AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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"Tilleadh Dhachaigh" · Returning Home
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"Tilleadh Dhachaigh" · Returning Home
¿Qué es lo que lleva a las personas a tomar decisiones precipitadas? ¿Qué es lo que provoca que tengan la necesidad de actuar en consecuencia de algo para lo que aún no están preparados, de forma abrupta y sin tener realmente un plan establecido? Probablemente las razones para ser impulsivo son diferentes para cada persona, pero en su caso, no habían sido poco los desencadenantes que la habían llevado a tomar esa elección. La de escribir dos misivas urgentes, una dirigida hacia uno de sus más leales aliados en Escocia (uno de los pocos que aún le quedaban), y otra al capitán de su guardia, a Lorick, a quien a pesar de conocer su paradero no se sintió capaz de enfrentar cara a cara. No por el momento. No mientras su cabeza estuviera preocupada con otras cosas. Era el momento, era tiempo de regresar, de recuperar lo que era suyo y comenzar con los cambios en un país al que había abandonado por demasiado tiempo. ¿Qué la había llevado a dar ese paso, después de estar demasiado asustada como para pensar en ello desde que llegase a Francia para esconderse? Pues que en los últimos meses había conocido el verdadero infierno. Había tocado el fondo, y estaba completamente segura de que no podía llegar más abajo. Ahora sólo le restaba comenzar a ascender hacia la superficie. O al menos, eso era lo que estaba desesperada por pensar.
De haber estado a su lado, Lorick le hubiese dicho que no era el momento más oportuno para reiniciar la reconquista, y sabía que su labia la hubiera hecho cambiar de idea. Pero no iba a permitirlo. No permitiría que nadie más tomara decisiones en su lugar, ya estaba cansada de ser un títere en las manos de aquellos que la rodeaban. Ella era Irïna Katya of Hanover, la heredera al trono de Escocia y legítima reina, y había llegado el momento de recordarles a todos aquel hecho inquebrantable. Si había sobrevivido al ataque de la nobleza de su país, que habían intentado matarla durante años, al descubrimiento de una realidad que lo cambiaba todo, además de haberse visto envuelta en problemas con seres sobrenaturales (por los que además, había sido torturada), ¿quedaba algo en el mundo a lo que pudiera llegar a temer? Incluso había pensado en rendirse y abrazarse a la solución de una muerte rápida y voluntaria, pero el encuentro con el conde Cannif la hizo recuperar parte de la fortaleza psíquica que alguna vez la había caracterizado. La cobardía no es lo que se espera de una reina, y mucho menos de una que se proclama como justa y siempre dispuesta a escuchar y atender a las necesidades de su pueblo. Tenía mucho que hacer, muchas promesas que cumplir, antes de dejar que su vida se extinguiese. Ahora que de su antiguo yo no quedaba nada, sí que estaba finalmente preparada para darlo todo por aquellos que aún creían en su reinado. Y debía suceder ya, de inmediato, antes de que otra desgracia se iniciara y se lo impidiera. Las aguas estaban calmas, demasiado calmas, y eso siempre significaba que la tormenta que seguiría sería la más violenta hasta entonces.
Sabía que las escuetas y autoritarias palabras que había dedicado en su misiva persuadirían a Lorick lo suficiente como para que hiciera bien su trabajo. No dudaba de su capacidad, ni de su juicio; a pesar de que la confianza que antes los unía ya no fuera más que un recuerdo, sabía perfectamente que él nunca le daría la espalda. Buscaría los apoyos necesarios para que los acompañasen en su viaje, y ella, por su parte, hizo lo mismo. Tras aceptar el ofrecimiento del conde Cannif, hizo uso de los barcos que se le habían prometido y se encargó de recopilar los víveres necesarios para abastecerlos durante el viaje. No dudaba que los enemigos que tenía en casa fueran a intentar derribarlos antes incluso de que llegaran a puerto, pero en su condición de mujer, y de extranjera, no se sentía con derecho para hablarle a la tripulación de los peligros con los que podían encontrarse. Ese era un trabajo que delegaría en el licántropo, cuando una vez terminada su misión, se reuniera con ella en el puerto, antes de partir. Estaba ansiosa, y es que no tenía muy claro cómo reaccionaría al verle de nuevo después de todo lo que había ocurrido. Cuando aún no se había recuperado del shock de saber que él no era... humano... aquel vampiro le había hecho ver que, además de un "monstruo", también era un mentiroso. Alguien capaz de ocultar algo tan grave como la muerte de sus padres a fin de mantenerla en sus plenas facultades mentales. Al final, él también la había utilizado, como todos los demás. Había perdido a su mano derecha. Pero todavía lo necesitaba. Sólo el tiempo diría si su relación podría volver a ser como antes, o si el rencor sería demasiado grande como para hacerla olvidar sus agravios.
La respuesta a sus órdenes no tardó demasiado en llegar: el ejército francés estaba también dispuesto a ayudarla, aunque fuera mínimamente, poniendo a su disposición a un estratega que estaba familiarizado con las aguas en las que debían de aventurarse. No les darían apoyos militares excesivos, apenas cuarenta hombres, puesto que no tenían del todo claro si la aparición de franceses entre las tropas escocesas pudieran causar algún problema con Inglaterra, ante los que inevitablemente debían pasar a fin de alcanzar el país de origen. Sea como fuere, cualquier tipo de ayuda era más que bien recibida, especialmente teniendo en cuenta que los apoyos por parte de tropas escocesas no llegarían a ellos hasta la mitad del trayecto. No podían permitirse el lujo de dejar el reino desatendido por mucho tiempo, ya que sería el momento que los opositores al reinado de la Hanover aprovecharían para iniciar una revuelta. Ella estaba de acuerdo, por supuesto. Lo último que deseaba era regresar a un reino en ruinas. La paz se había mantenido relativamente estable, aunque con conflictos internos, mientras ella había estado en el exilio, las noticias de su llegada, a pesar de que eran estricto secreto, no tardarían en convertirse en rumores, y el caos volvería a desatarse. Tenían que ir con cuidado, con mucho cuidado. Pero no había tiempo que perder.
Era ahora, o nunca.
De haber estado a su lado, Lorick le hubiese dicho que no era el momento más oportuno para reiniciar la reconquista, y sabía que su labia la hubiera hecho cambiar de idea. Pero no iba a permitirlo. No permitiría que nadie más tomara decisiones en su lugar, ya estaba cansada de ser un títere en las manos de aquellos que la rodeaban. Ella era Irïna Katya of Hanover, la heredera al trono de Escocia y legítima reina, y había llegado el momento de recordarles a todos aquel hecho inquebrantable. Si había sobrevivido al ataque de la nobleza de su país, que habían intentado matarla durante años, al descubrimiento de una realidad que lo cambiaba todo, además de haberse visto envuelta en problemas con seres sobrenaturales (por los que además, había sido torturada), ¿quedaba algo en el mundo a lo que pudiera llegar a temer? Incluso había pensado en rendirse y abrazarse a la solución de una muerte rápida y voluntaria, pero el encuentro con el conde Cannif la hizo recuperar parte de la fortaleza psíquica que alguna vez la había caracterizado. La cobardía no es lo que se espera de una reina, y mucho menos de una que se proclama como justa y siempre dispuesta a escuchar y atender a las necesidades de su pueblo. Tenía mucho que hacer, muchas promesas que cumplir, antes de dejar que su vida se extinguiese. Ahora que de su antiguo yo no quedaba nada, sí que estaba finalmente preparada para darlo todo por aquellos que aún creían en su reinado. Y debía suceder ya, de inmediato, antes de que otra desgracia se iniciara y se lo impidiera. Las aguas estaban calmas, demasiado calmas, y eso siempre significaba que la tormenta que seguiría sería la más violenta hasta entonces.
