AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Invisible chains | Privado
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Invisible chains | Privado
But there is also always some reason in madness.
Damien acudía a visitar a su esposa unos cuatro días al mes, el día lunes de cada semana. Al inicio, cuando la tragedia había estado medianamente reciente, solía hacerlo más a menudo, acudía a ella hasta tres veces por semana, en un intento de recompensar, de alguna manera, lo que él mismo había ocasionado. Pensaba que si Anges se daba cuenta de que a él seguía importándole, ella podría perdonarlo algún día, y estaba casi seguro de que de ocurrir eso, él lograría también amortiguar un poco su culpa. Pero, después de tantos años, el hombre se había cansado. Su mente parecía otra, una mucho más muy pesimista. Parecía haberse dado por vencido. Aceptaba que todo aquello era un castigo por todos sus pecados, y había sucumbido ante la idea de que Anges jamás volvería a ser la misma de antes. Parecía un hombre tristemente resignado pero, independientemente de sus ideas negativas y su falta de esperanzas, el cariño por ella no se había desvanecido del todo, seguía vigente en su pecho, latiendo constantemente, unas veces más débilmente que otras. Algunas veces tal sentimiento parecía dormido, como si alguien lo hubiera sedado, pero otras tantas estaba más vigente que nunca y le inundaba el pecho. Su sentimiento se alimentaba del dolor, sobrevivía como un auténtico guerrero, se negaba a morir.
Se miró al espejo antes de salir de su habitación y un hombre de tristes ojos castaños le devolvió la mirada. Intentó disimular, pero hacía tanto tiempo que no lo lograba. Afortunadamente, ser el señor de la casa tenía sus privilegios, como el hecho de que todos fingieran que nada ocurría con él y que nadie lo cuestionara cada vez que hacía esas extrañas excursiones en el bosque que casi siempre le tomaban más de tres horas. La mayoría aún creía que se levantaba muy temprano para irse de cacería, como venía haciendo desde joven, pero para algunos cuantos, esos de curiosa e inquisidora mente, seguía pareciéndoles demasiado sospechoso que, después de tantas horas, el hombre volviera a casa sin una sola presa como trofeo.
Esa mañana en especial, Damien parecía querer levantar todavía más sospechas. Salió de la casa con un misterioso bulto de mediano tamaño que colgaba de su mano derecha, lo mantenía a la altura de sus rodillas y estaba cubierto con una gruesa manta oscura que le había colocado con la intención de que los rayos solares no develaran lo que había debajo. Se dirigió así hasta el bosque, donde se perdió siendo guiado por el alba, a la cual no dejó de contemplar durante todo su trayecto. A una persona que no conocía el bosque le llevaba bastante tiempo salir de él o llegar a su destino, pero para Damien, que lo conocía tan bien como a la palma de su mano, le llevó apenas una hora atravesarlo.
Al otro lado del bosque se encontraba una vieja propiedad construida de piedra maciza, el color oscuro revelaba que debía ser una vivienda bastante antigua y que era muy probable que había fungido como templo. A lo alto podía verse una torre pequeña y un campanario, aunque allí no había ninguna campana, tan sólo estaba el hueco que el ruidoso instrumento había dejado, el cual era bastante grande. Las paredes estaban cubiertas de pálidas enredaderas, mismas que corrían a lo largo de los muros. También había un árbol grande que en verano o primavera debía hacer del lugar un sitio mucho más vistoso y lleno de vida, pero ahora, que estaban a finales de otoño, las hojas pardas cubrían el césped y el árbol permanecía tristemente desnudo. El sol se había escondido dando paso a un cielo gris bastante encapotado; no llovía, pero Damien podía percibir el inconfundible olor a tierra y hierba húmeda, lo que indicaba que la lluvia ya se había hecho presente en las cercanías y pronto estaría mojando la hierba bajo sus pies. Una amarillenta y penetrante neblina lo envolvía todo y Damien apenas pudo distinguir las dos figuras que se encontraban fuera de la propiedad. Se trataba de Odette, la enfermera que él mismo había contratado para que atendiera a su esposa, y la misma Anges, que parecía danzar ante la mujer. El hombre apresuró su paso y se acercó a la cuidadora sin despegar la vista de su esposa, a quien observó tanto atónito como encantado, pues por un lado le desconcertaba el que ella estuviera allí afuera sin protección alguna, expuesta, mientras la enfermera se limitaba a observarla con un gesto de preocupación mezclado con indignación; pero por otro le maravillaba ver a una Anges sonriente, libre, como un pájaro que agitaba gustoso sus alas después de años en cautiverio.
—¿Qué es lo que ocurre? ¿Por qué no está Anges adentro? —preguntó a la enfermera, a la que pocos años le faltaban para ser considerada como una anciana. Ella pasó saliva y su expresión de preocupación se acentuó con la presencia del señor. Él no despegó ni un segundo los ojos de la silueta femenina que se mecía y canturreaba a lo lejos, extendiendo los brazos para sentir la lluvia imaginaria que caía sobre ella.
—Se niega a volver a su habitación, señor, está fuera de control —negó con la cabeza y clavó los ojos en la enferma—. ¡Intenté tomarla del brazo y me ha mordido! —mostró al hombre una herida en forma de ovalo situada en su brazo izquierdo, tenía sangre y empezaba a notarse amoratada.
—Tranquila, Odette, yo me haré cargo. Vuelva adentro y cure esa herida, nosotros iremos en un segundo —él se mantenía sosiego e impasible, tan sereno que podía llegar a juzgársele de indiferente.
Odette los dejó solos, en ningún momento pareció dudar de la capacidad de su patrón para controlar a ese demonio con rostro de ángel. Damien colocó en el césped el bulto que había llevado con él y destino toda su atención en la mujer que parecía no haberse percatado —o no querer hacerlo— de su presencia. Con cautela dio dos pasos al frente y acortó la distancia. Lamió sus labios y pensó bien las palabras que elegiría para convencerle, pues antemano sabía que Anges podía tener la apariencia de una muchacha inocente y dulce, pero la fuerza que su menudo cuerpo albergaba era capaz de darle batalla, además temía que ella se sintiera amenazaba y corriera escapando de su lado, lo cual haría todo más difícil.
—Angie… —la llamó dulcemente, casi en un susurro, y con las manos a la altura de su pecho, como si con ese gesto pudiera tranquilizarla. Ella no pareció escucharle—. Anges, mírame, soy yo, Damien. He traído un regalo para ti, pero tienes que acercarte para poder dártelo —insistió, alzando la voz esta vez. Al ver que ella no parecía interesada en su presencia, decidió retroceder y convencerla de que sus palabras no estaban vacías. Quitó de encima la manta del bulto y una jaula apareció debajo, una que mantenía cautivos a dos hermosos canarios que iban de un lado a otro, como la propia Anges.
Se miró al espejo antes de salir de su habitación y un hombre de tristes ojos castaños le devolvió la mirada. Intentó disimular, pero hacía tanto tiempo que no lo lograba. Afortunadamente, ser el señor de la casa tenía sus privilegios, como el hecho de que todos fingieran que nada ocurría con él y que nadie lo cuestionara cada vez que hacía esas extrañas excursiones en el bosque que casi siempre le tomaban más de tres horas. La mayoría aún creía que se levantaba muy temprano para irse de cacería, como venía haciendo desde joven, pero para algunos cuantos, esos de curiosa e inquisidora mente, seguía pareciéndoles demasiado sospechoso que, después de tantas horas, el hombre volviera a casa sin una sola presa como trofeo.
Esa mañana en especial, Damien parecía querer levantar todavía más sospechas. Salió de la casa con un misterioso bulto de mediano tamaño que colgaba de su mano derecha, lo mantenía a la altura de sus rodillas y estaba cubierto con una gruesa manta oscura que le había colocado con la intención de que los rayos solares no develaran lo que había debajo. Se dirigió así hasta el bosque, donde se perdió siendo guiado por el alba, a la cual no dejó de contemplar durante todo su trayecto. A una persona que no conocía el bosque le llevaba bastante tiempo salir de él o llegar a su destino, pero para Damien, que lo conocía tan bien como a la palma de su mano, le llevó apenas una hora atravesarlo.
Al otro lado del bosque se encontraba una vieja propiedad construida de piedra maciza, el color oscuro revelaba que debía ser una vivienda bastante antigua y que era muy probable que había fungido como templo. A lo alto podía verse una torre pequeña y un campanario, aunque allí no había ninguna campana, tan sólo estaba el hueco que el ruidoso instrumento había dejado, el cual era bastante grande. Las paredes estaban cubiertas de pálidas enredaderas, mismas que corrían a lo largo de los muros. También había un árbol grande que en verano o primavera debía hacer del lugar un sitio mucho más vistoso y lleno de vida, pero ahora, que estaban a finales de otoño, las hojas pardas cubrían el césped y el árbol permanecía tristemente desnudo. El sol se había escondido dando paso a un cielo gris bastante encapotado; no llovía, pero Damien podía percibir el inconfundible olor a tierra y hierba húmeda, lo que indicaba que la lluvia ya se había hecho presente en las cercanías y pronto estaría mojando la hierba bajo sus pies. Una amarillenta y penetrante neblina lo envolvía todo y Damien apenas pudo distinguir las dos figuras que se encontraban fuera de la propiedad. Se trataba de Odette, la enfermera que él mismo había contratado para que atendiera a su esposa, y la misma Anges, que parecía danzar ante la mujer. El hombre apresuró su paso y se acercó a la cuidadora sin despegar la vista de su esposa, a quien observó tanto atónito como encantado, pues por un lado le desconcertaba el que ella estuviera allí afuera sin protección alguna, expuesta, mientras la enfermera se limitaba a observarla con un gesto de preocupación mezclado con indignación; pero por otro le maravillaba ver a una Anges sonriente, libre, como un pájaro que agitaba gustoso sus alas después de años en cautiverio.
—¿Qué es lo que ocurre? ¿Por qué no está Anges adentro? —preguntó a la enfermera, a la que pocos años le faltaban para ser considerada como una anciana. Ella pasó saliva y su expresión de preocupación se acentuó con la presencia del señor. Él no despegó ni un segundo los ojos de la silueta femenina que se mecía y canturreaba a lo lejos, extendiendo los brazos para sentir la lluvia imaginaria que caía sobre ella.
—Se niega a volver a su habitación, señor, está fuera de control —negó con la cabeza y clavó los ojos en la enferma—. ¡Intenté tomarla del brazo y me ha mordido! —mostró al hombre una herida en forma de ovalo situada en su brazo izquierdo, tenía sangre y empezaba a notarse amoratada.
—Tranquila, Odette, yo me haré cargo. Vuelva adentro y cure esa herida, nosotros iremos en un segundo —él se mantenía sosiego e impasible, tan sereno que podía llegar a juzgársele de indiferente.
Odette los dejó solos, en ningún momento pareció dudar de la capacidad de su patrón para controlar a ese demonio con rostro de ángel. Damien colocó en el césped el bulto que había llevado con él y destino toda su atención en la mujer que parecía no haberse percatado —o no querer hacerlo— de su presencia. Con cautela dio dos pasos al frente y acortó la distancia. Lamió sus labios y pensó bien las palabras que elegiría para convencerle, pues antemano sabía que Anges podía tener la apariencia de una muchacha inocente y dulce, pero la fuerza que su menudo cuerpo albergaba era capaz de darle batalla, además temía que ella se sintiera amenazaba y corriera escapando de su lado, lo cual haría todo más difícil.
—Angie… —la llamó dulcemente, casi en un susurro, y con las manos a la altura de su pecho, como si con ese gesto pudiera tranquilizarla. Ella no pareció escucharle—. Anges, mírame, soy yo, Damien. He traído un regalo para ti, pero tienes que acercarte para poder dártelo —insistió, alzando la voz esta vez. Al ver que ella no parecía interesada en su presencia, decidió retroceder y convencerla de que sus palabras no estaban vacías. Quitó de encima la manta del bulto y una jaula apareció debajo, una que mantenía cautivos a dos hermosos canarios que iban de un lado a otro, como la propia Anges.
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Última edición por Damien Østergård el Jue Feb 20, 2014 9:00 pm, editado 1 vez
Damien Østergård- Licántropo Clase Alta
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Re: Invisible chains | Privado
“ La locura es la incapacidad para comunicar tus ideas. Como si estuvieras en un país extranjero, viendo todo, entendiendo lo que pasa a tu alrededor, pero incapaz de explicarte y ser ayudado porque no entiendes la lengua que hablan allí.”
—Paulo Coelho
—Paulo Coelho
Los días pasaban, Anges parecía darse cuenta de ello, aunque en ocasiones podría no mover ni un musculo de su cuerpo, en mucho tiempo, fijando sus ojos en un punto exacto sin ser este de su principal interés, no había una pizca de vida en ese pedazo de hueso y carne, en sus ojos solamente había vacio, un abismo, tal vez la puerta al mismo tártaro. La empleada contratada para cuidarla, llamada Odette, debía hacer todo por ella, cuando estaba en ese estado, que podría ser por días o prolongarse por meses, Odette ya acostumbrada, parecía no afectarle, hablaba con ella, decía que a Anges le gustaba escuchar sobre la situación actual de parís, ella le contaba todo lo que podía saber o escuchar, aunque no fuera verdad, Anges le encantaba, aunque nunca lo dijera o lo expresara de alguna forma; física o verbal. Los años que tenia cuidando a esa hermosa flor perturbada le ayudaban a saberlo.
Como llegaba ese estado, se iba, tan espontáneamente como había aparecido, la mujer se levantaba, de donde estuviera, lo primero que hacía era ir a un espejo y tocarse su rostro, duraba unas horas detallando cada facción deteriorada de su rostro por los años pasados, en ocasiones lloraba amargamente, haciendo un desastre completo en un ataque de ira, mezclada con una inmensa frustración, que recorría cada parte de su cuerpo, en otras, solamente suspiraba y se disponía a hacer desastres de otro tipo. Era más difícil controlarla cuando estaba en movimiento, iba de aquí y allá en aquella casa olvidada por casi todos, excepto por un reducido número de personas. Para ella era solamente una cárcel, la gran jaula, en donde la mantenían cautiva, habían fortalecido aun más la prudencia con ella, ya habían sido varias veces que se había escapado, en ocasiones buscan irse lejos, tan lejos como sus piernas le permitían, otras en busca de su pequeña bebe, a quien no había visto mas y aunque parecía estar consciente de los años que habían pasado, aun sentía que Imogen era apenas una nena que debía estar llorando porque su madre no estaba a su lado.
Habían pasado ya varios días desde que había vuelto en sí, en esta ocasión en particular, lloraba en silencio, en un rincón, de aquella habitación, en donde la mantendrían cautiva, hasta nuevo aviso, tal vez se pudriría en ese lugar, llamaba a Damien, en susurros ahogados por el llanto, pero al momento parecía temblar de desesperación y volvía a llorar aun mas, con miedo de que Damien llegara teniendo a aquel demonio a flor de piel, así que también pedía que se alejara, al mismo tiempo, que estaba agonizando por su cercanía, por su amor, por su calor, Odette sentía que su corazón estaba a punto de partirse, notando aquella particular escena, Anges estaba hablando sola, moviéndose de un lado a otro, buscando mecerse, para ver si así encontraba un poco de consolación momentánea.
