AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Le pacte entre deux bêtes
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Le pacte entre deux bêtes
Finalmente, y después de tantos meses, había llegado el momento. La carta me había llegado de forma repentina y anónima. Cuando aún me hallaba en medio de la búsqueda del paradero de Irïna, había sido ella misma, desde las sombras, quien me había hecho saber que se encontraba sana y salva, y que planeaba regresar a Escocia en el plazo de un mes. Casi no podía creérmelo. Después de que todo se desvelara y ella escapara de mi vista, probablemente aterrorizada al enterarse de la realidad de mi condición, no sabía lo que le había sucedido, pero debió ser algo que la había cambiado profundamente, si después de ello había decidido alzar la vista y regresar a su hogar con el fin de reclamar lo que le pertenecía. Aún tenía mis dudas acerca de si aquello sería lo más correcto, pero de algún modo sentía que contradecirla en aquellas circunstancias no iba a ser lo más adecuado. Aún no la había visto. Ni siquiera había podido verificar si, en efecto, se encontraba tan bien como decía. La frialdad de las palabras plasmadas en aquella carta no era propio de ella, pero era su letra. Era su firma. Incluso el aroma despedido desde el pergamino le pertenecía. No había duda de que algo había sucedido que la había hecho tomar aquella decisión. Pero iba a acatarla. Porque ese era mi deber, como su mano derecha, y especialmente, como su protector. Ella era y siempre sería, mi reina.
Claro que la decisión de marcharse de París con la intención de reconquistar nuestro país de procedencia no iba a ser algo precisamente sencillo. Desde Escocia aún me llegaban misivas informando de que la situación seguía sin ser favorable al regreso de la reina. Pero no podíamos demorarnos más. La urgencia en las palabras de Irïna se me había contagiado. Tras todo aquel tiempo en el exilio las fuerzas aliadas habían estado menguando. De seguir así, perdería todos los apoyos que aún le quedaban, y eso era algo que no podía permitirse. Y que yo tampoco deseaba. Tener menos gente de su parte implicaba que correría aún más peligro, y ahora que había perdido parte de su confianza en mi no me sentía lo bastante capaz como para ser su escudo en todo momento. Más que nada, porque dudaba que ella me permitiera estar a su lado del mismo modo en que alguna vez lo estuve.
Todos esos motivos fueron los que me llevaron precisamente hasta allí. Francia nos había servido como escondite y como protección en los últimos tiempos. Aunque la relación entre ambos países no fuera precisamente perfecta, el ejército sí se había mostrado dispuesto a ayudar en caso de que apareciese algún conflicto que afectara directamente a la monarca que intentaba pasar desapercibida en su país. Parte de aquello era debido a mi influencia, aún presente, en la milicia francesa. Mis años servidos entre sus filas habían resultado valiosos después de todo. Ahora, de nuevo, necesitaba un favor que pedirles, y por suerte conocía a la persona indicada para ello. Al general al mando de las tropas, alguien a quien, por nuestras naturalezas debería odiar, pero que sin embargo me despertaba un elevadísimo respeto. El vampiro, cuya edad probablemente fuera inconmensurable para alguien como yo, a pesar de ser yo mismo longevo, no era fácil de ubicar, ni tampoco era sencillo conseguir una audiencia con su persona, había accedido a hacer un hueco en su agenda para reunirse conmigo. Sin embargo, había condiciones. Y es que demostrara, ante una pequeña audiencia escogida por él mismo, que era digno de pedir un favor a tan alto mando. El enfrentamiento tendría lugar al anochecer. El cuartel permanecía en un tenso silencio mientras los presentes, incluida mi persona, esperaban la aparición del misterioso líder del ejército, cuyas estrategias en los enfrentamientos habían llevado a Francia a convertirse en unos de los países más "tranquilos" de los últimos tiempos.