Sabía que las escuetas y autoritarias palabras que había dedicado en su misiva persuadirían a Lorick lo suficiente como para que hiciera bien su trabajo. No dudaba de su capacidad, ni de su juicio; a pesar de que la confianza que antes los unía ya no fuera más que un recuerdo, sabía perfectamente que él nunca le daría la espalda. Buscaría los apoyos necesarios para que los acompañasen en su viaje, y ella, por su parte, hizo lo mismo. Tras aceptar el ofrecimiento del conde Cannif, hizo uso de los barcos que se le habían prometido y se encargó de recopilar los víveres necesarios para abastecerlos durante el viaje. No dudaba que los enemigos que tenía en casa fueran a intentar derribarlos antes incluso de que llegaran a puerto, pero en su condición de mujer, y de extranjera, no se sentía con derecho para hablarle a la tripulación de los peligros con los que podían encontrarse. Ese era un trabajo que delegaría en el licántropo, cuando una vez terminada su misión, se reuniera con ella en el puerto, antes de partir. Estaba ansiosa, y es que no tenía muy claro cómo reaccionaría al verle de nuevo después de todo lo que había ocurrido. Cuando aún no se había recuperado del shock de saber que él no era... humano... aquel vampiro le había hecho ver que, además de un "monstruo", también era un mentiroso. Alguien capaz de ocultar algo tan grave como la muerte de sus padres a fin de mantenerla en sus plenas facultades mentales. Al final, él también la había utilizado, como todos los demás. Había perdido a su mano derecha. Pero todavía lo necesitaba. Sólo el tiempo diría si su relación podría volver a ser como antes, o si el rencor sería demasiado grande como para hacerla olvidar sus agravios.
La respuesta a sus órdenes no tardó demasiado en llegar: el ejército francés estaba también dispuesto a ayudarla, aunque fuera mínimamente, poniendo a su disposición a un estratega que estaba familiarizado con las aguas en las que debían de aventurarse. No les darían apoyos militares excesivos, apenas cuarenta hombres, puesto que no tenían del todo claro si la aparición de franceses entre las tropas escocesas pudieran causar algún problema con Inglaterra, ante los que inevitablemente debían pasar a fin de alcanzar el país de origen. Sea como fuere, cualquier tipo de ayuda era más que bien recibida, especialmente teniendo en cuenta que los apoyos por parte de tropas escocesas no llegarían a ellos hasta la mitad del trayecto. No podían permitirse el lujo de dejar el reino desatendido por mucho tiempo, ya que sería el momento que los opositores al reinado de la Hanover aprovecharían para iniciar una revuelta. Ella estaba de acuerdo, por supuesto. Lo último que deseaba era regresar a un reino en ruinas. La paz se había mantenido relativamente estable, aunque con conflictos internos, mientras ella había estado en el exilio, las noticias de su llegada, a pesar de que eran estricto secreto, no tardarían en convertirse en rumores, y el caos volvería a desatarse. Tenían que ir con cuidado, con mucho cuidado. Pero no había tiempo que perder.
Era ahora, o nunca.
Última edición por Irïna K.V. of Hanover el Lun Jun 18, 2018 6:54 pm, editado 2 veces
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
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Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: "Tilleadh Dhachaigh" · Returning Home
No es que pudiera decir que estuviera contento con el resultado obtenido, porque sería mentir, pero el hecho de no haber regresado con las manos completamente vacías ya era un logro gracias al cual, al menos mínimamente, me sentía capacitado como para presentarme ante la presencia de la reina con la cabeza alta. A pesar de que no lo mereciera realmente. Había pasado algún tiempo, aunque no el suficiente como para que las cosas hubieran cambiado demasiado, desde nuestro último encuentro. Y como un ingenuo pensé que el lapso en que habíamos estados separados no había sido lo bastante extenso como para que se complicaran aún más las cosas. Pero no necesité más que darle un leve vistazo para darme cuenta de que estaba completamente equivocado. Daba igual que apenas si hubieran pasado dos meses desde que la viera por última vez, por su complexión, su mirada, e incluso por la forma en que se movía casi pareciera que había pasado una eternidad. Debí haberlo sabido. Su misiva debió ser lo suficientemente alarmante como para que me percatara de todos aquellos cambios antes incluso de regresar a su lado. Pero estaba demasiado preocupado con los problemas con los que nos habíamos enfrentado al partir, que ni siquiera pensé en la posibilidad de que algo más, algo peor, hubiera sucedido mientras yo no estaba cumpliendo con mis labores. Porque si de algo estaba seguro, era de que, como otras muchas cosas que habían pasado, lo que había cambiado a la reina había sido culpa mía.
No necesité cruzar palabra con ella para saber que las pocas decenas de hombres que había conseguido a base de golpearme con el más alto mando del ejército francés, no serían en absoluto suficientes para hacer que la mirada gélida que me dedicó nada más verme volviera a ser como antaño. Mi reverencia fue torpe, mal ejecutada, y probablemente más larga de lo debido, pero era imposible ocultar mi nerviosismo. ¿Qué demonios había sucedido en aquel tiempo? Si ya antes incluso de lo que quiera que hubiera pasado había perdido su confianza, no quería ni imaginarme la opinión que tenía de mi, a juzgar por la indiferencia con la que me indicó, simplemente con un gesto de la mano, que la siguiera hacia el camarote del barco que imaginé sería el principal. Acompañado por el estratega que Rasmus me había facilitado en orden de lograr atravesar aguas extranjeras con el menor número de altercados posibles, la seguí sin poder evitar fijarme en los pequeños cambios que su cuerpo también había sufrido. Era difícil de apreciar, pero parecía mucho más delgada, y aunque ligeramente, cojeaba con la pierna derecha. Además, el olor a sangre fresca era evidente, y procedía directamente de ella. De no haber estado tan sorprendido por el frío recibimiento, probablemente me hubiese atrevido a preguntar. Pero su expresión era solemne. Tenía claras las prioridades, y lo primero era reportar la misión que había llevado a cabo, y el resultado obtenido.
