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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Jules L. Allamand Vie Ene 09, 2015 10:51 am

— Haga el favor de poner atención en la primera cláusula.
"La parte contratante de la primera parte será considerada
como la parte contratante de la primera parte." (...)
— ¿Por qué no hacemos que la primera parte de la segunda
parte contratante sea la segunda parte de la primera parte?

A Night at the Opera

Una de las cosas que no le gustaban de Marsella era que quedaba muy lejos de París. A Jules siempre le había gustado el ajetro de la gran ciudad, con su ruido y sus gentes abarrotando las calles. Había quien decía que la capital francesa tenía demasiado olor a humo, a orín y a pobreza, pero cuando estaba en ella Lombard solo olía libertad. Aún recordaba cuando era un muchacho de apenas veinte años - que en el caso de los de su raza equivaldría más o menos a la mitad en tiempo de un humano - que se bajó del coche de caballos por primera vez en aquella tierra. Nada más poner un pie en el suelo adoquinado supo que pensaba quedarse para algo mucho más interesante que ser el aprendiz de un abogado, y efectivamente duró poco en el puesto. Para desgracia de sus abuelos, a los que ahora lamentaba ligeramente haber dado un disgusto tan grande, desapareció un buen día y pasaron décadas hasta que se volvió a saber de él en los ambientes recomendables. Escogió la vida fácil, aprovechar que era bien parecido para ganar dinero sin esfuerzo y hacer uso de su cara dura para obtener tratos provechosos. Nunca supo qué le habría enseñado ese leguleyo de haberse quedado con él, pero seguramente si se trataba de ganar un juicio Jules lo tendría sencillo incluso sin haber estudiado. Tenía un don de gentes natural. En Marsella, en cambio, estaba obligado a ser un señor feudal con un ojo puesto en cada rincón de sus vastas tierras, y eso le tenía hasta las narices. Por supuesto había algo que le compensaba, o de lo contrario no habría regresado jamás.

No obstante no era del todo el heredero modélico que sus abuelos querían creer. Estaba muy bien eso de dedicarse a importar mercancías y vender útiles de agricultura, pero el cambiante tenía otra visión para los negocios. Si tenía que pasar el resto de su vida entre papeles intentaría al menos que fuesen para comprar algo que valiese la pena. Putas, concretamente. El respetado señor Lombard tenía un objetivo: abrir un burdel que se haría famoso, con clase, buen gusto y sobre todo una higiene rigurosa y seguridad para las chicas. Sabía por experiencia propia lo que eran esos lugares desde dentro, así que ¿quién mejor para regentar un local? O tal vez dos, tres... se expanderían. En sus sueños más ambiciosos imaginaba toda una cadena de lupanares llenos de gente feliz que olvidaba todas sus penas entregándose al fornicio, contentos de entregarle hasta su último franco a él. Por supuesto no podía emprender solo tamaña empresa, y tampoco quería. Echaba de menos a su chica favorita y no creía en eso de que los negocios arruinaran las amistades. Cuando se apeó de su montura frente a la casa de Eugénie llevaba un contrato de varias hojas en la mano izquierda y un ramo de rosas en la derecha.

Llamó a la puerta. Había pasado un tiempo pero se habían escrito de vez en cuando, así que tampoco era como si llegase de la guerra. No obstante seguro que la joven se llevaba una pequeña sorpresa cuando Lombard le expusiera su idea, de la que solo había tramado cábalas en su mente. Estaba preparado para preguntar directamente por ella si le abrían los criados, pero si lo hacía algún miembro de su familia - un padre, un hermano - tendría que hacerse pasar por un pretendiente servicial. Las muchachas recatadas y decentes de la época no tenían amigos varones, eso era de rameras, y aunque Génie técnicamente fuese una meretriz... bueno, en teoría no lo sabía nadie allí. Y además era de la buenas, de las que se entregaban al oficio con dignidad.


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Mensaje por Eugénie Florit Lun Ene 12, 2015 5:20 pm

“Sólo será una visita por el día, Eugénie”. Eso había dicho su hermano cuando ambos entraron al carruaje. Llevaba siete soles y ocho lunas lejos de casa. La razón era simple: su cura. Áedán había encontrado a la jovencita en medio de una habitación, después de fornicar, y golpeada. Aquello había sido la peor imagen que su hermano había visto, incluso peor que alguna que otra guerrilla. Su pequeña y delicada hermana menor se hacía pasar por una prostituta que escondía su rostro detrás de un antifaz. Una joven que no sólo era conocida por aquel accesorio, sino también por sus habilidades espléndidas en la cama. Según su jefe era una joya. Poco le importaba a ella ser o no de esa forma, lo único que necesitaba era sexo. Poder satisfacer su cuerpo, aplacar sus necesidades, controlar su enfermedad. Su medio hermano había comprado un departamento a las afueras de la ciudad, hacía exactamente cuarenta y cinco minutos de ese lugar hasta su casa. Al menos la de sus padres. Se encontraban en medio de la nada, con sólo un par de sirvientes, y nada más. No había como escapar, al menos no sin antes ser vista. Después de tanto tiempo de encierro la habían dejado visitar a la familia, y todo con advertencias y reglas. La cosa no iba demasiado bien. De hecho todo iba en picada, porque su falta de placer le estaba generando otras enfermedades.

