Ladrón que roba a Ladrón tiene cien años de perdon [LADRON xD]

Los días feriados eran el paraíso para ladrones como él. Nadie notaba cómo sus bolsillos eran vaciados. Se había despertado temprano – a las diez de la mañana – para empezar con la jornada. Si quería reunir un buen botín, debía sacrificar muchas cosas, entre ellas la cama. Además, Maximus había ido a zarandearlo porque quería acompañarlo a su trabajo. El pequeño diablillo solo escuchaba que era día de feria y saltaba como poseso. De verdad, debería evitar darle tanto azúcar. Su gemelo ya le había advertido que los dulces estaban prohibidos pero, ¿qué se suponía que haría? ¡Su sobrino era un chantajista! Debido a todos los problemas en que se metían y en las cuáles la mayoría de las veces apenas y salvaron una vida; él solo sabía un método para mantener la boca cerrada del pequeño. No es que siempre funcionara. Su cuñada siempre encontraba la forma de que éste último soltara la sopa. Pero Julius era optimista, seguía creyendo que nada perdía con intentarlo. Tras vaciar la olla que Sonnenschein había preparado, se dispuso a abandonar la carpa con Maximus. Mejor mantenerlo a la vista que dejarlo atrás. Sin embargo, cuando entraron a la zona comercial, ambos se habían descontrolado. ¡Había comida por todos lados! Manzanas acarameladas, dulces de leche, mermelada, pan. La boca se le estaba haciendo agua y, por juzgar en la mirada traviesa del pequeño, éste ya se imaginaba mordiendo cada alimento. Escuchó entonces la voz de Emily. La ladrona y él tenían su historia. Una sonrisa maliciosa curvó su boca. Cuando devolvió la mirada a su sobrino, éste ya estaba mordiendo un panecito. - ¿Y no has cogido nada para mí? Enarcó una ceja acusatoria, pero hacía mucho tiempo que había perdido la lucha. Maximus no le tenía miedo. Un caballero con un bastón pasó cerca de ellos. Llevaba un reloj impresionante colgando del bolsillo. En cuanto los vio hizo un gesto desdeñoso. No tenían el mejor aspecto. La ropa del pequeño estaba remendada – al igual que la suya – pero a ninguno les importaba.

Se llevó al pequeño hasta uno de los callejones menos transitados. Había llegado el momento de trabajar. Si querían aprovechar bien la feria, debían conseguir cambiar cosas valiosas por muchos francos. No se irían de ahí hasta que hubiesen probado todo lo que quisieran. Julius robaba por esa razón. Si cubría el alimento, lo demás era secundario. Mientras su sobrino se lamía los dedos, le dio instrucciones de que le esperara. El niño asentía pero ni por asomo de un segundo le creyó. ¿Quién podía competir con su energía? Lucius terminaba exhausto y Sonnenschein ni siquiera intentaba seguirle el ritmo. Le echaba la culpa a él de todo lo que se le ocurriera. ‘Eres su tío preferido, tú cuídalo’. La bruja ya le había advertido de lo que le sucedería si algo le pasaba. ¿Le tenía miedo? Sí. Debido a que comía lo que preparaba, corría el riesgo de ingerir una de sus pociones. Mejor no hacerle enojar. – Espérame, Maximus. Cuida de mi ropa. Se transformó en un gato y se perdió entre la multitud. Las frases de la ladrona sobresalían sobre los otros vendedores. Algunos se reían de ella, incluso él lo hacía. En su forma animal, todo lo que podía hacer era maullar. Trepó al techo de una de las casonas para localizar al anciano que hacía un momento se había convertido en su objetivo. Saltó tejados hasta que lo vio acercarse al puesto de Emily. ¡Así que mataría dos pájaros de un tiro! Pero entonces aquéllos pastelillos le tentaron. Su estómago gruñó. Esperó a que la joven se entretuviera con el anciano y se acercó con sigilo hasta el cajón donde estaban. Antes de que ella pudiese echarle un vistazo, ya había agarrado la bolsa con la boca. Rascó con sus garras la caja para que le viera irse con su botín. Nada era tan entretenido como molestar a la joven. Había algo en el código de ladrones que le arrastraba a hacerlo. Ya regresaría por el reloj.