Una vez dentro de la habitación, Irïna tomó asiento para luego indicarnos que hiciéramos lo mismo sin mediar palabra alguna. Estaba esperando, aguardando a que fuéramos nosotros los que indicáramos qué teníamos que decirle, y a decir verdad, aquel comportamiento era el más parecido a un monarca que había mostrado jamás, especialmente, delante de mi persona. - Majestad, tras leer vuestra misiva, y aunque no me lo pedisteis de forma concreta, llegué a la conclusión de que necesitaríamos apoyo, aunque fuera mínimo, por parte del ejército de Francia, país que os ha acogido durante el tiempo que ha durado vuestro exilio. -Comencé, tratando yo también de sonar de la forma más seria posible. Ese era mi propósito, como el capitán de su guardia, y también como su protector. Tan sólo quería que tuviera claro que mi perspectiva no había cambiado. - Por esa misma razón tuve una audiencia con el máximo exponente de la milicia francesa, el General Lillmåns, quien tras un intercambio de opiniones concluyó que, en efecto, era en parte responsabilidad suya, como garante de que se mantengan las buenas relaciones entre Francia y otros países, asegurarse de que la monarca del reino de Escocia llegase a su hogar de forma sana y salva. Para ello, nos cedió a cuarenta y dos de sus mejores soldados, escogidos por él mismo, además de a un estratega, especializado en la travesía que vamos a realizar. Helo aquí, Sir Auguste McMillan, de origen irlandés... -Una vez finalizado mi informe, el susodicho se levantó de su asiento y realizó una corta pero refinada reverencia.
- Es un placer convertirme en vuestro guía, majestad. Mi nombre es Auguste Christopher McMillan. Mi General me ha ordenado que os sirva en el proceso de toma de decisiones referentes a la ruta, pero también en la planificación en caso de alguna contingencia con Inglaterra, concretamente, país por cuyo territorio marítimo inevitablemente vamos a pasar en algún momento del recorrido. -El hombre, de aspecto elegante, aunque expresión fiera, tal y como era de esperar de un alto cargo militar, habló con voz serena pero también autoritaria. Aquel viaje era importante también para Francia, ya que al haber intervenido se asegurarían los favores de la corona escocesa, pero también actuarían como agentes dobles en el sentido de que inevitablemente obtendrían información de los conflictos del país a cuya monarca protegían con los otros países que los rodeaban. Y eso jugaría en su beneficio en caso de que algo sucediera. Involucrar a otros países en conflictos de carácter interno siempre era arriesgado, pero había demasiado en juego como para preocuparse por problemas que ni siquiera estábamos seguros que fueran a tener lugar. Lo que sí sabíamos era lo que estaba pasando: la falta de autoridad en el país había debilitado las fronteras, y el hecho de que las medidas de la monarca contra la desigualdad no se hubieran cumplido en su ausencia había reducido sus apoyos. La paz se mantenía, pero lo que la reina no sabía era lo susceptible que era de romperse en cualquier momento. Habíamos esperado demasiado. Sólo me quedaba rezar porque las consecuencias de la demora no fueran imposibles de superar.
No necesité cruzar palabra con ella para saber que las pocas decenas de hombres que había conseguido a base de golpearme con el más alto mando del ejército francés, no serían en absoluto suficientes para hacer que la mirada gélida que me dedicó nada más verme volviera a ser como antaño. Mi reverencia fue torpe, mal ejecutada, y probablemente más larga de lo debido, pero era imposible ocultar mi nerviosismo. ¿Qué demonios había sucedido en aquel tiempo? Si ya antes incluso de lo que quiera que hubiera pasado había perdido su confianza, no quería ni imaginarme la opinión que tenía de mi, a juzgar por la indiferencia con la que me indicó, simplemente con un gesto de la mano, que la siguiera hacia el camarote del barco que imaginé sería el principal. Acompañado por el estratega que Rasmus me había facilitado en orden de lograr atravesar aguas extranjeras con el menor número de altercados posibles, la seguí sin poder evitar fijarme en los pequeños cambios que su cuerpo también había sufrido. Era difícil de apreciar, pero parecía mucho más delgada, y aunque ligeramente, cojeaba con la pierna derecha. Además, el olor a sangre fresca era evidente, y procedía directamente de ella. De no haber estado tan sorprendido por el frío recibimiento, probablemente me hubiese atrevido a preguntar. Pero su expresión era solemne. Tenía claras las prioridades, y lo primero era reportar la misión que había llevado a cabo, y el resultado obtenido.
Una vez dentro de la habitación, Irïna tomó asiento para luego indicarnos que hiciéramos lo mismo sin mediar palabra alguna. Estaba esperando, aguardando a que fuéramos nosotros los que indicáramos qué teníamos que decirle, y a decir verdad, aquel comportamiento era el más parecido a un monarca que había mostrado jamás, especialmente, delante de mi persona. - Majestad, tras leer vuestra misiva, y aunque no me lo pedisteis de forma concreta, llegué a la conclusión de que necesitaríamos apoyo, aunque fuera mínimo, por parte del ejército de Francia, país que os ha acogido durante el tiempo que ha durado vuestro exilio. -Comencé, tratando yo también de sonar de la forma más seria posible. Ese era mi propósito, como el capitán de su guardia, y también como su protector. Tan sólo quería que tuviera claro que mi perspectiva no había cambiado. - Por esa misma razón tuve una audiencia con el máximo exponente de la milicia francesa, el General Lillmåns, quien tras un intercambio de opiniones concluyó que, en efecto, era en parte responsabilidad suya, como garante de que se mantengan las buenas relaciones entre Francia y otros países, asegurarse de que la monarca del reino de Escocia llegase a su hogar de forma sana y salva. Para ello, nos cedió a cuarenta y dos de sus mejores soldados, escogidos por él mismo, además de a un estratega, especializado en la travesía que vamos a realizar. Helo aquí, Sir Auguste McMillan, de origen irlandés... -Una vez finalizado mi informe, el susodicho se levantó de su asiento y realizó una corta pero refinada reverencia.
- Es un placer convertirme en vuestro guía, majestad. Mi nombre es Auguste Christopher McMillan. Mi General me ha ordenado que os sirva en el proceso de toma de decisiones referentes a la ruta, pero también en la planificación en caso de alguna contingencia con Inglaterra, concretamente, país por cuyo territorio marítimo inevitablemente vamos a pasar en algún momento del recorrido. -El hombre, de aspecto elegante, aunque expresión fiera, tal y como era de esperar de un alto cargo militar, habló con voz serena pero también autoritaria. Aquel viaje era importante también para Francia, ya que al haber intervenido se asegurarían los favores de la corona escocesa, pero también actuarían como agentes dobles en el sentido de que inevitablemente obtendrían información de los conflictos del país a cuya monarca protegían con los otros países que los rodeaban. Y eso jugaría en su beneficio en caso de que algo sucediera. Involucrar a otros países en conflictos de carácter interno siempre era arriesgado, pero había demasiado en juego como para preocuparse por problemas que ni siquiera estábamos seguros que fueran a tener lugar. Lo que sí sabíamos era lo que estaba pasando: la falta de autoridad en el país había debilitado las fronteras, y el hecho de que las medidas de la monarca contra la desigualdad no se hubieran cumplido en su ausencia había reducido sus apoyos. La paz se mantenía, pero lo que la reina no sabía era lo susceptible que era de romperse en cualquier momento. Habíamos esperado demasiado. Sólo me quedaba rezar porque las consecuencias de la demora no fueran imposibles de superar.
