París por Venecia [ Nereza ]

por **Julietta E. Benedetti** Vie Sep 21, 2012 7:51 am

Triste era la idea de dejar al que llamaba hogar, y aventurarse a lo desconocido e intentar sobrevivir allí sin nadie más que yo, y mis habilidades. El reemplazo, había llegado desde el mismísimo Vaticano, no por gusto yo cambiaba mi maravillosa Venecia, por la París desmedida que se rumoreaba por Europa. La misiva llegaba una mañana de hace tan solo un mes, donde se me explicaba las razones que atendían a este cambio; según el mensaje, escrito con la pulcra letra de todos los que en el Vaticano habitan, decía: que se me requería en París, por mi condición de Inquisidora y soldado, de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, pues urgía que todos aquellos Inquisidores que aún no se hubiesen personado antes la sede en París lo hiciera de inmediato, puesto que las fuerzas de sobrenaturales, monstruos a mi parecer, cada día eran mayores. Aquel mensaje seguía expresando la gratitud que nos tenía a nosotros los hombres y mujeres de Dios; así como se nos bendecía con la marcha a una guerra por la prevalencia de nuestra fe y religión cristiana.

Me había personado en Roma, y cogería el ferrocarril que me llevaría de la ciudad de las Iglesias hasta París. Mi tren, se llamaba “El Reloj”, lo apodaron así después de que en más de una ocasión hubiese llegado con tal puntualidad a sus destinos que se perdió en el olvido su anterior nombre, “El Domo”, para ser finalmente bautizado por “El Reloj”, apodo que hoy en día todo el mundo conoce. La máquina era de un color rojo intenso, con los acabados negros, una combinación que le daba un aspecto muy fiero y realmente aterrador. En su interior, por el contrarío, esa una estancia de pasillos largos y estrechos, pero como cualquier tren. Estaba compuesto por siete vagones, de los cuales, sin duda estaba el da la maquinaría, y el carbón, ya que era un espléndido convoy de vapor; después nos encontrábamos el compartimento del restaurante, que hacía a su vez de bar, la decoración era sencilla pero elegante, de colores ocre y azul rey; dos demás departamentos eran dos situados para las camas y los otros dos, para los pasajeros. En total dicho ferrocarril albergaba unos doscientos pasajeros, de los que pude conocer a tres, una mujer alta y esbelta, que parecía de Rusia o esos países, un hombre más bien bajito y enjuto con acento francés y el ultimo un señor de mediana edad con alas de misterios y con el que solo compartí una noche la mesa en la que cenamos, no me acuerdo de los nombres de ninguno, pero sé que por alguna extraña razón me los volveré a encontrar.

Las dos noches que hube estado en el elegante “reloj”, fueron suficiente para saber que mi costumbre de viajar había disminuido lo suficiente como para encontrarme un poco agotada y cansada. Tanto así, que empezaba a tener la urgente necesidad de poder sentarme en un mullido sillón y dormir unas cuantas horas realmente en silencio y en calma, no como las noches que había pasado en el tren, siempre con el ruido de la máquina y el bamboleo suave que ejercía sobre las vías. Pero no tenía ni la más remota idea de donde se encontraban las cosas en esta ciudad. De pequeña había venido con mi familia en más de una ocasión, pero desde ese entonces las cosas habían cambiado bastante, me costaba reconocer las calles de París, que antes tan bien podía distinguir y hallar en mitad de la noche, ahora todo era un laberinto de calles sin sentidos y gente que iba y venía sin reparar en nadie a su alrededor. Suponía que todo avanzaba de una forma irremediablemente acelerada, y que con ello se llevaba la dulce sensación de hallarte en un lugar que antes te era tan familiar, tan normal, y que ahora solo veías extrañas cosas en su lugar.

Salí de la estación sin saber muy bien donde me dirigiría, ya que no conocía a nadie en París, el único era mi mejor amigo el cual llevaba ya unos días aquí, se había tenido que adelantar ya que había sido convocado antes que yo, por lo que le fue un poco imposible esperarme. Le había escrito comunicándole que llegaría en el tren de las cinco de la tarde, y que si estaba en su mano viniese a recogerme a la estación, con la única idea de poder tener alguien conocido en la ciudad, pero después de ver que no aparecía entendí que lo más probable era que tuviese trabajo que hacer. Así que había cogido la única maleta que traía, ya que las demás iban a ser enviadas con mi tío y padre, más tarde cuando ellos consiguieran al fin poder poner todos los asuntos en reglas allí en Venecia, y había salido a la suave brisa de París en primavera, respire profundamente y después solté el aire con tranquilidad.

