AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Primeras Notas ♫ (Priv. Jeremy Legrand)
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Primeras Notas ♫ (Priv. Jeremy Legrand)
Escuchar música es un lujo que poco pueden darse. Pero componerla por sí mismo, cualquiera puede imaginarla en su mente.
Apenas han pasado 2 días desde mi llegada; pero mientras antes me acomode a la las costumbres propias de una dama en la sociedad, más rápido podre infiltrarme donde realmente deseo.
El padre Mario en persona solicito un profesor de música para mis buenos modales. Piano, ni más ni menos. Acorde, elegante, sutil… propio. Sus únicas palabras, que suelen ser muy escazas, fueron que era un caballero de clase media, joven, sumiso, formal, que no haría muchas preguntas y la ayuda económica le sería útil. Me conoce. No quiero niños ricos de mamá, metidos y buscando mi mano en la casa. No tengo tiempo para conflictos amorosos, ni sociales.
El piano de cola, es como pocos. Mi abuelo lo compró con la intensión de que sea parte de su colección privada. Hecho a mano en madera tallada. Una verdadera delicia a la mirada, y con un resonar que hace estremecer la piel cada vez que deslizo mi dedo en una tecla. Hermoso…
Pasé los 30 minutos previos a la hora señalada, vistiéndome como una dama. Un corset que apenas permita dejar pasar el aire a los pulmones, 5 innecesarios kilos de ropa pomposa para esconder una virtud que ya ha dejado de ser tan virtuosa, y por sobre todo un vestido de seda rosa pálido, modesto pero elegante. Adecuado para recibir visitas en el hogar. La tela resalta la clase y la elegancia. Los colores claros que demuestren que soy una dama soltera en virtud. Y los decorados entretjidos en blanco que demuestran coquetería de una joven sin marido.
Horrible… pero “propio de una señorita”
Me veo frente al espejo y sólo pienso en que me devuelvan mis botas y pantalones. El carruaje fue por el maestro de piano. Y doy un último recorrido a la mansión antes de su llega tratando de habituarme a que ahora, este es mi “hogar”.
Un amplio frente, hogar de la familia de mi madre desde el siglo 17 y con aspecto acorde a esos tiempos. Casi al borde de los suburbios, comienza a desplegarse una gran mansión algo raída en los recovecos por falta de cuidado, pero esplendorosa. Minuciosamente elaborada para quienes en algún momento fueron duques antes que la sangre se diluyera entre comunes, un jardín inmenso, con flores de estación a lo largo del camino de entrada entre las rejas y la puerta principal. Y de allí el hall de espera. De momento el joven no irá más ahí hasta que sea invitado a la Sala de música mientras yo aguardo a que me avisen su llegada para salir de mi confiada y elegante habitación.
Extraño mi libertad.
Observo detrás de las cortinas para matar mi intriga y dar actividad a mis ansias mientras lo espero.
Apenas han pasado 2 días desde mi llegada; pero mientras antes me acomode a la las costumbres propias de una dama en la sociedad, más rápido podre infiltrarme donde realmente deseo.
El padre Mario en persona solicito un profesor de música para mis buenos modales. Piano, ni más ni menos. Acorde, elegante, sutil… propio. Sus únicas palabras, que suelen ser muy escazas, fueron que era un caballero de clase media, joven, sumiso, formal, que no haría muchas preguntas y la ayuda económica le sería útil. Me conoce. No quiero niños ricos de mamá, metidos y buscando mi mano en la casa. No tengo tiempo para conflictos amorosos, ni sociales.
El piano de cola, es como pocos. Mi abuelo lo compró con la intensión de que sea parte de su colección privada. Hecho a mano en madera tallada. Una verdadera delicia a la mirada, y con un resonar que hace estremecer la piel cada vez que deslizo mi dedo en una tecla. Hermoso…
Pasé los 30 minutos previos a la hora señalada, vistiéndome como una dama. Un corset que apenas permita dejar pasar el aire a los pulmones, 5 innecesarios kilos de ropa pomposa para esconder una virtud que ya ha dejado de ser tan virtuosa, y por sobre todo un vestido de seda rosa pálido, modesto pero elegante. Adecuado para recibir visitas en el hogar. La tela resalta la clase y la elegancia. Los colores claros que demuestren que soy una dama soltera en virtud. Y los decorados entretjidos en blanco que demuestran coquetería de una joven sin marido.
Horrible… pero “propio de una señorita”
Me veo frente al espejo y sólo pienso en que me devuelvan mis botas y pantalones. El carruaje fue por el maestro de piano. Y doy un último recorrido a la mansión antes de su llega tratando de habituarme a que ahora, este es mi “hogar”.
Un amplio frente, hogar de la familia de mi madre desde el siglo 17 y con aspecto acorde a esos tiempos. Casi al borde de los suburbios, comienza a desplegarse una gran mansión algo raída en los recovecos por falta de cuidado, pero esplendorosa. Minuciosamente elaborada para quienes en algún momento fueron duques antes que la sangre se diluyera entre comunes, un jardín inmenso, con flores de estación a lo largo del camino de entrada entre las rejas y la puerta principal. Y de allí el hall de espera. De momento el joven no irá más ahí hasta que sea invitado a la Sala de música mientras yo aguardo a que me avisen su llegada para salir de mi confiada y elegante habitación.
Extraño mi libertad.
Observo detrás de las cortinas para matar mi intriga y dar actividad a mis ansias mientras lo espero.
Arden Annice Gladstone- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 10/05/2018
Edad : 224
Localización : París
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Re: Primeras Notas ♫ (Priv. Jeremy Legrand)
Fue una total sorpresa el recibir la visita del Padre Mario. La cara de Jeremy cuando se encontró a un hombre de Dios al otro lado de su puerta habló por sí sola, y no pudo evitar considerar extraño que un sacerdote le buscara un profesor de piano a una joven señorita. "Un amigo y protector de la dama" dijo ser, pero el músico no quiso pecar de indiscreto y se guardó cualquier pregunta al respecto. Al fin y al cabo, lo que debía importarle era que iban a pagarle un generoso sueldo, y en cuando el hombre se marchó y cerró la puerta, lo primero que hizo fue correr ( o más bien andar a torpes zancadas) para contárselo al pequeño André, a quien se le contagió el buen humor de su hermano mayor pese a su habitual silencio.
Eso fue hace ya unos días. Aquella mañana tendría lugar la primera clase, aunque todavía no conocía a la dama en cuestión ni sabía si tenía algún nivel de dominio del instrumento o debía enseñarla desde cero. Poco importaba para él en realidad, nunca había enseñado a nadie antes y, aunque algo nervioso (como era habitual en él), estaba realmente animado y atraído por la idea. Lo que había olvidado mencionarle al Padre Mario era un minúsculo, pequeño y mísero detalle: Andrè debía acompañarle. Con la ausencia de criados y desde la marcha de la institutriz, no había nadie ne la casa que se quedara con André. Jeremy sabía que podía cuidarse solo, más aún después de que juntos hicieran las tareas de la casa cada día, pero no quería dejarle sin compañía y aburrido en la casa. El pequeño, aunque curioso, sabría comportarse, de eso no tenía duda, por lo que realmente cruzaba los dedos para que no fuera un problema mientras le ayudaba a vestirse, colocándole la pequeña pajarita y el cuello de la camisa, tal y como su padre lo hacía con él cuando era pequeño.
-Creo que la casa de la Señorita Gladstone es muy grande.-le confió, tratando de despertar el interés del niño.- Y que tiene unos jardines enoooooormes.
Le sonrió, dándole una palmada en la espalda antes de terminar de arreglarse él mismo, vistiéndose con uno de los pocos trajes en buenas condiciones de su armario. Consistía en un elegante chaleco negro a rayas grisáceas, una impoluta camisa blanca debajo y una pajarita roja, rematado por su bastón, unas gafas de sol redondas y un abrigo gris. Todos los detalles eran importantes, pues necesitaba que ese trabajo saliera bien y que siguieran contando con él. Por ello, empapó su cuello con un perfume de hombre, haciendo lo mismo con André por mucho que protestara con su mirada.
-Si te portas bien, te llevaré a comer donde tú quieras. ¿Qué te parece?
Hace mucho tiempo que no comían juntos fuera de la casa, pero Jeremy supuso que con aquél generoso sueldo podrían hacer una excepción y pasar un rato agradable. Se lo debía a André, y buscaba todavía la forma de que su hermano volviera a pronunciar palabra. Quizás el pasar más tiempo con él de esa forma ayudaría...
Un carruaje ordenado por la señorita Gladstone les esperaba en la puerta. Tendría que agradecerle el gesto más tarde, desde luego. ¿Qué tipo de persona sería? No podía evitar preguntárselo, barajando las opciones. Le preocupaba que se tratara de una caprichosa y consentida damita que se cansara de él y de las clases en cuanto no le salieran tres acordes seguidos, o peor aún, que le culpara a él y buscara a otro profesor, extendiendo el rumor. De pronto todo ese ánimo que despilfarraba al salir por la puerta se fue mezclando con la preocupación. André pareció darse cuenta, porque le dio un puñetazo en el brazo con su pequeño puño, mirándole de reojo con el ceño fruncido como si pudiera leerle el pensamiento.
-¡Está bien, está bien!-suspiró, mirando por la ventanilla del carruaje.- Todo saldrá bien, tienes razón.
El carruaje se detuvo ante la puerta de la antigua aunque magnífica mansión. André fue el primero en bajar de un salto, perdiendo la mirada en los enormes jardines que su hermano le había prometido. Jeremy no tardó en seguirle, caminando tras él con ayuda de su bastón, aunque intentando que su cojera se notara lo menos posible. Un sirviente les guió hasta una hall de espera y se ofreció a retirarle el abrigo hasta su marcha, cosa que el pianista agradeció, entregándoselo después de guardar sus gafas en el bolsillo. Pese a lo "discutido" con André, no podía evitar los nervios, sintiéndose algo intimidado por el tamaño de la vivienda y el despliegue de poder que daba a entender. El rostro amable de otra criada les abrió las puertas a una bella sala de música, iluminada por la brillante luz de aquella espléndida mañana. Pero Jeremy no se fijó en la decoración o en el aroma a lilas que se filtraba por las ventanas abiertas con vistas a los jardines en flor. Solo tenía ojos para aquél piano, que parecía sacado directamente de sus sueños. En otras circunstancias ni siquiera se habría atrevido a moverse del sitio hasta que la señorita Gladstone le recibiera, pero la emoción de ver aquél increíble instrumento delante de él era demasiado fuerte como para resistirla. Se acercó hasta él, admirando el sublime trabajo de carpintería y atreviéndose incluso a retirar la cubierta de las teclas, conteniendo un suspiro de emoción. André le miraba con curiosidad y diversión en su mirada, pues hacía mucho que no veía a su hermano de tan buen humor.
No pudo contenerse. Cada fibra de su ser le estaba pidiendo tocar ese piano. Fue tímidamente al principio, tocando suavemente las teclas con una sola mano, pero pronto le pidieron toda su atención. André a su lado parecía leerle como un libro abierto, tomando su bastón entre sus pequeñas manos para dejarlas acariciar libres cada acorde. Ni siquiera se percató de que había ido incluso más lejos, tomando asiento y sumergiéndose de lleno en la interpretación de aquella melodía, corta pero llena de la emoción de quien parece respirar por primera vez en mucho tiempo.
Eso fue hace ya unos días. Aquella mañana tendría lugar la primera clase, aunque todavía no conocía a la dama en cuestión ni sabía si tenía algún nivel de dominio del instrumento o debía enseñarla desde cero. Poco importaba para él en realidad, nunca había enseñado a nadie antes y, aunque algo nervioso (como era habitual en él), estaba realmente animado y atraído por la idea. Lo que había olvidado mencionarle al Padre Mario era un minúsculo, pequeño y mísero detalle: Andrè debía acompañarle. Con la ausencia de criados y desde la marcha de la institutriz, no había nadie ne la casa que se quedara con André. Jeremy sabía que podía cuidarse solo, más aún después de que juntos hicieran las tareas de la casa cada día, pero no quería dejarle sin compañía y aburrido en la casa. El pequeño, aunque curioso, sabría comportarse, de eso no tenía duda, por lo que realmente cruzaba los dedos para que no fuera un problema mientras le ayudaba a vestirse, colocándole la pequeña pajarita y el cuello de la camisa, tal y como su padre lo hacía con él cuando era pequeño.
-Creo que la casa de la Señorita Gladstone es muy grande.-le confió, tratando de despertar el interés del niño.- Y que tiene unos jardines enoooooormes.
Le sonrió, dándole una palmada en la espalda antes de terminar de arreglarse él mismo, vistiéndose con uno de los pocos trajes en buenas condiciones de su armario. Consistía en un elegante chaleco negro a rayas grisáceas, una impoluta camisa blanca debajo y una pajarita roja, rematado por su bastón, unas gafas de sol redondas y un abrigo gris. Todos los detalles eran importantes, pues necesitaba que ese trabajo saliera bien y que siguieran contando con él. Por ello, empapó su cuello con un perfume de hombre, haciendo lo mismo con André por mucho que protestara con su mirada.
-Si te portas bien, te llevaré a comer donde tú quieras. ¿Qué te parece?
Hace mucho tiempo que no comían juntos fuera de la casa, pero Jeremy supuso que con aquél generoso sueldo podrían hacer una excepción y pasar un rato agradable. Se lo debía a André, y buscaba todavía la forma de que su hermano volviera a pronunciar palabra. Quizás el pasar más tiempo con él de esa forma ayudaría...
* * *
Un carruaje ordenado por la señorita Gladstone les esperaba en la puerta. Tendría que agradecerle el gesto más tarde, desde luego. ¿Qué tipo de persona sería? No podía evitar preguntárselo, barajando las opciones. Le preocupaba que se tratara de una caprichosa y consentida damita que se cansara de él y de las clases en cuanto no le salieran tres acordes seguidos, o peor aún, que le culpara a él y buscara a otro profesor, extendiendo el rumor. De pronto todo ese ánimo que despilfarraba al salir por la puerta se fue mezclando con la preocupación. André pareció darse cuenta, porque le dio un puñetazo en el brazo con su pequeño puño, mirándole de reojo con el ceño fruncido como si pudiera leerle el pensamiento.
-¡Está bien, está bien!-suspiró, mirando por la ventanilla del carruaje.- Todo saldrá bien, tienes razón.
