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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Irathi Heaven Miér Mayo 30, 2018 7:03 pm

La vida en la calle nunca es fácil, pero si eres prácticamente una sin techo, sin nada que echarte a la boca, la cosa se complica bastante más. Rollan me daba la razón. Llevaba varios días falto de energías. Apenas ladraba y aprovechaba cualquier momento para tumbarse. El hambre estaba consumiéndonos a ambos. La piel de su costado, tirante, apenas si era capaz de cubrir sus costillas. Y yo no es que tuviera un aspecto mucho mejor. Por si las profundas ojeras de color violeta no fueran poco, había perdido casi todas las curvas que en un pasado había tenido. Aquella mañana me había levantado con las primeras luces del alba. Siendo el optimismo lo único que me quedaba, me propuse acabar con mi miseria de una buena vez. Estoy sola en el mundo, siempre lo había estado, y soy lo bastante fuerte para sobrevivir valiéndome de mis propios medios... Aunque eso implicara meterme en problemas. El mundo era y es un asco. París era un asco. En la sociedad no había lugar para alguien como yo y día a día aquel hecho se iba haciendo más y más evidente. 

Tras ponerme mi "disfraz", consistente en un gorro que cubría casi totalmente mi larga cabellera negra, y un chubasquero de color verde con más partes manchadas que limpias, salí al exterior. Había pasado la noche en un cobertizo en mitad de la nada. La humedad me había dejado entumecida, y fue en ese momento cuando me dije, que aquel día tenía que comer algo, o acabaría cayendo muerta. Caminé deprisa hasta llegar al centro, y desde allí no tardé mucho en encontrar a la primera "presa" de la mañana. La mujer llevaba tantas joyas encima que no entendía cómo podía caminar en línea recta sin tambalearse. Era más que evidente que no echaría de menos un par de anillos y monedas, algo que, por otra parte, a mi podían venirme de lujo. Un choque fingido con la dama y después de disculparme y soportar la regañina que me soltó, salí corriendo con el pequeño botín, sin percatarme de que alguien más había visto lo que había hecho. 

Claro que de eso me di cuenta cuando el policía ya me tenía cogida por el brazo y estaba arrastrándome hacia la señora. La mujer, tras dirigirme una mirada de superioridad y auténtico asco, exigió al hombre que me metiera en un calabozo para que aprendiese la lección. Respondí a todas sus acusaciones y vejaciones con un escupitajo en toda la cara. Si realmente quería meterme en un calabozo como si me tratase de una rata, le daría motivos para hacerlo. El policía, ante los gritos de la mujer, me abofeteó, haciendo que se me cayera el gorro. Y con ello mi tapadera llegó a su fin. Que una mujer se vistiera de hombre no sólo estaba mal visto, sino que además podía consistir un delito grave si querían acusarme de suplantación de identidad. Aunque fuera mentira. Los pobres eran culpables de todo aquello de lo que los ricos quisieran acusarles. ¿Cómo demonios iba a integrarme en una ciudad que me trataba como una apestada?

¡¡Suéltame, pedazo de imbécil!! ¡¡Conozco mis derechos!! -Me revolvía con todas mis fuerzas, a lo que el policía se limitaba a responder apretando aún más su agarre. Me dolían los huesos, y cuanto más me resistía, el dolor se incrementaba. Rollan me seguía a lo lejos. Su cansancio era palpable, y se me contagiaba. 

¿Entonces supongo que sabes que tienes derecho a mantener cerrada la puta boca, no? ¡Cállate, escoria, si no quieres que vuelva a abofetearte! -Sus palabras me hicieron hervir la sangre, así que tras pisarle un pie, le di un cabezazo y salí corriendo, sólo para toparme con los otros dos agentes a los que el otro había avisado. Esta vez, su brusquedad fue mucho mayor. Me redujeron con violencia, y una vez mi cara se topó con la calzada, todo se volvió negro.

