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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Benedict Fripp Dom Jun 03, 2018 12:32 am


“These violent delights have violent ends, and in their triumph die, like fire and powder, which as they kiss consume.”
— William Shakespeare, Romeo and Juliet


Quizá debió decir que aquel día se presentaría en una semana, o más, pero tuvo el mal tino de agendarlo para el día siguiente. Al menos, y como había pedido, no se vieron desde su charla en el estudio. Ayudó que ese día salió desde temprano, antes del alba, y regresó hasta la hora crepuscular. Subió a su habitación, esa donde había estado durmiendo solo, para alistarse.

Uno de sus valets le hizo compañía, ayudándolo a vestirse con un traje negro y camisa de prístino algodón blanco, que hacía que sus ojos como de demonio brillaran más. Resaltaran como tanzanitas recién pulidas. Estaba frente al espejo de cuerpo completo y marco de madera acomodándose la camisa, cuando estiró la mano para que el sirviente le diera la corbata.

¿Hiciste lo que te pedí? —le preguntó, sin mirarlo, aunque lo soslayó a través del reflejo.

Sí. Azul, como dijo.

¿Del mismo tono que esta corbata? —preguntó y tomó el trozo de tela para empezar a anudarla alrededor del cuello.

—respondió el mozo, con voz temerosa. Se hizo hacia atrás.

Bien. Me alegro. —Benedict sonrió de lado y suspiró cuando hubo terminado. Se giró hacia su acompañante y levantó ambos brazos como para dar una mejor vista de su atuendo—. ¿Cómo me veo?

Excelente, señor.

Bah, qué vas a saber tú. Iré al comedor, espero que ya esté todo listo. Manden llamar a la señora, la estaré esperando —ordenó y con ello dejó la habitación.

Había hecho que esa mañana dejaran un vestido, azul según sus propias indicaciones, en la habitación de Harper, el vestido que quería que usara esa velada, y esperaba que la testaruda mujer no quisiera pasarse de graciosa. Esa cena era el armisticio, ya tenía suficiente con esa idea como para pelear por una tontería. Pero más importante aún, el vestido era el primer regalo que Benedict le hacía a su esposa, esa era la principal razón por la que quería que lo usara. También, había hecho llamar a un par de costureras para que lo arreglaran a tiempo, si es que necesitaba algún ajuste. De nuevo, pidió a los cielos que su graciosa mujer las hubiera recibido.

Llegó hasta el comedor, donde ya estaba puesta la mesa. Aún no sabía el menú, le dijo a Harper que ella se hiciera cargo, pero francamente olía bien.

Caminó hasta la chimenea para encenderla, y de ese modo, su esposa lo encontró. Se irguió y se giró para verla cuando la sintió en la habitación. Arqueó una ceja e hizo una ligera reverencia con la cabeza.

Al menos eres puntual —dijo con la saña usual. Era como ellos se comunicaban y eso no iba a cambiar por una tregua temporal.
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Mensaje por Harper Blackraven Dom Jun 10, 2018 11:16 am

"When love is an order, hatred can become a pleasure.
Charles Bukowski

]El azul le traía malos recuerdos. Era el color del vestido que llevaba su hermana el día que su padre la asesinó ante los atónitos ojos de todos. Sin embargo, había sido su favorito también. Pero cuando encontró la caja sobre su cama, con el atuendo en esa tonalidad, debió correr al toilette y vomitar. Vomitó desde la primera comida, y lloró desconsoladamente. Nadie fue a buscarla al cuarto de baño, ni siquiera la socorrió su doncella, que sólo ingresaba a la habitación cuando Harper daba la orden. Se sentó en el suelo y lloró amargamente durante varios minutos, hasta que los ojos, la garganta y todo el rostro, le dolieron. Se limpió la boca con el puño y se abrazó a sí misma, sintiendo compasión de su propia suerte. Decidió dejar las lágrimas, a su esposo no le gustaría verla a la hora de la cena con la cara hinchada. Se puso de pie, muy lentamente, y se miró al espejo. Le dio un golpe de puño, y un grito acompañó el estruendo. Luego, observó cómo las grietas de las heridas se cerraban rápidamente, hasta que no quedó ni siquiera una cicatriz. Harper no tenía cicatrices visibles, todas estaban por dentro.