— Señorita Anges, vamos, es hora de caminar — debía hacerla moverse, su cuerpo debía ser activado, cada musculo debía moverse, si no lo hacía, estos morirían, quedarían inservible y al final la hermosa mujer; porque aunque los años y la locura se hacían presente, aun era hermosa, con fracciones finas, que podrían encantar a cualquier hombre de sociedad, pero su mente no le favorecía a la pobre. Anges se movió, atendiendo a las ordenes de su fiel compañera, quien se estaba volviendo añeja, al igual que a ella, los años también le habían pasado, dejando marcas en su cuerpo. Se protegía del frio, con una manta que Odette había puesto en sus hombros, la cual abrazo al sentir el frio, eso le indicaba a su mente perdida, que el invierno estaba por llegar, las dos mujeres salieron de la propiedad, aquel antiguo lugar, en donde vivía uno de los más oscuros secretos de Damien Poul Østergård Vognsen; Su esposo.
Sus ojos normalmente apagados se iluminaron, una chispa de vida apareció en ellos, Odette parpadeo al notar, como la espada arqueada de la dama se erguía, como si hubiera recordado que debía mantener una postura elegante, su cuerpo parecía haber agarrado fuerzas, de la naturaleza otoñal que se pintaba ante sus ojos, de tonos opacos de rojo, naranja y marrón. El olor a tierra húmeda, la hacía sentir libre y aun así atada. Sus pasos eran lentos, pero estaba tan decidida a disfrutar la falsa libertad que le estaban poniendo frente a sus ojos, sintió el agarre de su cuidadora y Anges exploto en ira, giro su cuerpo, sus cabellos, que antes habían estado bien peinados, se fuero hacia su cara, mientras esta hincaba sus dientes en el brazo que la mantenía cautiva, dejo salir un espantoso grito, para luego irse corriendo, dando pequeños saltos, los cuales se convirtieron en giros y pronto en una extraña danza que solamente ella podría saber la composición de tal. Hubiera deseado poder sentir la lluvia en su cuerpo, su mente había creado una pequeña llovizna solamente para ella, que buena era su mente perturbada, que le ayudaba a crear las cosas que ella necesitaba y eliminar lo que no deseaba.
¿Cuánto podría durar su felicidad? Tan poco era aquello, su cuerpo pareció ser invadido por un cansancio extremo, su pecho se expandía de forma violenta, al final, decidió tumbarse en la grama aun húmeda, su vestido de tono pastel se ensuciaría por el barro, pero que importaba, sabía que esa mujer llamada… ¿Cómo era que se llamaba? Ese rostro conocido la ayudaría a limpiar cada centímetro de su cuerpo. Miraba el cielo, los arboles, las nubes, todo lo que sus ojos pudieran apreciar, mientras los movía de un lado a otro, con cierta desesperación de captar todo lo que se movía, estaba tan atónita que no atendió al llamado del otro, ni la presencia de este, se disponía a ignorarlo, como si fuera una vaga ilusión que se atrevía a aparecer, su mente también podría ser mala en ocasiones, le gustaba jugar con ella, hacerla reír, llorar, gritar, sonreír.
— Damien… — una vocecilla tan baja salió de sus labios, que se movieron apenas, aquel nombre le parecía conocido, ladeo su cabeza, en donde sus cabellos alborotados por todo ese movimiento, se fueron a donde la gravedad mandaba. Su pecho pareció hincharse, sus ojos se abrieron de par en par y una gran sonrisa de oreja a oreja hizo que se levantara de un brinco — ¡Damien!, Damien querido, te he estado llamando desde esta mañana ¿Dónde estabas?— dulcemente su cuerpo se giro para quedar frente a frente, lo miro fijamente, su rostro pareció rejuvenecer, una pizca de ¿normalidad? Había aparecido en ella. Miro las aves, los dos canarios, que se movían dentro de la jaula, batiendo sus alas, para mantener el equilibrio — ¡Son hermosos! — Susurro dejándose caer, estuvo a punto de estrellar su cara contra la jaula, pero lo que hizo fue abrazarla posesivamente — su canto… su bello canto — susurro acariciando la jaula, en donde los canarios asustados revoloteaban.
— Damien… — alzo su mirada, para encontrar nuevamente el rostro de su marido — ¿Imogen, me ha escrito una carta? — se mordió los labios levemente, nerviosa, asustada, emocionada por su regalo, se levanto torpemente, mientras sus manos temblorosas buscaban ayuda de su querido esposo, ella se aferro a sus brazos, firmemente — ¿Sabes? Siempre escribo, claro, cuando puedo, en ocasiones mi cuerpo se sumerge en un estado de cansancio, que no puedo ni moverme, siendo que si lo hago moriré más rápido y no quiero morir— trataba de mantener su mirada fija en los ojos de su amado esposo, pero no podía, se iban de un lado a otro, encontrando interesante otra cosa, como la nube, que pasaba por un lado de Damien, que parecía un pato o la hoja que estaba en la gruesa raíz del árbol, los mismos canarios y sus movimientos, la hacían girar para verlos — En otras ocasiones escribo… escribo mucho, mucho, siempre pienso en mi querida niña, lloro por no tenerla cerca. Confió ciegamente en ti, confió que le has entregado las cartas que te he dado, se las has dado ¿verdad? — esta vez su rostro, que antes había estado iluminado se apago, un semblante serio se apodero de su rostro y ahora no había distracción que la hiciera desviar la vista de Damien.
Logro soltarse de él, volvió a los canarios, con sus manos temblorosas, abrió la puerta de la jaula, les daba la libertad que ella nunca tendría. Miro amargamente a Damien — No te he perdonado nada, Nada… ¡NADA! — Termino gritando fuertemente — ¿Acaso quieres restregarme en la cara lo maldita que soy con esos animales? — comenzaba a alterarse, movió su cabeza, mirando como uno de los canarios se había escapado, alzando vuelo rápidamente — A Imogen la debes tener igual, si no es que ya tu demonio… ¡Tu maldito demonio la ha asesinado! — amaba hacer eso, era su venganza, era esa su forma de poder soportar todo eso, echándole toda la culpa a Damien, recalcándole sus errores, su maldiciones, sus tormentos — Dime Damien — dijo más calmada, casi como si estuviera controlándose — confía en tu amada esposa ¿a cuántos mas ha matado tu demonio interior? — y un amargo llanto salió de ella, que bella hubiera sido la vida, si ella también se hubiera unido a la lista de los muertos, que cargaría en su espalda.
Anges Østergård- Humano Clase Alta
- Mensajes : 37
Fecha de inscripción : 21/11/2013
Re: Invisible chains | Privado
Los pájaros cantaron para su nueva dueña, emitiendo una melodía exuberante e inspiradora, digna de escuchar. Damien, por su parte, tuvo miedo de preguntarle a Anges por qué razón le gustaban tanto las aves o qué la había orillado a admirarlas del modo en que lo hacía. Temía que ella le dijera que envidiaba la libertad de las que no están cautivas, o que le expresara amargamente lo mucho que se sentía identificada con las que permanecían en una jaula, justo como a ella la tenía él en ese lugar. Sintió pena por ella y se odió un poco más a sí mismo, pero verla tan entusiasmada con el obsequio y escucharla mencionar su nombre con esa voz dulce y cálida, que lograba derretir cada máscara que con empeño el hombre construía cada día para salir al mundo, logró desvanecer toda clase de sentimiento negativo. No le molestó ver cómo Anges liberaba a sus aves, eran suyas, ella podía hacer con ellas lo que quisiera, lo que la hiciera más feliz, eran su regalo.
Se le acercó con la intención de tomarla del brazo y llevarla adentro antes de que el clima empeorara, pero se quedó de piedra cuando ella lo abordó con preguntas inesperadas. Su rostro helado, su expresión facial denotando sorpresa, ni la una ni la otra significaban que era la primera vez que ella hablaba del tema. Su hija era un tema de conversación recurrente para la enferma, era un recuerdo que no parecía querer abandonarla. Ella podía estar sumamente perturbada pero no era una tonta, Damien se convencía de ellos cada vez que ésta mencionaba lo que había ocurrido esa noche, recordaba la cosa horrible en la que Damien se había convertido y aseguraba estar consciente de que tenía una hija, por ahí, en algún lado, una niña que había sido abandonada por su madre, no porque ella así lo hubiese querido, sino por obligación; una hija a la que enviaba cartas que Damien nunca entregaba. Eso era lo que más le dolía a Damien, que Anges supiera la verdad. ¿Hubiera preferido que no recordara absolutamente nada? No lo sabía, pero entendía que no podía ser tan egoísta como para pretender arrebatarle sus recuerdos, por más dolorosos que éstos fueran, tanto para ella como para él mismo.
Repentinamente, se sintió conmovido y sus ojos se humedecieron. Le hubiera gustado culpar al clima, a la niebla en el ambiente que se volvía más espesa conforme avanzaban los minutos, pero no había duda de que se debía a sus remordimientos, a los demonios en su interior, que terminaban dominándolo. Eran tantas cosas, demasiado peso para un solo cuerpo. Alzó la mano para retirar discretamente el impertinente líquido transparente que comenzaba a asomarse por el lagrimal de su ojo y aspiró un poco de aire para tranquilizarse. Fue consciente del sitio donde estaba, de la persona que le acompañaba. En definitiva, ese no era el sitio ni el momento para perder la compostura. Así que prefirió no responder a ningún cuestionamiento. Se defendía mejor así, callado, sin excusas estúpidas, sin más mentiras piadosas para ocultar la verdad. No deseaba seguir engañándola.
Comenzó a llover. La tierra se volvió mullida bajo sus pies, imposibilitando cualquier tipo de paseo por la propiedad que Damien había adquirido especialmente para su esposa. Las nubes grises pasaron a ser negras y cubrieron el cielo dándole un aspecto tétrico y amenazador. La tormenta del siglo de avecinaba, el viento arreciaba azotando los matorrales y el gran árbol de peras que carecía de color verde; la lluvia se volvía más recia. Lejos de alarmarse, a Damien lo invadió una paz que no fue capaz de explicarse a sí mismo, pero que tampoco intentó descifrar. Tal vez en el fondo veía aquel capricho de la naturaleza como una buena oportunidad para pasar más tiempo con Anges, a la que tan abandonada tenía últimamente.
—Anges, querida, es momento de volver adentro. Ven conmigo —le pidió con un tono amable, casi paternal, para ver si era capaz de tranquilizarla y hacerla obedecer—. Hablaremos de lo que tú quieras adentro, lo prometo –le aseguró porque no tuvo más remedio que prometer algo a cambio.
Olvidándose de la jaula de los canarios, alargó la mano para tomar la de la muchacha. No le dio demasiado tiempo para pensar si deseaba acompañarlo al cálido interior o si deseaba quedarse en medio de esa borrasca, danzando bajo la lluvia y meciéndose con el viento como una hoja de otoño, cosas que sólo una mujer con poca cordura como ella podía hacer con semejante clima. La jaló un poco cuando sintió que ella se rezagaba y finalmente la condujo hasta el interior, donde Odette ya les esperaba con una cara de espanto. Cuando ella se acercó para ayudar a su patrón, él se percató de que la herida de la mujer ya estaba cubierta con una venda.
Llevó a Anges hasta la sala de estar e hizo que se sentara cerca de la chimenea para que pudiera secarse pronto, después, la envolvió con una gruesa manta blanca que Odette le proveyó y comenzó a frotarla como si se tratase de una niña pequeña y él fuera un padre al que le preocupaba que su hija no se enfermara. Primero en los hombros y brazos, luego en la cabeza y cara. El cabello de la muchacha escurría y humedecía el sillón en el que reposaba. Él no se quedaba atrás, estaba hecho una sopa.
—Señor, si me permite decirlo creo que… —comenzó a decir la vieja cuidadora.
—Lo sé, es inútil —le interrumpió él sin girarse para verla, dándole la razón, como si acabase de leerle la mente. Dejó escapar un suspiro mientras abandonaba la causa perdida y se resignó a lo inevitable—. Por favor prepare la tina con agua caliente. Rápido, no quiero que pesque un resfrío —su voz ordenó con autoridad.
La mujer obedeció y él se sentó al lado de su esposa. El fuego crepitó frente a sus ojos pero no logró desvanecer del todo el frío a causa de la humedad en sus ropas. Miró a Anges en silencio y por un largo rato.
—Katherina está bien, ella… ella ya no es la niña que recuerdas. Se ha convertido en una mujercita, una muy hermosa, como su madre —le dijo con un tono de voz débil y melancólico.
Esa era más información de la que había dado los últimos años, aunque estuviera omitiendo lo primordial, como lo era decir que Katherina era una jovencita rebelde que rara vez le obedecía, grosera e insolente, que él apenas y le dirigía la palabra, que no había sido un buen padre porque con ella siempre estaba distante, que jamás le había mencionado algo sobre su madre y que ninguna de las cartas que ella había escrito había llegado a sus manos.
Tuvo el deseo de abrazarla, de cruzar al menos su brazo detrás de su espalda para brindarle un poco de protección y calor, para hacerle saber que le tenía, que no había sido abandonada, que a pesar de todo aún la quería, pero no se atrevió. Tan sólo se aventuró a coger su mano, haciendo evidente el temor que sentía de ser rechazado por la mujer a la que le había destrozado la vida.
Se le acercó con la intención de tomarla del brazo y llevarla adentro antes de que el clima empeorara, pero se quedó de piedra cuando ella lo abordó con preguntas inesperadas. Su rostro helado, su expresión facial denotando sorpresa, ni la una ni la otra significaban que era la primera vez que ella hablaba del tema. Su hija era un tema de conversación recurrente para la enferma, era un recuerdo que no parecía querer abandonarla. Ella podía estar sumamente perturbada pero no era una tonta, Damien se convencía de ellos cada vez que ésta mencionaba lo que había ocurrido esa noche, recordaba la cosa horrible en la que Damien se había convertido y aseguraba estar consciente de que tenía una hija, por ahí, en algún lado, una niña que había sido abandonada por su madre, no porque ella así lo hubiese querido, sino por obligación; una hija a la que enviaba cartas que Damien nunca entregaba. Eso era lo que más le dolía a Damien, que Anges supiera la verdad. ¿Hubiera preferido que no recordara absolutamente nada? No lo sabía, pero entendía que no podía ser tan egoísta como para pretender arrebatarle sus recuerdos, por más dolorosos que éstos fueran, tanto para ella como para él mismo.
Repentinamente, se sintió conmovido y sus ojos se humedecieron. Le hubiera gustado culpar al clima, a la niebla en el ambiente que se volvía más espesa conforme avanzaban los minutos, pero no había duda de que se debía a sus remordimientos, a los demonios en su interior, que terminaban dominándolo. Eran tantas cosas, demasiado peso para un solo cuerpo. Alzó la mano para retirar discretamente el impertinente líquido transparente que comenzaba a asomarse por el lagrimal de su ojo y aspiró un poco de aire para tranquilizarse. Fue consciente del sitio donde estaba, de la persona que le acompañaba. En definitiva, ese no era el sitio ni el momento para perder la compostura. Así que prefirió no responder a ningún cuestionamiento. Se defendía mejor así, callado, sin excusas estúpidas, sin más mentiras piadosas para ocultar la verdad. No deseaba seguir engañándola.
Comenzó a llover. La tierra se volvió mullida bajo sus pies, imposibilitando cualquier tipo de paseo por la propiedad que Damien había adquirido especialmente para su esposa. Las nubes grises pasaron a ser negras y cubrieron el cielo dándole un aspecto tétrico y amenazador. La tormenta del siglo de avecinaba, el viento arreciaba azotando los matorrales y el gran árbol de peras que carecía de color verde; la lluvia se volvía más recia. Lejos de alarmarse, a Damien lo invadió una paz que no fue capaz de explicarse a sí mismo, pero que tampoco intentó descifrar. Tal vez en el fondo veía aquel capricho de la naturaleza como una buena oportunidad para pasar más tiempo con Anges, a la que tan abandonada tenía últimamente.