Acababa de llegar a París.

por **Nereza** Vie Sep 21, 2012 12:25 pm

Le encantaba el color rojo, procuraba usarlo al menos con una mascada sobre sus hombros, algún arreglo en sus brazos o un abanico.

La brisa que ella misma hacia con su magnífico objeto blanco hacia que su cabello se moviera suavemente, dejando ver su rostro pálido. Su vestido de rojo oscuro llevaba adornos claros que la hacían ver como una combinación entre sangre y rosas. Sus ojos miraban hacia toda dirección, alerta de encontrarse con un potencial objetivo, al fin y al cabo, su trabajo no terminaba nunca en la ciudad. Era un soldado, una asesina de asesinos, mataba a aquellos con los que debería de compartir existencia. Ya había sido nombrara traidora a su raza por muchos de los vampiros cuyas cabezas corto, pero se alegraba mas sabiendo que el cielo estaba más cerca con cada muerte.
Entre sus manos llevaba un sombrero negro con una cinta roja, como si hubiera estado en la calle desde que el sol anunciaba su presencia, pero no podría ser posible para ella.
Apretó el sombrero al recordar su maldición, pero se tranquilo de inmediato, buscando aplacar su locura que siempre surgía con su odio.

Pasaba cerca de la estación justo en ese tramo donde podría considerarse paseas por la calle y no observando trenes. Guardo su abanico entre su vestido y se color su sombrero, cubriendo parte de su cara, dejando que algunos de los transeúntes, sobre todo hombres, vieran sólo unos labios rojizos sonriéndoles. Una artimaña sencilla para atraer a cualquier vampiro hambriento de sangre y sexo, claro, con ella no podría conseguir más que su corazón clavado en una estaca.

Se quedo de pie, viendo a la gente entrar y salir de la estación incluso pudo notar a un muchacha recién llegada, con sólo una maleta en mano, no presto atención del todo, su misión era sólo buscar sobrenaturales, no humanos, a los cuales debe de proteger con todo lo que tiene.

Recordó su viaje al Vaticano, el que realizó hace poco y la mención de mandar mas inquisidores a París, se le hacia ofensivo, ya había suficientes inquisidores y algunos ni siquiera humanos, que podrían hacer el trabajo mucho mejor, pero lo toleraba, sabía que era para el bien de la luz que sirve y que tal vez siendo así, ya podría descansaren paz.

por **Julietta E. Benedetti** Lun Sep 24, 2012 6:19 am

La suave respiración que emanaba el viento aquella noche, la hacía recordar tiempos más felices. Pero se hacía a la idea que aquellos días en los que aún podía sonreír habían acabado precipitadamente, hundiéndola irremediablemente en un laberinto de malestar y amargura que ella misma había construido con el único fin de que aquellos recuerdos le impulsaran a no convertirse en una muchacha débil y llorosa.

Con la maleta en la mano derecha, no cabía más que apresar el vestido con la mano izquierda y comenzar a bajar las sinuosas escaleras de mármol que separaba la estación de trenes, con el suelo de París. Se dijo a sí misma, que iría derecha al apartamento de su único amigo, de lo único parecido a un hermano que le quedaba en este mundo mezquino, Lust, quizás él la pudiese acompañar a un lugar más decoroso que las malolientes calles de esta ciudad que sin duda no había echado de menos en lo más mínimo. Bajo las escaleras con un paso resuelto, deteniéndose en el umbral; solo quedaba un escalón por bajar y algo le había llamado la atención. Una mujer ataviada con un vestido rojo intenso, pareciese sangre, la observaba desde una distancia prudencial. Julietta le devolvió la mirada. Con el pasar de los años la mirada de la Inquisidora se había vuelto aun más fría y dominante, reacia a que las personas la mirasen directamente y mucho más cuando se trataba de desconocidos. Pero aquella mujer tenía algo que no le gustaba, de este modo, la joven bajo el único escalón que le quedaba y se aproximo con suma tranquilidad a la mujer.