Claro que la decisión de marcharse de París con la intención de reconquistar nuestro país de procedencia no iba a ser algo precisamente sencillo. Desde Escocia aún me llegaban misivas informando de que la situación seguía sin ser favorable al regreso de la reina. Pero no podíamos demorarnos más. La urgencia en las palabras de Irïna se me había contagiado. Tras todo aquel tiempo en el exilio las fuerzas aliadas habían estado menguando. De seguir así, perdería todos los apoyos que aún le quedaban, y eso era algo que no podía permitirse. Y que yo tampoco deseaba. Tener menos gente de su parte implicaba que correría aún más peligro, y ahora que había perdido parte de su confianza en mi no me sentía lo bastante capaz como para ser su escudo en todo momento. Más que nada, porque dudaba que ella me permitiera estar a su lado del mismo modo en que alguna vez lo estuve.
Todos esos motivos fueron los que me llevaron precisamente hasta allí. Francia nos había servido como escondite y como protección en los últimos tiempos. Aunque la relación entre ambos países no fuera precisamente perfecta, el ejército sí se había mostrado dispuesto a ayudar en caso de que apareciese algún conflicto que afectara directamente a la monarca que intentaba pasar desapercibida en su país. Parte de aquello era debido a mi influencia, aún presente, en la milicia francesa. Mis años servidos entre sus filas habían resultado valiosos después de todo. Ahora, de nuevo, necesitaba un favor que pedirles, y por suerte conocía a la persona indicada para ello. Al general al mando de las tropas, alguien a quien, por nuestras naturalezas debería odiar, pero que sin embargo me despertaba un elevadísimo respeto. El vampiro, cuya edad probablemente fuera inconmensurable para alguien como yo, a pesar de ser yo mismo longevo, no era fácil de ubicar, ni tampoco era sencillo conseguir una audiencia con su persona, había accedido a hacer un hueco en su agenda para reunirse conmigo. Sin embargo, había condiciones. Y es que demostrara, ante una pequeña audiencia escogida por él mismo, que era digno de pedir un favor a tan alto mando. El enfrentamiento tendría lugar al anochecer. El cuartel permanecía en un tenso silencio mientras los presentes, incluida mi persona, esperaban la aparición del misterioso líder del ejército, cuyas estrategias en los enfrentamientos habían llevado a Francia a convertirse en unos de los países más "tranquilos" de los últimos tiempos.
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 10/04/2014
Re: Le pacte entre deux bêtes
Las últimas semanas, desde la llegada de Emilia a su hogar, donde ella se había instalado (y de donde él no pensaba dejar que saliera) habían sido de lo más apacibles. Una vez calmada la excitación, y por tanto la sed, surgidas al principio, Rasmus había conseguido volver a recuperar la calma que hasta el regreso de la humana a su vida había perdido. Las pesadillas se habían calmado, así como la necesidad irrefrenable de dañar a otros seres. Pero claro, la vuelta a la normalidad también significaba la reaparición de los sentimientos de culpa, ya que si bien de nuevo podía controlar de quién bebía y cómo asegurarse de que sus víctimas estuvieran a salvo a pesar del ataque, los reproches que se hacía a sí mismo por seguir necesitando la sangre de otros se habían acentuado. Podría decidirse a beber únicamente de Emilia, tal y como ella le había ofrecido, pero la posibilidad de dañarla en el proceso era real, y no estaba dispuesto a sufrir ese riesgo. Eso lo convertía en un auténtico hipócrita, no podía negarlo. Y era algo que odiaba de sí mismo, que aborrecía.
No obstante, esa incomodidad quedaba opacada cuando pensaba que al regresar a su mansión ella estaría allí. Esa era su mayor felicidad, y también lo que lo mantenía tranquilo a pesar de la molesta voz de su conciencia. Esa relativa tranquilidad lo convertía en mucho más productivo de lo que lo había sido en los últimos tiempos. A pesar de que las guerras ahora sonaban como algo alejado del día a día del país, su función como el general del ejército no sólo consistía en llevarles a la victoria en caso de conflicto, sino también a esforzarse por el mantenimiento de la paz mediante el establecimiento de pactos con otros países aliados. Quizá era este último motivo lo que lo había llevado a aceptar la petición que le habían hecho llegar aquella misma tarde. Las primeras dos veces que el Magné había intentado ponerse en contacto con el vampiro habían sido rechazadas, no fue hasta la mención del nombre de su majestad, la reina Hanover de Escocia cuando el militar había finalmente cedido a una reunión con el otro, a quien había conocido en el pasado, cuando las prácticas tales como convertir a hombres en bestias aún seguían estando a la orden del día. No iba a mentir, sus reticencias a una audiencia se debían a lo poco que le gustaba relacionarse con otros seres sobrenaturales, especialmente a aquellos con un pasado belicista como el suyo. Pero aquello parecía serio, así que no tuvo más remedio que aceptarlo.
