AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La diabla/mi Santa [Arden Annice Gladstone]
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La diabla/mi Santa [Arden Annice Gladstone]
Y como ven, no soy un ángel con buena intención,
me lancé a quemarropa y ella me venció.
Y si ella retornara y se conmueve la reto a otro duelo
y en la revancha ahora vuelvo y pierdo...
me lancé a quemarropa y ella me venció.
Y si ella retornara y se conmueve la reto a otro duelo
y en la revancha ahora vuelvo y pierdo...
Poco hay por hacer una vez desembarcadas mis pertenencias marcadas con el escudo de los McGrath como advertencia velada a los ladrones y estafadores de que si tocan algo que considero como mío, iré a por sus cabezas tras desmembrar cada parte de sus extremidades con fría satisfacción y nulo arrepentimiento. Esa es mi fama, esa es mi reputación que conservo como si fuera el mayor de los tesoros. Un resquicio del pasado que inculcara mi padre, que sigo a rajatabla. En el instante en que demuestre debilidad, caerán sobre mí como una desbandada de gallinas y gallos que con sus aleteos y picos filosos buscarán despellejar mi cuero para hacer de él una túnica. Como si a estas alturas de la maldición que me invade, fuera tan fácil. Los colmillos del lobo serán su última visión antes de que el valor se escurra como agua por el cuerpo como reflejo del sudor frío que les recorrerá antes de dar media vuelta y con cloqueos intentar alejarse sin éxito.
Una vez que firmé la papelería del trámite aduanal y enviados mis criados con todas las cajas y muebles embalados previamente revisados para asegurar que están en perfectas condiciones a mi nuevo hogar, queda sólo ir a estirar las piernas con la adrenalina al tope y la razón está en el firmamento, en esa bóveda oscura que se ilumina con el argento satélite que va adquiriendo cada vez más su rostro más redondo lo que provoca que mi propia esencia garou esté a flor de piel. Donde es ese anhelo por liberarse lo que importa, por lo que nada va a impedir que mi instinto primario se dé una buena noche de excesos por más que la intención de pisar este país, tenga como objetivo seguir el rastro de aquélla que me perdonara la vida. ¿Por qué? La única respuesta más acertada conduciría a que sientes algo hacia mi persona, de mayor intensidad a tu obsesión por aniquilar a los que han dejado de ser humanos comunes y corrientes, que te impidió alzar la pistola para activar el mecanismo que disparara la bala para matarme.
Es mi lógica la que conduce a esa conclusión, tras años analizando todas las posibilidades, tachando, volviendo a revisar cada una de las premisas en mi despacho, en esas noches en vela donde el seguir dando vueltas en la cama fueron un reflejo de la frustración que me embargaba al recordar tu imagen paralizada ante la visión de mi cuerpo terminando de tornar a humano dejando el pelaje en suelo del bosque antes de que el viento se llevara las cenizas que a los pocos segundos hacían de lo que fueran pelos la nada. Débil por haber desfogado todos los instintos del lobo en esa noche que se terminaba; indefenso por la mente que va recuperando el control sobre el conducir innato de la bestia; frágil por la propia desnudez física y emocional ante el shock de verte ante mis ojos tras la pérdida del lobo. Pudiste haberme matado sin dudarlo. En cambio, te quedaste paralizada dejando que me incorporara, que tuviera el tiempo justo para marchar de ese lugar.
Mis pasos se dirigen elásticos, ágiles, hacia el único lugar donde puedo permitir que la bestia se regodeé en la satisfacción de la libertad de los instintos. Mientras más lascivos y lujuriosos sean, se complace más y queda exaltada por el placer obtenido manteniendo el endeble control hasta que la madre luna permita que vuelva a emerger de su prisión de carne y huesos. Mis pulmones se llenan de la fragancia más tóxica de todas, la figura de mi ser enfundada en pantalones de cuero y camisa blanca de manga larga con el corbatín reposando inútil a los costados de mis hombros y sobre mi pecho, con la larga gabardina cuyo largo roza mis muslos es la piel que ahora utilizo para cubrir al lobo que sigue buscando la fragancia que se parezca a la que desea tener en la cama entre gemidos, piel y líquidos viscosos y cristalinos.
Donde el olor acre sea el listón a alcanzar con los accionares propios del sexo. Mi miembro semi erecto está listo para ser liberado, bastará con muy poco para que pueda gozar de los labios y la lengua de la elegida. O elegidas. Singular, plural, es un dato innecesario para nosotros. Son estas noches las que me dejan unirme a él. Al enorme lupino negro que emerge de mi ser con esos ojos iridiscentes tan vibrantes que parecieran más azules conforme el tiempo sigue transcurriendo hasta que Selene me permita liberar al lobo de sus ataduras para aullar como tributo a la única que amé desde la primera transformación. Mi señora, ama, que me aprisiona y libera. Todo al mismo tiempo haciendo que la anhele más que el orgasmo que moja mi pubis y testículos.
Sé de algo que pudiera mejorar lo que la luna me hace sentir, que provoque las vibraciones acordes para que ambos estemos bajo su mano. Y esa, eres tú, mi amante. Que nos hayas descubierto justo cuando todo estaba preparado para la noche más intensa de nuestra existencia -la del lobo y la mía- frustra cada una de las terminaciones nerviosas de nuestro cuerpo. Las congela haciendo de éstas unos tirantes cables que impiden el movimiento. Porque todo estaba programado para que nuestra unión contigo fuera dos noches después de la luna llena. Completa, sedosa como tus paredes vaginales que rodearían nuestro miembro en tanto tus gemidos inundaban los oídos como la música más celestial de todas. Porque lo son, cada sonido excitado que emerge de tu garganta es terrorífico por lo que desata en nosotros. Ese instinto de posesión y de marcar cada parte de tu ser para que nadie te toque, como la cresta de mi escudo familiar en mis pertenencias, eso es nuestro aroma.
Algo que queremos dejarte, que sea una vez no es suficiente. Anhelamos que sea por y para siempre, Annice. Que tu nombre sea la torá de nuestra existencia, el código por el cual conduzcamos los pasos, hasta que ambos ardamos en el fuego de la pasión, de los excesos, del sexo desenfrenado en el cual sé que te dejarás llevar. Lo sabemos. Confiamos en ello.
Y en tanto mis pensamientos siguen fijos en tu imagen y en cada uno de tus movimientos que puedo rememorar, mis pasos llegan hasta el enorme lugar que es el burdel parisino. Mi figura traspasa el umbral dejando que sea la protagonista, permitiendo que las miradas se fijen en mi constitución física trabajada hasta el hartazgo por un padre desquiciado y temeroso de un nuevo ataque. He aquí al menor de los integrantes del Clan McGrath, no por ser el pequeño crean que pueden hacer con él lo que les plazca. He aquí al garou de pelajes negros como la noche con piel de cordero. Veré qué depara el destino en tanto el otro empieza a olfatear el sitio buscando un aroma que le agrade, en tanto me dirijo a la barra para sentarme - whiskey doble, asegúrese de que el vaso está bien limpio - son las comandas para que el tabernero del sitio empiece a trabajar en tanto un par de prostitutas se acercan para complacer los sexuales deseos.
Ellas son desechadas con rapidez porque en ellas la falta de la fragancia embriagante como el whiskey es fundamental para la elección, en tanto el licor es servido para deslizar mis dedos alrededor del vaso y llevarlo a mi boca para dar el primer trago. La cebada añejada es perfecta, al tiempo que un aroma hace que ambos miremos en cámara lenta hacia un punto en particular a la diestra de nuestra presencia. Es tu aroma. Intoxicante, desquiciante y profano. ¿Qué estás haciendo aquí? Por inercia, siguiendo el instinto primario, me incorporo tras dejar unos francos en la barra para acortar la distancia entre nosotros, siguiendo ese olor que provoca que los pantalones sean insuficientes para detener la virilidad que pugna por hundirse en tus entrañas. En el pasado renegué por cómo sólo tu aroma era suficiente para estar listo para el acto sexual. Hoy, esta noche, mi mano se asegura de que traigo el arma en el bolsillo del abrigo. Una de tres. Un nuevo sorbo del vaso es suficiente para humedecer la seca garganta provocada por la ansiedad de saberte en este sitio, tan cerca y tan lejos. Cual depredador que me caracteriza, me dirijo hasta atravesar el umbral de una puerta trasera para llegar al callejón donde tu aroma es más fuerte.
En las sombras, apoyado el hombro en el marco diestro de la puerta, cruzando la pierna izquierda frente a la derecha en total pose indolente, mis ojos descubren tu exquisita figura. Pareces alterada lo que provoca que mis pliegues bucales formen la sonrisa más irónica de todas pues, ¿Cuándo tus conductas son las adecuas? ¿Cuándo avanzas por la sociedad, por la vida, siendo una dama como lo exigen los estándares sociales? Nunca. Eres una buscapleitos con o sin intención, por eso es que me llamas tanto la atención. Es por eso que el lobo acecha en la oscuridad deleitándose con la vista del bocado que está tan cerca para abrir la boca y comerlo de un solo acto. ¿Quién nos diría que la misma noche que llegamos, tendríamos el placer y la tortura de que te cruces en el camino? Expectante, espero a ver qué estás haciendo en este mórbido lugar y sobre todo, quién es aquél que empieza a gritarte desatando el instinto más bestial de mi interior, aquél que te protege con o sin mi autorización.
Kendrick McGrath- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 63
Fecha de inscripción : 02/06/2018
Re: La diabla/mi Santa [Arden Annice Gladstone]
La mascarada termina en cuanto cae la noche, y la verdad se revela frente al espejo. A veces me pregunto porque me tomo la molestia de asearme tan cuidadosamente en noches como esta. Quizá sea el instinto, quizá aún me siento una dama incluso en los ropajes de hombre más sórdidos y vulgares. Quizá, muy profundo, dónde no puedo verme, aún soy yo. La música se torna más siniestra e enfermiza dentro de mí mente a medida que presiono el corsett lo suficiente como para que mis senos no parezcan que están ahí. Erik disfrutaba esto mucho más que yo, de eso no hay dudas, sin embargo, cuando las cuasi-damas deben elegir, una muchacha siempre les genera más confianza; y son sin duda, mi mejor elección. Lo llaman el imitador de destripador de Londres, sólo prostitutas, las desmiembra, pero curiosamente, no queda sangre derramada. ¿Lo entiendes? Yo, definitivamente sí.
No puedo portar la armadura por fuera. Necesito algo más liviano, pero que aun así me proteja. En el norte de Polonia descubrieron hace poco un nuevo metal. No tiene un nombre definido aún. El científico que trabaja en él es el Dr. Kevlar. Lo que sí entiendo de toda su investigación es que en capas 5 veces más finas que el hierro, es aún más resistente. Y que hay muy poco de este en el mundo. Creo que mi padre ha de haber gasto al menos la mitad de su fortuna en esa mina; finalmente empieza a pagar la inversión; pero definitivamente ha pagado para mí. Envuelto en cuero reforzado, puedo llevarlo directamente contra la piel y vestirme arriba. Hace que me vea más corpulenta, con musculatura de varón, aunque mi altura, no me genere una presencia ambiciosa.
Kayla Ross tuvo una vida poco privilegiada, hasta que Madame la encontró. Era demasiado bella para morir de desnutrición en la calle. Ahora viste ropajes casi tan buenos como los míos. Me subo a un caballo sin entrenamiento ni marca. Sólo un caballo del establo, uno más entre otros, tal como yo pretendo serlo esta noche. Las botas son lo único que dejo desprotegido. Necesito poder moverme, en el caso de que lo encuentre. Muchos creen que las prostitutas no son más que un artículo de posesión como cualquier otro. No muy diferente a un caballo, realmente. Pueden revelarse, pero tarde que temprano y con los azotes justos, cederá a la mano de su amo. Jamás lastimaría a un animal, ¿Por qué lo haría con una mujer? No sólo por el obvio hecho de que yo soy una; sino que además, estas mujeres son 20 veces más inteligentes que cualquier idiota con un par de francos en sus manos. Mientras ellos, pagan para que alguien se atreva a tocas y cumplir sus mórbidas fantasías, ellas se hacen ricas a costas de sus fantasías y cumplen las propias.
Esta parte del trabajo es la que al Padre Mario le cuesta entender. Las respeto, incluso las quiero, las admiro en su avaricia por conseguir lo que desea, por una vida mejor. No creo tener la fuerza o el carácter para tocar a un gordo pelón de asquerosos modales y con olor a alcohol con tal de estar un poco mejor en la mañana siguiente. Es muy probable que perezca de hambre y enfermedad antes. También ellas lo piensan de mi “trabajo”. Es respeto y admiración mutua. Eso me agrada. El mundo está cambiando y más pronto de lo que los cerdos nobles lo esperan, las mujeres cambiaran no sólo su situación, sino el mundo. De ser yo la única rebelde en este mundo, la herejía me hubiese matado y aún sigo en pie y con una familia, que aunque ausente, me apoya en cada paso. Me sonrío mientras voy arribando.
Amarro al caballo y veo su bella imagen, temblando quizá, la noche es fría, pero ahí está, esperándome en la puerta con ese delicioso encaje a la vista. Impúdica y salvaje, con el cabello suelto y un cigarrillo en la mano. Deberé fumar esta noche, o al menos intentarlo. El viento hace caer levemente su manda con brillos y descubre un hombro blanco y piel perlada que… hasta despierta un instinto en mí, que ni el falso bigote pudo lograr esta noche. Los pantalones son rectos y largos. Ocultan los tacones altos de las botas para darme algo de altura. Negro es el color de la noche, dónde me mezclo con ella y me convierto en una criatura más, que la asecha y la libera de toda su violencia contenida, en una larga pelea entre el bien y el mal, donde sólo una pieza puede definir todo el juego. ¿Quién ganará…?
Pirata. O algo de eso pretendo ser. Eso es lo de menos. Al menos no tengo que ocultar mi cabello largo. Sólo una media coleta sujetándolo detrás. Mi sombrero, una capa negra, un abrigo no hubiese sido adecuado, pero lo suficientemente ancho para ocultar las armas que llevo sobre los ropajes y mi fiel sombrero. Sólo dejo que mi cruz del buen morir se vea. Una estola negra cubre mi cuello. Debajo llevo todo un gran collarín de metal. Es el área preferida de los vampiros, y asumo que contra eso peleo. Sus tacos resuenan mientras se acerca a mí con esa sonrisa burlona. Esa mujer, ni siquiera me toma en serio, pero al menos me da la información que necesito, a veces me da un poco más de eso. Pero comienzo a creer que no es un pecado fácil de perdonar lo que me hace. Aunque en estos momento no me importa. Paso mi mano por su cintura y disfruto de su beso. Ella me domina mientras me avergüenza, pero no pienso soltarla, siempre dentro de mi papel, soy lo que debo ser.
-“Yo la vi primero” – Algún idiota grita mientras se nos acerca. Me empuja en el pecho y me aleja de ella. Y dejo que lo haga. No importa lo que diga o haga. Ella se va conmigo esta noche. Trato de mover un poco el cuello, dejando que el ‘crack’ de su resonar se escuche mientras lo dejo pavonearse de no sé qué cosa, estoy prestando atención a como ella se sonríe y me alza una ceja. A veces creo que disfruta que sea su hombre. Incluso con los guantes de cuero se escucha mis dedos acomodarse. Realmente no es esta la pelea que busco. Así que la termino rápido. ¿Te atreves a amenazarme lanzándome un puño? Tan fácil lo esquivo. Incluso con el peso que llevo encima. Patada en la espalda. Y mientras jalo de su cabello hacia atrás, mi pistola va directo a sus huevos. – “signore…” – Sí que sea italiano esta noche suena bien. – “Aquí, La signora e io; estábamos en medio de algo. Le aconsejo, que si usted quiere volver a meter su cosita en medio de cualquier cosas otra vez, elija otro lugar dónde meterla esta noche, Capisci? O non Capisci?”- Hago girar levemente la pistola presionando en medio de sus asquerosas bolas.
- “¡CAPISCI! ¡CAPISCI!” – contesta con tanta efusividad que hasta risa me da. Y no puedo evitarla, aunque toso para que quitar el timbre femenino que se me escapa en ella.
- “¡Meraviglioso!” – Guardo mi arma y tomo a la joven por la cintura. Con esos malditos tacos, casi le llego a la altura, aun así me veo algo ridículo. Perdón, ridícula. Todo sirve para un fin. Y la prostituta en particular para divertirse, y una noche de descanso. Tendrá el mismo dinero que siempre, sólo que beberemos y charlaremos. Tal vez algún regalo extra. Me besa, la muy perra me besa esperando que actúe como macho cabrío en cambio siento mis mejillas arder. Dios, la perdone, la diversión vulgar es como es. Pensándolo bien que me perdone a mí también, es después de todo, lo más divertido que he hecho en toda la semana. – “Ron…” – Ella sabe lo que quiero y como lo quiero pero eso no le quita que disimule en extremo hasta llegar a la habitación.
Y entonces levanto mi mirada y mi mundo se rompe. Se rompe en tantos pedazos que no puedo recomponerme a tiempo, hasta podría escucharlo romperse como pedazos de vidrio impactando contra el suelo. Incluso si quisiera actuar como que no es cierto, como que no pudiera reconocerme en un vulgar disfraz, sería imposible. Conozco su naturaleza, conozco a otros como él y sé lo que pueden hacer. Me ha olfateado desde el principio, sabe que soy yo. Puede escuchar a mi corazón desbocándose de mi pecho, si yo puedo sentir como me golpea haciendo doler mi pecho, para él no son menos que estruendos en sus oídos. Y si algo le faltara para no saber en qué estado estoy, puede verme, no sólo a mi rostro dónde toda la ilusión se ha desaparecido, dónde no quedan rastros de alegría o vergüenza, sino dolor, un dolor que se refleja en mis lágrimas a punto de desbordarse. Los licántropos tienen la curiosa habilidad de ver colores alrededor de la gente, algo que denota sus estados de ánimo y su condición humana. Me horroriza pensar que sabe que tengo miedo. Pero lo estoy, estoy asustada, dolida, y quisiera besarlo y mostrarle todo lo que puedo hacer ahora. Que vea lo fuerte que soy, que sí pudo ver como hice al idiota retroceder… sino me hubiese traicionado y mentido desde adentro de mi propia cama.
Le doy una palmada en el trasero a la joven a mi lado que me ve sin entender que me ha detenido. – “Toma la otra entrada. Te veré adentro, o tal vez mañana.” – No le doy tiempo a que proteste. Sólo le pongo en la dirección correcta y mientras veo que se haya alejado salvamente, intento retroceder con una mano a la espalda dónde mis balas de plata se resguardan y mi mirada fija ante él. No sé qué quiere, no sé si esto es una mera casualidad, o no lo es. Pero necesito despejar las calles. No quiero testigos, pase lo que pase. Tampoco quiero esto ahora. ¡AHORA! Cuando me siento sola y vulnerable, parece que lo planeo. Y menos podría confiar en él. O volteo el rostro para saber cómo volver al caballo o mantengo mi mirada en él. No puedo hacer eso. Aún no es luna llena, pero tampoco esta tan lejos… Dios mío, no sé que hacer.
No puedo portar la armadura por fuera. Necesito algo más liviano, pero que aun así me proteja. En el norte de Polonia descubrieron hace poco un nuevo metal. No tiene un nombre definido aún. El científico que trabaja en él es el Dr. Kevlar. Lo que sí entiendo de toda su investigación es que en capas 5 veces más finas que el hierro, es aún más resistente. Y que hay muy poco de este en el mundo. Creo que mi padre ha de haber gasto al menos la mitad de su fortuna en esa mina; finalmente empieza a pagar la inversión; pero definitivamente ha pagado para mí. Envuelto en cuero reforzado, puedo llevarlo directamente contra la piel y vestirme arriba. Hace que me vea más corpulenta, con musculatura de varón, aunque mi altura, no me genere una presencia ambiciosa.