—Anges, querida, es momento de volver adentro. Ven conmigo —le pidió con un tono amable, casi paternal, para ver si era capaz de tranquilizarla y hacerla obedecer—. Hablaremos de lo que tú quieras adentro, lo prometo –le aseguró porque no tuvo más remedio que prometer algo a cambio.
Olvidándose de la jaula de los canarios, alargó la mano para tomar la de la muchacha. No le dio demasiado tiempo para pensar si deseaba acompañarlo al cálido interior o si deseaba quedarse en medio de esa borrasca, danzando bajo la lluvia y meciéndose con el viento como una hoja de otoño, cosas que sólo una mujer con poca cordura como ella podía hacer con semejante clima. La jaló un poco cuando sintió que ella se rezagaba y finalmente la condujo hasta el interior, donde Odette ya les esperaba con una cara de espanto. Cuando ella se acercó para ayudar a su patrón, él se percató de que la herida de la mujer ya estaba cubierta con una venda.
Llevó a Anges hasta la sala de estar e hizo que se sentara cerca de la chimenea para que pudiera secarse pronto, después, la envolvió con una gruesa manta blanca que Odette le proveyó y comenzó a frotarla como si se tratase de una niña pequeña y él fuera un padre al que le preocupaba que su hija no se enfermara. Primero en los hombros y brazos, luego en la cabeza y cara. El cabello de la muchacha escurría y humedecía el sillón en el que reposaba. Él no se quedaba atrás, estaba hecho una sopa.
—Señor, si me permite decirlo creo que… —comenzó a decir la vieja cuidadora.
—Lo sé, es inútil —le interrumpió él sin girarse para verla, dándole la razón, como si acabase de leerle la mente. Dejó escapar un suspiro mientras abandonaba la causa perdida y se resignó a lo inevitable—. Por favor prepare la tina con agua caliente. Rápido, no quiero que pesque un resfrío —su voz ordenó con autoridad.
La mujer obedeció y él se sentó al lado de su esposa. El fuego crepitó frente a sus ojos pero no logró desvanecer del todo el frío a causa de la humedad en sus ropas. Miró a Anges en silencio y por un largo rato.
—Katherina está bien, ella… ella ya no es la niña que recuerdas. Se ha convertido en una mujercita, una muy hermosa, como su madre —le dijo con un tono de voz débil y melancólico.
Esa era más información de la que había dado los últimos años, aunque estuviera omitiendo lo primordial, como lo era decir que Katherina era una jovencita rebelde que rara vez le obedecía, grosera e insolente, que él apenas y le dirigía la palabra, que no había sido un buen padre porque con ella siempre estaba distante, que jamás le había mencionado algo sobre su madre y que ninguna de las cartas que ella había escrito había llegado a sus manos.
Tuvo el deseo de abrazarla, de cruzar al menos su brazo detrás de su espalda para brindarle un poco de protección y calor, para hacerle saber que le tenía, que no había sido abandonada, que a pesar de todo aún la quería, pero no se atrevió. Tan sólo se aventuró a coger su mano, haciendo evidente el temor que sentía de ser rechazado por la mujer a la que le había destrozado la vida.
Damien Østergård- Licántropo Clase Alta
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Re: Invisible chains | Privado
“ El perdón es una decisión, no un sentimiento, porque cuando perdonamos no sentimos más la ofensa, no sentimos más rencor. Perdona, que perdonando tendrás en paz tu alma y la tendrá el que te ofendió.”
—Madre Teresa De Calcuta
—Madre Teresa De Calcuta
Una de las pequeñas se había quedado en la jaula, aunque la otra no había dudado en alzarse hacia la libertad. Duda, maldita duda que hace que el cuerpo se detenga, hasta llega a producir los temores que como cadenas, pueden a una persona amarrar, pero aquel animalillo no era una persona, era una dulce ave, que solamente siguió su instinto de ser lo suficiente precavida, como para dudar un momento, explorar y darse cuenta que era mejor estar en una tempestuosa tormenta, antes de pasar su vida en una jaula, junto a una mujer, dañada mentalmente y así las ultimas de las aves, tomo vuelo, mientras Anges, percibía la notable calidez corporal de Damien, esa calidez siempre le había hecho extraña, sentía como si él estuviera en una temperatura mucho mayor que de cualquier persona, según la enferma, era que tal vez sufría de fiebre, pero su estado de salud, no parecía quebrantado, es más, se veía aun más fortalecido, su semblante, siempre era saludable.
Su cuerpo temblaba, la fina tela, que comenzaba a humedecerse cada vez más, no le permitía guardar un buen calor corporal, pero su cuerpo no solamente estaba tenso por el hecho de estar sucumbiendo al frio , su mandíbula también tenía cierta presión en, sus manos formaban puños, mientras una ansiedad, mezclada con frustración la invadía, la naturaleza misma parecía explicar mejor lo que sentía, con esas nubes negras que se asomaban por su cabeza, mojando su cabello, hasta aplacarlo totalmente, su ropa quedo pegada al cuerpo, gracias a la lluvia, acompañada de unas ráfagas de viento, que hacían mover estruendosamente las ramas de los arboles de la propiedad, pero a Anges parecía no importarle, sentía que la misma naturaleza, se estaba expresando, llorando junto con ella, sincronizándose con su dolor, aunque solamente fuera una mera coincidencia del momento.
— No quiero — inquirió, tratando de jalonear hacia el lado contrario del caliente recinto que los esperaba, prefería quedarse allí, en ese lugar, junto con la madre naturaleza, parecía que ella la entendía mejor que nadie, pero Damien la alejaba de su única verdadera amiga, la volvía a meter en aquella prisión, llamada hogar. Gimoteo y jaloneo un poco, pero sus pasos iban al son de los del Licantropo, como si la parte inferior atendiera a las ordenes, mientras la superior mantenía una postura de resistencia, tal vez parte de ella deseaba estar en un cálido lugar, pero su mente distorsionada, no le ayudaba a conjugar lo que realmente deseaba en ese momento.
Estaban adentro, eso era una derrota para ella, aunque junto a él, nunca ganaría, eso lo entendía muy bien, aunque se le olvidara, el volvió a recordárselo con fuerza e ímpetu. Por eso cuando llego a la puerta de la casa, termino de dar unos pasos hacia adelante, su comportamiento cambio, ahora con la mirada baja, como pequeña regañada, esperaba que Odette la atendiera, mientras entre murmullos y quejas hiciera su trabajo. Finalizo junto a Damien en la chimenea encendida, que inundaba el lugar con una cálida luz, que ayudaba notablemente, que el frágil y desgastado cuerpo de Anges no temblara a causa del frio y humedad, que estaba presente en su cuerpo.
A lo lejos escuchaba cierta conversación, pero aunque pudiera entender las palabras, no llegaba a descifrar su significado, ella se dejaba hacer, no le importaba mucho ser frotada, por la toalla, de cierta forma se sentía complacida, Damien la estaba atendiendo, tal vez por lastima, pero al menos, aun tenía algo de humanidad dentro de el. Su rostro inexpresivo, recibió un pequeño destello, cuanto entrecerró sus ojos y una pequeña sonrisilla apareció en su rostro, tan diminuta que se veía como un fruncimiento normal en los labios, pero era una sonrisa, que relajaba el cuerpo de Anges — Katherina… — hubiera deseado que no hubiera hablado, en más de tres horas, en ocasiones, era mejor dejarla tranquila, pero dentro de ella un destello de amor volvió iluminar su rostro, que antes se había convertido en piedra, ahora comenzaba a verse mas radiante, más humano, mientras trataba de atender, con mayor dificultad, cada palabra que Damien decía, con intensiones de saber el significado de cada una. Fue un caso perdido la verdad, la mitad de la información se había perdido, era como leer, pero sin saber el significado de la palabra.
Sintió la mano del hombre aferrarse a la suya, por unos minutos, abrió sus ojos, detallando, como sus dedos masculinos se aferraban a su delicada mano, ella relajo su cuerpo, como si su calidez lograba hacerla entrar en un estado de tranquilidad momentánea, como de esos, que solamente había podido disfrutar los primeros años de casados. Su mirada se alzo, encontrándose con la de el — Mi bella niña Katherina… apuesto que salió fuerte y valiente como su padre — inquirió, sonriendo ampliamente. Su rostro se iluminaba cada vez que hablaba de ella, de su retoño, de su fuente de vida — M-me gustaría verla, anda Damien… ¿no puedes concederme ese capricho? — llevo su mano libre hacia el rostro de él, buscando acariciarlo, pero apenas sintió la cálida carne en sus dedos, sus uñas inconscientemente se aferraron a la carne — No me puedes quitar el último deseo que me queda, que es verla…. ¡Deseo verla! — rompió en llanto, rasguñando su rostro, pero fueron apenas pequeñas marcas rojas. Lloraba desconsolada, sin pensarlo busco el pecho de él, para ocultar su rostro, sin desear que el viera el dolor que estaba sintiendo en ese momento, pues su amor de madre, era la producía ese dolor.
Anges Østergård- Humano Clase Alta
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Re: Invisible chains | Privado
Allí, junto a su frágil, inocente y delicada esposa, Damien recordó los primeros días que compartieron juntos. Su mente se remontó casi dos décadas atrás, en el momento exacto en que la vio por primera vez. Ocurrió en plena calle, en vísperas de Navidad. La entonces jovencísima Anges Huddersfield –que era su apellido de soltera- había acudido en compañía de sus padres, el adinerado y respetable William Huddersfield y su gentil esposa Myriam, a un magno evento a eso del medio día. A Damien le bastó mirarla unos segundos a lo lejos para quedar prendado de ella. Esa tarde no despegó sus ojos de Anges, apenas y parpadeó, y ni hablar de prestar atención a lo que ocurrió en el evento. Todo lo que había deseado ver estaba allí, frente a sus ojos, a unos cuantos metros de distancia. Dulce como una niña, con una mirada cautivadora. Esa misma tarde, Damien se acercó, se quitó el sombrero y se presentó ante los Huddersfield, les mostró sus respetos y expresó lo interesado que se encontraba en su hija, quien no pudo ocultar lo encantada que había quedado con su inesperado pretendiente. Dos días después, los padres de Anges dieron su consentimiento para que él la visitara. Dos semanas después, estaban completamente enamorados. Dos meses después, él le pidió que fuera su esposa. Dos años después, estaban felizmente casados y esperaban a su primera hija.
Damien miró a los ojos a su querida Anges, la observó con detenimiento, y se dio cuenta de que, aunque ya era una mujer madura, todavía poseía el rostro dulce como el de una niña, y la mirada cautivadora. No aparentaba sus treinta y tantos años. Tenía un cutis perfecto, la piel blanca y tersa, con algunas pecas en la nariz y en las mejillas. Sus cejas eran delgadas y poseía unas largas y densas pestañas de un tono caoba que arrojaban una sombra sobre sus pómulos. Las ojeras bajo sus ojos, ligeramente oscurecidas, denotaban su cansancio, además se le notaba descuidada, desaliñada si se le comparaba con la Anges de hacía unos años atrás, la cuerda, la madre de familia, la amada y respetada esposa. Pero seguía siendo hermosa, de eso no había duda.
—Shhh, shhh… tranquila —Damien intentó sosegar el repentino ataque de ansiedad que ya no era nada extraño en ella. Casi siempre se ponía de ese modo, inquieta, nerviosa, en especial cuando él estaba presente. Quizá porque en su mente, aunque enferma, tenía bien presente aquel terrible suceso que fue el causante de su enfermedad. Damien nunca hablaba de eso, aunque lo tenía bien presente en sus pensamientos y culpas prefería fingir que lo había olvidado, pero ella a veces se encargaba de recordarle el gran cobarde en el que se había convertido.
—Por supuesto que verás a Katherina, te lo prometo, pero tienes que calmarte, querida. A cambio tú también debes prometer algo: que serás paciente y esperarás a que yo decida el momento adecuado. Y también prometerás que no seguirás haciéndote daño y que tampoco se lo harás a los demás —comentó pensando en la pobre señora Odette y en la gran mordida que seguramente quedaría en su brazo.
Cuando la señora Odette le anunció que la tina estaba lista, Damien se las ingenió para convencer a Anges de acompañarlo hasta el cuarto de baño. La cuidadora le contaba que ella siempre se rehusaba a asearse cada vez que ella le preparaba la tina pero, por alguna extraña razón, esta vez ella no puso objeción. Damien la guió y con pasos lentos cruzaron la sala hasta llegar al baño, donde con cuidado la despojó de la ropa mojada hasta dejarla completamente desnuda y la ayudó a entrar en la bañera, donde un agua tibia y reparadora la esperaba.
Damien flexionó las rodillas y se hincó junto a la bañera. Con sus manos cogió un poco de agua tibia y empezó a verterla con cuidado sobre la piel de su esposa. Luego se quedó silencio, pensativo, melancólico.
—No puedes seguir así, Angie, me duele, me duele verte de este modo… —dijo con el corazón oprimido por la desgracia y el remordimiento—. Mírame… Mírame porque hay algo que quiero, que debo decirte —tomó el rostro de Anges en sus manos y lo levantó para que ella lo observara sin distracciones—. Necesito que entiendas que todo lo que hago es por tu bien, no porque sea un hombre malo. No soy malo, Angie, no lo soy… —la voz se le quebró—. Necesito que mejores, necesito que recuperes la cordura, que vuelvas a ser tú. Quiero que cuando me mires me reconozcas como a tu esposo y no como a una bestia… Angie, tienes que hacer un esfuerzo. Te necesitamos. Tu hija te necesita… Yo te necesito. Sigo pensando en ti… sigo amándote… ¡Eres mi esposa! Dios, me siento tan mal, todo es un desastre... —finalmente, el hombre se derrumbó presa de su miseria.
Las rodillas se le doblaron y cayó sentado sobre el piso. Allí, incapaz de seguir sosteniéndole la mirada a la mujer que le había arruinado la vida, dejó que las lágrimas amargas bañaran su rostro. Eran lágrimas que había contenido por demasiado tiempo, que le habían oprimido el pecho tantas noches, quizá por eso el dejarlas correr lo hacía sentir curiosamente liberado, tan increíblemente vulnerable.
Damien miró a los ojos a su querida Anges, la observó con detenimiento, y se dio cuenta de que, aunque ya era una mujer madura, todavía poseía el rostro dulce como el de una niña, y la mirada cautivadora. No aparentaba sus treinta y tantos años. Tenía un cutis perfecto, la piel blanca y tersa, con algunas pecas en la nariz y en las mejillas. Sus cejas eran delgadas y poseía unas largas y densas pestañas de un tono caoba que arrojaban una sombra sobre sus pómulos. Las ojeras bajo sus ojos, ligeramente oscurecidas, denotaban su cansancio, además se le notaba descuidada, desaliñada si se le comparaba con la Anges de hacía unos años atrás, la cuerda, la madre de familia, la amada y respetada esposa. Pero seguía siendo hermosa, de eso no había duda.