Pero no por ello iba a privarse del lujo de divertirse a costa de aquel extraño encuentro. El enfrentamiento que había requerido como requisito para aceptar entablar conversación serviría no únicamente para volver a dejar claro ante la audiencia de sus propios soldados que él seguía estando al mando, sino también para probar el autocontrol que el licántropo tenía sobre su propia bestia anterior. No pensaba establecer alianzas con nadie que no fuese capaz de suprimir sus impulsos. Si él era capaz, aunque no sin esfuerzo, de acallar al demonio que se ocultaba en su alma, otros debían de hacer lo propio. Especialmente si se trataban de la mano derecha de un monarca. No sabía todos los detalles, pero asumía que la prisa que tenía el Magné por verse con él tenía que ver con la prolongada estancia de su reina en territorio francés, algo de lo que había estado informado en todo momento desde el principio, por supuesto. Después de todo, asegurar la seguridad de su país era su trabajo. Tal y como fuere, pronto lo sabría.
A la hora acordada, el vampiro salió a escena, donde el otro muchacho ya lo esperaba. Sus ojos no mentían, relucían con respeto, pero también con frustración. Tenía prisa, mucha prisa, probablemente porque había recibido una orden y necesitaba la ayuda de la milicia francesa, que Rasmus lideraba, a fin de llevarla a cabo.
- Bien, ya que estamos todos, comencemos.
No obstante, esa incomodidad quedaba opacada cuando pensaba que al regresar a su mansión ella estaría allí. Esa era su mayor felicidad, y también lo que lo mantenía tranquilo a pesar de la molesta voz de su conciencia. Esa relativa tranquilidad lo convertía en mucho más productivo de lo que lo había sido en los últimos tiempos. A pesar de que las guerras ahora sonaban como algo alejado del día a día del país, su función como el general del ejército no sólo consistía en llevarles a la victoria en caso de conflicto, sino también a esforzarse por el mantenimiento de la paz mediante el establecimiento de pactos con otros países aliados. Quizá era este último motivo lo que lo había llevado a aceptar la petición que le habían hecho llegar aquella misma tarde. Las primeras dos veces que el Magné había intentado ponerse en contacto con el vampiro habían sido rechazadas, no fue hasta la mención del nombre de su majestad, la reina Hanover de Escocia cuando el militar había finalmente cedido a una reunión con el otro, a quien había conocido en el pasado, cuando las prácticas tales como convertir a hombres en bestias aún seguían estando a la orden del día. No iba a mentir, sus reticencias a una audiencia se debían a lo poco que le gustaba relacionarse con otros seres sobrenaturales, especialmente a aquellos con un pasado belicista como el suyo. Pero aquello parecía serio, así que no tuvo más remedio que aceptarlo.
Pero no por ello iba a privarse del lujo de divertirse a costa de aquel extraño encuentro. El enfrentamiento que había requerido como requisito para aceptar entablar conversación serviría no únicamente para volver a dejar claro ante la audiencia de sus propios soldados que él seguía estando al mando, sino también para probar el autocontrol que el licántropo tenía sobre su propia bestia anterior. No pensaba establecer alianzas con nadie que no fuese capaz de suprimir sus impulsos. Si él era capaz, aunque no sin esfuerzo, de acallar al demonio que se ocultaba en su alma, otros debían de hacer lo propio. Especialmente si se trataban de la mano derecha de un monarca. No sabía todos los detalles, pero asumía que la prisa que tenía el Magné por verse con él tenía que ver con la prolongada estancia de su reina en territorio francés, algo de lo que había estado informado en todo momento desde el principio, por supuesto. Después de todo, asegurar la seguridad de su país era su trabajo. Tal y como fuere, pronto lo sabría.