Kayla Ross tuvo una vida poco privilegiada, hasta que Madame la encontró. Era demasiado bella para morir de desnutrición en la calle. Ahora viste ropajes casi tan buenos como los míos. Me subo a un caballo sin entrenamiento ni marca. Sólo un caballo del establo, uno más entre otros, tal como yo pretendo serlo esta noche. Las botas son lo único que dejo desprotegido. Necesito poder moverme, en el caso de que lo encuentre. Muchos creen que las prostitutas no son más que un artículo de posesión como cualquier otro. No muy diferente a un caballo, realmente. Pueden revelarse, pero tarde que temprano y con los azotes justos, cederá a la mano de su amo. Jamás lastimaría a un animal, ¿Por qué lo haría con una mujer? No sólo por el obvio hecho de que yo soy una; sino que además, estas mujeres son 20 veces más inteligentes que cualquier idiota con un par de francos en sus manos. Mientras ellos, pagan para que alguien se atreva a tocas y cumplir sus mórbidas fantasías, ellas se hacen ricas a costas de sus fantasías y cumplen las propias.
Esta parte del trabajo es la que al Padre Mario le cuesta entender. Las respeto, incluso las quiero, las admiro en su avaricia por conseguir lo que desea, por una vida mejor. No creo tener la fuerza o el carácter para tocar a un gordo pelón de asquerosos modales y con olor a alcohol con tal de estar un poco mejor en la mañana siguiente. Es muy probable que perezca de hambre y enfermedad antes. También ellas lo piensan de mi “trabajo”. Es respeto y admiración mutua. Eso me agrada. El mundo está cambiando y más pronto de lo que los cerdos nobles lo esperan, las mujeres cambiaran no sólo su situación, sino el mundo. De ser yo la única rebelde en este mundo, la herejía me hubiese matado y aún sigo en pie y con una familia, que aunque ausente, me apoya en cada paso. Me sonrío mientras voy arribando.
Amarro al caballo y veo su bella imagen, temblando quizá, la noche es fría, pero ahí está, esperándome en la puerta con ese delicioso encaje a la vista. Impúdica y salvaje, con el cabello suelto y un cigarrillo en la mano. Deberé fumar esta noche, o al menos intentarlo. El viento hace caer levemente su manda con brillos y descubre un hombro blanco y piel perlada que… hasta despierta un instinto en mí, que ni el falso bigote pudo lograr esta noche. Los pantalones son rectos y largos. Ocultan los tacones altos de las botas para darme algo de altura. Negro es el color de la noche, dónde me mezclo con ella y me convierto en una criatura más, que la asecha y la libera de toda su violencia contenida, en una larga pelea entre el bien y el mal, donde sólo una pieza puede definir todo el juego. ¿Quién ganará…?
Pirata. O algo de eso pretendo ser. Eso es lo de menos. Al menos no tengo que ocultar mi cabello largo. Sólo una media coleta sujetándolo detrás. Mi sombrero, una capa negra, un abrigo no hubiese sido adecuado, pero lo suficientemente ancho para ocultar las armas que llevo sobre los ropajes y mi fiel sombrero. Sólo dejo que mi cruz del buen morir se vea. Una estola negra cubre mi cuello. Debajo llevo todo un gran collarín de metal. Es el área preferida de los vampiros, y asumo que contra eso peleo. Sus tacos resuenan mientras se acerca a mí con esa sonrisa burlona. Esa mujer, ni siquiera me toma en serio, pero al menos me da la información que necesito, a veces me da un poco más de eso. Pero comienzo a creer que no es un pecado fácil de perdonar lo que me hace. Aunque en estos momento no me importa. Paso mi mano por su cintura y disfruto de su beso. Ella me domina mientras me avergüenza, pero no pienso soltarla, siempre dentro de mi papel, soy lo que debo ser.
-“Yo la vi primero” – Algún idiota grita mientras se nos acerca. Me empuja en el pecho y me aleja de ella. Y dejo que lo haga. No importa lo que diga o haga. Ella se va conmigo esta noche. Trato de mover un poco el cuello, dejando que el ‘crack’ de su resonar se escuche mientras lo dejo pavonearse de no sé qué cosa, estoy prestando atención a como ella se sonríe y me alza una ceja. A veces creo que disfruta que sea su hombre. Incluso con los guantes de cuero se escucha mis dedos acomodarse. Realmente no es esta la pelea que busco. Así que la termino rápido. ¿Te atreves a amenazarme lanzándome un puño? Tan fácil lo esquivo. Incluso con el peso que llevo encima. Patada en la espalda. Y mientras jalo de su cabello hacia atrás, mi pistola va directo a sus huevos. – “signore…” – Sí que sea italiano esta noche suena bien. – “Aquí, La signora e io; estábamos en medio de algo. Le aconsejo, que si usted quiere volver a meter su cosita en medio de cualquier cosas otra vez, elija otro lugar dónde meterla esta noche, Capisci? O non Capisci?”- Hago girar levemente la pistola presionando en medio de sus asquerosas bolas.
- “¡CAPISCI! ¡CAPISCI!” – contesta con tanta efusividad que hasta risa me da. Y no puedo evitarla, aunque toso para que quitar el timbre femenino que se me escapa en ella.
- “¡Meraviglioso!” – Guardo mi arma y tomo a la joven por la cintura. Con esos malditos tacos, casi le llego a la altura, aun así me veo algo ridículo. Perdón, ridícula. Todo sirve para un fin. Y la prostituta en particular para divertirse, y una noche de descanso. Tendrá el mismo dinero que siempre, sólo que beberemos y charlaremos. Tal vez algún regalo extra. Me besa, la muy perra me besa esperando que actúe como macho cabrío en cambio siento mis mejillas arder. Dios, la perdone, la diversión vulgar es como es. Pensándolo bien que me perdone a mí también, es después de todo, lo más divertido que he hecho en toda la semana. – “Ron…” – Ella sabe lo que quiero y como lo quiero pero eso no le quita que disimule en extremo hasta llegar a la habitación.
Y entonces levanto mi mirada y mi mundo se rompe. Se rompe en tantos pedazos que no puedo recomponerme a tiempo, hasta podría escucharlo romperse como pedazos de vidrio impactando contra el suelo. Incluso si quisiera actuar como que no es cierto, como que no pudiera reconocerme en un vulgar disfraz, sería imposible. Conozco su naturaleza, conozco a otros como él y sé lo que pueden hacer. Me ha olfateado desde el principio, sabe que soy yo. Puede escuchar a mi corazón desbocándose de mi pecho, si yo puedo sentir como me golpea haciendo doler mi pecho, para él no son menos que estruendos en sus oídos. Y si algo le faltara para no saber en qué estado estoy, puede verme, no sólo a mi rostro dónde toda la ilusión se ha desaparecido, dónde no quedan rastros de alegría o vergüenza, sino dolor, un dolor que se refleja en mis lágrimas a punto de desbordarse. Los licántropos tienen la curiosa habilidad de ver colores alrededor de la gente, algo que denota sus estados de ánimo y su condición humana. Me horroriza pensar que sabe que tengo miedo. Pero lo estoy, estoy asustada, dolida, y quisiera besarlo y mostrarle todo lo que puedo hacer ahora. Que vea lo fuerte que soy, que sí pudo ver como hice al idiota retroceder… sino me hubiese traicionado y mentido desde adentro de mi propia cama.
Le doy una palmada en el trasero a la joven a mi lado que me ve sin entender que me ha detenido. – “Toma la otra entrada. Te veré adentro, o tal vez mañana.” – No le doy tiempo a que proteste. Sólo le pongo en la dirección correcta y mientras veo que se haya alejado salvamente, intento retroceder con una mano a la espalda dónde mis balas de plata se resguardan y mi mirada fija ante él. No sé qué quiere, no sé si esto es una mera casualidad, o no lo es. Pero necesito despejar las calles. No quiero testigos, pase lo que pase. Tampoco quiero esto ahora. ¡AHORA! Cuando me siento sola y vulnerable, parece que lo planeo. Y menos podría confiar en él. O volteo el rostro para saber cómo volver al caballo o mantengo mi mirada en él. No puedo hacer eso. Aún no es luna llena, pero tampoco esta tan lejos… Dios mío, no sé que hacer.
Arden Annice Gladstone- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 173
Fecha de inscripción : 10/05/2018
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Localización : París
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Datos de interés:
Re: La diabla/mi Santa [Arden Annice Gladstone]
Debería agradecer al olfato del otro puesto que sería imposible reconocer a la mujer vestida con esa indumentaria que llama mi atención porque algunas curvas femeninas se ocultan con habilidad. Seguro que traes algún tipo de corsé sobre los senos para evitar que la redondez sea visible, las caderas redondeadas han sido suplidas gracias a algún tipo de aditamento por esa forma tan cuadrada. Durante un instante siento nuestra frustración por querer admirarte al completo y tus estratagemas lo evitan. El marco da soporte a mi hombro antes de que cambie de posición dejando parte de la espalda apoyada en tanto llevo el vaso a mis labios para dar un pequeño trago al licor que es atrapado por mis papilas gustativas sintiendo la embriaguez propia del alcohol aunado a la fermentación propicia de la cebada.
Me pone necio verte, oler tu aroma nos provoca una vorágine de recuerdos en tu cama, cuidando de nuestra mujer en tanto tu padre y hermano te dejan en soledad, enferma. Estoy seguro que de saber las ideas que vagaban por mi mente, te hubieran llevado con ellos. Más el "hubiera" no existe por lo que estuve por horas despertando el deseo de mi virginal prometida, siendo atrevido en mis actuares provocando que esa inocente mirada tan propia de tus ojos se transformara en una de anhelo, que el rubor propio de la fiebre que te consumía se elevara con cada caricia sobre tu piel dulce y tierna. Eres el manjar al que desearía tener en cama y del que sería imposible aburrirme de su sabor. Cada respiración recortada, agitada, hacía que tus senos en mis manos se movieran seductores, provocativos para que mi boca bajara a degustarlos. Los párpados caen ocultando mi visión de tu ser para que mi mente esté sumergida en esos ayeres.
Dos años han pasado desde que me descubrieras. Veintiocho meses, doce días y horas en que tu ausencia ha calado hondo en mi existencia. Todo estaba orquestado en esos ayeres, el terreno adquirido, los planos elaborados para crear en ese sitio lo que sería la casa de tus sueños, de esa mujer que ahora pretende ser un pirata. Cada sonido de los artilugios que cuelgan de tus prendas encienden nuestro interés en ver qué hay debajo de esos ropajes. Y aún sabiendo de antemano lo que ocultan, queremos re descubrir tu cuerpo, ver cuánto cambió en estos veintiocho meses lejos de nosotros. Mi hermano mayor me increparía por esta necedad, esta obsesión que puede terminar fatal para mi existencia. Más debo verte por última vez, comprobar mis teorías y mi conclusión que es la que me motivó, me impulsó a tocar París a pesar de las advertencias por el movimiento constante de la Inquisición matando a todo aquél ajeno a lo que ellos consideran "puros".
Y aquí estás, mi busca-pleitos preferida aparece con hábiles andares para deshacerse de aquél que exige su presa, una que has marcado como propia y que por supuesto, vas a defender a capa y espada. Cada movimiento es perfecto para aquél al que le falta la pericia de la Gladstone. Disfruto de tu evolución, la admiro como puede hacerse con la vid que se convirtió en el mejor de los vinos. Donde hubo fuego queda la tentación, la nuestra por seguir probando esos, tus labios, perdernos en tus orbes y sentir tu calor entre las manos. Estamos locos de atar por semejante fémina que nos maneja a su antojo. Si tuvieras conciencia del poder que ejerces sobre nuestro ser, seguro te aprovecharías para colocar hilos en nuestras extremidades convirtiéndote así en la mejor titiritera de Londres. Mi diabla, mi demonio personal, mi droga favorita. Nuestro postre predilecto.
La pistola aparece con un brillo que capto con facilidad, orientada a los bajos del intruso. Es innecesario estar al lado de la prostituta para saber el pánico que embarga al sujeto, puedo aspirar su aroma a miedo como si fuera un afrodisíaco brutal porque tú lo provocas. Es tan sexy verte así, demostrando que eres una mujer independiente, que es fútil cualquier sentimiento de protección que posea en mi estómago al tiempo que opaco mis ansias por ayudar porque te defiendes sola. Por un instante se me olvida que te perdí, me deleito al mirar toda la escena como si fuera una obra de teatro donde eres la protagonista. Los pliegues de los labios se estiran mostrando mis dientes puesto que me divierte escuchar tu italiano, aún tiene ciertas fallas, deberé pulir tu pronunciación. Las toses son tu recurso para evitar que el hombre note que eres mujer. Si pudiera tener mi habilidad olfativa, estaría mucho más envalentonado. O quizá no, esa arma en tus manos delicadas a pesar de traer guantes es un peligro. Toda tú en sí, eres un peligro. Mi peligro personal y adictivo.
Uno que quiero comer con fresas y beber combinado con el vino tinto. Un merlot tendría el mismo sabor que tus líquidos más íntimos. Tan dulces que me da sed de sólo recordarlos. Doy el antepenúltimo trago observando que cada vez el whiskey es menos. Estoy tan sediento, sólo puedo apagar esta necesidad con tu boca, con tu saliva que tiene el gusto a gloria. La infame puta se atreve a probarla, a besar lo que es mío. Nuestro, repite el otro en mi mente exigiendo su sitio. El aire penetra por mis fosas nasales frío en tanto los olores son elegidos para que sólo quede ese, tu aroma, mi adicción. Me lleno de éste. Veintiocho meses sin ti, my darling. Veintiocho meses sin tu presencia. Es suficiente tormento ¿No crees, beautiful? Cuánto quisiera cerrar los ojos y empezar de nuevo. ¿Será posible poder decirte algún día que ya no eres nuestra más preciada presa? Negativo. Estaremos tras tus pasos cada vez que nos propongamos desequilibrar tu apariencia confiada, firme e independiente. Lo sé, lo sabemos. Estás ansiosa por nosotros. Estando a tu lado confirmé cada una de las premisas de que serías perfecta para mí, para él, para ambos.
Si me enseñaste cuán apreciada eres, no puedes ahora dar la espalda y esperar que nos consolemos con el aire, con los recuerdos, con la derrota. Estoy aquí para demostrarte que esta vez será diferente. Ya no hay lugar a ocultar lo que soy. En quién me he convertido en estos veintiocho meses alejado de tu presencia. Es justo, es necesario que enfrentes a quien endulzaste, a quien encandilaste e incendiaste con tu candor, con tus risas y palabras astutas. Te necesito a mi lado. Te queremos en casa, en la cama, en el comedor. Tu presencia es imprescindible en cada momento y lugar en que me encuentre. ¿Estoy perdido? Por supuesto. ¿Estoy obsesionado? Ni duda cabe. No sólo es Kendrick, también lo es el lobo. Esta noche quiero volver a verte y vivir contigo una aventura. Eso es lo que estoy haciendo y me vanaglorio por mi éxito rotundo. Encontrarte en la primera noche en París es una señal de que costará convencerte, más lo voy a lograr. Él me ayudará a envolverte en nuestra testosterona para que sea imposible tu escape. Esta vez tengo la ventaja, Annice. Esta vez voy con todo, con mi esencia al completo, con mi capacidad al ciento por ciento. Y una escapatoria será imposible.
Ron es lo que pides. Justo tendría que ser ron en tanto estoy degustando el último trago del whiskey, el cristal brilla llamando tu atención. Oculto en las sombras es imposible que puedas distinguir mi rostro, por lo que trago el líquido antes de impulsar mi cuerpo para dar un par de pasos siendo visible mi figura por la luz de las farolas del callejón. La palidez que te envuelve de pies a cabeza es notable, más es tu olor a miedo lo que fustiga mi instinto. ¿Por qué me temes? Deberías saber lo que has provocado en mí. En esta mente a la que le es imposible dejar que te alejes demasiado antes de que vuelva a atrapar tu recuerdo para atormentarme. Tu ofuscación es diametralmente opuesta a mi arrogancia cuando levanto el mentón para sonreír de lado con cinismo. Sí, heme aquí. El menor de los McGrath, el independiente e indolente pequeño que ha crecido en estos veintiocho meses. Que se ha aprovechado de toda oportunidad para hacer crecer su fortuna.
Heme aquí, my darling.
Mi aspiración es profunda, visible por cómo levanto los hombros hinchando el tórax al tiempo que cierro los ojos para deleitarme en tu miedo. En esas notas que me provocan dar un paso hacia ti para que no te quede duda que sí, voy a por ti. Vamos a cazarte. Vamos a llevarte a casa. Con la música de tus latidos desesperados doy el siguiente paso, me quedan diecinueve para llegar a estar frente a ti. Ese corazón tuyo va a ser despojado de tu pecho para consumirlo por nuestros colmillos hasta que sea de nuestra propiedad. El ambiente se torna húmedo, el olor propio de tus lágrimas es lo que me espolea para avanzar cinco pasos más. Catorce faltan, en tanto siento la urgencia por cubrir tu frágil cuerpo con mis fuertes brazos. He estado sin ti, en algo tenía que ocupar mi tiempo libre por lo que me dediqué en cuerpo y alma a los negocios, al igual que cuando no pude consolar nuestro libido con otras formas femeninas, con otros interiores húmedos, tuve que entrenar hasta la extenuación porque sólo así conciliaba el sueño.
Uno poblado por tus rasgos, por cada parte de tu piel que puedo rememorar como el mejor de todos los cuerpos que he tenido oportunidad de tocar. Ninguno se compara con la sedosidad de tu epidermis, my darling. La prostituta es despedida lo cual me viene bien a los planes. Sin testigos es mejor. Trece, doce, once, diez, cada vez estoy más cerca tuyo. Nada va a detener mi camino, no porque busques tu arma vas a amedrentarme. Ocho, siete, seis, basta de tonterías. Basta de estupideces, Annice. Mis dientes son comprimidos y restregados haciendo un sonido que puede escucharse en el callejón. Cuatro, tres, dos, ¿Ves mis ojos? ¿El placer que se acumula en ellos cuando tu aroma es todo lo que sobrevive en este sitio, donde ni siquiera los pestilentes olores de los vómitos y meados pueden ocultarlo? Eres mía. Eres nuestra. Nuestra altura es tu desventaja, heme aquí, Annice. He vuelto, mi paso es firme. Uno. La espalda forma una línea vertical ante tus ojos, mi barba se alza con fría determinación.
Mi diestra avienta con fuerza innecesaria el vaso estampando el vidrio contra la pared para que se haga añicos. El ruido desequilibra la atmósfera o puede que venga perfecto para que reacciones antes de que esa misma palma se pose en tu rostro con determinación, con una innegable muestra de cuánto necesité el roce de esa piel. Ese toque electrifica cada célula, cada terminación nerviosa y mi voz resuena ronca, exigente al tiempo que dominante, puesto que así es mi carácter y no pienso cambiarlo. Somos así, esta vez venimos sin disfraces, puros y sin subterfugios - heme aquí, ¿Creías que te dejaría ir? No cometeré tu error. Tendrás que matarme para que me aleje de ti. Veintiocho meses, doce días y veintidós horas sin ti. Di que no, Annice porque de lo contrario, devoraré tu boca como en los viejos tiempos. Di que no, my darling, porque vengo por lo que me pertenece - cero. Pegado a tu cuerpo, mi cabeza baja buscando lo que por todo ese tiempo he anhelado. El contacto de nuestras bocas como si el ayer no existiera. Como si no supieras que soy un lobo que te acecha como su más tierno cordero. Como el único menú que quiero. Que queremos, porque mi garou exige el contacto con o sin tu consentimiento. Para él, ya esperó demasiado por ti. Ya es tiempo de que vuelvas a su vera. A su manada donde tú eres la loba alfa. El ambiente se impregna con la testosterona que el otro suelta sin tapujos para contaminar tu mente, buscando tu respuesta femenina al ser cortejada por este obsesivo licántropo escocés.