El carruaje se detuvo ante la puerta de la antigua aunque magnífica mansión. André fue el primero en bajar de un salto, perdiendo la mirada en los enormes jardines que su hermano le había prometido. Jeremy no tardó en seguirle, caminando tras él con ayuda de su bastón, aunque intentando que su cojera se notara lo menos posible. Un sirviente les guió hasta una hall de espera y se ofreció a retirarle el abrigo hasta su marcha, cosa que el pianista agradeció, entregándoselo después de guardar sus gafas en el bolsillo. Pese a lo "discutido" con André, no podía evitar los nervios, sintiéndose algo intimidado por el tamaño de la vivienda y el despliegue de poder que daba a entender. El rostro amable de otra criada les abrió las puertas a una bella sala de música, iluminada por la brillante luz de aquella espléndida mañana. Pero Jeremy no se fijó en la decoración o en el aroma a lilas que se filtraba por las ventanas abiertas con vistas a los jardines en flor. Solo tenía ojos para aquél piano, que parecía sacado directamente de sus sueños. En otras circunstancias ni siquiera se habría atrevido a moverse del sitio hasta que la señorita Gladstone le recibiera, pero la emoción de ver aquél increíble instrumento delante de él era demasiado fuerte como para resistirla. Se acercó hasta él, admirando el sublime trabajo de carpintería y atreviéndose incluso a retirar la cubierta de las teclas, conteniendo un suspiro de emoción. André le miraba con curiosidad y diversión en su mirada, pues hacía mucho que no veía a su hermano de tan buen humor.
No pudo contenerse. Cada fibra de su ser le estaba pidiendo tocar ese piano. Fue tímidamente al principio, tocando suavemente las teclas con una sola mano, pero pronto le pidieron toda su atención. André a su lado parecía leerle como un libro abierto, tomando su bastón entre sus pequeñas manos para dejarlas acariciar libres cada acorde. Ni siquiera se percató de que había ido incluso más lejos, tomando asiento y sumergiéndose de lleno en la interpretación de aquella melodía, corta pero llena de la emoción de quien parece respirar por primera vez en mucho tiempo.
Jeremy Legrand- Humano Clase Media
- Mensajes : 103
Fecha de inscripción : 12/05/2018
Re: Primeras Notas ♫ (Priv. Jeremy Legrand)
Estaba ansiosa. Hasta se sonreía como tonta. Otro ser humano. De hecho podía mantener una conversación con alguien.
- “A veces soy patética.” – pensó para sí misma. Pero la honestidad le llama a sincerarse con su cruda realidad. Llevaba demasiado tiempo en soledad. Al menos esto le serviría para lustrar sus modales como era esperado de ella en sociedad. Demasiadas festividades había obviado ya. Eventualmente, debería volver a mostrarse en público.
Recogió mínimamente los bordes del vestido, sería una desfachatez mostrar los tobillos; y con firmeza lo sostuvo a lo largo de los escalones que marcaban el camino hacia la planta inferior. Pero no fueron más que unos pasos después que sintió el resonar de la primera tecla. Se detuvo en alto en la escalera. Cerro los ojos, respiró profundo y no pudo evitar darse la vuelta danzante con una sonrisa. Música, el placer de los dioses, si sólo supiera como conservarla eternamente y tenerla a su disposición en todo momento, su vida sería perfecta. O eso cree…
Los modales duraron aproximadamente lo mismo que el suspiro cuando saltó los escalones haciendo que su peinado recogido tentara en desarreglarse al zumbar de sus pasos. Los rulos saltones finalmente se acomodaron cuando se detuvo en alto unos centímetros frente a la puerta de la sala de música. Correr es cosa de infantes.
La criada dijo algo de un niño a lo que la acalló para poder oír mejor. A veces si los trata como sirvientes, cuando sus prioridades se chocan con sus deseos. Pero son su única comparación, además del padre Mario de quién ella es, con quién debe ser…
La música se detuvo y entró con un paso firme y calmo. El mayor de sus sirvientes le hizo silenciosa compañía detrás de su hombre derecho. Una mujer jamás debe estar sola; y falta de un hombre en la familia, corresponde al más fiel y más adulto mayordomo ocupar el lugar de acompañante y protector de las damas del hogar.
Se aclaró la garganta sólo para hacer llamativa su entrada, y con las manos detrás de su espalda se aproximó señorial y airosa, intentando de no verse autoritaria.
- “Maestro Legrand, supongo. Veo que ya ha comprobado la compostura del piano. Espero que este a la altura de lo esperado.” – Su voz sonó suave pero firme. No más que cualquier otra egocéntrica joven de sociedad. E iba a continuar llevando un pie adelante cuando, en un rincón, detecto por la periferia de su entrenada mirada de cazadora; al pequeño.
¿Acaso sería su hijo? No recordó al padre Mario mencionarlo tampoco. La verdad es que como siempre no dijo mucho. Su expresión se ablando, y sonrió dulcemente. El tono cambio. Jamás podría ser un ruiseñor, porque sería estridente. Tampoco una calandria, es muy altisonante. Quizá lo que más se aproxime, sea un arpa, que con las cuerdas produce los sonidos más maravillosos; que tienen la capacidad de transportar a sus oyentes al paraíso.
Se acercó al niño y le extendió la mano. Pero noto al instante que algo no estaba bien con él…
Hace muchos años en uno de sus viajes, un domador de animales le enseño que la manera de generar respeto entre especies distintas, es demostrar que están a la misma altura. Y aprendió que eso sirve tanto con las bestias como con los hombres; sólo que se aplican de forma diferente. Así que se arrodillo.
– “Soy Arden… ¿Cómo te llamas?” – el profesor se veía demasiado joven para tener un niño por sí mismo. Pero… eso nunca ha sido estándar en el mundo.
El niño no respondió y la joven extrañada, vió hacia el mayor a un lado, buscando una respuesta con su mirada.
- “A veces soy patética.” – pensó para sí misma. Pero la honestidad le llama a sincerarse con su cruda realidad. Llevaba demasiado tiempo en soledad. Al menos esto le serviría para lustrar sus modales como era esperado de ella en sociedad. Demasiadas festividades había obviado ya. Eventualmente, debería volver a mostrarse en público.
Recogió mínimamente los bordes del vestido, sería una desfachatez mostrar los tobillos; y con firmeza lo sostuvo a lo largo de los escalones que marcaban el camino hacia la planta inferior. Pero no fueron más que unos pasos después que sintió el resonar de la primera tecla. Se detuvo en alto en la escalera. Cerro los ojos, respiró profundo y no pudo evitar darse la vuelta danzante con una sonrisa. Música, el placer de los dioses, si sólo supiera como conservarla eternamente y tenerla a su disposición en todo momento, su vida sería perfecta. O eso cree…
Los modales duraron aproximadamente lo mismo que el suspiro cuando saltó los escalones haciendo que su peinado recogido tentara en desarreglarse al zumbar de sus pasos. Los rulos saltones finalmente se acomodaron cuando se detuvo en alto unos centímetros frente a la puerta de la sala de música. Correr es cosa de infantes.
La criada dijo algo de un niño a lo que la acalló para poder oír mejor. A veces si los trata como sirvientes, cuando sus prioridades se chocan con sus deseos. Pero son su única comparación, además del padre Mario de quién ella es, con quién debe ser…
La música se detuvo y entró con un paso firme y calmo. El mayor de sus sirvientes le hizo silenciosa compañía detrás de su hombre derecho. Una mujer jamás debe estar sola; y falta de un hombre en la familia, corresponde al más fiel y más adulto mayordomo ocupar el lugar de acompañante y protector de las damas del hogar.
Se aclaró la garganta sólo para hacer llamativa su entrada, y con las manos detrás de su espalda se aproximó señorial y airosa, intentando de no verse autoritaria.
- “Maestro Legrand, supongo. Veo que ya ha comprobado la compostura del piano. Espero que este a la altura de lo esperado.” – Su voz sonó suave pero firme. No más que cualquier otra egocéntrica joven de sociedad. E iba a continuar llevando un pie adelante cuando, en un rincón, detecto por la periferia de su entrenada mirada de cazadora; al pequeño.
¿Acaso sería su hijo? No recordó al padre Mario mencionarlo tampoco. La verdad es que como siempre no dijo mucho. Su expresión se ablando, y sonrió dulcemente. El tono cambio. Jamás podría ser un ruiseñor, porque sería estridente. Tampoco una calandria, es muy altisonante. Quizá lo que más se aproxime, sea un arpa, que con las cuerdas produce los sonidos más maravillosos; que tienen la capacidad de transportar a sus oyentes al paraíso.
Se acercó al niño y le extendió la mano. Pero noto al instante que algo no estaba bien con él…
Hace muchos años en uno de sus viajes, un domador de animales le enseño que la manera de generar respeto entre especies distintas, es demostrar que están a la misma altura. Y aprendió que eso sirve tanto con las bestias como con los hombres; sólo que se aplican de forma diferente. Así que se arrodillo.
– “Soy Arden… ¿Cómo te llamas?” – el profesor se veía demasiado joven para tener un niño por sí mismo. Pero… eso nunca ha sido estándar en el mundo.
El niño no respondió y la joven extrañada, vió hacia el mayor a un lado, buscando una respuesta con su mirada.
Arden Annice Gladstone- Cazador Clase Alta
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Re: Primeras Notas ♫ (Priv. Jeremy Legrand)
Era perfecto. Sencillamente perfecto. El sonido parecía ser capaz de traducir los mismísimos sentimientos que se filtraban a través de los dedos acariciando las teclas, e incluso cuando la canción terminó, Jeremy se quedó unos segundos traspuesto, sin habla ni aliento. Fue el carraspeo tras de si que le sacó de su trance, haciéndole levantarse rápida y torpemente, realizando una reverencia de manera inmediata.
-S-siento muchísmo lo ocurrido, señorita Gladstone.-se disculpó notando el bochorno del momento haciéndose evidente en sus mejillas.- Si le soy totalmente sincero, no pude resistirme.-pese a que trataba de mostrar seriedad y profesionalidad, no pudo evitar que en sus finos labios se dibujase una sonrisa.- Es realmente perfecto.
"Maestro Legrand". De inicio a fin, sonaba totalmente ajeno. Nunca pensó que alguien le llamaría "maestro" y mucho menos el ejercer de profesor. Podía acostumbrarse a lo segundo, pero no estaba seguro de que ocurriese lo mismo con lo primero.
Siguió la mirada de la joven dama. Había olvidado completamente que no había avisado sobre la presencia de André y, de nuevo, fue a apresurarse en su disculpa... aunque se detuvo antes de romper el silencio, observando el gesto de la señorita Gladstone con su hermano.
El niño no supo muy bien como reaccionar los primeros segundos a la mano ante él, pues se le había inculcado que tal gesto se daba entre caballeros. Entonces, el pequeño pareció recordar la "respuesta correcta", tomando la mano de la joven delicadamente con sus pequeños dedos sonrosados y realizando una educada reverencia ante ella. Jeremy afiló su sonrisa, observando y dejando que André siguiera sin su ayuda, con una chispa de esperanza en que contestaría a la pregunta que la dama había pronunciado. En cambio, solo obtuvo el silencio, el cual le obligó a dejar de lado la sonrisa. No por decepción, al menos no hacia su hermano, sino hacia sí mismo por no ser capaz de devolverle las ganas de hablar y, sobre todo, de ser un niño.
-Se llama André, es mi hermano pequeño.-respondió por él.- Discúlpelo, no es muy hablador, pero le aseguro que no desea faltarle al respeto.-recuperó su bastón de manos del niño, acercándose a una distancia cortés.- Discúlpeme a mi también por no haber avisado, pero no... no podía dejarlo en casa solo. Por favor, si es un problema, le ruego que me lo haga saber y juro que buscaré una solución.
-S-siento muchísmo lo ocurrido, señorita Gladstone.-se disculpó notando el bochorno del momento haciéndose evidente en sus mejillas.- Si le soy totalmente sincero, no pude resistirme.-pese a que trataba de mostrar seriedad y profesionalidad, no pudo evitar que en sus finos labios se dibujase una sonrisa.- Es realmente perfecto.
"Maestro Legrand". De inicio a fin, sonaba totalmente ajeno. Nunca pensó que alguien le llamaría "maestro" y mucho menos el ejercer de profesor. Podía acostumbrarse a lo segundo, pero no estaba seguro de que ocurriese lo mismo con lo primero.
Siguió la mirada de la joven dama. Había olvidado completamente que no había avisado sobre la presencia de André y, de nuevo, fue a apresurarse en su disculpa... aunque se detuvo antes de romper el silencio, observando el gesto de la señorita Gladstone con su hermano.
El niño no supo muy bien como reaccionar los primeros segundos a la mano ante él, pues se le había inculcado que tal gesto se daba entre caballeros. Entonces, el pequeño pareció recordar la "respuesta correcta", tomando la mano de la joven delicadamente con sus pequeños dedos sonrosados y realizando una educada reverencia ante ella. Jeremy afiló su sonrisa, observando y dejando que André siguiera sin su ayuda, con una chispa de esperanza en que contestaría a la pregunta que la dama había pronunciado. En cambio, solo obtuvo el silencio, el cual le obligó a dejar de lado la sonrisa. No por decepción, al menos no hacia su hermano, sino hacia sí mismo por no ser capaz de devolverle las ganas de hablar y, sobre todo, de ser un niño.
-Se llama André, es mi hermano pequeño.-respondió por él.- Discúlpelo, no es muy hablador, pero le aseguro que no desea faltarle al respeto.-recuperó su bastón de manos del niño, acercándose a una distancia cortés.- Discúlpeme a mi también por no haber avisado, pero no... no podía dejarlo en casa solo. Por favor, si es un problema, le ruego que me lo haga saber y juro que buscaré una solución.
Jeremy Legrand- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 12/05/2018
Re: Primeras Notas ♫ (Priv. Jeremy Legrand)
Es un hombre extraño, no cabe duda. También puede notarse su miedo. Si hay algo que la cacería enseña es aprender de cada detalle y de cada reacción.
- “Ahora entiendo”- Es un muchacho que ha perdido su estándar, claramente. Tiene temor a todas mis reacciones negativas; y como si eso fuera poco, carga un menor que claramente tiene alguna dificultad. Quizá sordo o mudo…
Se sonrío frente al beso en la mano. La delicadeza con la que volteo su palma y besó el revés. Se yergue tal como es su estatus para dirigirse a su mayordo.
- “Monsieur Antonine, el joven André Legrand es nuestro invitado esta tarde. Y solicitará formalmente a su hermano mayor que demando de su estadía 3 veces por semana en el horario de nuestras lecciones. Por favor, preparé un servicio de té y jugos. Deseo que habiliten las habitaciones de juego infantil para su comodidad.” – y aunque retorno al tono regente; es una manera de dar la aprobación del niño en la casa y seguridad de que no es una molestia. Sería inadecuado que lo trajera sin permiso o invitación; pero de esta forma no necesita pedirlo.
Hay palabras que no requieren pronunciarse, y en un mundo plano sin expresiones, es la mejor manera de ayudar sin declarar hacerlo.
