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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Matthieu Saunière Miér Dic 24, 2014 5:36 pm

" Do you light a lover's fire
Do the ashes of desire for you remain"


Colocaba un pie delante del otro, en monótona y pausada repetición, consiguiendo un movimiento continuo y por completo falto de gracia que le llevaba hacia adelante por entre las calles de parís y lo alejaba poco a poco de diversos locales, cafés, carruajes y transeúntes. El atardecer avanzaba raudo, llevándose entre sus manos la luz diurna y entregando las almas del mundo a la oscuridad de la noche. Aunque claro, pronto empezarían a encender los faroles así que, en realidad, serían pocos los que se tuviesen que enfrentarse a una oscuridad total en la ciudad. Él, por su parte, sentía que no importaba el tipo de luz que tuviese frente a sus ojos, natural o artificial, ninguna podía iluminar el oscuro pozo en el que se había hundido su alma y mente. Veía como su vida entera se escurría y fragmentaba, diluyéndose entre una copa de licor o esfumándose en las volutas de humo que la inhalación de opio dejaba a su paso. Poco podían hacer las oraciones y los rezos para resarcir todos los errores cometidos. Si, lo sabía, todo era su culpa. La situación actual en la que se encontraba, y las calamidades del futuro, derivaban exclusivamente de sus actos. Como un niño ingenuo se entregó a sus deseos sin meditar sobre la moral o la consideración para con el prójimo, sin importarle quien saliera herido siempre y cuando él alcanzara su objetivo. Demasiado pronto la vida misma se encargó de hacerle pagar con sangre su egocentrismo. Su conciencia, esa que estuvo tanto tiempo adormilada y silenciada, regresaba para recordarle cada momento que, sin importar cuantas miserias hubiese sufrido, aún no era suficiente… y el tiempo que le quedaba por vivir tampoco lo era. Necesitaría dos o tres vidas humanas para terminar de pagar sus deudas.

Cerrando los ojos se detuvo un instante. Sentía el cuerpo cansado y agarrotado. Ya no era un crío y las horas y horas sentado en la misma posición, repasando cientos de documentos de casos que no eran suyos, le pasaban el cobro. Sentía un dolor punzante en la cintura y las rodillas pero lo peor era su cabeza. Algunos días podía sacar el tiempo necesario para pasar su amargura con una o dos copas mientras terminaba la jornada laboral, hoy no había ocurrido así. Su cuerpo pedía un poco de alcohol a gritos y hubiese deseado poder solo abandonar el pequeño y lúgubre cubículo y salir en busca de su preciada medicina. Pero aún guardaba la sensatez suficiente como para reconocer que no podría adquirir ninguna botella si no contaba con su paga semanal. No se podía dar el lujo de perder aquel empleo, ya era un maldito milagro que lo hubiese conseguido. Nadie contrataba a un hombre de su edad para aquella tarea, por lo general se prefería a jóvenes sin experiencia a quienes se les podía pagar menos de lo justo y exigir más de lo necesario. ¿A cuántos ayudantes había él timado en tiempo y salario? En otro lugar, en otra época, él estaría parado frente a un tribunal, afilando su lengua y aplicando su astucia en busca de favorecer a su cliente quien, a su vez, pagaría gustoso el elevado costo de sus servicios. Reinició su camino frunciendo el ceño y maldiciendo por lo bajo. Recordar su gloria pasada se igualaba a beber una copa de veneno.