—Shhh, shhh… tranquila —Damien intentó sosegar el repentino ataque de ansiedad que ya no era nada extraño en ella. Casi siempre se ponía de ese modo, inquieta, nerviosa, en especial cuando él estaba presente. Quizá porque en su mente, aunque enferma, tenía bien presente aquel terrible suceso que fue el causante de su enfermedad. Damien nunca hablaba de eso, aunque lo tenía bien presente en sus pensamientos y culpas prefería fingir que lo había olvidado, pero ella a veces se encargaba de recordarle el gran cobarde en el que se había convertido.
—Por supuesto que verás a Katherina, te lo prometo, pero tienes que calmarte, querida. A cambio tú también debes prometer algo: que serás paciente y esperarás a que yo decida el momento adecuado. Y también prometerás que no seguirás haciéndote daño y que tampoco se lo harás a los demás —comentó pensando en la pobre señora Odette y en la gran mordida que seguramente quedaría en su brazo.
Cuando la señora Odette le anunció que la tina estaba lista, Damien se las ingenió para convencer a Anges de acompañarlo hasta el cuarto de baño. La cuidadora le contaba que ella siempre se rehusaba a asearse cada vez que ella le preparaba la tina pero, por alguna extraña razón, esta vez ella no puso objeción. Damien la guió y con pasos lentos cruzaron la sala hasta llegar al baño, donde con cuidado la despojó de la ropa mojada hasta dejarla completamente desnuda y la ayudó a entrar en la bañera, donde un agua tibia y reparadora la esperaba.
Damien flexionó las rodillas y se hincó junto a la bañera. Con sus manos cogió un poco de agua tibia y empezó a verterla con cuidado sobre la piel de su esposa. Luego se quedó silencio, pensativo, melancólico.
—No puedes seguir así, Angie, me duele, me duele verte de este modo… —dijo con el corazón oprimido por la desgracia y el remordimiento—. Mírame… Mírame porque hay algo que quiero, que debo decirte —tomó el rostro de Anges en sus manos y lo levantó para que ella lo observara sin distracciones—. Necesito que entiendas que todo lo que hago es por tu bien, no porque sea un hombre malo. No soy malo, Angie, no lo soy… —la voz se le quebró—. Necesito que mejores, necesito que recuperes la cordura, que vuelvas a ser tú. Quiero que cuando me mires me reconozcas como a tu esposo y no como a una bestia… Angie, tienes que hacer un esfuerzo. Te necesitamos. Tu hija te necesita… Yo te necesito. Sigo pensando en ti… sigo amándote… ¡Eres mi esposa! Dios, me siento tan mal, todo es un desastre... —finalmente, el hombre se derrumbó presa de su miseria.
Las rodillas se le doblaron y cayó sentado sobre el piso. Allí, incapaz de seguir sosteniéndole la mirada a la mujer que le había arruinado la vida, dejó que las lágrimas amargas bañaran su rostro. Eran lágrimas que había contenido por demasiado tiempo, que le habían oprimido el pecho tantas noches, quizá por eso el dejarlas correr lo hacía sentir curiosamente liberado, tan increíblemente vulnerable.
Damien Østergård- Licántropo Clase Alta
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Re: Invisible chains | Privado
“Para conservar el equilibrio, debemos mantener unido lo interior y lo exterior, lo visible y lo invisible, lo conocido y lo desconocido, lo temporal y lo eterno, lo antiguo y lo nuevo.”
—John O'Donohue
—John O'Donohue
¿Qué era lo que realmente veía cuando fijaba su mirada en los ojos de Damien? Quería pensar que él era la persona que estaba realmente perturbada, deseaba con toda su alma poder ayudarlo, pero si ella misma se había perdido sin tener un posible retorno, no se sentía en la capacidad de poder ayudarlo. Era muy complicado pensar quien estaba bien y quien estaba mal, en ocasiones se podía a pensar en que tal vez todo lo que ella sufría era por su misma culpa, por haber sido una esposa desobediente, temerosa y desconfiada de su esposo, cuan diferente hubiera sido todo si se hubiera quedado en casa con su amada Katherina, su esposo hubiera terminado teniendo un secreto que solo el sabría, pero su familia tal vez estaría al menos unida.
Ella era como una niña inocente que se cree las historias fantásticas que su padre llega a relatarle, creyendo fácilmente en las palabras de cualquier persona si llegan a acentuarlas con tal seguridad las palabras como para que ella pudiera aceptarlas y no formar un escándalo. Sus palabras habían tranquilizado al demonio que parecía nacer de una mujer que en apariencia podría parecer la más apacible. Su llanto se detuvo, solamente un leve gimoteo quedaba recordando que alguna vez había llorado amargamente, tal vez ya ni recordaba porque exactamente estaba clavando las uñas en el rostro del licántropo. Sus manos se apartaron, ya no le hacía más daño, asintió enérgicamente, mientras una amplia sonrisa se asomaba en su rostro, haciendo que como una pequeña chispa iluminara su rostro.
— Esta bien, lo prometo — puso sus manos en su regazo, con solo pensar que podría ver nuevamente a su hija la hacía muy fácil de manejar — Seré obediente, lo prometo — trataba de mantenerse tranquila, disciplinada, por esa razón acepto el ofrecimiento de Damien de llevarla a la tina, su cuerpo temblaba por culpa del agua helada que se introducía hasta los huesos, dejándole un leve dolor. Se distraía mucho, preguntando cualquier cosa insignificante que lograra pasar su complicada mentalidad. Fue desvestida por su esposo, la señora Odette no pareció oponerse de tal acto, era una forma de descansar de la joven Anges.
El agua caliente término cubriendo su cuerpo, alejando el frio que en él hubiera habido, dejo salir un leve suspiro mientras con sus manos agarraba un poco de agua que término esparciendo por su rostro, mientras su esposo quedaba a un lado de la tina. Parecía que le hablaba pero ella no atendía, era más interesante ver como el agua se le escapaba de las manos, apenas un murmullo lejano podía captar, hasta que sintió como el agarre de Damien la llevaba nuevamente a la realidad, nuevamente volvió a ver sus ojos, esta vez con algo extraño en ellos, le hizo ladear su rostro, se preguntaba que le pasaba, siempre había tratado de ser un hombre centrado, pero aquella persona que estaba al frente de el parecía totalmente cansado.
Lo vio caer, instintivamente se incorporo un poco, sus manos mojadas llegaron a sus brazos para aferrarse a él — ¿Damien estas bien? — pregunto en un tono de notable preocupación, el también estaba mojado — ¿Cuándo has llegado a casa? Mírate estas todo mojado — suspiro suavemente, mientras llevaba sus manos para acariciar su cabello, no le gustaba verlo así, parecía un niño pequeño y ella su madre quien deseaba consolarlo — Ven conmigo a la tina, te vas a enfermar si sigues con esa ropa fría y mojada — ¿Dónde había quedado la Anges atormentada? Aun seguía allí, pero el amor que sentía por él la hacía olvidar todo el sufrimiento que tenia, quería verlo mejor, se sentía culpable, deseaba complacerlo pero no sabía cómo lograría la felicidad de aquel hombre. [/b]
Anges Østergård- Humano Clase Alta
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Re: Invisible chains | Privado
-«Si tan solo hubiera tomado más precauciones aquella noche» —se recriminó Damien con amargura, en silencio.
Pero no importaba cuántas veces se maldijera o despotricara en contra del mundo y su licantropía, eso nada cambiaría. Su esposa ya sufría las consecuencias del altercado, de su descuido, y según los médicos era muy probable que nunca volviera a ser la misma. ¿Debía resignarse? Y cómo hacerlo si ella era aun demasiado joven, demasiado bella; si el recuerdo de la amada y cariñosa esposa seguía latente en su vida aun después de tantos años; si en casa le esperaba una adolescente que la necesitaba; si cada vez que Damien miraba sus ojos le parecía distinguir ese brillo que fácilmente podía interpretarse como un llamado de auxilio. Agnes luchaba y él no podía abandonarla a su suerte, era su deber cuidar de ella, intentarlo todo, incluso lo que ya se había dado por perdido.
A pesar del mal que la corrompía, Anges todavía conservaba esa capacidad para tranquilizarlo, la calidez que era capaz de derretir su escarchado corazón. Damien se dejó envolver por la candidez de sus palabras y la tibieza de sus manos que lo guiaron hasta la tina. Así como había hecho con ella, él también se deshizo de su ropa, de cada prenda que le impedía estar en completa igualdad. Cuando estuvo desnudo y ya mucho más tranquilo, Damien se adentró en la tina que era lo suficientemente grande para ambos y con amables y cuidadosos movimientos logró quedar debajo y a ella la colocó entre sus piernas. Alargó sus brazos y la abrazó por detrás, colocando el rostro en el cuello de Anges, presionando su pecho pétreo contra la suave espalda femenina. A diferencia de las últimas veces en las que él le había visitado, ella estaba extrañamente apacible, mansa y hasta cariñosa.
—Oh, Anges, no tienes idea de la falta que me has hecho —le habló al oído. La voz ronca de Damien sonaba anhelante pero apagada; estaba desgarrado por dentro, tenía el corazón hecho pedazos—. Cuando llega la noche y cierro los ojos, te puedo ver claramente. Tu rostro, tus ojos y tu sonrisa están grabados en mi mente. Y, a pesar de todo, es un consuelo. Ya casi no logro recordar la hermosa sensación que era el tenerte entre mis brazos, acariciar tu piel, oler el agradable aroma de tu cabello, la sensación al pasar mis dedos entre él. Ya ni siquiera recuerdo la última vez que nos amamos, que fuiste mía. Mía —reflexionó—. ¿Sigues siéndolo?
Por un segundo, a Anges pareció importarle más el jugueteo de sus dedos en el agua tibia de la bañera, que las anhelantes palabras de su esposo, por eso él tuvo que cogerle las manos inquietas y mantenerlas entre las suyas, para poder acaparar su atención.
—Mi amor, ¿entiendes lo que te digo? —le preguntó con una voz más profunda—. Aún te amo, te necesito más que nunca. Por favor, no me rechaces, no otra vez, porque no podría soportarlo… —suplicó.
Con sus labios, él le acarició el largo y terso cuello mientras contenía el aliento. Recorrió la mejilla hasta llegar a su boca, y la besó, profundamente. Era un beso que intentaba compensar más de diez años de sufrimiento y de angustia. Era su esposa, la madre de su hija, ¿seguía teniendo los mismos derechos sobre ella después de lo que le había hecho? Probablemente no, pero por esos instantes se sintió tan vulnerable, tan necesitado, que fue incapaz de no acercarse a ella y propiciar el acercamiento sensual.
Siendo perfectamente consciente del efecto de sus caricias, la apretó gentilmente contra su cuerpo y alargó su mano para tocar sus pechos. Notó que ella se ruborizaba.
—No, no hay por qué sentir vergüenza, somos esposos, soy tuyo y tú eres mía —él volvió a buscar sus labios, reclamando de nuevo su boca y la volvió a besar. Esta vez fue más allá y condujo su mano libre hasta su entrepierna, un terreno que casi había olvidado, pero que no había duda que reconocía al tacto.
A diferencia de su hermano, que disfrutaba saltando de cama en cama, hacía demasiado tiempo que Damien no había vuelto a estar con una mujer. ¿Podía ser considerado como un pecado que pretendiera intimar con una mujer cuya cordura se había esfumado? Era su esposa, pero, ¿estaría ella plenamente consciente de lo que ocurría? Damien no deseaba forzarla o aprovecharse de ella, todo lo que deseaba era sentirla cerca, que ella lo amara, que lo abrazara con firmeza y se aferrara a él, que le impidiera seguir hundiéndose en el pantanoso y negro túnel que parecía reclamarlo. Desesperadamente, necesitaba algo a que a aferrarse, antes de que terminara también por volverse loco.
Pero no importaba cuántas veces se maldijera o despotricara en contra del mundo y su licantropía, eso nada cambiaría. Su esposa ya sufría las consecuencias del altercado, de su descuido, y según los médicos era muy probable que nunca volviera a ser la misma. ¿Debía resignarse? Y cómo hacerlo si ella era aun demasiado joven, demasiado bella; si el recuerdo de la amada y cariñosa esposa seguía latente en su vida aun después de tantos años; si en casa le esperaba una adolescente que la necesitaba; si cada vez que Damien miraba sus ojos le parecía distinguir ese brillo que fácilmente podía interpretarse como un llamado de auxilio. Agnes luchaba y él no podía abandonarla a su suerte, era su deber cuidar de ella, intentarlo todo, incluso lo que ya se había dado por perdido.
A pesar del mal que la corrompía, Anges todavía conservaba esa capacidad para tranquilizarlo, la calidez que era capaz de derretir su escarchado corazón. Damien se dejó envolver por la candidez de sus palabras y la tibieza de sus manos que lo guiaron hasta la tina. Así como había hecho con ella, él también se deshizo de su ropa, de cada prenda que le impedía estar en completa igualdad. Cuando estuvo desnudo y ya mucho más tranquilo, Damien se adentró en la tina que era lo suficientemente grande para ambos y con amables y cuidadosos movimientos logró quedar debajo y a ella la colocó entre sus piernas. Alargó sus brazos y la abrazó por detrás, colocando el rostro en el cuello de Anges, presionando su pecho pétreo contra la suave espalda femenina. A diferencia de las últimas veces en las que él le había visitado, ella estaba extrañamente apacible, mansa y hasta cariñosa.
—Oh, Anges, no tienes idea de la falta que me has hecho —le habló al oído. La voz ronca de Damien sonaba anhelante pero apagada; estaba desgarrado por dentro, tenía el corazón hecho pedazos—. Cuando llega la noche y cierro los ojos, te puedo ver claramente. Tu rostro, tus ojos y tu sonrisa están grabados en mi mente. Y, a pesar de todo, es un consuelo. Ya casi no logro recordar la hermosa sensación que era el tenerte entre mis brazos, acariciar tu piel, oler el agradable aroma de tu cabello, la sensación al pasar mis dedos entre él. Ya ni siquiera recuerdo la última vez que nos amamos, que fuiste mía. Mía —reflexionó—. ¿Sigues siéndolo?
Por un segundo, a Anges pareció importarle más el jugueteo de sus dedos en el agua tibia de la bañera, que las anhelantes palabras de su esposo, por eso él tuvo que cogerle las manos inquietas y mantenerlas entre las suyas, para poder acaparar su atención.
—Mi amor, ¿entiendes lo que te digo? —le preguntó con una voz más profunda—. Aún te amo, te necesito más que nunca. Por favor, no me rechaces, no otra vez, porque no podría soportarlo… —suplicó.
Con sus labios, él le acarició el largo y terso cuello mientras contenía el aliento. Recorrió la mejilla hasta llegar a su boca, y la besó, profundamente. Era un beso que intentaba compensar más de diez años de sufrimiento y de angustia. Era su esposa, la madre de su hija, ¿seguía teniendo los mismos derechos sobre ella después de lo que le había hecho? Probablemente no, pero por esos instantes se sintió tan vulnerable, tan necesitado, que fue incapaz de no acercarse a ella y propiciar el acercamiento sensual.
Siendo perfectamente consciente del efecto de sus caricias, la apretó gentilmente contra su cuerpo y alargó su mano para tocar sus pechos. Notó que ella se ruborizaba.
—No, no hay por qué sentir vergüenza, somos esposos, soy tuyo y tú eres mía —él volvió a buscar sus labios, reclamando de nuevo su boca y la volvió a besar. Esta vez fue más allá y condujo su mano libre hasta su entrepierna, un terreno que casi había olvidado, pero que no había duda que reconocía al tacto.