Genie tenía ojeras, se le veía más delgada, estaba pálida, su piel reseca y su cabello no tan brillos. La abstinencia la estaba poniendo muy mal, pero su hermano no comprendía del todo lo que ocurría, y ella se tenía que comportar. Esa tarde se arregló lo mejor que pudo para no alarmar a sus padres. Comió más de la cuenta, y también descansó en los jardines traseros de su casa. Junto a una hermosa estatua que le daba la sombra necesaria para relajarse, leer y dormir si le daba la gana. Su hermano no le quitaba la mirada de encima, él joven tenía miedo de perderla de vista, y con clara razón, a unos cinco minutos se encontraba el burdel donde la había encontrado. La jovencita tuvo una tarde muy tranquila, incluso pudo sentirse en paz. Todos le daban las atenciones necesarias para pensar en todo menos en lo que le hacía falta, así que lo estaba pasando bien. Al menos hasta que la puerta del hogar sonó, y un nombre conocido la hizo sentir una punzada en el pecho, su respiración se aceleró.

Sin pensarlo se apresuró a alcanzar al invitado a la sala principal. Sus padres la veían con ilusión, una que sería rota con rapidez por ella. Lo conocía, la conocía, ambos eran cómplices y más que eso. ¿Sería la llama de esperanza que le enviaba a su único y mejor amigo? ¡Lo extrañaba tanto! Y por eso encontrarlo en aquella sala parado de forma tan galante, con esa sonrisa de lado, y esas hermosas flores la hicieron sonreír de verdad, con sinceridad. Un par de lagrimas resbalaron de su rostro, las cuales pronto limpió para no levantar sospechas. Con elegancia realizó una reverencia.

Señor Lombard, bienvenido a mi hogar — Claro que aquello estaba siendo protocolario, debía desviar la atención de sus familiares, y las sospechas de su hermano. — Es un honor para mi su visita — Sonrió con dulzura, aquello lo decía de corazón — Creo que usted se ha tardado mucho — Aquello era un reproche, un reclamo. ¡Podía hacerlo! La última vez que le escribió fueron un par de meses atrás, creía que lo había perdido para siempre.

Gente escuchó los pasos de todos los que se encontraban detrás de las puertas dispersarse, y cuando creyó que todo estaba fuera de peligro, se acercó a abrazarlo con fuerza. Se refugió en sus brazos. Brazos que le habían enseñado un amor distinto, uno que atesoraba. Lo había echado de menos de verdad.


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Mensaje por Jules L. Allamand Mar Ene 13, 2015 11:30 am

No sabía qué pensaría la familia Florit de que apareciera un tipo en la puerta con unas flores para Eugénie, pero en su favor cabía aclarar que el tipo en cuestión iba bastante elegante. Llevaba hasta sombrero, algo que en circunstancias normales seguramente habría causado que su amiga se riera de él. No obstante Jules creyó ver tristeza en sus ojos cuando acudió a su encuentro, y le mortificó por dentro tener que estar deshaciéndose en estúpidas frases corteses cuando lo que quería hacer era abrazarla y preguntarle qué demonios le ocurría y en qué andaba metida últimamente. Por motivos profesionales se había enterado de que hacía tiempo que no la veían por el burdel, y por un momento se había preocupado. No obstante parecía sana, su aura no estaba mellada por ninguna enfermedad perceptible y sus padres no se veían preocupados. - Cierto es. Demasiado. - Sonrió e hizo una reverencia con la que casi tocó el suelo. No supo si su actitud había complacido del todo a los parientes, pero los dejaron solos y la morena pudo al fin darle un saludo que hacía honor a su amistad. - Shht, shht, niña. - Le acarició el pelo, lacio y brillante como si la luz no pudiera evitar sentirse tan atraída por él como casi todos los hombres. - ¿Qué pasa?