Busca a alguien que deje todo esto impecable —le ordenó a la doncella, una vez que la llamó y la hizo ingresar. Fue ruda en su tono de voz, algo poco usual en ella. —Disculpa —se retractó inmediatamente, arrepentida del trato prodigado a su joven empleada. —No está siendo un buen día —se justificó.

La entiendo, madame. No debe disculparse conmigo —aseguró, con una suave sonrisa que tranquilizó el corazón de Harper.

La hora de alistarse llegó demasiado rápido. La cambiante había intentado distraerse recorriendo los jardines, alzando flores y cortando frutos maduros, pero su alma se mantenía en vilo, como si caminara al costado de su cuerpo. Estaba desconectada de sí misma, de sus emociones. Regresó con una canasta llena, que depositó en la cocina, donde las dos trabajadoras encargadas, preparaban el jabalí al oporto que había ordenado. Inspeccionó, con ojo experto, y asintió, dando su aprobación al tiempo que llevaban. Llegarían perfectas a la hora de la cena. Las mujeres la despidieron con cierta pena en la mirada, pero volvieron a sus quehaceres prontamente.

Es una pieza exquisita —comentó una de las modistas que su marido había contratado. —Le sentará perfecta.

No usaré ese vestido —retrucó desde la tina, donde dos doncellas le cepillaban el cuerpo y le lavaban el cabello. —Lamento que hayan tenido que trabajar en vano. Tengo mis propias prendas, ese vestido es muy antiguo. Y no me gustan los arreglos que le han hecho.

Es un regalo de su esposo —se horrorizó la otra mujer.

La moda no es la mayor cualidad de mi marido. Ahora, pueden retirarse —las dos damas hicieron una reverencia y se escabulleron. Algo les decía que aquella era una afrenta que Fripp no iba a soportar.

Tras una hora de preparaciones, Harper estuvo lista, y le gustó lo que el espejo le devolvió. Llevaba un vestido color champagne; la falda tenía flores bordadas en varios tonos pastel e hilo de oro. Sus pechos, exuberantes, se resaltaban más gracias al poderoso encorsetado. Los bucles oscuros caían como una cascada tenebrosa sobre su espalda, hasta la parte baja de la cintura, y una delgada trenza en cada sien le otorgaba volumen al peinado. Una gargantilla de oro blanco con un dije de ámbar, acompañado de sus pendientes en conjunto, y el brillante anillo de bodas, completaban el atuendo, junto a los chapines de seda y el perfume que su madre le había regalado –una suave combinación de almendras, nardos, jazmines, cacao y sándalo-. Las doncellas la vieron descender las escaleras, muertas de miedo lo que su ama no había utilizado lo que su marido le regaló.

Soy inglesa —dijo, una vez que lo vio junto a la chimenea y escuchó el comentario de Benedict. —Te agradezco tu regalo, lamento mucho no habérmelo puesto ésta noche. Los arreglos no fueron suficientes, no hubo tiempo. El corsé me queda demasiado grande —mintió, con descaro. —Pero es una pieza bellísima. La usaré en otra oportunidad —se acercó a él, disimulando el pánico en el vientre, y le ofreció el dorso de su mano para que la saludara.
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Mensaje por Benedict Fripp Mar Jul 03, 2018 10:47 pm


De pronto, la combinación del azul de su corbata con el color champagne del vestido de su mujer le pareció las más horrible de todas las posibles uniones de todos los colores del mundo. Benedict era un perfeccionista y un controlador; esto era todo lo opuesto a eso. Era sacarlo de eso donde estaba seguro y aventarlo a un foso con bestias más feroces y más hambrientas que el león que era dentro. Fingió una sonrisa y tomó la mano de su esposa para besarla y hacer una reverencia más pronunciada.

