Fantasmas del pasado (Pri. Nereza)

El tiempo es una magnitud con la que medimos la duración o separación de acontecimientos, sujetos a cambio, de uno o varios sistemas. El tiempo permite ordenar los sucesos, estableciendo un pasado, un futuro y los hechos simultáneos que constituyen lo que denominamos clásicamente como "el presente". Los hechos simultáneos son relativos al observador, un ejemplo de aquello era lo que sucedía en uno de los vecindarios de la ciudad de París. A grandes rasgos "el presente" de la mayoría de las personas consistía en ellos, caminando por una de las calles rodeado de personas similares a ellas, sin embargo "el presente" de una de esas personas era un poco diferente, "su presente" no era ella caminando junto a seres similares a ella, "su presente" era ella caminando junto a seres que saldrían corriendo, aterrados si descubriesen lo que en realidad era ella, un monstruo bajo una angelical apariencia humana.
Probablemente nadie se imaginaba la clase de ser que Smerenda podría llegar a ser, bajo toda aquella ropa delicada y costosa, bajo esa piel pálida y nívea y bajo esos rizos rubios habitaba una nigromante. Ella sabía qué hace no mucho había llegado a sentir algo parecido al amor, también sabía que, si las cosas hubiese sido un poco diferentes, si hubiese nacido en otra familia, probablemente ahora sería uno de aquellos cándidos seres que caminaban bajo la mortecina luz de la tarde tomados de la mano, ajenos a la oscuridad que se cernía sobre ellos, ajenos a las criaturas que habitaban el bajo mundo de París, pero era toda aquella ignorancia lo que les permitía ser felices y de cierta manera Smerenda los odiaba por aquello. Ella sabía que en el fondo, daría todo lo que poseía, todos sus bienes materiales, su absurdo título y status, su mismo poder “mágico” a cambio de vivir un solo día con la misma paz de todos aquellos seres.
La rubia continuó caminando, atravesando con velocidad las calles del centro de París, más de un par de ojos la seguían mientras con paso constante seguía su camino hacia la biblioteca. Podía imaginar lo que los dueños de aquellos ojos pensaban: ¿Acaso se preguntaban que hacía una dama tan bien vestida sola, en aquella parte de la ciudad? ¿Acaso es que pensaban como abordarla, como someterla o embaucarla? ¿Acaso las mujeres deseaban sentir lo que se sentiría ser ella? Una ligera risa, casi imperceptible, zurcó su rostro de manera fugaz. Si supieran lo que era ser ella.
Sabía que no había sido la mejor idea salir sola, para alguien de su status probablemente fuera algo incorrecto y hasta escandaloso, una baronesa joven y soltera, sola, sin chaperona. La verdad es que detestaba aquello, mentiría si decía que no le agradaban los beneficios que su título le proporcionaba, pero detestaba tener que aparentar y cumplir con aquel engorroso protocolo. Suspiró pesadamente en cuanto atravesó los pesados muros de piedra que servían de umbral a la magnífica biblioteca de París. Desde niña había amado aquel edificio, las tonalidades rojizas de la madera de los libreros, el silencio reinante y el aroma, el peculiar aroma a cuero, humedad y papel viejo para ella formaban un refugio.
Desde que era niña Smerenda recordaba con calidez este sitio, estar entre los muros de la biblioteca le brindaban una sensación que fácilmente podía confundirse con ¿felicidad? O algo parecido. Por lo regular siempre visitaba aquel sitio por el mero placer de hacerlo, pero esta vez tenía allí un propósito. Cierto hombre le había pedido cierta información y ya que se encontraba ante un redituable negocio ella se había negado. Por supuesto la información no estaba a simple vista, sólo alguien que conociese sobre aquello que habitaba los bajos mundos y las sombras de París podía atar los cabos ocultos entre notas rojas de diarios, biografías y árboles familiares.
Con cierta satisfacción Smerenda se dirigió a la sección de diarios antiguos, con dulzura le pidió al regordete bibliotecario que le proporcionara los diarios correspondientes a las fechas que había anotado en pequeño tarjetón de papel con su perfecta caligrafía. Amablemente el bibliotecario le ofreció llevarlos hasta una mesilla cercana que tenía un asiento disponible, en cuanto los hubo dejado allí Smerenda le agradeció con una cálida sonrisa –Señorita- dijo el hombre carraspeando con cierta molestia –Disculpe que me entrometa, pero creo que no debería tardar demasiado, es bastante tarde y alguien tan joven no debería estar fuera cuando comienza a caer la noche, si gusta yo mismo podría darle los diarios si llegase más temprano por la mañana….-
Ignorando por completo al robusto hombre la rubia comenzó a leer el primero de los diarios, el regordete bibliotecario hizo nuevamente aquel molesto sonido de carraspeo y con paso rápido se alejó dejando a la rubia sola. Cuando Smerenda notó que el hombre se había ido despegó la vista por un momento, era verdad, la noche había caído sobre París y ya que aún no era verano las horas de luz eran menores, así que debía darse prisa. Smerenda acomodó el frufrú de su falda melocotón de seda y se dispuso a continuar con su lectura, sin embargo, una sensación extraña la hizo levantar la vista. Quizás era por el hecho de que no era una humana común y corriente, quizás fuera un mero reflejo propio de la naturaleza humana que poseía, pero tuvo la sensación de que estaba siendo observada, así que, lentamente, comenzó a recorrer la sala, esperando encontrar a la persona que al parecer la tenía en la mira.