A diferencia de su hermano, que disfrutaba saltando de cama en cama, hacía demasiado tiempo que Damien no había vuelto a estar con una mujer. ¿Podía ser considerado como un pecado que pretendiera intimar con una mujer cuya cordura se había esfumado? Era su esposa, pero, ¿estaría ella plenamente consciente de lo que ocurría? Damien no deseaba forzarla o aprovecharse de ella, todo lo que deseaba era sentirla cerca, que ella lo amara, que lo abrazara con firmeza y se aferrara a él, que le impidiera seguir hundiéndose en el pantanoso y negro túnel que parecía reclamarlo. Desesperadamente, necesitaba algo a que a aferrarse, antes de que terminara también por volverse loco.
Damien Østergård- Licántropo Clase Alta
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Re: Invisible chains | Privado
“La vida es acción y pasión, por lo tanto, se requiere de un hombre que comparta la pasión y la acción.”
—Oliver Wendell Holmes
—Oliver Wendell Holmes
Siempre había logrado ser aquella alma que irradiaba la tranquilidad que muchos necesitaban, en sus días de gloria, muchas veces con su presencia y correctas palabras calmo disputas entre los hermanos y diferentes personajes, que por conflictos se alzaban los egos primitivos, que buscaban demostrar quién era el mejor. Cuantas peleas no detuvo simplemente sosteniendo el brazo de Damien, acurrándose en el, mientras con una sonrisa amable, pero agarre firme trataba de mantener todo tranquilo, por suerte su esposo no era muy conflictivo, siempre había sido un buen hombre, pero como siempre, en ocasiones se podría llegar a rebosar la paciencia de una persona, sin importar que caritativo fuera.
¿Recordaba ella los momentos de felicidad junto a el? Aquellos recuerdos debían existir, muy profundo de su mente pero debían estar allí, aunque ella no lo expresaba, amaba al Damien que había conocido, el que la había enamorado y regalado lo mejor que había podido tener en toda la vida; a su hija. Pero todo era confuso para ella, los segundos parecían ser tan eternos, que se lograban confundir con horas, mientras las horas llegaban a ser tan rápidas, que la aturdían como segundos.
Era extraño tener un cuerpo cálido junto al suyo, sentía su cuerpo detrás, su aliento chocar en su cuello, ella no lo veía, parecía estar más interesada en el movimiento y aumento del agua, provocado por la misma introducción del hombre a la bañera — jajajaja ¿Qué haces Damien? — su risa parecía el de una niña, mostrándose divertida cuando el licántropo sujeto sus manos para entrelazarla con las de ella, quiso moverse para seguir jugando entre el agua, pero el delicadamente se hacía dueño de sus movimientos, provocando que hubiera una leve atención hacia él. Parecía un insecto invadido por un extraño transe provocado por la luz que irradiaba la presencia de aquel hombre.
― ¿Dónde has estado Damien? — pregunto alzando su rostro un poco. Sintió como su cuerpo pareció estremecerse al acto de los besos en su cuello, era tan placentero la sensación, que no pudo evitar sentirse atraída, su mismo rostro parecía buscarlo a él, mientras con sus ojos entrecerrados trataba de mantenerse tranquila, retomando los recuerdos de antes de su trágico accidente. ¡Tanto tiempo sin saber lo que era un beso! Se sentía principiante, no sabía qué hacer, como reaccionar, pero había cosas que parecía que era natural, que no se necesitaba practicarlo a diario, para poder hacerlo bien.
Se sintió atormentada por unos momentos, era como si muchas corrientes pasaran por su cuerpo, recorriéndolo a su antojo hasta depositarse en sus caderas, en donde una punzada en ellas comenzaba a molestarle. — Pero…. — volvió a sentir sus labios, se sentía perdida, como un naufrago en un oleaje abrumador, sus manos se aferraron a sus hombros, mientras perdía toda voluntad de preguntarse que estaba sucediendo. — Ngh…― su brazos parecieron aflojarse a su agarre cuando sintió como la ajena tocaba una parte que solamente Odette tocaba cuando la bañaba en la tina. ¿Estaría haciendo lo mismo?, no parecía querer restregar entre sus labios para quedar limpio y sin residuo alguno, el más bien tanteaba el lugar, como si estuviera recordando el camino hacia su interior.
Sus mejillas estaban ruborizadas, la vergüenza parecía aun apoderarse de ella con facilidad, libro una de sus manos, mientras que la otra aun quedaba en el hombro de su esposo, con la libre trato de quitar al intruso de aquel monte de Venus el cual había sido olvidado por afrodita ― ¿A dónde vas…? ― se estremeció, sus dedos se resbalaron y los de el entraron con facilidad a su cálido interior, no pudo evitar dejar salir un gemido ante tal sensación que invadía su cuerpo, era para ella algo nuevo, ya no estaba acostumbraba a sus caricias, se había olvidado lo maravilloso que podía ser tener alguien junto a ella. — Damien… — susurro con cierta dificultad al hablar —Te he extrañado, No te vayas, no dejes que ese monstro se apodere de ti, se mío y de nadie más, se el Damien del que me enamore ― quiso romper en llanto, pero se mordió los labios, termino gimoteando débilmente, mientras su mano que se aferraba en su hombro se deslizaba por su cuello, subiendo hasta su nuca para poder entrelazar sus dedos mojados con las hebras de su cabello. Sus caderas incitaban a moverse al ritmo que los dedos llegaban a imponer, como si buscara la sensación olvidada del orgasmo, gemía, mientras sus labios rozaban los de él a veces abiertamente, otra con vergüenza trataba de ocultar la fascinación de las sensaciones que invadía su cuerpo.
Anges Østergård- Humano Clase Alta
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Re: Invisible chains | Privado
Muchas fueron las veces que Damien hizo el amor a su esposa en el pasado, cada una más maravillosa e inolvidable que la anterior, pero volver a tocarla después de tantos años, era como volver a hacerlo por primera vez. Damien podía sentir el corazón de Anges latiendo desbocado, tan rápido que por un instante tuvo la sensación de que esa no era su esposa, sino una muchacha virgen que se moría de nervios y de miedo al ser besada por primera vez con tanta intensidad, que se derretía al sentir las manos de un hombre tocándola, acariciándola de esa manera, invadiendo su intimidad.
Pero, aunque por momentos parecía que se resistía, ella también le correspondió. Damien acercó sus labios y prolongó su beso por mucho más tiempo cuando ella se giró dentro de la bañera y rodeó su cuello con sus brazos. Con sus manos maniobró con delicadeza el cuerpo de su esposa, y la levantó de las caderas hasta colocarla encima de él a horcajadas, pero no la penetró de inmediato. Se inclinó y besó su cuello, clavícula, y finalmente sus pechos que eran pequeños, y que gracias a su tamaño, pudo abarcar completamente con sus manos grandes para acariciarlos con vehemencia, trazando círculos alrededor de los endurecidos pezones rosados, los cuales no dudó en lamer cegado por la pasión.
—¿Recuerdas cómo era hacer el amor conmigo, Angie, lo mucho que nos amábamos? ¿Recuerdas que yo no podía vivir sin ti y tú decías no concebir un la vida si no era a mi lado? —Preguntó con la voz entrecortada, y en ese instante, mientras la recorría de arriba abajo con caricias, recordó lo mucho que le había gustado siempre el cuerpo de su esposa. Ella era muy pequeña, tan menuda como una adolescente, pero sus formas y curvas eran tan femeninas, tan delicadas y elegantes, como las que toda dama aspiraba poseer. A ella no le hacía falta martirizar su cuerpo con ajustados corsés para disminuir el tamaño de sus pechos y de su cintura, ya era naturalmente perfecta. Damien la tomó del talle y la atrajo hacia sí.
—No tengas miedo, es algo completamente normal. Así concebimos a nuestra hija, a nuestra Katherina. Te entregaste a mí, ¿lo recuerdas? —Le dijo en un intento de disipar sus nervios, sin dejar de besarle las mejillas y el mentón, por momentos delicadamente, depositando suaves besos sobre su piel, y otras tantas arrebatado por la pasión que el roce de su cuerpo le provocaba—. Hazlo una vez más, Angie, entrégate a mí. Déjame entrar en tu cuerpo, déjame sentirte mía, realmente mía, una vez más… sólo una vez más. Tócame como yo te he tocado —cogió su mano y la condujo muy despacio hasta su entrepierna, donde ambos sexos se rozaban. Con movimientos muy suaves él le enseñó cómo acariciarlo, moldeando con su mano la erección de su miembro. Preso de la deliciosa sensación, apoyó su frente mojada contra el hombro de ella y, cuando no pudo soportar más, un destello de excitación brilló en sus ojos, tomó su miembro con su mano y lo colocó justo en la entrada de su intimidad.
—Confía en mí… —fue lo último que dijo antes de comenzar a hundir su cuerpo en el de ella, primero con movimientos lentos para no lastimarla, mismos que se fueron intensificando hasta lograr entrar completamente en ella. Pudo sentir cómo el cuerpo de Anges se tensaba y daba un respingo con cada movimiento, arqueando su espalda, soltando gemidos que eran cada vez más agónicos y luchando con sus manos para liberarse, suplicando en silencio que pusiera fin a esa tortura que lentamente se volvió placer. Como ella estaba sobre él, Damien la incitó a ser quien llevara el ritmo con sus movimientos.
Pero, aunque por momentos parecía que se resistía, ella también le correspondió. Damien acercó sus labios y prolongó su beso por mucho más tiempo cuando ella se giró dentro de la bañera y rodeó su cuello con sus brazos. Con sus manos maniobró con delicadeza el cuerpo de su esposa, y la levantó de las caderas hasta colocarla encima de él a horcajadas, pero no la penetró de inmediato. Se inclinó y besó su cuello, clavícula, y finalmente sus pechos que eran pequeños, y que gracias a su tamaño, pudo abarcar completamente con sus manos grandes para acariciarlos con vehemencia, trazando círculos alrededor de los endurecidos pezones rosados, los cuales no dudó en lamer cegado por la pasión.
—¿Recuerdas cómo era hacer el amor conmigo, Angie, lo mucho que nos amábamos? ¿Recuerdas que yo no podía vivir sin ti y tú decías no concebir un la vida si no era a mi lado? —Preguntó con la voz entrecortada, y en ese instante, mientras la recorría de arriba abajo con caricias, recordó lo mucho que le había gustado siempre el cuerpo de su esposa. Ella era muy pequeña, tan menuda como una adolescente, pero sus formas y curvas eran tan femeninas, tan delicadas y elegantes, como las que toda dama aspiraba poseer. A ella no le hacía falta martirizar su cuerpo con ajustados corsés para disminuir el tamaño de sus pechos y de su cintura, ya era naturalmente perfecta. Damien la tomó del talle y la atrajo hacia sí.
—No tengas miedo, es algo completamente normal. Así concebimos a nuestra hija, a nuestra Katherina. Te entregaste a mí, ¿lo recuerdas? —Le dijo en un intento de disipar sus nervios, sin dejar de besarle las mejillas y el mentón, por momentos delicadamente, depositando suaves besos sobre su piel, y otras tantas arrebatado por la pasión que el roce de su cuerpo le provocaba—. Hazlo una vez más, Angie, entrégate a mí. Déjame entrar en tu cuerpo, déjame sentirte mía, realmente mía, una vez más… sólo una vez más. Tócame como yo te he tocado —cogió su mano y la condujo muy despacio hasta su entrepierna, donde ambos sexos se rozaban. Con movimientos muy suaves él le enseñó cómo acariciarlo, moldeando con su mano la erección de su miembro. Preso de la deliciosa sensación, apoyó su frente mojada contra el hombro de ella y, cuando no pudo soportar más, un destello de excitación brilló en sus ojos, tomó su miembro con su mano y lo colocó justo en la entrada de su intimidad.
—Confía en mí… —fue lo último que dijo antes de comenzar a hundir su cuerpo en el de ella, primero con movimientos lentos para no lastimarla, mismos que se fueron intensificando hasta lograr entrar completamente en ella. Pudo sentir cómo el cuerpo de Anges se tensaba y daba un respingo con cada movimiento, arqueando su espalda, soltando gemidos que eran cada vez más agónicos y luchando con sus manos para liberarse, suplicando en silencio que pusiera fin a esa tortura que lentamente se volvió placer. Como ella estaba sobre él, Damien la incitó a ser quien llevara el ritmo con sus movimientos.
Damien Østergård- Licántropo Clase Alta
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Re: Invisible chains | Privado
Era sensaciones que parecían olvidadas en el pasado, ella sabía que estaban allí, guardadas en su mente, llenas de polvo, poco a poco volvían a ser recordadas. Despertaban en su interior, luego de un letargo sueño, volvían a ver la luz con las caricias de un hombre; el hombre que siempre había amado. Anges era una mujer pequeña, no pesaba mucho, su cuerpo era delgado; últimamente se le había estado marcando las costillas en su torso. Pesaba poco, lo que hizo que Damien tuviera oportunidad de maniobrar con ella. Pero no era lo ligera lo que hacía que fuera fácil manipularla, pues aunque era una mujer que pesara poco, si tenia uno de sus ataques, podría volverse una piedra.
Su cabeza echada hacia atrás, dejaba el camino libre para los bellos en su cuello. Podía sentir algo que rosaba con su intimidad. Caliente, extraño pero encantador, la hacía temblar y hasta ella misma buscaba acomodarse de manera instintiva, haciendo que las dos intimidades rozaran mutuamente. Sus senos crecían, sus pezones se endurecían bajo las caricias de su esposo. — No, Damien… — ¿La verdad? No podía recordar. Al parecer todo bien recuerdo entre ellos se había esparcido, dejando solamente en su memoria tal infortunio que termino volviéndola loca. Posiblemente llegaran algunos retazos de sus recuerdos si él estaba más tiempo con ella, pero Anges nunca dejaba que Damien se acercara nuevamente a ella.
¿Era amor lo que sentía en su pecho? Ya había olvidado la sensación que Damien provocaba en su interior, pero este estaba decidido a volver a marcarla, haciéndola recordar el amor que quedaba en su interior. En el pasado siempre había sido una buena esposa, sabia como se trataba a un hombre y podía satisfacer cada una de sus necesidades, pero su mente se había enfrascado en la bestia que se había apoderado del cuerpo de su esposo. Pero ahora lo veía como un milagro, estaba el allí, junto a ella, guiándola en senderos olvidados. Era el hombre que la había enamorado, quien con gestos suaves y tiernos la alentaba a volver a aventurarse.
Era el aliento nuevo que necesitaban los dos. Volvían a ser esposos, marido y mujer, al menos por unos minutos. Anges con nervios y con sus manos temblorosas acepto el reto. Siendo guiada por la mano del hombre movía al compa de la excitación, inclino su cabeza hacia el hombro en donde Damien reposaba su frente, en un acto de amor y ternura. Ella misma jadeo, mientras el ritmo de sus manos aumentaba por si solos, ya no necesitaba su guía, sentía que podría hacerlo sola, reconocía las reacciones de su hombre. Pero sus pequeñas manitas fueron apartadas del miembro masculino y el tomo el control.
— ¿Qué suced..e? — quiso preguntar. Pero al ver los ojos de Damien, encontró a un hombre, simplemente un ser que proclamaba lo que era de él, gracias a los votos maritales. Pero sobre todo, encontró a la persona que recordaba en el pasado. Esos ojos, ese destello, le habían hecho estremecer. Sus piernas temblaban, mientras sentía como algo empujaba deseando querer entrar — Ahg…— Gimio sin poder evitarlo. Sentía la presión de ser invadida, su respiración parecía ser una montaña rusa, la cual no deseaba tranquilizarse. Estuvo a punto de gritar, pero los jadeos ahogaban su agonía. Sus manos se aferraba a la espalda del hombre, como si se trataba de un naufrago sosteniendo lo único que lo mantenía a flote.
