio de sus brazos, bajo sus colmillos.
Re: La belle et les bêtes (privado)
“Muy bien Bernard, no habéis entrado en casa y ya has molestado a la señorita” es lo único que puedo pensar cuando aquella preciosidad responde a mi en parte broma en parte modo de exteriorizar levemente mi miedo. No obstante, una vez más sus palabras son un bálsamo para mi intranquilidad, mostrándote como una persona comprensiva, cariñosa y con los pies en la tierra. Desde luego no eres como muchas de las aristócratas que vienen al negocio, tan solo preocupadas por las apariencias, la pomposidad artificial y surrealista con la que intentan vivir sus vidas tan solo para influir en la impresión de los demás. Cuando hablas de tu modo de ver una familia en aquella casa no puedo evitar que mi corazón de un para mi sonoro bote que suena en mis oídos con la fuerza de una estampida a pleno galope. Cada frase tuya provoca que mi imaginación se dispare, que mi cabeza inquieta se imagine a aquella hipotética familia como nosotros en un futuro lejano. Admito la influencia de la moda del momento cuando me imagino una pequeña y simpática pareja de niños de unos cinco años corriendo por el ordenado salón, admito que no soy nada original y que es un planteamiento que ya he tenido varias veces no obstante ahora que estás tú, que estás en mi salón, que me sonríes de esa manera y me miras con esos ojos todo toma un significado nuevo y diferente, uno más bello, realista y completo y a la vez capaz de provocar un vértigo enorme en la boca de mi estómago y un molesto cosquilleo en las palmas de las manos que se mueven incómodas. –No pretendía dejarla de superficial o materialista mademoiselle. En mi opinión es una bonita casa, mi inquietud era que no le agradara- respondo intentando parecer menos azorado de lo que lo estoy realmente.
Por suerte los besos dejan cualquier pensamiento alejado de la parte racional de mi cabeza, de repente las preocupaciones, el trabajo, los miedos se difuminan hasta parecer insignificantes cuando nuestros labios se juntan. Cada fibra de mi ser se rinde sin remedio a la caricia de aquellos labios dulces y suaves como una fresa madura, cálidos y frágiles a la vez que ansiosos y pasionales cuando las circunstancias lo permiten. Cuando tus manos fuerzan mi ropa, jadeo aumentando levemente la intensidad del beso, deseando más de ti, mucho más de ti. Me contengo todo lo posible, intentando no incomodar a una señorita como tú con un desplante de proporciones demasiado grande a los pocos minutos de entrar bajo mi techo, herida y agotada como te encuentras hasta el punto de dejarte dormir en mi hombro. Es el primer día en el que puedo ayudarte de verdad y no quiero estropearlo forzándote demasiado.
-Me temo que nadie entenderá nunca nuestro desorden Annabeth- río disfrutando a la vez de la sonrisa que me prestas, mirando divertido como arreglas mi ropa, maldita sea si supieras las ganas que tengo de que sigas forzando las costuras hasta que me tires sobre ti. Me levanto sonriendo ante tu petición, dándote un ligero y raudo beso en los labios antes de dirigirme a por lo que me has pedido. Subo hasta el primer piso, buscando en uno de los armarios una manta de borrego blanco muy parecida a aquellas que me pediste cuando nos acabábamos de conocer, suficiente suave y caliente como para mantener agradable tu temperatura en el sofá. Vuelvo a bajar, desdoblando la manta y tapando tus piernas con cuidado y mimo antes de sentarme a tu lado riendo por la ocurrencia –Seguro que tiene unos pies tan deliciosos como su elegante calzado si no más- río metiendo una mano por debajo de la manta, acariciando suavemente su muslo mientras mis labios vuelven a tomar el tuyo entre ellos con cuidado, disfrutando del delirante olor de tus labios, de tu perfume, de ese inquietante olor a sangre que sobrevuela por primera vez a todo el conjunto. –Serías la nosferatu más bella de la historia Annabeth- susurro en sus labios antes de volver a tomarlos entre los míos, tomando tu pelo entre mis dedos, disfrutando de la sedosa caricia de tus mechones mientras mi mano sigue acariciando la suave tela de tu ropa de montar.