Última edición por Lorick N. Magné el Miér Jun 27, 2018 9:13 pm, editado 1 vez
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
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Re: "Tilleadh Dhachaigh" · Returning Home
La monarca dejó que ambos hombres hablaran primero, para luego quedarse pensativa durante unos minutos, sin dejar de observar a ninguno de los dos. La desconfianza era más que evidente en su semblante, y es que no podía evitarlo. Muchas cosas habían pasado, y ella había cambiado demasiado como para seguirse comportando como en el pasado. Antes, habría delegado toda responsabilidad en aquellos en quienes confiaba que podrían hacer un mejor trabajo que ella en determinado aspecto, pero ahora ya no sabía, ya no podía, traspasar sus cargas a terceras personas. Y mucho menos fiarse de que éstas no tenían intenciones ocultas. Las de Lorick estaban claras. A pesar de que el reporte fue a todas luces profesionalmente descrito -como se esperaba de él-, la forma en que la había estado observando, mirando, en todo momento, no podría llamarse de otro modo que no fuera suplicante. Tenía la palabra arrepentimiento plasmada en la frente, pero Irïna no le otorgó ni siquiera un instante para decir nada al respecto. No era el momento, ni el lugar, ni ella estaba aún preparada mentalmente como para enfrentarse con él. Ahora que lo volvía a tener enfrente las ascuas de su enfado, que poco a poco se habían ido apagando con el paso de los días, habían vuelto a avivarse. Necesitaría mucho más que una disculpa para que olvidara todo lo ocurrido. Y quién sabe cuánto tiempo para perdonárselo. La reina jamás había sido rencorosa, pero al parecer, todas las mentiras que le habían sido mostradas en tan corto periodo de tiempo también la habían hecho cambiar en ese aspecto.
- Os agradezco a ambos vuestros informes, y también vuestra clara disposición para ayudar en este viaje que se antoja bastante largo y no desprovisto de problemáticas. -Mencionó la joven con aspecto impasible, pero suavizando un poco la expresión, especialmente al dirigir la vista al que se había identificado como su "ayudante de capitán". Dar una buena impresión a los aliados de otros países era algo básico, aunque francamente, le hubiera gustado que no se hubiera señalado a sí mismo como un experto en la travesía que iban a realizar, especialmente cuando entre los hombres de la tripulación habían auténticos escoceses. Sabía que si se presentaba ante ellos con aquella actitud de experto, las cosas se pondrían tensas, y es que la mayoría de los militares de su país, así como los marineros, eran bastante cerrados en cuanto a lo que se refería a dejar a extranjeros inmiscuirse en sus asuntos. Por tanto, la labor de ese hombre debía permanecer como un secreto entre ellos tres y el capitán, a quien asesoraría de forma discreta y privada. - Sir McMillan, en vuestro caso, también agradezco especialmente que hayáis accedido a ayudarnos con un tema tan delicado. Soy consciente del riesgo que corre vuestro país en el caso de que Inglaterra malinterprete el hecho de que marchéis con nosotros en este viaje. Por eso mismo creo conveniente que os coordinéis de forma directa con nuestro capitán, Sir McNeal. Es un hombre muy experimentado y comprensivo, así que no creo que tengáis problema alguno en llegar a buenos términos con él. La discreción será imprescindible, así que vuestro camarote será el contiguo al suyo, para que así vuestras interacciones no levanten demasiada atención. -Aunque evitó mencionar los problemas que podrían surgir con el resto de la tripulación, por la expresión que el hombre dibujó tuvo claro que él había entendido a lo que se refería.
- Eso es todo de momento. Podéis volver con vuestros hombres para transmitirles las noticias. Antes de presentarme ante ellos creo que sería conveniente que vos mismo expreséis vuestra opinión al respecto ante ellos, sin la influencia de mi presencia en ese primer intercambio. Eso les ayudará a adaptarse mejor, y también los tranquilizará. -El hombre asintió, y tras hacer una leve reverencia, salió del camarote para dirigirse hacia sus hombres. Esperaba que su impresión para con él hubiera sido lo bastante buena como para que las palabras que dirigiría a sus nuevos "seguidores" lograra disipar sus tensiones. Sabía que no todos eran igual de tolerantes en las disputas cuando se trataba de extranjeros. Los militares lo eran porque amaban a su propio país, en su mayoría al menos, pero no siempre estaban tan de acuerdo con inmiscuirse con problemas externos, especialmente si éstos podrían acabar perjudicándoles. Así que debía mostrarse comprensiva, y escuchar a ambas partes, a los suyos y a los invitados. Ella era la que tendría que conseguir que hubiese una armonía, al final, ese siempre había sido su rol. Como heredera, como princesa, y ahora, como monarca y dirigente de un país. País al que se había propuesto regresar a toda costa.
Y para eso, necesitaría su ayuda.
El ambiente se había vuelto pesado en el momento en que se quedaron solos. Ninguno de los dos parecía ser capaz de romper el silencio en primer lugar. Pero al reconocer nuevamente la expresión en los ojos de Lorick, decidió ser ella misma quien diera el primer paso. - Sir Magné, habéis hecho un buen trabajo al conseguir apoyo por parte de los franceses. A pesar de que no son un gran número, estoy segura de que desempeñarán su función de forma más que eficiente. -Su tono seco y excesivamente "profesional" hizo que la cara del guardia real se desencajara, antes de que éste se aclarara la garganta y se sentara más recto en el asiento. Ahora ya estaban ambos en situación. - Como imaginaréis, la mayoría de los hombres y soldados que están aquí no confían en mi por diversas razones. A pesar de que todos me conocen de forma más o menos extensa, no dejo de ser una reina inexperta y demasiado joven como para llevar a cabo una misión de este calibre con éxito. Pero todos os tienen un gran respeto, así que estoy segura de que seguirán vuestras órdenes sin dudar. Por eso mismo, tras hablarlo con el capitán, ambos estuvimos de acuerdo en que fueseis el segundo de a bordo. Él se encargará de la parte más técnica y de planificación, pero necesitamos de vuestra habilidad como general para comandar a las tropas y servir de mediador en caso de conflicto... -No pudo acabar su discurso, ya que de repente el militar la tomó de la mano, dejándola totalmente petrificada. El súbito contacto con él le pareció extraño. Ahora sabía de dónde venía su calidez, y que no era algo... normal. ¿Qué debía pensar ahora? ¿Cómo debía sentirse? - S-sir... Magné... L-Lorick... por favor...
- Os agradezco a ambos vuestros informes, y también vuestra clara disposición para ayudar en este viaje que se antoja bastante largo y no desprovisto de problemáticas. -Mencionó la joven con aspecto impasible, pero suavizando un poco la expresión, especialmente al dirigir la vista al que se había identificado como su "ayudante de capitán". Dar una buena impresión a los aliados de otros países era algo básico, aunque francamente, le hubiera gustado que no se hubiera señalado a sí mismo como un experto en la travesía que iban a realizar, especialmente cuando entre los hombres de la tripulación habían auténticos escoceses. Sabía que si se presentaba ante ellos con aquella actitud de experto, las cosas se pondrían tensas, y es que la mayoría de los militares de su país, así como los marineros, eran bastante cerrados en cuanto a lo que se refería a dejar a extranjeros inmiscuirse en sus asuntos. Por tanto, la labor de ese hombre debía permanecer como un secreto entre ellos tres y el capitán, a quien asesoraría de forma discreta y privada. - Sir McMillan, en vuestro caso, también agradezco especialmente que hayáis accedido a ayudarnos con un tema tan delicado. Soy consciente del riesgo que corre vuestro país en el caso de que Inglaterra malinterprete el hecho de que marchéis con nosotros en este viaje. Por eso mismo creo conveniente que os coordinéis de forma directa con nuestro capitán, Sir McNeal. Es un hombre muy experimentado y comprensivo, así que no creo que tengáis problema alguno en llegar a buenos términos con él. La discreción será imprescindible, así que vuestro camarote será el contiguo al suyo, para que así vuestras interacciones no levanten demasiada atención. -Aunque evitó mencionar los problemas que podrían surgir con el resto de la tripulación, por la expresión que el hombre dibujó tuvo claro que él había entendido a lo que se refería.