Sus caderas se abrían, su interior abrazaba y le daba la bienvenida a su viejo amigo. Anges aun no procesaba todas las señales que le estaba enviando su cuerpo, tal vez nunca podría. Pero las manos de Damien parecían indicarle el movimiento que debía acentuar; como lo había hecho con sus manos. Quiso moverse, pero una punzada en su matriz la hizo detenerse, aferrándose al cuello del hombre, mientras depositaba en su oído sus gimoteos y quejidos. Era como si volviera a aprender de nuevo. — No, no puedo… — negó enérgicamente. Quiso alejarlo, levantarse y huir, pero con lo que se encontró fue con un agarre fuerte, que la hizo volver a sentir un mareo de sensaciones que nacía en su útero y recorría todo su cuerpo.
Su cabeza echada hacia atrás, dejaba el camino libre para los bellos en su cuello. Podía sentir algo que rosaba con su intimidad. Caliente, extraño pero encantador, la hacía temblar y hasta ella misma buscaba acomodarse de manera instintiva, haciendo que las dos intimidades rozaran mutuamente. Sus senos crecían, sus pezones se endurecían bajo las caricias de su esposo. — No, Damien… — ¿La verdad? No podía recordar. Al parecer todo bien recuerdo entre ellos se había esparcido, dejando solamente en su memoria tal infortunio que termino volviéndola loca. Posiblemente llegaran algunos retazos de sus recuerdos si él estaba más tiempo con ella, pero Anges nunca dejaba que Damien se acercara nuevamente a ella.
¿Era amor lo que sentía en su pecho? Ya había olvidado la sensación que Damien provocaba en su interior, pero este estaba decidido a volver a marcarla, haciéndola recordar el amor que quedaba en su interior. En el pasado siempre había sido una buena esposa, sabia como se trataba a un hombre y podía satisfacer cada una de sus necesidades, pero su mente se había enfrascado en la bestia que se había apoderado del cuerpo de su esposo. Pero ahora lo veía como un milagro, estaba el allí, junto a ella, guiándola en senderos olvidados. Era el hombre que la había enamorado, quien con gestos suaves y tiernos la alentaba a volver a aventurarse.
Era el aliento nuevo que necesitaban los dos. Volvían a ser esposos, marido y mujer, al menos por unos minutos. Anges con nervios y con sus manos temblorosas acepto el reto. Siendo guiada por la mano del hombre movía al compa de la excitación, inclino su cabeza hacia el hombro en donde Damien reposaba su frente, en un acto de amor y ternura. Ella misma jadeo, mientras el ritmo de sus manos aumentaba por si solos, ya no necesitaba su guía, sentía que podría hacerlo sola, reconocía las reacciones de su hombre. Pero sus pequeñas manitas fueron apartadas del miembro masculino y el tomo el control.
— ¿Qué suced..e? — quiso preguntar. Pero al ver los ojos de Damien, encontró a un hombre, simplemente un ser que proclamaba lo que era de él, gracias a los votos maritales. Pero sobre todo, encontró a la persona que recordaba en el pasado. Esos ojos, ese destello, le habían hecho estremecer. Sus piernas temblaban, mientras sentía como algo empujaba deseando querer entrar — Ahg…— Gimio sin poder evitarlo. Sentía la presión de ser invadida, su respiración parecía ser una montaña rusa, la cual no deseaba tranquilizarse. Estuvo a punto de gritar, pero los jadeos ahogaban su agonía. Sus manos se aferraba a la espalda del hombre, como si se trataba de un naufrago sosteniendo lo único que lo mantenía a flote.
Sus caderas se abrían, su interior abrazaba y le daba la bienvenida a su viejo amigo. Anges aun no procesaba todas las señales que le estaba enviando su cuerpo, tal vez nunca podría. Pero las manos de Damien parecían indicarle el movimiento que debía acentuar; como lo había hecho con sus manos. Quiso moverse, pero una punzada en su matriz la hizo detenerse, aferrándose al cuello del hombre, mientras depositaba en su oído sus gimoteos y quejidos. Era como si volviera a aprender de nuevo. — No, no puedo… — negó enérgicamente. Quiso alejarlo, levantarse y huir, pero con lo que se encontró fue con un agarre fuerte, que la hizo volver a sentir un mareo de sensaciones que nacía en su útero y recorría todo su cuerpo.
Anges Østergård- Humano Clase Alta
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Re: Invisible chains | Privado
Anges quiso ponerse de pie pero él se lo impidió. Reconoció en el rostro de su amada los síntomas del sobresalto y el miedo.
—Tranquilízate, mi amor, serénate —hizo un gran esfuerzo por hablarle con calma, pero fue en vano—. ¿Te duele algo? ¿Te he hecho daño? ¿Qué es lo que pasa? —Ella estaba asustada y muy ansiosa. Intentó abrazarla y le susurró palabras dulces al oído en un intento de calmarla, pero éstas no fueron escuchadas—. Anges, no hay nada que temer. Estás a salvo conmigo. ¿Quién cuidaría mejor de ti que tu esposo?
De nada sirvieron las palabras bonitas, las caricias tiernas o los besos apasionados. Al final, el esmero y la paciencia de Damien no fueron suficientes para calmar los demonios que atormentaban a su esposa y la experiencia no resultó satisfactoria para ninguno de los dos. Ella pareció ceder un minuto, pero al siguiente volvió a resistirse. Se defendió con fiereza, rechazándolo y alejándolo, como había hecho hacía ya más de trece años, aquella noche en la que había presenciado su transformación y había visto con horror cómo su amado esposo se convertía en una bestia aterradora. Como aquella vez, pareció nuevamente enloquecer, y lo miró con terror, como si quisiera lastimarla; como si el hombre que yacía en la bañera, añorando un momento de intimidad con su esposa, fuese más bien un enorme lobo que quería engullirla entera con sus enormes y afilados dientes. Anges lo arañó en la cara y en el pecho, aunque es probable que ella no se diera cuenta de ello, pues lo hizo como un mecanismo de defensa inconciente y que es natural en todo ser humano.
Damien salió abruptamente de su interior y la sujetó fuertemente de las muñecas para impedir que siguiera hiriéndolo. Todavía se sentía deseoso de ella, todavía añoraba como nunca su cercanía; la sangre todavía le hervía bajo la piel y su erección no se había perdido del todo, pero, ¿qué podía o debía hacer si ella insistía en tratarlo como a su enemigo? ¿Iba a forzarla, a violarla? No. No podía ser tan desgraciado. Ya la había herido suficiente en el pasado, ya había sido el causante de su trastorno, como para ahora arrebatarle su integridad, su dignidad.
Dándose cuenta de que no podía continuar y que acababa de cometer el peor error de todos, la soltó al instante. Dejó que ella siguiera golpeándolo y se llevó las manos al rostro para ocultar su vergüenza. No podía creer lo que había hecho, lo ingenuo que había sido al pensar que todo podía ser como antes. Había sido sumamente egoísta al preferir satisfacer sus deseos, su necesidad de ella, poniéndolo por encima del bienestar de Anges, pues de antemano sabía que acciones como esas podían empeorar su condición. Arrepentido por su comportamiento, salió de la bañera, cubrió su cuerpo con una bata de baño, y se alejó cuanto antes de la joven y perturbada mujer. Pero ni su lejanía pareció tranquilizarla. Damien salió del cuarto de baño y buscó a Odette.
—Por favor, vaya con ella, ayúdela —le pidió a modo de súplica cuando al fin encontró a la mujer—. Y por lo que más quiera, sea gentil, no es más que una víctima… —la voz se le apagó. Ella lo miró con extrañeza, pues además de estar mojado y envuelto en una bata, indicando que habían compartido el baño, Damien tenía la respiración agitada, el rostro rojizo y algunas líneas de sangre en las mejillas y cuello. La mujer alzó las manos para cubrir su boca cuando imaginó lo ocurrido, pues teniendo en cuenta la situación de Anges, y que ella misma había recibido una mordida hacía menos de una hora, no era nada difícil imaginar lo sucedido. «Pobre hombre», pensó, y se apresuró a cumplir sus órdenes tal y como le había indicado.
Todavía afectado por lo ocurrido, Damien se dirigió a la sala de estar y de la puertita de uno de los muebles sacó una botella de whisky que había estado manteniendo oculta por un largo tiempo. Durante las esporádicas visitas que hacía a Anges, había bebido de ella en varias ocasiones, sirviéndose pequeñas cantidades, únicamente para amortiguar el dolor que le producía ver lo mal que estaba su adorada esposa. En esta ocasión, llenó el vaso, y se lo bebió de golpe, luego volvió a rellenarlo y ya sin la necesidad de ocultar la botella de los ojos de Odette o de los de su esposa, se dirigió hasta la recamara que había sido destinada a Anges. Bebió de su whisky mientras observaba detenidamente su entorno. A diferencia de la habitación matrimonial que alguna vez habían compartido, llena de color y de detalles, esa era sumamente sombría. La cama estaba forrada con abundante tela blanca, especialmente donde tenía la madera, para que ella no se hiciera daño, y de cada lado había ataduras para pies y manos, mismos que servían para inmovilizarla cuando tenía los peores episodios. Damien también había hecho poner barrotes de metal alrededor de toda la casa, y las ventanas estaban aseguradas con clavos para que ella no pudiera abrirlas y escapar al bosque. Definitivamente, más que una casa, aquella parecía una jaula.
Melancólico por la situación y sintiéndose más miserable que nunca, tomó asiento en un sillón alejado de la cama, y esperó a que Odette llevara a su esposa, esperaba que ya mucho más tranquila.
—Tranquilízate, mi amor, serénate —hizo un gran esfuerzo por hablarle con calma, pero fue en vano—. ¿Te duele algo? ¿Te he hecho daño? ¿Qué es lo que pasa? —Ella estaba asustada y muy ansiosa. Intentó abrazarla y le susurró palabras dulces al oído en un intento de calmarla, pero éstas no fueron escuchadas—. Anges, no hay nada que temer. Estás a salvo conmigo. ¿Quién cuidaría mejor de ti que tu esposo?
De nada sirvieron las palabras bonitas, las caricias tiernas o los besos apasionados. Al final, el esmero y la paciencia de Damien no fueron suficientes para calmar los demonios que atormentaban a su esposa y la experiencia no resultó satisfactoria para ninguno de los dos. Ella pareció ceder un minuto, pero al siguiente volvió a resistirse. Se defendió con fiereza, rechazándolo y alejándolo, como había hecho hacía ya más de trece años, aquella noche en la que había presenciado su transformación y había visto con horror cómo su amado esposo se convertía en una bestia aterradora. Como aquella vez, pareció nuevamente enloquecer, y lo miró con terror, como si quisiera lastimarla; como si el hombre que yacía en la bañera, añorando un momento de intimidad con su esposa, fuese más bien un enorme lobo que quería engullirla entera con sus enormes y afilados dientes. Anges lo arañó en la cara y en el pecho, aunque es probable que ella no se diera cuenta de ello, pues lo hizo como un mecanismo de defensa inconciente y que es natural en todo ser humano.
Damien salió abruptamente de su interior y la sujetó fuertemente de las muñecas para impedir que siguiera hiriéndolo. Todavía se sentía deseoso de ella, todavía añoraba como nunca su cercanía; la sangre todavía le hervía bajo la piel y su erección no se había perdido del todo, pero, ¿qué podía o debía hacer si ella insistía en tratarlo como a su enemigo? ¿Iba a forzarla, a violarla? No. No podía ser tan desgraciado. Ya la había herido suficiente en el pasado, ya había sido el causante de su trastorno, como para ahora arrebatarle su integridad, su dignidad.
Dándose cuenta de que no podía continuar y que acababa de cometer el peor error de todos, la soltó al instante. Dejó que ella siguiera golpeándolo y se llevó las manos al rostro para ocultar su vergüenza. No podía creer lo que había hecho, lo ingenuo que había sido al pensar que todo podía ser como antes. Había sido sumamente egoísta al preferir satisfacer sus deseos, su necesidad de ella, poniéndolo por encima del bienestar de Anges, pues de antemano sabía que acciones como esas podían empeorar su condición. Arrepentido por su comportamiento, salió de la bañera, cubrió su cuerpo con una bata de baño, y se alejó cuanto antes de la joven y perturbada mujer. Pero ni su lejanía pareció tranquilizarla. Damien salió del cuarto de baño y buscó a Odette.
—Por favor, vaya con ella, ayúdela —le pidió a modo de súplica cuando al fin encontró a la mujer—. Y por lo que más quiera, sea gentil, no es más que una víctima… —la voz se le apagó. Ella lo miró con extrañeza, pues además de estar mojado y envuelto en una bata, indicando que habían compartido el baño, Damien tenía la respiración agitada, el rostro rojizo y algunas líneas de sangre en las mejillas y cuello. La mujer alzó las manos para cubrir su boca cuando imaginó lo ocurrido, pues teniendo en cuenta la situación de Anges, y que ella misma había recibido una mordida hacía menos de una hora, no era nada difícil imaginar lo sucedido. «Pobre hombre», pensó, y se apresuró a cumplir sus órdenes tal y como le había indicado.
Todavía afectado por lo ocurrido, Damien se dirigió a la sala de estar y de la puertita de uno de los muebles sacó una botella de whisky que había estado manteniendo oculta por un largo tiempo. Durante las esporádicas visitas que hacía a Anges, había bebido de ella en varias ocasiones, sirviéndose pequeñas cantidades, únicamente para amortiguar el dolor que le producía ver lo mal que estaba su adorada esposa. En esta ocasión, llenó el vaso, y se lo bebió de golpe, luego volvió a rellenarlo y ya sin la necesidad de ocultar la botella de los ojos de Odette o de los de su esposa, se dirigió hasta la recamara que había sido destinada a Anges. Bebió de su whisky mientras observaba detenidamente su entorno. A diferencia de la habitación matrimonial que alguna vez habían compartido, llena de color y de detalles, esa era sumamente sombría. La cama estaba forrada con abundante tela blanca, especialmente donde tenía la madera, para que ella no se hiciera daño, y de cada lado había ataduras para pies y manos, mismos que servían para inmovilizarla cuando tenía los peores episodios. Damien también había hecho poner barrotes de metal alrededor de toda la casa, y las ventanas estaban aseguradas con clavos para que ella no pudiera abrirlas y escapar al bosque. Definitivamente, más que una casa, aquella parecía una jaula.
Melancólico por la situación y sintiéndose más miserable que nunca, tomó asiento en un sillón alejado de la cama, y esperó a que Odette llevara a su esposa, esperaba que ya mucho más tranquila.
Damien Østergård- Licántropo Clase Alta
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Re: Invisible chains | Privado
“Las personas necesitan un poco de locura, de otro modo nunca se atreven a cortar la soga y liberarse”
—Nikos Kazantzakis
—Nikos Kazantzakis
No, no se podía tranquilizar. Damien podría estar esperando que algo muy dentro de ella la hiciera entrar en razón y así que pudiera volver a ser la esposa amorosa que alguna vez conoció y amo con todas sus fuerzas, el único deseo de aquel hombre era que estuvieran otra vez juntos, disfrutando una velada nupcial. Pero todo seria en vano, ni las palabras más dulces podrían hacerla entrar en razón. Para ella era como la miel derramada que estaba siendo consumida por las hormigas. Las manos de aquella pequeña mujer profanada, se paseaban por todo el cuerpo del licántropo, era como una gata que solamente buscaba herir, sin medir donde llegaban sus ataques. Algunos habían podido terminar fallidos, no lo sabía, pero ella aun así, volvía a buscar a atacar, como si su cuerpo fuera consiente de simplemente defenderse, de un fantasma del pasado, que aun la atormentaba en el presente.