Desperté minutos después. Uno de los policías me había lanzado un cubo de agua al rostro, antes de meterme en una de las celdas de la comisaría. Mis gritos e improperios no surtieron ningún efecto más que el de dejarme aún más cansada. Cuando escuché la puerta abrirse, y un oficial bastante más condecorado se personó ante mi, supe que estaba metida en un buen lío. Notaba el rostro tirante a causa del golpe que me había dado, y por más preguntas que me hicieron, no dije ni una sola palabra. Horas más tarde, estaba encadenada a una silla junto al comisario. Había intentado escaparme -y casi lo consigo- de la celda, utilizando una horquilla para abrir la cerradura. Para mi era una ventaja, de una silla era más fácil escapar que de una celda. Sólo haría falta una distracción, algo que hiciera que el oficial se levantase, y saldría corriendo de allí a seguir con mi patética vida. Porque si bien era cierto que estando en la cárcel podría comer a diario, no podía concebir una vida privada de mi libertad. Era lo único auténtico que tenía, lo que me caracterizaba. Ser libre siempre ha formado parte de mi identidad.
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Mensaje por Eithne F. de Sauveterre Jue Jun 21, 2018 1:56 pm

La verdad es que no recordaba cuáles habían sido sus sueños de futuro cuando aún era una niña. A pesar de que ahora se había convertido en el estereotipo ideal de una mujer casada, dedicada a las labores del hogar y excesivamente sumisa, si se paraba a pensarlo, al principio su actitud había distado bastante de ser parecida a la del resto de chicas de su edad. Su interés por ver el mundo y aprender ciencias y cosas por el estilo siempre le había parecido un dolor de cabeza para su madre, ya que la alejaban de la imagen que una chica joven de buena familia debía representar. Para su madre, las apariencias lo eran todo. El cómo te miraban otros, qué decían de ti, y qué opinión tenían respecto a tu familia, todo aquello acababa conformando tu valor como persona a ojos de la sociedad. No era algo con lo que Eithne hubiera estado jamás de acuerdo, pero había crecido escuchando ese tipo de comentarios así que, al final de su adolescencia, tras todos los problemas con los que se había topado en el camino, se había terminado convirtiendo precisamente en lo que sus padres habían querido que se convirtiera. En la rectitud personificada.

Había sido esa moralidad inculcada, y esa precisa rectitud, la que la habían llevado a condenar el robo antes incluso de pararse a pensar en las circunstancias que habían llevado a la persona que lo había cometido a hacer algo como eso. Para ella, tal y como Dios había inculcado en sus escrituras, robar era algo que necesitaba castigarse. No dudaba que en el final de sus días sus pecados serían recordados y debería dar cuenta por ellos, pero mientras se estaba vivo, debían ser otros los que les obligaban a pagarlos. Avisar a la policía siempre era el primer paso. Lo que no se esperaba era que la realidad fuera tan distinta a como lo imaginaba. Ver la brutalidad con la que el culpable había sido tratado, tanto por las autoridades como por la víctima, se hizo preguntarse si tal vez, algunas veces, en su empeño por ser virtuosa y hacer siempre lo correcto, había estado causando problemas para personas que, al final, eran mucho más miserables que aquellos contra quienes cometían algún agravio. Ese pensamiento fue fugaz, sin embargo, y es que a pesar de que su bondad la empujara a pensar en ello, no se podía ser selectiva cuando se trataba de hacer el bien. No importaba de quién se tratara, o lo injusto que fuera, lo que Dios marcaba como pecados lo eran para todos. Ella incluida. La vida que llevaba en aquellos momentos, de hecho, era como era debido al pago de los suyos propios.  

También le sorprendió el hecho de que bajo aquella fachada, claramente masculina, se escondiera lo que parecía ser una mujer. Pero al contrario de lo que ella era, su aspecto era rebelde, exótico, y por qué no decirlo, completamente inapropiado. La forma en que hablaba, se movía, y el hecho que ocultara su ser tras la fachada de otra cosa, hizo que algo se removiera en su interior. Un recuerdo, lejano, aislado, que había estado reprimido en su interior desde hacía mucho, pero que de vez en cuando la asaltaba, la provocaba, como queriéndole decir algo. Aquella muchacha que se hacía pasar por muchacho se asemejaba a aquella que alguna vez ocupó su corazón, y que por ese mismo motivo, la había arrastrado a ella del camino recto, la había hecho pecar. De pronto se arrepintió de haberse inmiscuido en aquel problema, no porque no pensaba que estuviera bien lo que había hecho, sino porque, de algún modo, sospechaba que involucrarse con aquella persona de forma más directa no haría más que traerle problemas. Pero ya era tarde. AL hacer la denuncia había dado sus datos, así que la llamarían a testificar, y no podía negarse a hacerlo, ya que eso no solamente le causaría un inconveniente a ella, sino que podría suponer un gran problema para su esposo.