Se encontraba ahora en una parte poco elegante, aunque muy visitada, de la ciudad. Tabernas y bares se mezclaban con casas de puertas abiertas y apariencia obscena. Las mujeres se paseaban ligeras de ropa, con risas estridentes y miradas lujuriosas. No existía un lugar menos decoroso ni más apetecible para Matthieu en ese momento. Se tomó su tiempo observando las opciones que tenía ante sí hasta que, finalmente, se decidió por un burdel de apariencia no tan costosa. Dentro el aire cargado y corrompido le invitó como el mítico canto de una sirena. Una mesa, una copa, un poco de opio y de pronto todas sus angustias desaparecían arrastrándose por el suelo. Estaba seguro de que le esperarían en la puerta de entrada pero por ahora era libre. Con la mente y los sentidos ligeramente embotados, y en medio de la desinhibición que solo sus vicios le proporcionaban, se animó lo suficiente como para observar por primera vez las mujeres del local. Eran servicios que él solía contratar por lo que no se encontraba fuera de su zona de confort. Pronto divisó una chica e cabellera oscura y curvas suaves y femeninas. Aunque la tersa piel era un indicio sobre su juventud, el antifaz que cubría parte de su rostro imposibilitaba la confirmación de tal hipótesis. Curioso por tan poco habitual aditamento se dirigió a la “Madame”. Algunas palabras y el cambio de francos de una mano a otra fue suficiente para conseguir una alcoba y a la misteriosa prostituta. Y allí estaba, esperándola, despojado de su abrigo y sombrero, sentado en la cama con las piernas separadas y las manos enredadas en una botella de ron recién comenzada. La misma canción de tantas noches en el pasado, un baile que conocía demasiado bien y el cual siempre finalizaba dejándolo incluso más vacío de lo que había estado en un principio - C'est la vie – murmuró acercando la botella a sus labios en el mismo instante en el que la puerta se abría.


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Mensaje por Eugénie Florit Sáb Ene 03, 2015 12:35 am

¿Cuánto tiempo había pasado desde que había estado en aquel burdel? El tiempo había pasado volando, de eso no quedaba duda. Aún recuerda la mirada consternada y desilusionada de su hermano. Eso la ha detenido en reiteradas ocasiones para no volver. Sin embargo Áedán no la había ayudado, ni siquiera la había vuelto a mirar de la misma manera. La joven de alta sociedad sufrió más de una vez por aquello, nunca quiso desilusionarlo, mucho menos hacerle pasar un mal rato, para ella era su persona favorita, el ser más importante en la tierra, pero ¿por qué no la comprendía? ¿por qué no comprendía que de verdad lo que ocurría en su interior era algo que no podía controlar por ella sola? Dos meses pasó encerrada, intentando comer como se debida, comportándose a la altura de las circunstancias, dejando la huella perfecta de su procedencia, logrando que la admiraran incluso aquellos de la realeza. ¡Dos meses! Un gran insulto, una tortura para quien necesitaba del sexo, del placer, y de la pasión para poder seguir adelante.

Ella no pudo aguantar más. Su naturaleza le exigía tomar aquello que necesitaba. Su cuerpo temblaba con fuerza cada día más, su piel no era sólo blanca, empezaba a tomar tonalidades amarillas, y su aliento no era el mejor, debía controlarlo con hojas de menta. Su belleza sin duda estaba agotada, y su sonrisa no era la misma, sus ojos dejaron de brillar tanto cómo su alma dejó de mostrar alegrías. Estaba mal, y en su cordura encontraba rastros de locura. ¿Lógica? Nada lo tenía para ella, ese estado la estaba consumiendo, la hacía perder la razón.

Áedán parecía últimamente más encerrado en su mundo que otras veces. En ocasiones ni siquiera la tomaba en cuenta porque parecía preocupado por otras cuestiones. La semana anterior había llegado a la casa sólo dos veces, y esas pocas que estuvo se notaba igual o peor de perdido, cómo si estuviera lejos de ahí. La joven se sacaba de quicio porque cada que intentaba hablar con él, parecía que poco le importaba. La última noche, en su último intento, Eugénie le dejó en claro que de no hacerle caso haría lo que se le pegara en gana por su bien. Sus amenazas no eran simples palabras al aire, eran la voz alta del futuro cumplimiento.

