Lagrimas etéreas | Libre

Jadeando aun cuando era consciente de lo inútil que era siguió corriendo, tratando de sentirse cansada, de volver a notar esa agitación en sus pulmones, el latido de su corazón desenfrenado por el ejercicio, el dolor en sus pantorrillas después de correr prácticamente por toda la orilla de la playa.

Nada, no podía sentir nada.

Gruñendo, se convirtió por un momento en su formal felina, la única que aún conservaba después de su muerte y maulló con fiereza mientras sus patas se mojaban en la fresca agua de mar.
Apretando los dientes, siguió el resto del camino hasta el faro observando la luz que hacía de guía a los demás antes de trepar por las paredes, llegando hasta la ventana donde tendría mejor vista de aquel inmenso océano que parecía no tener fin.

Retomo su forma humana haciéndose corpórea para poder sentir las piedras entre sus dedos, su peso contra la orilla de la ventana donde tomo asiento mientras sus piernas se balanceaban con el fresco aire de primavera.

Estaba entrando en pánico y ella lo sabía. Lo que temía estaba sucediendo y ni siquiera Odette pudo tranquilizarla lo suficiente como para evitar que huyera de su casa, levitando cosas a su paso aun cuando no quería, asustando a más de algún pobre humano que llego a notar el extraño suceso.

Sus poderes eran inestables aun después de tres años. Sylvana sabia que en parte era culpa suya; la única característica que había fortalecido era la corporeidad y las demás hacían lo que querían con ella cuando perdía el control, de seguir así terminaría lastimando a alguien aunque no quisiera.

Pero no podía controlarse, no en ese momento después de la noticia que había recibido.

—No puedo, aun no puedo—murmuro, su voz sonando demasiado desesperada a sus oídos mientras se abrazaba a sí misma, meciéndose levemente—. No pueden venir, no deben.

Esa tarde cuando la carta de sus hermanos había llegado informando que deseaban ir a visitarla para ver como se encontraba y que les mandara una respuesta confirmando cuando podría ser un buen momento, le hizo tirar todos los cuadros de la habitación en donde estaba. Horrorizada se dio cuenta que, aunque mandara una respuesta para tratar de persuadirlos esto no lograría nada, los conocía lo suficiente como para saber que cuando mucho podría aplazar el momento, pero no hacerlos cambiar de opinión.

Se llevo las manos hacia su cara, casi hiperventilando aunque eso no fuera posible antes de alzar la vista, mirando hacia la luna que le ofrecía cierta luz contra el oscuro mar.

—No puedo…no puedo decirles—repitió de nuevo, su voz sonando tan rota que solo entonces se dio cuenta de que estaba llorando. Se llevo una mano hacia una de sus mejillas, notando la humedad en ellas antes de sonreír de una manera triste y desgarradora. —No pensé que aun pudiera hacerlo— susurro observando las pequeñas gotas en sus dedos. No había llorado desde la traición de Dean y aquel hecho solo le hizo sollozar con más fuerza, ocultando de nuevo su rostro empapado al recordarlo con tanta claridad.

Ella no era alguien débil. Acepto el haber muerto con una entereza que no se creía capaz de mostrar, la tarea que ella misma tomo como informante la hacia feliz, por que de esa manera podría evitar tragedias como la suya, el proteger a su familia seria un plus una vez que lograra controlar de todo sus emociones y, sin embargo, la nostalgia que luchaba contra su miedo la estaban desgarrando poco a poco.

Extrañaba los campos de vinos y las risas de sus hermanos. Añoraba el calor de sus cuerpos cuando la abrazaban tanto como las bromas pesadas que se hacían. Quería ver sus rostros, pero al mismo tiempo el horror de sus reacciones le frenaban siempre de tratar de teletransportarse hasta el hogar donde creció.

Y ahora, con ellos tan cerca de poder venir la hacían sentir un ser extraño, algo que no debía seguir ahí, algo que solo les traería dolor.

Así que se quedo ahí sin importarle si llegaban a verla, desahogando todo lo que se había prohibido sentir, dejando que el sonido de los cascabeles y el aroma a lirios empezara a inundar el ambiente mientras sus lagrimas se escapan por su barbilla para caer en su vestido, donde se esfumaban casi un momento después.

La voz cerca suyo le hizo detener un momento sus pequeños sollozos. Con una mano aun en su rostro, se giro para ver a la mujer que le estaba hablando. Había estado tan sumergida en los recuerdos y anhelos que ni siquiera la había escuchado llegar.

Sylvana trato de controlarse. El ver las lagrimas de la mujer le hizo sentir algo culpable, ya que su mismo estado podía perjudicarla y viendo como esta temblaba un poco supuso que el lugar se había enfriado bastante, era un milagro que no hubiera tomado la energía que mantenía prendido el faro en su descontrol.

El sonido de las campanillas fue menguando poco a poco y, solo cuando el olor a lirios pareció desaparecer casi por completo fue cuando se animó a hablar.

—No es el mejor de todos, si le soy honesta—murmuro la fantasma, su voz sonando ronca. Trato con sus manos el eliminar las lagrimas de su rostro, pero están no parecían querer parar, rodando sin control por sus mejillas.

Se preguntaba si esto era lo que les pasaba a aquellas almas con un dolor tan grande en su corazón que solo se la pasaban llorando, acosando a los vivos con sus sollozos y lamentos para sentirse un poco menos miserables, un poco más vivos.

Negó con la cabeza, pensando lo patética que tenia que verse antes de levantarse de la orilla de la ventana, apoyando solo una mano en ella, como un conector a ese momento y no a un pasado que no olvidaba y que, aunque le doliera, no podía aceptar aún.

—¿No me tiene miedo? —pregunto la joven mientras sonreía con levedad, esperando que el gesto no se viera muy tenebroso por su rostro empapado—. Debe saber lo que soy y aun así quiso hablarme. ¿Qué pesar tiene usted, para que no le importe lo que yo soy? —cuestiono con voz calmada, sinceramente interesada por aquello que le atormentaba.