Sigo besando aquellos labios por unos instantes más, que se tornan minutos en los que el delicado y cuidadoso beso se perpetua sin que yo apenas sea consciente del mismo, intentando eliminar la tirantez del gesto de ella. Es tan diferente poder besarla, mirarla, tocarla sin tener que pensar en cuantos ojos indiscretos estarán intentando lacerar su privilegiada imagen y posición que simplemente me dejo llevar, siguiendo el perfil de tu rostro con el dedo lentamente, respirando tan cerca de ti que tu olor me embriaga.
Pesando que te mereces una relajación mayor y aprovechando tu broma de antes, te recuesto levemente contra la esquina del sofá –Tranquila, confía en mi Annabeth- río mientras tomo una de sus piernas colocándola en mi regazo, tomando el delicado y femenino pie entre mis manos, haciendo una ligera presión en la planta contra la yema de mi dedo pulgar mientras el resto acarician el empeine, empezando un delicado y pausado masaje mientras mis ojos se centran en los tuyos, brillantes, divertidos, depredadores pues tu desnuda extremidad sigue oculta de la vista por la manta. –Efectivamente Annabeth tienes unos pies aún más dulces y delicados que sus zapatos y se merecen algo de descanso ¿No te parece?- río divertido.
Por suerte los besos dejan cualquier pensamiento alejado de la parte racional de mi cabeza, de repente las preocupaciones, el trabajo, los miedos se difuminan hasta parecer insignificantes cuando nuestros labios se juntan. Cada fibra de mi ser se rinde sin remedio a la caricia de aquellos labios dulces y suaves como una fresa madura, cálidos y frágiles a la vez que ansiosos y pasionales cuando las circunstancias lo permiten. Cuando tus manos fuerzan mi ropa, jadeo aumentando levemente la intensidad del beso, deseando más de ti, mucho más de ti. Me contengo todo lo posible, intentando no incomodar a una señorita como tú con un desplante de proporciones demasiado grande a los pocos minutos de entrar bajo mi techo, herida y agotada como te encuentras hasta el punto de dejarte dormir en mi hombro. Es el primer día en el que puedo ayudarte de verdad y no quiero estropearlo forzándote demasiado.
-Me temo que nadie entenderá nunca nuestro desorden Annabeth- río disfrutando a la vez de la sonrisa que me prestas, mirando divertido como arreglas mi ropa, maldita sea si supieras las ganas que tengo de que sigas forzando las costuras hasta que me tires sobre ti. Me levanto sonriendo ante tu petición, dándote un ligero y raudo beso en los labios antes de dirigirme a por lo que me has pedido. Subo hasta el primer piso, buscando en uno de los armarios una manta de borrego blanco muy parecida a aquellas que me pediste cuando nos acabábamos de conocer, suficiente suave y caliente como para mantener agradable tu temperatura en el sofá. Vuelvo a bajar, desdoblando la manta y tapando tus piernas con cuidado y mimo antes de sentarme a tu lado riendo por la ocurrencia –Seguro que tiene unos pies tan deliciosos como su elegante calzado si no más- río metiendo una mano por debajo de la manta, acariciando suavemente su muslo mientras mis labios vuelven a tomar el tuyo entre ellos con cuidado, disfrutando del delirante olor de tus labios, de tu perfume, de ese inquietante olor a sangre que sobrevuela por primera vez a todo el conjunto. –Serías la nosferatu más bella de la historia Annabeth- susurro en sus labios antes de volver a tomarlos entre los míos, tomando tu pelo entre mis dedos, disfrutando de la sedosa caricia de tus mechones mientras mi mano sigue acariciando la suave tela de tu ropa de montar.
Sigo besando aquellos labios por unos instantes más, que se tornan minutos en los que el delicado y cuidadoso beso se perpetua sin que yo apenas sea consciente del mismo, intentando eliminar la tirantez del gesto de ella. Es tan diferente poder besarla, mirarla, tocarla sin tener que pensar en cuantos ojos indiscretos estarán intentando lacerar su privilegiada imagen y posición que simplemente me dejo llevar, siguiendo el perfil de tu rostro con el dedo lentamente, respirando tan cerca de ti que tu olor me embriaga.