La tenía a no más de dos pasos de distancia y una incontrolable furia centelleo en los ojos de la Inquisidora, ya sabía porque aquella mujer le daba mala espina. Una vampiresa. Eso es lo que no había logrado averiguar hasta que la había tenido bien cerca, seguramente a causa del cansancio que le producía el viaje que unas horas antes realizo con el convoy que la había traído de vueltas a París. Tras haber bajado los escalones de la estación, introdujo su mano izquierda en un bolsillo del vestido color negro que llevaba. En este bolsillo, como siempre, escondía una estaca, sabía que dependiendo de qué ser sobrenatural tuviese enfrente le serviría de más o menos, pero siempre podría herirlo y darle unos cuantos minutos o segundo de ventaja. Ya la llevaba aferrada en la mano cuando acorto los últimos pasos que le quedaban y la apunto con la estaca, de una forma lo suficientemente disimulada para que los pocos transeúntes que había por la calle en aquellas horas de la noche no se asustasen. – Dígame, vampiresa, - pronunció con cierto desdén en las palabras. No había nada que odiase más que tropezarse con seres sobrenaturales cuando simplemente quería un sitio donde descansar. - ¿qué la trae por la estación? – aunque realmente no era eso lo que quería saber, de hecho lo único que le interesaba en aquellos momentos, era matarla y seguir su camino.

Pero también cabía la posibilidad de que aquella vampiresa, aunque poco le gustaba admitir aquel hecho, que parecía que cada vez se daba con más frecuencia, fuese una de esas condenados, que decían ayudar por el único motivo de redimirse de cuanta culpa tenían en las atrocidades que años atrás habían cometido. No quería ir a la ligera, pues sabía que en París, aquel acontecimiento que tanto repulso le daba, era mucho más común que en Italia.

por **Nereza** Lun Sep 24, 2012 1:41 pm

¿Qué le pasa a esta loca? De seguro acaba de salir del entrenamiento básico de un inquisidor, cualquiera sabe que el principal objetivo es no herir a seres humanos inocentes, por eso es que no hacemos peleas en público. Esta niña me amenaza con una estaca como si fuera algo de todos los días. Que boba

Pensó para ella misma mientras escuchaba las palabras de la mujer, realmente no le interesaban mucho, si es una como ella, de seguro le dijo alguna amenaza sin sentido y sin tener en cuenta ni quién es, aun que ya la considero como una loca, se rio para sus adentros, es cómico para una lunática como ella. Para Nereza automáticamente se haría una palea aburrida e innecesaria, por eso mejor detenerla antes de que comienza.

Cerró los ojos por un segundo, sin decir nada, lucho por controlar las emociones de todos los mortales de 500 metros a la redonda, mantener sus corazones en calma lo suficiente para su siguiente reacción. Con un rápido movimiento se alejo de la inquisidora y sostuvo ella misma la esta, con fuerza la rompió, haciendo que su mano se quemara y expirara vapor, el dolor sería fácil de eliminar una vez que la piel regresaría a su lugar.

Ligeras gotas rojas comenzaron a brotar de su nariz, que tapo rápidamente con su antebrazo. Controlar las emociones de las personas alrededor era un trabajo difícil. Puede controlar sus emociones pero no sus cerebros, por lo que leyó pensamientos extraños, muchos viendo como algo raro el que una persona haya roto madera en una estación.

-Nunca debes de amenazar a un vampiro entre civiles, bien podría matar a gente inocentes, tu prioridad es salvar a los seres humanos ¿O que se te olvido en el camino desde Venecia? Si tienes ese aroma a agua y perfumes italianos que suelen usar los viajeros de esa ciudad, es casi imperceptible con el aroma del Vaticano y a la estaca.

Ella miro su mano, aun expidiendo vapor, como la piel se regeneraba rápidamente hasta regresar a su color pálido. La sangre dejo de brotar su nariz y acto continuo llevo un pañuelo a su brazo, hasta asemejarlo a una venda y cubrir las manchas de sangre, pareciendo una vieja herida.

-Tal vez en tu ciudad, matar a las bestias era más sencillo o estaban acostumbrados, pero aquí tenemos que hacer que todas las personas alrededor pasen sus vidas de manera que no sepan que existimos. Somos una sombra, un rumor, fantasmas que se encargan de matar.

La miro y su semblante cambio. Ladeo su cabeza hacia la izquierda, como un cachorro tratando de comprender algo y le sonrió. Cambiando a su faceta más tranquila.

-Ahora bien, si me permites presentarme, soy Nereza. Claro que el otro asunto debe de mantenerse en secreto. Supongo que vienes a proteger mi bella ciudad. Te guiare a tu destino, seguramente esperabas algún mozo o lago por el estilo ¿no? Siéntete feliz, una compañera es la que te guiara, ahora dime ¿Cuál es la dirección del destino?