Me pone necio verte, oler tu aroma nos provoca una vorágine de recuerdos en tu cama, cuidando de nuestra mujer en tanto tu padre y hermano te dejan en soledad, enferma. Estoy seguro que de saber las ideas que vagaban por mi mente, te hubieran llevado con ellos. Más el "hubiera" no existe por lo que estuve por horas despertando el deseo de mi virginal prometida, siendo atrevido en mis actuares provocando que esa inocente mirada tan propia de tus ojos se transformara en una de anhelo, que el rubor propio de la fiebre que te consumía se elevara con cada caricia sobre tu piel dulce y tierna. Eres el manjar al que desearía tener en cama y del que sería imposible aburrirme de su sabor. Cada respiración recortada, agitada, hacía que tus senos en mis manos se movieran seductores, provocativos para que mi boca bajara a degustarlos. Los párpados caen ocultando mi visión de tu ser para que mi mente esté sumergida en esos ayeres.
Dos años han pasado desde que me descubrieras. Veintiocho meses, doce días y horas en que tu ausencia ha calado hondo en mi existencia. Todo estaba orquestado en esos ayeres, el terreno adquirido, los planos elaborados para crear en ese sitio lo que sería la casa de tus sueños, de esa mujer que ahora pretende ser un pirata. Cada sonido de los artilugios que cuelgan de tus prendas encienden nuestro interés en ver qué hay debajo de esos ropajes. Y aún sabiendo de antemano lo que ocultan, queremos re descubrir tu cuerpo, ver cuánto cambió en estos veintiocho meses lejos de nosotros. Mi hermano mayor me increparía por esta necedad, esta obsesión que puede terminar fatal para mi existencia. Más debo verte por última vez, comprobar mis teorías y mi conclusión que es la que me motivó, me impulsó a tocar París a pesar de las advertencias por el movimiento constante de la Inquisición matando a todo aquél ajeno a lo que ellos consideran "puros".
Y aquí estás, mi busca-pleitos preferida aparece con hábiles andares para deshacerse de aquél que exige su presa, una que has marcado como propia y que por supuesto, vas a defender a capa y espada. Cada movimiento es perfecto para aquél al que le falta la pericia de la Gladstone. Disfruto de tu evolución, la admiro como puede hacerse con la vid que se convirtió en el mejor de los vinos. Donde hubo fuego queda la tentación, la nuestra por seguir probando esos, tus labios, perdernos en tus orbes y sentir tu calor entre las manos. Estamos locos de atar por semejante fémina que nos maneja a su antojo. Si tuvieras conciencia del poder que ejerces sobre nuestro ser, seguro te aprovecharías para colocar hilos en nuestras extremidades convirtiéndote así en la mejor titiritera de Londres. Mi diabla, mi demonio personal, mi droga favorita. Nuestro postre predilecto.
La pistola aparece con un brillo que capto con facilidad, orientada a los bajos del intruso. Es innecesario estar al lado de la prostituta para saber el pánico que embarga al sujeto, puedo aspirar su aroma a miedo como si fuera un afrodisíaco brutal porque tú lo provocas. Es tan sexy verte así, demostrando que eres una mujer independiente, que es fútil cualquier sentimiento de protección que posea en mi estómago al tiempo que opaco mis ansias por ayudar porque te defiendes sola. Por un instante se me olvida que te perdí, me deleito al mirar toda la escena como si fuera una obra de teatro donde eres la protagonista. Los pliegues de los labios se estiran mostrando mis dientes puesto que me divierte escuchar tu italiano, aún tiene ciertas fallas, deberé pulir tu pronunciación. Las toses son tu recurso para evitar que el hombre note que eres mujer. Si pudiera tener mi habilidad olfativa, estaría mucho más envalentonado. O quizá no, esa arma en tus manos delicadas a pesar de traer guantes es un peligro. Toda tú en sí, eres un peligro. Mi peligro personal y adictivo.
Uno que quiero comer con fresas y beber combinado con el vino tinto. Un merlot tendría el mismo sabor que tus líquidos más íntimos. Tan dulces que me da sed de sólo recordarlos. Doy el antepenúltimo trago observando que cada vez el whiskey es menos. Estoy tan sediento, sólo puedo apagar esta necesidad con tu boca, con tu saliva que tiene el gusto a gloria. La infame puta se atreve a probarla, a besar lo que es mío. Nuestro, repite el otro en mi mente exigiendo su sitio. El aire penetra por mis fosas nasales frío en tanto los olores son elegidos para que sólo quede ese, tu aroma, mi adicción. Me lleno de éste. Veintiocho meses sin ti, my darling. Veintiocho meses sin tu presencia. Es suficiente tormento ¿No crees, beautiful? Cuánto quisiera cerrar los ojos y empezar de nuevo. ¿Será posible poder decirte algún día que ya no eres nuestra más preciada presa? Negativo. Estaremos tras tus pasos cada vez que nos propongamos desequilibrar tu apariencia confiada, firme e independiente. Lo sé, lo sabemos. Estás ansiosa por nosotros. Estando a tu lado confirmé cada una de las premisas de que serías perfecta para mí, para él, para ambos.
Si me enseñaste cuán apreciada eres, no puedes ahora dar la espalda y esperar que nos consolemos con el aire, con los recuerdos, con la derrota. Estoy aquí para demostrarte que esta vez será diferente. Ya no hay lugar a ocultar lo que soy. En quién me he convertido en estos veintiocho meses alejado de tu presencia. Es justo, es necesario que enfrentes a quien endulzaste, a quien encandilaste e incendiaste con tu candor, con tus risas y palabras astutas. Te necesito a mi lado. Te queremos en casa, en la cama, en el comedor. Tu presencia es imprescindible en cada momento y lugar en que me encuentre. ¿Estoy perdido? Por supuesto. ¿Estoy obsesionado? Ni duda cabe. No sólo es Kendrick, también lo es el lobo. Esta noche quiero volver a verte y vivir contigo una aventura. Eso es lo que estoy haciendo y me vanaglorio por mi éxito rotundo. Encontrarte en la primera noche en París es una señal de que costará convencerte, más lo voy a lograr. Él me ayudará a envolverte en nuestra testosterona para que sea imposible tu escape. Esta vez tengo la ventaja, Annice. Esta vez voy con todo, con mi esencia al completo, con mi capacidad al ciento por ciento. Y una escapatoria será imposible.
Ron es lo que pides. Justo tendría que ser ron en tanto estoy degustando el último trago del whiskey, el cristal brilla llamando tu atención. Oculto en las sombras es imposible que puedas distinguir mi rostro, por lo que trago el líquido antes de impulsar mi cuerpo para dar un par de pasos siendo visible mi figura por la luz de las farolas del callejón. La palidez que te envuelve de pies a cabeza es notable, más es tu olor a miedo lo que fustiga mi instinto. ¿Por qué me temes? Deberías saber lo que has provocado en mí. En esta mente a la que le es imposible dejar que te alejes demasiado antes de que vuelva a atrapar tu recuerdo para atormentarme. Tu ofuscación es diametralmente opuesta a mi arrogancia cuando levanto el mentón para sonreír de lado con cinismo. Sí, heme aquí. El menor de los McGrath, el independiente e indolente pequeño que ha crecido en estos veintiocho meses. Que se ha aprovechado de toda oportunidad para hacer crecer su fortuna.
Heme aquí, my darling.
Mi aspiración es profunda, visible por cómo levanto los hombros hinchando el tórax al tiempo que cierro los ojos para deleitarme en tu miedo. En esas notas que me provocan dar un paso hacia ti para que no te quede duda que sí, voy a por ti. Vamos a cazarte. Vamos a llevarte a casa. Con la música de tus latidos desesperados doy el siguiente paso, me quedan diecinueve para llegar a estar frente a ti. Ese corazón tuyo va a ser despojado de tu pecho para consumirlo por nuestros colmillos hasta que sea de nuestra propiedad. El ambiente se torna húmedo, el olor propio de tus lágrimas es lo que me espolea para avanzar cinco pasos más. Catorce faltan, en tanto siento la urgencia por cubrir tu frágil cuerpo con mis fuertes brazos. He estado sin ti, en algo tenía que ocupar mi tiempo libre por lo que me dediqué en cuerpo y alma a los negocios, al igual que cuando no pude consolar nuestro libido con otras formas femeninas, con otros interiores húmedos, tuve que entrenar hasta la extenuación porque sólo así conciliaba el sueño.
Uno poblado por tus rasgos, por cada parte de tu piel que puedo rememorar como el mejor de todos los cuerpos que he tenido oportunidad de tocar. Ninguno se compara con la sedosidad de tu epidermis, my darling. La prostituta es despedida lo cual me viene bien a los planes. Sin testigos es mejor. Trece, doce, once, diez, cada vez estoy más cerca tuyo. Nada va a detener mi camino, no porque busques tu arma vas a amedrentarme. Ocho, siete, seis, basta de tonterías. Basta de estupideces, Annice. Mis dientes son comprimidos y restregados haciendo un sonido que puede escucharse en el callejón. Cuatro, tres, dos, ¿Ves mis ojos? ¿El placer que se acumula en ellos cuando tu aroma es todo lo que sobrevive en este sitio, donde ni siquiera los pestilentes olores de los vómitos y meados pueden ocultarlo? Eres mía. Eres nuestra. Nuestra altura es tu desventaja, heme aquí, Annice. He vuelto, mi paso es firme. Uno. La espalda forma una línea vertical ante tus ojos, mi barba se alza con fría determinación.
Mi diestra avienta con fuerza innecesaria el vaso estampando el vidrio contra la pared para que se haga añicos. El ruido desequilibra la atmósfera o puede que venga perfecto para que reacciones antes de que esa misma palma se pose en tu rostro con determinación, con una innegable muestra de cuánto necesité el roce de esa piel. Ese toque electrifica cada célula, cada terminación nerviosa y mi voz resuena ronca, exigente al tiempo que dominante, puesto que así es mi carácter y no pienso cambiarlo. Somos así, esta vez venimos sin disfraces, puros y sin subterfugios - heme aquí, ¿Creías que te dejaría ir? No cometeré tu error. Tendrás que matarme para que me aleje de ti. Veintiocho meses, doce días y veintidós horas sin ti. Di que no, Annice porque de lo contrario, devoraré tu boca como en los viejos tiempos. Di que no, my darling, porque vengo por lo que me pertenece - cero. Pegado a tu cuerpo, mi cabeza baja buscando lo que por todo ese tiempo he anhelado. El contacto de nuestras bocas como si el ayer no existiera. Como si no supieras que soy un lobo que te acecha como su más tierno cordero. Como el único menú que quiero. Que queremos, porque mi garou exige el contacto con o sin tu consentimiento. Para él, ya esperó demasiado por ti. Ya es tiempo de que vuelvas a su vera. A su manada donde tú eres la loba alfa. El ambiente se impregna con la testosterona que el otro suelta sin tapujos para contaminar tu mente, buscando tu respuesta femenina al ser cortejada por este obsesivo licántropo escocés.
Kendrick McGrath- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 02/06/2018
Re: La diabla/mi Santa [Arden Annice Gladstone]
Juraría que estoy respirando, sé que inspiro profundo mientras intento recobrar el control de mis músculos, pero no siento que el aire me llegue a los pulmones. Me estoy ahogando. Me ahogo. No puedo respirar. Trago saliva, mi garganta esta tan seca que asumo que eso es lo que impide que el oxígeno llegue a sus su destino; claramente sé que no es eso; pero no puedo respirar.
Todos y cada uno de los sellos que custodian el cofre dónde escondí todo lo que provocaba en mí se rompen como papel mojado en cada paso que da. Un paso, una llave se gira. Segundo pasos, las puertas se abren. Tercer paso, un muro se derrumba. Cuarto paso, un criptex es hackeado y mi alma queda descubierta. Dios mío, ya no lo dejes avanzar. Por favor que no sea él. Pido lo imposible una y otra vez mientras lento levo mi mano a la espalda buscando mi arma. Sólo de las dos grandes pistolas cargo conmigo hoy. No esperaba enfrentarme a un licántropo aún, después de todo, falta una noche para que la luna este en su esplendor. Una sola bala de plata es todo lo que necesito. Respiro…
Sus ojos brillan en un azul tan intenso que parecen dos estrellas de color añil que se intensifican hacia a mí. ¿Por qué haces esto? ¿Por qué te empeñas en destruir lo poco que queda de mí? ¿Por qué ahora que no tengo fuerzas en el cuerpo para combatir un dolor tan intenso? ¿Por qué sigues caminando? Y te regodeas, ¡Te regodeas hijodemilputa!; tus colmillos se asoman recordándome lo que eres, no dejando pasar un recuerdo agradable por mi mente, más que el encuentro final dónde no tuve el coraje de hacer lo que hoy debo. Como si realmente creyera que puedo hacerlo hoy.
La primera vez que mi padre me subió a una barra no me dejó bajar hasta que logre 50 flexiones de brazos. Cualquiera diría que desde que mi madre murió es un desalmado, pero tenía una simple razón; necesitaba la fuerza en los brazos para sostener un arma de tal peso y envergadura como la que cargo, de la misma manera que la necesitaba para que el impulso en el machete no se quedara a mitad de camino al cortar cabezas. Aun así tomo el arma entre nosotros, trato de marcar distancia, ¿Por qué pesa tanto? ¿Por qué mis músculos tiemblan? ¿Dónde queda mi fuerza cuando tú me consumes en una sola mirada? Las lágrimas de dolor se convierten en rabia y aunque mi mano aun tiembla, junto el valor para dejar salir mi voz en un exabrupto. No es valor, es más temor escondido. Cuando alguien teme toma dos cursos de acción: Huye; definitivamente no mi estilo. O comete la estupidez de envalentonarse hacia el plácido camino de la gloria. Aunque esta no siempre se disfruta en vida.
El ruido del vaso contra la pared, el vidrio rompiéndose con tal violencia me impulsa a gritar: - “¡Aléjate!” – Y sin embargo soy yo quién lo hace. Retrocedo dos pasos prudenciales. Mil no serían suficientes, pero me siento desarmada en todo mi poder. Bien complacida me encontraba hace solo unos meros instantes con un idiota borracho, y ahora un solo hombre, sobrio y sin armamento me intimida. Peor, es mucho peor, soy su presa. Me tiene exactamente como me quiere y no puedo reaccionar. Sé perfectamente lo que está logrando en mí y no puedo reaccionar. Muerdo mi lengua con la intensidad que la hago sangrar. Poco, pero ahí está el sabor dulce con un leve roce de metal inundándome la boca. El dolor es mi motivación. Guardo el arma. Soy cazadora, no presa, no tengo porque sentirme amenazada.
¿No cometerás mi error? ¡Pendejo! ¡¿Pero qué te has creído?! Tal vez te mate sólo por bocafloja. ¿Cómo te atreves? Y entonces mi corazón da un salto, se detiene por completo hasta que mi mente termina de escuchar cada letra de cada palabra de la frase. Recuerda cada día sin mí, y yo sin ti. Más dañino, remueves las entrañas de mi cuerpo haciendo sangrar la herida otra vez. Es cien veces más funesto… llevas la cuenta. Lleva la cuenta exacta desde que perdone su existencia, porque se presa de los bajos instintos de un asesino, no puede ser vida. Puedo perdonar su condición; porque quiero creer que no lo ha elegido. Pero jamás voy a perdonar la traición. La mentira, como me engañaste para que tenerme antes de que me prometieras tu amor impuro frente a Dios.
El aire vuelve a mis pulmones, me sonrío para mí misma mientras agacho la mirada acomodando elegantemente mi sombrero. – “Tu última noche, lobo; yo que tú me la aprovecho de putas y alcohol, no sea que tengas la mala suerte de cruzarte conmigo mañana.” – El inglés es más frío, más agresivo, impositivo y directo. Es el idioma en el que su acento resonaba tan dulce y graciosamente en mis oídos; pero no más. Soy el depredador y en todo este tiempo, de lo más alto en la cadena trófica de la existencia. – “Muévete, tengo cosas que hacer e idiotas que cazar. No te confíes de mi clemencia dos veces, porque no la tendrás.”
Sé muy bien que estoy en desventaja, pero ya no siento miedo, siento una rabia vigorizante que me llena de energía y valor para deshacerme del demonio en persona, en este mismo instante. ¿Es rabia? Si… no. Vuelvo a verlo y sé que hace trampa. Sé que usa todo en su poder para tenerme dónde quiera. Y vuelvo a cruzar miradas, el peor error… Sus labios son la fuente de todo el placer que mi cuerpo alguna vez sintió, sus ojos la mirada que me mantiene taciturna en el onírico deseo de volverlo a ver, su piel, tan, tan, ¡tan! Tentadora. Quiero morderlo. Maldición quiero que él me muerda a mí; justo mientras siento que mi labio inferior se deja caer separándose del superior y el aliento cálido rozándoles me recuerda a su boca contra la mía. No doy más de un paso quedando paralela a su cuerpo y es el punto más débil e incluso algo lastimado de mi cuerpo. Si me ataca ahora no podría soportarlo. El peso, su tamaño, el mal equilibrio en estas botas, el maldito deseo ardiendo dentro de mí buscando sentir su masculinidad una vez más.
*Tómame* ¿Por qué me hago esto a mí misma? El sabor a sangre se pierde en mi boca enrojeciendo levemente el interior del labio de abajo. Respira… Respira… Respiro. Pero no puedo dejar de verlo.
Todos y cada uno de los sellos que custodian el cofre dónde escondí todo lo que provocaba en mí se rompen como papel mojado en cada paso que da. Un paso, una llave se gira. Segundo pasos, las puertas se abren. Tercer paso, un muro se derrumba. Cuarto paso, un criptex es hackeado y mi alma queda descubierta. Dios mío, ya no lo dejes avanzar. Por favor que no sea él. Pido lo imposible una y otra vez mientras lento levo mi mano a la espalda buscando mi arma. Sólo de las dos grandes pistolas cargo conmigo hoy. No esperaba enfrentarme a un licántropo aún, después de todo, falta una noche para que la luna este en su esplendor. Una sola bala de plata es todo lo que necesito. Respiro…
Sus ojos brillan en un azul tan intenso que parecen dos estrellas de color añil que se intensifican hacia a mí. ¿Por qué haces esto? ¿Por qué te empeñas en destruir lo poco que queda de mí? ¿Por qué ahora que no tengo fuerzas en el cuerpo para combatir un dolor tan intenso? ¿Por qué sigues caminando? Y te regodeas, ¡Te regodeas hijodemilputa!; tus colmillos se asoman recordándome lo que eres, no dejando pasar un recuerdo agradable por mi mente, más que el encuentro final dónde no tuve el coraje de hacer lo que hoy debo. Como si realmente creyera que puedo hacerlo hoy.
La primera vez que mi padre me subió a una barra no me dejó bajar hasta que logre 50 flexiones de brazos. Cualquiera diría que desde que mi madre murió es un desalmado, pero tenía una simple razón; necesitaba la fuerza en los brazos para sostener un arma de tal peso y envergadura como la que cargo, de la misma manera que la necesitaba para que el impulso en el machete no se quedara a mitad de camino al cortar cabezas. Aun así tomo el arma entre nosotros, trato de marcar distancia, ¿Por qué pesa tanto? ¿Por qué mis músculos tiemblan? ¿Dónde queda mi fuerza cuando tú me consumes en una sola mirada? Las lágrimas de dolor se convierten en rabia y aunque mi mano aun tiembla, junto el valor para dejar salir mi voz en un exabrupto. No es valor, es más temor escondido. Cuando alguien teme toma dos cursos de acción: Huye; definitivamente no mi estilo. O comete la estupidez de envalentonarse hacia el plácido camino de la gloria. Aunque esta no siempre se disfruta en vida.