Pesando que te mereces una relajación mayor y aprovechando tu broma de antes, te recuesto levemente contra la esquina del sofá –Tranquila, confía en mi Annabeth- río mientras tomo una de sus piernas colocándola en mi regazo, tomando el delicado y femenino pie entre mis manos, haciendo una ligera presión en la planta contra la yema de mi dedo pulgar mientras el resto acarician el empeine, empezando un delicado y pausado masaje mientras mis ojos se centran en los tuyos, brillantes, divertidos, depredadores pues tu desnuda extremidad sigue oculta de la vista por la manta. –Efectivamente Annabeth tienes unos pies aún más dulces y delicados que sus zapatos y se merecen algo de descanso ¿No te parece?- río divertido.
Bernard Favre- Licántropo Clase Media
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Re: La belle et les bêtes (privado)
Tengo ganas de ser aire
y me respires para siempre.
Pues no tengo nada qué perder.
y me respires para siempre.
Pues no tengo nada qué perder.
Cuando regresas con la manta, exhalo un suspiro contenido de alivio tomándola para ayudar a tapar mi cuerpo con ella - me encanta esta tela, es fantástica, cubre y alberga calor tan rápido, que es innecesario tener un fuego al lado- me la pongo hasta el pecho paseando las manos por la tela admirando la textura - ni tan deliciosos, ayer estuve dando tumbos y estoy agotada, siento que me duele hasta la punta del cabello - confieso sin pensar recordando la manera en que todo el lugar parecía un laberinto. El fantasma de verdad se puso de pésimo humor por mi intromisión en sus dominios, tampoco es que entendiera de palabras por lo que el carácter agrio da cuenta de cuán viejo es, así de cómo fue lastimado en su vida y en la muerta, cuánto es que le provocaron antes para soltar tal violencia con tan poco tiempo. Mi mano acaricia el pómulo que ahora va tomando un tono más negro denotando la fuerza con la que me golpeé. No puedo recordar con qué.
Un nuevo beso, esta vez acompañado de la caricia en mi muslo y la sujeción de mi cabeza tiene lugar, aspiro tu aroma, me pierdo en tu roce llevando las manos de nuevo a tu pecho, del cual no quiero separarme. Jadeo contra tu boca abriendo un poco los labios, echando atrás la cabeza para dejarte espacio para maniobrar. Dejando mis pliegues bucales a su suerte, que sean los tuyos los que impriman el tiempo y la forma de este ósculo que me arrebata el pensamiento. Mis manos vuelven a buscar el interior de tu saco llegando al chaleco sujetando las tiras que lo unen por los hombros. Jalo hacia mí, ansiosa por más. Te informo cuán dispuesta estoy de seguir con ésto ahora que nadie nos ve, que estamos en tu casa y no en un carruaje donde puede haber algún rebote por pasar encima de una piedra o algo parecido. Es tu masculinidad la que provoca mis hormonas, es tu testosterona que, sin saberlo mi mente, espolea todos mis sentidos para buscar más y más de ti. ¿Está mal? Para la sociedad sí, para mí, ahora, en este instante, en este momento, es perfecto. Eres el hombre que quiero a mi lado, conmigo, para mí. Y no quiero dejarte escapar.
Así que cuando te separas, te observo con el rostro sonrojado y anhelante. Aspiro un par de veces por la boca para contener mis instintos y procurar ser la dama que todos esperan, sólo hay una ansiedad en el vértice de mis muslos que me provocaría friccionar para tener algo de consuelo. Es raro lo que me provocas, no significa que lo sienta mal. Tomo la manta para subirla más a mi pecho sintiendo cómo las puntas de mis senos están tiesas, duras y frías. Me recargas contra el sillón provocando mi curiosidad, ese gato que se asoma de vez en vez es inseparable de mi esencia. Veo que tomas mi pie, por inercia acomodo mejor las mantas porque me gana la timidez. Eres todo un caballero puesto que a pesar de que tu intención es masajear mi pie, lo mantienes cubierto haciendo así que me sienta a gusto, sin indebidas miradas. Mi colmillito atrapa el labio inferior sonrojando un poco mis mejillas - supongo que sí - aspiro profundo colocando la sien sobre el mullido respaldo del sillón mirando tus acciones, tu rostro, tus ojos.
