Untamed emotions. {Eugénie}

Alcé un poco la pierna izquierda al sentir algo pegado en la suela de mi zapato, precisa y obviamente izquierdo. Bajé la vista y vi que se trataba de un pedazo insignificante de papel que había estado tirado en el piso desde hacía tiempo, supongo. Cuando finalmente me deshice de aquel papel inservible, alcé la vista y continué caminando con tranquilidad por las calles de París, sin prisa o preocupación alguna. En realidad, ni siquiera tenía un objetivo fijo por el cual pasearme por ahí, era mas bien, como mucha gente lo llamaba "un paseo". Si, eso era. Solo un paseo. La situación en ese momento era bastante curiosa, a pesar de todos los años que llevaba viviendo lo mismo, no dejaba de asombrarme el pasear por ahí y acaparar todas las miradas tanto femeninas, como masculinas. Y no era que se tratara de alguna variación de tendencia sexual entre los hombres, si no que, los vampiros...así eramos, atractivos, eramos como un imán que atrae la mirada y que te hace admirarlos como si fueran algún tipo de piedra preciosa, curioso, porque yo no tenía nada de aquello.

El punto que quiero señalar es que, han pasado muchos años y todo sigue siendo lo mismo, aquellas miradas de curiosidad por los hombres, las miradas llenas de lujuria de parte de las mujeres, y yo...siempre tan indiferente a las demás personas. Entrecerré los ojos cuando sentí una brisa golpear con fuerza mi rostro, metí las manos en los bolsillos de mi abrigo por mera costumbre, pues frío, claro que no tenía. No entendía el clima que últimamente había en París, en ocasiones era frío, húmedo, seco, calor, en fin, no me sorprendía que tantos de mis trabajadores se ausentaran debido a los comunes resfriados. Torcí una leve mueca al recordar el incidente de aquella mañana, cuando un barco repleto de mercancía que estaba lista para ser enviada a unos de los puertos mas importantes de España, no pudo llegar a su destino pues el barco tuvo un pequeño percance. Todos mis empleados estaban vueltos locos, inclusive, el capitán en mando no sabía como decirme las cosas y cuando finalmente me contó todo, solo le sonreí y golpee su espalda con suavidad. Como si importara. Como si...como si no tuviera el dinero suficiente. Si el barco no había zarpado, pues no había zarpado y punto, no sirve de nada llevarse disgustos por cosas que no valen la pena.

Mi madre siempre decía que no era bueno enojarse porque eso te hacía un ser amargado en tu vejez, era cuando me preguntaba...¿En qué momento llegará mi vejez?

Claro que estoy hablando como si las cosas malas que pasan en mi empresa día con día no me afectaran, por supuesto que lo hacen, sin embargo, trato de que me afecten lo menos posible, y era precisamente cuando decidía acudir a las bellas calles Parisinas, para relajarme y tomar un poco de aire fresco, aunque eso afectara un poco mi sentido de la sed. Alejé aquel pensamiento de mi cabeza y continué caminando, observando metódicamente a la gente que salía y entraba de aquellas tiendas, con grandes paquetes y bolsas en sus manos o simplemente con nada en las manos. Entonces como si fuera la piedra mas hermosa y brillante del mundo, mis ojos fueron cautivados por un precioso y grande rubí que estaba perfectamente incrustado en una gargantilla de oro, expuesta como si fuera una obra arte que se vendía en millones y probablemente, si lo hacía. Me acerqué con cautela y me quedé viendo por el vidrio de la joyería aquella preciosa pieza. No entendía porque me llamaba la atención, sin embargo lo hacía y mucho. Estúpidamente, cerré los ojos y me imaginé a mi mismo, cerrando esa gargantilla alrededor de un magnífico y precioso cuello femenino, mientas mis labios se posaban con suavidad detrás de la oreja de aquella...misteriosa mujer. Pero aquellas imágenes mentales se vieron destruidas, cuando unos niños pasaron corriendo detrás de mi con unas fuertes carcajadas. Abrí los ojos y dejé salir una leve risa, como si yo mismo me burlara de mis estúpidos y fantasiosos sueños.