Dejó las rosas a un lado sobre un mueble que parecía antiguo y caro, luego acudiría alguien a ponerlas en un jarrón. Le devolvió el abrazo a la joven y tomándola de la cintura la levantó un poco del suelo y la hizo girar, riendo como si tuvieran cinco años. - Vengo a proponerte algo que te va a gustar, pero antes cuéntame. - Se separó un poco de ella para contemplarla mejor. - Cada día más hermosa. Tu enamorado se debe estar volviendo loco. - Daba por hecho que había algún afortunado que ocupaba aunque fuese una parte del corazón de Génie además del hueco entre sus piernas. Si no tenía ningún pretendiente era que todos los muchachos de París estaban mal de la cabeza. - ¿Cómo van las cosas aquí, eh? - Dejó el sombrero sobre el mismo mueble que las flores y echó un vistazo algo más minucioso al salón y a todo lo de la casa que alcanzaba a examinar. La última vez que estuvo allí fue en forma de ratón y pasó entre las ropas de la chica, por lo que no se había fijado demasiado. - En Marsella todo es lento y aburrido, pero tengo que jugar a ser un buen nieto. Mis abuelos creen que al fin he sentado la cabeza y que tengo un hijo, están encantados. - Se notaba en su tono que no le remordía la conciencia lo más mínimo por estar mintiéndoles.

No le pasó por alto que su amiga tenía ojeras y estaba algo más pálida, pero no dijo nada y esperó a que fuese ella quien le contara lo que la angustiaba. Tal vez sus padres habían decidido casarla con alguien que no le agradaba, ya estaba en la edad de que le buscaran un marido. Una lástima. - He decidido que voy a ser el Rey de las putas. - Anunció sin más preámbulos, dejándolo caer como una bomba con una gran sonrisa. - Y tú la Reina. ¿Qué me dices? - Le tendió al final los papeles que llevaba, donde estaban las escrituras de varias propiedades que podrían muy bien cumplir las necesidades de un lupanar y a las que esperaba que Génie diera su visto bueno con su sexto sentido femenino.


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Mensaje por Eugénie Florit Jue Ene 15, 2015 3:47 pm

Jules olía a limpio, a riquezas, a poder, y a testosterona. Aunque parecía un hombre completamente distinto a lo que eran (ambos), en el burdel, lo cierto es que aún desprendía ese aroma ligeramente salvaje mezclado con un toque sexual. Aquello era lo más familiar que había tenido en muchísimo tiempo. No es que menospreciara a su familia, pero se daba cuenta que con ellos no era ella misma, y nunca lo sería. ¿No era triste eso? Claro que lo era, triste, extraño, demoledor. Un extraño se había vuelto en su familiar, en una pieza importante, en alguien que la amaba y la aceptaba sin importar sus necesidades, sus deseos, sus pasatiempo. Por eso los brazos ajenos, su aroma, sus ojos, y su voz le resultaron su hogar. Incluso el temblor que había tenido en su cuerpo esos días de abstinencia había desaparecido. Le resultaba extraño, incluso inquietante, no estaba practicando una relación sexual pero tenerlo cerca le aliviaba sus males, incluso estando en casa, bajo la vigilancia de sus padres ignorantes, y su hermano informado. Remedios instantáneos, y luego el cambiante; aquello era reconfortante.

No pasa nada, ¿no puedo acaso extrañarte? —  Negó repetidas veces. Lo soltó incluso para poder verlo a los ojos y hacer un poco más dramática la situación — Estuviste ausente mucho tiempo, y tiene más de dos meses que no recibo una carta tuya ¿no crees que ese es suficiente motivo para ponerme de está forma? — Chasqueó la lengua con descaro. Le ayudó a acercarse al sillón más cercano y ambos se acomodaron. Eugénie no permitía que ambos estuvieran con mucha distancia. Debían estar cerca, ella debía sentir que se encontraba a su lado, eso le mantendría con tranquilidad. Dados los efectos secundarios que tenía gracias a la abstinencia, tenía miedo de estar soñando despierta, y que el joven sólo era una alucinación. La desesperación la había llevado a cometer muchas imprudencias, y no se iba a permitir que eso ocurriera en casa. Había hecho por varios años un trabajo impecable, no iba a arruinar todo en un momento tan estúpido. Ella era lista, todo se encontraba en su mente. Podía resistir.

¿Todo bien con tus abuelos? ¿Se conformaron sólo con esa información? — Arrugó la nariz con notoriedad. ¿Quién aceptaba a un familiar después de no verlo mucho tiempo como sino hubiera pasado nada? ¿Acaso no le preguntaron sobre su salud? ¿Sus compañías? Todo eso era necesario, eran también muestras de afecto. Quizás es cierto que los ricos se mantienen contentos si les dices lo que quieren escuchar. Logrando que us apellidos se vuelvan cada vez más importantes, y tener noticias que pudieran presumir con facilidad. Todas esas cosas le aburrían, daba gracias que su familia fuera más cálida, menos interesada, aunque con sus reglas bien establecidas. ¡Mismas que ella rompe a cada tanto!

Observó aquellos papeles arqueando una ceja. Se acomodó el cabello para poder leer con tranquilidad el contenido. Recordó las direcciones y algunos de los edificios que se encontraban en esos sitios. Algunos eran  más hermosos, aunque ninguno estaba mal, y menos por las ubicaciones, sin duda eran buenas inversiones. Necesitarían un par de remodelaciones, pero sin duda estaban viendo una joya que les dejaría grandes ganancias. La idea la tentó.

