AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El paraíso [Eugénie] +18
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El paraíso [Eugénie] +18
“Serás el fruto de mi codicia y de mi obstinada pasión”
El grito parcial de mi entrepierna sentía la viva sensación de quemarse esa mañana. Era normal para los hombres levantarse con la bandera alzada, pero sabía que no se trataba de una simple rutina. Aquella vez tenía los sueños más perturbadores que podían ser posibles. Los ojos celestes de una mujer me torturaban y por más que buscaba en mis horas libres su nombre y apellido no podía dar con su historial. ¿Había sido quizá una infiltrada del baile? Me pregunté más de una vez, pero la había visto sentada en la mesa, hablando fluidamente con quienes querían entablar conversación con ella. Para mí desgracia, no me había animado, por lo que siquiera su nombre podía saber. Habían pasado casi tres meses y su recuerdo era muy tenue. Los rasgos de su rostro habían sido algo deformados y su olor estaba fuera de mi alcance. No tenía como seguir buscándola, incluso, terminé por darme por vencido. Algo que pocas veces hacía, siempre que tenía que tomar algo lo ejecutaba. Pero en aquella situación no pude aferrarme a nada. Siquiera mi padre había podido ayudarme y para mi desgracia él deseaba que me casara antes de morirse. ¿Casarme con una mujer humana a ésta edad? Ella moriría y yo seguiría pareciendo un joven de mediana vida. Suspiraba siempre en aquella situación y aceptaba sin reproches las habladurías de aquel viejo al que siempre intentaba complacer.
Ese día, aunque fue hecho a la perfección el trabajo de siempre, no pude concentrarme ni por una hora seguida. Me torturaba la piel su sonrisa blanca y sus labios rosados. No podía aguantar la idea de tener que volver a la casa y satisfacerme solo. Varias veces había preguntado cómo era el lugar. ¿Había discreción? Todos me lo aseguraban, pero el miedo recorría mi interior. Si los rumores circulaban iba a ser el hazmerreír y siquiera lo harían en mi cara, pues bien sabían que podían terminar mal las cosas de esa manera. Pero no quería ni una ni otra. Pero tampoco soportaba el calvario de no tener a la mujer que ansiaba en mi cama. E importunar a una de las probables prometidas sería clavarle una estaca a mi padre por detrás. Así que estaba dicho, comería los frutos prohibidos con alguien que no conocía. El mensaje de que tenía una cena había sido enviado ya a la mansión Morandé y esperando a que la noche terminara de caer me dirigí al lugar que estaba escondido entre la ciudad parisina. El lugar atestaba de gente, tanto hombres como mujeres. Todos escondían un poco su rostro. Pero de todos modos la luz era completamente escasa dentro y apenas se podían distinguir los ojos de las personas. Entre un suspiro me acerqué a quien atendía aquel lugar, parecía que tomaba los pedidos y apenas estuve a su lado me sonrió con notable interés. — Buenas noches, ¿desea una mujer, un hombre u otro estilo? Si tiene referencias, por favor, ilústreme. — El sonido de su habla era tan simple y con tan poca presión que no supe qué hacer.
Incluso salir corriendo era humillante. Le observé el papel unos segundos, la pluma relucía entre sus dedos y mientras pensaba, me propuse a balbucear las características que podía recordar, tan pocas que me odiaba. —Mujer. Ojos celestes, labios algo gruesos. Su cara no importa mientras no sea detestable. Que tenga la piel blanca y lisa. Las curvas me dan igual, mientras tenga el estómago que no explote. — El silencio se alargó durante más tiempo de lo que pensé o quizá era mi impresión. La mujer giró unos papeles y cuando terminó volvió a mirarme. Y ladeó un poco la cabeza. — Si no le importa el rostro, ¿no le importará que lleve un antifaz puesto? — Negué al instante, sin duda no me importaba, quería sus ojos y sus labios. Quería sentir su boca en la parte más baja de mi cuerpo y dejarme guiar por mi imaginación. Que me diera el placer que yo deseaba. No pretendía darle ninguno a ella excepcionalmente. Pero claro que si era lo que buscaba terminaría por hacerla gozar, soñando que era ella quien gritaba dulcemente en mi oreja. Me relamí y mis ojos brillaron cuando la mujer me indicó el número de sala. Cuando me adentré por completo me encontré en un pequeño pub que constaba de una barra para servir tragos y de varias mesas redondas o con sillones alrededor. Al parecer se podía ir primero a entonarse y luego buscar mujer u hombre. Fruncí los labios y me acerqué entonces allí. Pedí un pequeño vaso de tequila y lo ingerí con tal rapidez que siquiera el limón y la sal fue necesaria. Cerré los ojos e hice ademán a que me traiga el mejor vino que le quedara. No volvería a repetir eso, podía darme mi placer entero. Con una sola copa en la mano y el vino en la otra fui a donde quería. Adentrándome sin tocar, mis dedos palparon el picaporte y mi corazón vibró. Al final, ya adentro, busqué lo que había pagado, esperando no tener que usar mis fantaseos con demasiadas fuerzas.
Última edición por Theodore Morandé el Dom Mayo 03, 2015 9:47 pm, editado 1 vez
Theodore Morandé- Licántropo Clase Alta
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Re: El paraíso [Eugénie] +18
Esconder un problema no lo borra, lo incrementa. Si las situaciones no se enfrentan, tienden en un futuro en volverse un desastre. ¿Por qué la gente se encuentra aferrada a eso? ¿Por qué no se toman el tiempo y el valor para arreglarlo? No lo comprende. Ella lo había aceptado, aprendió a vivir con eso, diariamente lo buscaba frenar, pero la cosa iba de mal en peor. Cuando llegó la ayuda sintió chocar contra la pared. No hubo ayuda, sólo un encierro cruel que la estaba matando. La ninfomanía era una enfermedad de la que casi nada se conocía, sino es que nada. Pocos escritos había leído ella al respecto, y todos tenían información muy escasa. La jovencita había aprendido más de la enfermedad viviéndola, sintiéndola, abrazándola. Comprendía su impulso por placer, su desesperación por tener un miembro dentro, y nada más. Aunque en más de una ocasión quiso resistirse a esos deseos, lo cierto es que siempre terminaba por ceder. Con todo y el encierro que su hermano le impuso.
Llevaba tres meses encerrada en ese departamento en la zona comercial. No salía más que para ir a visitar a sus padres de vez en cuando. Tenía la constante vigilia de su hermano, pocas veces él salía a realizar sus cosas, y cuando regresaba ella apenas tenía el valor para escapar. Para su buena suerte la cosa había cambiado. Su hermano había recibido una misiva urgente, y tenía que salir de la ciudad unos días. Para dejarlo tranquilo, y sin que le contratara a alguien que le vigilara, la joven aumento el esfuerzo para comportarse de buena manera, así tendría libertades. El primer día pudo resistir la tentación de ir al burdel, pero el segundo día no lo resistió, y tuvo que ir, tuvo que controlar ese deseo ferviente que tenía dentro. Eugenie fue recibida con los brazos abiertos, incluso le abrazaron, le dedicaron palabras dulces, y la alentaron a no sentirse mal, que ellas no le echaban en cara que su hermano la descubriera. ¡La estaban apoyando! Se comportaban mejor que su propia familia. Ella amaba a las prostitutas, todas tenían historias tan trágicas, necesidades, y sin embargo ahí estaban, apoyándose, ayudándose, animándose.
Aquella noche no había conseguido con quien encamar pronto. La encargada del burdel dijo que ella se cotizaría aquella noche, y que pagarían un par de Francos más por tenerla. No comprendió porqué, pero aceptó. Estuvo rondando por un par de mesas, por la barra, y al final se dirigió a la habitación que le habían asignado. El burdel en el que trabajaba era de los más modernos, con sistemas de higiene y salud para sus cortesanas, el joven Predbjørn que era el dueño, a pesar de ser un idiota, buscaba poder asegurar a sus mujeres. ¡Las ganancias le decían todo! Genie, como se hacía llamar en el burdel, había escogido un antifaz negro en aquella ocasión. No llevaba corsé, pero si un vestido con telas ligeras, corto, de esos que ella misma confeccionaba. Eran atrevidos, y no se veían de esos en París, y es que el recato y las reglas que se les imponían a las mujeres, prohibía enseñar más de la cuenta.
La puerta se abrió, y sintió alivió de notar a un hombre bien parecido. No estaba de humor para atender a algún cerdo, mucho menos apestoso.
— Puede ponerse cómodo — Sugirió la cortesana acercándose a él. Tomó una de las copas que él tenía y se la llevó a sus labios. Aquel burdel no daba buenas bebidas, por eso ella siempre compraba de las mejores y le daba un par de copas a sus clientes, si el trabajo era un poco mejor del creído, y el pago era satisfactorio, les daba un par de copas más. Dejó la copa en una mesita y le sirvió otra. El mejor whisky — Mejor tome esto, es de calidad distinta — Le aseguraba. — ¿Y bien? ¿Por qué ha pagado? ¿Besos? ¿caricias? ¿oral? ¿Todo? — Para cada actividad había un precio, eso estaba claro — ¿Es su primera vez en un lugar así? — Se acercó tanto que su lengua delineó la oreja ajena — Le aseguro que le dieron a la mejor, no se arrepentirá. — Ella estaba más que segura de sus habilidades en la cama.
Llevaba tres meses encerrada en ese departamento en la zona comercial. No salía más que para ir a visitar a sus padres de vez en cuando. Tenía la constante vigilia de su hermano, pocas veces él salía a realizar sus cosas, y cuando regresaba ella apenas tenía el valor para escapar. Para su buena suerte la cosa había cambiado. Su hermano había recibido una misiva urgente, y tenía que salir de la ciudad unos días. Para dejarlo tranquilo, y sin que le contratara a alguien que le vigilara, la joven aumento el esfuerzo para comportarse de buena manera, así tendría libertades. El primer día pudo resistir la tentación de ir al burdel, pero el segundo día no lo resistió, y tuvo que ir, tuvo que controlar ese deseo ferviente que tenía dentro. Eugenie fue recibida con los brazos abiertos, incluso le abrazaron, le dedicaron palabras dulces, y la alentaron a no sentirse mal, que ellas no le echaban en cara que su hermano la descubriera. ¡La estaban apoyando! Se comportaban mejor que su propia familia. Ella amaba a las prostitutas, todas tenían historias tan trágicas, necesidades, y sin embargo ahí estaban, apoyándose, ayudándose, animándose.
Aquella noche no había conseguido con quien encamar pronto. La encargada del burdel dijo que ella se cotizaría aquella noche, y que pagarían un par de Francos más por tenerla. No comprendió porqué, pero aceptó. Estuvo rondando por un par de mesas, por la barra, y al final se dirigió a la habitación que le habían asignado. El burdel en el que trabajaba era de los más modernos, con sistemas de higiene y salud para sus cortesanas, el joven Predbjørn que era el dueño, a pesar de ser un idiota, buscaba poder asegurar a sus mujeres. ¡Las ganancias le decían todo! Genie, como se hacía llamar en el burdel, había escogido un antifaz negro en aquella ocasión. No llevaba corsé, pero si un vestido con telas ligeras, corto, de esos que ella misma confeccionaba. Eran atrevidos, y no se veían de esos en París, y es que el recato y las reglas que se les imponían a las mujeres, prohibía enseñar más de la cuenta.
La puerta se abrió, y sintió alivió de notar a un hombre bien parecido. No estaba de humor para atender a algún cerdo, mucho menos apestoso.
— Puede ponerse cómodo — Sugirió la cortesana acercándose a él. Tomó una de las copas que él tenía y se la llevó a sus labios. Aquel burdel no daba buenas bebidas, por eso ella siempre compraba de las mejores y le daba un par de copas a sus clientes, si el trabajo era un poco mejor del creído, y el pago era satisfactorio, les daba un par de copas más. Dejó la copa en una mesita y le sirvió otra. El mejor whisky — Mejor tome esto, es de calidad distinta — Le aseguraba. — ¿Y bien? ¿Por qué ha pagado? ¿Besos? ¿caricias? ¿oral? ¿Todo? — Para cada actividad había un precio, eso estaba claro — ¿Es su primera vez en un lugar así? — Se acercó tanto que su lengua delineó la oreja ajena — Le aseguro que le dieron a la mejor, no se arrepentirá. — Ella estaba más que segura de sus habilidades en la cama.