El criado hace una reverencia y pasa los recados a las mucamas; mientras observo el bastón. El principio de un misterio escondido en un elegante accesorio. Pero es más que eso, no camina bien. Por más que trate de ocultarlo. Papá solía decir que cuando el músculo se afecta internamente se recupera desde adentro hacia afuera, a menos que, el musculo fuera desgarrado y una parte fuera cortada o el hueso quedara afectada. El hueso no vuelve a crecer o se regenera. Ha de haber sido una herida muy grave y no muy bien atendida.
- “Un placer conocerle, joven Legrand.” – pendiente estaba en mi memoria hacerle la reverencia a un lord. Es, a pesar de todo, del sexo masculino. – “Si nos disculpa.” – lentamente y con mirada altiva, satisfecha de mi acción y sin perder la compostura me senté en el piano.
- “Cuando usted indique, maestro.”
Ya hablaré con el padre Mario, quién al fin y al cabo, sigue siendo cura y cumple con su eclesiástica misión ayudando a quién lo necesita; sólo que no siempre deben ser limosnas. Y jugando con mis sensibilidades eso si fue caer bajo, sólo era cuestión de decir que había un niño que requería ayuda. Muchas veces es todo lo que conmigo se requiere.
- “Ahora entiendo”- Es un muchacho que ha perdido su estándar, claramente. Tiene temor a todas mis reacciones negativas; y como si eso fuera poco, carga un menor que claramente tiene alguna dificultad. Quizá sordo o mudo…
Se sonrío frente al beso en la mano. La delicadeza con la que volteo su palma y besó el revés. Se yergue tal como es su estatus para dirigirse a su mayordo.
- “Monsieur Antonine, el joven André Legrand es nuestro invitado esta tarde. Y solicitará formalmente a su hermano mayor que demando de su estadía 3 veces por semana en el horario de nuestras lecciones. Por favor, preparé un servicio de té y jugos. Deseo que habiliten las habitaciones de juego infantil para su comodidad.” – y aunque retorno al tono regente; es una manera de dar la aprobación del niño en la casa y seguridad de que no es una molestia. Sería inadecuado que lo trajera sin permiso o invitación; pero de esta forma no necesita pedirlo.
Hay palabras que no requieren pronunciarse, y en un mundo plano sin expresiones, es la mejor manera de ayudar sin declarar hacerlo.
El criado hace una reverencia y pasa los recados a las mucamas; mientras observo el bastón. El principio de un misterio escondido en un elegante accesorio. Pero es más que eso, no camina bien. Por más que trate de ocultarlo. Papá solía decir que cuando el músculo se afecta internamente se recupera desde adentro hacia afuera, a menos que, el musculo fuera desgarrado y una parte fuera cortada o el hueso quedara afectada. El hueso no vuelve a crecer o se regenera. Ha de haber sido una herida muy grave y no muy bien atendida.
- “Un placer conocerle, joven Legrand.” – pendiente estaba en mi memoria hacerle la reverencia a un lord. Es, a pesar de todo, del sexo masculino. – “Si nos disculpa.” – lentamente y con mirada altiva, satisfecha de mi acción y sin perder la compostura me senté en el piano.
- “Cuando usted indique, maestro.”
Ya hablaré con el padre Mario, quién al fin y al cabo, sigue siendo cura y cumple con su eclesiástica misión ayudando a quién lo necesita; sólo que no siempre deben ser limosnas. Y jugando con mis sensibilidades eso si fue caer bajo, sólo era cuestión de decir que había un niño que requería ayuda. Muchas veces es todo lo que conmigo se requiere.
Arden Annice Gladstone- Cazador Clase Alta
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Re: Primeras Notas ♫ (Priv. Jeremy Legrand)
André miró sorprendido a su hermano, pero éste compartía la misma expresión que el pequeño. El niño parecía obviamente encantado y en cuanto fue excusado corrió tras el mayordomo, aunque esa carrera pasó a un caminar al escuchar su nombre pronunciado con cierta reprimenda por parte del mayor. Se encontraban ahora solos, maestro y alumna, en la soleada habitación. Jeremy se percató de la mirada que ella dirigió a su bastón y a su pierna, y no pudo sino sentirse incómodo, evidenciándolo por una disimulada corrección de su postura. Tratando de dejar de lado sus preocupaciones, inclinó su cabeza en un profundo agradecimiento.
-Es un bonito gesto, señorita Gladstone, le aseguro que no lo olvidaré. André tampoco.
En cuanto ella tomó asiento en el piano, un escalofrío de agradable impaciencia, por muy contradictorio que sonase, recorrió su columna. No podía creer que tuviera una alumna. ¿Pero estaría ella realmente interesada en aprender?
-Antes de empezar, necesito conocerla, señorita Gladstone.-se corrigió rápidamente, temiendo ser malinterpretado.- Necesito oírla tocar, y usted necesita presentarse al piano. No se preocupe, ni tenga miedo de fallar o de no conocer los tecnicismos. No voy a juzgarla.-señaló al piano con una mirada, sonriendo.- Ni él tampoco.
De niño, nadie le enseñó a tocar el piano. Simplemente ocurrió. Paseó sus torpes manos por el piano que perteneció a su madre, sin importar cuán terrible sonara o lo incorrecto de su técnica. Necesitaba expresarse, presentarle aquél mundo interior que crecía dentro de él, compartirlo con el instrumento para evitar ahogarse en sí mismo. Fue instintivo, tocaba las notas que más le gustaban cómo sonaban, sin importarle que no tuvieran una melodía o que dieran dolor de cabeza a sus padres. Era un momento íntimo y confidencial entre él y aquél piano, y jamás podría olvidarlo. Al proponerle aquel pequeño juego a la joven, buscaba encontrar esa pasión dentro de ella, ese deseo de expresar lo que crecía y se ocultaba dentro de ella. Así sabría por dónde empezar: si enseñarla el camino a aquella pasión, o ayudar a perfeccionarla hasta crear ese vínculo entre músico e instrumento que muy pocos alcanzaban a comprender.
Dio un par de pasos hacia atrás, dejándola más espacio personal.
-Quiero que me responda a una pregunta sin pronunciar una sola palabra, usando únicamente las teclas bajo sus dedos. ¿Cómo se siente hoy?
-Es un bonito gesto, señorita Gladstone, le aseguro que no lo olvidaré. André tampoco.
En cuanto ella tomó asiento en el piano, un escalofrío de agradable impaciencia, por muy contradictorio que sonase, recorrió su columna. No podía creer que tuviera una alumna. ¿Pero estaría ella realmente interesada en aprender?
-Antes de empezar, necesito conocerla, señorita Gladstone.-se corrigió rápidamente, temiendo ser malinterpretado.- Necesito oírla tocar, y usted necesita presentarse al piano. No se preocupe, ni tenga miedo de fallar o de no conocer los tecnicismos. No voy a juzgarla.-señaló al piano con una mirada, sonriendo.- Ni él tampoco.
De niño, nadie le enseñó a tocar el piano. Simplemente ocurrió. Paseó sus torpes manos por el piano que perteneció a su madre, sin importar cuán terrible sonara o lo incorrecto de su técnica. Necesitaba expresarse, presentarle aquél mundo interior que crecía dentro de él, compartirlo con el instrumento para evitar ahogarse en sí mismo. Fue instintivo, tocaba las notas que más le gustaban cómo sonaban, sin importarle que no tuvieran una melodía o que dieran dolor de cabeza a sus padres. Era un momento íntimo y confidencial entre él y aquél piano, y jamás podría olvidarlo. Al proponerle aquel pequeño juego a la joven, buscaba encontrar esa pasión dentro de ella, ese deseo de expresar lo que crecía y se ocultaba dentro de ella. Así sabría por dónde empezar: si enseñarla el camino a aquella pasión, o ayudar a perfeccionarla hasta crear ese vínculo entre músico e instrumento que muy pocos alcanzaban a comprender.
Dio un par de pasos hacia atrás, dejándola más espacio personal.
-Quiero que me responda a una pregunta sin pronunciar una sola palabra, usando únicamente las teclas bajo sus dedos. ¿Cómo se siente hoy?
Jeremy Legrand- Humano Clase Media
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Re: Primeras Notas ♫ (Priv. Jeremy Legrand)
El ambiente perdió toda la tensión en el momento en el que el pianista comprobó que eran bien recibidos, ambos. Respiró profundo y me sintió complacida con mi obra, aunque mis facciones no lo expresen.
Tiene unos profundos ojos azules, llenos de tristeza mesclados con alegría al acto, pero sobre todo dolor y temor. En una situación diferente, sin los resplandecientes rayos de sol, lo seguiría desde las sombras; las mismas sombras de dónde salen los monstros de la noche. Toda su cara parece decir víctima, y mi necesaria actitud de lady, dicen cazadora. Es tan difícil compensarlo… tan complejo. Quizá complejo como Chopin. Uno de mis preferidos.
Mantengo mi mirada seria, nada amable ocurrió aquí, aunque asiento con la cabeza a su frase aduladora. Si el profesor está nervioso, ¿qué queda para el alumno?
Su propuesta no se hace esperar, y dejando mi actitud magnánima a un lado, me dedico a pensar profundamente en que en realidad, jamás vamos a conocernos, no realmente. Cualquiera se asustaría, sin mencionar la condesa social, moral, religiosa y tantas otras palabras icónicas de las cuales esconden la mediocridad humana con gestos de sublime poderío, clase, y cultura.
- “Conocerme no es algo sencillo. Mucho menos el entenderme.” – Soy mujer, actúo como una, ¿Acaso no es lo que quiere? Prefiero otras cosas. De momento estoy conforme.
Me sonrió levemente, algo sonrojada, tan inocente, que cualquiera pudiera creerlo. Digamos que no es muy frecuente que un caballero, desee pretenderá a una o no, le interese en lo más mínimo como se siente hoy. Sólo importa como aquellos que visten de pantalones se encuentran. Papá… cuanto te extraño.
Le mantengo una intensa mirada, antes de posar mis manos sobre el piano solo rozando las teclas con las yemas de mis dedos, sin dejarse sentir mutuamente aún.
- “Bien.” –
La melodía es intuitiva. Como dije, uno de mis favoritos: Chopin es el elegido. "Nocturne" opus 9no, Segunda sinfonía; es mi elegido, tiene un poco de todo, tal como yo.
Y mientras dejo la música sonar en mi mente mucho antes que mis dedos lleguen a las teclas, pienso en cómo me siento. Y la verdad, es que no muy diferentes de cuál otro día desde que mamá murió.
Compleja, en cada ápice en cada parte de mí, desde lo visible hasta lo intangible… compleja. Triste, tranquila, nerviosa, alegre por momentos, optimista, fatalista, deseando que la noche llegue, temerosa de que la noche llegue, aturdida por la gran ciudad, inquieta de que mi existencia sea revelada, ansiosa de ser yo misma… y disimulando.
Había una vez, una joven doncella, que deseaba ser más que eso, y una día lo logro. Pero en su afán de aventura, igualdad y pluralismo, olvido el detalle más importante. No vive en un mundo que le permita ser así. Por esto, es que detrás de los sonidos más placenteros del mundo esconde su actitud, para mostrar sólo su virtud y en las sombras ser la guerrera que puede ser. Fin. Retorcido, pero al menos es un fin.
La verdad es que me equivoco, todo esto no es más que el comienzo. Respiro profundo y recuerdo porque hago esto, por lo cual, mientras mi mente fluye y sigo tocando a ciegas sin abrir mi mirada una sola vez en lo que las notas se expresan, dejo caer algunas un poco desentonadas ocasionalmente y justificar aquí la presencia del Maestro Legrand.
En cuanto termino aparto mis manos y las dejo reposando sobre mi regazo, sólo para seguir el juego cordial y educadamente aunque por dentro, mi idea es otra.
- "¿Entonces? ¿Cómo me siento hoy, maestro Legrand?"
Tiene unos profundos ojos azules, llenos de tristeza mesclados con alegría al acto, pero sobre todo dolor y temor. En una situación diferente, sin los resplandecientes rayos de sol, lo seguiría desde las sombras; las mismas sombras de dónde salen los monstros de la noche. Toda su cara parece decir víctima, y mi necesaria actitud de lady, dicen cazadora. Es tan difícil compensarlo… tan complejo. Quizá complejo como Chopin. Uno de mis preferidos.
Mantengo mi mirada seria, nada amable ocurrió aquí, aunque asiento con la cabeza a su frase aduladora. Si el profesor está nervioso, ¿qué queda para el alumno?
Su propuesta no se hace esperar, y dejando mi actitud magnánima a un lado, me dedico a pensar profundamente en que en realidad, jamás vamos a conocernos, no realmente. Cualquiera se asustaría, sin mencionar la condesa social, moral, religiosa y tantas otras palabras icónicas de las cuales esconden la mediocridad humana con gestos de sublime poderío, clase, y cultura.
- “Conocerme no es algo sencillo. Mucho menos el entenderme.” – Soy mujer, actúo como una, ¿Acaso no es lo que quiere? Prefiero otras cosas. De momento estoy conforme.
Me sonrió levemente, algo sonrojada, tan inocente, que cualquiera pudiera creerlo. Digamos que no es muy frecuente que un caballero, desee pretenderá a una o no, le interese en lo más mínimo como se siente hoy. Sólo importa como aquellos que visten de pantalones se encuentran. Papá… cuanto te extraño.
Le mantengo una intensa mirada, antes de posar mis manos sobre el piano solo rozando las teclas con las yemas de mis dedos, sin dejarse sentir mutuamente aún.
- “Bien.” –
La melodía es intuitiva. Como dije, uno de mis favoritos: Chopin es el elegido. "Nocturne" opus 9no, Segunda sinfonía; es mi elegido, tiene un poco de todo, tal como yo.
Y mientras dejo la música sonar en mi mente mucho antes que mis dedos lleguen a las teclas, pienso en cómo me siento. Y la verdad, es que no muy diferentes de cuál otro día desde que mamá murió.
Compleja, en cada ápice en cada parte de mí, desde lo visible hasta lo intangible… compleja. Triste, tranquila, nerviosa, alegre por momentos, optimista, fatalista, deseando que la noche llegue, temerosa de que la noche llegue, aturdida por la gran ciudad, inquieta de que mi existencia sea revelada, ansiosa de ser yo misma… y disimulando.
Había una vez, una joven doncella, que deseaba ser más que eso, y una día lo logro. Pero en su afán de aventura, igualdad y pluralismo, olvido el detalle más importante. No vive en un mundo que le permita ser así. Por esto, es que detrás de los sonidos más placenteros del mundo esconde su actitud, para mostrar sólo su virtud y en las sombras ser la guerrera que puede ser. Fin. Retorcido, pero al menos es un fin.
La verdad es que me equivoco, todo esto no es más que el comienzo. Respiro profundo y recuerdo porque hago esto, por lo cual, mientras mi mente fluye y sigo tocando a ciegas sin abrir mi mirada una sola vez en lo que las notas se expresan, dejo caer algunas un poco desentonadas ocasionalmente y justificar aquí la presencia del Maestro Legrand.