Noche de desesperación. Su cuerpo descansaba en una cama cómoda y suave. No sentía incomodidad, se sentía extremadamente a gusto, aunque la intranquilidad la comenzaba a ponerse mal. Su cuerpo tembló y buscó la manera de sentarse. Se acercó a una mesa cerca del armario para servirse un vaso de agua. Lo bebió por completo y luego encendió las velas, un par para no llamar la atención. Revisó sus prendas, y cuando encontró lo que quiso lo abrazó ansiosa. Ahí en medio de telas preciosas se escondía una pequeña maleta, la que utilizaba para llevarse al burdel. Abrazar aquel objeto le dio el valor que le hacía falta, y sin pensarlo ya se encontraba entre las cuatro paredes de un burdel que no era el suyo, en el que trabajaba, pero que estaba segura, por su fama, le dejarían entrar.

Gente se paseó por el lugar con el rostro cubierto por un bello antifaz. Esa noche sus labios no resaltaban por su tonalidad rojiza, sino por el rosáceo pálido que le recordaba como se encontraba su interior. Sonrió con un par de cabellos, y en su desesperación besó a unos tres en su andar. Había escondido a uno con la mirada para quitarle esa mala racha de abstinencia, pero la madrota del lugar ya tenia otro plan para ella. La sacó del lugar y la llevó frente a una puerta de manera. No tocó, simplemente se adentró.

¿Cuántas copas lleva encima? — Preguntó cerrando la puerta detrás de sí, caminó cerrando las ventanas de la habitación y encendiendo cuatro velas que daban una iluminación erótica al lugar. Su intimidad estaba palpitando de deseo, de necesidad. Ojeó con disimulo al hombre y notó su avanzada edad, tanto cómo su aspecto físico, era un hombre atractivo, y podía oler y casi sabotear su masculinidad. Sonrió más para si misma, pero se comportó. Avanzó con sensualidad rayando al salvajismo de sus adentros. Tragó saliva y luego se sentó sobre el regazo del hombre quitándole la botella con propiedad — El alcohol estimula más los sentidos sexuales, pero si se abusa los entorpece — Dejó la botella a un lado de ella — Dígame, ¿por dónde quiere empezar? — Sonrió decidida, ansiosa, desesperada por el placer.


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Mensaje por Matthieu Saunière Vie Ene 30, 2015 9:02 pm


"Is there no song I can play for you”


- ¿Tiene eso que importarle? – contestó en tono cortante mientras inspeccionaba de arriba abajo a la mujer que ingresaba al aposento. Ahora, viéndola de cerca, podía apreciar la belleza y juventud que ostentaba. El antifaz, por supuesto, solo añadía un eco de misterio sobre una presencia de por sí impactante. La puerta se cerró tras ella y, así, el mundo se redujo a la habitación en la que se encontraban. Solo estaban ellos dos, ella para complacerle, él para pagar por sus servicios. Se trataba de una transacción, de un negocio nada más. Las vulnerabilidades inherentes al espíritu humano quedaban rezagadas tras la lujuria, tal como la poca luz exterior fue desplazada por el limitado brillo de una cuantas velas que ella encendió. Dejó que los demás pensamientos volaran, su situación, sus otras necesidades, su familia, sus remordimientos. Solo la visión de la silueta de la mujer, y lo que tenía planeado hacerle, debían ocupar su mente. Ella caminó hacia él, con una cadencia tan sensual como peligrosa, consiguiendo que la entrepierna de Matthieu diera un tirón. ¡Sí! Era justo lo que necesitaba y al parecer tenía la edad perfecta. Por alguna razón que su lógica no alcanzaba (o mejor no deseaba) explicar, prefería contratar a prostitutas relativamente jóvenes, entre los 19 y los 27. Era este un rango que casi nunca traspasaba convenciéndose a sí mismo de que era la piel más cálida de todas.