Eugénie Florit- Prostituta Clase Alta
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Re: El paraíso [Eugénie] +18
“Fuego que quema y alienta la seguridad de tus penas”
Incluso cuando entré a la habitación pomposa que estaba frente a mí, no supe bien qué hacer. Allí estaba la mujer que había pedido, buenas condiciones, buenas curvas y unos labios tan perfectamente rojos que tenerlos en mi entrepierna era lo único que deseaba. Así eran las prostitutas y así tenía que tratarlas. Gozar con sus cuerpos y no aferrarme demasiado a las fantasías que podían evocar mis silencios. Pero estaba claro que había tenido suerte o quizá no. Pues su piel y sus senos al igual que su sexo estaban semi expuestos a mí. Podía notarle todo y estaba en perfecta sintonía con mis ensueños. Su cabello oscuro y no demasiado alborotado, con unos ojos terriblemente claros y destellantes me hicieron flaquear las piernas. Gruñendo por dentro como si el desespero por poseerla se hubiese incrementado. Y en lo profundo de mi cabeza, ya sabía que volvería a por ella. Porque era exactamente como la había pedido, perfecta para que todo se bajara poco a poco y quizá en algún momento lograría olvidar a aquella mujer sin nombre, pero de mejillas rosadas y brillantes. — No bebo bebidas ya abiertas y menos de por aquí. — Las palabras salieron a rastras, no tenían acento a estar despreciándola, tan simplemente era una razón y una seguridad. Por lo que subí los hombros y sin más dejé caer el saco en donde un sillón se hallaba. Y hundí los dedos en el costado de la corbata, sintiéndola acercarse, su esencia era extravagante y era tan fuerte que pensé que mis caninos saldrían a devorarla. Por lo que mi mirada se desvió a la ajena cuando sus labios se acercaron a preguntar demasiadas cosas, pero tan acomodadas, que en mis orbes destelló la aprobación.
— Lo he pagado todo, pero no deseo besos. ¿Cómo debería llamarte? ¿Mmh? No, esta es la primera vez en un lugar como éste. — Quizá eran mis palabras algo abrumadoras, quizá demasiado filosas, pero eran certeras, no decía más y tampoco menos de lo que preguntaban. Y como si con ello diera por sentado la conversación mis manos fueron a su cintura, palpándola, como si quisiera medirla. Fruncí el entrecejo, no había corsé alguno y por ende aquella figura no se podía comparar con la que había visto aquella noche, de todos modos era imposible, una prostituta, demasiado barata para lo que haría con ella. Pero era bueno, no había grasa y tampoco flacidez, era una pintura al óleo y los vellos tan solo indicaban la femineidad de su carne. Deslicé entonces las yemas de los dedos por abajo, justo en el borde acercándose a la zona púbica. La ropa interior que estaba puesta tenía una textura insaciable y con delicadeza terminé por buscar la curvatura de sus nalgas y volver a su espalda. — No me arrepentiré, ya sea lo hagas bien o no. Ven abre las piernas para mí, deseo inspeccionar lo que he pagado. Eres sumamente hermosa. — Tocando su barbilla terminé por soltarla, dejando mi corbata a medias quitar; me dejé caer al costado de la cama y con las piernas abiertas le indiqué que se acercara, tocando por arriba de sus ropas, atrayéndola para sentarla a horcajadas en mis muslos. El vestido era pecaminoso, me hacía querer espiar y me excitaba el camuflado. Aunque sabía que podía mandarle a volar todas las prendas, iría poco a poco. Disfrutaría el momento hasta profundizas mis entrañas en las ajenas con dureza y constancia.
— Abre tu boca y separa tus piernas un poco. ¿Hace mucho trabajas en esto? — Con los ojos que inspeccionaban su piel, iba notando sus dientes acomodados y blancos. Bajando hacia sus pechos con la mano en filo me dediqué a frotarla solo en la punta, como si midiera el espesor de sus pezones y los levantara. Era hora de trabajar y quería que cada una de sus partes erógenas estuviese despabilada para saborearla en su máximo esplendor. Era tan necesario, lo necesitaba con tanto anhelo que me era imposible creer que no tenía forma de controlarme. Había podido mantener a una bestia horrible y temible, enjaulada en barrotes de plata todas las lunas llenas. Y ahora no podía apresar la excitación que me recorría mi entrepierna todas las mañanas. Era inconcebible, ¿quién era ella? Y, ¿cuándo lograría perder su mirada de ojos celestes y cintura de abeja? Enojado conmigo mismo mi mano derecha torturó uno de los pezones ajenos por sobre la tela, aún no había quitado siquiera una prenda y solo cuando me hube despabilado, dejé su cuerpo en paz. — Tráeme una copa de cualquiera de las dos cosas, ve, aceleraré las cosas. — Dejándola ir esperé a ver su cuerpo por detrás, aún si ella se negaba a mis mandatos terminaría obligándola. No me podía permitir un solo error, era una máquina, una de hacer dinero y tener tranquilidad. Pero allí estaba, escabulléndome de todos para fornicar con una prostituta solo por no haber podido encontrar a la real.
Última edición por Theodore Morandé el Dom Mayo 03, 2015 9:46 pm, editado 2 veces
Theodore Morandé- Licántropo Clase Alta
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Re: El paraíso [Eugénie] +18
Ella debía reconocer que no era mucho el tiempo invertido en el burdel, y tampoco demasiados los hombres con los que había estado. Al principio, cuando el sexo le seguía pareciendo un pecado fuera del matrimonio (con todo y que lo disfrutaba), tenía un encuentro al mes, solamente uno. La razón era simple, poco era lo que sabía del tema, y además, las conversaciones establecidas con las cortesanas veteranas le indicaban precaución con las enfermedades y embarazos. De todo ese tiempo, todos los hombres buscaban aclarar fantasías extrañas, tan extrañas eran que comenzaban con la suavidad de las caricias, con palabras dulces cual enamorados, y conforme la noche iba tomando calor, todo se transformaba en ese escenario deseado. Ningún hombre había sido tan directo, mucho menos tan exigente, su figura les invitaba a protegerla, no a demandarle. La noche marcaría una gran diferencia.
Eugenie hizo caso a todo lo que el hombre le indicaba. Desde el acercamiento, hasta la forma en que debía ponerse sobre él. Ni siquiera se dio permiso de disfrutar su dolor al ser estrujada sin gentileza en su seno, se sentía expuesta, observada, desnuda. Todo aquello gracias a una mirada. No existía algo mejor para ella, con ese ferviente deseo sexual, con esas ganas de poder sentir un orgasmo por la forma en que le carcomían con los ojos. Por esa razón al ponerse de pie cantoneó sus caderas, de esa forma sus curvas se remarcaban de una manera más apetecible. Eugenie era una joven que gozaba de tener carne, la piel la tenía firme, y se le notaba la coquetería y la tensión sexual que poseía. Por esas razones también llamaba la atención. Encontrarse de vuelta la hacía sentir viva, y eso alegraba sin medida su cristalino corazón. ¡Que importaban los sentimientos! El placer lo manejaba todo, siempre lo haría.
Con cautela dejó caer el liquido ámbar dentro de la copa. Se relamió los labios por que su imaginación voló. En ese instante deseo poder tomar el liquido del cuerpo ajeno. Sería para ella difícil no realizar la actividad sin besos, para una cortesana ese medio era un previo importante para la estimulación del sexo. Daba igual, esa noche estaba para disfrutar, su figura necesitaba poder sentir de nueva cuenta los placeres del orgasmo. ¿De verdad tendría uno aquella noche? Al igual que él, la cortesana estaba temblando de deseo. Ambos parecían feroces. Lo único que temía Eugénie, era ser lastimada de nueva cuenta, no deseaba ser descubierta, mucho menos que su hermano supiera que había pisado otra vez un burdel. Mostrándose lo más serena que pudo, ignorando aquellos pensamientos, la cortesana se acercó y le dejó el vaso en la mano. Le sonrió con sensualidad y después se volvió a posicionar encima de él. Sus manos no tardaron en retirar los botones de la camisa masculina. Era hábil, y perder el tiempo no quería.
— ¿Cómo se supone que debo complacerlo? — Se inclinó sensualmente hasta topar pecho contra pecho. La lengua de la cortesana se hizo visible y delineó el cuello masculino del licántropo. Él estaba cálido, o su temperatura corporal le dejaba sentir eso. Sus dientes aparecieron por un momento y estiró la piel del hombro dejando que se irritara. A la par pasó la lengua para poder tranquilizar el ardor que podría llegar a producir. Sus caderas por lo pronto ya se movían, lograba que ambos sexos se rozaran con fuerza, dejaba que tuvieran el primer gran acercamiento de la noche. A pesar de ser la “experta” en las miles del sexo, ella debía dejar que también el hombre le enseñara la dirección que deseaba tomaran sobre la cama esa noche.
— Puede decirme Genie — Susurró con la boca en el lóbulo ajeno, no tardó nada en succionar aquella zona.
Eugenie hizo caso a todo lo que el hombre le indicaba. Desde el acercamiento, hasta la forma en que debía ponerse sobre él. Ni siquiera se dio permiso de disfrutar su dolor al ser estrujada sin gentileza en su seno, se sentía expuesta, observada, desnuda. Todo aquello gracias a una mirada. No existía algo mejor para ella, con ese ferviente deseo sexual, con esas ganas de poder sentir un orgasmo por la forma en que le carcomían con los ojos. Por esa razón al ponerse de pie cantoneó sus caderas, de esa forma sus curvas se remarcaban de una manera más apetecible. Eugenie era una joven que gozaba de tener carne, la piel la tenía firme, y se le notaba la coquetería y la tensión sexual que poseía. Por esas razones también llamaba la atención. Encontrarse de vuelta la hacía sentir viva, y eso alegraba sin medida su cristalino corazón. ¡Que importaban los sentimientos! El placer lo manejaba todo, siempre lo haría.
Con cautela dejó caer el liquido ámbar dentro de la copa. Se relamió los labios por que su imaginación voló. En ese instante deseo poder tomar el liquido del cuerpo ajeno. Sería para ella difícil no realizar la actividad sin besos, para una cortesana ese medio era un previo importante para la estimulación del sexo. Daba igual, esa noche estaba para disfrutar, su figura necesitaba poder sentir de nueva cuenta los placeres del orgasmo. ¿De verdad tendría uno aquella noche? Al igual que él, la cortesana estaba temblando de deseo. Ambos parecían feroces. Lo único que temía Eugénie, era ser lastimada de nueva cuenta, no deseaba ser descubierta, mucho menos que su hermano supiera que había pisado otra vez un burdel. Mostrándose lo más serena que pudo, ignorando aquellos pensamientos, la cortesana se acercó y le dejó el vaso en la mano. Le sonrió con sensualidad y después se volvió a posicionar encima de él. Sus manos no tardaron en retirar los botones de la camisa masculina. Era hábil, y perder el tiempo no quería.
— ¿Cómo se supone que debo complacerlo? — Se inclinó sensualmente hasta topar pecho contra pecho. La lengua de la cortesana se hizo visible y delineó el cuello masculino del licántropo. Él estaba cálido, o su temperatura corporal le dejaba sentir eso. Sus dientes aparecieron por un momento y estiró la piel del hombro dejando que se irritara. A la par pasó la lengua para poder tranquilizar el ardor que podría llegar a producir. Sus caderas por lo pronto ya se movían, lograba que ambos sexos se rozaran con fuerza, dejaba que tuvieran el primer gran acercamiento de la noche. A pesar de ser la “experta” en las miles del sexo, ella debía dejar que también el hombre le enseñara la dirección que deseaba tomaran sobre la cama esa noche.
— Puede decirme Genie — Susurró con la boca en el lóbulo ajeno, no tardó nada en succionar aquella zona.
Eugénie Florit- Prostituta Clase Alta
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Re: El paraíso [Eugénie] +18
“El gratificante movimiento de tu cuerpo, como una gota en el desierto”
El suspiro salió ronco desde mis adentros, me quedé deleitándome unos momentos con ese reloj de arena que se posaba a un lado y al otro con clara intención de provocar que mi entrepierna se irrite. Los dedos se apretaron sobre la cama, pues deseé tirarla en ella y adentrarme a sus profundidades de una vez. Ella tenía algo, era tan similar, sus labios, sus gestos y el sonido agrio de su voz, como una flameante llama que se desmenuzaba a lo largo de una madera. La quería y luego de aquella noche preguntaría su precio. Una sirvienta más en la casa no iría mal. Después de todo eran mis deseos los que siempre eran cumplidos. Y no fue diferente cuando la copa volvió hacia mí y lo mismo con su pequeño cuerpo que se trepó y se engatuso en la frontera que le había permitido construir. Con los ojos apenas cerrados no hice movimiento alguno de satisfacción ante aquel revoloteo de sus nalgas contra mi extremidad. Por lo contrario me dediqué a beber de la copa, pensando la respuesta a su pregunta. A como debía complacerme. No lo sabía, pero por lo pronto me alcé a tomar sus cabellos. En principio esperando que terminara con su trabajo en mi camisa y oreja y luego la estiré buscando que salga de allí. Tenerla demasiado cerca de mi rostro no me apetecía. — Quiero verte usar tu lengua por ahora. — Susurré cuando sus cabellos se estiraron entre mis falanges, aún sentía el ácido cayendo desde mi oreja hasta los hombros, el placer había hecho que mis dídimos se estrujaran sin ser tocados. Su piel suave provocaba más cosas de las que había pensado, pero el hecho de saber o de imaginar, que había pasado por incontables camas hacía que mi sexo se mantuviese controlado por mi cerebro, aún.