En cuanto termino aparto mis manos y las dejo reposando sobre mi regazo, sólo para seguir el juego cordial y educadamente aunque por dentro, mi idea es otra.
- "¿Entonces? ¿Cómo me siento hoy, maestro Legrand?"
Arden Annice Gladstone- Cazador Clase Alta
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Re: Primeras Notas ♫ (Priv. Jeremy Legrand)
-Po-por supuesto, señorita Gladstone, no era mi intención insinuar...-carraspeó, tratando de ubicar en su mente el ideal de profesor, serio, severo y con la impresión de lo sabe todo... pero para Jeremy era imposible pretender ser algo que no era, por lo que terminó siendo un ideal descartado antes siquiera de tratar de emularlo.- Conocer a una persona es como conocer una canción: cuando crees que la sabes de memoria, encuentras más y más detalles y rizos escondidos entre sus notas. Nunca se conoce una melodía del todo, así como no se puede conocer y mucho menos entender a una persona en su totalidad.-sonrió, sin siquiera percatarse de que, cuando hablaba desde su pasión, aquella timidez y aquellas preocupaciones y dudas parecían esfumarse.- Si fuera al revés, sería un mundo muy aburrido.
Le invitó con un gesto de su mano a que comenzara cuando estuviera preparada, escuchando en silencio desde su posición unos pasos tras ella, a su izquierda, pudiendo observar el movimiento de sus manos, su postura y su lenguaje corporal.
Cuando las notas comenzaron a inundar la sala, reconoció la melodía al instante, sintiendo sus propios dedos presionarse sutilmente sobre el pomo de su bastón, recorriendo la canción desde su memoria. La técnica, pese a algunos fallos y una necesidad de corregir su postura y su ritmo, era buena y denotaba que tenía una sólida base, aunque no era eso lo único a lo que Jeremy prestaba atención. Para él, la música no era para escucharla, sino para sentirla, y por ello caminó un par de pasos en silencio para centrar la mirada en su perfilado rostro, escuchando la historia que la joven derramaba sobre el piano para que él la contara por ella. Pese a la rectitud y la fuerza de la actitud de la joven Gladstone, fue allí, frente a ese piano, que Jeremy pudo vislumbrar por unos segundos todo lo que escondía tras aquél semblante, como si una rígida máscara cayese para rebelar que había una persona humana detrás que sentía y padecía.
Cuando ella terminó, haciéndole aquella pregunta, Jeremy todavía la estaba mirando fijamente, buscando las palabras para expresarse de forma adecuada. Para él era mucho más fácil con el piano...
-Las teclas del piano son blancas y negras porque representan nuestro viaje por la vida.-comenzó, acercándose un poco más a ella.- Las blancas representan nuestros sueños, nuestra felicidad y los días cálidos y soleados.-sonrió, alzando una mano para aludir a aquella espléndida mañana y al sol que se filtraba por las ventanas.- Las negras, nuestros miedos, la tristeza y las noches más frías y oscuras.-bajó el tono de su voz levemente, como si compartiese con ella un secreto, inclinando sutilmente su postura.- Pero uno no debe olvidar que las negras también crean música. Blancas y negras... y, aún así, suenan en nuestra cabeza como un millón de colores. Ser capaz de expresar eso, señorita Gladstone, es tocar el piano.
Una vez más, su pasión era la que hablaba por él, permitiéndole salir de los muros que había construido a su alrededor a lo largo de su vida y expresarse desde su interior más recóndito. Al menos, hasta que se percató de que estaba demasiado cerca (tres pasos de distancia era demasiado cerca), retrocediendo un poco y volviendo a guardar las distancias estipuladas.
-En cuanto a su técnica, es evidente que tiene una base bien cimentada. Estoy seguro de que puedo ayudarla a mejorar un par de detalles para facilitarle la interpretación, especialmente su postura.-se corrigió inmediatamente, pensando que ella podría interpretarlo como una crítica o sermón.- P-por su espalda principalmente. Si quiere evitar el dolor de espalda debe perder esa rigidez. Sé que, cuando dan sus primeros pasos en el piano, a las damas se las enseña a seguir siéndolo cuando se sientan frente al instrumento. Pero, si me permite el atrevimiento, es un grave error. Delante de un piano, no debería importarle quién está escuchando, por lo tanto no debe forzarse a conservar sus formas o modales. Me gustaría pedirle que, al menos en mis clases, no se sienta coaccionada a mantener esas apariencias cuando toque. En el momento en que tome asiento, puede ser lo que usted desee ser ese día: una dama, una aventurera, un pájaro, la luna... es la magia de la música.
Otra vez. Los nudos que siempre le mantenían en tensión se desataban cada vez que trataba de enseñarla o de hacerle entender algún concepto, dejándole hablar con una soltura que, a pesar de no ser la de un carismático conversador, era extremadamente rara en él.
-También, si tiene tiempo, le recomendaría escuchar y observar a otros músicos. ¿Le gusta el teatro? Tengo entendido que varios profesionales tocan allí todos los jueves.
Le invitó con un gesto de su mano a que comenzara cuando estuviera preparada, escuchando en silencio desde su posición unos pasos tras ella, a su izquierda, pudiendo observar el movimiento de sus manos, su postura y su lenguaje corporal.
Cuando las notas comenzaron a inundar la sala, reconoció la melodía al instante, sintiendo sus propios dedos presionarse sutilmente sobre el pomo de su bastón, recorriendo la canción desde su memoria. La técnica, pese a algunos fallos y una necesidad de corregir su postura y su ritmo, era buena y denotaba que tenía una sólida base, aunque no era eso lo único a lo que Jeremy prestaba atención. Para él, la música no era para escucharla, sino para sentirla, y por ello caminó un par de pasos en silencio para centrar la mirada en su perfilado rostro, escuchando la historia que la joven derramaba sobre el piano para que él la contara por ella. Pese a la rectitud y la fuerza de la actitud de la joven Gladstone, fue allí, frente a ese piano, que Jeremy pudo vislumbrar por unos segundos todo lo que escondía tras aquél semblante, como si una rígida máscara cayese para rebelar que había una persona humana detrás que sentía y padecía.
Cuando ella terminó, haciéndole aquella pregunta, Jeremy todavía la estaba mirando fijamente, buscando las palabras para expresarse de forma adecuada. Para él era mucho más fácil con el piano...
-Las teclas del piano son blancas y negras porque representan nuestro viaje por la vida.-comenzó, acercándose un poco más a ella.- Las blancas representan nuestros sueños, nuestra felicidad y los días cálidos y soleados.-sonrió, alzando una mano para aludir a aquella espléndida mañana y al sol que se filtraba por las ventanas.- Las negras, nuestros miedos, la tristeza y las noches más frías y oscuras.-bajó el tono de su voz levemente, como si compartiese con ella un secreto, inclinando sutilmente su postura.- Pero uno no debe olvidar que las negras también crean música. Blancas y negras... y, aún así, suenan en nuestra cabeza como un millón de colores. Ser capaz de expresar eso, señorita Gladstone, es tocar el piano.
Una vez más, su pasión era la que hablaba por él, permitiéndole salir de los muros que había construido a su alrededor a lo largo de su vida y expresarse desde su interior más recóndito. Al menos, hasta que se percató de que estaba demasiado cerca (tres pasos de distancia era demasiado cerca), retrocediendo un poco y volviendo a guardar las distancias estipuladas.
-En cuanto a su técnica, es evidente que tiene una base bien cimentada. Estoy seguro de que puedo ayudarla a mejorar un par de detalles para facilitarle la interpretación, especialmente su postura.-se corrigió inmediatamente, pensando que ella podría interpretarlo como una crítica o sermón.- P-por su espalda principalmente. Si quiere evitar el dolor de espalda debe perder esa rigidez. Sé que, cuando dan sus primeros pasos en el piano, a las damas se las enseña a seguir siéndolo cuando se sientan frente al instrumento. Pero, si me permite el atrevimiento, es un grave error. Delante de un piano, no debería importarle quién está escuchando, por lo tanto no debe forzarse a conservar sus formas o modales. Me gustaría pedirle que, al menos en mis clases, no se sienta coaccionada a mantener esas apariencias cuando toque. En el momento en que tome asiento, puede ser lo que usted desee ser ese día: una dama, una aventurera, un pájaro, la luna... es la magia de la música.
Otra vez. Los nudos que siempre le mantenían en tensión se desataban cada vez que trataba de enseñarla o de hacerle entender algún concepto, dejándole hablar con una soltura que, a pesar de no ser la de un carismático conversador, era extremadamente rara en él.
-También, si tiene tiempo, le recomendaría escuchar y observar a otros músicos. ¿Le gusta el teatro? Tengo entendido que varios profesionales tocan allí todos los jueves.
Jeremy Legrand- Humano Clase Media
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Re: Primeras Notas ♫ (Priv. Jeremy Legrand)
Me sentía tan soberbia y superflua frente a mi pregunta. Toda una elegante tonta de sociedad. Mi padre estaría orgulloso. Pavoneándome y coqueteando como niña ansiosa. Pero al menos, veo un cambio en el profesor. Aparentemente su faceta de timidez se difumina entre la música y toda la amplitud de sus aspectos. Me pregunto que provocó que fuera así. Por instinto todos toman un rol en la vida: Victima o victimario. No tiene que ser en sí una presunción violenta, todos somos víctimas de alguien o… algo. En este caso Monsieur Legrand es víctima pura y plena de su pasión, completamente incontenible.
Y aunque no coincido con su analogía, me sonrío levemente asintiendo con la cabeza, como sorprendida de las referencias del hombre. Si mi vida estuviera descripta en un piano, seguramente solo tendría teclas negras y la mitad de ellas rotas. A veces la tristeza es tan grande que no puedo escuchar más sonido que el sórdido zumbido sepulcral a mí alrededor. Al menos me agrada la sensación de verlo más contento y mucho menos tenso. Estaba tan rígido que pensé que podía quebrarse con el más leve viento.
Pero cuando comienza con su explicación técnica asiento con más seriedad, la palabra del maestro, siempre se ha de respetar. Y quizá no esté tan errado. Quizás hay más fallas en mi interpretación que las meras intencionales.
Mi postura… apostaría mi fortuna a que es virgen. Se intimida tanto cuando habla de mi femineidad, que hasta creería que le da temor. Pero es tan agradable conocer a un hombre decente y no los típicos predadores de la alta sociedad que nada tienen que envidiarle a los sucios seres del bajo mundo.
“No debo esforzarme en conservar mis formas y modales…” Creo que le daría un infarto si me viera como salgo en las noches. Pero al menos es alguien con quién no debo esconderme tanto. ¿Es quizá este hombre un poco como mi padre? ¿Listo para entender a ver las cosas de una manera diferente, incluso la forma en la que la sociedad interpreta las formas y normas según el género? No se parece mucho a mi padre, aún menos a mi hermano. Pero me hace mucha falta un amigo. Uno con quién pueda compartir quien soy. Pero aún es muy pronto para decirlo.
- “Me encantaría ir al teatro, pero lamentablemente una mujer sola en sociedad podría ser muy mal interpretado. Usted entiendo de lo que hablo, ¿verdad profesor? “ – No caben dudas de lo que hablo. Pero tampoco de mis intenciones y se las hago notar con una sonrisa más audaz y cómplice. – “Además tengo un profesional aquí mismo. Profesor, toque algo para mí, ¿sí?”
Y acompaño el tono de niña dulce y necesitada con una mirada de ilusión expectante. Esta vez nada fingido, sólo levemente exagerado. Me hago a un lado en la silla dándole espacio a que se acomode también él. No muy formal, pero, el insistió en que no lo fuera, ¿Por qué no aprovecharlo?
Y aunque no coincido con su analogía, me sonrío levemente asintiendo con la cabeza, como sorprendida de las referencias del hombre. Si mi vida estuviera descripta en un piano, seguramente solo tendría teclas negras y la mitad de ellas rotas. A veces la tristeza es tan grande que no puedo escuchar más sonido que el sórdido zumbido sepulcral a mí alrededor. Al menos me agrada la sensación de verlo más contento y mucho menos tenso. Estaba tan rígido que pensé que podía quebrarse con el más leve viento.
Pero cuando comienza con su explicación técnica asiento con más seriedad, la palabra del maestro, siempre se ha de respetar. Y quizá no esté tan errado. Quizás hay más fallas en mi interpretación que las meras intencionales.
Mi postura… apostaría mi fortuna a que es virgen. Se intimida tanto cuando habla de mi femineidad, que hasta creería que le da temor. Pero es tan agradable conocer a un hombre decente y no los típicos predadores de la alta sociedad que nada tienen que envidiarle a los sucios seres del bajo mundo.
“No debo esforzarme en conservar mis formas y modales…” Creo que le daría un infarto si me viera como salgo en las noches. Pero al menos es alguien con quién no debo esconderme tanto. ¿Es quizá este hombre un poco como mi padre? ¿Listo para entender a ver las cosas de una manera diferente, incluso la forma en la que la sociedad interpreta las formas y normas según el género? No se parece mucho a mi padre, aún menos a mi hermano. Pero me hace mucha falta un amigo. Uno con quién pueda compartir quien soy. Pero aún es muy pronto para decirlo.
- “Me encantaría ir al teatro, pero lamentablemente una mujer sola en sociedad podría ser muy mal interpretado. Usted entiendo de lo que hablo, ¿verdad profesor? “ – No caben dudas de lo que hablo. Pero tampoco de mis intenciones y se las hago notar con una sonrisa más audaz y cómplice. – “Además tengo un profesional aquí mismo. Profesor, toque algo para mí, ¿sí?”
Y acompaño el tono de niña dulce y necesitada con una mirada de ilusión expectante. Esta vez nada fingido, sólo levemente exagerado. Me hago a un lado en la silla dándole espacio a que se acomode también él. No muy formal, pero, el insistió en que no lo fuera, ¿Por qué no aprovecharlo?
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Re: Primeras Notas ♫ (Priv. Jeremy Legrand)
-C-claro, siento haber sugerido...-tragó saliva, afianzando el agarre de sus manos sobre su bastón, interrumpiéndose antes de terminar sus palabras.- ¿Tal vez pueda ir acompañada del Padre Mario? Nadie se atrevería a tacharlo de inapro...
Volvió a interrumpirse con las palabras de su alumna, cuya sonrisa no le pasó desapercibida. ¿Estaría tratando de incomodarle a propósito? ¿Le estaría probando? Aún así, el dinero era demasiado como para negarse, además de que le debía un gran favor por haber tolerado a André en su hogar durante las clases. Y, si tenía que seguir buscando razones para sentarse frente al piano, también podría decirse que, tal y como él había recomendado, la observación era también una forma de aprendizaje.