No iba a pelear por tonterías, se dijo aunque quisiera matarla en ese instante.

¿Por qué no me sorprende? —habló con voz modulada, monótona, como para evitar estallar ahí mismo—, que los arreglos no te hayan satisfecho y que el corset no fuera de tu talla. Desconozco tus medidas, querida —dijo, sin soltar la mano ajena y haciendo un esfuerzo sobrehumano para no romperle las falanges. Benedict sabía perfectamente que era un reto, que era una afrenta, y que mentirle era sólo para seguir metiendo el dedo en la llaga.

En fin, espero verte pronto con esa prenda —dijo, pero le daba exactamente lo mismo. Haló de ella para conducirla hasta el comedor y sólo una vez ahí, la soltó.

Caminó hasta la mesa y le ofreció una silla, para luego él tomar asiento en la misma esquina, más cerca de lo que estaría si se hubiera sentado enfrente. Estaba poniendo todo de su parte para crear una tregua, engendrar un hijo, y luego no le importaba lo que Harper hiciera, pero no se lo estaba haciendo fácil. Carraspeó y dio una palmada, orden que el séquito de cocineros y mozos obedecieron al instante, pues fueron apareciendo desde la puerta que conectaba a la cocina como en un desfile.

Dime, Harper, ¿qué vamos a comer? Tú te hiciste cargo del menú, ¿no es así? ¿O también decidiste de última hora que no se te daba la gana hacerlo? —No pudo evitarlo. Por Dios que había estado intentándolo, pero esa furia y ese sarcasmo salieron sin siquiera pedir permiso. Los sirvientes a su alrededor fingieron no escuchar, aunque apresuraron el paso para dejarlo todo listo, y sólo dos, quienes servirían a los señores, se quedaron de pie.

Benedict respiró profundo y se peinó el cabello y la barba con la mano derecha para luego poner la servilleta de tela en su regazo.

¿Y qué vino elegiste? —continuó con una calma que helaba la sangre. En verdad, mantener la compostura lo estaba agotando. Pero en serio cansando, de manera física, sentía que de seguir así, no iba a alcanzar a cumplir con sus deberes maritales, y aunque Harper se veía exquisita, aún en ese atuendo que no era el elegido, y cualquier hombre se volvería loco en ese escote, para el inglés era inevitable pensar en sus desplantes y perder todas las ganas.

Por ahora cenarían, y si resultaba que en verdad era imposible, ya pensarían en algo más. Benedict era listo, y aunque le chocara aceptarlo, sabía que Harper también.


Última edición por Benedict Fripp el Miér Oct 03, 2018 9:01 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Harper Blackraven Dom Sep 09, 2018 10:42 am

No se daría por vencida, al menos, no sin presentar pelea. No sin aferrarse a los últimos atisbos de dignidad que le estaban quedando. No sin plantarse ante su marido, ese que se había convertido en una especie de captor. Harper estaba decidida a luchar, a pesar de que no era una estrategia inteligente, que ser modosita podía darle mayores beneficios, que complacerlo haría que una tensa calma se mantuviera en escena. Eso había funcionado a lo largo de todos esos años en casa de sus padres, así había calmado el temperamento de Benjamin y engañado a Vincent. Todos la consideraban el eslabón más débil de la cadena, y quizá por eso le habían arreglado lo que podía considerarse un buen matrimonio. En las garras de los Fripp, se mantendría a salvo, tenía asegurada la supervivencia y el status que había tenido hasta ese momento. Pero Harper no se sentía identificada con aquel concepto que la tenía como la pusilánime de los Blackraven. Se sabía una dama inteligente y que había aprendido a sobrevivir en un nido de malditos, eso la hacía sentir fuerte y capaz de mantenerse incólume ante Benedict.