Alcanzó a beber un nuevo sorbo de ron antes de que ella se sentase sobre su regazo y le arrebatara la botella. Si no protestó por aquello fue solo porque sabía que su licor no iría lejos ¿sexo o alcohol? No era una respuesta tan sencilla como parecería en un primer momento. En realidad prefería que fuesen de la mano más en contraposición pero, aún así, entendió que lo que decía era verdad. – Me sorprende su predisposición – contestó repasándose los labios con la lengua. Si algo tenía claro es que ya no era el joven apuesto que fue en alguna época. Y no solo se debía a la edad, el abuso que había cometido con su cuerpo, en muchos ámbitos, le habían dejado demacrado y marchito. Tampoco contaba con el dinero para lucir como hubiese deseado, por lo que el nivel de atracción que tenía hacia el sexo opuesto era bastante limitado. Además, las prostitutas que frecuentaba nunca se mostraban tan ansiosas una vez conseguían la aceptación por parte del cliente. Nuevamente, era un negocio, ellas entregaban su cuerpo, cumplían con lo que les requerían de manera mecánica e, incluso, muchas veces un poco forzada, y eso era todo. Pero, aquella chica parecía deseosa de entregarse, como si de verdad ansiara que un extraño la poseyera, lo cual le resultaba extraño.

La sonrisa que le ofreció le provocó un escalofrío mientras la inseguridad apagaba ligeramente su deseo. - ¿Pero qué clase de idiota se intimida por una mujer ansiosa de sexo? – se reprendió a sí mismo mientras observaba como un atolondrado los labios suaves que tenía al alcance de la mano. Se estaba comportando como un chiquillo inexperto y colocando “peros” ante una situación que debía extasiarlo. Carraspeó una vez antes de inclinarse y tomar posesión de tan apetitosa boca, de manera tímida al principio pero cobrando fuerza con rapidez - ¿Por donde quiero empezar? – repitió alejándose apenas lo suficiente como para poder palpar con su mano el turgente y cubierto seno – Tal vez eliminando esta odiosa barrera – concluyó repasando con la mano la ropa que cubría el torso de la chica antes de volver sobre su seno y pellizcarle el erguido pezón. Luego, tomándola por los brazos la levantó con delicadeza – Me gusta observar – deseaba que hiciese un pequeño número mientras se despojaba de sus vestiduras. Apretó el bulto en sus pantalones con la palma de su mano permitiéndose disfrutar el estremecimiento de placer que le recorrió. Se encontraba listo y palpitante para ella. La confianza retornaba a él y ahora anhelaba ver un poco más de la piel que escondía. No le pediría que retirase su antifaz, de alguna manera aquel artilugio le apartaba de la persona que había debajo y a la cual pretendía utilizar de la forma más vil en la que podía pensar.



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Mensaje por Eugénie Florit Jue Mar 19, 2015 9:38 pm

La mayoría de las veces, la cortesana recibía miradas más que sugerentes. Muchas de ellas iban de la mano de la dominación. Una gran cantidad de hombres buscaban dejarle en claro quien mandaba; ella no debía tener el control, sin embargo en esa ocasión la atmósfera se percibía distinta. No le sorprendía la edad avanzaba del caballero, sí la forma en que sus hombros se curveaban dejando en claro que le entregaba un poco de poder. Aunque en un principio habló con total autoridad, en ese instante al observarle el cuerpo, notó que se había reducido a nada. La cortesana arqueó una ceja, su análisis nunca fallaba, por el contrario, esa era una de las ventajas de su yo prostituta, debía observar y aprender con rapidez de sus clientes, para saber hacía dónde debía llevar la situación. ¿Por qué él parecía temeroso? ¿Por qué el aura de un niño se asomó intentando mostrar a un hombre deseoso por una mujer? No lo comprendía, pero conforme la noche pasara lo sabría.

La cortesana del antifaz respondió con fogosidad el beso que se le estaba otorgando. Dejó que él tomara las riendas de la situación, sin importar su manera tan suave, tímida y delicada de tomarle. Parecía un joven dando el primer beso a su prometida. ¡Lejos se encontraban de ello! Por esa razón entrelazó sus dedos en el cabello ajeno, tiró de él intentando dar salvajismo a la situación. Su lengua viperina se adentro a la cavidad oral ajena, y luchó con garra con aquella que parecía en un principio entumecida.