¿Seriamos así como los dueños? — Preguntó — Tengo dinero ahorrado, mis padres no lo saben, ya sabes, de los trabajos que hacía, puedo dártelo para la mitad de la inversión, ahora bien, debes buscar que el establecimiento tenga muchas medidas de seguridad para los trabajadores, que se sientan cómodos e importantes, sólo de esa manera podremos atraer más, e incluso arrebatar a la competencia de los mejores cortesanos — Se quedó pensando. Por primera vez no pensaba en trabajar ahí como prostituta, sino cómo socia, activista, negociante, empresaria. ¡Lo que quisieran llamarle!


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Mensaje por Jules L. Allamand Mar Feb 03, 2015 3:25 am

Jules intuía que ese no era el único motivo de Génie para estar así, pero si ella no quería compartirlo de momento el cambiante podía esperar. Se reconocía culpable de su demora en escribirle, aunque había sido por causas que estaba seguro de que ella comprendería en cuanto se explicase. Le sucedía lo típico al reencontrarse con alguien querido después de un tiempo: que tenía tantas cosas para contarle que todas se agolpaban en su mente y en su boca y se daban codazos para salir a la vez, con el resultado de que no podía aclararse lo suficiente para articular una sola frase coherente. La estrechó un poco más entre sus brazos y luego la dejó ir, pues lo último que quería ahora era que alguno de sus ricos parientes entrase en la estancia y se preguntase qué hacía su hija, una muchacha tan decente, acurrucada contra un hombre a quien ni siquiera habían visto antes. Esa era otra de las razones por las que Lombard prefería a los pobres, tenían más libertad de movimientos. - Ya sabes cómo soy, he estado sin parar, siempre tramando algo. Primero nuestro negocio en ciernes y luego lo de François. - Ahí sí tenía tema para explayarse, pero mejor si antes se sentaban y le daba un respiro a la morena.

Antes no había mentido al decirle que la encontraba más guapa que nunca. Estaba pálida como la joven de buena familia que era y a la que no se permitía - ni tenía la necesidad - de trabajar al aire libre como las campesinas, a las que se les tostaba rápidamente la tez y que envejecían más rápido. Aunque no llevase maquillaje ni aderezo ninguno Génie poseía unos labios naturalmente tintados de un carmesí propio que atraía las miradas a su boca, y unas pestañas densas que enmarcaban unos ojos expresivos. Era hermosa, pero no tanto por la suma de unas facciones perfectas como por el hecho de que su rostro contaba una historia. Jules siempre había preferido los rasgos con personalidad que fuesen capaces de comunicar algo, ya fuese dulzura o de marcar distancias, y los admiraba muy por encima de las insulsas formas de otras que parecían trazadas con en pincel de un artista que hacía al día cien copias iguales. Tal vez sonara superficial, pero solo con verla el cambiante creía que cualquiera se sentiría mejor. Tomó asiento a su lado en el sillón y sonrió. - Soy un mentiroso muy convincente. El truco consiste en decir a los demás justo lo que quieren oír, rara vez se lo cuestionan. - ¿Se lo habrían creído realmente? Bueno, al menos no hacían preguntas y con eso le bastaba. La cosa marchaba bien salvo por el pequeño detalle de que tenía que pasar mucho más tiempo en Marsella del que le agradaría.

Le dejó su tiempo para leer los documentos, sabía que necesitaría pocas aclaraciones. La chica era más inteligente que él con esa clase de cosas, tal vez por haberlas vivido de primera mano con los varones de su apellido. - Me parece bien ir a medias, así no habrá malentendidos. Los dos tendremos igual voz y voto en esta empresa, huelga decir que por supuesto tiene que ser en privado. No usaré mi verdadero nombre para firmar nada y te aconsejo que hagas lo mismo. Solo necesitamos un abogado que nos sirva de mediador y aclare los puntos obscuros. - Desde esa tarde, de hecho, el cambiante sabía exactamente qué sobrenombre iba a utilizar. - Nos irá bien. - Muchos querrían contagiarse de su optimismo desbordante, sin duda. - Muy pocos tienen una idea tan certera como la nuestra de lo que se necesita para que un burdel funcione.