El roce de la mano de su esposo le generó contrariedades. Nunca un hombre la había tratado con aquella delicadeza, y fue todo una revelación. Al mismo tiempo, la repulsión le anudó el estómago, porque sabía que no había sinceridad en ese gesto, era todo fingido, toda una puesta en escena para doblegarle el ánimo, para hacerle bajar la guardia. Se estaba convirtiendo, lentamente, en una maestra de la ficción, y plantó entre sus labios una suave sonrisa, tan falsa como la condescendencia de su marido. Ésta mueca no le iluminaba el rostro, sus ojos no sacaban chispas, pero no habría sido capaz de poner mala cara. En su fuero más íntimo, estaba aterrada de que la tomara por la fuerza y la lastimara. No lo creía tan vil, pero si algo había aprendido, era a ser desconfiada y de que todo podía suceder.

No conozco tus gustos culinarios, querido —comentó, una vez se hubo acomodado en su lugar. Detestaba tenerlo tan cerca. —Pero opté por un jabalí al oporto que, espero, sea de tu agrado. Ya que no he podido complacerte con el atuendo, espero que sí con la comida —comentó mientras les servían el consomé que, de costumbre, hacía de entrada al plato principal. —Y el vino, es uno de nuestros regalos de boda. Un Cabernet Sauvignon añejo, de Burdeos, que tan gentilemente nos obsequió el Duque de Uceda —explicó. Sus conocimiento de la bebida espirituosa no eran tan nulos, pues su padre era un gran amante de los vinos, y algún que otro conocimiento le había transmitido.

Le dio dos sorbos al consomé, que estaba exquisito. Debía admitir que las cocineras tenían una mano excelsa, y que convertían cualquier platillo en un manjar digno de la Corte inglesa. Se mojó los labios con agua, y se limpió las comisuras con extrema delicadeza. Los modales de Harper eran dignos de admirar; su madre había puesto especial empeño en ella, por ser la más joven de todos sus hermanos, y las exigencias en cuanto a su educación habían sido casi extremas.

Cuéntame cómo ha estado tu día. Pareces muy cansado. ¿Mucho trabajo? —aparentó interés verdadero, con una espectacular cara de preocupación, que podría haber engañado al propio Benjamin, al propio Vincent. Era la misma que ponía cuando ellos le comentaban algún problema referido a la búsqueda infructuosa de la desgraciada amante de Bastian.
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Mensaje por Benedict Fripp Miér Oct 03, 2018 9:29 pm


A pesar de la tensión que parecía reinar como Helios durante la hora diurna, Benedict se dio tiempo de contemplar un poco a Harper con ese par de ojos azules que parecían cuchillos de hielo. ¿Hermosa? Eso era quizá lo más obvio que cualquiera podía notar primero de su esposa, pero ahora que observaba bajo esta luz, en una cena íntima, hablando de comida y vino, se dio cuenta que la chica era más inteligente de lo que había creído en un principio. Tenía bien estudiada su fachada, incluso ahora le pareció que intentaba mantenerla, pero en los detalles logró ver un poco a través de ese muro.

Desde el día uno, eso sí, le quedó claro eso, que Harper, con ese desdén y esa obstinada rebeldía, no era la niña sumisa que cualquier habría pensado, pero no sabía los alcances de ellos, apenas comenzaba a ver, porque apenas se atrevía a meterse a las profundidades de sus aguas. Y aún se andaba con cuidado, no quería resbalar.

Una excelente elección —dijo con tono educado, aunque nada más, totalmente desapasionado. Aunque fue algo para salir al paso, de verdad lo creía, la comida era deliciosa, y satisfacía sus necesidades carnívoras debido a su condición, supuso que Harper sentía lo mismo. Y el vino era exquisito, armonizaba a la perfección.

Empezó a comer cuando la pregunta lo desconcertó. Dejó la cuchara a mitad de camino entre el consomé y su boca y la miró con una ceja arqueada, aunque era duda, pura duda, no retaba ni desestimaba.

Pesado, como siempre. Mucho papeleo. Algunos trabajadores que han querido unirse para exigir mejores condiciones. Los blancos, los esclavos no se atreven a tanto —dijo tras limpiarse la boca y la barba con la servilleta de tela. Si bien Benedict compartía la crueldad de Ernest y todos los Fripp, al parecer, no se ensañaba especialmente con los trabajadores de su empresa minera, tampoco que los tratara excelente, pero era un cambio notable respecto al antiguo titular—. Pero no quiero aburrirte con eso. Te lo juro, es muy aburrido. —No mentía, incluso a él le parecía algo tedioso.