A la hora acordada, el vampiro salió a escena, donde el otro muchacho ya lo esperaba. Sus ojos no mentían, relucían con respeto, pero también con frustración. Tenía prisa, mucha prisa, probablemente porque había recibido una orden y necesitaba la ayuda de la milicia francesa, que Rasmus lideraba, a fin de llevarla a cabo.
- Bien, ya que estamos todos, comencemos.
Rasmus A. Lillmåns- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 130
Fecha de inscripción : 23/07/2013
Re: Le pacte entre deux bêtes
Debo reconocerlo, una vez lo vi en persona, una vez más, tras todos aquellos años, no pude evitar volver a sentirme como la primera vez: abrumado, sobrecogido, intimidado. Su presencia se había vuelto incluso más intensa, más penetrante, con el paso de una década. No era de extrañar. Su verdadera edad me era desconocida, pero sobrepasaría la barrera de los milenios sin mucha dificultad. Quizá para los humanos su esencia pasara desapercibida, o el nivel de intimidación fuese tan inmenso que ni siquiera eran capaces de darle sentido. Pero para nosotros, otros seres sobrenaturales, resultaba bastante terrorífico. Por si fuera poco, su aspecto amenazador tampoco había cambiado. Todo en él gritaba a los cuatro vientos que no se trataba de alguien con el que fuera muy sabio entrometerse. Daba las gracias porque aquel encuentro y enfrentamiento no fuese más que una especie de prueba que el vampiro había impuesto a cambio de escuchar mi petición: no me quedaba más remedio que pasar por aquella especie de trámite, las órdenes de Irïna eran absolutas, y aunque ella en ningún momento me había ordenado que pidiera ayuda a la milicia francesa, sabía que su regreso a Escocia precisaría de apoyos, no únicamente los que podría recibir de allí, sino también los que yo pudiera conseguir por mi cuenta. Después de todo, era la única forma de recuperar parte de la confianza que había perdido.
- Estoy muy agradecido de que hayáis aceptado la petición de verme, a pesar de que imagino que su agenda estará muy ocupada. -Mi voz tembló mínimamente, algo que pareció resultarle de lo más cómico, a juzgar por su burlona sonrisa. Pero no mencionó palabra alguna. Tras saludar con la cabeza a los soldados de mayor rango que estaban presentes, probablemente con la intención de mediar en el combate, o simplemente para disfrutar de la diversión que representaría la velada para criaturas como ellos. Casi lo había olvidado, cómo ven el mundo aquellos que sólo conocen la vida entre trincheras, el furor de la guerra. Yo había sido de la misma forma, tiempo atrás, cuando toda mi mente estaba centrada en la necesidad de sobrevivir en el campo de batalla. La maldición que me habían impuesto por la única razón de vencer, de quedar por encima en los enfrentamientos con otros países. Vida en la que hubiera seguido perdido de no ser por los Hanover.
Claro que nada de eso le importaría al General del Ejército francés. Rasmus era bien conocido por resultar impasible en lo que se refería a los problemas que no tenían repercusión alguna en su propio territorio. Un ejemplo más de ello era el hecho de que no se dignara a responder siquiera a mis palabras de agradecimiento. No, su expresión decía claramente que en lo que más interesado estaba era en dar un buen espectáculo para sus soldados, a costa de burlarse de la fortaleza de un licántropo que, claramente, no tenía nada que hacer en contra de él. Los dos lo sabíamos. A pesar de que mi fortaleza podía garantizarme unos cuantos minutos peleando, no podría ser capaz de vencerle por más que lo intentara. No tanto por el hecho de que su naturaleza fuese superior a la mía, ya que nunca he considerado a los vampiros ni mejores ni peores, sino simplemente porque era mucho más antiguo. Y la antigüedad sí es algo que hay que temer en esas criaturas que no pueden salir a la luz del Sol. Cuantos más años acumulan, más experiencia reúnen. Y más peligrosos se vuelven también. A pesar de ser enemigos naturales, no éramos comparables en absoluto. Así que lo que el vampiro pretendía con nuestro enfrentamiento no era que le demostrase que podía ganar, sino que era lo bastante decidido como para intentarlo a pesar de saber que tenía todas las de perder.