En efecto, una vez dos de los policías se llevaron a rastras a la mujer hacia la comisaría, un tercero se acercó a ella para pedirle que se pasara por allí para prestar declaración antes de caer la noche. Al fin y al cabo, era la única que se había percatado del delito, así que tendría que explicar lo que había visto, eso, y que la muchacha también había incurrido en la falta de suplantar la identidad de un varón. Horas más tarde, una vez finalizadas sus tareas en la casa, Eithne se encaminó hacia la comisaría con la cabeza en las nubes, y arrastrando los pies. No deseaba tener nada que ver con todo aquel asunto. Pero, ¿qué otra cosa podía hacer?

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Mensaje por Irathi Heaven Sáb Ago 11, 2018 11:59 pm

Había hecho eso mil veces. Escapar de apuros. Aquella vez no sería diferente. Eran unas esposas normales y corrientes, de las que había visto mil veces y me habían puesto en las muñecas otras mil más. Sabía perfectamente cómo funcionaban. Sabía que se abrían con suma facilidad con una horquilla como la que estaba sosteniendo entre los dedos. Y también sabía que de aquella silla a la puerta únicamente habían diez metros. Diez simples metros que podría correr en cuestión de segundos, derecha a mi libertad. Sí, era un plan simple, en el que nada podía ni debía salir mal... ¡Demonios! ¿Entonces por qué estaba tan nerviosa? La mirada censuradora de aquel hombre, que dudaba que llegara a los cuarenta años, me daba escalofríos. Era evidente que se sentía superior, mejor, más fuerte quizá, y eso, además de fastidiarme hondamente, me estaba haciendo dudar de mis capacidades. ¡De cosas peores había salido! De una banda de matones, de una inquisidora agresiva, de un incendio... ¿Y no iba a poder recorrer la distancia que iba desde la silla a la puerta sin inconvenientes? Sacudí la cabeza con violencia, devolviéndole la mirada con el mismo matiz de superioridad, añadiendo además una pizca de asco. Mi tolerancia con los machitos siempre ha sido reducida. Y si además se trataba de policías lo llevaba bastante peor. Minutos más tarde, llegó mi oportunidad de salir de allí de una vez por todas... O eso pensé.

Obviamente con lo que no conté fue con que cuando las cosas tienden a ir mal, siempre acaban saliendo mucho peor de lo que imaginas. Cuando uno de los otros comisarios le pidió al oficial que le echara una mano con unas cajas que debían llevar al depósito, creí ver clara mi oportunidad de escapar. Con una destreza casi exclusiva de aquellos que hemos aprendido a sobrevivir en la calle a duras penas, conseguí abrir las esposas tras unos cuatro intentos fallidos. La humedad de mis ropajes y por ende, de mis manos, me dificultó sumamente una tarea que en cualquier otra ocasión me hubiera resultado más que trivial. Pero lo logré. Suspiré de alivio cuando cuando la circulación regresó a mis manos, sin la molesta presión de las esposas en las muñecas. Me puse de pie en un salto, para luego agazaparme y acercarme hasta la puerta rápida pero sigilosamente. No había moros en la costa, ni policías tampoco. No pude evitar sonreí y, ¡sorpresa! El mal humor atrae a la mala suerte. Todas. Las. Putas. Veces. Pero, nooooo, en mi estúpida sensación de alegría me olvidé de lo mas importante. En un par de zancadas más tuve el pomo entre mis manos, y segundos después una bocanada de aire cálido me golpeó de lleno...

E cuanto tuve un pie fuera de la comisaría, a mi espalda escuché el inconfundible grito de "¡alto!" y el alma se me cayó a los pies. ¿Cómo había podido ser tan estúpida? Jamás le des la espalda a tu enemigo, es básico para la supervivencia de cualquiera. Especialmente la mía. Las férreas manos del oficial me arrastraron nuevamente hacia aquella apestosa sala donde había estado encadenada, aunque ahora las miradas despectivas se convirtieron en unas de odio. Que fuera merecido o no es un tema aparte. Claro que cuando mi cuerpo volvió a funcionar después del shock de verme atrapada, no me quedé quieta recibiendo los golpes. Pateé, escupí y mordí a al capullo que no me soltaba, hasta que vinieron otros dos policías para ayudar al oficial, que dedicó los siguientes diez minutos a gritar a ambos acerca de quién tenía la culpa por haberme puesto mal las esposas. ¿Tan inútil me creían para no ser capaz de escaparme por mí misma? Estaban bastante equivocados. Aunque eso me beneficiaba: nadie reparó en la horquilla que llevaba bien escondida en la mano izquierda, ni tampoco en el pequeño lapicero que acto seguido clavé en el brazo del policía que intentó volver a esposarme. Ahora sí que estábamos empatados: los dos sangrabamos. Si quieres fastidiar a un perro rabioso, te arriesgas a que te muerda. Y eso era exactamente lo que había pasado. Finalmente acabé sentada en la misma silla pero dentro de una celda, la más cercana a la oficina.