Yo… —carraspeó—. Dime, Harper, ¿qué es lo que haces todo el día? —preguntó sin mirarla, pero sin intención de herir tampoco. Era una curiosidad genuina. Él trabajaba ahí o a veces salía a hacer tratos y no la veía mucho, ¿en qué gastaba su tiempo? ¿Se habría encontrado un amante ya? Esperaba que al menos fuera cambiante felino, porque sino ambos sufrirían las consecuencias.

Pero más allá de eso, Benedict se dio cuenta que hasta esa velada, no se había tomado el tiempo de intentar entablar una verdadera conversación con ella, el enojo y la discordia se lo impidieron por demasiado, aún eran obstáculos. Se preguntó si, de haber abordado la situación de manera diferente, todo habría cambiado y soslayó a Harper. Lo dudó, la mujer parecía empeñada en rechazarlo, en el mejor de los casos, casi siempre era un constante deseo beligerante el que se apoderaba de ella cuando se dirigía a él.

Muchos envidiarían tu posición. Todo el dinero y el tiempo del mundo a tu disposición. —La encaró—. A eso me refiero, no a este matrimonio amargo al que estamos condenados. —Y le sonrió. Sorprendentemente el gesto fue más bien triste y no burlón.
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Mensaje por Harper Blackraven Lun Oct 08, 2018 8:34 pm

Por unos minutos, Harper pensó que Benedict podría tratarla de una forma diferente a su padre o a su hermano, incluso a su madre y hermanas, que eran tan condescendientes. Siempre pensaban que ella, por ser la menor, se aburriría de los temas que ellos tenían para tratar. Se sentía disminuida y desvalorizada, y volver a experimentar aquella sensación en presencia de su esposo, acentuó su mal humor. Se había tomado la licencia de relajar el rostro por un instante, tal vez en el afán de crear un buen diálogo con el hombre con el cual debería convivir hasta que la muerte los separara. Pero, una vez más, apretó la mandíbula y regresó a la mueca de molestia que parecía haberse tatuado en su rostro. Esos asuntos jamás la aburrían, pues a diario pasaba por cosas parecidas en la escuela de la que supo ser voluntaria, donde escuchaba los problemas de padres, madres, maestros y niños. Cuánto extrañaba sentirse alguien importante, alguien digno de ser escuchado, cuya opinión se considerase de valor. Nunca más tendría eso, lo único que le había dado esperanza.

No me aburriría si quisieras contármelo, pero comprendo. Ha sido un día difícil, lo que menos tienes deseos de hacer es hablar de trabajo —respondió sin mirarlo, con seriedad y la voz notablemente enojada. Se sintió una estúpida, por haber creído que con su marido algo podía ser distinto y mejor. El círculo vicioso no terminaba nunca.

Ésta vez fue su momento de ser descolocada por una pregunta –no había pasado desapercibida la sorpresa de Benedict al recibir el interrogante de su esposa-, y se tomó unos segundos para saborear el consomé y depositar la cuchara en el recipiente de porcelana. Demoró la respuesta, especialmente porque le daba vergüenza admitir que su tiempo era completamente improductivo, que estaba marchitándose conforme pasaban los días, y agradeció que el cambiante llenase el silencio con un comentario tan acertado como doloroso.

Antes de su casamiento, Harper quería salvar al mundo a escondidas de su familia. Protegía a la viuda embarazada de su hermano, ayudaba en un establecimiento educativo para niños pobres, y a sus padres les hacía creer que estaba en la beneficencia con algunas ancianas, que de tan seniles, si la veían por primera vez, hubieran sido capaces de creer que la habían visto mil. Aquella estrategia había funcionado porque los Blackraven pasaban mucho tiempo fuera y sumamente abocados a sus asuntos, siendo la más pequeña de la familia el menos importante de ellos. Harper les hacía creer que marchaba como un soldado. Pero en aquella mansión de la que era la señora, no podía escapar sin que nadie lo notara o sin despertar la curiosidad de su marido si regresaba tarde. Estaba encarcelada.