Asintió con la cabeza con timidez, acercándose al piano. Esperó un momento para que ella se levantara del asiento, cosa que no sucedió. Entonces entró en pánico. Nunca había tenido a nadie que no fuese de su familia sentado junto a él en un momento tan personal como aquél. Se encontraba en una encrucijada, en una trampa en la que había metido el pie él solito. Dejó su bastón a un lado, tomando asiento tras unos segundos de asumir que ella no se levantaría, manteniendo la máxima distancia posible entre ellos y evitando tocarla ni por el más mínimo roce. Su respiración era temblorosa, pues trataba de contenerla para que ni eso pudiera alterar el poco espacio personal que les quedaba.
-De... de acuerdo...-carraspeó, sin atreverse a mirarla, fijando sus ojos en las teclas mientras sus manos se posicionaban.- Tocaré despacio, de forma que... de forma que pueda prestar atención a... al posicionamiento.
Sus manos se alzaron, brazos pegados a su cuerpo de nuevo para evitar cualquier milimétrico acercamiento lo máximo posible, y sus dedos se extendieron rozando suavemente las teclas antes de respirar profundamente y empezar a tocar.
Fue tímidamente al principio, coaccionado por la presencia junto a él, pero no duró más de unos segundos. Una vez creado el vínculo invisible con el instrumento, todo lo demás desapareció, ella desapareció, la vergüenza el miedo y las dudas desaparecieron... no, no desaparecieron, se transformaron, pasando a ser parte de la melodía, de sus movimientos, con su postura encogida, su cabeza inclinada y hundida levemente entre sus hombros sus manos entrelazándose y saltando de una a otra tecla, acariciándolas con la sutileza de quien da un primer y tímido beso.
La melodía fue breve, pues así lo dictaba el remolino de pensamientos y sensaciones que le invadían en ese momento. Cuando las notas cesaron, sus manos se posicionaron sobre el borde del piano, aún sin atreverse a girar su mirada hacia su alumna.
-Es... es una... una melodía sencilla. Si le gusta, podríamos trabajar sobre ella.
Volvió a interrumpirse con las palabras de su alumna, cuya sonrisa no le pasó desapercibida. ¿Estaría tratando de incomodarle a propósito? ¿Le estaría probando? Aún así, el dinero era demasiado como para negarse, además de que le debía un gran favor por haber tolerado a André en su hogar durante las clases. Y, si tenía que seguir buscando razones para sentarse frente al piano, también podría decirse que, tal y como él había recomendado, la observación era también una forma de aprendizaje.
Asintió con la cabeza con timidez, acercándose al piano. Esperó un momento para que ella se levantara del asiento, cosa que no sucedió. Entonces entró en pánico. Nunca había tenido a nadie que no fuese de su familia sentado junto a él en un momento tan personal como aquél. Se encontraba en una encrucijada, en una trampa en la que había metido el pie él solito. Dejó su bastón a un lado, tomando asiento tras unos segundos de asumir que ella no se levantaría, manteniendo la máxima distancia posible entre ellos y evitando tocarla ni por el más mínimo roce. Su respiración era temblorosa, pues trataba de contenerla para que ni eso pudiera alterar el poco espacio personal que les quedaba.
-De... de acuerdo...-carraspeó, sin atreverse a mirarla, fijando sus ojos en las teclas mientras sus manos se posicionaban.- Tocaré despacio, de forma que... de forma que pueda prestar atención a... al posicionamiento.
Sus manos se alzaron, brazos pegados a su cuerpo de nuevo para evitar cualquier milimétrico acercamiento lo máximo posible, y sus dedos se extendieron rozando suavemente las teclas antes de respirar profundamente y empezar a tocar.
Música
Fue tímidamente al principio, coaccionado por la presencia junto a él, pero no duró más de unos segundos. Una vez creado el vínculo invisible con el instrumento, todo lo demás desapareció, ella desapareció, la vergüenza el miedo y las dudas desaparecieron... no, no desaparecieron, se transformaron, pasando a ser parte de la melodía, de sus movimientos, con su postura encogida, su cabeza inclinada y hundida levemente entre sus hombros sus manos entrelazándose y saltando de una a otra tecla, acariciándolas con la sutileza de quien da un primer y tímido beso.
La melodía fue breve, pues así lo dictaba el remolino de pensamientos y sensaciones que le invadían en ese momento. Cuando las notas cesaron, sus manos se posicionaron sobre el borde del piano, aún sin atreverse a girar su mirada hacia su alumna.
-Es... es una... una melodía sencilla. Si le gusta, podríamos trabajar sobre ella.
Jeremy Legrand- Humano Clase Media
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Re: Primeras Notas ♫ (Priv. Jeremy Legrand)
Esa bella incomodidad que demuestra en cada gesto, juraría que puedo ver su corazón acelerarse al punto de un infarto, sólo porque me mantengo a su lado. Virgen he dicho... aunque algunos hombres, sorprenden. Tan dulce y sumiso, no lo comprendo. Estoy rodeada de depredadores, día y noche por igual, sólo que de distintos tipos. Pero creo que quizá con su música... Veamos cómo se siente él, hoy.
Muevo ligeramente mi cuerpo a la izquierda en cuanto se sienta, generando un poco más de espacio, el suficiente para que pueda extenderse a lo largo del teclado, pero no tanto como para que no sienta mi presencia. También temo por su pierna, me pregunto si le duele, o sólo es el musculo atrofiado. Es fácil determinar la gravedad de la herida en cuanto pisa el pedal de tonos. Me ha generado curiosidad. ¿Qué puede una mujer tonta y caprichosa como la que interpreto en alguien tímido como él?
- “Deléiteme, Maestro” - Caprichosa y exigente.
Las notas son tan suaves como su presencia. Me hace querer enamorarme y dejarlo todo atrás. Cierro mis ojos y aspiro profundo, puedo transportarme a tiempos mejores, dónde sólo el sol reina en mi vida. La sonrisa de mi madre. La risa de mi padre. Los brazos fuertes de mi hermano rodeando mi cuerpo. Incluso los criados disfrutando de una tarde de picnic. Era joven, muy joven, demasiado. ¿Cómo volver a esos tiempos? ¿Cómo aprender a ser feliz otra vez?
¡Eso es! Tan astuta y tan tonta. Es feliz cuando toca el piano, pero cuando recuerda la realidad se asusta de sí mismo. No es tímido, se siente intimidado por la intensidad de la vida. Es de hecho, el estar vivo, la actividad más abrumadora de todas.
Quiero perderme en cada nota en el placer de la melodía en mis oídos, en la sensación de sentirme calma, feliz. Es un sentimiento abrigador y embriagante que no quiero abandonar. Me relaja al punto que deseo apoyar mi cabeza sobre su hombro, como lo hacía con mi madre. Sólo continua tocando, nunca te detengas. Pero las teclas aminoran su marcha, por favor, no termines, no aún. No deseo que se escape de mí.
Y así como llego se fue. Finalmente el silencio invade nuevamente la sala dejando sólo la pesada respiración del artista oírse, y siento el vacío querer invadirme una vez más. - "¿Qué? ¿Si me gusta? Sí, me gustas, podría trabajar en ti. Oh, esa no fue la pregunta, ¿cierto?"
- “Es perfecta…” – tono chillón y caprichoso lleno de aires vanidosos no llegan a mi boca antes que mi entonación algo más grave y sincera, pronuncie las palabras. Y sin embargo, en un análisis más profundo, noto como sobre el final deja las notas lisas para utilizas sostenidas, algo desentonaste en comparación al resto de su composición. ¿Es eso un resumen de su vida? ¿Era todo armonioso y en los últimos años algo lo alteró?
No hay nada más agotador que vivir fingiendo, tal como yo hoy debo hacerlo. Y no me importa dejar esa mascara caer. – “Une autre fois, s'il vous plaît” – suena tan natural decirlo en francés, el idioma del profesor y el que aquí debo mantener. Me acerco, casi peligrosamente, y susurro a su oído sin tocarlo – “Une autre fois…” – Esta vez más bajo, mas cómplice, más insinuante. Quiero que vuelva a llevarme a mi pasado, que me sitúe en un recuerdo perfecto otra vez.
Y me abrazo al lateral del piano para escuchar las cuerdas resonar una vez más, ahora desde lo más profundo de su interior, llenar la vieja sala de música con su cumplida misión una última vez…
Muevo ligeramente mi cuerpo a la izquierda en cuanto se sienta, generando un poco más de espacio, el suficiente para que pueda extenderse a lo largo del teclado, pero no tanto como para que no sienta mi presencia. También temo por su pierna, me pregunto si le duele, o sólo es el musculo atrofiado. Es fácil determinar la gravedad de la herida en cuanto pisa el pedal de tonos. Me ha generado curiosidad. ¿Qué puede una mujer tonta y caprichosa como la que interpreto en alguien tímido como él?
- “Deléiteme, Maestro” - Caprichosa y exigente.
Las notas son tan suaves como su presencia. Me hace querer enamorarme y dejarlo todo atrás. Cierro mis ojos y aspiro profundo, puedo transportarme a tiempos mejores, dónde sólo el sol reina en mi vida. La sonrisa de mi madre. La risa de mi padre. Los brazos fuertes de mi hermano rodeando mi cuerpo. Incluso los criados disfrutando de una tarde de picnic. Era joven, muy joven, demasiado. ¿Cómo volver a esos tiempos? ¿Cómo aprender a ser feliz otra vez?
¡Eso es! Tan astuta y tan tonta. Es feliz cuando toca el piano, pero cuando recuerda la realidad se asusta de sí mismo. No es tímido, se siente intimidado por la intensidad de la vida. Es de hecho, el estar vivo, la actividad más abrumadora de todas.
Quiero perderme en cada nota en el placer de la melodía en mis oídos, en la sensación de sentirme calma, feliz. Es un sentimiento abrigador y embriagante que no quiero abandonar. Me relaja al punto que deseo apoyar mi cabeza sobre su hombro, como lo hacía con mi madre. Sólo continua tocando, nunca te detengas. Pero las teclas aminoran su marcha, por favor, no termines, no aún. No deseo que se escape de mí.
Y así como llego se fue. Finalmente el silencio invade nuevamente la sala dejando sólo la pesada respiración del artista oírse, y siento el vacío querer invadirme una vez más. - "¿Qué? ¿Si me gusta? Sí, me gustas, podría trabajar en ti. Oh, esa no fue la pregunta, ¿cierto?"
- “Es perfecta…” – tono chillón y caprichoso lleno de aires vanidosos no llegan a mi boca antes que mi entonación algo más grave y sincera, pronuncie las palabras. Y sin embargo, en un análisis más profundo, noto como sobre el final deja las notas lisas para utilizas sostenidas, algo desentonaste en comparación al resto de su composición. ¿Es eso un resumen de su vida? ¿Era todo armonioso y en los últimos años algo lo alteró?
No hay nada más agotador que vivir fingiendo, tal como yo hoy debo hacerlo. Y no me importa dejar esa mascara caer. – “Une autre fois, s'il vous plaît” – suena tan natural decirlo en francés, el idioma del profesor y el que aquí debo mantener. Me acerco, casi peligrosamente, y susurro a su oído sin tocarlo – “Une autre fois…” – Esta vez más bajo, mas cómplice, más insinuante. Quiero que vuelva a llevarme a mi pasado, que me sitúe en un recuerdo perfecto otra vez.
Y me abrazo al lateral del piano para escuchar las cuerdas resonar una vez más, ahora desde lo más profundo de su interior, llenar la vieja sala de música con su cumplida misión una última vez…
Arden Annice Gladstone- Cazador Clase Alta
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Re: Primeras Notas ♫ (Priv. Jeremy Legrand)
Quiso darle las gracias por su cumplido, peor sus labios se entreabrieron sin que ningún sonido brotara de ellos, por lo que los volvió a cerrar y se limitó a responder con un gesto de su cabeza antes de parecer estúpido. No le pasó desapercibido el cambio en la voz de la señorita Gladstone, como si abandonase momentáneamente su fachada de damisela para mostrar sutilmente la persona que había debajo. ¿Él había conseguido eso?
Seguía sin mirarla, con la vista fija en sus manos en el borde del piano, pero sintió el movimiento a su lado, el acercamiento hacia él, la tela de su vestido rozando contra su pierna, su respiración en su cuello, las palabras susurradas en su oído. Quedó paralizado, por miedo a que cualquier movimiento suyo la rozara por accidente. Su mirada temblaba, sin saber en dónde posarse, temeroso de que ella se quedara allí, en esa posición, observándole.
Y es que las personas cometían un error muy común al juzgar la timidez del pianista. Las continuas burlas y crueles palabras que había recibido desde su infancia habían modelado a una persona extremadamente acomplejada de sí misma, con tan poca autoestima que siempre tenía la sensación de ser juzgado, blanco de burlas y rechazado. Ese era su mayor miedo, y su reacción a que una persona invadiera de tal forma su espacio personal no era estrictamente debido a las reglas sociales, a la falta de experiencia sexual o deseo carnal, sino de un profundo, abrasador, asfixiante y arraigado miedo al rechazo, pues no cabía en su juicio que alguien, al mirarle, no viera más que todos esos defectos que cargaba sobre los hombros.
Pero, desde el caparazón invisible que había creado, distinguió una petición con sincera ilusión, con deseo de escuchar más, como si necesitara beber de aquella música en la que había mojado unos labios sedientos y no había saciado su sed. Ella se apartó, abrazada al instrumento como si necesitara sentir la vibración de cada nota en su piel, y él no pudo negarselo.
Tocó una vez más la misma melodía, pero de alguna manera, pese a emplear las mismas notas, sonaba diferente. Más suelta, liberada, como un reflejo del espacio personal devuelto al pianista. Pero Jeremy sabía por qué, y es que aquellos sonidos ahora noe ran sino un reflejo del nacimiento de la curiosidad dentro de él. Una que le hizo mirar a la joven abrazada al piano mientras sus manos seguían el ritmo que esa curiosidad dictaba. ¿Quién era? ¿Qué había despertado la música en ella? ¿Por qué tan repentino cambio de actitud? Era una dualidad demasiado contrastada como para pasarla por alto.
Extendió adrede la melodía, incapaz de arrancarla de su ensoñación, viendo sus ojos perdidos en un lujar lejano en el tiempo. Se permitió someterla a mayor escrutinio mientras se encontraba en aquél estado, pasando su mirada por sus rasgos, por cada gesto que ella realizara consciente o inconscientemente. Era algo nuevo para él, jamás había despertado aquella reacción en nadie y quería saber más y más.
Por ello, sus manos no se detendrían hasta que ella así lo pidiera. O hasta que volviera de aquél lugar en el que había decidido perderse.