El ruido del vaso contra la pared, el vidrio rompiéndose con tal violencia me impulsa a gritar: - “¡Aléjate!” – Y sin embargo soy yo quién lo hace. Retrocedo dos pasos prudenciales. Mil no serían suficientes, pero me siento desarmada en todo mi poder. Bien complacida me encontraba hace solo unos meros instantes con un idiota borracho, y ahora un solo hombre, sobrio y sin armamento me intimida. Peor, es mucho peor, soy su presa. Me tiene exactamente como me quiere y no puedo reaccionar. Sé perfectamente lo que está logrando en mí y no puedo reaccionar. Muerdo mi lengua con la intensidad que la hago sangrar. Poco, pero ahí está el sabor dulce con un leve roce de metal inundándome la boca. El dolor es mi motivación. Guardo el arma. Soy cazadora, no presa, no tengo porque sentirme amenazada.
¿No cometerás mi error? ¡Pendejo! ¡¿Pero qué te has creído?! Tal vez te mate sólo por bocafloja. ¿Cómo te atreves? Y entonces mi corazón da un salto, se detiene por completo hasta que mi mente termina de escuchar cada letra de cada palabra de la frase. Recuerda cada día sin mí, y yo sin ti. Más dañino, remueves las entrañas de mi cuerpo haciendo sangrar la herida otra vez. Es cien veces más funesto… llevas la cuenta. Lleva la cuenta exacta desde que perdone su existencia, porque se presa de los bajos instintos de un asesino, no puede ser vida. Puedo perdonar su condición; porque quiero creer que no lo ha elegido. Pero jamás voy a perdonar la traición. La mentira, como me engañaste para que tenerme antes de que me prometieras tu amor impuro frente a Dios.
El aire vuelve a mis pulmones, me sonrío para mí misma mientras agacho la mirada acomodando elegantemente mi sombrero. – “Tu última noche, lobo; yo que tú me la aprovecho de putas y alcohol, no sea que tengas la mala suerte de cruzarte conmigo mañana.” – El inglés es más frío, más agresivo, impositivo y directo. Es el idioma en el que su acento resonaba tan dulce y graciosamente en mis oídos; pero no más. Soy el depredador y en todo este tiempo, de lo más alto en la cadena trófica de la existencia. – “Muévete, tengo cosas que hacer e idiotas que cazar. No te confíes de mi clemencia dos veces, porque no la tendrás.”
Sé muy bien que estoy en desventaja, pero ya no siento miedo, siento una rabia vigorizante que me llena de energía y valor para deshacerme del demonio en persona, en este mismo instante. ¿Es rabia? Si… no. Vuelvo a verlo y sé que hace trampa. Sé que usa todo en su poder para tenerme dónde quiera. Y vuelvo a cruzar miradas, el peor error… Sus labios son la fuente de todo el placer que mi cuerpo alguna vez sintió, sus ojos la mirada que me mantiene taciturna en el onírico deseo de volverlo a ver, su piel, tan, tan, ¡tan! Tentadora. Quiero morderlo. Maldición quiero que él me muerda a mí; justo mientras siento que mi labio inferior se deja caer separándose del superior y el aliento cálido rozándoles me recuerda a su boca contra la mía. No doy más de un paso quedando paralela a su cuerpo y es el punto más débil e incluso algo lastimado de mi cuerpo. Si me ataca ahora no podría soportarlo. El peso, su tamaño, el mal equilibrio en estas botas, el maldito deseo ardiendo dentro de mí buscando sentir su masculinidad una vez más.
*Tómame* ¿Por qué me hago esto a mí misma? El sabor a sangre se pierde en mi boca enrojeciendo levemente el interior del labio de abajo. Respira… Respira… Respiro. Pero no puedo dejar de verlo.
Arden Annice Gladstone- Cazador Clase Alta
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Re: La diabla/mi Santa [Arden Annice Gladstone]
Por más de veintitrés meses estuve disimulando, ocultando mi naturaleza de forma magistral ante tus ojos y los de tus pares. Todos los que consideraban que podrían cazar a los de mi especie fueron engañados en sus mismos orígenes. ¿Costó? Por supuesto que fue difícil, hubo más veces de las que puedo recordar que estuve a punto de descubrir mi verdadera esencia. Eras mi diosa y por ti podría morir en cualquier momento si me lo pidieras. Es por ello que hice un pacto con el diablo para reencontrarme contigo, en tu camino me entrometí sin dudar que para el resto de los hombres sería imposible quitar la marca que dejé en tu cuerpo, en esa mente astuta y macabra que encontraba exquisita cuando tenías que armar cualquier estrategia para una cacería. Verte vestida para la acción es una de mis máximas fantasías sexuales.
¿Quieres que me aleje? ¿Que nos vayamos de tu lado? Ya lo hicimos todo este tiempo. ¿Acaso crees que vamos a amedrentarnos por tus exigencias? Para eso estamos, para derretir tu carácter entre nuestros brazos, con nuestro aliento contra tu boca para devorar cada parte de ésta. Le ofreceremos el alma entera a Lucifer si la pidiese a cambio de derribar tus paredes, esas que te rodean y que te protegen. O al menos, es lo que en tu idiosincrasia crees que podrá detenernos. ¡Oh no, my darling! No te será tan fácil deshacerte de nosotros. Puede que te ocultes en un pajar, más su olfato y mi mente son infalibles. Estaremos jalando de tu brazo para sacarte de donde te escondas para después, castigarte por tus osadías. ¿Crees que puedes derrotarnos? Para eso tendrás que matarnos, los tres sabemos que no puedes. Que te es imposible cuando estar frente a ti produce que tus latidos delaten tu imposibilidad, puedo escucharlos como la percusión que nos atrae irremediablemente.
Un aroma nos fustiga a continuar, el de tu rojo elixir que nos atrae más que nunca. Si tu fragancia es abrumadora, el de tu sangre nos obliga a dar todos los pasos necesarios para amedrentarte, es el mazo que necesitamos para golpear cada pared hasta dejar cimientos y aún así, pisarlos hasta convertirlos en polvo con la fuerza que la licantropía nos ha bendecido. Esta vez, Annice, no estás frente al ecuánime Kendrik. Oh no. Estás ante el pequeño de los McGrath. El lobo gamma de la manada, donde podría exigir el puesto de beta de ser de mi interés. Más no hay nada que deseé más que tú. Que deseemos más que tenerte al alcance de la mano, que puedas sentir cómo su garra te toma sin permitir que escapes. Esta vez es diferente, si considerabas encantador y opresivo al humano, tienes que ver lo que es la combinación de hombre y lobo. Uno que está dejando suelta su testosterona para que tus estrógenos hagan revuelo provocando lo que para nosotros será el mejor manjar de todos: tus líquidos más íntimos.
Evades nuestra mirada, te acomodas con esos modales propios de tu educación el sombrero, más hay algo que ni siquiera con los mejores tutores se aprende: esa elegancia y la presencia que tienes que nos incita para estar a tu lado y seguir deleitándonos en cada movimiento de tu cuerpo. Deseando apoderarnos de ti, de tu esencia, tu cuerpo, tu alma. ¿Qué harás el día que te muerda, Annice? ¿Qué harás cuando el lobo te marque como suya por completo tornando tu cuerpo en lo que debiera ser su compañera? Nuestra, por supuesto. Porque gozaré contigo en la humanidad en tanto él lo hace en la licantropía. Este es nuestro pacto más oscuro, más profundo y el que cumpliremos en cuanto tengamos oportunidad. Sí, debieras escapar de una vez por todas más te quedas en tu sitio sin que puedas comprender el por qué. Nosotros sí lo sabemos, estás tan o más ansiosa que nosotros por reunirnos de nuevo. Donde hubo fuego, cenizas quedan, dicen. Y esta vez crearemos una chispa tal que incendiará los valles, las montañas y los bosques hasta que sea imposible que se apague consumiendo tus tapujos, tus pudores, tus tabúes. Seremos uno, Annice. Seremos uno.
Es tu voz la que suena débil, la envuelves en ese tono tan autoritario que en lugar de amedrentar, nos excita. Te sonreímos, lobo y hombre, bestia y humano al tiempo que los labios del mortal se hacen a un lado para mostrar los colmillos afilados de la bestia puesto que mientras más cerca esté la luna de brillar en todo lo alto, mayores son los cambios físicos del lobo en mi ser. Por eso me alejaba de ti para esos tiempos, los constantes pretextos no te parecieron extraños porque tú tampoco estabas al alcance de la mano buscando tu venganza. Tu cacería es tu mayor atractivo y tu peor defecto ¿Lo sabes? Te hace predecible. Si pudiera creerte estaría lejos de tu presencia. ¿Mañana vas a matarme? Y me sonrío más, mucho más. Alzo el mentón aprovechando que soy más alto que tú, ni siquiera esos ridículos tacones pueden ponerte a mi nivel - cuando la conciencia es muy bruta se puede creer que lo que hoy no es, mañana será - mi voz rompe el silencio que queda después de tus palabras. La arrogancia es uno de mis atributos y defectos, lo sabes. ¿Creer que tus palabras son ciertas? Por supuesto que estás equivocada. Mi mano sujeta tu camisa por el pecho obligando a que ese sombrero caiga al piso antes de elevarte en peso.
Tan fácil, tan sencillo, tanta fuerza desperdiciada durante esos veintitrés meses que estuvimos juntos sin dejar que la apreciaras, en tanto mis ojos se derriten con la sorpresa de tu rostro regodeándose y satisfaciéndose en el temor que el otro huele. Recorro tu cuello en ascenso hasta terminar en tu sien aún sujetándote sin esfuerzo, dejando que mis músculos se marquen bajo la gabardina - eres mi diosa, Annice, mi argenta santa y por ti hasta muero si lo pidieras. Más no pidas que me aleje porque no tienes la fuerza para obligarme y todos aquí sabemos, que no quieres. Tanto como que puedo oler tu aroma a estrógeno respondiendo a mi testosterona, eres mía, lo sabes, lo sabe el lobo, lo sé como humano. Y te lo dije, que dijeras que "no", ahora es tarde - mi brazo libre rodea tu cintura para sostener tu altura donde la quiero, donde estás accesible, my darling. En el lugar y el momento exacto, donde mi sonrisa se torna lobuna, con un gesto más seductor y agresivo por igual, como si quisiera comerte y eso hago.
¡Y qué placer es devorarte!
Mi boca busca la tuya hasta alcanzarla, sostenida por las caderas, suelto tu camisa para tomar tus cabellos enredando tus rizos entre mis falanges para contener cualquier movimiento que busque evitar el contacto, acaricio tus labios con los míos, suave, delicado, dulce hasta que el sabor de tu sangre que permanece en el pliegue inferior de tu boca intoxica mis papilas gustativas al tiempo que mi lengua busca conquistar, poseyendo tu territorio, avanzando por éste sin que tenga alguna resistencia, se adentra en tu oquedad relamiendo tu sabor. Mis pulmones se hinchan por el aspirar profundo que me provocas porque pierdo la respiración con sólo este contacto. Eres adictiva. Mi mano te sostiene de las caderas pegándote más a este cuerpo que estuvo estos veintiocho meses sin ti y en algo tenía que ocupar el tiempo para no estar desquiciado pensando en tus recuerdos. ¿Puedes sentir cómo he ensanchado los músculos? ¿Cómo soy más fuerte?
Mi lengua demanda que respondas, que correspondas este atrevimiento donde ya pedí permiso, ahora sólo quedará pedir perdón. Tu perdón, mi diosa argenta. Aquella que me conmina a bajar la mano que sostiene tu nuca hasta tu espalda en tanto la otra corre hasta la corva de tus rodillas para cargarte como si de una princesa se tratara. Eres eso, mi princesa, mi diosa, mi amante, mi todo. Eres nuestra. ¿Acaso pensaste que sería diferente cuando nuestros caminos se encontraran? Tu respuesta a mi caricia lo confirma - mía, tan mía como siempre ha sido, es y será. Nuestra, Annice, eres nuestra - y esta vez la voz del lobo se entremezcla con la mía haciendo más sobrenatural y gutural el sonido que llega a tus oídos antes de que el beso tranquilo y suave se torne ahora apasionado y violento, queriendo devorarte, consumirte y quemarte en el fuego que desatas todas las amarras de nuestro instinto primario.
¿Quieres que me aleje? ¿Que nos vayamos de tu lado? Ya lo hicimos todo este tiempo. ¿Acaso crees que vamos a amedrentarnos por tus exigencias? Para eso estamos, para derretir tu carácter entre nuestros brazos, con nuestro aliento contra tu boca para devorar cada parte de ésta. Le ofreceremos el alma entera a Lucifer si la pidiese a cambio de derribar tus paredes, esas que te rodean y que te protegen. O al menos, es lo que en tu idiosincrasia crees que podrá detenernos. ¡Oh no, my darling! No te será tan fácil deshacerte de nosotros. Puede que te ocultes en un pajar, más su olfato y mi mente son infalibles. Estaremos jalando de tu brazo para sacarte de donde te escondas para después, castigarte por tus osadías. ¿Crees que puedes derrotarnos? Para eso tendrás que matarnos, los tres sabemos que no puedes. Que te es imposible cuando estar frente a ti produce que tus latidos delaten tu imposibilidad, puedo escucharlos como la percusión que nos atrae irremediablemente.
Un aroma nos fustiga a continuar, el de tu rojo elixir que nos atrae más que nunca. Si tu fragancia es abrumadora, el de tu sangre nos obliga a dar todos los pasos necesarios para amedrentarte, es el mazo que necesitamos para golpear cada pared hasta dejar cimientos y aún así, pisarlos hasta convertirlos en polvo con la fuerza que la licantropía nos ha bendecido. Esta vez, Annice, no estás frente al ecuánime Kendrik. Oh no. Estás ante el pequeño de los McGrath. El lobo gamma de la manada, donde podría exigir el puesto de beta de ser de mi interés. Más no hay nada que deseé más que tú. Que deseemos más que tenerte al alcance de la mano, que puedas sentir cómo su garra te toma sin permitir que escapes. Esta vez es diferente, si considerabas encantador y opresivo al humano, tienes que ver lo que es la combinación de hombre y lobo. Uno que está dejando suelta su testosterona para que tus estrógenos hagan revuelo provocando lo que para nosotros será el mejor manjar de todos: tus líquidos más íntimos.
Evades nuestra mirada, te acomodas con esos modales propios de tu educación el sombrero, más hay algo que ni siquiera con los mejores tutores se aprende: esa elegancia y la presencia que tienes que nos incita para estar a tu lado y seguir deleitándonos en cada movimiento de tu cuerpo. Deseando apoderarnos de ti, de tu esencia, tu cuerpo, tu alma. ¿Qué harás el día que te muerda, Annice? ¿Qué harás cuando el lobo te marque como suya por completo tornando tu cuerpo en lo que debiera ser su compañera? Nuestra, por supuesto. Porque gozaré contigo en la humanidad en tanto él lo hace en la licantropía. Este es nuestro pacto más oscuro, más profundo y el que cumpliremos en cuanto tengamos oportunidad. Sí, debieras escapar de una vez por todas más te quedas en tu sitio sin que puedas comprender el por qué. Nosotros sí lo sabemos, estás tan o más ansiosa que nosotros por reunirnos de nuevo. Donde hubo fuego, cenizas quedan, dicen. Y esta vez crearemos una chispa tal que incendiará los valles, las montañas y los bosques hasta que sea imposible que se apague consumiendo tus tapujos, tus pudores, tus tabúes. Seremos uno, Annice. Seremos uno.
Es tu voz la que suena débil, la envuelves en ese tono tan autoritario que en lugar de amedrentar, nos excita. Te sonreímos, lobo y hombre, bestia y humano al tiempo que los labios del mortal se hacen a un lado para mostrar los colmillos afilados de la bestia puesto que mientras más cerca esté la luna de brillar en todo lo alto, mayores son los cambios físicos del lobo en mi ser. Por eso me alejaba de ti para esos tiempos, los constantes pretextos no te parecieron extraños porque tú tampoco estabas al alcance de la mano buscando tu venganza. Tu cacería es tu mayor atractivo y tu peor defecto ¿Lo sabes? Te hace predecible. Si pudiera creerte estaría lejos de tu presencia. ¿Mañana vas a matarme? Y me sonrío más, mucho más. Alzo el mentón aprovechando que soy más alto que tú, ni siquiera esos ridículos tacones pueden ponerte a mi nivel - cuando la conciencia es muy bruta se puede creer que lo que hoy no es, mañana será - mi voz rompe el silencio que queda después de tus palabras. La arrogancia es uno de mis atributos y defectos, lo sabes. ¿Creer que tus palabras son ciertas? Por supuesto que estás equivocada. Mi mano sujeta tu camisa por el pecho obligando a que ese sombrero caiga al piso antes de elevarte en peso.
Tan fácil, tan sencillo, tanta fuerza desperdiciada durante esos veintitrés meses que estuvimos juntos sin dejar que la apreciaras, en tanto mis ojos se derriten con la sorpresa de tu rostro regodeándose y satisfaciéndose en el temor que el otro huele. Recorro tu cuello en ascenso hasta terminar en tu sien aún sujetándote sin esfuerzo, dejando que mis músculos se marquen bajo la gabardina - eres mi diosa, Annice, mi argenta santa y por ti hasta muero si lo pidieras. Más no pidas que me aleje porque no tienes la fuerza para obligarme y todos aquí sabemos, que no quieres. Tanto como que puedo oler tu aroma a estrógeno respondiendo a mi testosterona, eres mía, lo sabes, lo sabe el lobo, lo sé como humano. Y te lo dije, que dijeras que "no", ahora es tarde - mi brazo libre rodea tu cintura para sostener tu altura donde la quiero, donde estás accesible, my darling. En el lugar y el momento exacto, donde mi sonrisa se torna lobuna, con un gesto más seductor y agresivo por igual, como si quisiera comerte y eso hago.
¡Y qué placer es devorarte!
Mi boca busca la tuya hasta alcanzarla, sostenida por las caderas, suelto tu camisa para tomar tus cabellos enredando tus rizos entre mis falanges para contener cualquier movimiento que busque evitar el contacto, acaricio tus labios con los míos, suave, delicado, dulce hasta que el sabor de tu sangre que permanece en el pliegue inferior de tu boca intoxica mis papilas gustativas al tiempo que mi lengua busca conquistar, poseyendo tu territorio, avanzando por éste sin que tenga alguna resistencia, se adentra en tu oquedad relamiendo tu sabor. Mis pulmones se hinchan por el aspirar profundo que me provocas porque pierdo la respiración con sólo este contacto. Eres adictiva. Mi mano te sostiene de las caderas pegándote más a este cuerpo que estuvo estos veintiocho meses sin ti y en algo tenía que ocupar el tiempo para no estar desquiciado pensando en tus recuerdos. ¿Puedes sentir cómo he ensanchado los músculos? ¿Cómo soy más fuerte?
Mi lengua demanda que respondas, que correspondas este atrevimiento donde ya pedí permiso, ahora sólo quedará pedir perdón. Tu perdón, mi diosa argenta. Aquella que me conmina a bajar la mano que sostiene tu nuca hasta tu espalda en tanto la otra corre hasta la corva de tus rodillas para cargarte como si de una princesa se tratara. Eres eso, mi princesa, mi diosa, mi amante, mi todo. Eres nuestra. ¿Acaso pensaste que sería diferente cuando nuestros caminos se encontraran? Tu respuesta a mi caricia lo confirma - mía, tan mía como siempre ha sido, es y será. Nuestra, Annice, eres nuestra - y esta vez la voz del lobo se entremezcla con la mía haciendo más sobrenatural y gutural el sonido que llega a tus oídos antes de que el beso tranquilo y suave se torne ahora apasionado y violento, queriendo devorarte, consumirte y quemarte en el fuego que desatas todas las amarras de nuestro instinto primario.
Kendrick McGrath- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 02/06/2018
Re: La diabla/mi Santa [Arden Annice Gladstone]
El escalofrío me recorre todo el cuerpo y me destroza por dentro. Siento como si dagas de hielo me recorrieran toda la espalda para clavarse en mis extremidades… y vuelvo a sentir el sacudón. Trago saliva y cierro mi boca. Su olor es tan intoxicante, su presencia me domina. Presiono fuerte los dientes. Avanza. ¡Avanza estúpida! No estoy en posición de atacarlo. Apenas estoy en posición de defenderme y estoy siendo benévola conmigo misma. Sus ojos, sus ojos son el laberinto del cual jamás puedo salir. Son una trampa mortal y camino directo a ella sabiendo que este es el primer paso a perder mi alma y mi entrada al cielo. Sus labios tan perfectamente definidos, adornados ahora por una barba más pronunciada, aunque perfectamente recortada en cada detalle. Mi propio cuerpo me traiciona, y comienzo a levantar mi mano, deseando pasear la yema de mis dedos por ellos.