Cualquier mujer envidiaría éste matrimonio. Eres un buen partido para cualquier joven casamentera de buena cuna —admitió sin entusiasmo. Pero era cierto. Benedict era rico, aparentaba ser un hombre maduro pero que aún no había abandonado la juventud, era fuerte y muy apuesto. Todas habrían caído rendidas a sus pies. —En mi caso, no quería casarme. Por eso nos condenaron a ambos —y en ésta oportunidad sí lo miró, aunque no le devolvió la sonrisa.

Durante el día me dedico a la lectura —comentó, sosteniéndole la mirada. —A veces paseo por los jardines, pero es la lectura mi principal pasatiempo. Controlo que no falten provisiones, organizo tu cena y me retiro a descansar. Esa es mi rutina —y decirlo en voz alta le demostró lo tétrica, patética y estancada que se había vuelto su existencia. —Bastante aburrida y monótona, como verás —y regresó la mirada hacia el consomé, aunque ya no tenía deseos de ingerir ni un alimento más. Todavía faltaba el plato principal.
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Mensaje por Benedict Fripp Sáb Feb 09, 2019 10:56 pm


Entonces se sumieron en un silencio incómodo, aunque para entonces, Benedict ya estaba acostumbrado. No terminó el primer tiempo y mandó llamar al mayordomo, para que se llevara los platos hondos y trajera el plato fuerte. Sabía que no podía no hablar durante tanto tiempo, sobre todo si quería que esa noche fuera la velada en la que finalmente consumaran el maldito matrimonio.

Parecían no poder coordinarse, no hablar el mismo idioma. Parecían andar en realidades paralelas, desde las que se veían, allá a la distancia, pero eran incapaces de tocarse. Benedict no era tan ingenuo como para creer que ella lo llegara a amar alguna vez, o viceversa. Lo vio con sus padre y seguramente Harper lo habría visto con los suyos. Así era entre los que amasaban esa cantidad de riqueza, como si la felicidad fuera inversamente proporcional al dinero que se poseía.

La comida llegó y comenzó a cortar la carne.

Yo… —comenzó como si estuviera pensando con cautela cada palabra, cada sílaba, cada sonido—. Yo no quería que lo tomaras como que no respeto tu opinión. —Soltó los cubiertos y giró el rostro hacia ella.

No nos conocemos, Harper. No es tu culpa, ni tampoco mía, pero si nos vamos a entender, comienzo a creer que será a nivel intelectual. He notado que… he notado que eres bastante más lista que otras chicas de tu posición. No sé por qué, no sé si es de familia, si alguna situación de tu pasado te obligó a desarrollar esa astucia, no lo sé y no me interesa. Pero quiero que sepas que no te subestimo, que a veces de hecho me das miedo. —Rio y regresó su atención a la comida. Era broma, desde luego, Benedict no aceptaría una debilidad así en serio, pero no mentía cuando le decía que la consideraba lo suficientemente inteligente como para estar a su altura.

Eres la señora de esta casa —continuó, concentrado en el jabalí al oporto que, a decir verdad, estaba delicioso—. Puedes disponer de lo que quieras, y de quien quieras. Si quieres salir, sal. No te estaré vigilando, ni me importa lo que hagas. Si quieres derrocar a la corona de este patético país o enredarte con algún campesino, no me interesa. Sólo no traigas escándalos a mi apellido y no me involucres en tus cosas. Nuestro deber es procrear un hijo y es todo… —Levantó el rostro para verla, inescrutable, con los ojos azules y abrasivos que parecían enojados y tristes y sorprendidos y decepcionados, todo a la vez.