Bajé la cabeza antes de depositarla entre mis piernas. Lamiendo con calma la aureola de su pezón, mordiéndola muy cuidadosamente en la punta, tan dulce y texturada. Metí un poco más de piel en mí, absorbiendo un solo pecho hasta que segundos más tarde la dejé. La camisa desabotonada se quedó dónde estaba. Y tan solo ayudé con los bordes del pantalón, dejando luego que ella prosiga a retirarlos. Miré hacia arriba y me dediqué a beber lentamente el contenido, el licor era bueno, no demasiado, pero en aquel momento donde mi libido no sabía dónde esconderse era casi esencial. — Genie… Me gusta tu nombre. Parece que no hablas demasiado. ¿Eres una puta tímida? — Enarcando las cejas con maldad, disfrute y volví a su cabello marrón largo y lo arrastré hasta mi entrepierna, apoyando su bella mejilla sobre la tela caliente. Justo en el borde donde su antifaz estaba escondiendo su rostro. Y de a poco la extremidad que guardaba entre mis piernas era descubierta y sin dudarlo busqué meterme en esa cavidad suya, sujetándola con fuerzas, pero no la suficiente para lastimarla. Había pagado cada centavo y lo disfrutaría. La dejé sola para que subiera y bajara de allí las veces que quisiera y me consagré a acariciar su espalda, su voluminoso trasero que se podía notar a la distancia. Lo engullí con la mano derecha y el masajeo duró hasta que un tanto aburrido escabullí la mano por donde se escondía su ano y más atrás, desde mi posición, estaba su Edén hermosamente floreado. — Aclararemos unas cosas Genie, no te me acerques a la cara, ni al cuello. Solo yo puedo ir al tuyo. Dedícate a hacer lo que te digo o me molestaré. —
Las palabras fluían con una gentileza y habilidad para ordenar que pareciera que le estuviese pidiendo un favor, pero no era de ese modo. Para nada era un pedido, más una orden directa de lo que yo quería o no que suceda. Tenerla tan cerca podría hacerme desear besarla y contaminar mi boca con ella no era lo que esperaba. Sin embargo verla tan encaminada y deseosa de la situación me sorprendía, sentirla para nada asustada era nuevo y provocó que mi falo se estirara más, las venas se marcaban y un gruñido bajo se escuchó, tapando así el jadeo que quería ser liberado. Mis dedos se hundieron en su carne y lentamente con la yema del dedo índice me apoyé contra su clítoris. Apenas palpando su grosor y magnitud, un par de movimientos circulares se proliferaron y me separé unos segundos, para regalarle luego un mísero golpe en esa zona, que solo buscaba hacerla excitar un poco más. — ¿Hay vaselina para lubricarte un poco? — Pregunté en tanto tomaba su barbilla con una mano, haciendo que su mirada se junte con la mía, esos ojos, tan claros y profundos, esa belleza era demasiado exagerada para ser realista. Fruncí el entrecejo y saqué la vista, dando dos palmadas a la cama. Invitándola así a que suba allí. Como quien llama a una mascota al lugar prohibido. — Deja, haré el trabajo yo. — Clarifiqué dando a entender que sus bellos labios de abajo serían acariciados por mi lengua. Esperaba tener sus piernas abiertas y su sexo limpio, aquel sector sumamente sensible agonizaría de placer conmigo, buscaba hablar con su cuerpo, humillarlo por no ser el que quería y maldecirlo con placeres por no ser mío.
Última edición por Theodore Morandé el Dom Mayo 03, 2015 9:45 pm, editado 1 vez
Theodore Morandé- Licántropo Clase Alta
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Re: El paraíso [Eugénie] +18
Más de una vez clientes exigentes le habían llegado. Todos y cada uno buscaban tomar las riendas de la situación, buscar la gloría dentro del sexo parecía una batalla importante, cómo si se tratara de una guerra, y ganaría sólo el que estuviera dispuesto a sacrificar más. Sin embargo, cada uno de esos soldados terminaban por otorgar las riendas del asunto al darse cuenta de lo excelente que era en su trabajo, y más aún al notar el hambre tan voraz que demostraba tener gracias al sexo. Ella estaba consciente que sus habilidades eran buenas porque le encantaba encontrarse ahí. La palabra prostituta no le causaba ninguna ofensa, mucho menos puta, zorra, o sinónimos. Por el contrario, aquello la hacía sentir orgullosa de lo que hacía. Extraño, pero cierto. Aquel encuentro tenía una chispa de diferencia. Ella no lo comprendía en ese momento con exactitud, pero lo sabría, con el tiempo pero lo haría.
Su rostro no sonreía, y es que la incertidumbre le ponía de mal humor. No saber en que lista meter a un cliente le ponía de malas.
Tener que descubrir los deseos de cada uno no le causaba problema, todos tenían un patrón especial, tarde o temprano lo descubría, sin embargo el carácter firme y salvaje de su ahora cliente la ponía en aprietos, mismos que parecían un reto embriagador. Ella ganaría esa noche, porque no sólo tendría placer, sino que doblegaría a una bestia. Un hombre que se notaba siempre tenía todo lo que quería, pero vaya. ¡En su vida real era era una gran caprichosa! Se sabía esos trucos, incluso esas manías, así que tenía ventaja contra él. O al menos eso creía. Todo estaba por verse. Genie se dio cuenta que para ganar esa batalla le era necesario, primero que nada, mantener un perfil bajo. Lograr que él creyera ella era una buena sumisa, y todo aquello que le dijera se cumpliría. ¡Que hombre tan aburrido! Lo mejor del sexo es la improvisación inmediata de ambos, no sólo la orden de uno, y aunque las ordenes se iban dando por mero impulso, lo cierto es que los impulsos traen memorias fotográficas, mismas que te quieren hacer repetir patrones. Una gran ventaja para ella. Por supuesto.
Sus labios acunaban con recato y vulgaridad (vaya combinación), aquel miembro que parecía incrementar de volumen a cada succión. No tenía problema en doblegarse, mucho menos de ponerse de rodillas, o ser maltratada (con sus limites, claro), si tenía que hacer una buena felación, por eso no peleó, ni se puso a la defensiva con el hombre. Por el contrario, orgullosa de sus habilidades mamó hasta dónde pudo. Después de un rato estiró el cuello para poder retirarse el pene de su boca, y bajó la misma hasta aquellos testículos que se habían hinchado en la espera de atenciones. Deseó entonces poder lograr que se corriera en su boca y así probarlo, saber si estaba tan bueno como su físico mostrado. Sin embargo a regañadientes tuvo que cambiar todo, y terminó por recostarse en la cama. ¡Que desperdició de oral!
— Nada de tímida — Comentó con su voz claramente entrecortada gracias a su respiración y excitación — Por el contrario, sin embargo debo obedecer, y me considero bastante obediente al hacer mi trabajo, usted escogió a la mejor — Con la espalda recargada en la cama, sus piernas se doblaron y se separaron, logrando así que su sexo se quedara a la vista. Una de sus manos descansó en una de sus rodillas para separar más y dejar vista su intimidad, sin embargo la otra mano no se quedó quieta, y se fue a explorar los rincones humedecidos gracias a él. Su botón palpitaba con tanta fuerza que incluso dolía. Genie temblaba gracias al deseo que estaba experimentando, su enfermedad le gritaba que no se quedara quieta, que se aventurara a ponerlo quieto contra la cama y montarlo, sin embargo debía mantenerse quieta, debía dejar que él disfrutara de ella, porque así era esa profesión; ellos pagaban, ellas se dejaban hacer, les dejaban gozar, los hacían alucinar.
Su rostro no sonreía, y es que la incertidumbre le ponía de mal humor. No saber en que lista meter a un cliente le ponía de malas.
Tener que descubrir los deseos de cada uno no le causaba problema, todos tenían un patrón especial, tarde o temprano lo descubría, sin embargo el carácter firme y salvaje de su ahora cliente la ponía en aprietos, mismos que parecían un reto embriagador. Ella ganaría esa noche, porque no sólo tendría placer, sino que doblegaría a una bestia. Un hombre que se notaba siempre tenía todo lo que quería, pero vaya. ¡En su vida real era era una gran caprichosa! Se sabía esos trucos, incluso esas manías, así que tenía ventaja contra él. O al menos eso creía. Todo estaba por verse. Genie se dio cuenta que para ganar esa batalla le era necesario, primero que nada, mantener un perfil bajo. Lograr que él creyera ella era una buena sumisa, y todo aquello que le dijera se cumpliría. ¡Que hombre tan aburrido! Lo mejor del sexo es la improvisación inmediata de ambos, no sólo la orden de uno, y aunque las ordenes se iban dando por mero impulso, lo cierto es que los impulsos traen memorias fotográficas, mismas que te quieren hacer repetir patrones. Una gran ventaja para ella. Por supuesto.
Sus labios acunaban con recato y vulgaridad (vaya combinación), aquel miembro que parecía incrementar de volumen a cada succión. No tenía problema en doblegarse, mucho menos de ponerse de rodillas, o ser maltratada (con sus limites, claro), si tenía que hacer una buena felación, por eso no peleó, ni se puso a la defensiva con el hombre. Por el contrario, orgullosa de sus habilidades mamó hasta dónde pudo. Después de un rato estiró el cuello para poder retirarse el pene de su boca, y bajó la misma hasta aquellos testículos que se habían hinchado en la espera de atenciones. Deseó entonces poder lograr que se corriera en su boca y así probarlo, saber si estaba tan bueno como su físico mostrado. Sin embargo a regañadientes tuvo que cambiar todo, y terminó por recostarse en la cama. ¡Que desperdició de oral!
— Nada de tímida — Comentó con su voz claramente entrecortada gracias a su respiración y excitación — Por el contrario, sin embargo debo obedecer, y me considero bastante obediente al hacer mi trabajo, usted escogió a la mejor — Con la espalda recargada en la cama, sus piernas se doblaron y se separaron, logrando así que su sexo se quedara a la vista. Una de sus manos descansó en una de sus rodillas para separar más y dejar vista su intimidad, sin embargo la otra mano no se quedó quieta, y se fue a explorar los rincones humedecidos gracias a él. Su botón palpitaba con tanta fuerza que incluso dolía. Genie temblaba gracias al deseo que estaba experimentando, su enfermedad le gritaba que no se quedara quieta, que se aventurara a ponerlo quieto contra la cama y montarlo, sin embargo debía mantenerse quieta, debía dejar que él disfrutara de ella, porque así era esa profesión; ellos pagaban, ellas se dejaban hacer, les dejaban gozar, los hacían alucinar.
Eugénie Florit- Prostituta Clase Alta
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Re: El paraíso [Eugénie] +18
“Quédate en el paraíso de tu imaginación”
El ajetreo seco de su respiración y sus movimientos dóciles pero cargados de molestia casi hacían que una sonrisa escapara desde mis labios. Era una muñeca rebelde, una que quería probar los placeres con incauta vergüenza, sus mejillas no habían tomado color siquiera una vez, como si fuese un felino que sabía a donde iba y dirigía. Pero en mi mente nada pasó desapercibido, su piel y su aroma eran demasiado perfectos. Pero sus labios suaves y la felación dura y concisa sobre mi miembro me hicieron delirar y olvidar aquello que quería sospechar o tan solo soñar. Allí estaba dejando salir jadeos bajos y graves, no me importaba demostrar ese placer en mi garganta, ella no era nadie, nadie capaz de humillarme ni maltratarme, una simple prostituta pagada para dejarme ensoñar con una mujer que era tan parecida que pronto haría caerme en la mentira de mi propia ilusión. Mi mano derecha seguía hurgando en sus cabellos, acariciándolos con cuidado a cada subida y bajaba que daba. Apegando su rostro por momentos contra mi piel, dejándola allí apretada, me hundía en su cavidad cálida y jugosa, queriendo ir más adentro, obligándola a contener la respiración para luego quitarla de una estocada, permitiendo el aire en sus pulmones, volviendo a su interior una vez más. Correrme en su boca y hacerla tragar mi esencia hubiese sido lo más apropiado para toda la excitación que estaba cargando, sin embargo quería torturarme a mí mismo. Estaba por penetrar a un hermoso saco de semen y eso provocaba que me denigrara solo. No necesitaba que nadie me dijera que tenía miles de clase alta que tirarían sus anillos de boda para hacer el trabajo sucio que Genie estaba formando.
