AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Invisible Emotions [Privado]
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Invisible Emotions [Privado]
Y en sus espeluznantes ojos brilló
la moribunda llama del deseo de vivir,
hecha locura al diluirse toda esperanza.
—Mary Elizabeth Coleridge.
la moribunda llama del deseo de vivir,
hecha locura al diluirse toda esperanza.
—Mary Elizabeth Coleridge.
Una ciudad más, una ciudad menos... Katia ya se había acostumbrado a viajar con regularidad por todo el continente y no era algo que le causara problema alguno. A diferencia de otras chicas de su grupo de ballet, ella no solía hacerse tanto drama por abandonar su tierra natal y familiares. En realidad, le era indiferente y se sentía comprometida más con su profesión, que con las personas con las que compartía la misma sangre. No era por maldad o porque tuviera algún tipo de resentimiento, era por algo, que muchas veces, ella no alcanzaba a comprender. Sólo se aferraba a la idea de que el ballet era su nuevo hogar y que debía esforzarse por ser la mejor. No por complacer a otros, sino, por querer estar bien consigo misma. Que otras muchachas lloraran ante los halagos, triunfos y demás situaciones que ocurrían en el escenario, era, muchas veces, algo que le causaba malestar. Pensaba que todo ese teatro era innecesario y que en vez de confiarse, debían pensar en hacerlo mejor la próxima vez. Pero prefería callar, por respeto y porque sencillamente, era lo más práctico.
Como ya estaba entrando el invierno y con éste, se acercaba la navidad, fue invitada a París para participar en El Cascanueces. Estaba feliz, sí, pero no lograba expresarlo abiertamente, ni con gestos, ni mucho menos con palabras. Katia creía que la única forma de que su instructora entendiera que estaba agradecida, era ensayando horas extras. La mujer ya se había acostumbrado a la forma de actuar de la joven y solía ser un tanto flexible con ella para no forzarla a hablar demasiado, pues, notaba que cuando algunos lo hacían, Katia se frustraba o terminaba enfadada. Esta misma actitud era la que la distanciaba de las demás personas. Era confuso para ella no comprender a otros y por más que se esforzaba en hacerlo, terminaba alejándose.
Por eso prefirió salir sola, no se sentiría cómoda que otro estuviera a su lado, por más que le insistieron, Katia se aseguró de que no era necesario que la acompañasen; además, no era la primera vez que estaba en París y podía recorrer la ciudad sin ningún problema. Al menos eso creía.
Cuando llegó al centro de París, lo primero que hizo fue dirigirse a algún lugar que su mente recordara. No fue complicado, en especial, cuando vio a los varios artistas que exponían sus cuadros en lo que parecía ser la plaza principal. Katia se dejó guiar, por pura curiosidad, hacia donde éstos estaban. No entendía muy bien porque le agradaba el colorido de aquellas pinturas, pero, tampoco quería hacerlo. Sólo guardó silencio y continuó observando todo lo que llamara su atención, hasta que se percató de un detalle importante. Recordaba sólo a los pintores de la plaza Tertre, sin embargo, no sabía hacia donde dirigirse después. Aquello hizo que su estómago se revolviera y su corazón empezara a latir más rápido de lo normal.
¿Estaba asustada? ¿Nerviosa? ¿Qué rayos estaba pasando?
Era complicado, a esas alturas, no sabe diferenciar sus estados de ánimos. No entender la confusión que le embargaba en circunstancias determinadas. Lo único que pensaba era en alejarse de las personas que la rodeaban en ese preciso instante. Quería estar lejos hasta que su corazón se calmara y su cabeza dejara de ser un caos. Cuando sintió que no podía más, se dejó llevar por sus instintos y con su mirada halló algún edificio que le inspirara suficiente confianza.
Avanzó tan rápido que en el trayecto terminó tropezando con alguien. Katia no supo cómo actuar, sólo alzó la mirada y se quedó observando al joven con el cual había tropezado.
—Yo... Lo, ¿lo lamento? —Dijo en voz baja. No sabía si decir eso era lo correcto o no, estaba confundida—. No lo sé, me he perdido.
Katia Plisétskaya1- Humano Clase Alta
- Mensajes : 27
Fecha de inscripción : 21/12/2014
Re: Invisible Emotions [Privado]
“Human speech is like a cracked kettle on which we tap crude rhythms for bears to dance to, while we long to make music that will melt the stars.”
― Gustave Flaubert, Madame Bovary
― Gustave Flaubert, Madame Bovary
Cuando Hugo no estaba matando gente para su padre, se dedicaba a molestar a su hermana, a quien le daba gusto verlo de mejor humor, pues desde el ataque, se había vuelto un poco más reticente a toda actividad social. Y ese no era su hermano.
Alise había decidido exponer algunas de sus obras en la plaza junto con otros pintores de muy poca fama. Su padre bien podía comprarle una galería para ella sola, pero así era la chica y a Hugo le agradaba eso de su hermana. Era excéntrica y encantadora, como todo Dārziņš, pensaba con muy poca humildad. Fue a verla, para entregarle un sombrero de ala ancha, el más feo que el joven encontró. «Para que no te quemes demasiado, dijo nuestra madre», con esa frase se lo extendió a la chica y la estuvo acompañando un rato, hasta que se hartó. El otrora locuaz Hugo era una versión cirinea de ese pasado más brillante. Conservaba ciertos rasgos, pero resultaba demasiado evidente que prefería la soledad. Situación que antes era impensable. Sin querer fastidiarlo más, Alise dejó que se fuera. Hugo se despidió diciéndole que más tarde hombres de su padre irían por ella.
En lugar de caminar en línea recta, Hugo serpenteó entre los artistas que exponían su obra. Algunos de una bella técnica, supo apreciar aunque la experta era Alise, no él. Otros dejaban más que desear. Había de todo, aunque las escenas pastorales, sobre todo las que involucraban bosques, eran las que más lo incomodaban y atraían. Molesto con la idea, apresuró el paso, alejándose cada vez más de donde estaba su hermana. Se giró para comprobar si todavía la veía, y chocó con algo. O con alguien, mejor dicho.