Dolor de cabeza. Ese era el síntoma que tenía aquella tarde. Sabía que no me podía escapar como todas las noches para poder ir al burdel. Me tendría que aguantar el deseo recorrer mi cuerpo. El calor que emanaba era evidente pero aquella tarde tenía que cumplir mi tarea como señorita se sociedad. Mis padres se estaban aferrando a la idea en que ya era tiempo de encontrarme un candidato perfecto para poder casarme, ya le había dado demasiadas vueltas a las cosas, ya me había escondido y cambiado el tema innumerables veces, sin embargo el destino era así, no había más, debía acatar las ordenes me gustaran o no. Solté un suspiró prolongado cuando varias de mis damas de compañía entraban emocionadas con telas finas, suaves e increíblemente caras. Muchas de ellas bastante emocionadas comenzaron a sacarme los trapos que tenía encima, me llevaban al baño, me limpiaban el cuerpo, me sonreían y sobretodo me contaban historias sobre como era la vida de casada, muchas de ellas ya lo eran, en realidad no me molestaba escucharlas, de hecho me parecía bastante productivo, tomaba apuntes mentales sobre lo que debía y no hacer. Sonreí a cada una de ellas contándoles mi versión del amor: Un caballero que me hiciera reír, que escuchara mis ideas, que me atendiera bien en la cama y que pudiera darme varios hijos, pero claro que remarque el sexo en la cama. Muchas de ellas soltaban risas cómplices, quizás ellas también habían deseado lo mismo pero para nuestra desgracia era mucho más practico seguir las pautas de la sociedad, en estos tiempo no existe amor que una a las personas en matrimonio, el matrimonio se vuelve un contrato que debes acatar.

Aquella noche mis padres habían hecho todo un banquete aceptando a varios candidatos en la casa. Observé a cada uno de ellos, muchos tenían un gran atractivo físico, otros en realidad ni siquiera una platica amena o que llenara mis expectativas podían darme a cambio. A la hora me sentí completamente fastidiada de cada uno de ellos, necesitaba poder correr fuera, escapar antes de quedarme dormida encima de la mesa y hacer quedar muy mal el apellido de mi familia. Me disculpe con ellos, volví a retomar el dolor de cabeza, en realidad ya no me dolía pero dado que había sufrido todo el día de ello, lo tomé como el mejor de los pretextos. Esta vez no me dirigí a mi habitación. Mis damas de compañía me siguieron por toda la casa y se adentraron conmigo al carruaje que me iba a llegar a mi siguiente destino: La zona comercial.

Hace muchísimo tiempo no me daba tiempo para poder escoger las prendas que yo utilizaba, siempre me escogían los mismos colores, los mismos cortes y ya estaba bastante aburrida de eso. No tardé mucho tiempo en llegar a mi destino. Había ya oscurecido pero dado que la vida Parisina es bastante nocturna todas las tiendas e incluso el mercado ambulante seguía en su lugar, nada se movía hasta pasadas las dos de la mañana. Bajar del carruaje no fue problema alguno, el problema fue cuando las personas de clase baja se acercaban a pedir monedas, aquello siempre me partía el corazón por lo que tenían que alejar a las personas de mi. Tomé varias bocanas de aire para poder tranquilizarme, ver como miles de personas morían de hambre no era para nada de mi agrado, mucho menos cuando una corona desperdiciaba tanto sus recursos.

Después de dar muchas vueltas por la zona comercial y comprar algunos vestidos un lugar en especifico llamó mi atención. La joyería de la ciudad siempre tenía cosas preciosas que quería llevarme conmigo. Lo sé suelo ayudar a las personas, pero soy mujer y también me gustan las cosas ostentosas, brillantes y únicas. Me adentré a la tienda, observé cada una de las cosas hasta que una hermosa y ostentosa gargantilla llamó mi atención. Me quedé con la boca abierta al observar lo bien elaborada que estaba. Pregunté el precio. Seguramente mi padre no se negaría a dármelo a fin de cuentas soy su única hija, bastante mimada y no escatima en gastos para darme muchas cosas. Seguí observando el lugar con suma atención hasta que un rostro conocido detrás del cristal me hizo salir de mis cavilaciones. - ¿Jayden? - Pregunté un poco dudosa, debido a las pocas velas que habían en aquella tienda, por que evidentemente no iluminaban como debía de ser. Pedí me esperaran unos momentos en la tienda, salí para poder observar al caballero y ver si estaba en lo correcto o no. Sonreí al darme cuenta que si lo era. Me acerqué hasta mi viejo amigo para darle un fuerte abrazo - Gusto verle mi querido amigo, parece estábamos viendo lo mismo ¿Quiere acompañarme? - Tomé su mano con delicadeza para llevarlo dentro del local. Al estar ya dentro le enseñé la pieza que ambos veíamos - ¿No crees es hermosa? - Le pregunté sin dejar de sonreír, estirando la pieza a sus manos para que el pudiera colocarla en mi cuellos.