Entre un chasqueo de dientes y el orgullo dañado, me quedé mirando la posición en la que ella se disponía, sus piernas blancas abiertas y un Edén apenas mojado y violentamente hinchado. Era una flor rosa que se abría para mí. ¿Cómo rechazar un regalo tan sumamente apetitoso si lo ponía en bandeja de plata? — Así es, debes obedecer para dejarme sentir el placer que quiera. Solo cuando lo diga podrás nadar con libertad. — Sentencié ante su habla, que sonaba a reproche. Pero sus ojos hablaban más de lo que ella creía y con una sonrisa que apenas podía ser vista o imaginada me bajé a pasar los dientes por la piel que cubría por arriba de su botón rosado, justo por los costados dejé que mis colmillos acariciaran y mi lengua en punta se escondió entre su más pequeño agujero. Movimientos pausados y me apreté más, succionando deliberadamente su zona. Pasando pronto mis dedos por su entrada principal, apenas la acaricié una vez y dejé que el índice se adentrara sin más, entero y hasta el fondo lo doble, giré y bombeé. Metiendo otro tan rápido como fue posible. Su sexo se abría a mis encantos sin disimulo alguno y cuando la observé acariciarse a ella misma mis ojos tomaron un color más amenazador, entre disgustado y terriblemente excitado. Apreté entonces su cintura y la arrastré, hasta sentarla sobre mis muslos. ¡Era jodidamente radiante! Un cachorro necesitado que no podía temblar hasta tener lo que deseara y eso mismo le daría.
Alcé el rostro para verla, lo suficientemente lejos como para no caer a la tentación de besar sus frutillas rojas. Y con ninguna clase de esfuerzo levante su cuerpo de la cama, haciendo que sus rodillas volaran. Era como una pluma, pero sus pechos caían con magnitud y su rostro era como un lienzo al óleo. Fruncí mi entrecejo y colocándole sobre mi miembro comencé a dejarla caer. Éste estaba gustoso esperándola, buscando disfrutar de allí dentro. En mi mente solo estaba la idea de que me iba a correr una y otra vez en ella, dejaría mi semilla dentro hasta que le saliera por la boca. Fue entonces cuando mi cadera dio una estocada y entré de un tirón en aquella hendidura. Mis estocadas eran equilibradas, no eran lentas en absoluto, pero consideraba que no estaba dañándola, había cuidado mis instintos en todo momento. — Muévete como más te guste ahora. Demuéstrame que eres la mejor. — El grosor de mi miembro entre sus paredes hacía que latiera del dolor, me estaban succionando a algún agujero negro y me ensanchaba cada vez más, pues la presión no hacía más que subir. Mis dedos se pasearon por sus bustos, apretando los costados, estirando los pezones cálidamente, en lo que buscaba una vez más esas esferas asquerosamente transparentes. Ver su cuerpo temblando dulcemente, deseoso como si por momentos fuese el único, me hundió más en la desesperación de tragar su piel hasta escuchar los gritos de detención.
Última edición por Theodore Morandé el Dom Mayo 03, 2015 9:41 pm, editado 1 vez
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Re: El paraíso [Eugénie] +18
Eugenie no disfrutaba del sexo oral. Extraño, sí, pero no lo gozaba. Del corto o largo tiempo que tenía como cortesana, nadie le había dado el goce necesario para volver a repetir esa actividad. La cortesana prefería dar una buena felación, antes de recibir una horrorosa, y es que los amantes que le tocaron se jactaban de ser expertos en el ámbito sexual, algo que se encontraba lejos de ser. Para ella las noches fallidas iban de la mano de una mala experiencia sexual. De hecho todo lo bueno del día podía llegar a esfumarse si no recibía una dosis correcta de placer. Sin duda ella necesitaba orgasmos, de esos que te cegaban, te impedían respirar y te provocaban temblar. ¿Cuántas veces había tenido de aquello? Apenas unos cuantos (tristemente, por cierto), pero los rescataba, y se abrazaba a esa sensación pasada para no decaer, y creer que pronto volvería a padecer en enfermedad.
Sentir el miembro en su boca le generaba un poder especial, sentir la boca en su cavidad humedad la provocaba nauseas, porque interrumpir el acto sexual en algo que no le hacía sentir nada le ponía de malas; el humor le cambiaba. Sin embargo algo había de distinto en ese momento, y ella pudo sentirlo con rapidez. La lengua ajena, combinada con los dientes, y los dedos la hicieron arquearse sin si quiera poder contemplarlo. ¡La estaba exponiendo! Claro que sí, y encima de todo le estaba otorgado placer. La primera actividad sexual en esa zona que la hacía gozar, y querer que la boca ajena no se despegara de su intimidad hasta hacerla correrse. Algo tendría que haber hecho muy bien para recibir aquello. ¡Algo jodidamente bien!
La chica del antifaz temblaba con fuerza ante cada acción del hombre. No podía negarlo, le había tocado un amante experto. Disfrutaría la noche como un regalo milagroso y divino. Después de haber estado tanto tiempo fuera del mercado, el tener a un hombre como él en su cama, le respondía mil interrogantes en su interior. Alejarse de esa profesión sin duda la terminaría matando, así que sin importar los castigos, encierros, y enojos de su hermano, haría lo que fuera para volver. Necesitaba saciar y controlar su enfermedad, y sólo de esa manera lo lograría. Genie se aferró a los hombros ajenos, y dejó ir su espalda hacía atrás. Sus pechos se expusieron ante el rostro masculino. El grosor de aquel falo la hizo desvariar. ¿Quién se atrevía a tener esas dimensiones? Si la joven no lubricara de la forma en que lo hacía, seguramente estaría berreando del dolor. Sus rodillas se apoyaron en los bordes laterales de la cama, con la ayuda de las mismas, y del firme agarre de sus manos comenzó a moverse. Se sentaba con fuerza, subía y bajaba con determinación, presión, y necesidad.
Ellos dos parecían la pieza complementaría del otro. La unión de su carne lo decía. Bendito placer ¡Lo que llegaba a lograr!
La cortesana se soltó de uno de sus hombros. Se atrevió a pasar una de sus manos por el cabello ajeno. Poco a poco sus dedos se enredaron en la cabellera azabache del hombre. Dio un tirón con fuerza hacía atrás, por un momento sintió el impulso de besarle, pero no lo hizo, simplemente tiró una mordida al aire, misma que fue acompañada de un gruñido, el cual parecía un jadeo exigiendo más de él. Movió entonces la cabeza ajena para hacerle esconderse entre sus pechos. Le soltó los cabellos y movió uno de sus pechos apuntando a la boca ajena. Aquella redondez también exigía atenciones. Eugenie deseaba que su amante la tomara con desesperación, que no dejara ni un sólo rincón de su ser sin ser profanado por él. La noche no terminaba, no, por el contrario, estaba comenzando.
Sentir el miembro en su boca le generaba un poder especial, sentir la boca en su cavidad humedad la provocaba nauseas, porque interrumpir el acto sexual en algo que no le hacía sentir nada le ponía de malas; el humor le cambiaba. Sin embargo algo había de distinto en ese momento, y ella pudo sentirlo con rapidez. La lengua ajena, combinada con los dientes, y los dedos la hicieron arquearse sin si quiera poder contemplarlo. ¡La estaba exponiendo! Claro que sí, y encima de todo le estaba otorgado placer. La primera actividad sexual en esa zona que la hacía gozar, y querer que la boca ajena no se despegara de su intimidad hasta hacerla correrse. Algo tendría que haber hecho muy bien para recibir aquello. ¡Algo jodidamente bien!
La chica del antifaz temblaba con fuerza ante cada acción del hombre. No podía negarlo, le había tocado un amante experto. Disfrutaría la noche como un regalo milagroso y divino. Después de haber estado tanto tiempo fuera del mercado, el tener a un hombre como él en su cama, le respondía mil interrogantes en su interior. Alejarse de esa profesión sin duda la terminaría matando, así que sin importar los castigos, encierros, y enojos de su hermano, haría lo que fuera para volver. Necesitaba saciar y controlar su enfermedad, y sólo de esa manera lo lograría. Genie se aferró a los hombros ajenos, y dejó ir su espalda hacía atrás. Sus pechos se expusieron ante el rostro masculino. El grosor de aquel falo la hizo desvariar. ¿Quién se atrevía a tener esas dimensiones? Si la joven no lubricara de la forma en que lo hacía, seguramente estaría berreando del dolor. Sus rodillas se apoyaron en los bordes laterales de la cama, con la ayuda de las mismas, y del firme agarre de sus manos comenzó a moverse. Se sentaba con fuerza, subía y bajaba con determinación, presión, y necesidad.
Ellos dos parecían la pieza complementaría del otro. La unión de su carne lo decía. Bendito placer ¡Lo que llegaba a lograr!
La cortesana se soltó de uno de sus hombros. Se atrevió a pasar una de sus manos por el cabello ajeno. Poco a poco sus dedos se enredaron en la cabellera azabache del hombre. Dio un tirón con fuerza hacía atrás, por un momento sintió el impulso de besarle, pero no lo hizo, simplemente tiró una mordida al aire, misma que fue acompañada de un gruñido, el cual parecía un jadeo exigiendo más de él. Movió entonces la cabeza ajena para hacerle esconderse entre sus pechos. Le soltó los cabellos y movió uno de sus pechos apuntando a la boca ajena. Aquella redondez también exigía atenciones. Eugenie deseaba que su amante la tomara con desesperación, que no dejara ni un sólo rincón de su ser sin ser profanado por él. La noche no terminaba, no, por el contrario, estaba comenzando.
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Re: El paraíso [Eugénie] +18
"El canto de la gloria"
Sus extremidades relucían blancas y temblorosas entre mis dedos, parecía una flor pálida a punto de terminar de estirar sus pétalos, con los labios rojos encendidos y una mirada que no sabía a donde iba realmente. Estaba molesto, provocado por su placer y el mío. La cortesana que tenía frente a mi rostro era hermosa, demasiado que enloquecía mi perfecto sentido común. Por un segundo, la idea de comprarla y dejarla en la mansión como una esclava, hizo furor en mis caninos que acompañaban el desliz de mi lengua por un costado de su sexo y seguían hacia dentro, justo en donde su clítoris buscaba atención. Mi mano derecha estaba enfundada en abrir sus orillas. Su Edén me gritaba y con los instintos puramente animales que podía llegar a tener, me vi en la necesidad de meterme dentro de ella. Enterrarme hasta que toda mi esencia quede en su interior. Que la locura me agobie, no había nada más placentero que acabar entre las paredes cálidas de una mujer. Sus palabras eran nulas, escuchaba el crujido de sus jadeos. Su rostro escondido en el antifaz y aun así los faroles celestes casi transparentes me lo decían todo. Incluso su textura estaba erizada y mis orbes se fruncieron, tomando con brusquedad sus brazos, arrastrándola a mí, buscando su cuello para así besarlo, la realidad es que quería probar sus labios, me preguntaba qué tan exquisitos podían llegar a ser. Pero no lo haría, no tocaría el manjar de algo que había pasado por mi miembro y el de muchos más. Aunque irónicamente, ya hubiese estado palpando su zona más deseada.
Un gruñido que se agitaba transformándose en goce salió escurridizo por mi garganta, apretando la cintura ajena, la dejaba ganar. Su forma de moverse y querer controlar no me agradaba, quería dominarla, someterla por completo y hacerla rogar un poco más. Pero ella se había ganado buscar su satisfacción y lo hacía con desmedido descontrol, apretándome, aferrándose hasta caer sobre mi falo dispuesto y duro contra ella. Mis ojos emanaban un amarillo intenso, lleno de odio y deseo. “Porque ella no es” o más bien, “¿por qué ella no es?” Pensaba en tanto me arqueaba un poco hacía abajo, observando su obsceno busto, sus pezones erguidos y los poros de alrededor que se alzaban un poco más en busca de atención. Una que no tardé en dar. Agarrando en principio su piel lechosa con los dientes, fui tironeando hasta llegar a su punto rozado, lo mastiqué, saboreé y luego de torturarlo lo suficiente para hacerlo cambiar a un rojo intenso, comencé a succionar. A mover mis caderas al unísono, movimientos contrarios a los de ella, para así hundirme más, golpear su interior en lo que sentía el roce constante de su intimidad. “Maldita” Cavilé con molestia, pues no escuchaba siquiera una palabra salir de sus boca. Parecía compenetrada en su trabajo, disfrutando el placer, sin levantar la vista, ella solo buscaba delirar. Y yo no estaba allí para darle su deleite, sino que buscaba el mío, con egoísmo y completa notoriedad.