¡NO! ¡Mira sus colmillos! ¡Se deleita en tu dolor y jamás te toma en serio! Niego con la cabeza asqueada con su presencia, con su constante desprecio. El amor no es lo que él padece conmigo, es una enfermedad que me duele en cada paso que soy. ¡MALDITO! ¡ENFERMO! ¡LADINO Y TRAICIONERO! ¡Bruto eres tú, condenado licántropo! Por fin puedo mover mis pies y en cuanto bajo mi mirada para avanzar es su mano lo que me topo. El terror me invade el cuerpo como jamás lo había sentido antes. Por instinto clavo mis manos en su muñeca e hinco mis uñas en su carne. Mi mirada expresa el pánico que me provoca que me levante como si no fuera más que una hoja caída de un árbol, infértil y liviana. Entreno mi cuerpo por horas para poder cargar el peso que llevo, y hacer fuerza con mis músculos, pero él me eleva por sobre su rostro como el viento mueve el polvo con un leve soplo.
Las lágrimas difuminan su imagen. Sólo una gota se resbala, y aunque me retuerzo para soltarme no puedo más que ser su presa una vez más. Mi cuerpo se queda sin fuerza y añil de sus irises me atraviesa como una lanza. Me tiene exactamente como quiere. En pavor y sin poder reaccionar. Respira. Por favor, Respira. Solo el sonido opaco de sorpresa, se forma en un gemido lamentoso en mi garganta. ¡Respira! Y entonces siento su nariz, su respiración, su piel casi rozando la mía una vez más, y esta vez lo que siento es calor. Calor ardiente y ferviente, pero mucho más debajo de dónde debería. Justo en los pantalones sueltos y molestos. *Quítamelos* Una bocanada de aire entra en mi boca con cierto mórbido placer que me niego a reconocer. Como muñeca de trapo puede hacer con mi debilidad lo que quiera. El problema no es él; soy yo. Y todo lo que no debí sentir jamás.
Presiono mis ojos con fuerza y las lágrimas ya no se contienen, recorren mis mejillas mientras dejo que me haga. ¿Acaso tengo otra opción? Sus palabras calan tan profundo en mi alma que jamás podré sacarlas de mi mente. Nuevas heridas se abren. ¿Si tanto me amas porque me mentiste? Y me besa… el desgraciado me besa y siento su lengua recorrer mi boca. Sus manos me tienen tan apresada que aunque quisiera soltarme no podría. Quiero resistirme, no quiero querer hacerlo. Hago fuerza con mis brazos para alejarlo, pero mi boca le responde. *Muérdeme* No sólo es la flaqueza de mi resistencia, Kendrik está más fuerte. Mucho más. Podría alcanzarlo, podría igualarlo astutamente, pero no ahora. Ya no es el mismo contrincante de antes, no estoy preparada para esto. *Dios, ¿Por qué me das una cruz tan pesada para cargar? ¿Acaso no vez que su peso va a aplastarme?*
¿Por qué contenerme? Acaricio su rostro. Se ve tan duro, más anguloso, más… feroz, masculino. Y te dejo que me convenzas con tu mirada, pero no con tus manos. Llevo la otra a mi espalda y tomo mi segunda arma. Trago saliva, tiene la razón y la ventaja. – “Bájame a menos que quieras irte esta noche como una señorita.”- Le apunto directo a sus genitales. Ni siquiera yo estoy convencida de lo que digo, pero si no lo hago. Me suelto de su cuerpo, lo empujo; la voz ronca y gutural me dio la clave de que ya no es mi amado Kendrik quién me habla, y ya no tengo más cartas que jugarme en esta guerra. – “¡Suéltame!”
Hago un último esfuerzo o terminaré en el nido de un lobo. No sé cómo aún logro bajarme de él y quitándome el ridículo y molesto bigote falso de un tirón retrocedo. – “Me mentiste, sabías quién soy y me usaste. Me pervertiste y …” – Ni siquiera me atrevo a decir lo último. – “¡MALDITOS SOBRENATURALES COMO TU MATARON A MI MADRE! ¡LA DESTROZARON PARA SU DIVERSIÓN!” - ¿Por qué no puedes entender mi dolor? Otra vez las lágrimas. Ya no me hieras más. – “Ya basta… Ya basta, Kendrik… por favor.” – Mi voz se desvanece, deja de ignorarme antes de que el aliento por completo escape mi cuerpo. Si hay aun algo de alma humana en ti, aléjate. Aléjate, porque aún te amo, y en este enfermo y retorcido mundo, merezco ser feliz…
¡NO! ¡Mira sus colmillos! ¡Se deleita en tu dolor y jamás te toma en serio! Niego con la cabeza asqueada con su presencia, con su constante desprecio. El amor no es lo que él padece conmigo, es una enfermedad que me duele en cada paso que soy. ¡MALDITO! ¡ENFERMO! ¡LADINO Y TRAICIONERO! ¡Bruto eres tú, condenado licántropo! Por fin puedo mover mis pies y en cuanto bajo mi mirada para avanzar es su mano lo que me topo. El terror me invade el cuerpo como jamás lo había sentido antes. Por instinto clavo mis manos en su muñeca e hinco mis uñas en su carne. Mi mirada expresa el pánico que me provoca que me levante como si no fuera más que una hoja caída de un árbol, infértil y liviana. Entreno mi cuerpo por horas para poder cargar el peso que llevo, y hacer fuerza con mis músculos, pero él me eleva por sobre su rostro como el viento mueve el polvo con un leve soplo.
Las lágrimas difuminan su imagen. Sólo una gota se resbala, y aunque me retuerzo para soltarme no puedo más que ser su presa una vez más. Mi cuerpo se queda sin fuerza y añil de sus irises me atraviesa como una lanza. Me tiene exactamente como quiere. En pavor y sin poder reaccionar. Respira. Por favor, Respira. Solo el sonido opaco de sorpresa, se forma en un gemido lamentoso en mi garganta. ¡Respira! Y entonces siento su nariz, su respiración, su piel casi rozando la mía una vez más, y esta vez lo que siento es calor. Calor ardiente y ferviente, pero mucho más debajo de dónde debería. Justo en los pantalones sueltos y molestos. *Quítamelos* Una bocanada de aire entra en mi boca con cierto mórbido placer que me niego a reconocer. Como muñeca de trapo puede hacer con mi debilidad lo que quiera. El problema no es él; soy yo. Y todo lo que no debí sentir jamás.
Presiono mis ojos con fuerza y las lágrimas ya no se contienen, recorren mis mejillas mientras dejo que me haga. ¿Acaso tengo otra opción? Sus palabras calan tan profundo en mi alma que jamás podré sacarlas de mi mente. Nuevas heridas se abren. ¿Si tanto me amas porque me mentiste? Y me besa… el desgraciado me besa y siento su lengua recorrer mi boca. Sus manos me tienen tan apresada que aunque quisiera soltarme no podría. Quiero resistirme, no quiero querer hacerlo. Hago fuerza con mis brazos para alejarlo, pero mi boca le responde. *Muérdeme* No sólo es la flaqueza de mi resistencia, Kendrik está más fuerte. Mucho más. Podría alcanzarlo, podría igualarlo astutamente, pero no ahora. Ya no es el mismo contrincante de antes, no estoy preparada para esto. *Dios, ¿Por qué me das una cruz tan pesada para cargar? ¿Acaso no vez que su peso va a aplastarme?*
¿Por qué contenerme? Acaricio su rostro. Se ve tan duro, más anguloso, más… feroz, masculino. Y te dejo que me convenzas con tu mirada, pero no con tus manos. Llevo la otra a mi espalda y tomo mi segunda arma. Trago saliva, tiene la razón y la ventaja. – “Bájame a menos que quieras irte esta noche como una señorita.”- Le apunto directo a sus genitales. Ni siquiera yo estoy convencida de lo que digo, pero si no lo hago. Me suelto de su cuerpo, lo empujo; la voz ronca y gutural me dio la clave de que ya no es mi amado Kendrik quién me habla, y ya no tengo más cartas que jugarme en esta guerra. – “¡Suéltame!”
Hago un último esfuerzo o terminaré en el nido de un lobo. No sé cómo aún logro bajarme de él y quitándome el ridículo y molesto bigote falso de un tirón retrocedo. – “Me mentiste, sabías quién soy y me usaste. Me pervertiste y …” – Ni siquiera me atrevo a decir lo último. – “¡MALDITOS SOBRENATURALES COMO TU MATARON A MI MADRE! ¡LA DESTROZARON PARA SU DIVERSIÓN!” - ¿Por qué no puedes entender mi dolor? Otra vez las lágrimas. Ya no me hieras más. – “Ya basta… Ya basta, Kendrik… por favor.” – Mi voz se desvanece, deja de ignorarme antes de que el aliento por completo escape mi cuerpo. Si hay aun algo de alma humana en ti, aléjate. Aléjate, porque aún te amo, y en este enfermo y retorcido mundo, merezco ser feliz…
Arden Annice Gladstone- Cazador Clase Alta
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Re: La diabla/mi Santa [Arden Annice Gladstone]
¿Qué parte del "eres mía" no entiendes? Estás aterrada por mi presencia tan impetuosa rodeando todas tus escapatorias. Son tus lágrimas las que hacen rabiar al lobo en tanto voy recorriendo tu rostro con mis labios para deshacerme de ellas, como si ese solo tacto fuese suficiente para aliviar las heridas que sentiste y que ahora estás echándome en cara. Tu espíritu indomable gana la partida, el arma es esgrimida contra mi sexo en tanto mis párpados se achican y con ello mis ojos son inexpugnables. Me has tocado, tu mano se deslizó por mi mejilla como en los tiempos de antaño. Es mayor tu ansia por alejarte que por abandonarte a nuestros deseos. Somos demasiado para tu frágil mente. De eso me doy cuenta cuando amenazas con algo que sabemos los tres, no será realidad.
Te mueves intentando bajar, por galantería dejo tus pies en el piso, esos estúpidos tacones harán que en cualquier momento te esguinces el tobillo. ¿Acaso olvidaste cuán frágiles son? Alzo el mentón contrariado, piensa lo que quieras, my darling, sabemos todos que aquí, en este callejón, se ha iniciado el segundo capítulo de nuestras vidas y en esta ocasión ceder es impensable. Te suelto como ordenas, levanto las manos con las palmas a tu vista a los laterales de mi cabeza. El abrigo se torna más estirado conforme mis músculos se denotan bajo la tela. Sí, este cuerpo ha cambiado como mis facciones ahora conjuntas con las del lobo. Parece que te doy tregua, más sólo es un movimiento pensado para que te sientas segura en tu posición de cazadora antes de volver a lanzar otro ataque.
El bigote cae al piso, tan falso como tu indumentaria haciéndote pasar por un hombre. Menudo espectáculo habré dado a algún anónimo observador hasta que tu voz netamente femenina se alza en la oscuridad de la noche apenas iluminada por las farolas. El silencio se instala entre nosotros, tan concentrado que podría ser tangible hasta que una rata corre chillando por la tensión que se cortaría con un cuchillo. Chasqueo la lengua, un mohín que denota mi desagrado por esta situación, donde tus ojos están perlados en lágrimas y su olfato las detecta con facilidad creando confusión, molestia e ira. Me acusas de todo lo que durante veintitrés meses fue un idílico romance. Uno que compartimos, que provocaste como accedí a darte todo lo que podía dentro de mis limitaciones humanas. Todo lo que pediste lo otorgué a manos llenas. Ahora sólo son acusaciones y reproches. ¿Quién te entiende?
Echo la cabeza a la siniestra con tensión para que los músculos resuenen con un crujir, repito la operación a la diestra con el mismo resultado. Bajo las manos escuchando la vieja letanía de que a tu madre la mataron los sobrenaturales y que les odias. Me pides que me detenga. Podría hacerlo, pero sigo siendo el malo que no dejas de querer. De mi abrigo saco un habano cortando la punta con habilidad gracias al filoso adminículo que traigo conmigo para encenderlo en mitad de la noche con la ansiedad que mitigo chupando la punta con fruición que procura mitigar esta ansiedad por probarte de nuevo. Muerdo la punta con violencia sin resquebrajar el cilindro porque de ser así, seguro que saldrás corriendo.
El humo es expulsado con odio de mi cuerpo, en una línea directa a tu rostro sin llegar a tocarlo siquiera - sí, sí, te fallé, te mentí, te oculté. ¿Y qué? Lloras la muerte de tu madre una y otra vez desde que nos conocimos. Veintitrés meses y cuatro días estuviste a mi lado. Dime, my darling, con excepción de aquella mañana ¿Cuándo te fallé? Estuve ahí para vos, te cuidé, te protegí, te curé, te idolatré ¿Cuándo te fallé? ¡SÍ, SOY LO QUE SOY! No hay duda alguna de que me odias - doy una nueva succión profunda haciendo que la punta se ilumine con ese fulgor de fuego que todo lo consume, como mi propia frustración por toda esta situación que enloquece mi mente y espolea mis sentidos, mi ansiedad de protegerte hasta el último aliento - si estaba ahí era para cuidarte. ¿Acaso olvidas que de pronto el vampiro que te atacaba se detuvo durante minutos valiosos que aprovechaste? ¿Quién crees que le interceptó para darte tiempo? ¿Quién crees que se llevó las heridas que viste cuando me destransformé? Porque cierto es que no tengo control del lobo, más comparto en ocasiones su mente y lo vi todo. Fuimos a por ti, a defenderte ¡Y PERDÍ! ¡PERDÍ! - grito con rabia.
Jamás en mi larga existencia había cometido tantos errores, todo por mi instinto de protección, porque estaba en el lugar persiguiendo tu aroma. Él sentía tu miedo, lo olía a la distancia y corrió a por ti, para defenderte, el encontronazo tuvo sus consecuencias para ambos bandos. El nuestro que tardó días en sanar, el del vampiro que te lo dejó en bandeja de plata para que le mataras. Otra calada, esta vez más desesperada - fue nuestro error. Por eso nos descubriste. Todo estaba ya arreglado, iba a arrodillarme ante tu dios, uno que jamás vio por mi familia, que nos ignoró cuando fuimos atacados. Porque tú lloras por tu madre, en cambio mi familia vino a la decadencia cuando la mía y mi hermano fueron muertos por los licántropos. ¿Ves que me queje? ¿Que chille como tú lo haces? ¡NO! No lo hago porque está en el pasado y nada puedo arreglar, Annice - empiezo a caminar de un lado a otro como animal enjaulado.
Todo ésto te lo oculté, decidí que era poco importante para lo que podría ser una relación en la que ambos necesitábamos sanar. Lo hice, tú sólo agravaste la situación. Me paso la mano que sostiene el habano por los cabellos antes de gruñir profundo golpeando la pared más cercana rompiendo los tabiques donde mi puño se hunde demostrando cuán fuerte soy ahora que la luna está a punto de darme todo su poder. Si me llevé los nudillos en el proceso ¿Qué es ese dolor comparado al que siento en el pecho tras tu rechazo? Apoyo esa mano contra la pared bajando la cabeza rabioso - te vi llorar tantas veces, intenté sanar tus heridas, oculté todo lo que era ¿Y para qué? ¿Para qué me esforcé en demostrarte que no todos somos iguales? -volteo el rostro hacia el tuyo, mis facciones están tensas, furiosas, decepcionadas - ¿Quieres correr? Corre. ¿Quieres huir? Huye. ¿Quieres odiarme? Hazlo. ¿Crees que puedes olvidarte de lo que vivimos? Nunca. Porque ambos sabemos, Annice, que soy tu más grande dilema - mis pasos son largos por mi estatura cuando sólo se necesitan cuatro zancadas para volver a alcanzarte.
Te miro, te domino desde mi altura, te provoco colocando tu mano con el arma sobre mi corazón - dispara ya, por mi madre y mi hermano muertos, dispara porque es la única manera que tienes de que te deje en paz. De que deje de anhelar a la mujer que elegí como mi compañera. Mátame ya, Annice. Déjate de estupideces de que si mañana me encuentras, de que si me haces señorita, mátame de una puta vez por todas, mi argenta diosa o déjate de amenazarme y acepta que así como recorrí toda esta distancia para buscarte, ansiabas que te encontrara para terminar nuestra relación para bien o para mal. Dispara, Annice. Dispara, porque sólo así te desharás de nosotros porque si no lo haces, esta vez decidiré por ti. Y esta vez no voy a perder. Esta vez, voy a por todas. Voy a regresar para tenerte a mi lado por y para siempre - sentencio al tiempo que mis ojos se tornan aún más azules, casi eléctricos. Porque te amo, no dejaré que te largues, no así. Nunca así. Como si fueras una asquerosa cobarde, algo que jamás serás, que nunca permitiré que seas. Oh no, my darling, porque hasta en eso, protejo tu frágil mente.
Te mueves intentando bajar, por galantería dejo tus pies en el piso, esos estúpidos tacones harán que en cualquier momento te esguinces el tobillo. ¿Acaso olvidaste cuán frágiles son? Alzo el mentón contrariado, piensa lo que quieras, my darling, sabemos todos que aquí, en este callejón, se ha iniciado el segundo capítulo de nuestras vidas y en esta ocasión ceder es impensable. Te suelto como ordenas, levanto las manos con las palmas a tu vista a los laterales de mi cabeza. El abrigo se torna más estirado conforme mis músculos se denotan bajo la tela. Sí, este cuerpo ha cambiado como mis facciones ahora conjuntas con las del lobo. Parece que te doy tregua, más sólo es un movimiento pensado para que te sientas segura en tu posición de cazadora antes de volver a lanzar otro ataque.
El bigote cae al piso, tan falso como tu indumentaria haciéndote pasar por un hombre. Menudo espectáculo habré dado a algún anónimo observador hasta que tu voz netamente femenina se alza en la oscuridad de la noche apenas iluminada por las farolas. El silencio se instala entre nosotros, tan concentrado que podría ser tangible hasta que una rata corre chillando por la tensión que se cortaría con un cuchillo. Chasqueo la lengua, un mohín que denota mi desagrado por esta situación, donde tus ojos están perlados en lágrimas y su olfato las detecta con facilidad creando confusión, molestia e ira. Me acusas de todo lo que durante veintitrés meses fue un idílico romance. Uno que compartimos, que provocaste como accedí a darte todo lo que podía dentro de mis limitaciones humanas. Todo lo que pediste lo otorgué a manos llenas. Ahora sólo son acusaciones y reproches. ¿Quién te entiende?
Echo la cabeza a la siniestra con tensión para que los músculos resuenen con un crujir, repito la operación a la diestra con el mismo resultado. Bajo las manos escuchando la vieja letanía de que a tu madre la mataron los sobrenaturales y que les odias. Me pides que me detenga. Podría hacerlo, pero sigo siendo el malo que no dejas de querer. De mi abrigo saco un habano cortando la punta con habilidad gracias al filoso adminículo que traigo conmigo para encenderlo en mitad de la noche con la ansiedad que mitigo chupando la punta con fruición que procura mitigar esta ansiedad por probarte de nuevo. Muerdo la punta con violencia sin resquebrajar el cilindro porque de ser así, seguro que saldrás corriendo.