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Mensaje por Eugénie Florit Vie Feb 06, 2015 5:32 pm

Tomar un vaso de agua fresca después de un día caluroso, siempre relajaba el cuerpo, el alma, y animaba al corazón. Por el momento, ese era el comparativo que le otorgaba a su reencuentro con Jules. Para ella, el joven sin duda era un galón de agua fresca, misma que no sólo puedes beber, sino también empaparte de ella. Su rostro tan gentil y bien parecido, sus rasgos tan definidos, y sus movimientos faciales masculinos, y al mismo tiempo delicados le daban la armonía necesaria que ella necesitaba. Eugénie jamás había disfrutado tanto una compañía como la de él, y eso contando a sus padres, aunque debía reconocer que el cambiante y Áedán se encontraban en el mismo nivel. Para ella no existían criaturas más importantes que ellos dos, y se notaba porque al verlos su mirada resplandecía. La diferencia entre su medio hermano, y el joven que tenía enfrente, es que el segundo la comprendía, la cuidaba y apoyaba. Siempre estuvo para ella, y jamás juzgo la enfermedad que la abrazaba hasta quitarle la respiración. Comprendía que mucho tenía que ver la educación.

A Genie le gustaba sentirse en los brazos de su amigo, disfrutar de su calidez, gozarse en su aroma, era una sensación que cualquier podría asimilar con la de un par de enamorados, pero lo que ellos tenían era mucho más que eso, no era tan simple, y quizás si era complicado y difícil de entender, pero con que ellos dos supieran de que se trataba, para ella todo era perfecto. Llevaba muchísimo tiempo sin darle explicaciones de sus acciones y pensamientos con alguien. Gracias al burdel la joven había entendido que para aprender era mejor la experimentación, al dialogo o la lectura. Tantas cosas que había aprendido en el burdel, y la pobre no podía regresar a ese lugar ¡Lo añoraba! ¿Por qué la sociedad no podía ampliar su mente? Seguramente en años a futuro seguirían con ese tabú. Que triste.

Las mentiras tarde o temprano terminan por saberse, Jules, eso debes de tenerlo en cuenta, y nunca nos traen alegría, siempre vienen con desgracias, claro, siempre y cuando las mentiras encubran acciones malas, o pecados sociales, seguro sabes a lo que me refiero — Se encogió de hombros — Tarde que temprano se enterarán de todo ¿pensaste ya en como reaccionar ante ese momento? — Lo decía por experiencia, ella jamás creyó que su hermano mayor la descubriría en el burdel, y menos en el estado en que se encontraba. La vida daba muchas vueltas, y todo lo escondido siempre se dejaba ver.

No quiso tocar el tema de la negociación por ese momento, quizás no se trataba del lugar conveniente. Eugénie estaba dotada con un sentido de la audición privilegiado, había notado las picadas suaves y discretas que sus familiares estaban dando. Dejó escapar pequeñas risas nerviosas, mismas que se asemejaban a las de sus conocidas cuando se encontraban con un hombre que quería cortejarlas. Se puso de pie y le jaló del brazo para ponerse en marcha a los jardines traseros. Una acción inusual pero permitida. Necesitaban un lugar para hablar con más comodidad.

Mi familia es poco discreta, como lo notaste — Se disculpó dejando ver la vergüenza y timidez en sus expresiones — Mi hermano me ha descubierto, ya sabes, un día llegó al burdel y me vio, lastimosamente me vio, lo peor es que me vio maltratada — Negó repetidas veces observando los jardines hermosos que poseía — Estoy bajo su vigilancia constante, así que es mejor encontrarnos lejos de las paredes, ya ves, dicen que tienen oídos — Sonrió con picardía — ¿Qué pasó con François? — La preocupación en su rostro se notaba. No sabía demasiado sobre esos dos, pero si lo suficiente, así que lo que quisiera contarle Jules sobre lo que habían vivido, sería bien recibido, y profundamente guardado en secreto.


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Mensaje por Jules L. Allamand Dom Feb 08, 2015 7:00 am

¿Que si había pensado qué haría cuando le descubrieran? Obviamente no. ¿Desde cuándo Jules se caracterizaba por pensar las cosas? Él siempre había preferido actuar sin medir las consecuencias, pedir perdón que pedir permiso y jamás tenía un plan B. Avanzaba por la vida como un tren con las ruedas bien aferradas a la vía, que generalmente era una línea recta trazada sobre la distancia más corta entre dos puntos, sin importarle lo que destruía a su paso. Ya se detendría a evaluar el daño cuando estuviese hecho, no antes. Le gustaba más imaginar que todo iría bien, que sus abuelos nunca sabrían que Franchesco no era su hijo y que François no era su criado. Podrían vivir para siempre como estaban cómodamente en la mansión y a lo mejor el chico terminaba por recuperar la memoria, y entonces harían el amor salvajemente en todas las esquinas ocultas de su propiedad y serían felices hasta el fin de los tiempos. El optimismo desbordante del roedor podría exasperar a más de uno, pero es que no se le podía pensar que fuese más organizado que eso. Su lema en el mundo era que uno debía prepararse para las cosas buenas, porque por más que se detuviera a preveer las malas iban a ser una mierda igualmente. ¿Por qué había que amargarse por adelantado? - Ya veremos. - Se encogió de hombros con su gesto habitual, ese que dejaba claro que no pensaba planificar nada. Ya se atendría a las consecuencias cuando el desastre se le echase encima.