Frente a él estaba esta chica que sólo pudo transmitirle una cosa: confusión. Hugo jamás había logrado captar algo tan claramente, aunque fuera algo que de nitidez tiene muy poco. Sólo quedaba claro que la joven estaba confundida. Fue a disculparse —porque cuando no tenía un arma en la mano, era todo un caballero— y ella se le adelantó. Esbozó una sonrisa que desapareció tan rápido como vino y frunció el ceño.
—¿Perdida? —Preguntó y de aquel gesto arrugado nació uno de sorpresa. Alzó ambas cejas. La chica no sabía, definitivamente, lo que acababa de decir. En un santiamén Hugo maquinó cómo continuar a partir de ese momento—. Puedo ayudarte, si quieres. ¿Tienes alguna idea de a dónde se supone que tienes que ir? —Pero no lo hacía con dolo. Todo lo contrario; disfrutaba con ese tipo de encuentros que la casualidad tejía para todo mundo con esmero casi maternal. Era de los que no les gustaba desperdiciar las oportunidades, aunque éstas se presentaran de modos poco convencionales.
Hizo amago de buscar la mirada ajena, sólo para comprobar lo que le había transmitido de entrada. La confusión en ella lo confundió a él. Porque no era alarma, ni miedo, ni ansiedad. Era todo y nada a la vez. Tampoco es que se jactara de saber leer muy bien las emociones humanas como para decir con certeza lo que ocurría. Salvó la distancia que el encontronazo interpuso entre ellos y la tomó por un codo.
—Dime, puedo acompañarte —Hugo sabía muy bien que cuando hablaba así y ponía esos ojos inocentes, la gente confiaba en él. Incluso después de que lo mordieran y se volviera más esquivo. A veces era un truco necesario para llevar a término sus misiones. Otras ocasiones era sincero, como en esta, en la que la desconocida no representaba peligro alguno. Si algo agradecía de su nueva condición, era que ahora podía adivinar con mayor precisión las intenciones de los demás.
Hugo Dārziņš- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/11/2015
Localización : París
Re: Invisible Emotions [Privado]
El lugar no es bueno para la imaginación,
y no aporta sueños tranquilizadores por la noche.
—El color que cayó del cielo - H.P. Lovecraft.
y no aporta sueños tranquilizadores por la noche.
—El color que cayó del cielo - H.P. Lovecraft.
¿Y qué esperan aquellos que sólo son arrastrados por la terrible carencia de afecto? Nadie lo sabe con exactitud. Ni ellos mismos son capaces de comprender en lo más mínimo que significa ser aceptados o siquiera queridos por otros. En sus mentes sólo existe un vacío de ideas, en donde la imaginación se ha marchitado y sólo habitan tinieblas sin formas grotescas; porque para ellos, esas tinieblas son sólo eso... tinieblas. Decir que no padecen del miedo y la alegría, es juzgar demasiado. Pero son incapaces de hallar manera de expresar sus voluntades y prefieren acallar la razón con gestos que son completamente ajenos a su voluntad.
Así mismo ocurre con Katia. La terrible situación en la que sus padres la dejaron desde que vino a este a mundo sin ser deseada, ha dejado en su interior un mar agitado por la confusión, y su mente no ha sido capaz de hacerse entender ni siquiera por la lógica. Los esfuerzos de su hermana mayor para que ella aprendiera a lidiar con el mundo, fueron en balde. Pero, ¿qué podía hacer Inna? No tuvo otra alternativa, sino que compensar con la gracia del ballet, toda la carencia de Katia y estuvo bien, porque le permitió hallar un refugio, un lugar en donde estuviera segura, sin siquiera entender porque se sentía así. Asociaba su bienestar con la salud de su cuerpo; le costaba decir cuando estaba bien o cuando pasaba lo contrario. Katia aprendió a distinguir esas "cosas" de las que tanto alardeaban los demás, con las sensaciones de su cuerpo. Sin embargo, no siempre podía hacerlo con fluidez y terminaba dejándose arrastrar por una profunda incoformidad.
Aunque sus memorias yacían desvanecidas en el lecho de la ignorancia, sus ojos poseían un brillo peculiar, como si las lágrimas estuviesen a punto de caer irremediablemente. Su corazón agitado y sus manos frías le eran indiferentes, tanto como los gestos del joven con quien había tropezado por accidente.
¿Por qué él actuaba así? ¿Por qué la miraba de esa manera? ¿Había hecho algo malo?
—¿Idea de qué? —Susurró con la gracia que sólo su falta de entendimiento le otorgaba.
Sus labios se habían abierto ante la duda. No supo qué responderle, no tenía idea de cómo proseguir ante sus preguntas. Sólo el agarre de su codo hizo que reaccionara, con un respingo ante el repentino asalto de la extremidad. Buscó en su mente un recuerdo lejano de su última visita; alguna palabra que la hiciera rememorar lo pasado y poder atender los extraños gestos del muchacho.
Pero Katia sólo lo miró ladeando la cabeza, únicamente percatándose que un mechón de cabello caía de manera desordenada en su frente. Aunque ella no supiera el porqué su atención se la llevaba esa insignificante escena, se atrevió al azar una mano para apartar aquello que no era armonioso en el semblante del joven. El desorden le disgustaba, pero estaba de más preguntarse porque tenía que ser así.
—El viento ha desordenado su cabello —dijo con sencillez, resultándole imposible no continuar detallando el rostro masculino y jovial que estaba frente a ella—. Yo no soy de esta ciudad. Sólo vine aquí por los hombres que pintan... Hay colores llamativos y molestan en la vista, pero otros parecen como las tardes cálidas de un verano en el mediterráneo.
Katia solía ser práctica con sus deducciones. Relacionaba su sentir con alguna imagen que era imposible sacar de su cabeza. Pero no estaba cooperando en nada, sus descripciones no le estaban aportando ideas al chico para que pudiese ayudarla.
—¿Cuál es su nombre? El mío es Katia. ¿Podría soltarme? Por favor.
Katia Plisétskaya1- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 21/12/2014
Re: Invisible Emotions [Privado]
“Does the walker choose the path, or the path the walker?”
