Postura del reflejo invisible.

Mi más sentido pésame.  Aquí yace mi dignidad.

Blasfemia. Era la palabra que asechaba mi mente tan sólo pensar en la posibilidad de trasmitir mis experiencias y pensamientos a una inmaculada hoja de papel. Incluso llegase a sentir vergüenza ajena por las personas que tan espontáneamente podían expresar de mono tan liberal todos sus acontecimientos en un librillo al cual popularmente se le llama ¨Diario¨.

Y aquí estoy. Yo, sí, yo, cayendo tan bajo e insultándome a mí mismo mientras con la punta de la pluma voy entintando las hojas vacías de un diario de vida el cual lleva más de una década sin uso.

Este diario lo recibí una vez de un diacono de nuestra sagrada iglesia hace tantos años atrás que ya no recuerdo como se dio el evento. Sólo recuerdo que me lo dio y aconsejó que lo usara como un testigo secreto el cual jamás me rebatiría ni juzgaría.
Esta noche, aquí sentado en la oscuridad de mi alcoba y sólo iluminando el escritorio con una simple vela que pronto verá el fin de su existencia,  es el momento en que de la nada he encontrado este diario entre los libros del estante y por algún místico motivo ha incitado en mi las intenciones de que le dé un uso al fin.
Me inquieta. Incluso siento que este libro sin vida es capaz de criticar y traicionarme. Pero, ¿Qué es más ridículo entre sentir vergüenza por escribir o sentir recelo de un exangüe objeto? Por suerte, esto sólo queda entre mi persona y mi inanimado confidente.

Debo confesar que estos días me he sentido particularmente extraño. Tengo constantes dolores de cabezas tan intensos como si me clavasen dagas envenenadas en el hueso craneal. Hoy mismo en las sedes de la inquisición la jaqueca me ha aumentado la cual disimulé en todo momento manteniendo un semblante sereno.  Quizá he caído bajo alguna brujería y lo neuronal debería quedar descartado. ¡Pero vamos! No es como si mucha gente me conociera como para ganarme odios de la nada.  Soy apenas una sombra que deambula,  o eso es en lo que de a poco me he estado transformando.
Quizá necesito ir a un médico o bien encontrarme alguna actividad además de la de inquisidor. Por despejar la mente de las tenciones craneales.
Después de la charla parroquial el padre Jean Louis me invitó a su despacho. Mientras él platicaba animadamente yo sólo me limitaba a escuchar y asentir con la cabeza, en ese instante él me sirvió un té de hierbas bastante relajante. Dijo que ha notado en mí un retraimiento aún mayor del que ya expreso, como consejo me dejo la misión de hacerme de buenos amigos y compartir momentos amenos con ellos.  
Por un momento efímero pero eterno al mismo tiempo observé la taza con té de hierbas viendo mi propio reflejo turbulento en el líquido en su interior. Mi vida se limita a mi oficio de soldado de la inquisición, fuera de eso pocas veces salgo de la iglesia o del lugar donde resido. En ocasiones visito el cementerio para no olvidar a mis seres queridos, en otras voy al mercado, al puerto, calles de Paris como todo ser humano. Sólo que siempre en soledad y jamás eso me ha sido un fastidio.
A penas cruzo palabras con los demás soldados de la inquisición y miembros de la organización en sí. Pero, como anteriormente escribí, jamás me he percatado si en algún momento esto sea un gran obstáculo para mi persona.

Ya no soy nadie. Ya no tengo que seguir protocolos ni asistir a eventos donde la aristocracia hace gala de sus riquezas y alardea de sus posiciones. Ya nunca más seré parte de la nobleza, ya nunca más habrá algún familiar y los amigos… Oh, sí… los ¨amigos¨ se esfumaron tan pronto vieron que de mí no podían ya nada sacar. Especialmente cuando decidí dejar todo trato con la aristocracia por mi devoción a Dios.
Por sobre todo, cada vez que emito un comentario siempre discordia. Me tachan de resentido y poco amistoso. Un prejuicios cuya lengua es más venenosa que la de las víboras. Pero no soy de aquellos que se anden con mentiras, mucho menos del tipo de persona que vaya por la vida alagando a los demás para obtener un poco de aprecio o beneficios.

Y, ahora, soy como una roca que está allí sin expresiones ni emociones. Las rocas no socializan con otras, tampoco sufren cuando son lanzadas al olvido ni se contentan cuando las olas del mar por fin las bendice con su toque húmedo.
El padre Jean Louis tiene la idea de que padezco y sufro. Oh, estimado padre Jean Louis, si fuera eso cierto créame que por fin, pese al sufrimiento, podría ser más solazada mi existencia. Algo en que entretenerme. Pero no es así. Hace tiempo que no es así. Sólo existo,  en instante coexisto con mis pares, pero no siento.

A veces pienso que lo único que me anima a levantarme de mi lecho es la idea de detener a alguna satánica criatura, ya sea un vampiro, brujas, licántropos…

Algo es algo…  Y mientras quede ese algo debo aferrarme a eso.

Por cierto, me he dado cuenta que desde la ventana de esta alcoba tengo muy buena vista. Puedo ver unos veleros majestuosos que están a punto de zarpar en aquel océano oscuro y prodigioso. Me pregunto cuál será el destino de dichas naves. A veces me dan ganas de aventurarme a embarcarme en un viaje sin retorno no más siendo un simple marinero o tripulante de un sencillo barco pesquero cuya vida está destinada al mar. ¿Existirán las sirenas? Si existen los vampiros yo creo que sí deben existir sirenas y que me temo que son igual de maliciosas que los vampiros.
Quisiera conocer una, perderme en esos ojos gigantes cuyo iris son enormes en comparación al iris humano. Podría pedirle ¨Cantad para mí, poco ortodoxo ángel de los mares¨ y esperar su efecto avasallador o, en su defecto, decepcionarme de que no tengan encantos.

Vaya, el  ¨Algo es algo¨ se convierte en un ¨Más algo¨.

Michel F. Évangéliste Degrange.
Francia, Paris. 1800.