El paraíso que se nos fue negado {Lamâshtu}

por **Mijáil Golitsin** Jue Mayo 17, 2018 5:35 am

Sus pasos lo llevaban de un lado a otro mientras esperaba a las afueras del convento, meciéndose con lentitud dejando que sus ojos escalaran la pared grisácea del silencioso edificio sabiendo que si lo deseara, podría fácilmente sortear tal obstáculo. Desde hace 902 años las puertas y murallas habían perdido su utilidad; las ventanas no, esas eran divertidas. Si su corazón latiera, era seguro que lo hiciera a velocidad rauda, como un sabueso desatado en espera a que su amo suelte la correa que lo retiene para salir a cazar y despedazar.

La oscuridad de la noche, lo que no se escuchaba y lo que sí y el tiempo no eran problema, sabía que si lograba mantener su cabeza junto a su cuerpo y evitar estacas en su corazón, no lo sería y no se agotaría jamás. Eso le dio espacio para anticiparse e imaginar cómo sería el interior de tan sagrado lugar, la forma en que las caderas de la novicia deberían estarse moviendo bajo ese amplio e impoluto hábito en busca de la madre superiora u otra al cargo para anunciar su llegada, él había acordado una cita desde hace días.

Imaginarse esos rostros femeninos evitando su mirada, asombrados de su presencia y el rojo de sus mejillas aumentando su flujo sanguíneo, las hermanas que debían estarse bañando en aquel momento o preparándose para dormir. Un hombre en un lugar como aquel, ¿en realidad lo había permitido la alta autoridad del lugar?¿Cómo sería quien le recibiera? ¿Deliciosa o sabia?¿Y si era ambas? Eso si que sería una grata sorpresa, sonrió mirando el ídolo de piedra que decoraba lo alto del arco frente a él. Pero quién podría saberlo, solo sería hasta tenerla ante sus ojos. Esperaba también no decepcionarla, muchos al saber quién era y por su apariencia tendían a creer que había alcanzado el puesto que ocupaba en la opera por simple suerte o capricho.

Si tan solo supieran sus secretos, sus pensamientos.

Un monstruo como él.
Porque lo que si tenía bien claro era que ningún humano en su sano juicio le dejaría entrar si supiera lo que era él, que al ingresar tendría que controlarse por no devorarlas a todas ya que tenerlas como su harén personal seguramente sería imposible, debería excusarse pero la sola idea de abrazar la pureza y lo que jamás había sido tocado era irresistible. Podía creer que un pecado. De solo pensar las sonrisas y sonrojos que sacaría con una obra de tal magnitud y lo escandalizados y tentados a verla que estarían todos los lectores de periódicos en París, se sintió el amo y rey de un lugar, un jeque imaginando las delicias que solo podrían vivirse y ser de un lugar como aquel. Era magnífico, propio del Marques de Sade.

Era obvio que desde hace tiempo sabía que jamás entraría en el reino de los cielos. Si era que en verdad existía. Lo gracioso de todo era que siempre quedaba la opción de que sí y a él y a muchos les tocara ver cómo ascendían al cielo las criaturas sagradas que habían conservado su fe, para sentarse a la diestra del padre. Si lo veía así, ¿cambiaría su forma de pensar? Era posible, meditar en la redención y el perdón... había sido un humano y esa sería la forma en que Dios le diría que había estado equivocado por casi 9 siglos, que la vida no era la porquería cruel que él creía, que no todo estaba perdido, no todo, excepto él.

El ídolo que lo miraba silencioso desde arriba ya no tuvo el mismo significado que antes, Mijáil no borró la sonrisa en sus labios, pero la gracia ya no existía. ¿Qué haría si se encontraba frente a la puerta del paraíso?¿Qué pasaría si todos tenían la llave para entrar menos él?