Sonrío con pereza sintiendo cómo me atiendes, cómo me cuidas - me consientes demasiado - confieso antes de sonreír un poco pensando que con el único con el que sentí esta confianza, esta complicidad, fue con Lucciano. Mi amigo de toda la infancia. La diferencia radica que provocas sentimientos más profundos de los que sentí en su momento por el italiano. ¿Por qué? Son parecidos en muchos aspectos. Donde Luc fuera más impositivo, eres más suave, no por ello dejas de ser firme y ecuánime. Sonríes, eres coqueto -porque lo eres-, en ocasiones te pasas de la línea como la primera vez en la cafetería, es algo que no puedo definir, más ahora te observo y aspiro profundo sintiendo que sí, te deseo a mi lado, te anhelo conmigo, - te quiero, Bernard Favre - digo bajito, casi imperceptible observando tu reacción - no quiero separarme de ti - sentencio antes de alargar mis manos hacia ti atrayéndote cuando tomo las solapas de tu levita para besar tus labios con dulzura, con la ternura que me enseñaste a dar, con el calor subiendo por mi cuerpo. - No quiero separarme de tus labios - susurro en tu oreja tras dejar un reguero de besos por tu mentón dejando que un poco de aire del suspiro que exhalo, entre por ésta.
Annabeth De Louise- Humano Clase Alta
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Re: La belle et les bêtes (privado)
Era curioso pensar en lo nervioso que podía encontrarse uno mismo en su propia casa cuando la misma no me había parecido tan acogedora en todos los años que la llevo habitando. Es el efecto que tienes cada vez que nos vemos, creas cada extremo, cada polo opuesto con tu simple presencia en mí, de otra manera, anodina rutina. Tu presencia trae la paz y la tranquilidad de una noche de otoño junto a la chimenea, el calor, la familiaridad de quien se conoce de toda una vida y a la vez remueves como un terremoto hasta mis cimientos, me provocas el mismo nuevo que el olor a humo en el bosque, la frialdad en la punta de los dedos que trae la brisa del invierno, la incertidumbre que transmite un extraño. Demasiados sentimientos para ser capaz de llevarlos con naturalidad, para que no se me note tenso nervioso en cada encuentro. Demasiadas sensaciones para que no se me pare el pulso cada vez que tus dedos se enredan entre los míos, cada vez que nuestros pechos se juntan o cada vez que nuestros labios se acarician como solo nosotros sabemos. Son sensaciones a las que espero no acostumbrarme nunca, que me sigan provocando las mismas sensaciones o incluso más que la primera vez.
Tal vez esté condenado a estos desequilibrio, al fin y al cabo no se puede esperarotra cosa de un cuerpo que mantiene dos personalidades tan dispares, o tal vez el equilibrio sea una utopía a la que todos aspiramos precisamente por ser imposible de conseguir, lo cierto es que por primera vez me siento cómodo sin estar cómodo en mi casa, sin que sea mi refugio de todos los demás, porque puedas ver y apreciar un pedazo de mi vida que nunca nadie ha visto… aunque me temo que nunca podría mostrarte toda ella.
Aquellos pensamiento no obstante desaparecen cuando noto como te relajas bajo las mantas, entre los cojines del sofá, dándole a tu cara una placidez que la hace aún más atractiva si cabe, una indefensión que solo es ampliada por aquellas sospechosas heridas en tu rostro. Suspiro intentando obviar aquel tema, has decidido buscar refugio y no estaría bien que yo te recordara tal situación si tu no lo deseas. No obstante cualquier duda se evapora como el alcohol al fuego cuando pronuncias aquella frase, mágica, única, maravillosa parpadeo un par de veces que aprovechas como siempre, mucho más lanzada y rápida que yo en estas lides para apropiarte de mi pecho, de mi boca haciéndome suspirar cuando la abandonas.