- Estoy muy agradecido de que hayáis aceptado la petición de verme, a pesar de que imagino que su agenda estará muy ocupada. -Mi voz tembló mínimamente, algo que pareció resultarle de lo más cómico, a juzgar por su burlona sonrisa. Pero no mencionó palabra alguna. Tras saludar con la cabeza a los soldados de mayor rango que estaban presentes, probablemente con la intención de mediar en el combate, o simplemente para disfrutar de la diversión que representaría la velada para criaturas como ellos. Casi lo había olvidado, cómo ven el mundo aquellos que sólo conocen la vida entre trincheras, el furor de la guerra. Yo había sido de la misma forma, tiempo atrás, cuando toda mi mente estaba centrada en la necesidad de sobrevivir en el campo de batalla. La maldición que me habían impuesto por la única razón de vencer, de quedar por encima en los enfrentamientos con otros países. Vida en la que hubiera seguido perdido de no ser por los Hanover.
Claro que nada de eso le importaría al General del Ejército francés. Rasmus era bien conocido por resultar impasible en lo que se refería a los problemas que no tenían repercusión alguna en su propio territorio. Un ejemplo más de ello era el hecho de que no se dignara a responder siquiera a mis palabras de agradecimiento. No, su expresión decía claramente que en lo que más interesado estaba era en dar un buen espectáculo para sus soldados, a costa de burlarse de la fortaleza de un licántropo que, claramente, no tenía nada que hacer en contra de él. Los dos lo sabíamos. A pesar de que mi fortaleza podía garantizarme unos cuantos minutos peleando, no podría ser capaz de vencerle por más que lo intentara. No tanto por el hecho de que su naturaleza fuese superior a la mía, ya que nunca he considerado a los vampiros ni mejores ni peores, sino simplemente porque era mucho más antiguo. Y la antigüedad sí es algo que hay que temer en esas criaturas que no pueden salir a la luz del Sol. Cuantos más años acumulan, más experiencia reúnen. Y más peligrosos se vuelven también. A pesar de ser enemigos naturales, no éramos comparables en absoluto. Así que lo que el vampiro pretendía con nuestro enfrentamiento no era que le demostrase que podía ganar, sino que era lo bastante decidido como para intentarlo a pesar de saber que tenía todas las de perder.
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 86
Fecha de inscripción : 10/04/2014
Re: Le pacte entre deux bêtes
Podía leer las diferentes emociones que su presencia iba despertando en Lorick casi como si fuera un libro abierto. Esa honestidad que lo llevaba a expresar todo cuanto sentía y se le pasaba por la cabeza en su semblante le daba algunos puntos a su favor, no iba a negarlo, pero ni de lejos era suficiente. Apreciaba el sentimiento de respeto que el Magné demostraba con su comportamiento, con su forma de interactuar frente a él, pero necesitaba saber, estar completamente convencido, de que la petición de ayuda, una ayuda que podría suponer cierto peligro para el país que defendía, venía de alguien lo bastante capacitado como para responder en caso de que las cosas se torcieran. Fuese esa respuesta algo tan simple como una recompensa por las pérdidas causadas, o incluso la muerte, si todo acababa siendo más peligroso de lo que ninguno había imaginado. Su determinación, eso era lo que estaba testando con aquel extraño requisito que había impuesto para escuchar su petición. Y al observar el rostro resignado del hombre, quien había suspirado para luego ponerse en guardia, se dio cuenta de que éste finalmente lo había comprendido.
Y eso lo hizo sonreír.