Aunque a algunos clientes no les gustaran los besos, lo cierto es que ellos son el inicio. Con esos gestos se puede incluso saber si alguien llegará o no a complacer dentro de la cama. Para muchos podría aquello no tener importancia, para ella lo tenía todo. La lengua estimulaba de una manera difícil de comprender, pero llegaba (si se lograba tener maestría en eso) a provocar incluso buenos orgasmos, aunque claro, aquello era una tarea complicada, y los expertos más grandes sólo podían realizarla; expertos o enfermos por el placer. Claramente criaturas cómo ella.

Genie dejó que siguiera teniendo su cliente el control. Se separó cómo se le ordenó. Lo observó, y sus ojos fueron a parar a aquella zona que se notaba endurecida; despierta. Sonrió con suficiencia, y entonces sus manos comenzaron a viajar por su silueta, misma que parecía temblar con la idea de poder gozar aquella noche. Cerró los ojos, urgió su cuerpo, y lentamente comenzó a deslizar su figura de un lado a otro, incluso dio una vuelta completa moviendo sus caderas. La cortesana dejó que el primer hombro se mostrara (aun dándole la espalda), y después de unos segundos le siguió el restante. Con cuidado dejó caer la prenda hasta el inicio de sus caderas. Con cuidado se giró de nueva cuenta para tenerlo de frente. Ahí le dejó a la vista sus redondos senos, y la erección de sus aureolas rosáceas. Se inclinó hacía el frente y terminó por hacer que el hombre hundiera su cabeza en medio de aquel par de montículos.

Ella podía sentir cómo sus pezones endurecidos gozaban de la barba ajena. Claramente se notaba rasposa, y con mucha cantidad. Sólo dejó que unos minutos disfrutara de esa cercanía. Si ella deseaba que la noche comenzara con buena actividad, lo siguiente que debía hacer era apartarse, y ni bien lo hizo la tela que seguía cubriendo cayó al suelo. La desnudes de una mujer hambrienta y experta de sexo, apareció. La timidez no existía ya en ella. Claro que no, había hecho cosas inimaginables, comportarse cómo una mojigata en definitiva no era lo suyo.

La piel blanquecina de la mujer apareció en ese momento. Su intimidad estaba desnuda igual, pasaba la navaja por la zona de su pelvis, no le gustaba tener aquella parte negruzca, le resultaba así más fácil tener una higiene adecuada. Eugenie debía reconocer, que la mirada ajena lograba que en su interior existiera un grado de morbo que la hizo respingar, incluso gemir de forma muy suave. Se acercó, tomó la mano ajena, y la colocó entre sus piernas, no le soltó con prontitud, para nada, lo que hizo fue hacer fricción ella misma (movía la mano del caballero y también su cuerpo). Genie no habló, ella creía que las miradas, los movimientos, el aceleramiento de la respiración, y las ganas de ambos por saber qué más estaba a punto de ocurrir, era lo suficiente para tener una excelente comunicación.

Esa noche estaban siendo amantes, se encontraban dispuestos a volverse uno gracias a la carne, pero no existía esa complicidad que venía de la mano del amor, no al menos para repartir palabras cómo si estás interesaran.