― Garth Nix, Sabriel
― Garth Nix, Sabriel
Si Hugo creía que esa joven, menuda y hermosa, no podía descolocarlo más, estaba muy equivocado. Por un momento, ante la solitaria pregunta que escapó de los labios ajenos, creyó que le estaba tomando el pelo. Abrió la boca para decir algo, para responder, y en ese instante se dio cuenta de que no tenía idea de qué decirle. Vaya… lo había dejado sin habla, un hito que ni su hermana había conseguido.
Sin embargo, lo que ella hizo después terminó de echar por la borda toda lógica en la situación. Tomado completamente desprevenido, la joven había acomodado un mechón de su cabello, castaño como el del lobo del dibujo que mantenía guardado con otras posesiones de mucho valor sentimental. Lejos de sentirse ofendido o violado en su espacio personal, encontró en el gesto algo profundamente enternecedor. Giró el rostro, para ver los cuadros expuestos como acto reflejo ante las palabras; aunque vivía con alguien como Alise, él jamás se había detenido a observar así las obras y mucho menos a poner en palabras tan reales lo que le transmitían.
Regresó su atención a la chica, había demostrado, en esas pocas palabras, que era alguien digno de su interés; cuando ésta continuó hablando, le sonrió, gesto que luego se transformó en una mueca más apenada cuando pidió que la soltara.
—Lo siento —se llevó la mano que antes la sostenía del codo, a la nuca—, Katia. Yo soy Hugo y como tú, no soy de la ciudad —técnicamente era verdad, aunque la mayor parte de su vida la había pasado en París y de Riga recordaba muy poco, y dichas memorias eran más producto de viajes recientes.
—Entonces no estás perdida. Viniste a ver a los pintores —aseguró esta vez y volvió a echar un vistazo a su alrededor. Los artistas y los marchantes rodeándolos, ajenos al extraño y peculiar encuentro—. ¿De dónde eres? —Inclinó la cabeza y de ese modo recordó más a su otredad, esa donde era un lobo descomunal. Aunque ahora que la observaba y la escuchaba con atención, podía adivinar de dónde podría ser. El nombre ya era una pista.
—Sólo me preguntaba si sabías a dónde te dirigías, pero ahora sé que estás en el lugar en el que debes estar —retomó el fragmento de conversación inicial. Se escuchó desenfadado, aunado al hecho de que se llevó las manos a los bolsillos y se balanceó en sus talones. Quien lo viera actuar con un chiquillo no creería que era un asesino al servicio de su padre—. Si no te molesta, podemos recorrer el lugar juntos —le sonrió.
Bien podía darse media vuelta en ese instante y dejar el tema por la paz. Katia, después de todo, era sólo una casualidad en un entramado de caminos tan complejo que somos incapaces de entenderlo. Pero Hugo no era así, él no solía dejar las cosas por la paz, sobre todo cuando se topaba con alguien como la joven. Tan intrigante y tan errática como ninguna otra que él pudiera recordar.
—Mi hermana está allá —señaló en dirección al norte—, ella también vino a vender sus cuadros, así que conozco el lugar. Aunque si te has hartado de los colores que lastiman —usó las palabras ajenas adrede—, podemos largarnos de aquí —señaló por sobre su hombro con el pulgar. De aquel modo parecía que la invitaba a una aventura digna de recordarse a través de los años.
Hugo Dārziņš- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 50
Fecha de inscripción : 07/11/2015
Localización : París
Re: Invisible Emotions [Privado]
Y ahora me esperan ciudades que nunca vi,
y descubriré las leyendas de príncipes misteriosos
y el son de la música inmortal.
—Victoria Francés.
y descubriré las leyendas de príncipes misteriosos
y el son de la música inmortal.
—Victoria Francés.
Lidiar, con lo que vivía Katia constantemente, podía resultar frustrante y más si no se estaba acostumbrado; ella, por su parte, había vivido con su malestar desde siempre y logró adaptarse a ello, a pesar de lo tormentoso que resultó ser en un principio. ¿La culpa? De sus padres, tal vez. La indiferencia de éstos hicieron que sus hijas se ahogaran en un terrible abismo, en especial Katia, quien se hizo a un lado porque, según ella, era la solución más práctica. Prefería mantenerse alejada de las personas, pues no se sentía cómoda con otros, haciéndose la idea que era una pieza que no encajaba en el rompecabezas.
Las preguntas retóricas eran innecesarias en su situación, carecían de sentido alguno para ella y hasta le causaban disgusto sin saber porque. En ocasiones no se disculpaba por cuestiones que le resultaban vanas, y consideraba a algunas de sus compañeras insensatas. Pero, no era porque Katia fuera una mala chica; el no poder conectarse con sus emociones la hacía actuar como una persona distante, fría y hasta algo extraña. Su instructora era de los pocos que la entendían y se esforzaba en ayudarla. Eso hizo que Katia mejorara un poco, e incluso, habían ocasiones en las que, gracias a los ejemplos que le colocaba su profesora, lograba asociar determinados estados de ánimo con algunas sensaciones corporales. Sin embargo, su necesidad por estar sola nunca la hacía a un lado y esto le generaba problemas con desconocidos.
Cuando alguien nuevo y ajeno a ella, se le presentaba en el camino, la ponía en aprietos; su cuerpo así se lo hacía saber. Pero ella no hallaba la manera de manifestarlo con palabras. En cambio, se centraba en otros detalles menos importantes. En ese momento, prestaba más atención en los matices del cabello del joven, en el color de sus ojos y hasta en lo mal que estaba el nudo de su corbata. También, en lo agraciada que le pareció su voz y en las finas arrugas que aparecían en su frente cuando alzaba las cejas. Katia hallaba en esas insignificantes cosas, una manera de apaciguar los nervios, y la ansiedad silenciosa que éstos le generaban.
—Hugo... —repitió para sí misma y asintió levemente—. Es un lindo nombre y es la tercera vez que lo escucho; tus padres eligieron bien. —Hizo una breve pausa y dejó escapar un suave suspiro, sintiéndose más en confianza—. Yo nací en Rusia y viví mucho tiempo ahí; ahora viajo por distintas ciudades con el grupo de ballet. —Volvió a observar a los pintores y algunos paisajes parecían quemarle la retina por los colores brillantes que los componían—. Me gusta lo que hacen; son ágiles con el pincel, pero me resulta extraño que no sepan porque lo están haciendo. Es decir, no... no es como si pensaran algo a la hora de pintar en el lienzo. ¿Es eso posible?