Seguía sin mirarla, con la vista fija en sus manos en el borde del piano, pero sintió el movimiento a su lado, el acercamiento hacia él, la tela de su vestido rozando contra su pierna, su respiración en su cuello, las palabras susurradas en su oído. Quedó paralizado, por miedo a que cualquier movimiento suyo la rozara por accidente. Su mirada temblaba, sin saber en dónde posarse, temeroso de que ella se quedara allí, en esa posición, observándole.
Y es que las personas cometían un error muy común al juzgar la timidez del pianista. Las continuas burlas y crueles palabras que había recibido desde su infancia habían modelado a una persona extremadamente acomplejada de sí misma, con tan poca autoestima que siempre tenía la sensación de ser juzgado, blanco de burlas y rechazado. Ese era su mayor miedo, y su reacción a que una persona invadiera de tal forma su espacio personal no era estrictamente debido a las reglas sociales, a la falta de experiencia sexual o deseo carnal, sino de un profundo, abrasador, asfixiante y arraigado miedo al rechazo, pues no cabía en su juicio que alguien, al mirarle, no viera más que todos esos defectos que cargaba sobre los hombros.
Pero, desde el caparazón invisible que había creado, distinguió una petición con sincera ilusión, con deseo de escuchar más, como si necesitara beber de aquella música en la que había mojado unos labios sedientos y no había saciado su sed. Ella se apartó, abrazada al instrumento como si necesitara sentir la vibración de cada nota en su piel, y él no pudo negarselo.
Tocó una vez más la misma melodía, pero de alguna manera, pese a emplear las mismas notas, sonaba diferente. Más suelta, liberada, como un reflejo del espacio personal devuelto al pianista. Pero Jeremy sabía por qué, y es que aquellos sonidos ahora noe ran sino un reflejo del nacimiento de la curiosidad dentro de él. Una que le hizo mirar a la joven abrazada al piano mientras sus manos seguían el ritmo que esa curiosidad dictaba. ¿Quién era? ¿Qué había despertado la música en ella? ¿Por qué tan repentino cambio de actitud? Era una dualidad demasiado contrastada como para pasarla por alto.
Extendió adrede la melodía, incapaz de arrancarla de su ensoñación, viendo sus ojos perdidos en un lujar lejano en el tiempo. Se permitió someterla a mayor escrutinio mientras se encontraba en aquél estado, pasando su mirada por sus rasgos, por cada gesto que ella realizara consciente o inconscientemente. Era algo nuevo para él, jamás había despertado aquella reacción en nadie y quería saber más y más.
Por ello, sus manos no se detendrían hasta que ella así lo pidiera. O hasta que volviera de aquél lugar en el que había decidido perderse.
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Re: Primeras Notas ♫ (Priv. Jeremy Legrand)
No quiero ser indiscreta, y en verdad no quiero serlo; pero ya comenzó a cansarme el nunca poder ser yo misma. Cuando mi madre vivía, se me permitía que no fuera lo que sociedad esperaba de mí, ahora, en ausencia de mi familia, me he convertido en una marioneta de los deseos de un reinado caprichoso que frente a la impotencia de ofrecer a su pareja devoción, ordeno que ni ellos, ni nadie.
El amor está prohibido, pero eso es imposible. Es como prohibirle al sol salir, calentar la tierra y dejar que las flores broten del suelo adornando la mirada y llenando las ilusiones. Siempre pasó, siempre pasará. Mirad aquí al profesor Legrand, ama la música, ama su piano y se siente ahora con tanta fuerza en cada tecla que deja resonar, en el golpe de las cuerdas dentro del corazón del piano. Dónde la magia de las ideas se convierte en melodía.
Intento mirarlo, como si fuera una ardilla curiosa en las tardes de verano, pero por momentos los ojos se me cierran solos, para vivir más plenamente el momento. Y lo dejo seguir y sin ninguna sutileza se recargo completamente sobre el piano, dejando que el resonar hiciera su piel vibrar, mirando el sol por la ventana y volviendo a cerrar los ojos una vez más. Sintió una sensación de calor por dentro y frío en la mejilla que se extendió a su nuca haciendo que su piel se erizara, bajo por los brazos y finalmente el leve sacudón del escalofrío. Era la intensidad con la que vivía la música.
No sé cuantos minutos pasan, el tiempo se ha convertido en un bucle de tiempo eterno entre nota y nota, para cuando mis ojos se llenan de agua. Presionarlos sólo hará que las lágrimas se boten. Respiro profundo tratando de mantener la compostura pero no puedo. Extiendo mi mano y tomo una de las de Jeremy. Aún así con los ojos cerrados. Si no detengo esto, todo lo que tengo que expresar se saldrá sólo y eso sería peor aún o más inapropiado que tomar su mano. Y en el momento en el que se detiene me incorporo adecuadamente y salgo hacia la puerta sin abrir los ojos o mirarlo, no me atrevo, ni me atrevería a que nadie jamás viera semejante dolor y debilidad en mí.
- “¡El té!” – grito con capricho y exacerbación. Salgo unos pasos fuera de la habitación, no es el té; es la oportunidad de limpiar bien mis ojos de los rastros de flaqueza en mi mirada. El sirviente rápida y astutamente me da un pañuelo para corregir mi maquillaje y contesta como si hablara a mi reclamo, pero solo disimula. He arrastrado a todos en mi teatro y montan una escena no es tan fácil.
Respiro profundo y me regreso a mi juego. Le sonrío al profesor casi irónica. Quisiera expresar algo más amable, pero me es tan difícil hacerlo en este momento, que no puedo hacer nada más.
- “Lo lamento tanto profesor, pero el servicio requiere de mano dura, usted comprende.” – Me acerque mientras que detrás de mí una moza trae el té, junto con porciones de budines, pasteles, fruta en trozos, galletas & los amados scones de mi padre. Mantequilla y dulces para acompañar.
Me senté en la mesa cercana, poniendo distancia, pero invitando con un gesto de mi mano al profesor a tomar asiento y beber el té mientras me da la parte técnica de la lección. Al menos hasta que la compostura regrese a mí. Necesito una distracción.
El amor está prohibido, pero eso es imposible. Es como prohibirle al sol salir, calentar la tierra y dejar que las flores broten del suelo adornando la mirada y llenando las ilusiones. Siempre pasó, siempre pasará. Mirad aquí al profesor Legrand, ama la música, ama su piano y se siente ahora con tanta fuerza en cada tecla que deja resonar, en el golpe de las cuerdas dentro del corazón del piano. Dónde la magia de las ideas se convierte en melodía.
Intento mirarlo, como si fuera una ardilla curiosa en las tardes de verano, pero por momentos los ojos se me cierran solos, para vivir más plenamente el momento. Y lo dejo seguir y sin ninguna sutileza se recargo completamente sobre el piano, dejando que el resonar hiciera su piel vibrar, mirando el sol por la ventana y volviendo a cerrar los ojos una vez más. Sintió una sensación de calor por dentro y frío en la mejilla que se extendió a su nuca haciendo que su piel se erizara, bajo por los brazos y finalmente el leve sacudón del escalofrío. Era la intensidad con la que vivía la música.
No sé cuantos minutos pasan, el tiempo se ha convertido en un bucle de tiempo eterno entre nota y nota, para cuando mis ojos se llenan de agua. Presionarlos sólo hará que las lágrimas se boten. Respiro profundo tratando de mantener la compostura pero no puedo. Extiendo mi mano y tomo una de las de Jeremy. Aún así con los ojos cerrados. Si no detengo esto, todo lo que tengo que expresar se saldrá sólo y eso sería peor aún o más inapropiado que tomar su mano. Y en el momento en el que se detiene me incorporo adecuadamente y salgo hacia la puerta sin abrir los ojos o mirarlo, no me atrevo, ni me atrevería a que nadie jamás viera semejante dolor y debilidad en mí.
- “¡El té!” – grito con capricho y exacerbación. Salgo unos pasos fuera de la habitación, no es el té; es la oportunidad de limpiar bien mis ojos de los rastros de flaqueza en mi mirada. El sirviente rápida y astutamente me da un pañuelo para corregir mi maquillaje y contesta como si hablara a mi reclamo, pero solo disimula. He arrastrado a todos en mi teatro y montan una escena no es tan fácil.
Respiro profundo y me regreso a mi juego. Le sonrío al profesor casi irónica. Quisiera expresar algo más amable, pero me es tan difícil hacerlo en este momento, que no puedo hacer nada más.
- “Lo lamento tanto profesor, pero el servicio requiere de mano dura, usted comprende.” – Me acerque mientras que detrás de mí una moza trae el té, junto con porciones de budines, pasteles, fruta en trozos, galletas & los amados scones de mi padre. Mantequilla y dulces para acompañar.
Me senté en la mesa cercana, poniendo distancia, pero invitando con un gesto de mi mano al profesor a tomar asiento y beber el té mientras me da la parte técnica de la lección. Al menos hasta que la compostura regrese a mí. Necesito una distracción.
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Re: Primeras Notas ♫ (Priv. Jeremy Legrand)
Había sido víctima de los sentimientos que ahora azotaban a la señorita Gladstone demasiadas veces como para no reconocerlos. Las formas de la dama cayeron en esos momentos, importando solo el lugar encerrado en su recuerdo, las lágrimas que retenían sus ojos y quién era ella de verdad tras su velo. Ella era whiskey en una taza de té, un diamante que quería ser carbón. Daba la impresión de estar atrapada, de ocultar tantas cosas que contrastaban con aquella vida de lujos y caprichos que, cuando la música la llevó de la mano, todos esos sentimientos amenazaron con derramarse.
Tan embelesado estaba en su curiosa observación que no vio aquella mano hasta que se enredó en la suya, su corazón saltándose un latido y deteniendo la melodía en el acto, apartándose inmediatamente y retirándose del piano torpemente.
-¡Di-discúlpeme! Yo no...
Y, pese a que la culpa no era suya, disculparse era lo único que le pasó por la cabeza en ese comprometido momento. Tal vez se disculpaba por no haberse detenido antes. Tal vez por haberla sumido en aquél estado. No sabía decir si para ella la experiencia había sido agradable o el dolor la había sobrepasado. Quizás la disculpa podía también aplicarse a que la había hecho mostrar una faceta de sí misma tan íntima, tan privada, que la vergüenza la había golpeado como si de repente estuviera desnuda.
Cuando ella marcha de la habitación, evitando mirarle o que fuera mirada, el pianista pensó que marcharse sería la mejor opción. Tomó su bastón, tratando de conservar la calma y esperó a que su alumna estuviera preparada para volver a enfrentarle. Sonrió nervioso ante su comentario, asintiendo brevemente con la cabeza y aferrando el pomo de su bastón con la tensión acumulada. Esperó a que ella tomara asiento y que el servicio se retirase. Ambos sabrían perfectamente que no era la hora del té, pero no sería Jeremy quien comentaría al respecto. Era evidente que ella necesitaba sobreponerse a lo que acababa de ocurrir, y lo mismo le ocurría a él. Si bien era demasiado complicado ignorar al elefante de la habitación, tomó asiento e hizo lo posible por ayudar a que todo quedara en el pasado, continuando la parte técnica de la clase. Al tomar la taza de té, sus nervios quedaron aún más en evidencia con el tintineo de la porcelana entre sus manos temblorosas, por lo que carraspeó, el nudo en su pecho haciéndose más grande, y optó por dejar la taza sobre el plato, retirando sus manos sobre sus piernas, bajo la mesa, rígido como si fuera parte de la silla.
-Señorita Gladstone.-reunió el valor para alzar la voz, aunque inmediatamente después de percatarse de su propio sonido volvió a reducirse a casi un tímido susurro.- Sepa que soy un hombre extremadamente discreto. No debe preocuparse, pues no serán mis labios los que extiendan rumores y habladurías.-se refería, en su opinión evidentemente, al momento de debilidad de la joven, aunque podía interpretarse que también se refería a su acercamiento.- Tampoco debe avergonzarse ni pretender que su corazón es de piedra. Todos somos víctimas de los recuerdos, en mayor o menor manera, y estos pueden manifestarse cuando menos lo esperamos.-estaba hablando demasiado, lo sabía, y por eso se cortó inmediatamente, antes de que metiera aún más la pata.- Siento mucho...-ni siquiera sabía por qué se disculpaba, de nuevo.- La lección de hoy ha terminado, si desea dejar las clases por ahora, lo entenderé.
Tan embelesado estaba en su curiosa observación que no vio aquella mano hasta que se enredó en la suya, su corazón saltándose un latido y deteniendo la melodía en el acto, apartándose inmediatamente y retirándose del piano torpemente.
-¡Di-discúlpeme! Yo no...
Y, pese a que la culpa no era suya, disculparse era lo único que le pasó por la cabeza en ese comprometido momento. Tal vez se disculpaba por no haberse detenido antes. Tal vez por haberla sumido en aquél estado. No sabía decir si para ella la experiencia había sido agradable o el dolor la había sobrepasado. Quizás la disculpa podía también aplicarse a que la había hecho mostrar una faceta de sí misma tan íntima, tan privada, que la vergüenza la había golpeado como si de repente estuviera desnuda.
Cuando ella marcha de la habitación, evitando mirarle o que fuera mirada, el pianista pensó que marcharse sería la mejor opción. Tomó su bastón, tratando de conservar la calma y esperó a que su alumna estuviera preparada para volver a enfrentarle. Sonrió nervioso ante su comentario, asintiendo brevemente con la cabeza y aferrando el pomo de su bastón con la tensión acumulada. Esperó a que ella tomara asiento y que el servicio se retirase. Ambos sabrían perfectamente que no era la hora del té, pero no sería Jeremy quien comentaría al respecto. Era evidente que ella necesitaba sobreponerse a lo que acababa de ocurrir, y lo mismo le ocurría a él. Si bien era demasiado complicado ignorar al elefante de la habitación, tomó asiento e hizo lo posible por ayudar a que todo quedara en el pasado, continuando la parte técnica de la clase. Al tomar la taza de té, sus nervios quedaron aún más en evidencia con el tintineo de la porcelana entre sus manos temblorosas, por lo que carraspeó, el nudo en su pecho haciéndose más grande, y optó por dejar la taza sobre el plato, retirando sus manos sobre sus piernas, bajo la mesa, rígido como si fuera parte de la silla.
-Señorita Gladstone.-reunió el valor para alzar la voz, aunque inmediatamente después de percatarse de su propio sonido volvió a reducirse a casi un tímido susurro.- Sepa que soy un hombre extremadamente discreto. No debe preocuparse, pues no serán mis labios los que extiendan rumores y habladurías.-se refería, en su opinión evidentemente, al momento de debilidad de la joven, aunque podía interpretarse que también se refería a su acercamiento.- Tampoco debe avergonzarse ni pretender que su corazón es de piedra. Todos somos víctimas de los recuerdos, en mayor o menor manera, y estos pueden manifestarse cuando menos lo esperamos.-estaba hablando demasiado, lo sabía, y por eso se cortó inmediatamente, antes de que metiera aún más la pata.- Siento mucho...-ni siquiera sabía por qué se disculpaba, de nuevo.- La lección de hoy ha terminado, si desea dejar las clases por ahora, lo entenderé.