Las dos criaturas se miraron a los ojos por un segundo, y sin decir nada en absoluto, comenzaron a describir círculos, el uno frente al otro, sin dejar de absorber la información ofrecida por su oponente en cada movimiento. Se estaban estudiando. El baile había comenzado. Algunos soldados comenzaron a exclamar que a qué estaban esperando. Los mas jóvenes, sin duda, o los que menos experiencia tenían con las auténticas batallas. La parte más importante de cualquier lucha reside en aquellos momentos antes de lanzarse al ataque. Es mucha la información que se puede conseguir, y sólo aquellos que han vivido la guerra por tiempo suficiente fueron capaces de comprender que lo que estaba sucediendo, entre aquel silencio y miradas inquisitivas lanzadas de un enemigo al otro, era lo que marcaría quién se alzaría con la victoria. El vampiro lo sabía, y comprender que el licántropo opinaba lo mismo hizo que su sonrisa se acentuara. A pesar de que su cuerpo, su postura, y todo su ser, rebosaban con agresividad, su mirada era afable, y su sonrisa también lo era. Le gustaba lo que veía, la fiereza contenida en el más joven, así como la convicción de que, a pesar de tener las de perder, lo intentaría de todas formas.
El licántropo fue el que rompió primero la calma, para abalanzarse sobre él.
El puñetazo fue sencillo de esquivar, y aunque el aire que removió al pasar por su lado era lo bastante cortante como para darle una pista de la fortaleza que el hombre albergaba, también le permitió afirmar con total claridad que aquella lucha iba a ser muy corta. Era fuerte, era decidido, y sabía cómo pelear. Pero eso no iba a ser suficiente. Aprovechando la apertura que había dejado a la hora de lanzar el puño, el vampiro alzó la rodilla golpeando fuertemente el estómago del muchacho, quien gimió de dolor para luego retroceder torpemente, los ojos vidriosos por la falta de oxígeno, y un tanto confuso porque el rodillazo había ocurrido tan deprisa que ni siquiera lo había visto venir. - Vamos, tendrás que poner más empeño si quieres que preste atención a tu petición. -A pesar de que el resto de soldados se tomaron sus palabras como una mofa, esa no había sido su intención en absoluto. Quería que el licántropo se esforzara de verdad, que le demostrara de qué era capaz. Porque para proteger a un monarca la determinación no lo era todo: también se necesitaba fortaleza. Y Rasmus no se prestaría a ayudar en una guerra en la que no tenía la posibilidad de ganar, mucho menos si tenía algo que perder en el proceso. Como estratega, siempre lograba salir victorioso. Pero esa no era su lucha, así que necesitaba un aliciente para mover ficha.
Y eso lo hizo sonreír.
Las dos criaturas se miraron a los ojos por un segundo, y sin decir nada en absoluto, comenzaron a describir círculos, el uno frente al otro, sin dejar de absorber la información ofrecida por su oponente en cada movimiento. Se estaban estudiando. El baile había comenzado. Algunos soldados comenzaron a exclamar que a qué estaban esperando. Los mas jóvenes, sin duda, o los que menos experiencia tenían con las auténticas batallas. La parte más importante de cualquier lucha reside en aquellos momentos antes de lanzarse al ataque. Es mucha la información que se puede conseguir, y sólo aquellos que han vivido la guerra por tiempo suficiente fueron capaces de comprender que lo que estaba sucediendo, entre aquel silencio y miradas inquisitivas lanzadas de un enemigo al otro, era lo que marcaría quién se alzaría con la victoria. El vampiro lo sabía, y comprender que el licántropo opinaba lo mismo hizo que su sonrisa se acentuara. A pesar de que su cuerpo, su postura, y todo su ser, rebosaban con agresividad, su mirada era afable, y su sonrisa también lo era. Le gustaba lo que veía, la fiereza contenida en el más joven, así como la convicción de que, a pesar de tener las de perder, lo intentaría de todas formas.
El licántropo fue el que rompió primero la calma, para abalanzarse sobre él.