Frunció el ceño al momento en que bajaba la mirada. Por más que intentara hallar una respuesta lógica cuando se trataba del arte, no la conseguía, y si intentaban explicarle, sólo la confundían más. ¿Cómo se le podía decir a una persona como Katia que todo aquello era acto de las pasiones del alma? Ella ni siquiera era capaz de comprender cuando estaba triste o feliz.
—Sólo me distraje. El cochero ha de estar por alguna parte de la plaza y no quisiera regresarme ahora. Llevo poco tiempo aquí —habló en voz baja, como siempre acostumbraba. Volvió a mirar al muchacho e imitó la sonrisa, aunque la de ella era aún más sutil—. ¿Adónde íremos? —Preguntó con curiosidad infantil ante la invitación—. No conozco mucho la ciudad, ¿me la podrías enseñar? Es que ellos... tienen las mismas pinturas de antes. Quería ver algo nuevo y sigue lo mismo.
En fracciones de segundos recorrió la plaza con la mirada, fijándose en un grupo de gitanos que estaban algo lejos. Aquellos, bailaban con tanta energía, que lograron captar la atención de la muchacha, quien de manera automática tomó la mano de su nuevo compañero y la jaló con sutileza para que la siguiera.
—Están bailando... Vamos a verlos —dijo sin darle tiempo a reaccionar siquiera. Simplemente continuó avanzando, arrastrándolo hacía donde estaban los jóvenes danzantes.
Katia Plisétskaya1- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 21/12/2014
Re: Invisible Emotions [Privado]
“To me art is an adventure into an unknown world, which can be explored only by those willing to take the risk.”
— Mark Rothko
— Mark Rothko
La dinámica con Katia era completamente nueva. Hugo, a pesar de su juventud, había visto y experimentado muchas cosas, pero nada ni remotamente parecido a esto. No se quejaba, era refrescante y si de algo podía jactarse, era de su propensión a todo aquello que resultara novedoso. La aventura estaba ahí, siempre latente como una llama que ilumina o un pigmento que lo colorea todo. No había necesidad de muchas preguntas, la chica por sí sola, en ese atropellado discurso suyo, dejaba las pistas. Ahora, por ejemplo, ya sabía que debía ser bailarina de ballet. Entendió entonces, que no debía presionar demasiado.
Algo más allá de su entendimiento acontecía dentro de ella, ¿y acaso era malo? Todo lo contrario. Era una invitación abierta para un tipo como él, incansable en su curiosidad y buen humor. Parpadeó tratando de encontrar algo que decir tras el comentario, pero se dio cuenta que aquello resultaba una pregunta lógica, y que nadie había formulado antes. Lo que sí encontró peculiar es que ella, que bailaba y de algún modo dibujaba con las formas de su cuerpo, cuestionara la pasión de otra expresión artística.
Una sonrisa comenzó a formarse en su rostro, dispuesto a decirle que juntos iban a recorrer la ciudad, cuando de nuevo, ella cambió la jugada. Él era impredecible, pero Katia le daba la vuelta. Dio un bote al sentir la mano ajena y se dejó guiar, escuchando a dónde se dirigían. Vio más allá a los gitanos y no le pareció extraño que la joven, siendo bailarina, se sintiera traída por las danzas romanís.
—Conozco el lugar perfecto —habló una vez que estuvieron entre la gente que observaba el espectáculo calé. Se cruzó de brazos—. Pero veamos primero el show —se giró ligeramente para poder ver a su acompañante y le sonrió.
Quizá por eso Hugo resultaba tan bueno con los niños, porque era sumamente paciente, complaciente y guiaba sin presionar. A pesar de que tras su ataque se volvió un poco más solitario y sombrío, le alegraba ver, en ese momento, que no había perdido demasiado de su esencia. Su vida entera, tras ser mordido, se había vuelto una batalla entre el animal que habitaba ahora dentro y el hombre que era, y no quería dejar de ser.
—Entonces… bailas ballet. Es un hermoso arte —comentó como si cualquier cosa mientras los tambores, las guitarras y los panderos aumentaban de ritmo y las mujeres descalzas, vestidas con telas de colores, las hacían moverse con gracia por los aires. Mucha gente que había estado antes curioseando en el mercado de arte ahora se encontraba entre la muchedumbre rodeando a los zíngaros.
—¿Cuánto llevas en París? —Aunque no quería presionarla mucho, había preguntas que no podían hacerse de otro modo, debían ser así, directas. Tampoco quería demostrarle que la trataba como si fuera un ser extraño. Estuvo seguro que estaría a acostumbrada a eso, a ser relegada o evitada, y él no tendía a ese tipo de actitudes.
Hugo Dārziņš- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 50
Fecha de inscripción : 07/11/2015
Localización : París
Re: Invisible Emotions [Privado]
La sangre joven no obedece un viejo mandato.
—William Shakespeare.
—William Shakespeare.
Katia, a pesar de su condición, era una persona sensible, alguien que lograba centrarse en detalles mínimos; siendo, a veces, impredecible para otros que intentaban relacionarse con ella. Tratar con la joven no era tarea sencilla, y menos si se carecía de sentido común y paciencia. Obviamente, Katia tampoco captaba éstas cosas en los demás, consideraba algo común la distancia de las personas y se extrañaba cuando alguien terminaba molesto; por más que tuviera razones aparentes para estarlo, ella no le daba mucha importancia. Desde pequeña se había acostumbrado a la indiferencia, a reprimir sus emociones, y a arriesgarse a carecer de éstas en un futuro. Por suerte, Antonina, su tutora, se encargó de que esto fuera mejorando y estaba obteniendo resultados positivos. El cambio iba a ser lento, pero seguro y también bueno.
Quizá, haberse topado con aquel muchacho, era parte de esa evolución. París parecía estar llena de sorpresas, y aunque Katia se sintiera ajena a todo esto, lo asimilaba de buena manera. Sentía paz, comodidad y una sensación agradable, como si todos sus sentidos estuvieran perfectamente sincronizados. Eso mismo fue lo que experimentó al estar frente a aquellos jóvenes alegres que danzaban a la par de los instrumentos que tocaban sus otros compañeros.