- Eso es todo de momento. Podéis volver con vuestros hombres para transmitirles las noticias. Antes de presentarme ante ellos creo que sería conveniente que vos mismo expreséis vuestra opinión al respecto ante ellos, sin la influencia de mi presencia en ese primer intercambio. Eso les ayudará a adaptarse mejor, y también los tranquilizará. -El hombre asintió, y tras hacer una leve reverencia, salió del camarote para dirigirse hacia sus hombres. Esperaba que su impresión para con él hubiera sido lo bastante buena como para que las palabras que dirigiría a sus nuevos "seguidores" lograra disipar sus tensiones. Sabía que no todos eran igual de tolerantes en las disputas cuando se trataba de extranjeros. Los militares lo eran porque amaban a su propio país, en su mayoría al menos, pero no siempre estaban tan de acuerdo con inmiscuirse con problemas externos, especialmente si éstos podrían acabar perjudicándoles. Así que debía mostrarse comprensiva, y escuchar a ambas partes, a los suyos y a los invitados. Ella era la que tendría que conseguir que hubiese una armonía, al final, ese siempre había sido su rol. Como heredera, como princesa, y ahora, como monarca y dirigente de un país. País al que se había propuesto regresar a toda costa.
Y para eso, necesitaría su ayuda.
El ambiente se había vuelto pesado en el momento en que se quedaron solos. Ninguno de los dos parecía ser capaz de romper el silencio en primer lugar. Pero al reconocer nuevamente la expresión en los ojos de Lorick, decidió ser ella misma quien diera el primer paso. - Sir Magné, habéis hecho un buen trabajo al conseguir apoyo por parte de los franceses. A pesar de que no son un gran número, estoy segura de que desempeñarán su función de forma más que eficiente. -Su tono seco y excesivamente "profesional" hizo que la cara del guardia real se desencajara, antes de que éste se aclarara la garganta y se sentara más recto en el asiento. Ahora ya estaban ambos en situación. - Como imaginaréis, la mayoría de los hombres y soldados que están aquí no confían en mi por diversas razones. A pesar de que todos me conocen de forma más o menos extensa, no dejo de ser una reina inexperta y demasiado joven como para llevar a cabo una misión de este calibre con éxito. Pero todos os tienen un gran respeto, así que estoy segura de que seguirán vuestras órdenes sin dudar. Por eso mismo, tras hablarlo con el capitán, ambos estuvimos de acuerdo en que fueseis el segundo de a bordo. Él se encargará de la parte más técnica y de planificación, pero necesitamos de vuestra habilidad como general para comandar a las tropas y servir de mediador en caso de conflicto... -No pudo acabar su discurso, ya que de repente el militar la tomó de la mano, dejándola totalmente petrificada. El súbito contacto con él le pareció extraño. Ahora sabía de dónde venía su calidez, y que no era algo... normal. ¿Qué debía pensar ahora? ¿Cómo debía sentirse? - S-sir... Magné... L-Lorick... por favor...
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
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Re: "Tilleadh Dhachaigh" · Returning Home
El silencio que se instaló entre nosotros una vez el irlandés nos dejó a solas fue probablemente del momento más incómodo que he vivido jamás. Sus ojos eran evasivos, se posaban en todas partes pero evitaban centrarse específicamente en mi. Eso me hizo sentir no solamente decepcionado, sino también herido. A pesar de que la culpa era mía, no podía evitarlo. Había pasado con ella la mayor parte de su vida. La había visto crecer, convertirse de una niña en una adolescente, y de una jovencita vivaz y soñadora a una adulta con demasiadas responsabilidades sobre sus hombros. Con demasiado dolor acumulado, con el peso de demasiadas mentiras coartándole la libertad para decidir, e impidiendo que confiara en alguien. Yo era parte del problema, todos estamos de acuerdo, pero eso no significaba que aceptara lo que estaba pasando, lo que nos estaba sucediendo. Por más que tardara en perdonarme, no permitiría que todo acabara de un modo semejante, sintiéndonos tan lejos, sin ser capaces de hablar de lo que nos preocupaba, y habiendo perdido su confianza.
Dejé que hablara y expusiera sus ideas sin interrumpirla, pero a decir verdad no estaba prestando demasiada atención. Ya era consciente desde hacía mucho tiempo de que tener confianza en sí misma y en sus facultades no era algo que destacara en Irïna precisamente. Se sentía inferior a sus padres en cuanto a la capacidad para manejar al pueblo, no se creía digna ni pensaba estar lo bastante preparada como para llevar su cargo con la cabeza bien alta. Mi trabajo siempre había sido apoyarla cuando flaqueaba, y convencerla de que no era así. Pero algo me decía que de ahora en adelante incluso hacer mi trabajo me iba a resultar mucho más complicado. - Probablemente penséis que el nerviosismo que algunos podrían mostrar se deba a la posible desconfianza que tienen en vos, pero dudo muchísimo que eso sea cierto. La mayoría de ellos os conocen desde que sois pequeña, y saben perfectamente que no hay nadie que ame más Escocia que vos misma. -Dije de forma un tanto abrupta, provocando que la reina suspirara en desacuerdo.
Ese gesto terminó por acabar con mis ánimos, y mi paciencia. Me levanté y rodeé el escritorio, para acuclillarme a su lado y tomarla por las manos. Esperaba que el contacto físico terminara por romper la barrera que ella había impuesto desde el principio de nuestro encuentro. Y como había supuesto (aunque hubiera deseado una reacción diferente), ella no solamente rehuyó a mi roce, poniéndose mucho más nerviosa, sino que en su rostro pude percibir también cierto grado de repulsión. Era evidente que la realidad de mi naturaleza la aterraba. No sólo no era humano, sino que además la había estado engañando durante todo el tiempo en que nos habíamos conocido, y no sabía cuál de aquellos dos motivos la llevarían a odiarme con más ahínco, pero tardaría muchísimo tiempo en deshacerme de ambas razones, si es que alguna vez me llegaba el perdón. No lo merecía. Lo deseaba, pero al final, no estaba en mis manos.
- Lo siento, no debí aproximarme a vos de forma tan brusca, y mucho menos tocaros sin vuestro consentimiento. -Dije rápidamente, para luego alejarme y regresar a mi asiento, detrás del cual me coloqué, de pie, observándola. Probablemente lo mejor que podría hacer sería comenzar de inmediato con sus órdenes. - Sugiero que comencemos por establecer distintos grupos antes de terminar de cargar los barcos, así como dividir la tripulación militar y los marineros de forma equitativa por si... bueno, por si sucediera lo que muchos se temen. -Dije, como intentando desviar la atención de lo que acababa de suceder. Tras un momento de reflexión, ella se levantó, y yo, tras hacer otra reverencia, le dejé paso. Volví a notar el cojear de su pierna, y el hecho de que sus hombros parecían más hundidos que antes. ¿Hasta qué punto podía seguir metiendo la pata?