El humo es expulsado con odio de mi cuerpo, en una línea directa a tu rostro sin llegar a tocarlo siquiera - sí, sí, te fallé, te mentí, te oculté. ¿Y qué? Lloras la muerte de tu madre una y otra vez desde que nos conocimos. Veintitrés meses y cuatro días estuviste a mi lado. Dime, my darling, con excepción de aquella mañana ¿Cuándo te fallé? Estuve ahí para vos, te cuidé, te protegí, te curé, te idolatré ¿Cuándo te fallé? ¡SÍ, SOY LO QUE SOY! No hay duda alguna de que me odias - doy una nueva succión profunda haciendo que la punta se ilumine con ese fulgor de fuego que todo lo consume, como mi propia frustración por toda esta situación que enloquece mi mente y espolea mis sentidos, mi ansiedad de protegerte hasta el último aliento - si estaba ahí era para cuidarte. ¿Acaso olvidas que de pronto el vampiro que te atacaba se detuvo durante minutos valiosos que aprovechaste? ¿Quién crees que le interceptó para darte tiempo? ¿Quién crees que se llevó las heridas que viste cuando me destransformé? Porque cierto es que no tengo control del lobo, más comparto en ocasiones su mente y lo vi todo. Fuimos a por ti, a defenderte ¡Y PERDÍ! ¡PERDÍ! - grito con rabia.
Jamás en mi larga existencia había cometido tantos errores, todo por mi instinto de protección, porque estaba en el lugar persiguiendo tu aroma. Él sentía tu miedo, lo olía a la distancia y corrió a por ti, para defenderte, el encontronazo tuvo sus consecuencias para ambos bandos. El nuestro que tardó días en sanar, el del vampiro que te lo dejó en bandeja de plata para que le mataras. Otra calada, esta vez más desesperada - fue nuestro error. Por eso nos descubriste. Todo estaba ya arreglado, iba a arrodillarme ante tu dios, uno que jamás vio por mi familia, que nos ignoró cuando fuimos atacados. Porque tú lloras por tu madre, en cambio mi familia vino a la decadencia cuando la mía y mi hermano fueron muertos por los licántropos. ¿Ves que me queje? ¿Que chille como tú lo haces? ¡NO! No lo hago porque está en el pasado y nada puedo arreglar, Annice - empiezo a caminar de un lado a otro como animal enjaulado.
Todo ésto te lo oculté, decidí que era poco importante para lo que podría ser una relación en la que ambos necesitábamos sanar. Lo hice, tú sólo agravaste la situación. Me paso la mano que sostiene el habano por los cabellos antes de gruñir profundo golpeando la pared más cercana rompiendo los tabiques donde mi puño se hunde demostrando cuán fuerte soy ahora que la luna está a punto de darme todo su poder. Si me llevé los nudillos en el proceso ¿Qué es ese dolor comparado al que siento en el pecho tras tu rechazo? Apoyo esa mano contra la pared bajando la cabeza rabioso - te vi llorar tantas veces, intenté sanar tus heridas, oculté todo lo que era ¿Y para qué? ¿Para qué me esforcé en demostrarte que no todos somos iguales? -volteo el rostro hacia el tuyo, mis facciones están tensas, furiosas, decepcionadas - ¿Quieres correr? Corre. ¿Quieres huir? Huye. ¿Quieres odiarme? Hazlo. ¿Crees que puedes olvidarte de lo que vivimos? Nunca. Porque ambos sabemos, Annice, que soy tu más grande dilema - mis pasos son largos por mi estatura cuando sólo se necesitan cuatro zancadas para volver a alcanzarte.
Te miro, te domino desde mi altura, te provoco colocando tu mano con el arma sobre mi corazón - dispara ya, por mi madre y mi hermano muertos, dispara porque es la única manera que tienes de que te deje en paz. De que deje de anhelar a la mujer que elegí como mi compañera. Mátame ya, Annice. Déjate de estupideces de que si mañana me encuentras, de que si me haces señorita, mátame de una puta vez por todas, mi argenta diosa o déjate de amenazarme y acepta que así como recorrí toda esta distancia para buscarte, ansiabas que te encontrara para terminar nuestra relación para bien o para mal. Dispara, Annice. Dispara, porque sólo así te desharás de nosotros porque si no lo haces, esta vez decidiré por ti. Y esta vez no voy a perder. Esta vez, voy a por todas. Voy a regresar para tenerte a mi lado por y para siempre - sentencio al tiempo que mis ojos se tornan aún más azules, casi eléctricos. Porque te amo, no dejaré que te largues, no así. Nunca así. Como si fueras una asquerosa cobarde, algo que jamás serás, que nunca permitiré que seas. Oh no, my darling, porque hasta en eso, protejo tu frágil mente.
Kendrick McGrath- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 02/06/2018
Re: La diabla/mi Santa [Arden Annice Gladstone]
Mi corazón se paraliza. Sé que si no lo quisiera, jamás hubiese podido librarme de sus garras… brazos. Jamás. La respuesta es jamás. Jamás me abandonó, jamás me descuido, jamás dejó de consolarme, jamás se negó a escucharme, jamás me hizo sentir incomoda o en falta con mis creencias. Sólo esa vez. Una vez que yo deseaba a quién fuera mi futuro esposo conocer en la intimidad. Y si Dios no supo perdonar mi curiosidad o mi inocencia, ¿Qué clase de padre no perdona a un hijo que sólo puede crecer al experimentar cosas nuevas y crecer en consecuencia? El arma comienza a perder la mira en mis manos a medida que cada uno de mis tendones se laxan bajando la rigidez que sostiene tan pesado artilugio. Me miento a mí misma, no tengo forma de sobrevivir a esto, pero es una creación tan falta y carente de sentimiento, en todo sentido, que es completamente insostenible, incluso, dentro de mí misma mente.
Todos y cada uno de mis conocimientos en el bajo mundo me traicionan. ¿Acaso no es más que obvio que su condición no es una elección? Su grito me sobresalta. Es lo que es. Exactamente de la misma manera, que yo soy lo que soy. Cierro los ojos unos instantes, eso no es cierto. Somos el triste resultado de una misma tragedia con reacciones opuestas. No te odio. En este momento, hasta podría decir que te envidio. La horrible libertad con la que vive toda su esencia, sin tapujos ni tabúes. Un hombre brillante, galante, atractivo; podría tener a quién deseara entre sus sábanas. Pero lo que más envidio, lo que odio escuchar, es con la seguridad que expresa su comunión con la bestia dentro de él. ¿No lo entendiste? Nunca lo entendiste. Incluso sabiendo que mi padre me desheredaría, que mi hermano me abandonase para siempre, que perdería todo lo que me ata a esta vida, hubiese tomado tu mano y huido contigo, ¿Y que hubiese sucedido con mis sueños? Tengo la sensación de ocultar un gato encerrado en mi estómago que trepa desgarrando con sus uñas desde mi estómago hasta mi garganta en la desesperación de salir.
La canción, la melodía que jamás terminamos, la partitura inconclusa que jamás volví a cantar, era triste y sentida por ambos. Ahora entiendo lo que paso con tu familia, porque siempre había una excusa, un negocio, un viaje, un conflicto para no viajar a verlos. Y no me hubiese importado; mi sueño, Kendrick, es mi deseo más íntimo lo que temía perder. MI familia. No puedo, lo intento, pero no puedo. Sólo pienso en el temor que me causa la pesadilla de despertar mordida por el lobo, o acercarme a la cuna y sólo encontrar sangre y restos viseras dónde nuestro hijo debía estar ¿Podrías vivir con eso? Yo no podría ¿Cómo contener tu dolor de ese espanto cuando te odiaría de formas inexplicables? ¡YO TAMBIÉN PERDI EN ESTO! ¡TE PERDÍ A TI! ¡TE PERDÍ A TI! Perdí lo único que amo. Lo único que me hizo vivir, la minia ilusión de ver tus ojos al sonreír. De ser… normal.
Las fichas se acomodan en mi mente como un rompecabezas que llevaba empolvado en el olvido por siglos. Tanto tiempo perdido en la memoria que no recordaba la imagen que debía formar. Ahora al menos tiene un nombre: ‘Familia’; y todo el dolor que conlleva para ambos. Inmóvil, el arma pesa cada vez más, a cada segundo 15 gramos se incrementan en mis brazos y me cuesta sostenerla, en especial, porque ni siquiera sé por qué la he desfundado. El amor es puro, es absoluto, es cada una de las heridas que te he hecho, y guardaste silencio. Y ahora me golpean en la cara, mucho peor que si hubieses levantado tu mano contra mí. Evangelio según San Juan, capítulo 8, versículo 32: ‘Y conoceréis la verdad; y la verdad os hará libres’ Libre no es exactamente como me siento ahora, porque la verdad, es que soy presa de mis deseos y ninguno de esos senderos lleva a Dios.
El golpe que da a la pared me sobresalta. Es real, vívelo. Su mano. No más daño, por favor. – “Ke…”- No puedo decir más. Trago saliva y noto lo seca que estaba mi garganta. ¿Cuánto tiempo llevo ya respirando desmedidamente, sufriendo por una bocanada más de aire en mis pulmones? Agacho la mirada, ¿Por qué las lágrimas no se detienen? Lentas, silenciosas, brillando perladamente en el reflejo de la oscuridad esporádicamente, pero constantes, pesadamente rodando en mis mejillas. Lo siento, Lo siento tanto. Lo siento… no tengo manera de pedir perdón por mis pecados hacia ti. Porque el dolor fue tan inmenso que nunca te vi sangrar. Fui una niña ciega y era tan feliz con lo que tenía, que cerré mis ojos al mundo que formaste para ambos y no pregunte más. Temía que si los abría, como hoy lo hago, encontrara que los sueños perfectos se esfuman en la realidad como vapor saliendo de una hendija y el calor que otorgaba al alma, la perfecta ilusión, sólo se torne en ese frío que me invade por dentro.
Otra vez me pierdo en su mirada, como si nada más existiera. Jadeo de sorpresa cuando toma el arma. Lo veo, lo oigo, pero no lo escucho por completo. Jamás podría lastimarlo, no tengo el coraje. Veo hacia un lado mientras su acento que tanto disfrutaba se vuelven latigazos que desgarran mi corazón. Suelto la empuñadura por completo al mismo tiempo que voy cayendo en mis rodillas, como si los segundos fueran eternos hasta tocar el suelo. Y me somete. De una forma u otra me somete. Niña estúpida y egoísta ¿Alguna vez pensaste en su dolor? – “Lo siento…” – la voz recobra su sonido. Es algo lejano, como el desgarro de una tela rompiéndose molestamente a la distancia, pero es, lo que de hecho quería decir. – “Lo siento…”- Cubro mi rostro con las manos. La angustia me invade unos segundos, pero jamás vuelvo a encontrarme con el torrente que emana el color que me hipnotiza. La sangre en su mano… Inspiro tan fuertemente que esta vez siento los pulmones arder al expandirse tanto dentro de mi pecho. Tomo el foulard que escondía parte de mi rostro, cuando creí que esta sería una noche más y con cuidado envuelvo su mano. Y comienzo a tararear. Es una oda a lo que alguna vez fue, si eso deseas, esto es todo lo que tengo en mi en este momento. No podría con la voz quebrada cantar melódicamente, pero repito las palabras principales, las que sé que importan con el ritmo que corresponde. – “Muy lejos, hace mucho tiempo. Brillante como una brasa. Cosas que mi corazón solía saber. Una vez en diciembre.” – El vendaje esta hecho, mi coraje esta trizado, mi voluntad está rota y cuerpo sin fuerzas.
- “¿Qué estás haciendo?” – Apenas son susurros, pero sé que es más que suficiente para su audición. – “Nos torturas a ambos. Esto es sólo el comienzo. No voy a decir lo que no quieres oír. Pero no voy a ceder a lo que deseas esta noche.” – No es un ‘sí’; no es un ‘no’; es una advertencia del camino sinuoso que nos llevará a ambos a la perdición. Madre, creo que he perdido un paso a tu camino al cielo hoy. Temo saber los que perderé mañana. Amor maldito. Tus palabras, la dulce daga que ahora descansa en mi corazón y deme el infierno y la paz.
Todos y cada uno de mis conocimientos en el bajo mundo me traicionan. ¿Acaso no es más que obvio que su condición no es una elección? Su grito me sobresalta. Es lo que es. Exactamente de la misma manera, que yo soy lo que soy. Cierro los ojos unos instantes, eso no es cierto. Somos el triste resultado de una misma tragedia con reacciones opuestas. No te odio. En este momento, hasta podría decir que te envidio. La horrible libertad con la que vive toda su esencia, sin tapujos ni tabúes. Un hombre brillante, galante, atractivo; podría tener a quién deseara entre sus sábanas. Pero lo que más envidio, lo que odio escuchar, es con la seguridad que expresa su comunión con la bestia dentro de él. ¿No lo entendiste? Nunca lo entendiste. Incluso sabiendo que mi padre me desheredaría, que mi hermano me abandonase para siempre, que perdería todo lo que me ata a esta vida, hubiese tomado tu mano y huido contigo, ¿Y que hubiese sucedido con mis sueños? Tengo la sensación de ocultar un gato encerrado en mi estómago que trepa desgarrando con sus uñas desde mi estómago hasta mi garganta en la desesperación de salir.
La canción, la melodía que jamás terminamos, la partitura inconclusa que jamás volví a cantar, era triste y sentida por ambos. Ahora entiendo lo que paso con tu familia, porque siempre había una excusa, un negocio, un viaje, un conflicto para no viajar a verlos. Y no me hubiese importado; mi sueño, Kendrick, es mi deseo más íntimo lo que temía perder. MI familia. No puedo, lo intento, pero no puedo. Sólo pienso en el temor que me causa la pesadilla de despertar mordida por el lobo, o acercarme a la cuna y sólo encontrar sangre y restos viseras dónde nuestro hijo debía estar ¿Podrías vivir con eso? Yo no podría ¿Cómo contener tu dolor de ese espanto cuando te odiaría de formas inexplicables? ¡YO TAMBIÉN PERDI EN ESTO! ¡TE PERDÍ A TI! ¡TE PERDÍ A TI! Perdí lo único que amo. Lo único que me hizo vivir, la minia ilusión de ver tus ojos al sonreír. De ser… normal.
Las fichas se acomodan en mi mente como un rompecabezas que llevaba empolvado en el olvido por siglos. Tanto tiempo perdido en la memoria que no recordaba la imagen que debía formar. Ahora al menos tiene un nombre: ‘Familia’; y todo el dolor que conlleva para ambos. Inmóvil, el arma pesa cada vez más, a cada segundo 15 gramos se incrementan en mis brazos y me cuesta sostenerla, en especial, porque ni siquiera sé por qué la he desfundado. El amor es puro, es absoluto, es cada una de las heridas que te he hecho, y guardaste silencio. Y ahora me golpean en la cara, mucho peor que si hubieses levantado tu mano contra mí. Evangelio según San Juan, capítulo 8, versículo 32: ‘Y conoceréis la verdad; y la verdad os hará libres’ Libre no es exactamente como me siento ahora, porque la verdad, es que soy presa de mis deseos y ninguno de esos senderos lleva a Dios.
El golpe que da a la pared me sobresalta. Es real, vívelo. Su mano. No más daño, por favor. – “Ke…”- No puedo decir más. Trago saliva y noto lo seca que estaba mi garganta. ¿Cuánto tiempo llevo ya respirando desmedidamente, sufriendo por una bocanada más de aire en mis pulmones? Agacho la mirada, ¿Por qué las lágrimas no se detienen? Lentas, silenciosas, brillando perladamente en el reflejo de la oscuridad esporádicamente, pero constantes, pesadamente rodando en mis mejillas. Lo siento, Lo siento tanto. Lo siento… no tengo manera de pedir perdón por mis pecados hacia ti. Porque el dolor fue tan inmenso que nunca te vi sangrar. Fui una niña ciega y era tan feliz con lo que tenía, que cerré mis ojos al mundo que formaste para ambos y no pregunte más. Temía que si los abría, como hoy lo hago, encontrara que los sueños perfectos se esfuman en la realidad como vapor saliendo de una hendija y el calor que otorgaba al alma, la perfecta ilusión, sólo se torne en ese frío que me invade por dentro.
Otra vez me pierdo en su mirada, como si nada más existiera. Jadeo de sorpresa cuando toma el arma. Lo veo, lo oigo, pero no lo escucho por completo. Jamás podría lastimarlo, no tengo el coraje. Veo hacia un lado mientras su acento que tanto disfrutaba se vuelven latigazos que desgarran mi corazón. Suelto la empuñadura por completo al mismo tiempo que voy cayendo en mis rodillas, como si los segundos fueran eternos hasta tocar el suelo. Y me somete. De una forma u otra me somete. Niña estúpida y egoísta ¿Alguna vez pensaste en su dolor? – “Lo siento…” – la voz recobra su sonido. Es algo lejano, como el desgarro de una tela rompiéndose molestamente a la distancia, pero es, lo que de hecho quería decir. – “Lo siento…”- Cubro mi rostro con las manos. La angustia me invade unos segundos, pero jamás vuelvo a encontrarme con el torrente que emana el color que me hipnotiza. La sangre en su mano… Inspiro tan fuertemente que esta vez siento los pulmones arder al expandirse tanto dentro de mi pecho. Tomo el foulard que escondía parte de mi rostro, cuando creí que esta sería una noche más y con cuidado envuelvo su mano. Y comienzo a tararear. Es una oda a lo que alguna vez fue, si eso deseas, esto es todo lo que tengo en mi en este momento. No podría con la voz quebrada cantar melódicamente, pero repito las palabras principales, las que sé que importan con el ritmo que corresponde. – “Muy lejos, hace mucho tiempo. Brillante como una brasa. Cosas que mi corazón solía saber. Una vez en diciembre.” – El vendaje esta hecho, mi coraje esta trizado, mi voluntad está rota y cuerpo sin fuerzas.
- “¿Qué estás haciendo?” – Apenas son susurros, pero sé que es más que suficiente para su audición. – “Nos torturas a ambos. Esto es sólo el comienzo. No voy a decir lo que no quieres oír. Pero no voy a ceder a lo que deseas esta noche.” – No es un ‘sí’; no es un ‘no’; es una advertencia del camino sinuoso que nos llevará a ambos a la perdición. Madre, creo que he perdido un paso a tu camino al cielo hoy. Temo saber los que perderé mañana. Amor maldito. Tus palabras, la dulce daga que ahora descansa en mi corazón y deme el infierno y la paz.
Arden Annice Gladstone- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 10/05/2018
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Localización : París
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Re: La diabla/mi Santa [Arden Annice Gladstone]
El primer signo de que la batalla está siendo ganada es cuando desvías la mirada, cuando tu mano tiembla. El mundo se torna oscuro cuando bajo los párpados para que mis orbes dejen de mirar, el habano vuelve a mi boca chupando con un sentimiento amargo. Ésto no es lo que buscamos, me refiero a tu derrota y tu dolor que sigue manifestándose en esas lágrimas que al otro hacen rabiar. Sufres, tanto o más que nosotros. Lloras lo que nosotros contenemos porque ¿Qué clase de pilar seríamos si cayéramos ante tus ojos cuando lo que ahora mismo necesitas es protección, que te cubramos y ocultemos ante los demás? Ya habrá oportunidad de entristecerse al recordar todo ésto en mi cama, en mi despacho. Ahora es inoportuno, impensable, innecesario, eres lo importante, lo que buscamos y nos llevaremos.
El arma cae de tu mano, por puro acto reflejo le tomo con rapidez, pongo el seguro, la oculto en la parte trasera de la cintura de mis pantalones sin importar que pueda denotarse a la vista por el abrigo en tanto tus piernas flaquean haciendo que caigas de rodillas al piso. Mis manos se alargan para evitar dicho acto infame a mi pensamiento humano, es el lobo quien gruñe en mi pecho congelando toda acción por ayudarte en su desesperado deseo de verte vencida, postrada ante él, reconociendo su supremacía. Es tan fina la línea del hombre con el garou que alzo el mentón aceptando tu rendición. Tu disculpa es válida para el lobo, le gustaría más ver tu cuello echado a un lado y le cumplo el capricho llevando mi mano a esa fina garganta descubriendo la piel para instar a que ladees la cabeza a un lado dejando a la vista lo que para el lobo es el signo inequívoco del sometimiento. Un gruñido complacido emana de nuestra garganta. Hombre y bestia están contentos con tus actuares.