–Te quiero Annabeth. No lo hagas, no te marches nunca de mi lado, no dejes nunca de besarme- sonrío con sinceridad antes de continuar con mis manos sobre tu pie, no obstante, ahora buscan puntos más erógenos en la femenina planta, incapaz de resistirme ante aquellos besos depositados en mi cuello que avivan partes de mi más oscuras, más primitivas de mi psique que me hacen moverme en el asiento, tapando con mi pecho parte del suyo, obligándola a reclinarse más sobre los cojines, hasta que incluso así mi pecho aprisiona el suyo sobre el sofá –Te quiero- repito notando mi voz más ronca, mi respiración más agitada mientras vuelvo a besar sus labios, esta vez con mayor intensidad, esta vez atreviéndome a morder levemente el labio inferior en la parte donde no está magullado, sin atreverme a tirar y tensar aquella herida –Te quiero- repito con mayor seguridad, más posesivo mientras es ahora mi boca la que busca lentamente resbalar lentamente por su mentón, rozando su oreja con mi nariz, hasta besar suavemente su cuello.
Tal vez esté condenado a estos desequilibrio, al fin y al cabo no se puede esperarotra cosa de un cuerpo que mantiene dos personalidades tan dispares, o tal vez el equilibrio sea una utopía a la que todos aspiramos precisamente por ser imposible de conseguir, lo cierto es que por primera vez me siento cómodo sin estar cómodo en mi casa, sin que sea mi refugio de todos los demás, porque puedas ver y apreciar un pedazo de mi vida que nunca nadie ha visto… aunque me temo que nunca podría mostrarte toda ella.
Aquellos pensamiento no obstante desaparecen cuando noto como te relajas bajo las mantas, entre los cojines del sofá, dándole a tu cara una placidez que la hace aún más atractiva si cabe, una indefensión que solo es ampliada por aquellas sospechosas heridas en tu rostro. Suspiro intentando obviar aquel tema, has decidido buscar refugio y no estaría bien que yo te recordara tal situación si tu no lo deseas. No obstante cualquier duda se evapora como el alcohol al fuego cuando pronuncias aquella frase, mágica, única, maravillosa parpadeo un par de veces que aprovechas como siempre, mucho más lanzada y rápida que yo en estas lides para apropiarte de mi pecho, de mi boca haciéndome suspirar cuando la abandonas.
–Te quiero Annabeth. No lo hagas, no te marches nunca de mi lado, no dejes nunca de besarme- sonrío con sinceridad antes de continuar con mis manos sobre tu pie, no obstante, ahora buscan puntos más erógenos en la femenina planta, incapaz de resistirme ante aquellos besos depositados en mi cuello que avivan partes de mi más oscuras, más primitivas de mi psique que me hacen moverme en el asiento, tapando con mi pecho parte del suyo, obligándola a reclinarse más sobre los cojines, hasta que incluso así mi pecho aprisiona el suyo sobre el sofá –Te quiero- repito notando mi voz más ronca, mi respiración más agitada mientras vuelvo a besar sus labios, esta vez con mayor intensidad, esta vez atreviéndome a morder levemente el labio inferior en la parte donde no está magullado, sin atreverme a tirar y tensar aquella herida –Te quiero- repito con mayor seguridad, más posesivo mientras es ahora mi boca la que busca lentamente resbalar lentamente por su mentón, rozando su oreja con mi nariz, hasta besar suavemente su cuello.
Bernard Favre- Licántropo Clase Media
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Re: La belle et les bêtes (privado)
Todo el tiempo estoy pensando en ti,
en el eco del mar,
en un rincón del cielo.
en el eco del mar,
en un rincón del cielo.