Así que por favor, no te limites. En ese aspecto, te entiendo aunque no lo creas. —Alzó ambas cejas—. Si mi vida fuera como has descrito, ya me hubiera muerto del tedio. Pese a lo que puedas pensar, no te deseo la muerte. No de momento… —Sonrió de manera sombría. Benedict podía cambiar de parecer si Harper comenzaba a ser una molestia, más de lo que ya lo era; una molestia real, que arrastrara escándalos y vicios, que no tratara de ocultarlos para colmo.

Mientras mantuviera en secreto su basura, en verdad y como había dicho en reiteradas ocasiones, no le interesaba en lo más mínimo.
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Mensaje por Harper Blackraven Sáb Mar 02, 2019 8:09 pm

Hubo un pequeño instante, de toda aquella charla, en el que Harper se sintió a gusto. Salvo Bastien, ningún hombre con autoridad de su familia le había dedicado elogios a su intelectualidad. Ni a su padre ni a su hermano mayor les había parecido importante su gusto por la lectura, por lo que les daba lo mismo lo que ella hiciera si se mantenía a raya. A su madre no le agradaba la idea de que alimentara demasiado su inteligencia, pero no tenía influencia en la educación de la menor de sus hijos, que eran muchos y ya la tenían muy cansada. Además, Harper parecía siempre tan tranquila y aplomada, que no llamaba la atención de nadie, y sólo se fijaban en ella por su belleza y por su excelente comportamiento, las dos claves para forjar una alianza, como la que habían conseguido con los Fripp. Ella se debía a su manada, y era sólo una más. Ni muy especial, ni muy distinta, era como todas las mujeres Blackraven y su objetivo era uno solo: parir poderosos herederos del linaje.

Sin embargo, aquella sensación de calidez que experimentó, se esfumó rápidamente ante los comentarios de Benedict que siguieron, tratándola como si fuese menos que una prostituta. Depositó los cubiertos y escuchó, atónita, las palabras que emergían de la boca de su esposo, sin dar crédito a lo que estaba diciéndole. Nunca, en toda su vida, se sintió tan humillada como en ese momento, tan ofendida y desvalorada como en ese instante. ¿Con quién creía que estaba tratando? Ella era una dama, una mujer orgullosa, fuerte, con un comportamiento intachable, que nunca le había dado problemas a nadie, incluso aceptaba aquel matrimonio con solemne resignación, cumplía con sus deberes como señora de la casa y a su marido jamás lo molestaba con nada, le respetaba sus horarios y lo evitaba de todas las formas posibles.

No aceptaré más una ofensa de tu parte —con tensa calma, quitó la servilleta de su regazo y la colocó al costado del plato. —Te refieres a mí como si fuera una mujer de mala vida, estás faltándome el respeto; te guste o no, soy tu esposa y debes referirte a mí con el respeto que merezco, tal como lo hago contigo —contenía la furia animal que le bullía por las venas. Sin embargo, tenía los ojos inyectados de bronca, y el verde se intensificaba aún más.

Cuando termines de comer, te estaré esperando en la alcoba matrimonial. No soporto compartir más la mesa contigo —sin pedirle permiso, se levantó rápidamente y salió del comedor.

Su doncella la estaba esperando al pie de la escalera, y al notar su expresión, le dirigió una mirada de tristeza. Ambas subieron rápidamente, y Harper ingresó a la habitación acondicionada para compartir con Benedict y que no había pisado hasta esa noche. En el más absoluto silencio, la muchacha ayudó a su ama a quitarse el vestido y colocarse el camisón, mientras con dedos ágiles, la cambiante se desarmaba el tocado y se cepillaba el cabello. Le pidió a la joven que se retirase y se sentó frente al espejo, a contemplar su amargura. Jamás creyó que había venido al mundo a sufrir, y se preguntó si la expresión de felicidad que tenían sus hermanas –las cuales estaban todas casadas- era una mentira, si en realidad fingían ante la familia y la sociedad. Ella jamás demostraría algo que no era, ya no. Su padre había logrado casarla, ahora ella debía tener cierto poder sobre su vida.

Sólo espero que no venga… —le susurró al espejo y se instó a no llorar. Aún tenía un nudo en el estómago.
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