Sintió un alivio en su interior, pero ya era tarde. Anges no dejaba de gritar, trataba de defenderse sin saber si había acertado y herido al malhechor; que terminaba siendo su mismísimo esposo. Su genuino conyugue trataba de tranquilizarla con palabras bonitas, le restringía los movimientos de su cuerpo para ver si llegaba a hacerla entrar en razón. Pero sorprendentemente un hombre de su fuerza, parecía simplemente no poder con la pequeña y frágil castaña, tal vez era por el hecho de tener miedo de lastimarla si utilizaba toda su fuerza. Era como si ella tuviera un poder superior a la fuerza bruta.
Damien termino aceptando cada golpe que Anges le proporcionaba, uno más fuerte que el otro; pero no físicamente. Eran dagas que se apuñalaban con potencia sus almas y corazones, haciéndoles el triste recordatorio que nunca sería como antes; para ella, él no era más el Damien del que se había enamorado, se había convertido en la simple marioneta de la gran bestia que vivía en su interior. El cuerpo tembloroso y perturbado de la mujer sintió como el agua se movía, los golpes y arañazos no pudieron alcanzar más el pecho, donde alguna vez durmió tan apacible y deposito tiernos besos mientras declaraba su amor por aquel hombre a los cuatro vientos.
El había salido ya de la habitación y los gritos parecían haber cesado un poco, hasta que terminaron extinguiéndose. Anges; ahora totalmente sola. Miraba el lugar, como si estuviera perdida en un gran mar turbio y frio, ella misma se quiso abrazar para evitar que el frio no se calara en sus huesos. Se aferro con tanta fuerza a su propio cuerpo, que sus uñas pudieron marcarse en su palida piel. Un gran estruendo la hizo saltar y gemir de temor, era un trueno, que anunciaba que la tormenta comenzaba a volverse cada vez más feroz. La pobre mujer termino por saltar de la tina, con torpeza cayó de bruces al suelo.
Otro trueno, un grito de ella, que no se escucho por el estruendo de la lluvia. Tapo sus oídos, esperando que no pudiera oír mas como el cielo se desgarraba como su misma alma. Quiso arrinconarse en una pequeña esquina del lugar. Desnuda y desamparada, olvidada por todos, extrañada por nadie. Gateo sollozando hasta un rincón del lugar, en donde encontró una linda caja de madera; la cual recordaba que Odette la utilizaba de vez en cuando para sus cuidados. Como si fuera una niña que había encontrando un tesoro, abrió la caja. En ella había varias cosas para el cuidado personal de ella; uno más interesante que el anterior. Anges se sentó y sujeto con torpeza un objeto metálico, el cual observo con mucha curiosidad, parecía adorar como brillaba al alzarla hacia la luz de las pocas velas que quedaban aún vivas en el lugar. Encontró que poniendo dos dedos en cada agujero. La parte superior se dividía en dos, dejando un espacio que se incrementaba a capricho de sus dedos.
Sonrió. Estaba descubriendo un nuevo mundo, el cual aun no terminaba por explorar. Anges sujeto parte de su cabello, el cual deposito en aquel espacio que dejaban libre la división y cerro bruscamente. Sus cabellos cayeron como si se trataran de simple lluvia que caía a sus pies.
La puerta se abrió bruscamente y Odette encontró tal escena, con horror termino presenciando el suicidio mismo de sus largos mechones. Corrió para poder quitarle las tijeras que tenia aun en mano, pero Anges seguía jugando con su mismísimo cabello, haciéndolo más pequeño a cada momento. Pudo quitárselas sin mucho esfuerzo, los años de haberla cuidado, le habían dado la oportunidad de tener diferentes estrategias para que hiciera que obedeciera. — Dame Las tijeras, Señorita, necesitamos ir a ver a su hija, hay una tormenta muy fuerte debe estar llorando mucho la nenita, su madre debe ir a consolarla — dijo dulcemente su cuidadora, mientras extendía su mano para que depositara las tijeras. Lo hizo sin decir mucho del asunto, pero ya el daño estaba hecho, la volvió a llevar a la tina para poder quitarle parte de los residuos de su cabello y la cubrió con varias toallas. Estaba avergonzada, no sabía cómo le presentaría al sr Damien a su esposa nuevamente.
Guio a Anges hasta su habitación, en donde estaba esperando el. — Monsieur Østergård, la señorita ha sufrido un accidente, espero que me perdone, no lo he podido evitar — dijo en una voz temblorosa y deshonrada. Anges termino de entrar a la habitación con su cabello todo desnivelado y corto, haciendo que en su rostro se viera más marcado el paso de los años y el encierro.
— ¡Damien! — Susurro Anges con cierta emoción, al encontrarlo en aquella vacía y fría habitación — ¿Dónde has estado? Te he estado esperando y me he aburrido muchísimo — Corrió hacia él, sujetando como podía lo único que la mantenía cubierta. Busco su pecho y escondió su rostro en ese cálido lugar. — Hay una tormenta muy fea, Nuestra amada niña debe estar llorando… — Gimoteo suavemente, mientras levantaba su mirada, encontrando al acomplejado rostro de su esposo. Alzo su mano hasta poder tocar su mejilla, en donde pudo sentir su piel derretirse en las yemas de sus dedos. Otro estruendo provocado por la inclemente tormenta, la hizo estremecerse, busco refugio como si fuera un pequeño roedor en los brazos de su esposo.
Anges Østergård- Humano Clase Alta
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Re: Invisible chains | Privado
La puerta de la habitación finalmente se abrió. Por ella entró Anges, y detrás de ella, una afligida Odette que arrastraba los pies y no dejaba de mirar el piso, porque no se atrevía a enfrentar a su patrón luego de lo ocurrido. Damien levantó la vista y recibió entre sus brazos, con sorpresa, a una Anges mucho más relajada y dulce. Sin embargo, no fue su repentino e incomprensible cambio de humor lo que logró perturbarlo, sino lo que había ocurrido con su cabello. Éste había sido cortado, o mejor dicho, trasquilado por completo; hebras castañas, unas más cortas que otras, le afeaban el rostro, corrompiendo así su angelical apariencia. El hombre la contempló un momento, en silencio, puesto que se sintió incapaz de decir nada. Estaba completamente impactado, pero pronto su sorpresa se transformó en molestia.
—Odette, pero ¿qué es lo que ha pasado? —Exigió saber Damien con una voz claramente consternada—. Solo… ¡mírela! —Clavó sus ojos en la perjudicada melena de Anges, y luego miró a la mujer para recriminarle el hecho.
—Es que cuando entré al cuarto de baño ella ya tenía las tijeras en las manos y yo... —intentó explicarse la mujer.
—¿Tijeras, ha dicho? —Damien le interrumpió abruptamente, abriendo los ojos, sorprendido, molesto, y alzando ligeramente la voz, probablemente a causa de los tragos ingeridos, aunque es probable que no se haya percatado de ello—. ¿Cómo es que unas tijeras pudieron llegar a manos de Anges? —En su voz se notaba que no daba crédito a semejante descuido. Para él, lo ocurrido, era francamente inaceptable—. En esta ocasión ha sido su cabello, pero ¿tiene idea de lo que pudo haber pasado? —Con cuidado, soltó a Anges un momento, para ponerse de pie y dirigirse hasta donde la mujer se encontraba—. Se supone que su trabajo es mantener el ambiente libre de cualquier objeto que pueda significar un peligro para ella. ¿Qué hacían unas tijeras en el cuarto de baño y cómo es que no lo ha previsto? —Odette lo miró a los ojos, e incapaz de pronunciar palabra alguna, sintió que se hacía cada vez más pequeña—. Ese es todo su trabajo, cuidar de ella. ¿Acaso no recibe una excelente paga a cambio de realizarlo eficientemente?
La mujer guardó silencio, pero al final volvió a abrir la boca con la intención de seguir hablando, ya fuera para defenderse, o incluso para replicar. Apenas logró pronunciar dos sílabas, porque en ese instante, Damien volvió a interrumpirla tajantemente.
—No hay justificación para lo ocurrido, Odette. Por favor, entrégueme las tijeras y retírese —le ordenó, ya sin mirarla siquiera, mientras permanecía con la mano extendida para que las depositara sobre ella antes de irse.
Y así lo hizo. Odette le entregó las tijeras y salió sin decir nada más, probablemente a lloriquear en la sala por haber sido tan tonta, y por tenerse tan merecido lo que su patrón le había dicho. Damien jamás le había hablado de ese modo a ninguno de sus empleados, no solía mostrarse así, tan poco tolerante e intransigente, pero es que jamás le habían dado reales motivos. Desde luego, Odette era culpable, su distracción era imperdonable y hacía bien en reprenderla, pero es probable que esa no fuera justificación suficiente para haberle hablado de ese modo, tan soberbio y despectivo. Se había pasado de la raya. No obstante, ya se encargaría de ofrecerle las debidas disculpas más tarde. Ahora, lo que más importaba, era intentar solucionar el problema con el cabello de su esposa. Aunque, la realidad, era que ya no tenía remedio.
—Ven aquí, Anges. Déjame ver si puedo hacer algo con eso —la llamó dulcemente, porque no quería que volviera a alterarse. La invitó a que se sentara en una de las orillas de la cama, junto a él, mientras sostenía las tijeras con una de sus manos—. Dios, mira lo que le has hecho a tu hermosa y larga cabellera. Ahora tendré que cortarla por completo —le anunció una vez que estuvo a su lado.
Entonces, comenzó a cortar. Una a una fue emparejando cada hebra, hasta lograr un largo similar en toda la cabellera. Desde luego, el resultado fue una Anges con un cabello realmente corto, casi inexistente. Cuando terminó, Damien colocó las tijeras junto a la cómoda y la contempló un momento, sujetando su rostro con ambas manos. Con esa nueva imagen, Anges lucía mucho más delgada y en sus ojeras se notaban los estragos de los años, de la soledad, de la falta de cordura. Damien no lo podía creer, no quería aceptar que esa fuera su Anges, la muchacha fresca y jovial, como la primavera, con la que se había casado. Recordaba el día de su boda como uno de los días más felices de su vida, pero quizá solamente había sido la sentencia de muerte para la muchacha, puesto que desde esa unión, todo lo que le había acarreado había sido sufrimiento. Como un vampiro, la había absorbido hasta dejarla seca, opaca, y enferma. ¡Qué desgraciado era! A Damien se le hizo un nudo en la garganta y pronto ya no fue capaz de contener las lágrimas. Como si de un niño pequeño se tratase, se echó a llorar y cubrió su rostro, anidándolo en el pecho de la joven mujer.
—Por favor, perdóname. Perdón por lo que te he hecho —suplicó en su momento de debilidad—. Ahora sé que nada volverá a ser igual, nunca, pero necesito un perdón, algo que me haga sentir menos miserable por todo lo malo que he hecho. La muerte de mis padres, la de los padres de Do'ingn, la de todos aquellos que cuyo nombre ni siquiera llegué a conocer. Tienes razón, Anges, soy un monstruo, una bestia, pero por lo que más quieras, dime que me perdonas porque ya no soy capaz de vivir así.
—Odette, pero ¿qué es lo que ha pasado? —Exigió saber Damien con una voz claramente consternada—. Solo… ¡mírela! —Clavó sus ojos en la perjudicada melena de Anges, y luego miró a la mujer para recriminarle el hecho.
—Es que cuando entré al cuarto de baño ella ya tenía las tijeras en las manos y yo... —intentó explicarse la mujer.
—¿Tijeras, ha dicho? —Damien le interrumpió abruptamente, abriendo los ojos, sorprendido, molesto, y alzando ligeramente la voz, probablemente a causa de los tragos ingeridos, aunque es probable que no se haya percatado de ello—. ¿Cómo es que unas tijeras pudieron llegar a manos de Anges? —En su voz se notaba que no daba crédito a semejante descuido. Para él, lo ocurrido, era francamente inaceptable—. En esta ocasión ha sido su cabello, pero ¿tiene idea de lo que pudo haber pasado? —Con cuidado, soltó a Anges un momento, para ponerse de pie y dirigirse hasta donde la mujer se encontraba—. Se supone que su trabajo es mantener el ambiente libre de cualquier objeto que pueda significar un peligro para ella. ¿Qué hacían unas tijeras en el cuarto de baño y cómo es que no lo ha previsto? —Odette lo miró a los ojos, e incapaz de pronunciar palabra alguna, sintió que se hacía cada vez más pequeña—. Ese es todo su trabajo, cuidar de ella. ¿Acaso no recibe una excelente paga a cambio de realizarlo eficientemente?
La mujer guardó silencio, pero al final volvió a abrir la boca con la intención de seguir hablando, ya fuera para defenderse, o incluso para replicar. Apenas logró pronunciar dos sílabas, porque en ese instante, Damien volvió a interrumpirla tajantemente.
—No hay justificación para lo ocurrido, Odette. Por favor, entrégueme las tijeras y retírese —le ordenó, ya sin mirarla siquiera, mientras permanecía con la mano extendida para que las depositara sobre ella antes de irse.
Y así lo hizo. Odette le entregó las tijeras y salió sin decir nada más, probablemente a lloriquear en la sala por haber sido tan tonta, y por tenerse tan merecido lo que su patrón le había dicho. Damien jamás le había hablado de ese modo a ninguno de sus empleados, no solía mostrarse así, tan poco tolerante e intransigente, pero es que jamás le habían dado reales motivos. Desde luego, Odette era culpable, su distracción era imperdonable y hacía bien en reprenderla, pero es probable que esa no fuera justificación suficiente para haberle hablado de ese modo, tan soberbio y despectivo. Se había pasado de la raya. No obstante, ya se encargaría de ofrecerle las debidas disculpas más tarde. Ahora, lo que más importaba, era intentar solucionar el problema con el cabello de su esposa. Aunque, la realidad, era que ya no tenía remedio.
—Ven aquí, Anges. Déjame ver si puedo hacer algo con eso —la llamó dulcemente, porque no quería que volviera a alterarse. La invitó a que se sentara en una de las orillas de la cama, junto a él, mientras sostenía las tijeras con una de sus manos—. Dios, mira lo que le has hecho a tu hermosa y larga cabellera. Ahora tendré que cortarla por completo —le anunció una vez que estuvo a su lado.
Entonces, comenzó a cortar. Una a una fue emparejando cada hebra, hasta lograr un largo similar en toda la cabellera. Desde luego, el resultado fue una Anges con un cabello realmente corto, casi inexistente. Cuando terminó, Damien colocó las tijeras junto a la cómoda y la contempló un momento, sujetando su rostro con ambas manos. Con esa nueva imagen, Anges lucía mucho más delgada y en sus ojeras se notaban los estragos de los años, de la soledad, de la falta de cordura. Damien no lo podía creer, no quería aceptar que esa fuera su Anges, la muchacha fresca y jovial, como la primavera, con la que se había casado. Recordaba el día de su boda como uno de los días más felices de su vida, pero quizá solamente había sido la sentencia de muerte para la muchacha, puesto que desde esa unión, todo lo que le había acarreado había sido sufrimiento. Como un vampiro, la había absorbido hasta dejarla seca, opaca, y enferma. ¡Qué desgraciado era! A Damien se le hizo un nudo en la garganta y pronto ya no fue capaz de contener las lágrimas. Como si de un niño pequeño se tratase, se echó a llorar y cubrió su rostro, anidándolo en el pecho de la joven mujer.