El puñetazo fue sencillo de esquivar, y aunque el aire que removió al pasar por su lado era lo bastante cortante como para darle una pista de la fortaleza que el hombre albergaba, también le permitió afirmar con total claridad que aquella lucha iba a ser muy corta. Era fuerte, era decidido, y sabía cómo pelear. Pero eso no iba a ser suficiente. Aprovechando la apertura que había dejado a la hora de lanzar el puño, el vampiro alzó la rodilla golpeando fuertemente el estómago del muchacho, quien gimió de dolor para luego retroceder torpemente, los ojos vidriosos por la falta de oxígeno, y un tanto confuso porque el rodillazo había ocurrido tan deprisa que ni siquiera lo había visto venir. - Vamos, tendrás que poner más empeño si quieres que preste atención a tu petición. -A pesar de que el resto de soldados se tomaron sus palabras como una mofa, esa no había sido su intención en absoluto. Quería que el licántropo se esforzara de verdad, que le demostrara de qué era capaz. Porque para proteger a un monarca la determinación no lo era todo: también se necesitaba fortaleza. Y Rasmus no se prestaría a ayudar en una guerra en la que no tenía la posibilidad de ganar, mucho menos si tenía algo que perder en el proceso. Como estratega, siempre lograba salir victorioso. Pero esa no era su lucha, así que necesitaba un aliciente para mover ficha.
Rasmus A. Lillmåns- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 130
Fecha de inscripción : 23/07/2013
Re: Le pacte entre deux bêtes
El hecho de que el vampiro comenzara a moverse al unísono en cuanto comencé a rondarle, me dio una pista muy relevante referente a lo agudos que eran realmente sus sentidos. Una pista que añadió una nueva arruga a mi ceño, por supuesto, porque la rapidez la fluidez de movimiento que demostraba al responder a todos y cada uno de mis gestos, indicaban que, además de ser más fuerte que yo (algo que ya sabía desde antes de poner un pie en aquel sitio), también era considerablemente más rápido. Y posiblemente, su rapidez no fuera simplemente física, sino también mental. No me extrañaría en absoluto que fuera capaz de predecir la mayoría de mis movimientos, casi con los ojos cerrados. No es que creyera que Rasmus fuera a actuar así, en su mirada, y a pesar de la sonrisa, no había más que paciencia y sincera expectación. No buscaba burlarse, ni humillarme frente a sus camaradas. Era un reto auténtico, y aunque eso no fuera a incrementar mis posibilidades de vencer, sí que me hacía sentir mejor. Al menos, sabía que mi presencia allí, y la prueba que me había propuesto, no era una absoluta pérdida de tiempo. No tenía claro qué era lo que quería que le probase, pero estaba bastante seguro de que, venciera o no, el general iba a acabar escuchándome.
Lancé el primer golpe sin pensar demasiado. El tempo era terrible, y aunque apunté lo bastante bien como para compensar este hecho, no tardé mucho en darme cuenta de que no iba a ser suficiente. No sólo me esquivo sin batir las pestañas, sino que además me quedé totalmente abierto a su contraataque, un rodillazo tan fuerte demasiado cerca de las costillas, que me arrancó el aire de los pulmones de forma tan violenta, que tosí con brusquedad, lastimándome la garganta en el proceso. Cómo o cuándo su pierna se había alzado, me era completamente desconocido. Había sido tan veloz que dudaba que los presentes se hubieran dado cuenta de lo sucedido. El silencio que los rodeó de pronto me informó de que, en efecto, ellos también estaban anonadados con el despliegue de fuerza mostrado por su superior. A pesar de mi dolor, y de que podía notar el sabor a cobre de mi propia sangre en el interior de la boca, no pude evitar sonreír. Era increíble. Si en algún momento me había cuestionado (que no era el caso) de lo letal que el hombre frente a mi podía ser en una batalla, ahora ya no quedaba duda posible. Y no era simplemente a causa de su inmortalidad, de la fuerza que le concedía el ser un vampiro, también era un efecto más de la experiencia. No sólo había leído mis intenciones antes incluso de que yo las efectuara, sino que había planeado cómo responder a estas segundos antes, y sin pararse ni un momento. Acción-reacción en estado puro.
Rasmus llevaba una eternidad luchando, y yo no era rival alguno. Pero no por ello iba a dejar de intentarlo, y por sus palabras, sabía que él tampoco esperaba que lo hiciera.