Tomé sus cabellos, tirándolos hacia atrás y me alcé con ella apresando mi miembro. La apoyé a medias, tan solo su cabeza cayó a la cama, pues sus extremidades estaban siendo sujetadas por mí. Estaba alzándola desde los muslos y con intensidad comenzaba a penetrarla. Bruscamente, pero no lo suficiente para dañarla. Apoyé sus pantorrillas en mis hombros y poco a poco deslicé las yemas de mis manos hasta su cintura. Obligándola así a mantener el equilibrio con sus huesos en lo que mis pies se enterraban en el colchón. El jadeo se escuchaba intensificado, y mis caderas parecían querer estrangularla. Busqué entonces sus ojos, quería mirarla mientras acumulaba regocijo por su figura. Y entonces, antes de que por puro instinto terminara por correrme, me salí de su interior y la dejé caer por completo en las sabanas. Mi respiración estaba desmedida, la fuerza que había usado y la rapidez de las estocadas habían sido claramente sobrehumanas. Y aún no terminaba con ella. No, daría vuelta ese cuerpo hasta haber incrustado mi olor en cada pedazo de ella. Como un perro que quiere marcar territorio. Tomé su talón y suavemente deslice los colmillos hasta su rodilla, dejando pequeños puntos rosados. Bajando la mano por toda su piel, pasándola por su entrepierna tan solo como una caricia. — No terminaremos tan pronto. — Siquiera una sonrisa se formó, pues no bromeaba, no pensaba terminar con ella tan rápido. Así que dejé salir caricias en su cuerpo, pequeños mimos hasta sus pechos, los cuales tomé con ambas manos y masajeé cuidadosamente, estirando los pezones hacia arriba hasta conformarme con su erección. Mi miembro estaba agitado, subía contra mi pelvis sin consultar y temblaba esperando atenciones. Y aguardé el momento para volver a meterla, que sus labios lo pidieran era lo que en el fondo deseaba.
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Theodore Morandé- Licántropo Clase Alta
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Re: El paraíso [Eugénie] +18
Ofrecer buen sexo (cargado de placer, buenos orgasmos, etc.), suele ser una tarea complicada, más aún cuando quieres otorgárselo a una prostituta experimentada, y enferma. Ella sabe que sus expectativas son altas, también sabe que su enfermedad le hace perder el control. Reconoce que si goce muchas veces viene acompañado de la psicología misma que ella se aplica, pero pocas veces es otorgado a plenitud por la simple actividad física. Aquello es complicado, pocos tienen el don para repartir el estimulante correcto a una fémina. Genie reconoce que su apetito sexual es a veces una mascara, porque sabe fingir bien el placer, mismo que a veces la vuelve infeliz por no recibirlo. Es cierto, goza, pero no cómo debería, o al menos así siempre le pareció, hasta ese momento.
Un simple humano no puede reconocer a alguien que no lo es, pero aquellos que experimentan diariamente con clientes diversos, conoce sobre la vida sobrenatural, se da cuenta cuando se encuentra frente a uno.
Él no es un hombre común. Ella lo notó al sentir cómo el sudor corre por s cuerpo. Las gotas se deslizan desde su frente hasta su cuello, y del cuello hasta sus senos. Así crean un camino que puede deslumbrar. El calor que el hombre emana la hace transpirar el doble de lo que debería, además, percibe las venas sobresaliente de sus brazos, la mirada salvaje, la fuerza y velocidad inquietantes. A él no le importa esconder su naturaleza, por el contrario, parece que se encuentra orgulloso de su ser. ¡Que alegría! Buena fortuna para ella, es un hombre que conoce sus limites comunes, y también los no tan comunes. Es un hombre que conoce el cuerpo femenino, pero también el masculino. Un hombre que sabe tocar, y que por primera vez le hace olvidarse del poder de su mente, todo aquello lo convierte lejos de la razón. El gemido más sincero salió de su garganta. Su intimidad ardía minutos atrás por el vacío producido, en ese instante de invasión violenta, sintió la calidez. ¿Se podría creer en el destino dentro de la prostitución? ¿O qué tal en los destinos trazados por Dios? Si era de esa manera, la cortesana del antifaz estaba bendecida por Theodore.
El cuerpo de la cortesana tembló de forma desmedida. No, no era a causa de un orgasmo venidero, más bien era la desesperación misma que apoderaba su cuerpo. ¿Qué prendía él? Cada caricia la hacía contraerse más en la zona pélvica, cada mordida, succión o marca que se le dejaba en el cuerpo provocaba que el fuego de su interior se volviera un poco más alto. Se quemaba por dentro. Sus manos se levantaron por encima de su cabeza. Era tanta la desesperación de la mujer, que jaló sus cabellos, y pronto sus manos presionaron fuerte sus pechos. ¿Qué debía hacer para obtener de nueva cuenta placer? La respuesta era simple, necesitaba rogar, implorar. Eugénie debía doblegar su orgullo para obtener lo siempre deseado, lo más anhelado.
— No termines — Comentó con la voz entrecortada — No pares, no te detengas — Intentó tranquilizarse, con la ayuda de sus codos se inclinó hacía adelante. Por primera vez el antifaz le estorbó, estuvo a punto de retirarlo, pero la voz de la razón la frenó — Por favor, dame… ¡Entiérrate en mi! ¡Lo necesito! Haré lo que quieras, seré tuya, tu esclava, tu mujer, tu amante las veces que desees, pero no te detengas, necesito sentir — Sus piernas se enredaron en aquellas caderas atrayéndolo con fuerza. Sintió entonces la erección, dura, caliente, dispuesta, todo eso y más chocando con su vagina. — Por favor… — Imploró. Su cadera se movió de forma exagerada, buscaba no sólo frotarse, sino apresarlo en sus paredes vaginales.
Jamás, ni siquiera en sus primeras veces cómo prostituta, la cortesana del antifaz había dejado que alguien más dominara la situación.
Un simple humano no puede reconocer a alguien que no lo es, pero aquellos que experimentan diariamente con clientes diversos, conoce sobre la vida sobrenatural, se da cuenta cuando se encuentra frente a uno.
Él no es un hombre común. Ella lo notó al sentir cómo el sudor corre por s cuerpo. Las gotas se deslizan desde su frente hasta su cuello, y del cuello hasta sus senos. Así crean un camino que puede deslumbrar. El calor que el hombre emana la hace transpirar el doble de lo que debería, además, percibe las venas sobresaliente de sus brazos, la mirada salvaje, la fuerza y velocidad inquietantes. A él no le importa esconder su naturaleza, por el contrario, parece que se encuentra orgulloso de su ser. ¡Que alegría! Buena fortuna para ella, es un hombre que conoce sus limites comunes, y también los no tan comunes. Es un hombre que conoce el cuerpo femenino, pero también el masculino. Un hombre que sabe tocar, y que por primera vez le hace olvidarse del poder de su mente, todo aquello lo convierte lejos de la razón. El gemido más sincero salió de su garganta. Su intimidad ardía minutos atrás por el vacío producido, en ese instante de invasión violenta, sintió la calidez. ¿Se podría creer en el destino dentro de la prostitución? ¿O qué tal en los destinos trazados por Dios? Si era de esa manera, la cortesana del antifaz estaba bendecida por Theodore.
El cuerpo de la cortesana tembló de forma desmedida. No, no era a causa de un orgasmo venidero, más bien era la desesperación misma que apoderaba su cuerpo. ¿Qué prendía él? Cada caricia la hacía contraerse más en la zona pélvica, cada mordida, succión o marca que se le dejaba en el cuerpo provocaba que el fuego de su interior se volviera un poco más alto. Se quemaba por dentro. Sus manos se levantaron por encima de su cabeza. Era tanta la desesperación de la mujer, que jaló sus cabellos, y pronto sus manos presionaron fuerte sus pechos. ¿Qué debía hacer para obtener de nueva cuenta placer? La respuesta era simple, necesitaba rogar, implorar. Eugénie debía doblegar su orgullo para obtener lo siempre deseado, lo más anhelado.
— No termines — Comentó con la voz entrecortada — No pares, no te detengas — Intentó tranquilizarse, con la ayuda de sus codos se inclinó hacía adelante. Por primera vez el antifaz le estorbó, estuvo a punto de retirarlo, pero la voz de la razón la frenó — Por favor, dame… ¡Entiérrate en mi! ¡Lo necesito! Haré lo que quieras, seré tuya, tu esclava, tu mujer, tu amante las veces que desees, pero no te detengas, necesito sentir — Sus piernas se enredaron en aquellas caderas atrayéndolo con fuerza. Sintió entonces la erección, dura, caliente, dispuesta, todo eso y más chocando con su vagina. — Por favor… — Imploró. Su cadera se movió de forma exagerada, buscaba no sólo frotarse, sino apresarlo en sus paredes vaginales.
Jamás, ni siquiera en sus primeras veces cómo prostituta, la cortesana del antifaz había dejado que alguien más dominara la situación.
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Re: El paraíso [Eugénie] +18
“El fuego es interno”
Aquellos gritillos incesantes de la mujer eran como un canto de ángeles en mi cabeza, doblegada bajo mi cuerpo, aquella piel que parecía ser leche recién procesada formaba pequeños puntos rosas provocados por mis labios, la transpiración que viajaba por sus senos no hacía más que darme celos del propio aire y con voracidad me acercaba a poner los dientes en su corteza, el filo me detenía cuando la intención de quitarle un pedazo es lo que aparecía por mi cabeza. Y al contrario de ello mis instintos eran controlados, aunque no así mi falo que estaba endurecido entre sus paredes palpitando dentro como si estuviese a punto de largar todo en su interior. Sí, eso es lo que deseaba y lo que haría. Llenaría aquel cuerpo hasta que le exploten los órganos. Porque ella no era nadie y por eso mismo no tenía que preocuparme. Mis manos se pasearon por sus pezones, tironeándolos en lo que observaba sus movimientos. Sus ojos demasiado celestes para ser reales se lubricaban en deseo y una risa seca y poco nítida salió de mis labios al saber que le estaba otorgando gemidos de placer. Con un brazo sujeté uno de sus muslos, abriéndolo a un costado, observando aquella carnosidad que se había hinchado y parecía una flor con los pétalos fucsias y acaramelados en sus propios flujos. Me relamí de la tentación de volver a poseerlos con mi boca y me preparé para hundirme con una estocada que me llevaría a lo profundo de su ser. Mi naturaleza lobuna era exageradamente exigente, me obligaba a volverme un animal y el tamaño se laceraba haciéndome doler a mí mismo por la presión de sangre en toda la extensión.
Un gemido bañado en gruñido escapó entre mis dientes y despacio la punta de mi miembro empezaba a acariciar aquella entrada desde afuera una vez más. La desesperación humana estaba haciendo efecto y al fin aquella voz que antes se había callado por tanto tiempo empezaba a rogar como la prostituta que siempre debió ser. Podía notar cuando algo era falso, después de todo era un negociante y mentiroso por naturaleza. Cada expresión en su rostro estaba suplicándome, no era una mentira y estaba seguro. Por lo cual aquel ego que estaba ya bien alto en mí se incrementó un poco más. Y ante aquel choque de caderas me dirigí a sujetar su trasero con una mano, empujándolo más hacia mí, metiendo media extremidad en ella. Ésta parecía moverse sola, hacia arriba buscaba más lugar y con lentitud fue que terminé de hundirme esperando así a que aquella lubricación ajena me empapara una vez más. No me interesaba dañarla, hacerla llorar solo estaba correcto si lo hacía de placer. Y eso es lo que estaba esperando, me deslicé hasta buscar aquel pezón suave y delicioso en su cuerpo. Lo torturé con golpes demasiado lentos. Pasé entonces la mano derecha por su cintura y despacio froté el otro punto, como si intentara sacarle filo en la punta, luego lo hundí en su carne y las yemas de mis dedos, junto con las cortas uñas se escurrieron desde entre sus pechos hasta su ombligo, y bajando un poco más, palpando los bordes de la zona que estaba purgando. Tomé su clítoris entre dos dedos y despacio lo acaricié, un equilibrio entre el dolor y el placer que no debía propasarse. No deseaba hacerla llegar al orgasmo todavía, no hasta que de sus ojos tan hermosos caigan gotas de sal. Se merecía ser torturada, ¿la razón? Se parecía demasiado a ella y no lo era.
— Ahh… Génie, te has olvidado con quien estás hablando. Voy a romperte tu linda flor hasta que lo sepas. Puedes rogar todo lo que quieras, tus deseos jamás serán cumplidos si no se me place hacerlo. — Explicaba de una forma tan asquerosamente cordial que una estocada se escapó en el ínterin, me bajé entonces para estar con las manos apoyadas en los costados de su cabeza y la observé como quien siente curiosidad por una nueva creación. Allí estaban de nuevo esos labios rojos y violentos. Me dediqué a mirarlos, sin acercarme siquiera, moviendo las caderas de manera lenta pero que en el final se hacía profunda. Mi fascinación empezaba a crecer y con brusquedad la tomé de la cintura, girándola con mi miembro aún adentro, dejando su espalda frente a mí y en una desesperada maniobra tomé su brazo para ponerlo sobre su lomo y empecé a penetrarla con una rapidez insaciable. Me ayudaba con su cuerpo, para que así éste se mantuviese quieto y la dureza de mi miembro fuese más adentro a cada momento. Mi respiración se podía escuchar desde todos lados, mis ojos empezaron a investigarla, con mi mano libre me pasé por su ano y lo masajeé desde afuera, apretando una de sus nalgas, acarreando con fuerzas el calor en mi entrepierna que poco a poco empezaba a llegar al clímax. Pero que lo alargaba solo para tener más tiempo aquel agujero a disposición, escucharle sus ruegos que dulcemente empezaban a complacerme y se ganaban movimientos feroces que se quedaban lineales en el tiempo, hasta que fuese momento de salir y volver a entrar, pensando ya en como llenaría todo su ser de mi esencia.