No hacía falta que Génie le advirtiera sobre su familia, el cambiante podía oírlos al otro lado de la puerta y también olerlos. Había alguien con un perfume de jazmín que empezaba a marearle, así que agradeció el cambio de ambiente y tomando del brazo a su amiga salió con ella a pasear por el jardín. Su expresión adquirió más gravedad en cuanto la joven le contó la verdadera causa de su aflicción. - ¿Pero te tienen recluida aquí? ¿Te tratan bien? - Imaginaba que a su hermano no le había hecho precisamente ilusión descubrir que Eugénie era una prostituta, pero Jules no iba a permitir que a raíz de eso sus parientes la castigaran por su comportamiento o la hicieran sentir peor de lo que ya debía de estar. Si la morena le confirmaba que no se sentía cómoda el roedor movería cielo y tierra para sacarla de allí. - Será mejor entonces que esperemos con nuestro asunto. No va a ser fácil si vigilan todo lo que haces. - No podrían ir a ver los locales que les interesaban o a reunirse con empleados potenciales si a cada paso de la muchacha su hermano iba detrás. Lombard suspiró, no había contado con eso, pero un ligero retraso no era igual a una cancelación. Podrían aguardar a que la cosa se relajara.

Lo de François era harina de otro costal, ¿por dónde empezar? Ni siquiera él lo sabía. Génie no le había preguntado cuáles eran sus sentimientos ni nada parecido, pero para Jules era inevitable remitirse a eso y notar cierta angustia siempre que el chico salía en una conversación. No sabía qué eran, vivían juntos y el roedor se había ofrecido prácticamente a que criasen juntos al niño, pero cuando intentaba ponerle un nombre a eso... Bueno, no hacía falta decir nada, los sudores que le recorrían entero eran bastante explícitos. El cambiante rehuía los compromisos serios igual que los gatos el agua, y sin embargo lo que más enfermo le ponía era que para el menor todos los días era un desconocido. Mientras él daba vueltas y vueltas al asunto hasta el extremo de que había noches que tardaba horas en dormirse el otro se despreocupaba de todo y lo único que tenía que hacer era dejarse conquistar cada mañana. Jules sabía que no era su culpa y que seguramente diría que sí si el cambiante le propusiera cambiar las tornas, pero se sentía mal igualmente cada vez que se moría de ganas de contarle algo o de estar con él y recibía una mirada de extrañeza por respuesta. - Encontré una bruja que dice que puede ayudarle enviando un espíritu a que lo posea, pero si sale mal podría morirse, o quedarse atrapado para siempre con el alma de un muerto dentro de su cuerpo y no despertar nunca... que es lo mismo.


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Mensaje por Eugénie Florit Dom Mar 15, 2015 1:31 am

¿Por qué era tan escandaloso el decir palabras como prostituta, sexo, placer? Ella no lo comprendía. El cuerpo exigía una dosis de atenciones que el dinero, los corsé, y el estatus social no podía darte. Eugenie había crecido en dos mundos. El principal para la sociedad (y el único conocido), era el ser una señorita de bien, sin embargo el verdaderamente importante iba de la mano de un burdel. Dentro de ese lugar había conocido tantas mujeres, hombres, e incluso ancianos y niños. Cada uno con historias diferentes, tanto como necesidades. El ambiente de ese lugar resultaba más sincero que cualquier otro. Entre aquellas paredes se sufría tanto como se gozaba, y las relaciones más sinceras provenían mágicamente de ahí. Si quedaba duda la imagen de ella y Jules dejaba en claro la realidad. Nunca creyó amar de esa forma como lo hacía con él, y no es que fuera un deseo de pareja, sino de una conexión única y especial. Un amigo; el hermano que añoró.

Le tomó el brazo con más fuerza, incluso le repartió esporádicos apretones en las manos. Le dedicó un par de sonrisas nerviosas, y al final todo ese aire contenido en sus pulmones los dejó salir. Discretamente miró hacía su alrededor buscando señales de intrusos, o fisgones, quien fuera que pudiera escucharle. Sólo el viento sería el traicionero si dejaba que las palabras se fueran directamente a los oídos menos deseados. Nunca se imaginó en esa situación, mucho  menos poner su corazón y transparencia en las manos de un desconocido. ¡Bah! Jules había dejado de ser un desconocido hace mucho tiempo. Ahora eran almas que se unían, comprendían, y necesitaban. Ambos estarían juntos siempre, sin importar la distancia.