Son tus actuares, tus palabras dulces, las que me provocan la sensación de placidez que se aloja en todo mi cuerpo, con una inquietud inmensa en el bajo vientre que desciende hasta lugares menos decorosos y más íntimos. Eres tú, con tus constantes atenciones, con tus dulces actitudes, con cada parte de tu ser, el que me hace feliz. Mi vida pareciera perfecta en cada momento y lugar en el que nos encontramos. Te quiero tanto que no puedo aceptar separarme un instante de ti. Sé que las palabras deberán salir de mi boca, me niego mientras estés tan lejos de mí. Tras tus besos que atrapa mis sentidos y ahuyentan la cordura, más cuando bajas por mi cuello dejando que un inapropiado gemido emane de mi boca con un suspiro contiguo. Sonrío contenta, satisfecha de que esta vez, he elegido bien al hombre que debe compartir mi vida. Mi hombre, mi caballero, mi mercader de pieles.
Lo que me queda es hacer espacio en el sillón para que te acomodes entre risas al ver que todavía tendremos que trabajar en ésto de compartir espacios. - Creo que si ponemos algo de nuestra parte, lo lograremos - propongo cuando por fin, logras apoyar la espalda en los mullidos cojines y recargo la cabeza en tu pecho - sé que estamos demasiado cómodos, pero tengo que confesar lo que me pasa - emito un gruñido pequeño sintiendo cómo la tensión sube por mi cuerpo alojándose en mis hombros en tanto un hueco está cómodo en mi estómago sin querer marcharse. ¿Cómo empezar? ¿Cómo decirte algo que para mí es rutinario y para ti, será imposible de creer? - Quizá suene increíble, como una insana realidad. Eso es para mí, la realidad, lo que todo el tiempo me rodea. Y no sé si puedas con ello - alzo la cabeza para mirar tus ojos, quisiera que ésto no sea un final para lo que nació en aquélla librería.
Pongo una expresión en mi rostro mitad preocupación, mitad incordio - quizá debería empezar por el inicio. Mi nombre real es Annabeth Moncrieff. Mis padres eran inquisidores. Tenía dos hermanos mayores y yo era la pequeña de la familia. Por azares del destino, mis padres decidieron que era peligroso que sus hijos estuvieran con ellos y nos mandaron con tres familias diferentes. Así que me tocó la bendición de ir a con los De Louise. Era temporal porque la iglesia estaba disgustada con mis padres por algo que no quisieron hacer y dieron órdenes de dejarlos a su suerte. Sí, Bernard. Todo lo que dicen las malas lenguas y los rumores sobre humanos con maldiciones y magia, es cierto. Hay vampiros, hombres lobo, hechiceros, cambiantes, gitanos con poderes. Y ahí es donde la locura empieza porque sé que pensarás que no es cierto. ¿Recuerdas el libro por el cual nos conocimos? ¿Recuerdas que había demasiados datos inexplicables? Ese fue un compendio hecho por un bibliotecario de la inquisición. Yo los estudio, porque al menos así aprendo qué pasó con mis padres, los Moncrieff - recargo la mejilla en tu pecho dando tiempo a que digieras todo ésto.
No es fácil, lo sé. Eres un humano y como tal, sé que te será complicado comprender mi mundo, - por estar buscando información, anoche me introduje en una zona peligrosa. En un viejo nosocomio donde había un par de manuscritos que quería tener. Y me atacó, no estoy segura, sospecho que fue un fantasma. También existen. ¿Podrías creerme una décima de lo que te digo? - muerdo mi labio inferior con mi colmillito esperando tu respuesta. Incapaz de continuar para ver qué es lo que opinas. Suficiente he echado en tu jardín para que puedas organizar todo y espero que, cuando termines, puedas creerme y seguir contándote lo demás porque si no, entonces será el momento de parar. Antes de que te diga qué clase de mujer son y a qué me dedico en realidad. Sólo estoy dándote una embarrada de todo, esperando ver qué es lo que obtengo con ésto. Ojalá fuera una hechicera, así utilizaría una pócima para borrar tu memoria en caso de que ésto se salga de control y no quieras verme más.