Oye, tú, nenaza... Yo me echaría alcohol antes de que se infecte la herida. Desangrarte no te vas a desangrar, aunque parezca que estés a punto de desmayarte... ¡Que vivan los cuerpos de seguridad! -Lancé un escupitajo para dar más énfasis a mi discurso. Pero el policía, no pudo responder a mi evidente provocación. Aquello empezaba a fastidiarme de verdad. Y encima mi estómago comenzó a rugir cual león hambriento cuando menos posibilidades había de que alguien se interesara por él. - ¿Sabéis que tenéis que darme agua y comida, no? ¡Eh! ¡¡Eh!! Me pienso quejar a vuestros superiores.

Mira, niñata, o te callas o te parto la cara. ¿Lo has entendido? Ibas a pasar una noche aquí y ahora te arriesgas a pasar bastante más tiempo... No te conviene tocarme las narices...

Oh, sí, mira como tiemblo. ¿Me la vas a partir como tu amigo el del lápiz? ¿También te echarás a llorar? -Pude oír el chirrido de una silla y luego el frenético abrir y cerrar de cajones y documentos. Lo había puesto nervioso, eso era evidente. Y bueno para mi. Nuevamente, volví a tomar entre mis ágiles dedos la horquilla, buscando la cerradura de las esposas. Habían sido lo bastante estúpidos para volverme a poner las mismas después de haberse soltado dos veces. Y justo estaba a punto de conseguirlo una tercera cuando escuché la voz de alguien más en la sala, y pasos que se acercaban hasta la celda. - Me cago en la puta... -La horquilla se me resbaló al tiempo que una silueta se colocaba justo delante de mi celda. Al principio tuve miedo de que fuera otro policía. No sabía si podría soportar otra tanda de golpes, al menos, no sin perder el conocimiento, y se me estaban acabando las ideas... Pero al levantar la cabeza, ni en un millón de años pensé que iría a toparme justamente con lo que me topé.

Unos ojos negros como la noche me observaban directamente. Clavé la mirada en la muchacha con descaro, olvidándome momentáneamente de dónde estaba y de que la que fuese quizá mi única posibilidad de escapar estaba ahora en el suelo.
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Mensaje por Eithne F. de Sauveterre Mar Ago 21, 2018 4:30 pm

No le gustaba guardar secretos con su esposo. A pesar de que esa marcada necesidad de ser honesta no fuera algo recíproco -sabia perfectamente que él guardaba muchos más secretos de los que jamás reconocería-, no se sentía bien, ni cómoda, cuando se veía obligada a mentir, o en aquel caso, a no decir toda la verdad. Se le hacía un nudo en el estómago, en el pecho, impidiéndole respirar con normalidad. Sí, puede que fuera una reacción exagerada, pero Jérôme era todo cuanto tenía. Lejos de su patria, de su familia y amigos, no tenía otra opción que apoyarse en él para todas y cada una de sus decisiones, de sus acciones. No es que ella lo hubiera querido de otro modo, en realidad. Siempre le habían enseñado que una buena esposa es dependiente de su marido, y únicamente de él, y aunque eso al principio había chocado con sus grandes deseos de independencia, una vez se hubo marchado con él, con el aislamiento que supone ir a un país diferente, del que nada conoces, el cambio se dio por sí mismo. No es que no tuviera conocidos, su trabajo, así como las escasas fiestas a las que algunas veces el hombre accedía a acudir -y ella, por tanto, también debía ir-, implicaba la interacción con otras personas. Pero por su carácter cerrado, retraído, no podía decir que ninguna de aquellas personas fueran en exceso cercanas. No eran sus amigos, ni eran una fuente de apoyo cuando las cosas se torcían. En definitiva, sólo lo tenía a él, así que mentirle, evidentemente, no era algo de lo que se enorgulleciera, precisamente.