Dejé que hablara y expusiera sus ideas sin interrumpirla, pero a decir verdad no estaba prestando demasiada atención. Ya era consciente desde hacía mucho tiempo de que tener confianza en sí misma y en sus facultades no era algo que destacara en Irïna precisamente. Se sentía inferior a sus padres en cuanto a la capacidad para manejar al pueblo, no se creía digna ni pensaba estar lo bastante preparada como para llevar su cargo con la cabeza bien alta. Mi trabajo siempre había sido apoyarla cuando flaqueaba, y convencerla de que no era así. Pero algo me decía que de ahora en adelante incluso hacer mi trabajo me iba a resultar mucho más complicado. - Probablemente penséis que el nerviosismo que algunos podrían mostrar se deba a la posible desconfianza que tienen en vos, pero dudo muchísimo que eso sea cierto. La mayoría de ellos os conocen desde que sois pequeña, y saben perfectamente que no hay nadie que ame más Escocia que vos misma. -Dije de forma un tanto abrupta, provocando que la reina suspirara en desacuerdo.
Ese gesto terminó por acabar con mis ánimos, y mi paciencia. Me levanté y rodeé el escritorio, para acuclillarme a su lado y tomarla por las manos. Esperaba que el contacto físico terminara por romper la barrera que ella había impuesto desde el principio de nuestro encuentro. Y como había supuesto (aunque hubiera deseado una reacción diferente), ella no solamente rehuyó a mi roce, poniéndose mucho más nerviosa, sino que en su rostro pude percibir también cierto grado de repulsión. Era evidente que la realidad de mi naturaleza la aterraba. No sólo no era humano, sino que además la había estado engañando durante todo el tiempo en que nos habíamos conocido, y no sabía cuál de aquellos dos motivos la llevarían a odiarme con más ahínco, pero tardaría muchísimo tiempo en deshacerme de ambas razones, si es que alguna vez me llegaba el perdón. No lo merecía. Lo deseaba, pero al final, no estaba en mis manos.
- Lo siento, no debí aproximarme a vos de forma tan brusca, y mucho menos tocaros sin vuestro consentimiento. -Dije rápidamente, para luego alejarme y regresar a mi asiento, detrás del cual me coloqué, de pie, observándola. Probablemente lo mejor que podría hacer sería comenzar de inmediato con sus órdenes. - Sugiero que comencemos por establecer distintos grupos antes de terminar de cargar los barcos, así como dividir la tripulación militar y los marineros de forma equitativa por si... bueno, por si sucediera lo que muchos se temen. -Dije, como intentando desviar la atención de lo que acababa de suceder. Tras un momento de reflexión, ella se levantó, y yo, tras hacer otra reverencia, le dejé paso. Volví a notar el cojear de su pierna, y el hecho de que sus hombros parecían más hundidos que antes. ¿Hasta qué punto podía seguir metiendo la pata?
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
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Re: "Tilleadh Dhachaigh" · Returning Home
Francamente, a la joven soberana le comenzaba a impresionar la compostura que Lorick estaba demostrando después de todo lo que había pasado. Después de todo lo que había cambiado entre ellos. Y es que, si al inicio se había mostrado nervioso en su presencia, y la observaba de forma casi analítica, como intentando averiguar qué paso podía dar para hablar con ella de las mil y una cosas que debían discutir... Pero ahora estaba considerablemente más calmado, y es que, a pesar de que el instante que duró el contacto entre ambos, mientras el corazón de Irïna comenzó a latir de forma tan rápida que estaba segura de que los dos hombres podrían oírlo si se esforzaban, la respiración de él ni siquiera se había alterado. Para colmo de males, su cuerpo seguía siendo tan cálido, tan firme y protector, como siempre lo había sido. Aunque ahora sabía que los motivos para esto distaban mucho de ser normales. Quizá fuera esa idea, el recordatorio de lo que se escondía bajo la piel del hombre que tenía enfrente, lo que la consiguió sacar de su trance. Aquel no era el momento, habían asuntos más apremiantes de los que encargarse. Y si él era capaz de mostrarse con una actitud tan recta como profesional, ella era perfectamente capaz de mostrarse del mismo modo. O eso esperaba, al menos.
Las tres figuras salieron del camarote, la reina en cabeza, seguida por los dos caballeros. Algunas cabezas se voltearon, pero no fue hasta que la monarca regresó a la zona en que se encontraban los marineros y el resto de tropas, posicionándose justo en frente de donde todos se reunían, esta vez acompañada por los dos hombres, incluso aquellos que al inicio se habían limitado a ignorarla o a tratarla con desdén -demasiado joven, demasiado inexperta, incapaz de pensar una estrategia y mucho menos llevarla a cabo-, comenzaron a prestar atención. Le resultaba un tanto insultante que fuera el pequeño pelotón cedido por los franceses los únicos que se habían mantenido considerados y expectantes en todo momento. Y eso que, para ellos, Irïna no era más que una simple desconocida; mientras que para los suyos era nada más y nada menos que la reina, y ni siquiera se plantearon el esforzarse por mostrar un ápice de respeto. Era lo que se merecía, por haber huido de sus responsabilidades durante tanto tiempo. Después de todo, personas como ellos, que se jugaban la vida por la patria no podrían entender a alguien que había huido del peligro con el propósito de salvar su vida. Ahora, por fin, los entendía. La cuestión no era sobrevivir para hacer algo bueno en el futuro, era pelear hasta tu final, y conseguir que tu muerte sea un elemento más capaz de promover un cambio.
El siguiente paso era sencillo visto desde la lógica, pero no tan simple de poner en práctica. La urgencia de sabber cómo dirigirse a aquella marea de hombres (y alguna que otra mujer) curtidos en mil batallas sin sonar como una completa estúpida. Una niña jugando a la guerra. Según quería recordar, el término que tanto su padre como Lorick usaban más asiduamente era el de camaradas. ¿Pero podía acaso ella llamarlos así sin que eso terminara por humillarla aún más? En otra época sólo habría necesitado volver el rostro y dedicarle al guardia una mirada llena de pánico, para que éste pusiera una mano en su hombro y le preguntara si había algún problema. Después le daría un consejo útil y ella podría avanzar sin más dilema, como si sus simples palabras de aliento fueran suficientes para hacer que se olvidara de todas sus dudas e inseguridades. Y era cierto. En otra época una simple palabra de ánimo hubiera bastado. Pero ahora, Irïna no se voltearía, ni le rogaría con los ojos por apoyo moral. No porque no lo necesitara, sino porque ya no lo quería, no se lo creía, viniendo de él. Eso y que su ego se interponía. Una herida tan reciente tardaría mucho tiempo en sanar. La confianza se había roto. Su apoyo no era bienvenido. Y la tensión, que regresó al rostro de su acompañante, le demostró que el también era consciente de ese hecho. Y por un segundo se sorprendió a sí misma al comprender que ya no le importaba la opinión que él tuviera al respecto. No sabía si eso era signo de madurez, o de cabezonería, o un simple síntoma de un corazón roto que no paraba de sangrar.