Era la primera vez que presenciaba un espectáculo de ese estilo. En el ballet solían ser extremadamente rigurosos con las posturas del cuerpo; también se tenía que seguir pasos y no dejarse llevar por un arrebato. Era hermoso; sin embargo, también era exigente y consumía tiempo, tanto en la práctica, como en las presentaciones finales. Era, por así decirlo, una profesión. Por lo que, esa libertad en la danza de los jóvenes gitanos, era algo que a Katia le generaba curiosidad. Ella nunca tuvo el permiso de bailar de esa manera, era algo prohibido y mal visto dentro del ballet clásico. Aun así, lo consideraba atractivo a sus ojos. Era un baile espontáneo y alegre. Era libre. Y ella siempre quiso ser libre.
—Ellos… tienen mucha libertad —murmuró sin apartar la vista de los bailarines—. ¿Es eso posible? —Observó a su acompañante, dirigiéndole una mirada inquisitiva, como si aquel joven tuviera todas las respuestas a sus interrogantes—. A mí nunca me permitieron hacer eso. Antonina no me dejaría ni siquiera intentarlo.
La voz de Katia cada vez se perdía más en susurros. Conversaba con el muchacho, pero a la vez, lo hacía consigo misma. Aquella actitud solía ser recurrente en ella; era curiosa y de algún modo le agradaba que otros atendieran sus dudas. Era como enseñarle el mundo a un niño pequeño. Katia era un caso único entre los suyos y eso quizá la hacía una muchacha interesante, pero igualmente complicada.
—Lo siento —dijo en voz baja, excusándose con la mirada gacha—, no estoy acostumbrada a estas cosas. Las veces que he venido aquí, no he salido mucho. Hoy me atreví a hacerlo por mi cuenta. Llevo un par de semanas aquí y tal vez me quede más tiempo que en ocasiones anteriores. —Alzó el rostro y le dedicó una sonrisa—. Gracias, Hugo.
Estaba a punto de anunciar su despedida, pero recordó algo que él había dicho hacía poco y eso hizo que cambiara de opinión. Antonina la reprendería por eso; sin embargo, había algo en su interior que le recriminaba su encierro. Deseaba hacer algo nuevo después de tanto tiempo; no comprendía del todo porque tenía aquella sensación, pero le pareció agradable.
—¿Conoces la ciudad? ¿Hay otros lugares tan agradables como este? Parece que sabes mucho y me gustaría que fueses mi guía, si no es mucha molestia. —Las palabras salieron con naturalidad, como si no estuviera tratando con un desconocido. ¿Valdría la pena tanta confianza?
Katia Plisétskaya1- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 21/12/2014
Re: Invisible Emotions [Privado]
“eleutheromania”
— (noun) Eleutheromania is an intense and irresistible desire for freedom. The highly emotional human response has connotations of delirium, craze, and craving for total independence.
— (noun) Eleutheromania is an intense and irresistible desire for freedom. The highly emotional human response has connotations of delirium, craze, and craving for total independence.
Cuando le habló, Hugo simplemente la miró. Era obvio que se refería a los gitanos, pero en ese instante la chica le pareció mucho más fascinante. Más allá los zíngaros seguían danzando, pero por el momento, le parecieron irrelevantes. Una sonrisa como anzuelo se dibujó en el rostro del joven, quien era de por sí alguien de sonrisa fácil, pero pocas veces surgía de un arrobo diferente. Era casi como si observara algo por primera vez; uno no podía inventarse personas como Katia y eso le encantó. Al fin giró el rostro, donde pañuelos de colores pintaban el cielo y pulseras de oro acompañaban a la orquesta. Pudo entender a qué se refería con libertad y de manera amistosa, colocó una mano sobre su hombro.
—Ya veo. No tienes nada que agradecer… —pero la frase se quedó inconclusa cuando ella continuó- Hugo acentuó su sonrisa de lobo y rio de buena gana—. París tiene muchos lugares como este, ya lo verás. Será para mí un honor guiarte, no es para nada una molestia —se llevó una mano al pecho e hizo una reverencia teatral, inclinándose al frente todo lo que pudo, considerando el gentío. Al erguirse, ofreció su mano como un flautista de Hamelín que busca llevarse a los niños. O a esta peculiar niña, al menos.
—Salgamos de aquí —ofreció y tomó la mano ajena con fuerza para abrirse paso entre la gente. Todo se complicó un poco cuando la danza terminó y los gitanos comenzaron su acto con un enorme oso. Toda la gente quería ver a la bestia más de cerca. Hugo echó un vistazo, considerando que era inhumano para el animal, pero tampoco iba a intentar salvarlo.
Tras batallar un poco, al fin salieron de la muchedumbre, justo del otro lado de donde habían estado viendo arte. Había una calle que ascendía hasta el centro y una fuente en la esquina cuyo chorro patético de agua apenas si hacía ruido.
—Ven, por aquí —la invitó. Era una sombra que empujaba a su dueño a la aventura. Por lo que había dicho, Hugo adivinó que el ballet era muy rígido y él le daría diversión por al menos un par de horas. Avanzó pero se detuvo, para girarse luego—. Vas a tener que confiar en mí, ¿eh? —Le guiñó un ojo y sin darle oportunidad a responder, continuó avanzando por la calle.
Después de algunos metros, la soltó, pero no detuvo el paso, sólo lo hizo porque creyó que ella ya habría entendido en qué dirección debían caminar. Hugo fue aminorando el paso, acercándose con algo de misterio a una panadería que estaba cerrada, por la hora, apenas estarían haciendo el pan. Del otro lado de la Rue de Rivoli venía un hombre en su dirección con dos grandes botellas de leche en la canasta. Se detuvo en la panadería, donde al parecer iba a dejar la leche. Hugo aguardó y tomó de la muñeca a Katia.
—Sígueme —le dijo muy quedo y cuando el hombre se distrajo, el joven se montó en la bicicleta—. Ven —apresuró a su acompañante—, siéntate aquí —señaló el marco del armatoste aquel, espacio suficiente para la menuda chica.
