AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Rise from the ashes [Lyudmilla]
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Rise from the ashes [Lyudmilla]
Su primer encuentro con quien fuera su prometida había sido completamente inesperado. Shevchenko no fue hasta el hogar de Lyudmilla para verla y sin embargo, terminó charlando no solamente con ella sino también con Viktor, aquel hombre que le abrió las puertas de su casa y le hizo pensar que no era únicamente un monstruo, el hombre a quien Vasyl había tenido que traicionar para poder liberar. Al ucraniano le implico un enorme esfuerzo no derrumbarse ante Lyudmilla después de la charla con Viktor y es que el progenitor de su gran amor no llegaba a ser siquiera la sombra del hombre que años atrás conociera. Claro que antes de abandonar el hogar de la familia, Shevchenko acordó una reunión más con la mujer que aún consideraba su prometida, reunión a la que ella accedió aumentando las esperanzas de Shevchenko, esas que ella le pidió que no tuviera pero que para él eran imposibles de ignorar.
Con uno de sus mejores trajes y con la mirada fija en una mesa dentro del que se consideraba el mejor café de París, Vasyl esperaba por ver entrar por la puerta a Lyudmilla. El hombre había llegado al lugar de la cita con bastante antelación pues no esperaba hacer esperar si quiera un segundo a la mujer que con su presencia le robaba completamente el aliento y los pensamientos coherentes, de hecho, así fue desde la primera vez que la vio. Una sonrisa apareció en los labios del ucraniano al recordar lo que todos sus compañeros le dijeron el día que conoció a Lyudmilla. Todos y cada uno de sus más cercanos camaradas le aseguraron que por esa mujer, haría cualquier cosa; en el momento Vasyl se rió, asegurando que ninguna mujer le llevaría a cambiar o hacer algo en contra de los principios que como soldados tenían y ahora, años más tarde, él estaba seguro de que por ella sería capaz de violar sus propios principios.
Shevchenko no estaba seguro del tiempo que paso sumergido en los recuerdos de una juventud que se le escapo entre los dedos, pero estuvo completamente seguro del momento en que su atención volvió al presente al notar en el ambiente el aroma de la Blavatsky. Los ojos del soldado fueron a posarse entonces en la puerta de entrada, esperando porque ella apareciera y a su lado, las esperanzas de un futuro al que Vasyl no estaba dispuesto a renunciar por más que ella se negara. Él sabía bien que muchas cosas pasaron entre ambos, pero creía que su amor se merecía una segunda oportunidad y si él creía eso, ¿Qué era lo que impedía que Lyudmilla pensará lo mismo? Eso el ucraniano iba a averiguarlo a toda costa.
Con uno de sus mejores trajes y con la mirada fija en una mesa dentro del que se consideraba el mejor café de París, Vasyl esperaba por ver entrar por la puerta a Lyudmilla. El hombre había llegado al lugar de la cita con bastante antelación pues no esperaba hacer esperar si quiera un segundo a la mujer que con su presencia le robaba completamente el aliento y los pensamientos coherentes, de hecho, así fue desde la primera vez que la vio. Una sonrisa apareció en los labios del ucraniano al recordar lo que todos sus compañeros le dijeron el día que conoció a Lyudmilla. Todos y cada uno de sus más cercanos camaradas le aseguraron que por esa mujer, haría cualquier cosa; en el momento Vasyl se rió, asegurando que ninguna mujer le llevaría a cambiar o hacer algo en contra de los principios que como soldados tenían y ahora, años más tarde, él estaba seguro de que por ella sería capaz de violar sus propios principios.
Shevchenko no estaba seguro del tiempo que paso sumergido en los recuerdos de una juventud que se le escapo entre los dedos, pero estuvo completamente seguro del momento en que su atención volvió al presente al notar en el ambiente el aroma de la Blavatsky. Los ojos del soldado fueron a posarse entonces en la puerta de entrada, esperando porque ella apareciera y a su lado, las esperanzas de un futuro al que Vasyl no estaba dispuesto a renunciar por más que ella se negara. Él sabía bien que muchas cosas pasaron entre ambos, pero creía que su amor se merecía una segunda oportunidad y si él creía eso, ¿Qué era lo que impedía que Lyudmilla pensará lo mismo? Eso el ucraniano iba a averiguarlo a toda costa.
Vasyl Shevchenko- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 29
Fecha de inscripción : 31/03/2015
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Re: Rise from the ashes [Lyudmilla]
"Sometimes the hardest part isn't letting go but rather learning to start over."
Nicole Sobon
Nicole Sobon
Era feliz. No importaba lo que ocurriese después. Tras diez años de pensar sólo en el bienestar de su familia, se tomó la licencia de pensar y actuar por y para ella. Sabía que estaba cometiendo un error, que saldría lastimada de todo aquello. Había batallado a lo largo de esa semana con sus propios demonios, que la instaban a no asistir, a enviarle una misiva a Vasyl rechazando su invitación. Había escrito cientos de justificativos, pero habían terminado abollados dentro de un cesto de basura. Y allí estaba, frente al espejo, terminando de retocarse el carmín que le iluminaba los generosos labios, con una suave sonrisa inocente y cómplice curvándolos. Sonrisa que no la había abandonado, a pesar de los momentos de amargura en los que pensaba en que alejarse de su antiguo prometido, era la mejor opción. Quiso convencerse de que era sólo un encuentro de amigos, de que no le daría esperanzas a él, ni haría germinar en ella aquellos antiguos sentimientos que aún los mantenían unidos.