En aquel caso, el no decirle a dónde iba, era por la simple razón de que no quería tener que explicarle qué había ocurrido para que la requirieran en comisaría. Sabía que la simple mención de un robo, o de ser testigo de uno, iba a hacer que Jérôme se preocupara en exceso, tan protector era para con ella, y estrés era probablemente lo que el hombre menos necesitaba. No le había pasado desapercibido el modo en que su actitud había cambiado en las últimas semanas. A pesar de que mantenía a Eithne al margen de sus asuntos de trabajo, no podía ocultar su frustración ante el ojo siempre perceptivo de la muchacha. Cuando algo iba mal en el plano laboral, su esposo hablaba menos, y siempre enfadado, irascible, además de que consumía alcohol de forma casi compulsiva. Y la mujer sabía que las cosas siempre se tornaban de lo más impredecibles cuando esto sucedía. La última vez que Jérôme había alzado la mano en su dirección, había sido unos dos meses antes. A pesar de que la actitud de Eithne solía consistir en callar, y aceptar, en aquella ocasión no le resultó sencillo sobreponerse, ni ocultar lo herida que se sentía. El hombre se arrepintió de inmediato, cuando finalmente se sobrepuso de su ebriedad, pero durante algunas semanas las cosas estuvieron tensas.

La verdad es que lo último que quería es que aquel escenario volviera a repetirse, y más tan pronto, cuando si apenas habían recuperado la normalidad en el hogar. La charla acerca de los hijos que aún no habían tenido estaba en el ambiente, y realmente no quería romper la magia de ese momento. No es que se sintiera preparada para ser madre, pero sabía que era lo que su esposo deseara, y una nueva discusión era probablemente lo último que necesitaban. Así que trató de mostrarse lo más firme y serena posible una vez puso un pie dentro de la comisaría. Se sentía insegura por tener que prestar declaración, pero era algo que podía hacer sola, que debía hacer sola. No era una cría, después de todo, sino una mujer hecha y derecha.

No se esperó el ambiente caótico que encontró en la prisión. Gritos por doquier, algunos insultos y blasfemias. Incluso un par de guardias parecían estar heridos. No pudo evitar asustarse aún más, ¿qué es lo que había pasado? ¿Acaso había alguien peligroso? ¿Era, al final, una buena idea que estuviera allí? No tuvo tiempo de responder a ninguna de aquellas cuestiones, ya que en cuanto un policía, al que reconocía de antes, se percató de su presencia, le indicó de forma apresurada y brusca el procedimiento que tenían que realizar, ya que, según él, estaban deseosos por deshacerse de la mujer que tenían encerrada. No pudo evitar sentirse abrumada por toda la situación. Los otros policías la observaban como si de ella dependiera que la situación que había tenido lugar allí se resolviera lo antes posible. Cuando la guiaron hasta la celda, sin embargo, la imagen con la que se topó difería mucho de la muchacha a la que había visto antes. Sí, la fortaleza y las ansias de confrontación seguían brillando en sus ojos, pero a diferencia de antes, ahora lucía mucho más demacrada y evidentemente golpeada. Y cuando los ojos de ambas se encontraron, sintió como si el aire se le saliera de los pulmones de golpe. Y el cosquilleo de un millar de mariposas ascendió desde su vientre.

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Mensaje por Irathi Heaven Miér Sep 12, 2018 10:57 am

Una de las cosas que más me fastidia, entre las muchas cosas que me tocan las narices, es el hecho de que otros me vieran como una inútil por ser una mujer, o por ser pobre, o por ambas cosas. ¿Acaso estaban tan ciegos para darse cuenta de que ellos, en mi situación, no hubieran durado ni dos días? ¿Tan sumidos estaban en su propio mundo perfecto e irreal que no se daban cuenta de la cruda realidad que los rodeaba? La vida era (y es) una ramera, y todo aquel que se empeñara en autoconvencerse de que era un camino de rosas, además de provocarme un asco insoportable, me hacían sentir hasta lástima por ellos. Lástima y rabia. Quizá por eso odiaba tanto a la "justicia" tal y como estaba implementada en aquella sociedad decadente. La justicia de la época trataba de convencer a la gente de que todo iba bien, cuando era más que evidente que mentían. La verdadera justicia era la de la calle, aquella que implicaba una lucha directa por tu supervivencia, ¿cómo es que no podían verlo con la misma claridad en que yo lo veía? Al parecer, los ojos no tienen el mismo propósito para unos que para otros. Pero tratar de explicárselo era una pérdida de tiempo, y yo tenía saliva para tanto imbécil.