Cuando comenzó a pedalear, el lechero se dio cuenta de lo que estaba pasando y gritó algo, los insultó, los llamó ladrones, cosa que sí eran al estar tomando su bicicleta, pero Hugo ya no le prestó atención. Pedaleó con fuerza, aún con el peso extra de Katia. Su condición de licántropo le daba mejor desempeño en las labores físicas. Se fue pedaleando por la Rue Perrault como si no hubiera mañana.
Hugo Dārziņš- Licántropo Clase Alta
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Re: Invisible Emotions [Privado]
¿Qué es la felicidad? —preguntó Windumanoh.
No lo sé muy bien. Para mí, como ya te digo,
la felicidad se parece al silencio.
—Ana María Matute, Aranmanoh.
No lo sé muy bien. Para mí, como ya te digo,
la felicidad se parece al silencio.
—Ana María Matute, Aranmanoh.
Katia no se esperaba, ni remotamente, por lo que iba a pasar durante ese día. En realidad, iba a ser la primera vez que viviera experiencias de ese tipo, aunque, para alguien como ella, carecían de respuestas lógicas. Y no porque fuese una persona aburrida o rígida en exceso, sino, porque a diferencia de muchos, Katia poseía una personalidad compleja, en donde las emociones pasaban a un segundo plano; era una extraña personalidad que la ciencia médica no había descubierto en ese entonces. Es más, si ella estuviera en terapia con psicólogos, éstos se sorprenderían muchísimo de los hallazgos, y, probablemente, querrían tenerla como conejillo de indas; pero, por suerte, no era de ese modo. La joven tendría que aprender a lidiar, y a comprender de algún modo, su condición, pues tampoco era algo irremediable. Simplemente era cuestión de encontrarse con las personas adecuadas. Tenía que abandonar la burbuja en donde se refugiaba y aprender a lidiar con el exterior.
Agradeció el momento en que Hugo la sacó de ahí, alejándola de todo aquel alboroto. Si bien estaba disfrutando de las danzas espontáneas de los gitanos, las personas que empezaban a aglomerarse a su alrededor le generaban malestar, como si de un momento a otro le fuera a faltar el aire. No tuvo tiempo de responderle nada a su acompañante, sólo se dejó guiar por él, sintiendo su corazón latir a una gran velocidad; pero en vez de sentirse agobiada, todo aquello le resultaba fascinante. Estaba descubriendo un mundo nuevo, muy alejado al suyo, que estaba lleno de etiquetas y normas.
—Agradezco mucho que hagas esto, Hugo. Eres muy amable —dijo finalmente cuando lograron escapar de la muchedumbre. Pero antes de continuar, Katia observó el enorme oso al fondo, y sintió algo raro en el pecho; algo que no lograba describir qué era—. ¿Por qué tienen a un oso? ¿Está bien eso? —inquirió en voz baja, observando con cierta pena al animal. Quiso quedarse más tiempo, más las indicaciones del joven la hicieron entrar en razón y seguirle el juego, sin siquiera saber lo qué harían—. De acuerdo, confiaré en ti —simplemente repitió lo mismo que él le había dicho—; pero, ¿a dónde iremos ahora?
Y Hugo, en vez de responderle, sólo actuó. Las acciones del chico eran las respuestas que buscaba Katia; la única opción era seguir sus pasos. Las palabras no alcanzaban para poder explicar todo lo que pasaba por su mente. Creyó oír la voz de Antonina reprendiéndola, no obstante, ésta sólo fue un recuerdo lejano. Lo que estaba por ocurrir era algo que iba más allá de los límites que tenía para sí misma, a pesar de ser como era. Observó las fachadas de las casas; la panadería en donde un hombre dejaba unas botellas de leche, y acto siguiente, se veía a sí misma corriendo hasta donde estaba Hugo.
Ya estando en la bicicleta, se aferró lo mejor que pudo, mientras iban alejándose del sujeto que les hombre desde la distancia. Katia no supo qué decir, sentía su corazón a punto de salírsele por la boca en cualquier momento.
—Creo que se quedó muy molesto —aclaró, sorprendiéndose luego de sus propias palabras. ¿Acaso era la terapia de la que tanto le hablaba Antonina? Tendría que averiguarlo—. Nunca había subido a una de estas cosas, me parecían inseguras —confesó, mientras observaba todo a su alrededor—. ¿Siempre robas bicicletas? Has de tener una vida muy agitada si siempre haces esto. Debe ser bueno gozar de tanta libertad. —Hizo una pequeña pausa—. ¿De dónde sacas tanta energía? Te has vuelto a despeinar de nuevo.
Katia Plisétskaya1- Humano Clase Alta
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Re: Invisible Emotions [Privado]
“The secret to humor is surprise.”
― Aristotle
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Cuando sintió que era seguro, dejó de pedalear con tanta fuerza, pero no se detuvo. A esa velocidad era más fácil contemplar el paisaje, aunque Hugo parecía conducir a un sitio muy en específico. Sólo necesitaba seguir toda la Rue Perrault hasta salir de la ciudad y todavía un poco más allá, y llegarían al lugar que quería mostrarle. No tardarían mucho en llegar. Es más, comenzó a zigzaguear suavemente como si estuviera dando un paseo dominical.
—Lamento decirte que no, eso que hacían los gitanos con el oso no está muy bien que digamos, pues suelen maltratar al animal para que los obedezca. No te ofusques por eso, ¿vale? —La miró brevemente y luego continuó su trayecto.
—Por supuesto que se quedó molesto, pero no te preocupes, me encargaré de regresarle la bicicleta y pagarle bien cuando regresemos —volvió a guiñarle un ojo con descaro. Bien podía estar mintiendo, pero no era así. Los Dārziņš podían tener todos los negocios ilegales que se quisiera, y matar a sangre fría a todo enemigo, pero sus valores estaban muy bien cimentados: jamás pisotear a quien trabaja limpiamente, y siempre regresarle algo a la sociedad de la que tanto abusaban.