Mi hermano sería incapaz de hacerme daño — Susurró con suavidad, se pegó un poco más a él. Recargó su cabeza en el hombro ajeno, de esa manera las miradas de sus familiares creerían que el cortejo iba bien, aunque estaba lejos de serlo — Me ha hecho prometer que es nuestro secreto, que no dirá a mis padres siempre y cuando no lo vuelva a hacer, él no lo comprende, aunque busca mi bien, o quizás el bien de la familia, ¡no lo sé! — La angustia y desesperación apareció de la nada. Genie deseaba saber corriendo, refugiarse en el burdel, y volver a sentir ese placer que tanto le hacía falta.

Tenemos mucha suerte, hace mucho no venía aquí, demasiado tiempo, hoy nos permitimos visitar a nuestros padres, y apareces ¿existe Dios entonces? Porque de ser así él te mandó — Le sonrió. La joven cortesana le dejaba en claro incluso con miradas la felicidad que sentía al tenerlo a su lado. No es que hubiera dudas alguna, pero reafirmárselo, demostrárselo, aquello no estaba de más. Su profesión le había enseñado a ser fría, indiferente, y en ocasiones cruel, lo cierto es que en su interior existía mucha calidez, y demasiado por dar, por eso él era de los pocos que conocía esa parte de ella.

¿No quieres perderle? — Pregunta estúpida, pero era mejor escuchar la respuesta de los labios ajenos, de esa forma la mirada dejaba en claro, junto con los labios, la intensidad del deseo o el terror — Hace tiempo tuve un amante brujo, y me dijo que para tener más éxito en lo que queremos hacer con magia, debemos de tener al menos tres presencias de brujos juntos, de esa forma el margen de error se reduce, y están siempre alerta para saber que hacer, o como solucionar las cosas al instante — Le soltó un momento, se agachó para recoger una pequeña flor. Se la colocó en la palma de la mano — Debes aprender a correr riesgos, sino lo haces nunca ganarás — Observó la flor en la mano ajena, y la cubrió con la propia — Sino te permites el riesgo, siempre estarás así, y a la larga te cansarás, y ambos sufrirán, porque sabrán que no pueden tener el cien por ciento del otro… Y no es culpa de ninguno, más que de los riesgos tomados o no — Retiró su mano y luego dio un beso suave en la palma, justo alado de la flor.


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Mensaje por Jules L. Allamand Dom Mar 22, 2015 11:37 am

Viendo el rumbo que tomaba su paseo "romántico" igual se encontraba con que al volver a la casa el hermano de Génie le amenazaba con la escopeta de caza para que desposara a la muchacha. A veces era bueno saber que uno contaba con la baza de convertirse en un roedor pequeño capaz de escurrirse por cualquier rendija, eso sí, dejando su ropa detrás. Sería una lástima tener que deshacerse de unos pantalones tan buenos, Jules estaba acostumbrado a su ropa basta de cuando no tenía un mísero franco y con las telas caras que le confeccionaban ahora sentía que iba desnudo, algo que siempre le encantó. - Entiende que es difícil para él. - No había muchas personas que pudiesen comprender algo como eso, y ya decía mucho del otro hombre que se hubiera comprometido a guardarle el secreto a la joven. Lombard sabía que vivir del placer tenía muy mala prensa pero que podía ser una excelente y desahogada fuente de ingresos, pero también era cierto que para los hombres resultaba más fácil. No podía ni contar la de veces que había encontrado a Eugénie maltratada por sus amantes pasajeros, golpeada y magullada, y desde luego no querría eso para nadie.

Sonrió ante la idea de lo que ella proponía. - Creo que Dios y yo rompimos lazos hace mucho. - Comentó. Tampoco es que renegara de una figura paternal y justa que desde los cielos lo contemplaba todo, sabía que era un consuelo para mucha gente que de otro modo se sentiría demasiado sola, pero desde luego nunca había tenido en cuenta al Todopoderoso para tomar sus decisiones. No creía que fuese él quien le había conducido hasta la puerta de su amiga ne esa ocasión, prefería llamarlo azar o casualidad. Le dio un casto beso en el pelo por decir aquello, era bonito que le considerase un regalo de tal magnitud. Su gesto sin embargo se tornó serio al volver al tema de François. - Ya considero una temeridad dejarle en manos de una bruja como para contratar a tres. - Y que luego se repartiesen su cuerpo para hacer vudú, eso ni pensarlo.