Debes desahogar tus penas, silente, espero paciente a que termines de llorar. Aún con el rostro cubierto sé que saldrás adelante. Eres una guerrera, una cazadora. Ésto sólo es un momento de debilidad, sólo unos instantes antes de seguir adelante. Una catarsis. Tomas mi siniestra entre tus manos en tanto mi diestra lleva lo que queda del habano para dar una nueva y última calada echándolo lejos de nosotros para que se termine de consumir. Con mimo, vendas mis heridas cantando, pronunciado algunas palabras con las que sonrío porque las reconozco de la canción que sin ser maestros en la música, compusimos. Acaricio tu mejilla con los nudillos fríos levantando tu rostro - ¿Te olvidaste de quién soy? Es pérdida de tiempo vendar la herida que ya está sanando. Te lo agradezco, Annice, por el fino gesto de atención a mi persona. Quiero creer que te acostumbrarás a mi verdadera esencia y que saldremos avante - me agacho porque ya es suficiente de tanto sometimiento.
El suelo no merece que estés de rodillas. Es como darle miel a los cerdos. Eres tan perfecta, tan excelsa, que me niego a que sigas tocando con tu cuerpo lo que sólo está permitido con la planta de tus pies. Así de enorme es mi obsesión por ti, que cuido hasta los más nimios detalles para que sigas siendo la dama que conocí, que idolatré, que me conquistó. Una mano en la cintura te levanta con rapidez elevando tus ojos hasta los míos cuando adopto la vertical antes de que mi otro brazo se cuele entre las corvas de tus rodillas para cargarte como la princesa, la diosa que eres para nosotros. - ¿De verdad crees que nos torturo, Annice? ¿De verdad te tragaste eso de que no podemos entrar al cielo? Si fuera así, la Inquisición no tendría un grupito de hombres lobo, vampiros, cambiantes y hechiceros peleando para ellos. ¿No crees? Les hacen llamar los Condenados. Sí, estos veintiocho meses me dediqué a investigar - deposito un beso sobre tu pequeña nariz. Voy caminando esta vez de regreso un par de pasos poniendo rodilla en el suelo para que ante ti esté la visión del sombrero y lo recojas - te llevaré a tu casa. Basta de cacerías por hoy, Annice. Al menos ten la coherencia de reconocer que estás desbordada, buscaremos un carruaje para acompañarte - compruebo que tu peso ha disminuido como traigas la armadura que acostumbras.
Me preocupa que hayas perdido peso. Tendré que alimentarte debidamente. Deberás recuperar las formas que me atraen y que enloquecen al lobo. En el antaño, fingía que estaba pesada para evadir sospechas. Alguna que otra vez, con la armadura en tu delicioso cuerpo, actué como si estuviéramos por caer sólo para que tu mente cazadora registrara mi debilidad. Así evitarías comparar y juzgar a mal mi persona sólo por mi condición licántropa. Debía demostrar que era diferente a todos los que combatías. Sólo de recordar tus palabras, ese "hoy no" me provoca hilaridad, así que los pliegues de mi boca se alargan con una sonrisa torva - A veces haces las cosas difíciles sólo por el placer de probarme. De divertirte con las ideas que pueden surgir de mi mente para batir tus expectativas. Si quieres que vuelva a conquistarte, de acuerdo - avanzo hasta alcanzar la salida del callejón mirando tus ojos antes de sonreír con oscura diversión.
El que me pongas tantas pruebas en lugar de aminorar mi interés, lo incrementa. ¿Acaso no sabes cuánto me gusta que sea tan difícil conquistarte? En eso te diferencias de todas las mujeres que conocí en el antaño. Que estimulas mi intelecto al igual que los sentidos del lobo. Eres perfecta para nosotros. La perfecta compañera, cómplice, aliada y a quien nos gusta cuidar. Hago fuerza con el brazo en tu espalda para acercarte a mi boca besando tu frente - sea entonces, mi argenta diosa, haremos lo que quieras - es una promesa que planeamos cumplir. Ya te lo dije, Annice. Vengo a por ti. Venimos a por ti. No hay manera de que escapes. Mis ojos observan a la montura que tiene tu aroma, avanzo con rapidez para sentarte sobre la silla de montar para hacerlo detrás tuyo y mirarte con elocuencia - ¿A dónde? No me hagas tener que olfatear todo París para encontrar dónde te hospedas, Annice. Recuerda que mañana es luna llena a menos que sea en la mansión de tu madre, como en el antaño - susurro contra tu oído antes de tomar tu cintura con la diestra sentado a tu lado, sabiendo lo que mi timbre de voz provocará en tu audición.
El arma cae de tu mano, por puro acto reflejo le tomo con rapidez, pongo el seguro, la oculto en la parte trasera de la cintura de mis pantalones sin importar que pueda denotarse a la vista por el abrigo en tanto tus piernas flaquean haciendo que caigas de rodillas al piso. Mis manos se alargan para evitar dicho acto infame a mi pensamiento humano, es el lobo quien gruñe en mi pecho congelando toda acción por ayudarte en su desesperado deseo de verte vencida, postrada ante él, reconociendo su supremacía. Es tan fina la línea del hombre con el garou que alzo el mentón aceptando tu rendición. Tu disculpa es válida para el lobo, le gustaría más ver tu cuello echado a un lado y le cumplo el capricho llevando mi mano a esa fina garganta descubriendo la piel para instar a que ladees la cabeza a un lado dejando a la vista lo que para el lobo es el signo inequívoco del sometimiento. Un gruñido complacido emana de nuestra garganta. Hombre y bestia están contentos con tus actuares.
Debes desahogar tus penas, silente, espero paciente a que termines de llorar. Aún con el rostro cubierto sé que saldrás adelante. Eres una guerrera, una cazadora. Ésto sólo es un momento de debilidad, sólo unos instantes antes de seguir adelante. Una catarsis. Tomas mi siniestra entre tus manos en tanto mi diestra lleva lo que queda del habano para dar una nueva y última calada echándolo lejos de nosotros para que se termine de consumir. Con mimo, vendas mis heridas cantando, pronunciado algunas palabras con las que sonrío porque las reconozco de la canción que sin ser maestros en la música, compusimos. Acaricio tu mejilla con los nudillos fríos levantando tu rostro - ¿Te olvidaste de quién soy? Es pérdida de tiempo vendar la herida que ya está sanando. Te lo agradezco, Annice, por el fino gesto de atención a mi persona. Quiero creer que te acostumbrarás a mi verdadera esencia y que saldremos avante - me agacho porque ya es suficiente de tanto sometimiento.
El suelo no merece que estés de rodillas. Es como darle miel a los cerdos. Eres tan perfecta, tan excelsa, que me niego a que sigas tocando con tu cuerpo lo que sólo está permitido con la planta de tus pies. Así de enorme es mi obsesión por ti, que cuido hasta los más nimios detalles para que sigas siendo la dama que conocí, que idolatré, que me conquistó. Una mano en la cintura te levanta con rapidez elevando tus ojos hasta los míos cuando adopto la vertical antes de que mi otro brazo se cuele entre las corvas de tus rodillas para cargarte como la princesa, la diosa que eres para nosotros. - ¿De verdad crees que nos torturo, Annice? ¿De verdad te tragaste eso de que no podemos entrar al cielo? Si fuera así, la Inquisición no tendría un grupito de hombres lobo, vampiros, cambiantes y hechiceros peleando para ellos. ¿No crees? Les hacen llamar los Condenados. Sí, estos veintiocho meses me dediqué a investigar - deposito un beso sobre tu pequeña nariz. Voy caminando esta vez de regreso un par de pasos poniendo rodilla en el suelo para que ante ti esté la visión del sombrero y lo recojas - te llevaré a tu casa. Basta de cacerías por hoy, Annice. Al menos ten la coherencia de reconocer que estás desbordada, buscaremos un carruaje para acompañarte - compruebo que tu peso ha disminuido como traigas la armadura que acostumbras.
Me preocupa que hayas perdido peso. Tendré que alimentarte debidamente. Deberás recuperar las formas que me atraen y que enloquecen al lobo. En el antaño, fingía que estaba pesada para evadir sospechas. Alguna que otra vez, con la armadura en tu delicioso cuerpo, actué como si estuviéramos por caer sólo para que tu mente cazadora registrara mi debilidad. Así evitarías comparar y juzgar a mal mi persona sólo por mi condición licántropa. Debía demostrar que era diferente a todos los que combatías. Sólo de recordar tus palabras, ese "hoy no" me provoca hilaridad, así que los pliegues de mi boca se alargan con una sonrisa torva - A veces haces las cosas difíciles sólo por el placer de probarme. De divertirte con las ideas que pueden surgir de mi mente para batir tus expectativas. Si quieres que vuelva a conquistarte, de acuerdo - avanzo hasta alcanzar la salida del callejón mirando tus ojos antes de sonreír con oscura diversión.
El que me pongas tantas pruebas en lugar de aminorar mi interés, lo incrementa. ¿Acaso no sabes cuánto me gusta que sea tan difícil conquistarte? En eso te diferencias de todas las mujeres que conocí en el antaño. Que estimulas mi intelecto al igual que los sentidos del lobo. Eres perfecta para nosotros. La perfecta compañera, cómplice, aliada y a quien nos gusta cuidar. Hago fuerza con el brazo en tu espalda para acercarte a mi boca besando tu frente - sea entonces, mi argenta diosa, haremos lo que quieras - es una promesa que planeamos cumplir. Ya te lo dije, Annice. Vengo a por ti. Venimos a por ti. No hay manera de que escapes. Mis ojos observan a la montura que tiene tu aroma, avanzo con rapidez para sentarte sobre la silla de montar para hacerlo detrás tuyo y mirarte con elocuencia - ¿A dónde? No me hagas tener que olfatear todo París para encontrar dónde te hospedas, Annice. Recuerda que mañana es luna llena a menos que sea en la mansión de tu madre, como en el antaño - susurro contra tu oído antes de tomar tu cintura con la diestra sentado a tu lado, sabiendo lo que mi timbre de voz provocará en tu audición.
Kendrick McGrath- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 02/06/2018
Re: La diabla/mi Santa [Arden Annice Gladstone]
A veces siento que hablo con el aire. ¿Olvidar quién eres? ¿Olvidar lo que eres? ¿Acaso eres tú el que acaba de olvidar todo lo que dije e hice? ¿O simplemente desatiendes mis palabras a tu conveniencia? Me tocas, usas las caricias como armas para hacer conmigo lo que gustas, ¿y soy yo la que olvida todo? ¿Cómo podría olvidar la razón que nos separa? ¿Cómo podría olvidar que llevas una bestia lista para devorarme dentro de ti? Pero aun así me alzas y me aferro a ti, mi amado, al hombre que hay en ti, que tuve y conocí, una vez en diciembre…
¿En verdad crees que no nos torturas, Kendrick? Sobre todo cuando me llamas Annice. Sólo mi padre me llama así, y usualmente es cuando he cometido alguna desobediencia a sus indicaciones o una falta a mis modales. Pero la vez que escuchaste pronunciar mi nombre completo, seguido de la reverencia a tu presencia, tus ojos se iluminaron en mí; y jamás me llamaste por quién soy. Arden. Arden es mi nombre y su significado importa. Significa ardiente y sincera, sí importa, pero no para ti. Es como si eligieras que fuera diferente contigo; y es verdad, lo soy; pero no así. No es esto lo que quiero. Y con más fuerza me aferro a tu cuerpo, no quiero soltarme, no quiero verte directo a tus ojos y descubrir que tu alma ya no es la misma. No puedo soportarlo, no ahora; así que sólo escucho tu voz, y te siento mío, cerca… tu piel arde.
Clavo con fiereza mis propias uñas en mis muñecas por debajo de los guantes de cuero negro. No quiero saberlo, no quiero escucharlo, no quiero tener que seguir cuestionando todo lo que soy y todo lo que creo, con la estúpida idea de que mañana en la noche todo será perfecto otra vez, porque no va a ser así. No me hagas perder más cordura de la que deje sobre el frío suelo cuando me rendí ante ti ¿Qué más pretendes esta noche? Se arrodilla y el temor a caerme me hace reaccionar frente a mi fiel compañero de ideas, el que resguarda mi femineidad cuando he de esconderme, y quien conoce todas mis ideas. Tomo el sombrero con una mano y veo el rastro de sangre en las uñas, pero lo ignoro. Lo sostengo con fuerza sin colocármelo. Si sigo presionando la tela voy a desgarrarlo. Y me pides coherencia. ¿COHERENCIA? Sí, estoy desbordada, ¿Culpa de quién será? ¿Buscaremos? ¡DEJA DE HALAR EN PLURAL Y RECORDARME QUE ESTA AHÍ DENTRO TUYO ESPERANDO PARA DESTROZARME!
Inspiro otra vez profundo, quizá porque perdida en mi mente, otra vez olvide respirar. El aire es gélido como todo en este momento a mí alrededor. Incluso tú. Me das órdenes y me indicas, me acomodas como una muñeca, una actriz más en tu gran teatro dónde la obra es de a tres. Kendrick, el amor; ¡solo es de a dos! FRÍO, HELADO. Sin perturbarte en lo más mínimo has hecho participe a un monstruo en nuestra enfermiza relación, sin preguntas ni atenciones. Recuérdame otra vez como es que me amas y me respetas. Recuérdame como es que se supone que cene con mi esposo y vaya a la cama con un lobo. Explícame, como esto no es retorcidamente enfermizo. El amor es el arma más cruel y mortal; mucho peor que cualquier veneno, te mata si lo tienes, pero duele infinitamente cuando te falta.
No más provocaciones esta noche. A veces el silencio, también es una manera de expresar una opinión. Mañana… mañana he de huir. Es abrumador que puedas oler todas mis reacciones y ver en vividos colores todos mis sentimientos, como si fuera tan fácil. Odio esto… Me sube a la montura y me habla susurrante al oído. Un suspiro idílico y lujurioso se escapa de mi boca que no logro mantener cerrada. El sacudón en mi cuero es tan fuerte que no puedo evitarlo. Mi piel se eriza desde la nuca y me recorre hasta las piernas dejando esa sensación de frío y como si tuviera los músculos adormecidos. Trago saliva seca *Otra vez… háblame así otra vez…* Asiento con la cabeza repetidamente. Nunca podría decir que conozco mucho del mundo de las relaciones, mucho menos de los placeres carnales de los hombres; pero en mí, tu voz tenue pero firme y segura, hablando contra mi piel sintiendo que tu aliento tibio se pega contra mi nuca… eso es un completo elixir de placer, que me transporta a un momento perfecto, en el que quiero vivir por siempre.
Es tan maravilloso que ni sus alusiones a la condición licantropía pueden estropearlo. No necesito tomar la montura, conoces muy bien cómo llegar. Conoces el lugar y cada habitación, conoces el piano oculto donde tanto tiempo compartimos, e incluso, sabes dónde escondo ese libro prohibido de Donatien Alphonse François de Sade, el marqués, que tan cuidadosamente envié a comprar y con tanto recelo compartí contigo, llena de vergüenza y pudor. Pues lo que no he de entender, ¿quién mejor que mi prometido para que me sepa explicar? Sabes cuál es la entrada principal, pero a estas horas, sabes que hay otra entrada por dónde llegar. Mi mano pica, la sangre comienza a secarse y me rasco compulsivamente volviendo a abrir la herida que quería sanar. No quiero cuestionarme nada, necesito alcohol y descansar. Pero no podré dormir tranquila contigo en mi vida otra vez. Somos dos desconocidos, con demasiados recuerdos en común. Hoy sabes quién soy y yo, temo volver a conocerte. Mis balas de plata dicen que somos enemigos, tus constantes gruñidos guturales sólo lo fortalecen. Sólo el silencio tenemos ahora en común. Pero tu voz… Ya no hables.
Para apreciar la luz, hay que conocer a la oscuridad y mañana hay luna llena. No... Niego para mí misma con la cabeza. Las heridas sanan, pero jamás vuelves a ser el mismo; las cicatrices se convierten en tus señas particulares y ya no se puede negar quién uno es. – “Puedo… puedo llegar sola. Sé cómo hacerlo.”
¿En verdad crees que no nos torturas, Kendrick? Sobre todo cuando me llamas Annice. Sólo mi padre me llama así, y usualmente es cuando he cometido alguna desobediencia a sus indicaciones o una falta a mis modales. Pero la vez que escuchaste pronunciar mi nombre completo, seguido de la reverencia a tu presencia, tus ojos se iluminaron en mí; y jamás me llamaste por quién soy. Arden. Arden es mi nombre y su significado importa. Significa ardiente y sincera, sí importa, pero no para ti. Es como si eligieras que fuera diferente contigo; y es verdad, lo soy; pero no así. No es esto lo que quiero. Y con más fuerza me aferro a tu cuerpo, no quiero soltarme, no quiero verte directo a tus ojos y descubrir que tu alma ya no es la misma. No puedo soportarlo, no ahora; así que sólo escucho tu voz, y te siento mío, cerca… tu piel arde.
Clavo con fiereza mis propias uñas en mis muñecas por debajo de los guantes de cuero negro. No quiero saberlo, no quiero escucharlo, no quiero tener que seguir cuestionando todo lo que soy y todo lo que creo, con la estúpida idea de que mañana en la noche todo será perfecto otra vez, porque no va a ser así. No me hagas perder más cordura de la que deje sobre el frío suelo cuando me rendí ante ti ¿Qué más pretendes esta noche? Se arrodilla y el temor a caerme me hace reaccionar frente a mi fiel compañero de ideas, el que resguarda mi femineidad cuando he de esconderme, y quien conoce todas mis ideas. Tomo el sombrero con una mano y veo el rastro de sangre en las uñas, pero lo ignoro. Lo sostengo con fuerza sin colocármelo. Si sigo presionando la tela voy a desgarrarlo. Y me pides coherencia. ¿COHERENCIA? Sí, estoy desbordada, ¿Culpa de quién será? ¿Buscaremos? ¡DEJA DE HALAR EN PLURAL Y RECORDARME QUE ESTA AHÍ DENTRO TUYO ESPERANDO PARA DESTROZARME!
Inspiro otra vez profundo, quizá porque perdida en mi mente, otra vez olvide respirar. El aire es gélido como todo en este momento a mí alrededor. Incluso tú. Me das órdenes y me indicas, me acomodas como una muñeca, una actriz más en tu gran teatro dónde la obra es de a tres. Kendrick, el amor; ¡solo es de a dos! FRÍO, HELADO. Sin perturbarte en lo más mínimo has hecho participe a un monstruo en nuestra enfermiza relación, sin preguntas ni atenciones. Recuérdame otra vez como es que me amas y me respetas. Recuérdame como es que se supone que cene con mi esposo y vaya a la cama con un lobo. Explícame, como esto no es retorcidamente enfermizo. El amor es el arma más cruel y mortal; mucho peor que cualquier veneno, te mata si lo tienes, pero duele infinitamente cuando te falta.
No más provocaciones esta noche. A veces el silencio, también es una manera de expresar una opinión. Mañana… mañana he de huir. Es abrumador que puedas oler todas mis reacciones y ver en vividos colores todos mis sentimientos, como si fuera tan fácil. Odio esto… Me sube a la montura y me habla susurrante al oído. Un suspiro idílico y lujurioso se escapa de mi boca que no logro mantener cerrada. El sacudón en mi cuero es tan fuerte que no puedo evitarlo. Mi piel se eriza desde la nuca y me recorre hasta las piernas dejando esa sensación de frío y como si tuviera los músculos adormecidos. Trago saliva seca *Otra vez… háblame así otra vez…* Asiento con la cabeza repetidamente. Nunca podría decir que conozco mucho del mundo de las relaciones, mucho menos de los placeres carnales de los hombres; pero en mí, tu voz tenue pero firme y segura, hablando contra mi piel sintiendo que tu aliento tibio se pega contra mi nuca… eso es un completo elixir de placer, que me transporta a un momento perfecto, en el que quiero vivir por siempre.