—¡Por supuesto que no me dedico a robar bicicletas! —Se dedicaba a algo muchísimo peor: a matar, eso claro, no se lo dijo—, ésta sólo la tomamos prestada. Es más, si te da más tranquilidad, me acompañas cuando se la regrese al lechero —sonrió, sin perder de vista el camino.
Pensó en la otra pregunta que Katia le lanzó. ¿Era acaso su condición de licántropo? Eso quizá provocaba que aguantara más, jornadas más largas o situaciones más extremas, pero lo de la energía… eso siempre lo había tenido. Incluso rio un poco, pensando en que si lo hubiera conocido antes de su ataque, simplemente no habría podido seguirle el paso. Y es que tras ser mordido, la verdad es que ese chico inquieto que era Hugo se apagó un poco, no obstante, algo de quien fue en su momento, seguía en él, la muestra era ese peculiar paseo en bicicleta.
—No, quiero decir… —negó con la cabeza—, no sé de dónde saco tanta energía, pero para mi trabajo la necesito. ¡Hey! Pero si tú eres bailarina, también deberías tener mucha —frunció el ceño, aunque dijo totalmente en broma. A su alrededor, el paisaje comenzó a cambiar, ya no había una casa tras otra, sino árboles y junto al camino, un riachuelo corría.
—Dime si te cansas, podríamos parar, vamos como a mitad de camino a donde quiero llevarte —sabía que ir sentada en el arco de la bicicleta no era del todo cómodo y no la iba a torturar así sólo por cumplir un capricho y llevarla a la aventura.
Cruzaron un puente de piedra. El sol se colaba entre las hojas. El rumor del agua era arrullador. Sin duda era un paisaje envidiable, hermoso, y aún así, no era lo que quería mostrarle. Su destino era algo mucho más espectacular, aunque eso sí, se trataba de una sorpresa.
Hugo Dārziņš- Licántropo Clase Alta
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Re: Invisible Emotions [Privado]
Cuando me encuentro con la aurora,
O acostado espero la noche para soñar,
He oído dentro a mis huesos balbucear:
Otro día, otra noche, otra hora.
—A.E. Housman.
O acostado espero la noche para soñar,
He oído dentro a mis huesos balbucear:
Otro día, otra noche, otra hora.
—A.E. Housman.
Era la primera vez en su vida que se relacionaba con una persona como Hugo, tan enérgica, suspicaz, demasiado inquieto. Para Katia resultaba curioso, extraño, algo que intentaba comprender en su mente; sólo hallaba explicaciones racionales o se fijaba en detalles que nada respondían a sus dudas. ¿Sería su incapacidad de comprensión algo curable? Quizás sí. Tendría la posibilidad de percibir el mundo de manera distinta, sin aferrarse tanto a la ignorancia en la que vivía constantemente, como si todo a su alrededor le diera absolutamente igual. Pero eso no era su culpa, fue un mal causado por malos padres; era una suerte que Katia no sintiera nada hacia ese recuerdo. De momento sólo se centró en su nuevo amigo, quien la guiaba a algún lugar que para ella seguía siendo desconocido.
Observaba como todo iba quedando atrás, como las cosas cambiaban de lugar, y el camino iba abriéndose ante ambos. Ese era su primer viaje en bicicleta, antes no había subido a una, y ahora que lo hacía, se sentía bien, aún no entendía muy bien la razón, pero trató de no darle tanta importancia. Sólo se quedó calmada ante la sensación de la brisa fresca golpeándole el rostro, del movimiento suave, y hasta hipnótico, del vehículo; también en la voz que se dirigía a ella, sacándola de su casi imposible ensoñación.
—Oh, ¿entonces si le regresarás su bicicleta? Porque no está bien que le quites algo a otro sin su permiso. O eso dicen. Supongo que si se la devuelves no tendrá que enojarse de nuevo —habló con su ese tono educado y común ella, no comprendiendo qué era ese guiño que acababa de ver—. ¿Tienes algún sucio en el ojo? Deberías mirar al frente, no vaya a ser cosa que tropieces con algo.
Quizás las palabras de ella resultarían curiosas para el chico, pero ya a ese punto él tenía que haberse percatado de que no estaba lidiando con una muchacha tan común como la mayoría. Tan sólo con sus acciones, gestos, y respuestas, eran más que suficientes para saberlo.
—¡Es verdad! Necesito tener mucha energía cuando voy a bailar, y también memoria, para no olvidarme los pasos. Cuando estoy libre, Antonina me aconseja dormir bien, alimentarme bien, entre otras cosas —expuso, mientras desviaba la mirada hacia detalles del paisaje que llamaban su atención—. Tu trabajo también debe pedirte energía, ¿no? ¿A qué te dedicas exactamente? No creo que también bailes, no parece tu estilo.
Sintió los deseos de reír, y lo hizo. Fue breve, muy breve, pero fue un impulso que creyó necesario dejar escapar. Se llevó la mano al pecho, y por varios segundos se dejó abstraer por el sonido del agua, también de las hojas danzando con armonía por el viento. Aquel lugar era maravilloso, ¡ojalá pudiera volver alguna vez! Solía estar encerrada, sin embargo, al haberse escapado de su jaula de oro, sopesó en el hecho de que había perdido muchas cosas.
—¿Sabes, Hugo? Yo nunca había viajado por lugares tan... bonitos. Siempre he estado dentro de casa, o en la academia —frunció el ceño al recordar todo eso—. Creo que está muy bien que te haya conocido. Eres un joven muy amable.
Katia parecía una niña pequeña, a la que había que guiar sutilmente, hablarle de manera cuidada y de más. Pero igual merecía divertirse, disfrutar de las mismas cosas que otros; el simple hecho de ser como el resto, no significaba motivo de aislamiento, y parecía que Hugo lo entendía.
Katia Plisétskaya1- Humano Clase Alta
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Re: Invisible Emotions [Privado]
“Dare to live the life you have dreamed for yourself. Go forward and make your dreams come true.”
― Ralph Waldo Emerson
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Soltó una risa, que sólo se acentuó cuando ella le preguntó si tenía algo en el ojo. Katia era peculiar, por ponerlo en un término sencillo, ya que Hugo empezaba a creerla indescriptible. Había una franca candidez en la joven, que él creía muy necesaria en este mundo corrupto. Que para colmo, él se encargaba de corromper más. Ella no lo sabía, y él no se lo iba a decir, pero era casi como si se tratara de un opuesto a él. Un blanco a su negro.
