AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Un, deux, troix; el vals del ladrón -Libre-
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Un, deux, troix; el vals del ladrón -Libre-
– Primero la boda y después ésto!!
– No seas malcriado, irás porque yo lo ordeno.
– Iré, pero no conseguirás los resultados que esperas, “padre”.
– Debes ir, quizás te reencuentres con viejos amigos de la familia. Contra más nobles sepan del enlace, sube la probabilidad de que acudan y así subirá tu reputación.
– Mi reputación te la puedes meter por el…
- ¡¡¡VINCENZO!!!
***
Vincenzo miró con el ceño fruncido su reflejo en el espejo, mientras se ajustaba la chaqueta dando por finalizado el ritual. Bien se veía hermoso, gallardo, imponente, como si hubiese nacido para ser un príncipe, pero de igual forma se sentía incómodo, pues aquel mundo no estaba hecho para él; ya había elegido su camino hacía mucho tiempo y nunca hubiese pensado que volvería a vestir tales ropajes. ¿Qué le llevaba a obedecer las órdenes de su padre? No era el miedo ni mucho menos la dependencia a su figura, sino el simple hecho de poder devolverle –y con creces- todo lo que él hacía por manejar su vida sin permiso. Un carruaje le llevó hacia el palacio; le cansaba la simple idea de tener que fingir toda la noche, ya que Vincenzo se sentía como si le hubiesen puesto un disfraz y le hubiesen obligado a acudir al cumpleaños de cualquier amigo de la familia, aunque aquello era realmente similar.
– El señor Vincenzo Ícaro Domani, conde de… – Dijo al hombre de la entrada el "paje" que le encomendaron, justo cuando entraban a la fiesta, para así dar fé de que estaba en la lista.
Vincenzo ignoró completamente aquella situación y se metió de lleno entre el gentío, tratando de pasar desapercibido. Luego de observar a los reyes por un minuto, Vincenzo llegó a la conclusión de que aquella no era su vida ni lo sería jamás; de verse en el lugar de Nigel, la corona no le duraría en la cabeza ni dos segundos. Huiría ante la sensación de verse observado hasta el milímetro, cosa que no aguantaba dado su espíritu libre y las malas lenguas.
- ¡Vincenzo! ¡Piccolo figlio di p...! - Vincenzo sonrió aún sin girarse, pues esa voz era tan reconocible como el olor a asado que desprendían las ropas ajenas; era su padrino. - ¡Tanto tiempo sin verte! ¡Mírate! ¡Estás hecho un hombre! - La voz del hombre regordete se fundía con la música y las risas de aquellos hombres que acompañaban a aquel amigo de la familia. Aquel era uno de los pocos nobles que caían en gracia al pirata, pues después de todo le importaba poco qué pensaran de él, algo así como pasaba con Vincenzo. - He oído que mañana te casas, bandido! Así que aprovecharás a cortejar a alguna mozuela ésta noche, verdad? Hahaha... - Vincenzo se echó a reir con él por lo absurdo, pero de igual forma no era tan mala la idea de dejarse volar aquella noche, ya que tenía por obligación el casarse, pero no el ser fiel.
– No seas malcriado, irás porque yo lo ordeno.
– Iré, pero no conseguirás los resultados que esperas, “padre”.
– Debes ir, quizás te reencuentres con viejos amigos de la familia. Contra más nobles sepan del enlace, sube la probabilidad de que acudan y así subirá tu reputación.
– Mi reputación te la puedes meter por el…
- ¡¡¡VINCENZO!!!
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Vincenzo miró con el ceño fruncido su reflejo en el espejo, mientras se ajustaba la chaqueta dando por finalizado el ritual. Bien se veía hermoso, gallardo, imponente, como si hubiese nacido para ser un príncipe, pero de igual forma se sentía incómodo, pues aquel mundo no estaba hecho para él; ya había elegido su camino hacía mucho tiempo y nunca hubiese pensado que volvería a vestir tales ropajes. ¿Qué le llevaba a obedecer las órdenes de su padre? No era el miedo ni mucho menos la dependencia a su figura, sino el simple hecho de poder devolverle –y con creces- todo lo que él hacía por manejar su vida sin permiso. Un carruaje le llevó hacia el palacio; le cansaba la simple idea de tener que fingir toda la noche, ya que Vincenzo se sentía como si le hubiesen puesto un disfraz y le hubiesen obligado a acudir al cumpleaños de cualquier amigo de la familia, aunque aquello era realmente similar.
– El señor Vincenzo Ícaro Domani, conde de… – Dijo al hombre de la entrada el "paje" que le encomendaron, justo cuando entraban a la fiesta, para así dar fé de que estaba en la lista.
Vincenzo ignoró completamente aquella situación y se metió de lleno entre el gentío, tratando de pasar desapercibido. Luego de observar a los reyes por un minuto, Vincenzo llegó a la conclusión de que aquella no era su vida ni lo sería jamás; de verse en el lugar de Nigel, la corona no le duraría en la cabeza ni dos segundos. Huiría ante la sensación de verse observado hasta el milímetro, cosa que no aguantaba dado su espíritu libre y las malas lenguas.
- ¡Vincenzo! ¡Piccolo figlio di p...! - Vincenzo sonrió aún sin girarse, pues esa voz era tan reconocible como el olor a asado que desprendían las ropas ajenas; era su padrino. - ¡Tanto tiempo sin verte! ¡Mírate! ¡Estás hecho un hombre! - La voz del hombre regordete se fundía con la música y las risas de aquellos hombres que acompañaban a aquel amigo de la familia. Aquel era uno de los pocos nobles que caían en gracia al pirata, pues después de todo le importaba poco qué pensaran de él, algo así como pasaba con Vincenzo. - He oído que mañana te casas, bandido! Así que aprovecharás a cortejar a alguna mozuela ésta noche, verdad? Hahaha... - Vincenzo se echó a reir con él por lo absurdo, pero de igual forma no era tan mala la idea de dejarse volar aquella noche, ya que tenía por obligación el casarse, pero no el ser fiel.
Vincenzo Danislăv- Hechicero/Realeza
- Mensajes : 339
Fecha de inscripción : 01/07/2010
Edad : 37
Localización : Roma.
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