Smerenda siempre había considerado que su memoria era un tanto selectiva, después de todo era una humana y aunque tuviese una memoria y una inteligencia que ella consideraba, estaba muy por encima de la media, los humanos tienden a descartar cosas que consideran insignificantes, personas, sucesos, datos sin importancia eran facilmente olvidados, también estaban los sucesos ocurridos a una edad temprana, por desgracia (o fortuna) pocos humanos son capaces de recordar cuando son adultos aquellas cosas sin relevancia que les sucedieron cuando eran realmente pequeños.

Cuando la mirada de Smerenda se cruzó con el rostro perfecto de la mujer de cabellos y ojos oscuros, Smerenda llegó a la conclusión de que aquella mujer había presentado algún tipo de relevancia en su infancia cercana, pues recordaba aquel rostro, también se cayó en la cuenta de que aquella "mujer" no era humana en absoluto, pues su rostro tenía exactamente la misma apariencia, gracia y lozanía de sus recuerdos. Ni su abuela, quien recorría a todo tipo de conjuros oscuros para tratar de conservar su belleza lo mas intacta posible habría logrado tal resultado entonces ¿Que o quien era aquella mujer? Probablemente una vampiresa.

Sin retirar la vista de la mujer, sin permitir que su expresión dejase ver su turbación, Smerenda maldijo internamente. Las sombras habían caído totalmente y eso la dejaba en una clara desventaja; pero lo que mas le molestaba era no saber quién era aquella mujer y cuál era la relación que esta tenía con su abuela.

Los sucesos de la noche en que ella había visto el rostro de la morena mujer cruzaron por su mente, Smerenda tenía cerca de 8 años, fue en una de aquellas temporadas que solía pasar con su abuela en Rumania, después de aquel suceso lamentable con su madre, cuando Smerenda aún mostraba cierto cariño y adoración por su abuela, antes de darse cuenta de la clase de monstruo era o más bien, antes de que se diera cuenta que también podría actuar como un mostruo con ella.

Recordaba a su abuela, riéndo en el salón del castillo, recordaba haber olido sangre y escuchado un par de gritos, algo común cuando su abuela llevaba a cabo sus ritos. Después de un rato los gritos cesaron y su abuela y su séquito habían salido del castillo, alumbrados por antorchas, llevando consigo el bulto cubierto de telas ensangrentadas, aquello no fue lo que llamó la atención de Smerenda, lo que había llamado su atención era que esa vez, a diferencia de todas las otras, lo que estaba en el bulto aún se movía.

Smerenda aún recordaba la frialdad de la llovizna golpeando su rostro, las ramas de los árboles arañando su piel. Ni ella misma entendía porque había salido a hurtadillas del castillo aquella noche, quizás solamente había querido conocer a aquella persona que había resistido a su abuela y a su séquito, ella sabía las cosas que sucedián en el salón del palacio y no lograba comprender como alguién era capaz de soportar algo así, también lo había hecho como para probarse así misma que si alguien lo había hecho, probablemente ella también podría si alguna vez la víctima era ella.Aún podía recordarlo con detalle, como había encontrado la mortaja ensangrantada y ahora quieta. Como, con las manos temblorosas, había comenzandó a apartar la mortaja de aquel rostro...

Suspirandó pesandamente Smerenda volvió a la realidad y  cerró de golpe el libro que no había alcanzado a comenzar a leer,  siempre se había considerado una mujer sensata  y pragmática, pero ahora no sabía que esperar. Sabía que si aquella mujer era aquello que ella creía que era correr no era una opción, pero ¿porque correr si aún no sabía a lo que estaba atenida? Aquella mujer no había saltado sobre ella ¿Entonces era una "amiga" una "aliada" estaba de su lado? Si había recibido aquel trato de parte de su abuela ¿Era una aliada que había sido traicionada por su abuela, era enemiga de su abuela? Smerenda sabía que aquello de "los enemigos de tus enemigos son tus amigos" no era nada mas que un mal chiste, pero honestamente esperaba simplemente ser un cero a la izquierda para aquella mujer y seguir su camino, pero ya que su atención estaba fija en ella, eso era poco probable.

Resignada, molesta y un tanto hastiada Smerenda se levantó de su asiento y comenzó a caminar hacia aquella mujer. Huir no era una opción y la verdad no le gustaba la insertidumbre, así que cuanto antes terminara aquello, mejor -Hay que hacernos un favor- suelta cuando está lo suficientemente cerca de la mujer, pero en un tono bajo, lo suficiente para que nadie más de los presentes se ente de sus palabras -Te conozco y yo a tí. Sabes lo que soy y sospecho lo que tú eres ¿Es esto una visita social, estás en la ciudad visitando a viejos conocidos? ¿Puedo salir tranquilamente por esa puerta y seguir con mi vida y tú con tú... Existencia sin problemas? ¿O es necesario que intente perforarte el pecho y tú mi garganta? Porque si mi familia te envió la verdad prefiero que sea mi cadaver o el tuyo lo único que consigan-