En un momento, me deshice de todas mis inhibiciones, y dejé de hesitar. No era el momento de controlarme, ni de controlar mi fuerza. El ser que tenía ante mi era mas fuerte, y no pensaba controlarse tampoco. La única forma de que se midieran mis verdaderas habilidades era utilizarlas sin miedo, sin reparo, sin pensar en las consecuencias. Porque tenía las de perder, precisamente por eso, limitarse era innecesario. No iba a dañar al general, ni aunque quisiera. Simplemente no podía hacerlo. La verdadera ofensa sería tratarlo como si no fuera capaz de encajar cualquier golpe que enviara en su dirección. Me abalancé una vez más, pero esta vez, hice un amago con los brazos antes de lanzar mi pierna en dirección a su cabeza. De nuevo, esquivó el golpe, pero estuve tan cerca como para rozarle la oreja. La bestia siseó, sin dejar de sonreír, y apartó mi pierna de un manotazo tan fuerte que me hizo tambalearme hacia atrás. Pero ambos parecíamos satisfechos, especialmente cuando esta vez fui capaz de esquivar el gancho que había lanzado como contragolpe. Mi misión ahora ya no era ganar, sino encajar un sólo golpe.
Lancé el primer golpe sin pensar demasiado. El tempo era terrible, y aunque apunté lo bastante bien como para compensar este hecho, no tardé mucho en darme cuenta de que no iba a ser suficiente. No sólo me esquivo sin batir las pestañas, sino que además me quedé totalmente abierto a su contraataque, un rodillazo tan fuerte demasiado cerca de las costillas, que me arrancó el aire de los pulmones de forma tan violenta, que tosí con brusquedad, lastimándome la garganta en el proceso. Cómo o cuándo su pierna se había alzado, me era completamente desconocido. Había sido tan veloz que dudaba que los presentes se hubieran dado cuenta de lo sucedido. El silencio que los rodeó de pronto me informó de que, en efecto, ellos también estaban anonadados con el despliegue de fuerza mostrado por su superior. A pesar de mi dolor, y de que podía notar el sabor a cobre de mi propia sangre en el interior de la boca, no pude evitar sonreír. Era increíble. Si en algún momento me había cuestionado (que no era el caso) de lo letal que el hombre frente a mi podía ser en una batalla, ahora ya no quedaba duda posible. Y no era simplemente a causa de su inmortalidad, de la fuerza que le concedía el ser un vampiro, también era un efecto más de la experiencia. No sólo había leído mis intenciones antes incluso de que yo las efectuara, sino que había planeado cómo responder a estas segundos antes, y sin pararse ni un momento. Acción-reacción en estado puro.
Rasmus llevaba una eternidad luchando, y yo no era rival alguno. Pero no por ello iba a dejar de intentarlo, y por sus palabras, sabía que él tampoco esperaba que lo hiciera.
En un momento, me deshice de todas mis inhibiciones, y dejé de hesitar. No era el momento de controlarme, ni de controlar mi fuerza. El ser que tenía ante mi era mas fuerte, y no pensaba controlarse tampoco. La única forma de que se midieran mis verdaderas habilidades era utilizarlas sin miedo, sin reparo, sin pensar en las consecuencias. Porque tenía las de perder, precisamente por eso, limitarse era innecesario. No iba a dañar al general, ni aunque quisiera. Simplemente no podía hacerlo. La verdadera ofensa sería tratarlo como si no fuera capaz de encajar cualquier golpe que enviara en su dirección. Me abalancé una vez más, pero esta vez, hice un amago con los brazos antes de lanzar mi pierna en dirección a su cabeza. De nuevo, esquivó el golpe, pero estuve tan cerca como para rozarle la oreja. La bestia siseó, sin dejar de sonreír, y apartó mi pierna de un manotazo tan fuerte que me hizo tambalearme hacia atrás. Pero ambos parecíamos satisfechos, especialmente cuando esta vez fui capaz de esquivar el gancho que había lanzado como contragolpe. Mi misión ahora ya no era ganar, sino encajar un sólo golpe.
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 10/04/2014
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