Pero como sabía que no encontraría respuesta a semejante cuestión, tragó saliva, inspiró y expiró unas cuantas veces, y luego, poniéndose tan recta y digna como le fue posible debido a su dolorido cuerpo, habló. Con emoción contenida en la voz, pero con palabras firmes y decididas. No había marcha atrás, y por muy poco que confiaran en ella y en su posibilidad para ejercer como una verdadera reina, su deber era guiarlos, y el de ellos, seguirla. Y si ese era el modo en que se valorarían las lealtades de cada uno, mejor sería que sucediera mientras seguían todos estando todavía en tierra. - A veces nos preguntamos cómo es que se sentían los héroes de las historias que nos contaban cuando éramos pequeños. ¿En qué pensaban, mientras estaban esperando a que la siguiente batalla tuviera lugar? ¿Tendrían miedo? ¿Estarían nerviosos? Hoy, aquí, pueden hacerse esa pregunta a ustedes mismos, y responderla finalmente. Toda emoción es válida cuando nos enfrentamos cara a cara a un hecho insólito. Escocia, nuestra patria, ahora mismo se encuentra atravesando el mar, y nos está esperando. Esperando a sus ciudadanos, y a sus dirigentes. ¿Puede acaso haber un hecho más insólito? La espera se ha prolongado demasiado, y sé que muchos dirán, o estarán tentados de señalarme como culpable de dicho eso. Y tienen razón. Por supuesto que la tienen. Pero errar es humano, y como mi padre me enseñó cuando aún vivía, un rey nunca deja de ser humano. Al contrario, para ser rey debe uno comportarse lo más humanamente posible, ya que esa es la única forma de ser justos. Como humana, tuve miedo, tuve miedo de un desenlace peor que el presente. ¿Pero acaso podría haber algo peor que ver tu hogar dividido, fragmentado y roto? Sigo teniendo miedo. Supongo que algunos de ustedes también lo tendrán. El destino que nos depara hasta nuestra llegada es incierto, e incluso entonces, tampoco está claro lo que sucederá. Pero, camaradas, hermanos escoceses, y franceses, y todos aquellos que se han decidido a unirse a esta reconquista: ha llegado el momento de volver a avanzar. Ha llegado el momento de recuperar lo que otros han intentado destruir en nuestra ausencia. Y como también mi padre en su momento decía, "no hay que temer a la lucha, sino a los demonios que nos ponen trabas a la hora de dar lo mejor de nosotros mismos durante la misma". ¡Por Escocia!
Las tres figuras salieron del camarote, la reina en cabeza, seguida por los dos caballeros. Algunas cabezas se voltearon, pero no fue hasta que la monarca regresó a la zona en que se encontraban los marineros y el resto de tropas, posicionándose justo en frente de donde todos se reunían, esta vez acompañada por los dos hombres, incluso aquellos que al inicio se habían limitado a ignorarla o a tratarla con desdén -demasiado joven, demasiado inexperta, incapaz de pensar una estrategia y mucho menos llevarla a cabo-, comenzaron a prestar atención. Le resultaba un tanto insultante que fuera el pequeño pelotón cedido por los franceses los únicos que se habían mantenido considerados y expectantes en todo momento. Y eso que, para ellos, Irïna no era más que una simple desconocida; mientras que para los suyos era nada más y nada menos que la reina, y ni siquiera se plantearon el esforzarse por mostrar un ápice de respeto. Era lo que se merecía, por haber huido de sus responsabilidades durante tanto tiempo. Después de todo, personas como ellos, que se jugaban la vida por la patria no podrían entender a alguien que había huido del peligro con el propósito de salvar su vida. Ahora, por fin, los entendía. La cuestión no era sobrevivir para hacer algo bueno en el futuro, era pelear hasta tu final, y conseguir que tu muerte sea un elemento más capaz de promover un cambio.
El siguiente paso era sencillo visto desde la lógica, pero no tan simple de poner en práctica. La urgencia de sabber cómo dirigirse a aquella marea de hombres (y alguna que otra mujer) curtidos en mil batallas sin sonar como una completa estúpida. Una niña jugando a la guerra. Según quería recordar, el término que tanto su padre como Lorick usaban más asiduamente era el de camaradas. ¿Pero podía acaso ella llamarlos así sin que eso terminara por humillarla aún más? En otra época sólo habría necesitado volver el rostro y dedicarle al guardia una mirada llena de pánico, para que éste pusiera una mano en su hombro y le preguntara si había algún problema. Después le daría un consejo útil y ella podría avanzar sin más dilema, como si sus simples palabras de aliento fueran suficientes para hacer que se olvidara de todas sus dudas e inseguridades. Y era cierto. En otra época una simple palabra de ánimo hubiera bastado. Pero ahora, Irïna no se voltearía, ni le rogaría con los ojos por apoyo moral. No porque no lo necesitara, sino porque ya no lo quería, no se lo creía, viniendo de él. Eso y que su ego se interponía. Una herida tan reciente tardaría mucho tiempo en sanar. La confianza se había roto. Su apoyo no era bienvenido. Y la tensión, que regresó al rostro de su acompañante, le demostró que el también era consciente de ese hecho. Y por un segundo se sorprendió a sí misma al comprender que ya no le importaba la opinión que él tuviera al respecto. No sabía si eso era signo de madurez, o de cabezonería, o un simple síntoma de un corazón roto que no paraba de sangrar.
Pero como sabía que no encontraría respuesta a semejante cuestión, tragó saliva, inspiró y expiró unas cuantas veces, y luego, poniéndose tan recta y digna como le fue posible debido a su dolorido cuerpo, habló. Con emoción contenida en la voz, pero con palabras firmes y decididas. No había marcha atrás, y por muy poco que confiaran en ella y en su posibilidad para ejercer como una verdadera reina, su deber era guiarlos, y el de ellos, seguirla. Y si ese era el modo en que se valorarían las lealtades de cada uno, mejor sería que sucediera mientras seguían todos estando todavía en tierra. - A veces nos preguntamos cómo es que se sentían los héroes de las historias que nos contaban cuando éramos pequeños. ¿En qué pensaban, mientras estaban esperando a que la siguiente batalla tuviera lugar? ¿Tendrían miedo? ¿Estarían nerviosos? Hoy, aquí, pueden hacerse esa pregunta a ustedes mismos, y responderla finalmente. Toda emoción es válida cuando nos enfrentamos cara a cara a un hecho insólito. Escocia, nuestra patria, ahora mismo se encuentra atravesando el mar, y nos está esperando. Esperando a sus ciudadanos, y a sus dirigentes. ¿Puede acaso haber un hecho más insólito? La espera se ha prolongado demasiado, y sé que muchos dirán, o estarán tentados de señalarme como culpable de dicho eso. Y tienen razón. Por supuesto que la tienen. Pero errar es humano, y como mi padre me enseñó cuando aún vivía, un rey nunca deja de ser humano. Al contrario, para ser rey debe uno comportarse lo más humanamente posible, ya que esa es la única forma de ser justos. Como humana, tuve miedo, tuve miedo de un desenlace peor que el presente. ¿Pero acaso podría haber algo peor que ver tu hogar dividido, fragmentado y roto? Sigo teniendo miedo. Supongo que algunos de ustedes también lo tendrán. El destino que nos depara hasta nuestra llegada es incierto, e incluso entonces, tampoco está claro lo que sucederá. Pero, camaradas, hermanos escoceses, y franceses, y todos aquellos que se han decidido a unirse a esta reconquista: ha llegado el momento de volver a avanzar. Ha llegado el momento de recuperar lo que otros han intentado destruir en nuestra ausencia. Y como también mi padre en su momento decía, "no hay que temer a la lucha, sino a los demonios que nos ponen trabas a la hora de dar lo mejor de nosotros mismos durante la misma". ¡Por Escocia!