Jeremy Legrand- Humano Clase Media
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Re: Primeras Notas ♫ (Priv. Jeremy Legrand)
Pobre profesor, no tiene la culpa, pero es tan fácil de manejar. Nada ha pasado aquí, y ahora recuerdo porque abandone las clases de música. Aunque no hablara ni con las palomas del parque, no es eso lo que importa; sino el juego de apariencias y algo mucho más profundo. No es necesario hablar. Cada sentimiento despierta en nuestro interior un juego de hormonas. Y la tristeza y debilidad son de los más fuertes y expresivos. Con que saliera una noche, y algún depredador lo oliera ahora mismo en las ropas del profesor… si reconocieran el olor.
Ser cazador es mucho más que vivir oculto de la sociedad, conlleva un sinfín de cuidados y precauciones, comenzado, primeramente, por lo que hoy escapo de mí y es la compostura. Todo lo diga, todo lo que exprese, todos mis aromas, pueden ser un as bajo la manga de mis contrincantes y conozco demasiado bien las consecuencias como para no ser precavida a estas alturas. Así que con mucha pena, y en verdad me apena, arruino toda la dulzura que el profesor quiso brindarme. El amor es imposible prohibir, pero vivirlo, eso sí es posible.
- “¿Disculpe?” – Le pregunto entre confundida y agraviada por el comentario. – “No entiendo a lo que se refiere profesor. Y considerando que usted es un profesional, debería saber que la duración de la clase aún no llega a su fin. Necesito sus observaciones, si es que desea que mejore, claro está.” – fachada, mentiras, distante; mejor.
Coloco una cucharada de azúcar en mi té. Earl Grey, es demasiado temprano para beber algo más osado y miro el remolino formarse mientras revuelvo el brebaje. Lo miro fijo, como si fuera la situación más entretenida del universo, aunque mucho dista de ello. Limpio la cuchara de los restos dejándola deslizar suavemente en el borde de la taza, todas y cada una de las lecciones de protocolo bien aprendidas se demuestran en la mesa y vuelvo a ver al profesor, otra vez firme y segura mientras la taza se posa en mis labios y bebo el primer sorbo.
- “¿Debería tomar nota? Pensé en lo que me dijo. Quizá no pudiera ir a las funciones nocturnas, pero sería una clase diferente si me escoltara a la sinfónica en el parque alguna vez. Quizá… es oficial. Todos los mar… jueves me escoltará usted en el horario de la tarde a los conciertos para jóvenes. Es lo más adecuado.”
Si, dejar el tema atrás es lo más adecuado. Cambie de día, y sé que agrego uno más a las 3 lecciones programadas por semana que teníamos, pero el dinero es bueno y tiene un niño que sustentar. Además, es claro que le gusta, no lo llevaría a algo que le desagrade; y ambos tendríamos la oportunidad de vivir, dentro de las normas pautadas, una experiencia diferente.
Ser cazador es mucho más que vivir oculto de la sociedad, conlleva un sinfín de cuidados y precauciones, comenzado, primeramente, por lo que hoy escapo de mí y es la compostura. Todo lo diga, todo lo que exprese, todos mis aromas, pueden ser un as bajo la manga de mis contrincantes y conozco demasiado bien las consecuencias como para no ser precavida a estas alturas. Así que con mucha pena, y en verdad me apena, arruino toda la dulzura que el profesor quiso brindarme. El amor es imposible prohibir, pero vivirlo, eso sí es posible.
- “¿Disculpe?” – Le pregunto entre confundida y agraviada por el comentario. – “No entiendo a lo que se refiere profesor. Y considerando que usted es un profesional, debería saber que la duración de la clase aún no llega a su fin. Necesito sus observaciones, si es que desea que mejore, claro está.” – fachada, mentiras, distante; mejor.
Coloco una cucharada de azúcar en mi té. Earl Grey, es demasiado temprano para beber algo más osado y miro el remolino formarse mientras revuelvo el brebaje. Lo miro fijo, como si fuera la situación más entretenida del universo, aunque mucho dista de ello. Limpio la cuchara de los restos dejándola deslizar suavemente en el borde de la taza, todas y cada una de las lecciones de protocolo bien aprendidas se demuestran en la mesa y vuelvo a ver al profesor, otra vez firme y segura mientras la taza se posa en mis labios y bebo el primer sorbo.
- “¿Debería tomar nota? Pensé en lo que me dijo. Quizá no pudiera ir a las funciones nocturnas, pero sería una clase diferente si me escoltara a la sinfónica en el parque alguna vez. Quizá… es oficial. Todos los mar… jueves me escoltará usted en el horario de la tarde a los conciertos para jóvenes. Es lo más adecuado.”
Si, dejar el tema atrás es lo más adecuado. Cambie de día, y sé que agrego uno más a las 3 lecciones programadas por semana que teníamos, pero el dinero es bueno y tiene un niño que sustentar. Además, es claro que le gusta, no lo llevaría a algo que le desagrade; y ambos tendríamos la oportunidad de vivir, dentro de las normas pautadas, una experiencia diferente.
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Re: Primeras Notas ♫ (Priv. Jeremy Legrand)
Ciertamente estaba confundido, y la reacción no hizo sino agravar su nerviosismo, hundiéndole un poco más en su asiento.
-Desde luego, señorita Gladstone. Disculpe mi falta de experiencia, es usted mi primera alumna.
Trató de mantener un tono más profesional, entendiendo por la actitud de la joven que no quería hablar de lo que acababa de ocurrir y mucho menos considerarle a él para ello. Aquella dualidad, ese contraste con la jovencita que le pedía tocar una vez más sentándose a su lado, le desorientaba completamente. No sabía cómo clasificar a aquella joven, no sabía si ayudarla a liberar ese mundo interior que la devoraba desde dentro, o limitarse a unas clases enfocadas únicamente a la técnica, dejando de lado el sentimiento del que tanto parecía querer huir.
-Necesitaría observarla un poco más para concretar mis comentarios. O-observarla tocar el piano, quiero decir.-se apresuró a añadir, hundiendo sus dedos en la tela de su pantalón.- Pero es más que evidente que tiene un alto nivel. Podría ayudarla a mejorar el ensayar el ritmo y memorizar los movimientos que la permitan alcanzar los acordes más cómodamente. Debe conocer sus manos para conocer al piano, conocer la fluidez y limitaciones de sus propios dedos, y acompañarlas con su cuerpo.-y allá iba otra vez, sin poder evitar sumirse de nuevo en su pasión, olvidando todo lo que acababa de decidir internamente.- La música no es rígida, no es fría, debería fluir con usted y usted con ella, como... como un baile, como un... como un...
Se interrumpió a sí mismo, percatándose de que lo había vuelto a hacer, su voz esfumándose por momentos hasta volver a aquél incómodo silencio. Tal vez no estaba hecho para ser profesor. Parecía que necesitaba algo de lo que él carecía: frialdad y la capacidad para impartir enseñanzas por medio de ésta.
-¿To-tomar nota? Si eso le ayuda, señorita Gladstone, adelante.
Esta vez sí se contuvo, aunque era demasiado evidente que en su mente había otra respuesta muy distinta y pasional al respecto. No la compartiría, no era apropiado.
Atendió a su petición... no... a su orden de que la acompañase a aquellos conciertos en el parque, y no puedo evitar darle vueltas a todo en su cabeza. Quizás ella misma estaba intentando luchar con la voz que parecía obligarla a levantar aquél muro, esa fachada de damisela caprichosa, y liberar todos esos sentimientos e ideales reprimidos. Tal vez, pensó el pianista, aquella era una forma velada de pedirle ayuda. No estaba seguro, eran meras suposiciones, y mucho menos quería asumir que él, precisamente él, había sido elegido para esa tarea. Era ridículo... y, a pesar de todo, aceptó.
-Será un placer ser su escolta, señorita Gladstone. Aunque quizás desee que también la acompañe un hombre más capaz que yo para protegerla si algo ocurriera, Dios no lo quiera.
-Desde luego, señorita Gladstone. Disculpe mi falta de experiencia, es usted mi primera alumna.
Trató de mantener un tono más profesional, entendiendo por la actitud de la joven que no quería hablar de lo que acababa de ocurrir y mucho menos considerarle a él para ello. Aquella dualidad, ese contraste con la jovencita que le pedía tocar una vez más sentándose a su lado, le desorientaba completamente. No sabía cómo clasificar a aquella joven, no sabía si ayudarla a liberar ese mundo interior que la devoraba desde dentro, o limitarse a unas clases enfocadas únicamente a la técnica, dejando de lado el sentimiento del que tanto parecía querer huir.
-Necesitaría observarla un poco más para concretar mis comentarios. O-observarla tocar el piano, quiero decir.-se apresuró a añadir, hundiendo sus dedos en la tela de su pantalón.- Pero es más que evidente que tiene un alto nivel. Podría ayudarla a mejorar el ensayar el ritmo y memorizar los movimientos que la permitan alcanzar los acordes más cómodamente. Debe conocer sus manos para conocer al piano, conocer la fluidez y limitaciones de sus propios dedos, y acompañarlas con su cuerpo.-y allá iba otra vez, sin poder evitar sumirse de nuevo en su pasión, olvidando todo lo que acababa de decidir internamente.- La música no es rígida, no es fría, debería fluir con usted y usted con ella, como... como un baile, como un... como un...
Se interrumpió a sí mismo, percatándose de que lo había vuelto a hacer, su voz esfumándose por momentos hasta volver a aquél incómodo silencio. Tal vez no estaba hecho para ser profesor. Parecía que necesitaba algo de lo que él carecía: frialdad y la capacidad para impartir enseñanzas por medio de ésta.
-¿To-tomar nota? Si eso le ayuda, señorita Gladstone, adelante.
Esta vez sí se contuvo, aunque era demasiado evidente que en su mente había otra respuesta muy distinta y pasional al respecto. No la compartiría, no era apropiado.
Atendió a su petición... no... a su orden de que la acompañase a aquellos conciertos en el parque, y no puedo evitar darle vueltas a todo en su cabeza. Quizás ella misma estaba intentando luchar con la voz que parecía obligarla a levantar aquél muro, esa fachada de damisela caprichosa, y liberar todos esos sentimientos e ideales reprimidos. Tal vez, pensó el pianista, aquella era una forma velada de pedirle ayuda. No estaba seguro, eran meras suposiciones, y mucho menos quería asumir que él, precisamente él, había sido elegido para esa tarea. Era ridículo... y, a pesar de todo, aceptó.
-Será un placer ser su escolta, señorita Gladstone. Aunque quizás desee que también la acompañe un hombre más capaz que yo para protegerla si algo ocurriera, Dios no lo quiera.
Jeremy Legrand- Humano Clase Media
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Re: Primeras Notas ♫ (Priv. Jeremy Legrand)
El hombre es encantador, no hay manera de decir lo contrario. Pero es tan… “ay…” Respiro bajando mi mirada, no sabría cómo explicárselo. Jamás le he explicado mucho a nadie, es parte de mi posición. Pero en lo que sus tartamudeos internos se convierten en palabras, continuo con mi té. Un minuto en la vida real sería demasiado para este hombre escondido detrás de un bastón –“¿Estoy juzgando demasiado? Creo que sí. Más creo que debería tener el coraje de cumplir con lo que dice y danzar conmigo.”
- “Aunque no se notara que soy su primera alumna, se nota el espanto a equivocarse. Esa parte si la entiendo. En nuestro equipo de 3, papá, mi hermano y yo, era la única mujer y ya sólo por eso estaba en desventaja; creo que aún lo estoy.” - Paso mi mirada del té al profesor, quizá me veo aburrida, pero realmente estoy pensando, buscando una solución al dilema. – “Siempre tuve terror a equivocarme y ser mal juzgada. Un error solo era sumar puntos negativos a la desventaja que ya tenía. Quizá no soy la única aquí que necesita un instructor.”-
Llevo mis labios hacia adentro, los humedezco y alzo una ceja, quizá insinuante o satisfecha al ver como acepta toda proposición. ¿Cuál será su límite? – “Alguien que me dé más protección… dos muertos y dos desaparecidos. Van empatados. No hay nadie en este mundo que me pueda hacer sentir protegida ya…”
Me aclaro la garganta. – “¿Acaso no sabe proteger el honor de una dama?” – Le pregunto con una voz profunda y algo cínica. Eso fue pura maldad. El depredador en mí, el alfa nunca puede ser pura bondad ¿o sí? De alguna manera llego a la cima de la cadena alimenticia, y no fue a base de guerras de almohadas ni con puros rezos. No, no importa lo que el padre Mario diga.
Suspiro. Relajo mis facciones y no le doy tiempo al tartamudeo, no quiero comprometerlo más – “Esta bien. Relájese, por favor. Parece que va a explotar como globo de feria. Usted me enseñará música y será mi acompañante diurno. Y yo le enseñaré como manejarse en sociedad y a perder ese temor. Las personas solo asustan cuando no sabe cómo manejar sus intereses. Y créame, de todas las clases sociales, la nuestra, es la más obvia y manipulable. André estará bien aquí, y usted también. Sólo mantendremos entre nosotros todas nuestras lecciones. Sin juzgar. ¿Es eso algo más… agradable para usted? Sólo tengo una condición.”
- “Aunque no se notara que soy su primera alumna, se nota el espanto a equivocarse. Esa parte si la entiendo. En nuestro equipo de 3, papá, mi hermano y yo, era la única mujer y ya sólo por eso estaba en desventaja; creo que aún lo estoy.” - Paso mi mirada del té al profesor, quizá me veo aburrida, pero realmente estoy pensando, buscando una solución al dilema. – “Siempre tuve terror a equivocarme y ser mal juzgada. Un error solo era sumar puntos negativos a la desventaja que ya tenía. Quizá no soy la única aquí que necesita un instructor.”-
Llevo mis labios hacia adentro, los humedezco y alzo una ceja, quizá insinuante o satisfecha al ver como acepta toda proposición. ¿Cuál será su límite? – “Alguien que me dé más protección… dos muertos y dos desaparecidos. Van empatados. No hay nadie en este mundo que me pueda hacer sentir protegida ya…”
Me aclaro la garganta. – “¿Acaso no sabe proteger el honor de una dama?” – Le pregunto con una voz profunda y algo cínica. Eso fue pura maldad. El depredador en mí, el alfa nunca puede ser pura bondad ¿o sí? De alguna manera llego a la cima de la cadena alimenticia, y no fue a base de guerras de almohadas ni con puros rezos. No, no importa lo que el padre Mario diga.