Su risa se detuvo cuando la siguiente pregunta llegó. Suspiró y se puso algo más serio. No dijo nada por un rato, sólo se mordió un labio. No, no podía decirle a qué se dedicaba. De algún modo extraño, Hugo confiaba en ella, y es que en su negocio, uno no podía simplemente bajar la guardia con desconocidos, y aunque Katia le caía muy bien, no dejaba de ser una. Sabía apenas lo básico sobre ella.
—¡Pero qué dices! —En cambio retomó otra parte de la conversación—. Pero si este camino está exactamente a un lado de París, ¿y no lo conocías? Es más, creo que si volteamos aún veríamos la ciudad. ¿No sales mucho con tu compañía de baile o algo así? Muy mal, muy mal… —negó con la cabeza, bromeando—, pero no te preocupes, para eso estoy yo aquí, ya que parece que le hace falta bastante diversión a tu vida. No te preocupes, viniste con el hombre indicado —volvió a reír, olvidando de momento la respuesta que aún le debía, aunque el asunto regresó a él para intranquilizarlo nuevamente.
—Trabajo ayudando a mi padre con sus negocios. Tiene algunos locales que arrenda y algunos otros asuntos en esta ciudad y otras —sabía que era una respuesta poco precisa, y mucho menos satisfactoria. Pero no quería asustarla, ni mostrarse con el asesino que era. ¡Era trabajo! ¡Era lo que debía hacer por su familia! Los dilemas morales jamás le habían representado un dolor de cabeza recurrente, eso era porque hasta entonces, no era Katia quien, sin saber, los planteaba. Suspiró y apresuró de nuevo el ritmo de sus pedaleadas.
—¡Ah! Ahí está —soltó una mano del manubrio y señaló al frente. Ante ellos se erigía Versalles, la residencia del monarca francés. Un sitio tan grande y tan hermoso que quitaba el aliento. Lo envolvía un ambiente de calma, no había gente en sus jardines. Hugo sonrió, satisfecho, y encontró muy útil su fuerza de licántropo que los hizo llegar hasta ahí en relativamente poco tiempo.
Bajó ambos pies y de ese modo frenó lentamente frente al Estanque de Apollo. Dejó que ella bajara primero, y luego él la imitó. La bicicleta quedó en el suelo y Hugo puso los brazos en jarra, orgulloso.
—¿Y bien? ¿Qué te parece? ¿Valió la pena? —Trató de ver más allá, por si había guardias o algo parecido, que técnicamente, no estaban haciendo nada malo, pero era obvio que Hugo no lidiaba bien con la autoridad.
Hugo Dārziņš- Licántropo Clase Alta
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Re: Invisible Emotions [Privado]
No podía creerlo, aunque su escasa imaginación solía ser una evidente limitante, sencillamente, la sorpresa si pudo vislumbrarse en su mirada. El palacio de Versalles se abría paso ante sus ojos, y todo el paisaje circundante los envolvía con esa majestuosidad que para Katia era complicado de descifrar. Debía agradecer a Hugo, desde luego, porque ese joven tan enérgico le mostraba un mundo diferente del que ella estaba acostumbrada; le hacía ver una realidad que le fue ajena durante muchos años. Lo único que existía para Katia, hasta ese entonces, era el ballet. Pero esa vez, y gracias a su complicada osadía, se le revelaron cosas maravillosas.
Y tanta fue tanta su distracción por los detalles que encontraba durante el recorrido, que poco se dio a la tarea de reflexionar lo que le mencionaba Hugo. Aunque era extraño que Katia lo hiciera, debido a su extraña, ¿enfermedad? Quizás en ese entonces era algo completamente desconocido, y apenas podían comparar a esas personas como distantes, frías y complejas. Al menos Hugo no se daba la tarea de sacar semejantes deducciones, a pesar de que la muchacha le resultara alguien curiosa, digna de acompañarlo a una aventura audaz. En la que estaban ya, cabe decir.
—Y no, no salgo mucho con la compañía de ballet, apenas lo necesario. Tampoco es como si me interese hacerlo, debo admitir —habló con una franqueza admirable. A veces se limitaba a hablar, no por temor a herir susceptibilidades, sino que no le apetecía y punto—. Y es porque ellos no son como tú, entonces no es algo interesante. No los entiendo en lo absoluto, así que prefiero quedarme en el hotel leyendo o practicando... Pero hoy tampoco quise hacer eso, y creo que fue una buena iniciativa el haber tomado la decisión de acercarme a la plaza.
Admitió sin guardarse nada, porque era la verdad. Es más, ¿por qué habría de ocultarlo? Es decir, no tenía motivos como para quedarse callada, y no con ese muchacho, que tan amable había sido con ella. Ese pensamiento la llevó a abstraerse por unos minutos, apenas dándose cuenta que ya la bicicleta no seguía en movimiento. Observó a los lados, luego el estanque que se hallaba al frente y finalmente terminó bajándose del vehículo. Se tomó su tiempo, sí, pero ya se ha dejado bastante claro que se trataba de una chica compleja, ¿no es así? Sus acciones siempre iban adornadas con esa singular personalidad suya.
—Oh —alcanzó a decir, casi dominada por la incapacidad de poder gesticular algo más—. Me recuerda al Palacio de Invierno. Aunque —hizo una pausa breve, mientras intentaba entender algo—, ¿no está mal que entremos así en la propiedad del rey? Es osado, Hugo.
Habló en voz baja. Había en sus palabras también algo de complicidad, como si en realidad su intención no fuera, exactamente, que se retiraran del lugar, sino que esperaba con impaciencia la respuesta de Hugo, que de seguro sería tan ocurrente como él mismo. Katia nunca antes se había sentido de ese modo, tampoco alcanzaba a comprenderlo con obvia claridad, pero si consideraba que podía ser algo bueno. Antonina le había enseñado lo suficiente sobre sí misma, y la joven empezaba a asimilar determinadas sensaciones con cosas completamente positivas, como en ese caso.
Katia Plisétskaya1- Humano Clase Alta
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