The demond [Nereza]

por **Scarlett Duchannes** Jue Mayo 24, 2018 10:01 pm

En la inquisición parecía ser una marginada. Todos los que alguna vez la conocieron la trataban como si de verdad hubiera muerto y para el ser que ahora ocupaba el cuerpo de la inquisidora, eso era lo mejor que le hubiera podido suceder. Desde que Rubicante tomara como recipiente el cuerpo de Scarlett, se percato de que la muchacha no tenía muchas amistades y que prefería pasar el tiempo a solas, situación que le facilito a la demonio el apoderarse de la vida entera de la inquisidora. Así pues, con una sonrisa siempre en el rostro que ocultaba la verdadera oscuridad de su alma, Rubicante estaba aceptando poco a poco el hecho de que ahora perteneciera a la inquisición. La demonio entonces estaba acostumbrándose a su facción, su nuevo hogar, su nombre e incluso estaba tratando de ser algo que la verdadera Scarlett nunca fue, una mujer social.

Aquel día en particular terminaba sus tareas más temprano de la usual dentro de la base de la inquisición, a la cual fue con la única finalidad de presentarse ante Caraffa para hacerle saber que una vez más estaba en la tierra y lista para lo que se le asignara. Claro que a su llegada a se encontró con Malacoda, quien hizo que su visita al Vaticano fuera verdaderamente divertida, más la presencia de aquel otro demonio, no le permitió escapar de los deberes como una servidora de la Iglesia. Aprovechando las horas libres decidió entonces dirigirse a la biblioteca, para hojear algún libro que hablara sobre ella y sus compañeros.

Dentro de aquel lugar la gente iba de un lado a otro, buscando asientos disponibles y conocidos con los cuales entablar una conversación respecto a lo que sucedía alrededor del mundo. En los últimos tiempos se habían incrementado los conflictos pero nadie sabía el motivo. Una sonrisa se dibujo en los labios de Rubicante, quien sabía que todos aquellos problemas eran causados por ella y los suyos. Sin decir palabra alguna tomo un libro sobre demonología para después buscar asiento y dedicarse a hojear el enorme tomo. Su mirada estaba centrada en los dibujos y las letras, pero su atención, se encontraba más bien en aquellos que la rodeaban y que tenían miedo de acercarse a ella; todos, a excepción de uno.

por **Nereza** Vie Mayo 25, 2018 9:48 am

Se mantiene de pie en la explanada de San Pedro, mirando el blanco obelisco iluminado por la luna que salido hace apenas unos minutos. Mira sus manos aun con pequeñas manchas de sangre que lame suavemente, asegurándose que nadie la vea a su alrededor. Se encontraba en las salas de tortura, encargándose de un hechicero que, según los espías, tenía tanta negrura en su corazón que le hizo un favor en dejarlo sin una gota de sangre. Uso sus manos y bastantes extremidades de su cuerpo para darle fin a la vida del sujeto.

-No sabía bien-se dice así misma recordando el sabor de aquel hechicero-la magia negra pudre la carne y no sazona.

Regreso sus manos a su regazo mientras caminaba por la explanada, su vestido lila se movía suavemente con la brisa nocturna. La última vez que llevaba este mismo vestido fue una noche después del cambio de papa, ni siquiera le agradeció haberlo salvado de tantas cosas, menos el haber subido en las escalas de tantos rangos gracias a sus habilidades, tal vez ese papa sabía que Violeta no era más que una vampira loca.

-Violeta…-piensa en su nombre del pasado, hace tantos años sin ser usado.

Recordar su nombre, si es que es posible, le hace hervir la sangre, sus ojos se ponen rojos de la ira y sus puños, casi siempre en una simple suavidad, se endurecen en recordar al único amor de su vida y el único ser que debería de culpar por lo que es hoy, una criatura de la noche dedicada a alimentarse de los que son como él.

Sin darse cuenta del todo, ha llegado a los adentros de la sede, y con ello, de regreso a la guarida de la inquisición. Algunos compañeros le dedican una mirada, como si fuera una extraña en medio de seres más raros. La mayoría sabe a qué facción sirve y que es en realidad.

Sin más que pensar, se enfunda hacia la biblioteca y con ello la sensación fría de un aura diferente, un color extraño, no es de vampiro, licano, hechicero, ni siquiera humano. Sus ojos se enfocan en la figura, sentada leyendo como si el mundo no importara, como si no necesitara de nadie. Sus labios esbozaron una sonrisa, siempre le ha divertido encontrar los misterios de la inquisición y como han convencido a seres como ella de servirles, incluso a seres como la mujer que ahora tiene de frente.

-Buenas noches- saluda tranquila a su nueva vecina de mesa, mientras sus manos se abalanzan hacia uno de los libros abandonados por otro inquisidor “Las artes de la tortura”- que conveniente- dice en voz baja para sí misma, abriendo el libro en medio de ilustraciones de la dama de hierro y su efectividad.

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