Suspiro. Relajo mis facciones y no le doy tiempo al tartamudeo, no quiero comprometerlo más – “Esta bien. Relájese, por favor. Parece que va a explotar como globo de feria. Usted me enseñará música y será mi acompañante diurno. Y yo le enseñaré como manejarse en sociedad y a perder ese temor. Las personas solo asustan cuando no sabe cómo manejar sus intereses. Y créame, de todas las clases sociales, la nuestra, es la más obvia y manipulable. André estará bien aquí, y usted también. Sólo mantendremos entre nosotros todas nuestras lecciones. Sin juzgar. ¿Es eso algo más… agradable para usted? Sólo tengo una condición.”
Arden Annice Gladstone- Cazador Clase Alta
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Re: Primeras Notas ♫ (Priv. Jeremy Legrand)
Era como el día y la noche, tanta contradicción existían entre sus actos y sus palabras que Jeremy ya no solo se sentía confuso, sino en parte ofendido y tomado por estúpido. No sabía a qué estaba jugando la señorita Gladstone, pero debía dejarle claro que no era ninguna marioneta que pudiera manejar para su entretenimiento.
-Lo siento señorita Gladstone, pero no puedo estar menos de acuerdo con sus palabras.-dijo, por primera vez, en un tono más serio que el habitual, aunque no levantó la voz ni un ápice.- Habla de que no tengo claros mis intereses, cuando es usted quien acaba de actuar como un pajarillo atrapado en una jaula que no sabe si desea más alpiste o que desaparezcan los barrotes.-no podía creer que estuviera hablándole así a una aristócrata como ella, pero Jeremy era un hombre que se dejaba devorar por sus emociones, y estas incluían no solo el miedo, el cariño y la pasión, sino también el enfado y la frustración.- ¿Cree de verdad que su clase es la más manipulable? Le invito a echar un vistazo a los callejones de París, señorita Gladstone. A las fábricas, a los burdeles, a los barrios obreros, donde la gente haría cualquier cosa. Cualquier. Cosa. Por unas monedas. Si para usted la vuestra es la clase más obvia, le invito a abrir los ojos la próxima vez que camine por las calles. Tal vez cambie su arrogante modo de ver las cosas.
Tras decir aquello, supo bien que acababa de perder el trabajo. No quería pensar en ello en ese momento, todavía sintiendo en cada fibra de su ser la adrenalina del atrevimiento que acababa de cometer. Se puso en pie con ayuda de su bastón, realizando una leve reverencia.
-La clase ha terminado, no se preocupe por el pago. Le deseo un buen día.
Y dicho esto, caminó hacia la puerta de la sala para pedirle al servicio que llamasen a André y le trajeran su abrigo. No recordaba la última vez que habló así a alguien, que dijo sin tapujos lo que pensaba. Se sintió... bien. Liberado.
-Lo siento señorita Gladstone, pero no puedo estar menos de acuerdo con sus palabras.-dijo, por primera vez, en un tono más serio que el habitual, aunque no levantó la voz ni un ápice.- Habla de que no tengo claros mis intereses, cuando es usted quien acaba de actuar como un pajarillo atrapado en una jaula que no sabe si desea más alpiste o que desaparezcan los barrotes.-no podía creer que estuviera hablándole así a una aristócrata como ella, pero Jeremy era un hombre que se dejaba devorar por sus emociones, y estas incluían no solo el miedo, el cariño y la pasión, sino también el enfado y la frustración.- ¿Cree de verdad que su clase es la más manipulable? Le invito a echar un vistazo a los callejones de París, señorita Gladstone. A las fábricas, a los burdeles, a los barrios obreros, donde la gente haría cualquier cosa. Cualquier. Cosa. Por unas monedas. Si para usted la vuestra es la clase más obvia, le invito a abrir los ojos la próxima vez que camine por las calles. Tal vez cambie su arrogante modo de ver las cosas.
Tras decir aquello, supo bien que acababa de perder el trabajo. No quería pensar en ello en ese momento, todavía sintiendo en cada fibra de su ser la adrenalina del atrevimiento que acababa de cometer. Se puso en pie con ayuda de su bastón, realizando una leve reverencia.
-La clase ha terminado, no se preocupe por el pago. Le deseo un buen día.
Y dicho esto, caminó hacia la puerta de la sala para pedirle al servicio que llamasen a André y le trajeran su abrigo. No recordaba la última vez que habló así a alguien, que dijo sin tapujos lo que pensaba. Se sintió... bien. Liberado.
Jeremy Legrand- Humano Clase Media
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Re: Primeras Notas ♫ (Priv. Jeremy Legrand)
Primero, nadie me deja hablando sola. Segundo, esta es mi casa, son mis reglas. Tercero, yo hago lo que quiero con mi dinero y tercero… voy a matarlo. Tanto me enfada, me irrita tanto, que hasta no puedo notar que dije tercero dos veces. He de haber aprendido a contar en un corral, y sin ovejas. Ya estoy lista para reventarle la cara de un golpe. Pero mientras avanzo rauda y con ímpetu para bloquearle la puerta, veo la calma de satisfacción en su rostro.
Y entonces todo cambia. Ahora me siento satisfecha, he logrado mi objetivo en cuestión de meros segundos. Y en lugar de actuar de manera agresiva, prefiero tomar su mano delicadamente y hacer una leve reverencia. Su voz vuelve a ese tono natural, más grave con tintes penosos, como si todo el peso que carga en su vida quisiera salirse en cada palabra. Sin embargo, se siente cálido, salido de algún otro lugar que no es este irrisorio mundo de mentiras trilladas y caretas de fantasías – “¿Mejor? ¿Qué se siente ser libre? Es algo que yo no puedo hacer. Y mucho menos porque no sé quién ni cuando me traicionará por unos estúpidos modales. No era mi intensión ofenderle.” – Jamás soltó su mano, la mantuvo cálida entre su delicada piel, mientras observa la profundidad de su mirada y dejándose bajar por los senderos sinuosos de ese perfecto celeste claro, pero con tintes opacos; si faltara brillo en ellos. Son dos gemas como pocas veces he visto.
La traición y el dolor de esta es un sentimiento palpitante demasiado fresco en su memoria como para bajar su guardia. Por otro lado, hay una buena razón por la cual el padre Mario, eligió de todos los maestros de música, enviarle un joven poco experimentado. Si el padre Mario vio algo en él, quizá yo también deba verlo sin juzgar. Aunque por un instante debo admitir que temí verlos cambiar a un amarillo intenso. Ya no... recuerdos de otra vida.
- “Hay algo que quiero mostrarle. Pero quiero que mantenga su actitud. Y que cumpla su promesa.” – Pidió a los sirvientes que trasladarán al niño y el servicio al lugar que pretende llevarle. – “Por favor” – Suplico dulcemente. – “Déjame mostrarte cómo me siento, hoy”
Trato de sonreír, espero su reacción positiva ante un último intento de dejar esta tontera detrás. Ante la esperanza de alguien con quien hablar, incluso salir a sociedad sin ser juzgada. Jamás será mi hermano; mucho menos… él. Pero es alguien, y alguien bueno. Temeroso, pero no por eso menos cálido que cualquier otro ser humano. Libre… extraño ser libre pensar en ser lo que quiero ser y no lo que debo. Comienzo a odiar cada uno de los modales implantados, por el simple hecho, de que no tengo nadie por quién valga la pena vivir una mentira a la luz y disfrutar de una sincera verdad puertas dentro, donde los engaños no entran y los sentimientos fluyen como un río…
Y la canción viene mi mente. Hace, mucho, que… Alguien alguna vez debería volver a tocarla. La melodía es maravillosa, la tonada es exquisita y aunque me produzca el dolor más profundo, la extraño. Y deseo que esas manos algo frías con largo y finos dedos sean los que le den vida una vez más, pero esta vez, con la intensión de formar mejores recuerdos.
Y entonces todo cambia. Ahora me siento satisfecha, he logrado mi objetivo en cuestión de meros segundos. Y en lugar de actuar de manera agresiva, prefiero tomar su mano delicadamente y hacer una leve reverencia. Su voz vuelve a ese tono natural, más grave con tintes penosos, como si todo el peso que carga en su vida quisiera salirse en cada palabra. Sin embargo, se siente cálido, salido de algún otro lugar que no es este irrisorio mundo de mentiras trilladas y caretas de fantasías – “¿Mejor? ¿Qué se siente ser libre? Es algo que yo no puedo hacer. Y mucho menos porque no sé quién ni cuando me traicionará por unos estúpidos modales. No era mi intensión ofenderle.” – Jamás soltó su mano, la mantuvo cálida entre su delicada piel, mientras observa la profundidad de su mirada y dejándose bajar por los senderos sinuosos de ese perfecto celeste claro, pero con tintes opacos; si faltara brillo en ellos. Son dos gemas como pocas veces he visto.
La traición y el dolor de esta es un sentimiento palpitante demasiado fresco en su memoria como para bajar su guardia. Por otro lado, hay una buena razón por la cual el padre Mario, eligió de todos los maestros de música, enviarle un joven poco experimentado. Si el padre Mario vio algo en él, quizá yo también deba verlo sin juzgar. Aunque por un instante debo admitir que temí verlos cambiar a un amarillo intenso. Ya no... recuerdos de otra vida.
- “Hay algo que quiero mostrarle. Pero quiero que mantenga su actitud. Y que cumpla su promesa.” – Pidió a los sirvientes que trasladarán al niño y el servicio al lugar que pretende llevarle. – “Por favor” – Suplico dulcemente. – “Déjame mostrarte cómo me siento, hoy”
Trato de sonreír, espero su reacción positiva ante un último intento de dejar esta tontera detrás. Ante la esperanza de alguien con quien hablar, incluso salir a sociedad sin ser juzgada. Jamás será mi hermano; mucho menos… él. Pero es alguien, y alguien bueno. Temeroso, pero no por eso menos cálido que cualquier otro ser humano. Libre… extraño ser libre pensar en ser lo que quiero ser y no lo que debo. Comienzo a odiar cada uno de los modales implantados, por el simple hecho, de que no tengo nadie por quién valga la pena vivir una mentira a la luz y disfrutar de una sincera verdad puertas dentro, donde los engaños no entran y los sentimientos fluyen como un río…
Y la canción viene mi mente. Hace, mucho, que… Alguien alguna vez debería volver a tocarla. La melodía es maravillosa, la tonada es exquisita y aunque me produzca el dolor más profundo, la extraño. Y deseo que esas manos algo frías con largo y finos dedos sean los que le den vida una vez más, pero esta vez, con la intensión de formar mejores recuerdos.
Arden Annice Gladstone- Cazador Clase Alta
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Re: Primeras Notas ♫ (Priv. Jeremy Legrand)
Escuchó los pasos enfurecidos tras de si, esperando algún grito o reproche iracundo, pero nada de eso ocurrió. En cambio, tomó su mano libre con suavidad, obligándole a darse la vuelta y encararla, sin saber cómo reaccionar al gesto, sintiendo el peso de la mirada ajena y siendo incapaz de esquivarla con la propia. Quiso retirar su mano con delicadeza, pero ella no pareció permitírselo, atrapándola entre su cálido y suave tacto.
-La libertad no existe, señorita Gladstone. Cuando finalmente consiga abrir la puerta de su jaula, se encontrará con otra cerradura tarde o temprano.-todavía candente en él las emociones anteriores, se dirigió a ella con un medio tono amargo. Uno bañado en la experiencia personal.- Aunque romper la cerradura siempre nos hace sentir mejor, sin importar cuántas más haya al otro lado...-dio un par de toques con su bastón en el zapato de su pierna dañada.- ...o las secuelas que nos deje.
Había hablado de más pero, de nuevo, no pudo evitarlo, dejándose llevar por el peso de sus emociones. Ella volvía a hablar en tono dulce y suplicante, de nuevo contrastando con lo anteriormente presenciado. ¿Seguía jugando con él? ¿Qué intenciones tenía? ¿Quién era realmente?
-No recuerdo haber hecho ninguna promesa.-respondió con una frialdad de la que se arrepentiría. Sabía que no debía dejarse llevar, que tal vez ella solo intentaba provocarlo, llevarle a su terreno y manipularle de aquella forma. Por ello, relajó su tono, retirando su mano de la de ella sin forzar el movimiento.- Señorita Gladstone, lo siento, pero no sé qué es lo que busca en mi. A lo largo del tiempo que hoy he pasado con usted, he tenido la oportunidad de ver a dos personas completamente distintas la una de la otra, y eso...-trató de buscar las palabras adecuadas, pero le resultaba extremadamente complicado. Sus finos labios temblaron unos momentos, como si descartaran las palabras que acudían a ellos, tratando de decidir las mejores para lo que quería expresar, sin éxito.- Sinceramente, me confunde como no se imagina.-negó con la cabeza, alzando una mano como si la invitara a ser su guía a donde fuera que quisiera llevarle.- Por favor, muéstreme lo que desea mostrarme, pero... se lo suplico, no más juegos.
-La libertad no existe, señorita Gladstone. Cuando finalmente consiga abrir la puerta de su jaula, se encontrará con otra cerradura tarde o temprano.-todavía candente en él las emociones anteriores, se dirigió a ella con un medio tono amargo. Uno bañado en la experiencia personal.- Aunque romper la cerradura siempre nos hace sentir mejor, sin importar cuántas más haya al otro lado...-dio un par de toques con su bastón en el zapato de su pierna dañada.- ...o las secuelas que nos deje.
Había hablado de más pero, de nuevo, no pudo evitarlo, dejándose llevar por el peso de sus emociones. Ella volvía a hablar en tono dulce y suplicante, de nuevo contrastando con lo anteriormente presenciado. ¿Seguía jugando con él? ¿Qué intenciones tenía? ¿Quién era realmente?
-No recuerdo haber hecho ninguna promesa.-respondió con una frialdad de la que se arrepentiría. Sabía que no debía dejarse llevar, que tal vez ella solo intentaba provocarlo, llevarle a su terreno y manipularle de aquella forma. Por ello, relajó su tono, retirando su mano de la de ella sin forzar el movimiento.- Señorita Gladstone, lo siento, pero no sé qué es lo que busca en mi. A lo largo del tiempo que hoy he pasado con usted, he tenido la oportunidad de ver a dos personas completamente distintas la una de la otra, y eso...-trató de buscar las palabras adecuadas, pero le resultaba extremadamente complicado. Sus finos labios temblaron unos momentos, como si descartaran las palabras que acudían a ellos, tratando de decidir las mejores para lo que quería expresar, sin éxito.- Sinceramente, me confunde como no se imagina.-negó con la cabeza, alzando una mano como si la invitara a ser su guía a donde fuera que quisiera llevarle.- Por favor, muéstreme lo que desea mostrarme, pero... se lo suplico, no más juegos.
Jeremy Legrand- Humano Clase Media
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