Las personas alrededor, después de un rato, comienzan a notar los pedazos de estaca alrededor de las dos mujeres, con extrañeza apunta hacia ellas. Nereza les sonríe, y les indica con gestos que todo está bien.

por **Julietta E. Benedetti** Mar Sep 25, 2012 9:44 am

Raras veces superaban a Julietta, realmente muy raras veces. Por eso cuando aquella vampiresa en un solo movimiento fue capaz de arrebatarle el arma que tenía bien sujeta en la mano, la puso bastante furiosa. Intento controlarse, puesto que sabía que como hiciera algo fuera de lo normal, podría ir incluso a la cárcel, pero desde luego no pensaba morir el primer día que pisara París, eso lo tenía muy claro.

La fulmino con la mirada, y una sonrisa de desagrado, y por qué no decirlo de suficiencia se mostro en su rostro cuando la vampiresa comenzó a masajearse la mano a causa de la quemazón que le había hecho la estaca. De todos modos no se preocupaba demasiado, tenía más de un as guardado bajo la manga. En ese momento la vampiresa comenzó a hablar. Si bien era irritante la forma que tenía de vestir, tan llamativa su voz, se le hacía a la Inquisidora realmente insoportable, desde luego aquella vampiresa se lo tenía bastante subido eso de que tenía un buen olfato, después de todos, todo el mundo sabía que el “El Reloj” partía desde la misma Venecia, simplemente que yo lo había cogido en Roma. – Veo que vos tenéis un sentido muy práctico del olfato. – sonreí con cierto desdén, mientras la miraba directamente a los ojos. – Si, mi deber es salvar a las personas, por eso si os mato en este mismo momento, no ocurría nada. – hubo un silencio, y proseguí. – Yo soy de alguien influyente, nadie osaría tocarme. Y lo sabéis. – en cierto sentido era cierto, nosotros parecíamos tocados por un ser superior y ni siquiera la mismas autoridades civiles podría con nosotros. Solo tendría que demostrarlo, y para eso tenía a Lust. Aunque no era lo que más me apetecía, siendo sincera.

Se tapo la herida hecha, ella misma, con la estaca como si se tratase de una herida común, pero las dos sabíamos que no era común, ni mucho menos. Pero una vez más el silenció que se había apoderado entre las dos, se tuvo que ver interrumpido por aquella mujer que parecía que le gustaba presumir de su horrible voz. ¡Quien se creía aquella maldita vampiresa para darme lecciones a mí!, ¿es que acaso nadie le había explicado a ese engendro de la noche, que no debería tentar a la suerte cuando estuviese delante de una Inquisidora, como yo? Apretó con fuerza el puño y asió con fuerza la maleta, con la que le entraba unas ganas locas de poder romperle ese ego que destilaba. – No se os ocurra tratarme como si no supiera nada de esto. – ella podía tener mucho más años, pero sin duda en cuando al manejo de cómo ser Inquisidora yo lo sabía todo. – Vos podéis ser todo lo mayor, o engendro del demonio que queráis, pero yo sé perfectamente cómo hacer mi trabajo, y no es de mi incumbencia que os guste o os deje de gusta, vampiresa. – sentencie con aquellas palabras.

Al menos hasta ahora todo lo que nos habíamos dicho, había sido apenas un susurro entre las dos, ya que como bien decía ella, había cosas que era mejor dejar en secreto. Pero desde luego no estaba preparada para que me calificase de compañera y mucho menos, que ella fuese la guía que venía a por mí. Me calme un poco, no mucho pues aquella vampiresa me había puesto de los nervios, y sin duda no se iba a quedar así la cosa. - ¿Compañera? – la pregunta salió como si no quisiera realmente salir, pero después hice un gesto con la mano para que no dijese nada, estaba más que claro que me había tocado una de esas condenados, que tanto asco me daban. – Mi destino es el Hotel Des Arenes. – proseguí como si nada de lo que había pasado fuese cierto. – Me han dicho que es el único decente, o por el estilo en esta ciudad. Además aun no tengo alojamiento propio. – me hubiese encantado por supuesto tener mi propia casa donde poder hospedarme, pero desde luego no había sido toda vía comprada. La mire durante un segundo, mientras comenzábamos a andar por las calles. – Y dígame, ¿no le quedaban efectivos, para que viniese otra persona a recogerme? – sonreí falsamente, ya que la hipocresía no era mi fuerte.

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