Salió en enfundada en una capa gris, muy fina, debido a las calidez de la jornada. Ésta cubría el sobrio traje azul que enfundaba su voluptuoso cuerpo, que había quedado disimulado bajo las capas de tela. Parecía una dama de la alta sociedad, envuelta en aquellas telas finas, chapines elegantes y tocado tirante, maquillaje suave y perfume de jazmines. Lyudmilla se sintió nuevamente aquella jovencita de Ekaterinoslav, que tenía un futuro prometedor por delante, y a pesar de saber que era una ilusión, quiso disfrutar de ello el tiempo que durase. Tomó un carruaje de alquiler que la llevó hasta el sitio pactado, donde estaba segura, cruzaría rostros conocidos. Pero tenía la certeza de que nadie se arriesgaría a acercársele. Tragó con dificultad, ya que no era su imagen la que estaba en juego, sino la de Vasyl. ¿Qué pensarían de él? El militar continuaba formando parte de un selecto grupo social, y estar en su compañía, una tarde de primavera, en un sitio de alcurnia, podría ser humillante. Estuvo a punto de pedir que la bajara allí, pero en ese instante la puerta se abrió y la ayudaron a descender. Lyudmilla colocó unas monedas en la mano del chofer, y se instó a cambiar la mueca de preocupación.
Ingresó y, como siempre, atrajo las miradas. El joven que le recibió el abrigo en la entrada, hizo un esfuerzo sobrehumano para disimular el embobamiento que le provocó la rubia. Caminó a lo largo del pasillo y entre las mesas, tras haber divisado a Vasyl, y no hubo quien no la siguiera con la mirada. Seguramente, se estaban preguntando quién era aquella mujer que invadía su territorio. Él no la había visto entrar, estaba perdido en sus pensamientos, por lo que se quedó a su lado y le tocó el hombro con el dedo índice de su mano derecha.
—Buenas tardes, Monsieur —bromeó, tras traerlo a la realidad nuevamente. — ¿Te hice esperar demasiado? Disculpa si ha sido así, me costó encontrar un carruaje de alquiler —mintió. Por supuesto que sus pocos minutos de retraso, se debían a la disyuntiva que casi la obliga a quedarse en su casa llorando.
Salió en enfundada en una capa gris, muy fina, debido a las calidez de la jornada. Ésta cubría el sobrio traje azul que enfundaba su voluptuoso cuerpo, que había quedado disimulado bajo las capas de tela. Parecía una dama de la alta sociedad, envuelta en aquellas telas finas, chapines elegantes y tocado tirante, maquillaje suave y perfume de jazmines. Lyudmilla se sintió nuevamente aquella jovencita de Ekaterinoslav, que tenía un futuro prometedor por delante, y a pesar de saber que era una ilusión, quiso disfrutar de ello el tiempo que durase. Tomó un carruaje de alquiler que la llevó hasta el sitio pactado, donde estaba segura, cruzaría rostros conocidos. Pero tenía la certeza de que nadie se arriesgaría a acercársele. Tragó con dificultad, ya que no era su imagen la que estaba en juego, sino la de Vasyl. ¿Qué pensarían de él? El militar continuaba formando parte de un selecto grupo social, y estar en su compañía, una tarde de primavera, en un sitio de alcurnia, podría ser humillante. Estuvo a punto de pedir que la bajara allí, pero en ese instante la puerta se abrió y la ayudaron a descender. Lyudmilla colocó unas monedas en la mano del chofer, y se instó a cambiar la mueca de preocupación.
Ingresó y, como siempre, atrajo las miradas. El joven que le recibió el abrigo en la entrada, hizo un esfuerzo sobrehumano para disimular el embobamiento que le provocó la rubia. Caminó a lo largo del pasillo y entre las mesas, tras haber divisado a Vasyl, y no hubo quien no la siguiera con la mirada. Seguramente, se estaban preguntando quién era aquella mujer que invadía su territorio. Él no la había visto entrar, estaba perdido en sus pensamientos, por lo que se quedó a su lado y le tocó el hombro con el dedo índice de su mano derecha.
—Buenas tardes, Monsieur —bromeó, tras traerlo a la realidad nuevamente. — ¿Te hice esperar demasiado? Disculpa si ha sido así, me costó encontrar un carruaje de alquiler —mintió. Por supuesto que sus pocos minutos de retraso, se debían a la disyuntiva que casi la obliga a quedarse en su casa llorando.
Lyudmilla Blavatsky- Prostituta Clase Media
- Mensajes : 94
Fecha de inscripción : 24/10/2011
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