Y por eso escupía veneno, escupía rabia, me retorcía para liberarme. Porque no pensaba quedarme de brazos cruzados mientras pisoteaban mis ideales, mi identidad. Porque era lo único que tenía, lo único que me quedaba. Y si reaccioné con evidente miedo al sonido de la silla del comisario, quien una vez llegada la testigo iba a proceder con el interrogatorio, fue simplemente porque sabía que mi maltrecho cuerpo no soportaría más golpes. Obviamente, aquel ser violento interpretó mi sobresalto como le dio la real gana. No tenía miedo de él, ni miedo a la justicia, ni miedo a la ley. Tenía miedo al dolor físico, porque no sabía si podría soportarlo durante más tiempo sin derrumbarme. Lancé un escupitajo en su dirección nada más verlo, notando aquel inconfundible sabor de la sangre inundando mi boca. Me limité a observarlo desafiante, guardándome toda la inquietud en lo más profundo de mi ser. No le iba a permitir verme hundida. Jamás.

Aunque estaba segura de que semejante acción me procuraría una nueva golpiza, la atención del policía se centró en la mujer -la misma a la que yo había perdido de vista, tal era la inquietud que me había despertado la presencia del hombre-, a la que hizo un gesto, señalándome con el dedo. La pregunta estaba implícita en aquella acción, pero al formularla en voz alta pudo cargarla de desprecio. Y por alguna razón, me hizo estremecerme. Vale que yo no era la carbona más agradable del mundo, ni siquiera de la ciudad, pero tanto odio no podía ser normal. Ni sano. - ¿Es esta la escoria que viste robar a la mujer de antes? -Su tono era frío, seco, e incluso la muchacha que tenía al lado dio un pequeño salto al escuchar el tono cortante que procedía del comisario.

Forcejeé con los grilletes durante unos instantes, ignorando deliberadamente la escena que tenía frente a mi, como si todo aquel asunto no tuviera nada que ver conmigo. De pronto, el brillo de la horquilla me hizo reaccionar bruscamente, estaba lo bastante cerca para cogerla, pero tener los brazos maniatados por detrás de la silla no me facilitaba las cosas precisamente. Traté de ladearme para alcanzarla, percatándome por el rabillo del ojo que por el momento no me estaban prestando atención, pero la mala suerte siempre me acompaña, especialmente en semejante clase de situaciones, por lo que terminé tirada en el suelo, el golpe en la cabeza haciéndome ver las estrellas. Me sentía como una cucaracha boca arriba. Desvalida y estúpida, ante la mirada inquisitiva del hombre, que simplemente alzó una ceja con desdén, para luego suspirar y disculparse diciendo que traería al guardia para que me levantaran (en realidad dijo algo más cercano a "levantar la basura", pero preferí no centrarme en ello). Dejándome a solas con la dama que ahora me observaba con tal intensidad que, por un instante, llegué a sentirme verdaderamente nerviosa.

- Y tú qué miras... -Farfullé, completamente a la defensiva y pagando mi frustración con ella sin motivo. O bueno, sí que tenía un motivo. Ella era la principal razón por la que habían podido atraparme en el acto, así que se lo merecía. A pesar de que nada en su expresión indicara ni un ápice del disgusto que mi simple presencia parecía provocar en el resto de personas con las que había interactuado en las últimas horas. De hecho, casi, casi, parecía lucir preocupada. Aunque no entendía los motivos detrás de esa expresión. Eso me hizo devolverle la mirada imitando la intensidad que irradiaba la suya, y para mi sorpresa, eso la hizo mirar al suelo, con las mejillas enrojecidas. ¡Y que me atizaran si eso no era de lo más interesante! Había algo extraño en aquella mujer que parecía querer aparentar ser más pequeña y desvalida de lo que realmente era. Algo que llamaba mi atención, pero a lo que no sabía poner nombre. - Entonces tú eres la... dama, que decidió que una muerta de hambre tratando de sobrevivir robándole sólo un poco de su fortuna a una estúpida noble merecía ser encarcelada. Espero que estés contenta. -Dije, a propósito, queriendo medir su reacción. Y por un momento, la sombra de la culpabilidad atravesó aquel rostro inmaculado que ahora no se dignaba a mirarme de forma directa.