Última edición por Theodore Morandé el Dom Mayo 03, 2015 9:42 pm, editado 1 vez
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Re: El paraíso [Eugénie] +18
La razón se nubla cuando el placer domina.
Cada cortesana tiene un código especial a la hora de trabajar, no es aquel que le otorgan dentro del burdel, aunque parte de el, sin embargo cada chica (o chico) se desarrolla de manera diferente, y con eso garantiza el éxito o fracaso que pueda desarrollar en el burdel. Para ella existen básicos, empezando por el hecho de no quitarse, ni dejar arrancar aquel antifaz, después viene su placer personal, y muy por debajo de las demás reglas viene el otorgar el placer ajeno, porque ella no se encontraba en ese lugar para ganar dinero a cambio de ofrecer un buen polvo. A ella le sobraban francos, ese detalle era su menor preocupación.
Las noches se clasificaban siempre por situaciones decepcionantes o placenteras, el noventa por ciento de ellas resultaban causarle poco o nada, el nueve siguiente medianamente buenas, y sólo el uno por ciento era valorizado como algo que volvería a repetir. Genie se dio cuenta que esa velada resultaba ser distinta a cualquiera. En más de una ocasión compartió lecho con hombres, mujeres, vampiros, y otras criaturas. Sus ventajas podrían otorgarle a ella lo que buscaba, sin embargo no ocurría, excepto aquella noche, donde el calor sobrehumano ajeno la hacía dudar sobre su naturaleza, y rogar al cielo por una noche eterna. Lamentablemente su condición humana la hacía no poder llegar a eso, sin embargo soñar no costaba nada, y poner un gran esfuerzo por prolongar lo más posible el encuentro sería parte importante de aquel juego de placeres.
La nueva posición de la joven lograba que el falo ajeno llegara a hundirse más de la cuenta. Ella apenas y tenía una mano libre para poder sostenerse de lo que fuera, y de esa forma darle movimientos contrarios a las embestidas que le daban. Eugénie quería entrar a la lucha que ya tenía perdida, pero de esa manera la satisfacción incrementaría para ambos. Podía sentir como sus nalgas chocaban contra la piel ajena, las mismas se empapaban de los fluidos corporales que destilaba el ser de la noche. Se mordía los labios intentando obstruir la salida de los sonidos placenteros. La cortesana juraba que las cuatro paredes no eran suficientes para contener tanto ruido, y que cualquiera que estuviera afuera podría escucharlos, más aún, creer que existía un maltrato más allá de la exigencia sexual. Sólo aquel que goza de su cuerpo en plenitud, puede otorgarle a un desconocido lo que necesita para poder llegar al placer extremo. Ella lo sabe, y también comprende que aquello que aquel hombre le está dando, sólo viene de la mano de lo que exige. Genie no cobraría esa noche, por el contrario, haría más méritos para lograr engatusarlo y llevarlo de nuevo a esa cama. Movió con ligereza sus cuerpo, y sus rodillas tocaron la cama, pero las mismas se abrieron levantando más sus glúteos, recargó por completo el pecho en la tela, su rostro tintado de carmín miró hacía el espejo del costado, su mano libre viajó hasta su parte trasera, y sin permiso alguno comenzó a dilatar su ano con círculos primero suaves, y luego insistentes. ¡Si! Ella buscaría que todo aquello que pudiera ser invadido por él, no se quedara sin ser mancillado.
El placer incrementaba, y ella no podría resistir más de esa manera. Sus músculos le dolían a causa de la fuerza que ella ejercía al contraerlos. Su humanidad se veía completamente reflejada en cada reacción, sin embargo ser débil aquella noche no era una opción.
— Por favor… — Articuló la joven. En aquella ocasión ya no existía más aquella cortesana soberbia e imponente, se trataba de una jovencita expuesta, dispuesta, y suplicante. — Por favor, déjeme llegar, se lo suplico — Y es que primero sus labios vaginales comenzaron a arder por las fricciones otorgadas en cada penetración, pero aquello se volvía doloroso a medida de su clímax se veía interrumpido. El dolor se expandió por su vientre, sus pechos, e incluso en la punta de cada dedo. La jovencita no gimió de nueva cuenta, más bien chillaba imponente por no poder hacer nada. Se sintió entonces por primera vez el juguete de alguien más, y no cómo la niña que jugaba con sus muñecos a su conveniencia cada que llegaba un nuevo cliente. Genie comprendió por primera vez que la prostitución probablemente no era la mejor escapatoria, o el mejor tratamiento para curar su incesante deseo de placer.
Las lagrimas escurrieron por su rostro, y no de vergüenza, sino de frustración, deseaba más, deseaba dominar; deseaba por primera vez no sentirse una prostituta.
Cada cortesana tiene un código especial a la hora de trabajar, no es aquel que le otorgan dentro del burdel, aunque parte de el, sin embargo cada chica (o chico) se desarrolla de manera diferente, y con eso garantiza el éxito o fracaso que pueda desarrollar en el burdel. Para ella existen básicos, empezando por el hecho de no quitarse, ni dejar arrancar aquel antifaz, después viene su placer personal, y muy por debajo de las demás reglas viene el otorgar el placer ajeno, porque ella no se encontraba en ese lugar para ganar dinero a cambio de ofrecer un buen polvo. A ella le sobraban francos, ese detalle era su menor preocupación.
Las noches se clasificaban siempre por situaciones decepcionantes o placenteras, el noventa por ciento de ellas resultaban causarle poco o nada, el nueve siguiente medianamente buenas, y sólo el uno por ciento era valorizado como algo que volvería a repetir. Genie se dio cuenta que esa velada resultaba ser distinta a cualquiera. En más de una ocasión compartió lecho con hombres, mujeres, vampiros, y otras criaturas. Sus ventajas podrían otorgarle a ella lo que buscaba, sin embargo no ocurría, excepto aquella noche, donde el calor sobrehumano ajeno la hacía dudar sobre su naturaleza, y rogar al cielo por una noche eterna. Lamentablemente su condición humana la hacía no poder llegar a eso, sin embargo soñar no costaba nada, y poner un gran esfuerzo por prolongar lo más posible el encuentro sería parte importante de aquel juego de placeres.
La nueva posición de la joven lograba que el falo ajeno llegara a hundirse más de la cuenta. Ella apenas y tenía una mano libre para poder sostenerse de lo que fuera, y de esa forma darle movimientos contrarios a las embestidas que le daban. Eugénie quería entrar a la lucha que ya tenía perdida, pero de esa manera la satisfacción incrementaría para ambos. Podía sentir como sus nalgas chocaban contra la piel ajena, las mismas se empapaban de los fluidos corporales que destilaba el ser de la noche. Se mordía los labios intentando obstruir la salida de los sonidos placenteros. La cortesana juraba que las cuatro paredes no eran suficientes para contener tanto ruido, y que cualquiera que estuviera afuera podría escucharlos, más aún, creer que existía un maltrato más allá de la exigencia sexual. Sólo aquel que goza de su cuerpo en plenitud, puede otorgarle a un desconocido lo que necesita para poder llegar al placer extremo. Ella lo sabe, y también comprende que aquello que aquel hombre le está dando, sólo viene de la mano de lo que exige. Genie no cobraría esa noche, por el contrario, haría más méritos para lograr engatusarlo y llevarlo de nuevo a esa cama. Movió con ligereza sus cuerpo, y sus rodillas tocaron la cama, pero las mismas se abrieron levantando más sus glúteos, recargó por completo el pecho en la tela, su rostro tintado de carmín miró hacía el espejo del costado, su mano libre viajó hasta su parte trasera, y sin permiso alguno comenzó a dilatar su ano con círculos primero suaves, y luego insistentes. ¡Si! Ella buscaría que todo aquello que pudiera ser invadido por él, no se quedara sin ser mancillado.
El placer incrementaba, y ella no podría resistir más de esa manera. Sus músculos le dolían a causa de la fuerza que ella ejercía al contraerlos. Su humanidad se veía completamente reflejada en cada reacción, sin embargo ser débil aquella noche no era una opción.
— Por favor… — Articuló la joven. En aquella ocasión ya no existía más aquella cortesana soberbia e imponente, se trataba de una jovencita expuesta, dispuesta, y suplicante. — Por favor, déjeme llegar, se lo suplico — Y es que primero sus labios vaginales comenzaron a arder por las fricciones otorgadas en cada penetración, pero aquello se volvía doloroso a medida de su clímax se veía interrumpido. El dolor se expandió por su vientre, sus pechos, e incluso en la punta de cada dedo. La jovencita no gimió de nueva cuenta, más bien chillaba imponente por no poder hacer nada. Se sintió entonces por primera vez el juguete de alguien más, y no cómo la niña que jugaba con sus muñecos a su conveniencia cada que llegaba un nuevo cliente. Genie comprendió por primera vez que la prostitución probablemente no era la mejor escapatoria, o el mejor tratamiento para curar su incesante deseo de placer.
Las lagrimas escurrieron por su rostro, y no de vergüenza, sino de frustración, deseaba más, deseaba dominar; deseaba por primera vez no sentirse una prostituta.
Eugénie Florit- Prostituta Clase Alta
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Re: El paraíso [Eugénie] +18
“Temblarás en el placer de mis manos”
El sube y baja de las sensaciones se canalizaba en los dídimos colgando de mi entrepierna, ella me hacía arder, me provocaba espasmos que quería evadir a toda costa. La razón era clara, me habían educado para satisfacerme con una mujer de clase alta y no para andar rogando sexo en burdeles. Por más caros que fueran. Sin embargo, su estrecho Edén estaba matándome. Mi pecho duro estaba haciendo fuerzas para concentrar toda la potencia en aquel falo que se hundía en ella y se detenía, haciendo así que su clímax no terminara de llegar. Era bueno para los hombres, el hecho de poder controlar cuando llegamos a depositar toda la esencia en un agujero. O al menos yo era capaz de hacerlo y me satisfacía observar aquel halo de placer y deseo en su rostro. El antifaz podía tapar mucha de su piel, pero no sus labios hinchados entreabiertos y sus ojos celestes dilatados como si fuese un gato en su celo máximo. Así mismo, los ruidos dulces que hacían fluir mis movimientos dejaban que una sonrisa calmada exista sobre mi rostro. Sí, había maneras de hacerme disfrutar y era arrodillándose a mi poder. Así como ella lo estaba logrando, empezaba a caer en mis manos y a dejarse moldear como una roca a la que están por hacerla estatua. Tan dulce, tan pecaminosa que el regalo que se merecía eran estocadas profundas, plagadas de deseos mucho más oscuros. Que se fomentaron cuando observé como los faroles ajenos se acentuaban en el reflejo del espejo. ¿Estaba ansiosa? ¿Cuáles eran realmente sus sentimientos en ese instante?
Celosamente aplasté una vez más su seno derecho, tironeándole el pezón hasta que el color apropiado colorado sangre quedó prendido. Supe entonces que pronto llegaría la hora de dejarle libertad. Había aprendido muchas cosas durante mi vida. Una de ellas era que para gobernar hay que dejar que los de abajo gocen un momento de excarcelación. Así, se los terminaba teniendo en la palma de la mano. Tal como yo quería que Génie quedara. Fresca y con los labios abiertos, predispuesta a abrirme las piernas las veces que fuesen necesarias. Y lo estaba logrando, aunque no podía decir que no hubiese sido difícil. Sus quejas y su manera de aguantar mis toques eran mucho más fuertes que otras mujeres de clase con las que había estado. Y eso, eso me excitaba muchísimo, al punto que mi miembro estaba duro incapaz de detenerse aún si llegaba a acabar tres veces en su interior. Me relamí la boca despacio, dejando que el crujido de un jadeo se escuche. Y los golpes en su interior comenzaron a propinarse duros y directos. Con esa posición ideal me incrustaba, apretando sus muslos y pantorrillas, destrozando todo lo que estuviese en mi paso con tal de hacer que aquel punto interno de ella muera de placer hasta derretirse en sus propios y calientes fluidos. — Haz sido buena, te mereces llegar más de una vez. — Susurré ocurrente mientras la miraba fijo y me lanzaba contra ella para así dar los movimientos que fuesen necesarios. No me contuve, sabía que cuando me corriera dentro de ella volvería a endurecerme en el mismo instante. Así que lo hice con rudeza, cerrando los ojos un momento mientras el mundo se detenía con el ruido en seco de su entrada contra toda mi piel. Sus jadeos dulces y sensuales producían un impacto en mi mente que terminaba por hacerme delirar y allí estaba. Llenándole todo el interior, dejando que el semen se introdujera hasta las partes más inhóspitas de su cuerpo.