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
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Re: "Tilleadh Dhachaigh" · Returning Home
No voy a negar que me sentí tremendamente ansioso, nervioso y hasta aterrado, cuando la joven reina se colocó al frente de las tropas, con semblante perdido y labios temblorosos, como si no supiera bien qué decir, qué hacer, o cómo actuar. Rogué mentalmente que se olvidara del orgullo, y de los conflictos que teníamos aún presentes, y se dignara a pedirme ayuda. No me hubiera importado hablarles a ellos en su nombre, como ya había hecho en otro momento, antaño, antes de que las cosas se nos fueran de las manos y ella fuera empujada al exilio. Pero sabía que no lo haría, era demasiado orgullosa para ello, y que yo alzara la voz en su presencia sin una orden directa que todos escucharan, no la haría más que caer en el ridículo ante todos aquellos que por el momento la observaban como si más que una reina, fuera una simple cría, una extraña, a la que no sentían inclinación alguna de obedecer, y muchísimo menos de proteger. Era ella quien debía dar el paso, y encontrar las palabras. Con mi fuerza, o sin ella, pero el tiempo se agotaba, y mientras más tiempo pasara en silencio, menos credibilidad tendría...
Entonces, habló.
Cualquier atisbo de duda, de temores, o de cualquier otra preocupación quedó relegada de mi mente en un instante, en el mismo instante en que Irïna se dirigió a las tropas y marineros presentes, usando un tono y una estancia que me resultaban del todo desconocidas en ella, y que me recordaban, no tímidamente, a la que una vez presencié en su padre. La presencia de una reina, auténtica, confiada y valiente. Capacitada para dirigir a todos aquellos hombres a lo que todos imaginaban no sería una guerra fácil. No había cabida para la emocionalidad, no era el momento. Ni para hablar de lo sucedido, como yo deseaba, ni para recriminar, como imaginaba que ella querría hacer en algún momento. Me coloqué en posición, firme, recto y obediente, tal y como era de esperar del general de su guardia, respaldándola, no sólo sus palabras, sino también su autoridad. Al verme, muchos de los soldados imitaron el gesto, comprendiendo que esa era mi orden, y que, como tal, debían acatarla. Irïna era consciente, estaba claro, de que no tenía la confianza del ejército, pero también sabía que eso era porque aún no la conocían lo suficiente. Quizá la única razón por la que aún conservaba mi puesto era porque me necesitaba para ganarse el respeto de aquellos hombres, pero no era algo que me molestara, no realmente. Servir a los Hanover sería un honor, por siempre, independientemente de si lo nuestro tenía arreglo o no.
La primera voz se alzó, tentativa y temblorosa, pero seguida inmediatamente por muchas otras, por cientos de ellas. Una reacción en cadena, y en su semblante pude apreciar un sinfín de emociones: orgullo, porque lo había conseguido, sola; respeto, porque ahora sabía que esos hombres lucharían por la patria que todos amaban; miedo, por el viaje que les esperaba a partir de ese momento; tristeza, por lo mucho que había perdido en todo el camino hasta llegar ese momento. Pero una prevalecía ante todas las demás, y esa era, sin duda, la decisión. Era el momento, y por fin yo también podía compartir esa misma opinión. Ahora estaba, definitivamente, preparada. No solamente para regresar, sino también para gobernar bajo sus propios criterios, enfrentándose a cualquier opositor que se interpusiera. Había madurado. Y aunque no saber cómo, ni cuándo, ni por qué, era algo que me molestaba enormemente, el orgullo que sentía al verla, finalmente, convertida en la monarca que siempre supe que sería, era mayor que cualquier otra cosa. Avancé un paso, una vez me indicó con la mano que ya podía hablarles a las tropas, y tras asentir, dije lo único que sabía que terminaría por encender la mecha por completo. - ¡Por Escocia! ¡Por nuestra patria! ¡Larga vida a la reina! -Ninguno de los presentes, esta vez, se mantuvo callado.
Dos días después, las preparaciones habían finalizado, y toda la flota, bajo la bandera de la reina, zarpó finalmente. De vuelta a casa.
Entonces, habló.
Cualquier atisbo de duda, de temores, o de cualquier otra preocupación quedó relegada de mi mente en un instante, en el mismo instante en que Irïna se dirigió a las tropas y marineros presentes, usando un tono y una estancia que me resultaban del todo desconocidas en ella, y que me recordaban, no tímidamente, a la que una vez presencié en su padre. La presencia de una reina, auténtica, confiada y valiente. Capacitada para dirigir a todos aquellos hombres a lo que todos imaginaban no sería una guerra fácil. No había cabida para la emocionalidad, no era el momento. Ni para hablar de lo sucedido, como yo deseaba, ni para recriminar, como imaginaba que ella querría hacer en algún momento. Me coloqué en posición, firme, recto y obediente, tal y como era de esperar del general de su guardia, respaldándola, no sólo sus palabras, sino también su autoridad. Al verme, muchos de los soldados imitaron el gesto, comprendiendo que esa era mi orden, y que, como tal, debían acatarla. Irïna era consciente, estaba claro, de que no tenía la confianza del ejército, pero también sabía que eso era porque aún no la conocían lo suficiente. Quizá la única razón por la que aún conservaba mi puesto era porque me necesitaba para ganarse el respeto de aquellos hombres, pero no era algo que me molestara, no realmente. Servir a los Hanover sería un honor, por siempre, independientemente de si lo nuestro tenía arreglo o no.
La primera voz se alzó, tentativa y temblorosa, pero seguida inmediatamente por muchas otras, por cientos de ellas. Una reacción en cadena, y en su semblante pude apreciar un sinfín de emociones: orgullo, porque lo había conseguido, sola; respeto, porque ahora sabía que esos hombres lucharían por la patria que todos amaban; miedo, por el viaje que les esperaba a partir de ese momento; tristeza, por lo mucho que había perdido en todo el camino hasta llegar ese momento. Pero una prevalecía ante todas las demás, y esa era, sin duda, la decisión. Era el momento, y por fin yo también podía compartir esa misma opinión. Ahora estaba, definitivamente, preparada. No solamente para regresar, sino también para gobernar bajo sus propios criterios, enfrentándose a cualquier opositor que se interpusiera. Había madurado. Y aunque no saber cómo, ni cuándo, ni por qué, era algo que me molestaba enormemente, el orgullo que sentía al verla, finalmente, convertida en la monarca que siempre supe que sería, era mayor que cualquier otra cosa. Avancé un paso, una vez me indicó con la mano que ya podía hablarles a las tropas, y tras asentir, dije lo único que sabía que terminaría por encender la mecha por completo. - ¡Por Escocia! ¡Por nuestra patria! ¡Larga vida a la reina! -Ninguno de los presentes, esta vez, se mantuvo callado.
Dos días después, las preparaciones habían finalizado, y toda la flota, bajo la bandera de la reina, zarpó finalmente. De vuelta a casa.
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
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