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Mensaje por Eithne F. de Sauveterre Dom Nov 11, 2018 12:03 am

Una vez superada la primera reacción, esa que surgió al cruzarse las miradas de ambas y que la había pillado de improvisto, pudo recomponerse lo bastante como para prestar atención a lo que le estaban diciendo. Aunque las rodillas le temblaban y eso sí que no podía remediarlo. No fue sencillo, concentrarse. Las situaciones conflictivas siempre la habían desestabilizado. Su tolerancia a las emociones negativas ajenas era muy limitada, y es que no podía evitar contagiarse de ellas. Así que, evidentemente, el ambiente de hostilidad y los gritos que comenzaron a sucederse a su alrededor la hicieron sentir terriblemente incómoda, al principio, y honestamente enferma minutos más tarde, hasta el punto que se temía acabar vomitando antes de que pudiera siquiera plantearse ofrecer declaración. Tampoco ayudaba la tosquedad que mostraba el comisario al hablar, dirigiéndose a la otra fémina de forma tan despectiva y desagradable, haciéndola, nuevamente, replantearse si no habría cometido un terrible error.

Cuando ambas estuvieron finalmente solas, Eithne se atrevió a mirar a la muchacha, quizá con mas intención e intensidad de la que estaría dispuesta a admitir. Era extraña, tan diferente a sí misma, con tatuajes que la convertían en exótica recorriendo su cuerpo, y aquella mueca de desprecio dibujada en el semblante. Desprecio hacia el hombre, y hacia ella, por motivos más que evidentes. Era su culpa que hubiera acabado dentro de una celda. Y no tardó mucho en hacérselo saber con palabras, lo cual la empujó a agachar la vista y tratar por todos los medios no descomponerse. No, aquella no había sido una buena idea. Quería escapar, correr a los brazos de Jérôme, pretender que nada había pasado y dejar que él lo solucionara. Como siempre. Pero había tomado una decisión, y errónea o no, debía verla hasta el final. Aunque comenzara a sospechar que el final implicara mentir a las autoridades para tratar de ayudar a la delincuente que previamente había hecho detener.

- L-lo... lo siento. Definitivamente no pensé que... os darían un trato tan terrible. No es que crea que lo que hicisteis estuviera bien, pero no creo que el castigo esté justificado... -Su voz era apenas un susurro, y es que no pudo evitar estremecerse de arriba abajo ante las acusaciones. No estaba de acuerdo con robar, porque era un pecado, pero la violencia contra otros, a pesar de no aparecer en las sagradas escrituras como un acto terrible (no cuando era un castigo ante una ofensa previa), no era algo que le agradara en absoluto. Para Eithne, los guardias se habían excedido, y si lo pensaba fríamente, con tantos necesitados como habían en las calles, los robos no eran algo fuera de lo común. Devolver lo que se hurta debería ser castigo suficiente, eso y una reprimenda. Pero estaba segura de que si declaraba en su contra aquellos hombres harían lo posible porque la sentencia de la joven que tenía justo enfrente resultara de lo más terrible, y lo justificarían como "ejemplar".

No quería que eso sucediera.
La cuestión era, ¿por qué?
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Mensaje por Irathi Heaven Sáb Ene 19, 2019 8:36 pm

No pude evitar carcajearme cuando la dama, claramente perteneciente a la clase alta, se dirigió a mi de forma tan educada y respetuosa a pesar de que yo la había tratado con rudeza previamente. No era algo demasiado común, pero comenzaba a pensar que probablemente nada en ella fuera corriente. Los nobles, al menos, aquellos que tratan a los demás como si fueran inferiores -que venían siendo, casi todos-, no se movían de un modo tan tímido, ni agachaban la mirada ante alguien en una posición social más baja, ni mucho menos se disculpaban ante un acto claramente criminal, mucho menos cuando había sido dirigido a uno de los suyos. Así que, sí, era raro. Que se sintiera mal por las cosas que le había dicho, y que se disculpara por entregarme a pesar de que tenía sus razones. Justiciera o no, siempre he sido plenamente consciente que robar es un delito. Otra cosa es que me importe, y no lo ha hecho nunca, especialmente no cuando se trataba de quitar a aquellos que tenían en exceso para dárselo a quienes no tenían nada, o simplemente para poder sobrevivir yo.