Miró la flor que la mujer le había dado. Era hermosa, pero al igual que todas las cosas bellas parecía tan frágil que al cambiante le dio miedo asfixiarla al cerrar la mano. Era demasiado sencillo estropear todo lo que se apreciaba, y cada vez tenía más claro que la felicidad se componía de pequeños momentos tan efímeros que si uno los miraba demasiado de cerca pasaban volando. - Yo ya tengo el cien por ciento de François. Él es así y no me importa, me gusta saludarlo cada mañana y ganarlo todos los días. - Volvió la vista al frente, dejando de lado la contemplación de los pétalos blancos y contemplando en su lugar el perfil del paisaje. - Pero para él no es suficiente, y aun así paradójicamente es el que lo tiene más claro de los dos. Yo lo llevé a vivir conmigo y cuido de su hijo, lo echo de menos cuando no está y le compro regalos, pero no me acuesto con él. Ni siquiera sé lo que quiero. - Existía la creencia de que el sexo lo complicaba todo pero para el roedor era lo contrario: la tensión de mucha gente se aliviaría con un polvo rápido, y luego se podía seguir con la amistad. Tener que contenerse todo el tiempo para no tocar al rubio y no asustarlo le estaba volviendo loco de remate. - Tú te quejas, pero ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que la metí en caliente. - Rezongó.


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Mensaje por Eugénie Florit Miér Mayo 06, 2015 8:12 am

Por eso siempre gustaba de hablar con él. Las palabras acertadas vienen del corazón más que del pensamiento. No es que la cortesana fuera una joven cien por ciento sentimental, pero algo había de eso. ¿Qué ser humano no aspiraba al amor? Todos, aunque estaba más que claro que para algunos, aquella posibilidad de tener se reducía. Para su desgracia en ella incluso el chance era menor, ¿qué hombre se enamoraría de verdad de ella sabiendo lo que en verdad es? Ninguno. Probablemente se llevaría el secreto a la tumba, pero lo nunca podría acarrear sería el deseo. Eso lo disfrutaría en vida, y no se avergonzaba al respecto, sin embargo su enfermedad era su más grande condena.

¿Conoces brujos entonces? — Cuestionó. A Genie no le gustaba generalizar, mucho menos tener que sentenciar a alguien sin un juicio previo. No todos eran iguales, así como los vampiros, existían quienes donaban sangre para ayudar con la medicina. Sería una lastima satanizar a todos los brujos por sus habilidades, muchos eran buenos, ella conocía a un par, uno que otro la ayudó un tiempo con su enfermedad, aunque claro, ninguno sabía mucho al respecto, pero al menos sus ansias de placer se tranquilizaron un tiempo. Hizo silencio, y después analizó lo que iba a decir. El corazón de la cortesana siempre vibraba con fuerza al querer transmitirle algo a alguien que le importaba.

Existen brujos muy buenos, ayudan sin pedir nada a cambio, y todo con la finalidad de sacar provecho a sus habilidades — Se relamió los labios antes de seguir hablando. — Hace unos años, después de mi primer mes como cortesana, decidí que necesitaba frenar mi necesidad absoluta por “pecar” — Se sonrojó un poco, ella jamás había mostrado debilidad, mucho menos que le molestara lo que padecía, siempre se notaba como un pavo real presumido que mostraba a todos su plumaje. Orgullosa, altanera y toda una experta en la materia. ¿quién la imaginaría tropezar? Nadie, porque ni siquiera ella deseaba recordarlo.

El chiste es que fui a visitar a unos brujos que me recomendaron en el burdel, ellos eran buenos, y aunque no pudieron quitarme del todo la enfermedad, al menos hicieron el grato esfuerzo, y me tranquilizaban las ansias, estuve un tiempo fuera, pero ellos tuvieron que escapar porque la Inquisición los descubrió — Se encogió de hombros — Siempre es bueno tener miedo a lo desconocido, pero no todo el tiempo, porque la vida es de riesgos, si la pasas en tu zona de confort, a la larga serás miserable ¿Eso quieres? — Le cuestionó mirándolo a los ojos. Todo aquello que decía también iba de la mano del tema François, ambos sabían que estar en esa situación era simplemente conformarse. — Debe ser frustrante para él, no es que no sea suficiente, sino frustrante, debemos de ponernos en su situación, quizás yo me hubiera suicidado, es un hombre fuerte — Articuló sonriendo. Se acercó a él y recargó su cabeza en el hombro del cambiante.

La vida no es tan miserable con nosotros — Atravesó un brazo por debajo del abrigo ajeno para abrazarlo, además que si escondía su extremidad entre las telas, nadie que estuviera en su casa vigilándolos notaría aquel gesto. Si le cuestionaban el acercamiento ya se inventaría algo. Algún amigo de la infancia, o de alguna clase especial, ¡idiomas! ¡Incluso cuentas! Lo que fuera, a ella no lo iban a alejar de él, ¡para nada! Porque Jules era de sus pocas personas especial, y el único (además de su hermano) que sabía su realidad y la amaba, aunque claro, él era quien no la juzgaba, por eso se sentía más en deuda y agradecida. — A veces tenemos las respuestas frente a nuestros ojos y no las vemos, otros tienen que hacernos ver — Suspiró mirando el hermoso paisaje de ese momento — ¿Entonces es cómo si fueras padre también? — Le molestó — ¿Cómo se llama el niño? — Dicen que los niños siempre llevan consigo bendiciones.


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