Lo que me queda es hacer espacio en el sillón para que te acomodes entre risas al ver que todavía tendremos que trabajar en ésto de compartir espacios. - Creo que si ponemos algo de nuestra parte, lo lograremos - propongo cuando por fin, logras apoyar la espalda en los mullidos cojines y recargo la cabeza en tu pecho - sé que estamos demasiado cómodos, pero tengo que confesar lo que me pasa - emito un gruñido pequeño sintiendo cómo la tensión sube por mi cuerpo alojándose en mis hombros en tanto un hueco está cómodo en mi estómago sin querer marcharse. ¿Cómo empezar? ¿Cómo decirte algo que para mí es rutinario y para ti, será imposible de creer? - Quizá suene increíble, como una insana realidad. Eso es para mí, la realidad, lo que todo el tiempo me rodea. Y no sé si puedas con ello - alzo la cabeza para mirar tus ojos, quisiera que ésto no sea un final para lo que nació en aquélla librería.
Pongo una expresión en mi rostro mitad preocupación, mitad incordio - quizá debería empezar por el inicio. Mi nombre real es Annabeth Moncrieff. Mis padres eran inquisidores. Tenía dos hermanos mayores y yo era la pequeña de la familia. Por azares del destino, mis padres decidieron que era peligroso que sus hijos estuvieran con ellos y nos mandaron con tres familias diferentes. Así que me tocó la bendición de ir a con los De Louise. Era temporal porque la iglesia estaba disgustada con mis padres por algo que no quisieron hacer y dieron órdenes de dejarlos a su suerte. Sí, Bernard. Todo lo que dicen las malas lenguas y los rumores sobre humanos con maldiciones y magia, es cierto. Hay vampiros, hombres lobo, hechiceros, cambiantes, gitanos con poderes. Y ahí es donde la locura empieza porque sé que pensarás que no es cierto. ¿Recuerdas el libro por el cual nos conocimos? ¿Recuerdas que había demasiados datos inexplicables? Ese fue un compendio hecho por un bibliotecario de la inquisición. Yo los estudio, porque al menos así aprendo qué pasó con mis padres, los Moncrieff - recargo la mejilla en tu pecho dando tiempo a que digieras todo ésto.
No es fácil, lo sé. Eres un humano y como tal, sé que te será complicado comprender mi mundo, - por estar buscando información, anoche me introduje en una zona peligrosa. En un viejo nosocomio donde había un par de manuscritos que quería tener. Y me atacó, no estoy segura, sospecho que fue un fantasma. También existen. ¿Podrías creerme una décima de lo que te digo? - muerdo mi labio inferior con mi colmillito esperando tu respuesta. Incapaz de continuar para ver qué es lo que opinas. Suficiente he echado en tu jardín para que puedas organizar todo y espero que, cuando termines, puedas creerme y seguir contándote lo demás porque si no, entonces será el momento de parar. Antes de que te diga qué clase de mujer son y a qué me dedico en realidad. Sólo estoy dándote una embarrada de todo, esperando ver qué es lo que obtengo con ésto. Ojalá fuera una hechicera, así utilizaría una pócima para borrar tu memoria en caso de que ésto se salga de control y no quieras verme más.
Dos horas después
El carruaje llega a la puerta de la casa de Bernard, Annabeth sale del inmueble para subirse al vehículo quedándose callada durante todo el trayecto hasta llegar a su hogar. En cuanto pone un pie en su casa, pregunta de inmediato - ¿Qué pasó para que me mandaras llamar madame Violet? - le buena mujer le entrega un telegrama - creí que querría saberlo de inmediato, Lucciano Russo viene a casa - toma la nota con ansiedad revisando el contenido. Sí, después de tantos años, podrá verlo de nuevo. - Sabía que eso puede esperar, pero no el hecho de que han intentado atravesar las columnas de la biblioteca principal, creo que sabe lo que significa - Annabeth se queda pálida. Entiende por supuesto lo que significa, que alguien está intentando de nuevo ir tras ella, para terminar la labor que iniciara con la muerte de sus padres. Está en peligro. Y es mejor que se mantenga de momento alejado de ella, así no saldrá lastimado. ¿Quién puede estar ahora tras sus pasos? ¿Quién?
TEMA FINALIZADO
Annabeth De Louise- Humano Clase Alta
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