Y bueno, verla así de desanimada me hizo sentir un poco mal por lo que había dicho, pero no lo suficiente como para disculparme, aunque sí para tratar de comportarme de forma más civilizada. Después de todo, mi futuro inmediato dependía de lo que la mujer dijera a mi favor o en mi contra, quizá no era una idea terrible tratar de caerle algo mejor. - No es necesario que me hables de forma tan educada ni formal. Es obvio que perteneces a una clase superior a la mía. Y no es que esté de acuerdo en eso de las diferencias entre personas, pero nuestras edades seguramente sean cercanas, así que es realmente innecesario. Aunque... gracias. No es muy común que me traten como algo más que una paria, mucho menos en semejantes circunstancias. -Ahora fue mi turno para sonrojarme, porque realmente no estaba preparada para la inocente sonrisa que la mujer me regaló una vez comprendió que mi enfado había disminuido. Tenía algo tan... etéreo, que la hacía ver casi irreal. O tal vez lo fuera, quien sabe. Después de tantas hostias no me hubiera extrañado estar alucinando.

Cuando volví a escuchar voces agitadas en el exterior, cada vez más cercanas a la zona de los calabozos donde me encontraba, mi nerviosismo regresó, y también la necesidad de tratar de hacer algo para salir de allí. Sin pensarlo demasiado, comencé a intentar coger de nuevo la horquilla, ante los curiosos ojos de la muchacha, quien era evidente que no comprendía por qué eso era tan importante. - Mira, sé que estás arrepentida y quieres ayudarme, pero comienzo a pensar que digas lo que digas, van a intentar hacerme pagar tanto como puedan. Así que voy a intentar librarme. ¿Me ayudarás? Basta con que vigiles y me avises cuando estén cerca de la puerta.

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Mensaje por Eithne F. de Sauveterre Vie Mar 01, 2019 6:29 pm

Por una parte, las palabras de la exótica mujer la pusieron terriblemente nerviosa, en el sentido de que se sentía un tanto avergonzada por ser definida de un modo tan directo por alguien a quien acababa de conocer... Pero por otro lado, no pudo evitar que una sonrisa dulce y complacida se adueñase de su rostro, mismo que normalmente permanecía impasible ante cada casi todo. Había algo extraño en toda aquella situación, además del hecho de que la chica estuviera entre rejas por su culpa, y es que la clase de nervios que sentía se asemejaban más al rubor propio de su característica timidez, que de un miedo real a las consecuencias que pudiera tener acabar mintiendo ante la autoridad para lograr sacarla de ese apuro. En otro contexto no hubiera podido evitar preguntarse qué demonios estaba pasando, por qué se sentía así, pero todo atisbo de duda o preguntas se hicieron irrelevantes cuando la muchacha que tenía en frente imitó el rubor en su propio semblante, y la palabra "hermosa" fue todo cuanto se le ocurrió para describirla.

...

A esa reacción, sin embargo, sí que pudo ponerle un alto. Porque sabía que no estaba bien, porque le recordaba demasiado a un pasado pecador del que todavía estaba arrepintiéndose, y porque pensar en engañar a la autoridad para ayudar a una ladrona la convertía en una criminal también. Y eso no era lo que hubiera querido el Señor. Tragó saliva, tratando de recomponerse, y aunque estaba dividida entre querer hacer lo que la chica le había dicho y vigilar que nadie viniera, finalmente decidió no hacer nada en absoluto. Porque eso era lo correcto, y porque si antes la había acusado, lo menos que podía hacer era lograr que la justicia que siempre había defendido, se diera por cumplida. No quería que la castigaran en exceso, pero tampoco debía desear que se librase. Su curiosidad la llevó a fijarse en lo que la otra estaba haciendo, pero ahora su mente estaba decidida a hacer finalmente lo correcto.

El comisario regresó, y al ver lo que la arrestada estaba intentando hacer, llamó a refuerzos para que la movieran y cambiaran sus esposas. La expresión de absoluta traición que se reflejó en la cara de la chica, tras ser empujada y maniatada en una postura de aspecto bastante incómodo, la perseguiría durante semanas.
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