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Mensaje por Matthieu Saunière Mar Abr 14, 2015 5:45 pm

" Like a song,
Out of tune and out of time”


El tirón de cabello, inesperado y violento, le tomó por sorpresa pero no por eso le recibió de mala forma. Por el contrario, el dolor en su cuero cabelludo le ayudó a encender el fuego de una hoguera que ya debería haber desbordado las expectativas pero que se empeñaba en continuar medio muerta. Ignoraba cuales eran las razones por las cuales su cuerpo se negaba a responder como normalmente lo hacía. ¿Se debía acaso a aquel extraño encuentro con una de las amigas de Gislena? No podía negar que aún tenía el asunto en la cabeza. Más que nada porque el encontrarse con esa joven en el hospital le había hecho recapacitar sobre el rumbo de su vida pero, especialmente, sobre lo que Gislena pensaba de él. Ella se veía afectada por las acciones y el mal comportamiento de él aunque se empeñase en negarlo. Después de todo no importa que tan grande sea una ciudad, los curiosos siempre están al acecho, esperando la próxima indefensa victima que caiga en sus fauces, o mejor decir en sus lenguas. Podía imaginarse las habladurías sobre el borracho y patético abogado de tercera que pasaba sus noches en los prostíbulos, que apenas conseguía dinero suficiente para costear sus vicios y mantener un paupérrimo techo sobre su cabeza. Ningún pretendiente en sus cabales se acercaría a Gislena una vez que se enteraran que ese borracho era nada más que su padre.

Observaba a la joven contonearse y recorrer su propio cuerpo con las manos. Tan dulce y seductora, absolutamente irresistible. La piel fue quedando al descubierto de forma paulatina, en medio de un baile lento y erótico que seguramente había ensayado con infinidad de clientes antes que él. Su respiración se agitó y alcanzó a humedecerse los labios antes de que su rostro fuese sumergido en la voluptuosidad expuesta. Lamió y mordisqueó aquella suave y rellena carne. La masajeó suavemente con sus dos manos hasta que ella se alejó. Ahora podía estudiarla en completa desnudez. Permitió que ella tomase el control de su mano y no pudo reprimir un gemido cuando sus dedos palparon su humedad y calor. Perdiendo finalmente los estribos se puso de pie y aferró la nuca ajena y le beso con intensidad mientras su mano continuaba masajeando y sus dedos empezaban a introducirse en su interior. Su miembro estaba finalmente erguido y preparado, palpitante y duro como una roca. Con apenas esfuerzo la levantó del suelo para soltarla luego sobre la cama. A continuación procedió a quitarse la ropa que quedaba sobre él, jalando y descosiendo en algunos casos las prendas que se negaban a salir con facilidad. Deseaba poseerla en ese momento. Introducirse con furia y arremeter contra ese cuerpo ansioso de deseo dejando atrás todas las culpas y quejumbres. Se inclinó sobre ella, permitiendo que su peso la aprisionara contra la cama y estaba a punto de penetrarla cuando nuevamente, como si de una mosca molesta e inoportuna se tratase, el recuerdo de Gislena regresó.

De inmediato su miembro perdió la firmeza. La hoguera se apagó como si le hubiese rociado con agua y la vergüenza tiño de rojo sus mejillas. Cerró los ojos con fuerza. Esto no podía estar pasándole ¿No era suficiente con lo que tenía que vivir día a día? ¿Ahora tampoco podría gozar de la liberación del sexo? ¿le atormentarían los recuerdos incluso en sus momentos de lujuria? Se apartó de la cama y de la joven. Dio la vuelta y ocultando la cara entre las manos se dejó caer en una silla cercana. – ¿Cuánto más debo pagar? – le preguntó al destino en voz alta sin descubrir su rostro. Su autoestima, de por si susceptible e increíblemente baja, sufrió de lleno el golpe de lo sucedido. Nada hiere más el ego masculino que no poder cumplir con su deber en la cama. – Lo siento, no puedo… yo… no sé lo que ocurre – finalmente bajó las manos pero no fue capaz de reunir el valor necesario para mirar a la prostituta a los ojos – No te preocupes, te pagare de todas formas – su voz sonaba tan atormentada como su alma se sentía. Y no solo porque su cuerpo decidiere darse un descanso en tan inoportuno momento, sino por el temor que le causaba la posible reacción de la joven ¿se reiría de él? No la culparía si lo hiciese, después de todo ya no era más que eso, un hazmerreir.


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