Y me quede tan solo tres segundos en quietud y antes de que pudiese decir “ah”, me dirigí a acomodarla perfectamente en la cama. Con la longitud firme pero temblorosa. La sentía moverse por sí misma casi como desesperada en busca de aquella mujer que estaba haciendo que enloquezca. Me preguntaba quién era y cómo podía ser que su hoyo causase tanto placer. Los pre fluidos no paraban de emanar y su ano pequeño y dúctil me provocaban aún mucho más de lo que creí imaginar. — ¿Lo quieres aquí también? ¿Te gustaría que te haga correr por todos los lugares habidos y por haber? — Pregunté en un susurro, acercándome a su oreja para lamerla estrepitosamente y morderla apenas. Pero sin acercarme a sus morros. Era prohibido para mí, esos manjares rojos, que me tentaban a amordazarlos. No, no podía y busqué distraerme con esa entrada, con el pulgar la inspeccioné y dilaté un poco, estirando apenas un costado. Observé detenidamente aquella forma anal y acerqué mi otra mano a la boca, buscando saliva. Aquel ser no debía ser maltratado, ni una pizca de dolor era el que tenía que introducirse en su sistema nervioso. Así que lentamente lo preparé para lo que vendría. No sabía si era virgen de ese lugar, tampoco iba a preguntárselo, después de todo, su rostro me decía que no me iba a impedir ningún acto. Estaba dándole lo que quería y de alguna forma, me agradaba. Pero el dolor estaba punzando mi glande. Por lo que despacio me dediqué a frotarme entre los labios vaginales. Faltaba un poco más para que pudiese meterme nuevamente dentro. Primero un dedo, luego dos y estirar la piel hasta que el diámetro fuese benevolente con aquella figura femenina que terminaba de calentar de nueva cuenta mi extensión.
Última edición por Theodore Morandé el Dom Mayo 03, 2015 9:43 pm, editado 2 veces
Theodore Morandé- Licántropo Clase Alta
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Re: El paraíso [Eugénie] +18
Sus orbes se abrieron mostrando más que sorpresa; mostraba placer. Su tiempo de cortesana ha sido corto, tiene escasos años, los que se resiste e inventa la manera de alejarse del compromiso, del matrimonio idóneo para la sociedad. Ha tenido demasiados amantes, muchos llegan a buscarla desesperados, algunos pagan sumas abismales para compartir el lecho con ella. Reconocer que muchos de aquellos hombres le han brindado buenos orgasmos, pero algunos otros la hacen lloriquear por no poder tener esa dosis de placer. Y luego viene ese licántropo, tan fiero como debería ser cualquier hombre, tan demandante que la hace callar sus gritos de mujer caprichosa, porque eso era. Una riquilla que jugaba a ser cortesana. Nunca midiendo la realidad con todo y las consecuencias.
En medio de jadeos quiere gritar un nombre que no sabe pronunciar; no lo conoce. En medio de gemidos desea poder ser de él para siempre, algo que jamás ocurrirá. Ser cortesana también la condena.
Un orgasmo es todo lo que necesita para poder aplacar su mal. Esa noche no exige uno, esa noche quiere tener los que se puedan, sin importar que pueda desmayar.
Eugénie no puso ningún tipo de resistencia. Cuando llegó (ya ni recuerda si fue la primera, segunda, o tercera vez que lo hizo), tembló tanto que por un momento la respiración no quiso volver a sus pulmones. Estaba en un estado de shock, y también se sentía débil, sin embargo su llama intenta no deseaba ceder, no existía soplido para que se extinguiera el calor interno, mismo que incrementaba. Sus brazas permanecerían, la abrazarían, y se fundirían de nueva cuenta con aquel autor de su placer. ¡Ninguno cómo él! Lo odiaba tanto, sí, porque sabía que después de esa noche no sería suyo. Quizás por eso la entrega total. Esa negrura que se encontraba en el cielo la sintió en el alma, y todo gracias a la unión que experimento: carne, mente y corazón. Incluso una ninfómana cómo ella podía hacer tal combinación, una que sin duda no había conocido, y que la orillaba a volverse loca por querer algo que no podía tener. ¡Placer! Bendito placer siempre anhelado, y ella ya no sabe que hacer, no sabe que desea, y tampoco que necesitaba. ¡Si! Lo necesita a él.
La poca fuerza que le queda la emplea para tomar una mejor posición. No necesita esa fricción en su intimidad, porque de tenerla es capaz de maniobrar cómo sea para poder sentirlo de nuevo en su interior. ¡A las mujeres les encanta la penetración convencional! Y todo gracias a la necesidad de un roce con el botón. Ella confía en que su cuerpo no dejará de ser perfectamente maniobrado por él, y mucho menos dejará de recibir ese placer, pero sabe que aquello duele, y que deberá aguantar para recibir la recompensa.
Con cuidado separó sus nalgas para dejarle el camino de mejor manera visible. Sus brazos al igual que sus manos temblaron a causa de la energía utilizada. Debía resistir, porque no iba a quedar en mal, porque iba a demostrar que ella era la mejor puta que podía llevar a un hombre en la cama, y más aún, la mujer que nunca podría tener. ¡Él la soñaría! Y volvería a buscarla, y ellos tendrían un circulo vicioso, uno en el que quizás el antifaz podría caer ¿de verdad se arriesgaría tanto?
— No me gustaría — Su voz tembló — Deseo y te pido que me invadas, que marques con tu esencia lo que dejarás está noche en mi, en mi cuerpo, en el tuyo. — La soberbia volvió a aparecer en ella. — Marca y disfruta lo que jamás volverás a tener, porque al salir de aquí sabrás que cómo yo jamás tendrás a otra — Sonrió complaciente, y entonces movió sus piernas, hizo que la punta del falo se colocara en su entrada. Lo más era cosa de él.
En medio de jadeos quiere gritar un nombre que no sabe pronunciar; no lo conoce. En medio de gemidos desea poder ser de él para siempre, algo que jamás ocurrirá. Ser cortesana también la condena.
Un orgasmo es todo lo que necesita para poder aplacar su mal. Esa noche no exige uno, esa noche quiere tener los que se puedan, sin importar que pueda desmayar.
Eugénie no puso ningún tipo de resistencia. Cuando llegó (ya ni recuerda si fue la primera, segunda, o tercera vez que lo hizo), tembló tanto que por un momento la respiración no quiso volver a sus pulmones. Estaba en un estado de shock, y también se sentía débil, sin embargo su llama intenta no deseaba ceder, no existía soplido para que se extinguiera el calor interno, mismo que incrementaba. Sus brazas permanecerían, la abrazarían, y se fundirían de nueva cuenta con aquel autor de su placer. ¡Ninguno cómo él! Lo odiaba tanto, sí, porque sabía que después de esa noche no sería suyo. Quizás por eso la entrega total. Esa negrura que se encontraba en el cielo la sintió en el alma, y todo gracias a la unión que experimento: carne, mente y corazón. Incluso una ninfómana cómo ella podía hacer tal combinación, una que sin duda no había conocido, y que la orillaba a volverse loca por querer algo que no podía tener. ¡Placer! Bendito placer siempre anhelado, y ella ya no sabe que hacer, no sabe que desea, y tampoco que necesitaba. ¡Si! Lo necesita a él.
La poca fuerza que le queda la emplea para tomar una mejor posición. No necesita esa fricción en su intimidad, porque de tenerla es capaz de maniobrar cómo sea para poder sentirlo de nuevo en su interior. ¡A las mujeres les encanta la penetración convencional! Y todo gracias a la necesidad de un roce con el botón. Ella confía en que su cuerpo no dejará de ser perfectamente maniobrado por él, y mucho menos dejará de recibir ese placer, pero sabe que aquello duele, y que deberá aguantar para recibir la recompensa.
Con cuidado separó sus nalgas para dejarle el camino de mejor manera visible. Sus brazos al igual que sus manos temblaron a causa de la energía utilizada. Debía resistir, porque no iba a quedar en mal, porque iba a demostrar que ella era la mejor puta que podía llevar a un hombre en la cama, y más aún, la mujer que nunca podría tener. ¡Él la soñaría! Y volvería a buscarla, y ellos tendrían un circulo vicioso, uno en el que quizás el antifaz podría caer ¿de verdad se arriesgaría tanto?
— No me gustaría — Su voz tembló — Deseo y te pido que me invadas, que marques con tu esencia lo que dejarás está noche en mi, en mi cuerpo, en el tuyo. — La soberbia volvió a aparecer en ella. — Marca y disfruta lo que jamás volverás a tener, porque al salir de aquí sabrás que cómo yo jamás tendrás a otra — Sonrió complaciente, y entonces movió sus piernas, hizo que la punta del falo se colocara en su entrada. Lo más era cosa de él.
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Re: El paraíso [Eugénie] +18
“El rosa marca la raya entre la cordura y la indecencia”
Ella lo quería y yo estaba dispuesto a dárselo. Era de esa forma, no es como si estuviese obligándome a algo, más bien, todo lo contrario. Su estrecho y apretado ano estaba invitándome y negarme era cosa de imbéciles. Me acomodaría en su diminuto agujero, volcaría mi peso allí y comenzaría a sacarla a bailar. Haría que mi protuberancia se hiciera marca en su cuerpo y entonces nadie más que yo podría llegar a darle todo esos jadeos que ella me estaba regalando. La realidad de ser un hombre era esa. Tenerlo todo es lo que nos habían regalado, incluso Dios lo expresaba. Y por ello odiaba a esa mujer que había perdido de vista aquella noche y ahora, Genie era la que cargaría con ese pesar, con toda la energía que culminaría hasta el fondo de su ser y las muchas corridas que tendría se quedarían dentro hasta que yo quisiera. Porque la había pagado, era mía en lo que restaba de la noche. Tomé entonces su brazo derecho, y apuntando con cuidado la penetración comenzó a darse de una buena vez. Sin duda era doloroso, pero solo faltaba llegar un poco más al fondo, a la pared donde detrás de eso se escondía el verdadero placer y empezar a golpear hasta que la dilatación llegara sola. Que abriera más sus piernas hasta que mi miembro pudiese entrar por completo. Los gruñidos salían desde lo profundo de mi garganta y mi mano derecha sujetaba su cintura buscando así que no se cayera a ninguno de los dos lados o el dolor sería infernal para ambos.
Y así fue que en menos de cinco minutos me encontraba envistiendo nuevamente a aquella prostituta bien pagada. Tomando sus caderas para golpetear en diferentes lugares, buscando el que fuese más presuntuoso. Un poco más abajo, más anguloso y encontraba un buen espacio, zona que empecé a torturar a medida que mis manos se lanzaban a sus pechos, aprisionándolos, apuntando hacia abajo sus pezones con ambas manos en lo que mi nariz recorría su espalda perfumada, toda su columna y los costados de su piel. Era tan hermosa, tan pálida y jugosa, sus fluidos caían sin ningún tipo de vergüenza y los jadeos se ensimismaban a los que podía imaginarme en mis mejores sueños. Relamí mis labios y una sonrisa a medias se formó en mi rostro el escuchar sus palabras, como si ella estuviese dándome algún tipo de servicio especial. No me importó, en otro instante hubiese golpeado firmemente sus nalgas y la hubiese hecho entender con quién estaba tratando. Pero el orgasmo de mi miembro estaba allí, en la punta, buscando escurrirse por aquel otro agujero. Masajeando lentamente su clítoris en lo que mi pelvis hacía movimientos curvos, ansiosos por poner toda la semilla dentro. — Te arrepentirás. Gime y disfrútalo, que no volverás a tenerlo entonces. — Aclaré con una calma fingida, que se notaba pues el movimiento comenzaba a bombardearla, mis dídimos se atoraban contra la piel ajena, el sonido sucio de los líquidos que emanaban de su entrada trasera limpia y acomodada. Sus vellos eran pocos, parecía ser una estructura hecha a mano y me daba un poco de odio que se tratase entonces de una simple puta de burdel.
— Jadea mi nombre, Theodore. Dilo mientras me corro en tu interior. — No tenía ningún problema en predicar mis deseos, incluso si lo que hubiese querido es que fuese la dominante ella, así lo hubiese dicho. Cuando se trataba de negocios, el orgullo se me escapaba por los dedos. En ese caso quería que mueva su trasero y se forre en mi anatomía hasta que cayera desmayada. Y claramente no es algo que pudiese obligarla a hacer. Por ello me tomé las cosas en serio, me encorvé como una bestia. Apoyé mis manos sobre la cama, quedando a centímetros escasos de su nuca y empecé a revotar, tomando aire de forma dificultosa, me resultaba molesto tener que tomarlo, pero lo necesitaba para poder masturbarme con ella. Mis colmillos filosos se apoyaron sobre la piel de su espalda, cuidando de no destrozarla, dejé pequeñas marcas por donde no pudiese ser capaz de verlas. No quería que pudiese taparlas, que todo el mundo supiera que yo había sido el mejor. Con ese culo apretado y la intensa manera de succionarme que tenía. Hizo entonces que un gruñido se me escapara y con los ojos abiertos y brillosos por el placer, me apreté y acabé en su interior. Pero no me detuve, me agité hasta que la última gota salió de allí, sujetando su cuerpo, mis huellas digitales estaban marcadas en sus brazos. — Sigue moviéndote y ven a limpiarme luego. — Chasqueando la lengua esperé a que me aprisionara hasta que todo quedara dentro de ella, que siga el movimiento hasta que ella misma llegara a un orgasmo lo suficientemente complaciente. Pues no iba a detenerme, siquiera las propias situaciones naturales harían que aquella mujer quede compuesta luego de mí.