—Por favor, perdóname. Perdón por lo que te he hecho —suplicó en su momento de debilidad—. Ahora sé que nada volverá a ser igual, nunca, pero necesito un perdón, algo que me haga sentir menos miserable por todo lo malo que he hecho. La muerte de mis padres, la de los padres de Do'ingn, la de todos aquellos que cuyo nombre ni siquiera llegué a conocer. Tienes razón, Anges, soy un monstruo, una bestia, pero por lo que más quieras, dime que me perdonas porque ya no soy capaz de vivir así.
Damien Østergård- Licántropo Clase Alta
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Re: Invisible chains | Privado
Anges siempre se preguntaba, en que parte exactamente había fallado, como desearía poder obtener una respuesta exacta; con fecha, hora y lugar. De cuando las cosas comenzaron a andar mal. Tal vez siempre estuvieron mal, desde un comienzo, pero nunca quisieron verlo. El tiempo había pasado, pero no entendía como luego de tantos años conociéndose y creciendo juntos, podían verse como dos extraños. No sabía lo que realmente estaba mal, si ella era la del problema o solo una simple víctima. Realmente ya ni sabía si estaban en la misma página, realmente ya ni sabía si discutían por la misma razón. Estar frente a él o no parecía ser casi lo mismo.
Mechones de su cabello caían a sus hombros y luego al piso, Damien trataba inútilmente de arreglar el desastre que ella había causado. Anges sentada en la orilla de la cama, tarareaba una canción de su infancia, lamentablemente no recordaba la letra, pero si podía resonar la melodía. Era la misma canción que arrullaba a su única y amada hija cuando era una infanta. El ambiente estaba en silencio, solo se escuchaba el sonido de la tijera cortar el cabello y la dulce de voz de Anges acompañándolo.
No supo en qué momento cayo la tijera al piso, solo escucho el sonido del metal chocar contra el piso. Parpadeo varias veces hasta poder alzar la mirada y encontrar a Damien totalmente destrozado, se estaba desboronando al frente de sus ojos. El hombre busco refugio en los pechos de su esposa; como un hijo busca consuelo en los brazos de su protectora madre. El primogénito de los Østergård lloriqueaba en sus brazos buscado su perdón, pero ella solo podía acariciar su cabeza mientras el suplicaba su reconciliación.
— ¿Mi perdón? Damien — susurro tratando de aclarar su mente y no perderse en las sombras de su conciencia. Beso su cabeza, sus manos se deslizaron hasta sus mejillas obligándolo a levantar su rosto. Con sus índices cuidadosamente, limpio algunas lágrimas que surcaban en el rostro del caballero, mientras en sus propias mejillas comenzaban a recorrer los suyos. —No, No puedo…— negó enérgicamente— ¿Cómo podría hacerlo si me tienes aquí? Como una mascota que vienes a alimentar e irte… ¡Me estas destruyendo! — se levanto de la orilla de la cama y camino en el poco espacio que tenia, su mente comenzaba a alterarse. ¿Realmente podría el creer que pudiera perdonarlo? No, no podía hacerlo, aunque estuviera lo más inestable que estuviera, no podría decir “Te perdono”.
—¡¿Qué pensabas?!— Exclamo alterada — Qué te diría “Esta bien Damien, te perdono y sigue manteniéndome secuestrada”— ahora ella era la que estaba derrumbándose, sus lagrimas recorrían su rostro y su voz comenzaba a quebrantarse — Me das asco…— termino de susurrar. Busco un pequeño rincón de la habitación en donde se arrincono, sentándose mientras sus piernas posaban en su pecho.
Mechones de su cabello caían a sus hombros y luego al piso, Damien trataba inútilmente de arreglar el desastre que ella había causado. Anges sentada en la orilla de la cama, tarareaba una canción de su infancia, lamentablemente no recordaba la letra, pero si podía resonar la melodía. Era la misma canción que arrullaba a su única y amada hija cuando era una infanta. El ambiente estaba en silencio, solo se escuchaba el sonido de la tijera cortar el cabello y la dulce de voz de Anges acompañándolo.
No supo en qué momento cayo la tijera al piso, solo escucho el sonido del metal chocar contra el piso. Parpadeo varias veces hasta poder alzar la mirada y encontrar a Damien totalmente destrozado, se estaba desboronando al frente de sus ojos. El hombre busco refugio en los pechos de su esposa; como un hijo busca consuelo en los brazos de su protectora madre. El primogénito de los Østergård lloriqueaba en sus brazos buscado su perdón, pero ella solo podía acariciar su cabeza mientras el suplicaba su reconciliación.
— ¿Mi perdón? Damien — susurro tratando de aclarar su mente y no perderse en las sombras de su conciencia. Beso su cabeza, sus manos se deslizaron hasta sus mejillas obligándolo a levantar su rosto. Con sus índices cuidadosamente, limpio algunas lágrimas que surcaban en el rostro del caballero, mientras en sus propias mejillas comenzaban a recorrer los suyos. —No, No puedo…— negó enérgicamente— ¿Cómo podría hacerlo si me tienes aquí? Como una mascota que vienes a alimentar e irte… ¡Me estas destruyendo! — se levanto de la orilla de la cama y camino en el poco espacio que tenia, su mente comenzaba a alterarse. ¿Realmente podría el creer que pudiera perdonarlo? No, no podía hacerlo, aunque estuviera lo más inestable que estuviera, no podría decir “Te perdono”.
—¡¿Qué pensabas?!— Exclamo alterada — Qué te diría “Esta bien Damien, te perdono y sigue manteniéndome secuestrada”— ahora ella era la que estaba derrumbándose, sus lagrimas recorrían su rostro y su voz comenzaba a quebrantarse — Me das asco…— termino de susurrar. Busco un pequeño rincón de la habitación en donde se arrincono, sentándose mientras sus piernas posaban en su pecho.
Anges Østergård- Humano Clase Alta
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Re: Invisible chains | Privado
La mente de Anges estaba trastornada. No era una suposición de Damien, sino la opinión de un médico especialista en las perturbaciones patológicas de las facultades mentales. El Østergård había hecho que revisaran a su esposa en su momento y el diagnóstico había sido indiscutible: demencia. Según el psiquiatra, en ocasiones, si una persona recibía un fuerte impacto y su mente era demasiado débil para afrontarlo, era común que ocurrieran ese tipo de trastornos, los cuales podían ser temporales o permanentes, dependiendo de cada paciente. En el caso de Anges habían pasado ya demasiados años, mismos en los que la esperanza de que algún día se recuperara, había ido desapareciendo, hasta casi extinguirse por completo. Por eso, por consejo del médico, Damien había tomado la decisión de mantenerla apartada. Según él, era lo mejor, tanto para ella como para la familia, y Damien había preferido mil veces retenerla en una casa, con todas las comodidades y al cuidado de una buena persona, a recluirla en un sanatorio, de los que se rumoreaba eran peor que el mismo infierno.
Las manifestaciones de la locura eran muy variadas, pero en todos los casos los afectados tenían conductas anormales. Era común que manifestaran cosas como pérdida de control, en la que se mostraban desinhibidos y varios minutos después completamente cohibidos. No tenían consciencia de sus propios actos, los cuales podían llegar a ser completamente absurdos, ya que para ellos la deferencia de lo real y lo irreal prácticamente desaparecía por completo. Esto, además de volverlos inofensivos, también era capaz de convertirlos en personas peligrosas, ya que al no tener una percepción verdadera de la realidad, corrían el riesgo de convertirse en verdaderos lunáticos, capaz de herir a sus propios seres queridos. Se habían registrado casos en los que enfermos mentales, completamente ajenos a su entorno, habían masacrado familias enteras y luego, tras recuperar brevemente un poco de la cordura perdida, se habían quitado la vida ante el dolor y el horror de saberse los asesinos. Por eso, aunque le había partido el alma aceptar el consejo del médico, Damien había tomado sus precauciones llevándola a esa casa. Anges no había intentado hacerle daño a otra persona que no fuera ella misma, pero su estabilidad emocional era tan frágil que no se podía confiar en que no lo haría nunca. De ahí que el hombre fuera tan severo con ciertos temas y se volviera irascible cuando Odette no ponía la debida atención en ellas.
Anges, como muchos otros enfermos, también mostraba breves momentos de lucidez. En instantes como esos su ofuscada mente parecía aclararse, como si su cielo, constantemente repleto de oscuras nubes que no hacían más que ensombrecer su existencia, de pronto se alejaran, dejando el cielo limpio, permitiéndole ver con un poco más de claridad las cosas. Eso fue lo que ocurrió a continuación, cuando pasó de la serenidad a la ira y reemplazó el dulce canturreo por una oleada de reproches. Damien sintió que lo apuñalaba con sus acusaciones; dolían, porque eran ciertas. Durante un largo rato no supo qué decirle, así que sólo escuchó, mientras el corazón iba comprimiéndosele, lentamente, hasta casi desaparecer.
—¿Qué quieres que haga? ¿Qué puedo hacer para remediarlo? ¡Dime! —le gritó, como si de verdad creyera que la dulce Anges, con su mente perturbada, pudiera darle una solución.
Desde luego, ella no respondió. En lugar de eso buscó refugio en la esquina de la habitación y se abrazó a sí misma. Comenzó a llorar y la agonía de Damien se intensificó. Tal y como había dicho minutos antes, ya no podía soportarlo más. Estaba tan cansado y tan hastiado de tener que vivir y cargar con ese dolor él solo, que se negaba a continuar viviendo con semejante peso sobre sus hombros.
—¿Quieres que te deje ir? ¿Eso quieres, Anges? ¿Quieres que te saque de este encierro y ser libre de nuevo? —la miró a los ojos y en los ajenos encontró la respuesta afirmativa a sus preguntas—. Entonces vete. Nadie va a detenerte. Vete y libérame a mí también. Y que Dios te cuide, porque yo ya no puedo hacerlo.
Damien no estaba razonando. Más tarde, cuando su angustia se hubiera disipado lo suficiente, pensaría con más claridad, y definitivamente iba a arrepentirse de lo que estaba haciendo.
Las manifestaciones de la locura eran muy variadas, pero en todos los casos los afectados tenían conductas anormales. Era común que manifestaran cosas como pérdida de control, en la que se mostraban desinhibidos y varios minutos después completamente cohibidos. No tenían consciencia de sus propios actos, los cuales podían llegar a ser completamente absurdos, ya que para ellos la deferencia de lo real y lo irreal prácticamente desaparecía por completo. Esto, además de volverlos inofensivos, también era capaz de convertirlos en personas peligrosas, ya que al no tener una percepción verdadera de la realidad, corrían el riesgo de convertirse en verdaderos lunáticos, capaz de herir a sus propios seres queridos. Se habían registrado casos en los que enfermos mentales, completamente ajenos a su entorno, habían masacrado familias enteras y luego, tras recuperar brevemente un poco de la cordura perdida, se habían quitado la vida ante el dolor y el horror de saberse los asesinos. Por eso, aunque le había partido el alma aceptar el consejo del médico, Damien había tomado sus precauciones llevándola a esa casa. Anges no había intentado hacerle daño a otra persona que no fuera ella misma, pero su estabilidad emocional era tan frágil que no se podía confiar en que no lo haría nunca. De ahí que el hombre fuera tan severo con ciertos temas y se volviera irascible cuando Odette no ponía la debida atención en ellas.
Anges, como muchos otros enfermos, también mostraba breves momentos de lucidez. En instantes como esos su ofuscada mente parecía aclararse, como si su cielo, constantemente repleto de oscuras nubes que no hacían más que ensombrecer su existencia, de pronto se alejaran, dejando el cielo limpio, permitiéndole ver con un poco más de claridad las cosas. Eso fue lo que ocurrió a continuación, cuando pasó de la serenidad a la ira y reemplazó el dulce canturreo por una oleada de reproches. Damien sintió que lo apuñalaba con sus acusaciones; dolían, porque eran ciertas. Durante un largo rato no supo qué decirle, así que sólo escuchó, mientras el corazón iba comprimiéndosele, lentamente, hasta casi desaparecer.
—¿Qué quieres que haga? ¿Qué puedo hacer para remediarlo? ¡Dime! —le gritó, como si de verdad creyera que la dulce Anges, con su mente perturbada, pudiera darle una solución.
Desde luego, ella no respondió. En lugar de eso buscó refugio en la esquina de la habitación y se abrazó a sí misma. Comenzó a llorar y la agonía de Damien se intensificó. Tal y como había dicho minutos antes, ya no podía soportarlo más. Estaba tan cansado y tan hastiado de tener que vivir y cargar con ese dolor él solo, que se negaba a continuar viviendo con semejante peso sobre sus hombros.
—¿Quieres que te deje ir? ¿Eso quieres, Anges? ¿Quieres que te saque de este encierro y ser libre de nuevo? —la miró a los ojos y en los ajenos encontró la respuesta afirmativa a sus preguntas—. Entonces vete. Nadie va a detenerte. Vete y libérame a mí también. Y que Dios te cuide, porque yo ya no puedo hacerlo.
Damien no estaba razonando. Más tarde, cuando su angustia se hubiera disipado lo suficiente, pensaría con más claridad, y definitivamente iba a arrepentirse de lo que estaba haciendo.
Damien Østergård- Licántropo Clase Alta
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Re: Invisible chains | Privado
“Tengo una visión simple de la vida: mantener los ojos abiertos y continuar.”
—Nikos Kazantzakis
—Nikos Kazantzakis
La imponente voz de Damien la hizo callar, no podía entonar una palabra más, sus labios se sellaron como si hubieran puesto brea en ellos. Solo podía mirar las paredes del salón de un lado a otro, tratando de escapar de ese eco infernal que era la voz del caballero que invadía cada rincón de ese lugar. Termino llevándose las manos a sus oídos, mientras se tambaleaba suavemente, como si tratara de consolarse.
Los ángeles del cielo habían escuchado sus plegarias, algunas lagrimas ya estaba surcando sus mejillas cuando se atrevió a girar su rostro para encontrarse con la mirada fija en ella de Damien. Sus manos cayeron al suelo y con solo mirar los ojos vidriosos de aquella mujer, podría encontrar su respuesta.
— Eso es lo que siempre he querido, déjame volar libre — Grito. Mientras se incorporaba del suelo. Realmente o podía creer lo que decía, pero no iba a cuestionarlo, le tomaría la palabra, no dudaría ni un segundo en tomarle la palabra. — Lo hare, Damien, me iré y no me volverás a ver — se paso las manos por su escasa cabellera. Mientras él se daba la espalda, tratando de evitarla, ella si más pensarlo salió de la habitación. Odette no pudo evitar su salida, trato de sujetarla para evitar su salida, pero de un tirón se zafo y siguió su camino hacia los prados de la propiedad. No importo como salió, apenas llevaba un pequeño y sencillo vestido, la cual le había puesto su cuidadora antes de dejarla sola con Damien, junto con un sencillo cazado.
Y siguió caminando a paso apresurado, hasta que su silueta se fue desapareciendo entre los arboles del límite de la propiedad. Se sentía victoriosa, había podido lo que por muchos años había anhelado; una tangible libertad. Ahora se alejaría lo más pronto posible de aquel lugar.
Anges Østergård- Humano Clase Alta
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