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Re: El paraíso [Eugénie] +18
Eran contadas las veces que Eugénie había realizado sexo anal. Para ella aquello resultaba incomodo, poco placentero, y para nada de sus deseos favoritos, sin embargo, por muchos más francos, aceptaba. Nunca puso un precio completo por su cabeza y cuerpo aquella noche, pero parecía que el hombre no escatimaba en gastos; imaginó que alguien con mucho poder adquisitivo sería. Quizás aquel tipo de actividad sexual no resultaba su favorita, porque quien se lo había hecho, nunca lo hizo bien. Una idea que no distaba mucho de la realidad. Muchos de sus amantes eran torpes, muy tontos, y confirmaban el porqué sus mujeres no dejaban que las trataran con más deseo. Genie poco conocía de hombres hábiles o expertos en la cama, de algo si estaba segura: Theodore era uno de sus mejores amantes. No lo iba a negar.
El bombeo constante de ese miembro, sumado a la fuerza, y la rapidez, en un principio le lograron sacar berridos que resultaban insoportables de escuchar, pero sólo el principio porque el después resultaba contradictorio. Ella no dejaba de pedir más, y su cuerpo se prestaba para ser invadida. La prostituta chorreaba la mezcla de los fluidos masculinos, con los femeninos. Podía escuchar e incluso oler el sexo presuntuoso que ambos realizaban. Sus piernas ya temblaban por tanta actividad realizada, y más aún por el ímpetu con que realizaban el acto. Estaba realizando un gran esfuerzo por no desplomarse. No iba a perder aquella guerra, no cuando el burdel era su territorio, y aquel cuarto su completa propiedad.
La presión del miembro incrementó en su estrecha cavidad. Eugénie pudo notar como el grosor había incrementado, y también la calidez de los fluidos que la llenaron. La sensación no era agradable, porque lo cierto es que deseaba evacuarlos. A cada movimiento de su cadera, la expulsión del blanquecino recorría aquella zona de su anatomía, acariciaban sus labios vaginales, y se desviaba a gotas que golpeaban las sabanas de aquella cama complice. No tardó en correrse, y como era de esperarse, se desplomó, no pudo más. Su cuerpo descansaba, su respiración tan alterada buscaba la manera de regularizarse. La visión de la joven se había nublado. No podía mirarlo, y tampoco sentirlo. No al menso como hubiese querido. Lo más doloroso de aquel encuentro fue el desprenderse. La muchacha podía sentirse destrozada y abierta. Una mezcla extraña. Pudo sentir como iba corriendo con más fluidez la semilla del hombre. Carraspeó un par de veces intentando abrir los ojos, se notaba muy agotada. ¿Él buscaría más?
Ella necesitaba descansar, cómo fuera, pero lo necesitaba. Un par de largos minutos se tomó, y con eso buscó poder aunque sea gatear. Varios intentos tuvo que hacer para que sucediera.
El rostro de la cortesana se encontraba sudoroso, sus ojos semi cerrados observaban aquel falo que aún mantenía parte de su rigidez. Inclinó la cabeza hacía adelante para dar varias lengüeteadas, de esa manera limpiaba las sobras de la vitalidad ajena. Porqué eso era, un liquido vital de reproducción, de supervivencia; de vida. Eugénie se metió el miembro como si estuviera realizando el oral. Succionó cerciorándose de extraer de él todo el semen que había producido. Así lo hizo un par de veces más hasta que volvió a liberar su boca. Levantó la vista desde esa posición para poder observarle y esperar la pronta indicación. A fin de cuentas ella era el juguete esa noche.
Cómo no hubo indicación pronta, la muchacha se recostó boca arriba en la cama para observarle con atención, y para ganar tiempo y descansar un poco.
— Recuerda que yo tengo más amantes cada noche, pruebo mil cosas distintas, y me lleno de satisfacciones, quizás él que no vuelva a tener una noche así serás tú — De nuevo había reconstruido sus pilares de soberbia. El acto sexual había acabado, ¿por qué seguir bajando la guardia?
El bombeo constante de ese miembro, sumado a la fuerza, y la rapidez, en un principio le lograron sacar berridos que resultaban insoportables de escuchar, pero sólo el principio porque el después resultaba contradictorio. Ella no dejaba de pedir más, y su cuerpo se prestaba para ser invadida. La prostituta chorreaba la mezcla de los fluidos masculinos, con los femeninos. Podía escuchar e incluso oler el sexo presuntuoso que ambos realizaban. Sus piernas ya temblaban por tanta actividad realizada, y más aún por el ímpetu con que realizaban el acto. Estaba realizando un gran esfuerzo por no desplomarse. No iba a perder aquella guerra, no cuando el burdel era su territorio, y aquel cuarto su completa propiedad.
La presión del miembro incrementó en su estrecha cavidad. Eugénie pudo notar como el grosor había incrementado, y también la calidez de los fluidos que la llenaron. La sensación no era agradable, porque lo cierto es que deseaba evacuarlos. A cada movimiento de su cadera, la expulsión del blanquecino recorría aquella zona de su anatomía, acariciaban sus labios vaginales, y se desviaba a gotas que golpeaban las sabanas de aquella cama complice. No tardó en correrse, y como era de esperarse, se desplomó, no pudo más. Su cuerpo descansaba, su respiración tan alterada buscaba la manera de regularizarse. La visión de la joven se había nublado. No podía mirarlo, y tampoco sentirlo. No al menso como hubiese querido. Lo más doloroso de aquel encuentro fue el desprenderse. La muchacha podía sentirse destrozada y abierta. Una mezcla extraña. Pudo sentir como iba corriendo con más fluidez la semilla del hombre. Carraspeó un par de veces intentando abrir los ojos, se notaba muy agotada. ¿Él buscaría más?
Ella necesitaba descansar, cómo fuera, pero lo necesitaba. Un par de largos minutos se tomó, y con eso buscó poder aunque sea gatear. Varios intentos tuvo que hacer para que sucediera.
El rostro de la cortesana se encontraba sudoroso, sus ojos semi cerrados observaban aquel falo que aún mantenía parte de su rigidez. Inclinó la cabeza hacía adelante para dar varias lengüeteadas, de esa manera limpiaba las sobras de la vitalidad ajena. Porqué eso era, un liquido vital de reproducción, de supervivencia; de vida. Eugénie se metió el miembro como si estuviera realizando el oral. Succionó cerciorándose de extraer de él todo el semen que había producido. Así lo hizo un par de veces más hasta que volvió a liberar su boca. Levantó la vista desde esa posición para poder observarle y esperar la pronta indicación. A fin de cuentas ella era el juguete esa noche.
Cómo no hubo indicación pronta, la muchacha se recostó boca arriba en la cama para observarle con atención, y para ganar tiempo y descansar un poco.
— Recuerda que yo tengo más amantes cada noche, pruebo mil cosas distintas, y me lleno de satisfacciones, quizás él que no vuelva a tener una noche así serás tú — De nuevo había reconstruido sus pilares de soberbia. El acto sexual había acabado, ¿por qué seguir bajando la guardia?
Eugénie Florit- Prostituta Clase Alta
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Fecha de inscripción : 21/08/2011
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Re: El paraíso [Eugénie] +18
“No podrás jugar con el fuego que te puede quemar”
Era la lengua que deseaba que estuviese en mi boca. Rosada, larga, cuidadosa. Tomaba mi miembro, lo succionaba, apretaba y limpiaba, se notaba reluciente, listo para volver a ser escondido entre mis ropas. No había nada más que tomar de aquel cuerpo femenil. Nada que me interesara, aunque tenía que ser sincero, sus labios carnosos, rojos e inflamados seguían llamándome, pidiéndome a gritos que los besara, que le arrancara los músculos móviles de ser posible. Aún no podía creer que se trataba de una prostituta. Semejante cuerpo, piel lechosa, cabellos hidratados y cuidados, ni un vello estaba en el lugar impropio; por el contrario, tenía los justos y necesarios para hacer que mi entrepierna jugosa se alzara mil veces. Y aun así no le daría el gusto. Ya había bombeado su ano hasta destrozarlo correctamente, me había puesto empinado para no lastimar su piel, para no quebrar ninguna parte de aquel objeto, que era ella. Siempre lo hacía de esa manera, me gustaba dominar, tener todo lo que quería en mis manos, pero así mismo, jamás rompía las cosas. Me pertenecían después de todo. Me relamí entonces los labios, dejando salir un jadeo casto, en lo que mi mano paseó por sus cabellos, apretándolos en lo que ella estaba recostándose. Tomándose esos minutos para intentar recomponerse y volver a la carga de intentar molestarme. La victoria era fácilmente notable, yo seguía en una pieza, con el pecho agitado y aún así con la capacidad de seguir moviéndome. En otro momento hubiese cerrado mi bragueta y me hubiese ido sin más. Pero sucedió algo que no creía real.
Me levanté a buscar una toalla de las que estaban apoyadas en una silla, la mojé con esa rapidez que podía usar solo cuando estaba solo, ya que era sobrehumana y no habitual. Y en breves me encontré una vez más sobre ella, oliéndola, lamiendo entre medio de sus pechos mientras limpiaba su intimidad. La toalla pasó desde por arriba del inicio del clítoris hasta el final, por arriba de su ano. Luego la doblé y volví a limpiar, ahora con más precisión, entre las piernas, untando aquellas líneas blancas que estaban pintándola como un lienzo. — Cierra la boca, Genie. O te la meteré otra vez. — Murmuré apenas carraspeando. No es como si con eso ella pudiese llegar a donde estaba mi orgullo, por el contrario, una puta nunca me afectaba, así como tampoco esclavos u otros humanos por debajo de mí. Aunque si pensaba más profundamente, ni si viniese el rey de Francia lograría desmotivarme. Mi orgullo iba por arriba de todos y la razón era que siempre hacía las cosas bien. Me esforzaba y aunque sí había nacido en una cuna de oro, todo lo demás me lo había ganado por mérito propio. Incluso con una maldición de por medio había podido llegar a donde estaba. No tenía nada por lo qué avergonzarme. Ni por haberme encamado con una cortesana, ni por ir a pelear en los suburbios cada vez que la luna llena se acercaba. Eran cuestiones que nada tenían que ver con la realidad de mi vida. Pensé en decirle alguna de esas cosas, asustarla al menos un poco para que supiese con quien estaba hablando. Sin embargo no valía la pena irme con gusto amargo después de tan hermoso polvo que ella había logrado hacer conmigo.
Tomé entonces sus hombros, mirándola a los ojos cansados, color cielo que tenía. Si tan solo pudiese ver su nariz y la piel que estaba escondiendo detrás de eso. La forma de sus cejas, el contorno de sus orbes. Pero nada me ayudaba a saber cómo era en realidad. Gruñí por lo bajo, mostrando abiertamente que estaba disgustado y me separé como un animal, pasando las piernas alrededor de ella, saltando como si fuese un perro, quedando luego de pie a un lado de la cama. Tiré aquel paño por arriba de donde estaba su intimidad y con cuidado saqué un par de francos más de los que ya había pagado. — Te dejaré propina. Quizá alguna vez vuelva y querré tus servicios, sin duda tu cuerpo es maravilloso. ¿Has tenido un buen orgasmo tú también, no? No me importa quien te use, mientras estés cuando yo quiera. — Bien sabía yo que de esa forma había sido, la sentí estremecerse y retorcerse, apretando los músculos de adentro, succionándome a más no poder. Y eso era un claro indicio de que me había arrancado todo para poder tener su propio placer. ¿Y qué podía pedir yo, más que sentirme en el cielo y en el infierno al mismo tiempo? Pensar de nueva cuenta en esa sensación me hacía querer erectarme otra vez, pero ya me había saciado, había sido suficiente el gusto de hacer lo que quisiera con una mujer sin miedo a someterme a un prejuicio o a malas habladas por padres de hijas ricas que querían casarse con mi entrepierna y mi dinero. Lo cual, no estaba dispuesto a compartir con cualquier, a menos claro, que fuese por mi propio veredicto. Y fue entonces cuando me decidí a retirarme, a calzarme las ropas para irme de aquella habitación con olor a sudor y sexo. No se sentía aroma a sangre, lo cual me dejaba bastante relajado, ¿la razón? Lastimarla no era de mi agrado, quizá sí romperle el orgullo estúpido que tenía, no obstante no así meterme con su figura que me recordaba a la mujer que se había robado mi mirada.
[CERRADO]
Theodore Morandé- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 25/02/2013
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