Es tan maravilloso que ni sus alusiones a la condición licantropía pueden estropearlo. No necesito tomar la montura, conoces muy bien cómo llegar. Conoces el lugar y cada habitación, conoces el piano oculto donde tanto tiempo compartimos, e incluso, sabes dónde escondo ese libro prohibido de Donatien Alphonse François de Sade, el marqués, que tan cuidadosamente envié a comprar y con tanto recelo compartí contigo, llena de vergüenza y pudor. Pues lo que no he de entender, ¿quién mejor que mi prometido para que me sepa explicar? Sabes cuál es la entrada principal, pero a estas horas, sabes que hay otra entrada por dónde llegar. Mi mano pica, la sangre comienza a secarse y me rasco compulsivamente volviendo a abrir la herida que quería sanar. No quiero cuestionarme nada, necesito alcohol y descansar. Pero no podré dormir tranquila contigo en mi vida otra vez. Somos dos desconocidos, con demasiados recuerdos en común. Hoy sabes quién soy y yo, temo volver a conocerte. Mis balas de plata dicen que somos enemigos, tus constantes gruñidos guturales sólo lo fortalecen. Sólo el silencio tenemos ahora en común. Pero tu voz… Ya no hables.
Para apreciar la luz, hay que conocer a la oscuridad y mañana hay luna llena. No... Niego para mí misma con la cabeza. Las heridas sanan, pero jamás vuelves a ser el mismo; las cicatrices se convierten en tus señas particulares y ya no se puede negar quién uno es. – “Puedo… puedo llegar sola. Sé cómo hacerlo.”
Arden Annice Gladstone- Cazador Clase Alta
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Re: La diabla/mi Santa [Arden Annice Gladstone]
Exijo demasiado de tu psique, me doy cuenta en el instante en que a mi olfato llega tu olor a sangre, otra vez estás torturando tu cuerpo, mutilando quién sabe qué parte hasta que te observo tomar el sombrero notando tus uñas con el largo rojo. Todo ésto es una tortura para ti, si eres incapaz de dejar atrás la muerte de tu madre ¿Cómo creí acaso que podrías sanar en dos años lo que para ti fue una hecatombe cuando descubriste que era un licántropo? He ahí mi error. Creer que eres fuerte cuando fue evidente que tu debilidad emocional es tu mayor problema existencial. Analfabeta que eres, te es imposible comprender las situaciones sin hacer a un lado las emociones que te embargan y que se estancan como agua en una presa. Contenidas, se potencian y cuando la estructura se rompe, viene la enorme marejada que te deja exhausta y catatónica como ahora estás entre mis brazos.
Débil. ¿Hice mal en volver a tu lado? Es mi propia obsesión la que se niega a perderte. Más careces de la capacidad de hacer a un lado lo que sientes para observarlo analítica y lógicamente. Es tu sangre en las muñecas lo que me hace consciente de ésto. Obedeces como muñeca, como un perro hace con su amo. Sistemática, fría y vacía. Ni siquiera el susurro tiene el efecto deseado cuando tu aura grita por tu boca cerrada. Estás cada vez más introspectiva, más apagada. Más deprimida. Arreo el caballo con fuerza, hay un pequeño e imperceptible cambio en esa aura que me atrae como una polilla a la flama. Coloco la siniestra en tu vientre acercando tu cuerpo al mío, estás helada. Rechino los dientes antes de ordenar al caballo que se detenga para despojarme del abrigo y, con movimientos lentos, vestirte con él. Me preocupas, así como me rechazas, te conozco y sé que me amas. ¿Qué haré contigo?
Termino de vestirte en silencio, el que ambos estamos decididos a mantener. Al verte vestida hay un impulso que es inevitable, tomar la primera de tus manos que con ansia histérica estás rascando agravando la herida. La llevo a mi boca sacando la lengua para lamer ésta con suavidad, con las encimas propias del lobo para curar un poco ésta y dar cierto alivio al menos hasta que lleguemos a tu hogar para atenderte como es debido. Cada pase de mi músculo bucal es acompañado por la mirada fija en tus ojos sin que pretenda que sea como es. Subyugante y erótica. Tomo la otra mano para repetir el proceso cerrando las heridas a cualquier infección. La saliva es una fuente de poder cuando la luna está a horas de manifestarse en su totalidad. Y en esta noche, intentaré que el lobo esté lejos de ti. Más desconozco si lograré obtener un triunfo o será un fracaso total como él quiera mirar tus ojos y oler tu aroma ahora que sabes de su existencia.
La última lamida es acompañada por un suspiro que se me escapa con potencia antes de besar el dorso de tu mano y guardarla en tu regazo para continuar el camino en silencio, disfrutando de cómo recargas la espalda contra mi pecho, buscando proteger tu frágil esencia. Exiges algo que por un momento quisiera negarte. El que sola te alejes sería un signo de que fracasé. De que ni siquiera tienes la voluntad de intentarlo y huirás de mi lado como si fuera la peste en persona. Mis ojos se clavan en los tuyos. ¿Acaso puedes ver la frustración que me embarga? ¿El dolor que me provocas que es un reflejo del tuyo? ¿Cuánto es lo que me dañas? Hago un recuento rápido de lo que cargas en el abrigo. Mis habanos, al menos dos más con el cortador y los cerillos. El arma en el costado que me niego a perder. Por lo que busco con rapidez tomándola para intercambiar de lugar con la tuya que llevaba a la espalda que te había quitado en el callejón.
Cambian ambas armas de lugar, mi camisa es sacada de los pantalones para cubrir su existencia dejando un look que pocas veces muestro. Menos arreglado y elegante. Más propio del descuidado lobo. - Como desees, my darling - beso tu frente con devoción, con el amor que siento por ti que me tortura como me hace feliz a partes iguales. Desmonto con las bridas todavía en la diestra que te hago tomar. Aún en desventaja por la altura que tomas sobre el corcel, mis ojos te observan con esta frustración y la decepción de saber que ni mil años serán suficientes para que dejes de lastimarte con mis actuares, con mi esencia que te niegas a aceptar. Tengo que darme por vencido. Tengo que aceptar que erré, que debí alejarme de tu vera cuando noté que eras una cazadora. Que te será imposible aceptarme como soy, con él a cuestas por mi herencia licántropa. El control de tu ser se basa en el amor que tienes para tu madre, recordando cuántas veces dijiste que querrías llegar al cielo para abrazarla, me sonrío con amargura sabiendo que para tu idiosincrasia, estar conmigo sería todo lo contrario.
¿Debo darme por vencido? Si el error estuviera en mi conducta, en mi ideología, la respuesta sería que debería luchar más. Sin embargo, el error está en mi esencia. La licántropa que te niegas a aceptar. La respuesta entonces es una y por más que me haga rabiar, debo obedecer a mis propias convicciones de cuidar de ti aunque se me vaya la vida en ello. Aunque pierda la felicidad que contigo conseguí. Porque lo hice. Lo hicimos tú y yo. Fuimos felices todo el tiempo que estuvimos juntos hasta esa mañana fatídica. Por mi garganta pasa un trago de saliva rasposa de cómo está de cerrada por mi decisión. Hay que hacerlo y como todo caballero que soy, seré quien te ayude a decidir, my darling. Tomo tu diestra para depositar en ella un beso elegante y caballeroso antes de susurrar con la tristeza en las palabras - renuncio a ti, Arden. Renuncio a la mujer que creí que sería mi amante, mi esposa, la madre de mis hijos y la que podría dar sentido a mi existencia que como alardeas, está maldita. Sé libre. No volveré a buscarte, volveré a Escocia en el primer barco que salga después de la luna llena - prometo antes de alejarme un par de pasos.
¿Debí besarte? Eso sólo prolongaría más mi agonía. El saberte tan cerca con tu cuerpo pegado al mío y tan lejos como tu mente y tus emociones lacerando tu esencia, tu alma, aquélla que me gusta ver en libertad, con el ahínco y la pasión con que haces todo. Ahora, sólo eres una muñeca rota y así me niego a verte. Sé que te recuperarás, lo vi en el callejón, volverás a sonreír. Y quizá alguien te haga feliz. Quiera tu dios que encuentres a la persona que buscas, que deseas contigo. Ya quedó claro que esa, no soy yo. Maldita la hora en ese doce de diciembre que te conocí. Maldita la hora en que nuestros caminos se encontraron e insistí en seguir esa senda que me conducía a la destrucción. Más ¿Sabes algo? Valió la pena. Valió la pena toda esta derrota si pude ser feliz por veintitrés meses y días.
Meto las manos en los bolsillos de los pantalones para evitar tocarte, detener tu camino - no tienes por qué preocuparte, mañana no saldré a cazar. Me ataré con cadenas de plata en las mazmorras. ¿Recuerdas a mi mayordomo Conrad? Él sabe bien cómo contener al lobo, así que evita mirar atrás porque no me encontrarás. Eres libre, te libero de tu promesa de compartir tu vida conmigo. Te libero del compromiso que ambos hicimos con la misma franqueza porque jamás fui más sincero que ese día - me acerco al cuarto trasero del caballo para darle una palmada en el músculo incitándolo a avanzar. De lo contrario, seguiremos aquí hasta que el sol salga y me preocupa que llegues con bien.
En cuanto el caballo avanza, doy media vuelta para empezar a caminar alejando mis pasos de ti. Mi camino aquí se bifurca, te dejo en libertad como querías. Ni siquiera veo el par de sujetos que aparecen en la esquina, el lobo huele su podredumbre, podría anticipar sus movimientos de quererlo. Más en este momento, ¿Qué es una pelea con dos vampiros que saben qué soy comparado a la herida fatal que tengo en el pecho porque te has llevado mi corazón? Absolutamente nada. El primer golpe lastima mi quijada superior llevándome al piso. Es el lobo quien reacciona rodando para colocarse en cuclillas con las manos en el piso acechando. Al menos tendré la satisfacción de romper un par de huesos para así, desfogar la desesperación de haberte perdido por segunda vez. Y en esta ocasión, para siempre.
Débil. ¿Hice mal en volver a tu lado? Es mi propia obsesión la que se niega a perderte. Más careces de la capacidad de hacer a un lado lo que sientes para observarlo analítica y lógicamente. Es tu sangre en las muñecas lo que me hace consciente de ésto. Obedeces como muñeca, como un perro hace con su amo. Sistemática, fría y vacía. Ni siquiera el susurro tiene el efecto deseado cuando tu aura grita por tu boca cerrada. Estás cada vez más introspectiva, más apagada. Más deprimida. Arreo el caballo con fuerza, hay un pequeño e imperceptible cambio en esa aura que me atrae como una polilla a la flama. Coloco la siniestra en tu vientre acercando tu cuerpo al mío, estás helada. Rechino los dientes antes de ordenar al caballo que se detenga para despojarme del abrigo y, con movimientos lentos, vestirte con él. Me preocupas, así como me rechazas, te conozco y sé que me amas. ¿Qué haré contigo?
Termino de vestirte en silencio, el que ambos estamos decididos a mantener. Al verte vestida hay un impulso que es inevitable, tomar la primera de tus manos que con ansia histérica estás rascando agravando la herida. La llevo a mi boca sacando la lengua para lamer ésta con suavidad, con las encimas propias del lobo para curar un poco ésta y dar cierto alivio al menos hasta que lleguemos a tu hogar para atenderte como es debido. Cada pase de mi músculo bucal es acompañado por la mirada fija en tus ojos sin que pretenda que sea como es. Subyugante y erótica. Tomo la otra mano para repetir el proceso cerrando las heridas a cualquier infección. La saliva es una fuente de poder cuando la luna está a horas de manifestarse en su totalidad. Y en esta noche, intentaré que el lobo esté lejos de ti. Más desconozco si lograré obtener un triunfo o será un fracaso total como él quiera mirar tus ojos y oler tu aroma ahora que sabes de su existencia.
La última lamida es acompañada por un suspiro que se me escapa con potencia antes de besar el dorso de tu mano y guardarla en tu regazo para continuar el camino en silencio, disfrutando de cómo recargas la espalda contra mi pecho, buscando proteger tu frágil esencia. Exiges algo que por un momento quisiera negarte. El que sola te alejes sería un signo de que fracasé. De que ni siquiera tienes la voluntad de intentarlo y huirás de mi lado como si fuera la peste en persona. Mis ojos se clavan en los tuyos. ¿Acaso puedes ver la frustración que me embarga? ¿El dolor que me provocas que es un reflejo del tuyo? ¿Cuánto es lo que me dañas? Hago un recuento rápido de lo que cargas en el abrigo. Mis habanos, al menos dos más con el cortador y los cerillos. El arma en el costado que me niego a perder. Por lo que busco con rapidez tomándola para intercambiar de lugar con la tuya que llevaba a la espalda que te había quitado en el callejón.
Cambian ambas armas de lugar, mi camisa es sacada de los pantalones para cubrir su existencia dejando un look que pocas veces muestro. Menos arreglado y elegante. Más propio del descuidado lobo. - Como desees, my darling - beso tu frente con devoción, con el amor que siento por ti que me tortura como me hace feliz a partes iguales. Desmonto con las bridas todavía en la diestra que te hago tomar. Aún en desventaja por la altura que tomas sobre el corcel, mis ojos te observan con esta frustración y la decepción de saber que ni mil años serán suficientes para que dejes de lastimarte con mis actuares, con mi esencia que te niegas a aceptar. Tengo que darme por vencido. Tengo que aceptar que erré, que debí alejarme de tu vera cuando noté que eras una cazadora. Que te será imposible aceptarme como soy, con él a cuestas por mi herencia licántropa. El control de tu ser se basa en el amor que tienes para tu madre, recordando cuántas veces dijiste que querrías llegar al cielo para abrazarla, me sonrío con amargura sabiendo que para tu idiosincrasia, estar conmigo sería todo lo contrario.
¿Debo darme por vencido? Si el error estuviera en mi conducta, en mi ideología, la respuesta sería que debería luchar más. Sin embargo, el error está en mi esencia. La licántropa que te niegas a aceptar. La respuesta entonces es una y por más que me haga rabiar, debo obedecer a mis propias convicciones de cuidar de ti aunque se me vaya la vida en ello. Aunque pierda la felicidad que contigo conseguí. Porque lo hice. Lo hicimos tú y yo. Fuimos felices todo el tiempo que estuvimos juntos hasta esa mañana fatídica. Por mi garganta pasa un trago de saliva rasposa de cómo está de cerrada por mi decisión. Hay que hacerlo y como todo caballero que soy, seré quien te ayude a decidir, my darling. Tomo tu diestra para depositar en ella un beso elegante y caballeroso antes de susurrar con la tristeza en las palabras - renuncio a ti, Arden. Renuncio a la mujer que creí que sería mi amante, mi esposa, la madre de mis hijos y la que podría dar sentido a mi existencia que como alardeas, está maldita. Sé libre. No volveré a buscarte, volveré a Escocia en el primer barco que salga después de la luna llena - prometo antes de alejarme un par de pasos.
¿Debí besarte? Eso sólo prolongaría más mi agonía. El saberte tan cerca con tu cuerpo pegado al mío y tan lejos como tu mente y tus emociones lacerando tu esencia, tu alma, aquélla que me gusta ver en libertad, con el ahínco y la pasión con que haces todo. Ahora, sólo eres una muñeca rota y así me niego a verte. Sé que te recuperarás, lo vi en el callejón, volverás a sonreír. Y quizá alguien te haga feliz. Quiera tu dios que encuentres a la persona que buscas, que deseas contigo. Ya quedó claro que esa, no soy yo. Maldita la hora en ese doce de diciembre que te conocí. Maldita la hora en que nuestros caminos se encontraron e insistí en seguir esa senda que me conducía a la destrucción. Más ¿Sabes algo? Valió la pena. Valió la pena toda esta derrota si pude ser feliz por veintitrés meses y días.
Meto las manos en los bolsillos de los pantalones para evitar tocarte, detener tu camino - no tienes por qué preocuparte, mañana no saldré a cazar. Me ataré con cadenas de plata en las mazmorras. ¿Recuerdas a mi mayordomo Conrad? Él sabe bien cómo contener al lobo, así que evita mirar atrás porque no me encontrarás. Eres libre, te libero de tu promesa de compartir tu vida conmigo. Te libero del compromiso que ambos hicimos con la misma franqueza porque jamás fui más sincero que ese día - me acerco al cuarto trasero del caballo para darle una palmada en el músculo incitándolo a avanzar. De lo contrario, seguiremos aquí hasta que el sol salga y me preocupa que llegues con bien.
En cuanto el caballo avanza, doy media vuelta para empezar a caminar alejando mis pasos de ti. Mi camino aquí se bifurca, te dejo en libertad como querías. Ni siquiera veo el par de sujetos que aparecen en la esquina, el lobo huele su podredumbre, podría anticipar sus movimientos de quererlo. Más en este momento, ¿Qué es una pelea con dos vampiros que saben qué soy comparado a la herida fatal que tengo en el pecho porque te has llevado mi corazón? Absolutamente nada. El primer golpe lastima mi quijada superior llevándome al piso. Es el lobo quien reacciona rodando para colocarse en cuclillas con las manos en el piso acechando. Al menos tendré la satisfacción de romper un par de huesos para así, desfogar la desesperación de haberte perdido por segunda vez. Y en esta ocasión, para siempre.
Kendrick McGrath- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 63
Fecha de inscripción : 02/06/2018
Re: La diabla/mi Santa [Arden Annice Gladstone]
Siento el calor que emana. Jamás padecí frío cuando me abrazaba. ¿Tan cegada estaba que jamás noté que era imposible esa condición? Tu mano en mi vientre. Dejo caer mi cabeza lentamente contra ti. Entregada. La añoranza de que alguna vez hicieras eso acariciando a tu hijo por nacer, entregándole tu amor a través de mi piel. Tonta ilusión, con que poco me conformo; sólo la idea de que alguna vez pudiera sentirme plena y feliz, en un mundo mejor. Hoy sé que ese mundo mejor, sólo llegará si yo lo hago realidad, si yo lo creo en cada paso que avanzo, despojando al mundo de su penosa enfermedad: el odio que tiene por sí mismo.
Me cubres con tu abrigo, nunca necesité decir nada. ¿Era tu instinto de lobo, o simplemente soy tan transparente ante ti? Fijo mis ojos en los tuyos, no sé qué pretendes. Toma mi mano con tal cuidado, deslizando el guante como si fuera una caricia. Tu lengua, húmeda y caliente. Mi garganta ha reducido su espesor haciéndose infinitamente más angosta, la saliva debe abrirse el paso forzosamente para poder avanzar. Sé lo que hace, sé que es más el lobo al que debo agradecer que al hombre. Cierro los ojos recordando esa noche en que tu lengua recorrió otras partes de mi anatomía, de la misma manera lenta y pesadamente como si fuerza el músculo más fuerte de tu cuerpo. Quiero retorcerme del placer de ese mero recuerdo. Volver a sentir como me humedeces por fuera para lograr lo mismo por dentro…
Pero en cuanto te detienes, también el anhelo y sé que necesito regresar a la realidad. Sólo quiero regresar a casa, y si lo hago contigo, perderé mucho más que solo unos pasos al cielo. Tomo las riendas en cuanto las entregas esperando que sea el final de esta noche. Deseando terminar la tortura que es tenerte conmigo y a la vez, perderte. Eres tú el que se pierde, dentro y profundo de ese ser bestial que carcome tu humanidad y bendita presencia, dejando los modales, la cultura y la elegancia para formar parte de los horrores de la noche. Pero no es el final, siempre hay una palabra más contigo. Tantos meses de silencio se convierten en todas y cada una de las frustraciones que no podemos dejar de pronunciar. Lo hice, lo que fue. Lo que debí decir y nunca ocurrió. Todo lo que llevas pensando en los contados días desde que sólo vi tu figura humana desvanecerse en mis ojos llovidos.
*No te vayas a Escocia. No renuncies. No me dejes.* Cada vocablo me hiere más que el anterior. Pero no es momento de hablar. Pretendes que en sólo minutos recomponga lo que todos estos meses he escondido roto debajo de la alfombra. Esgrimes mis propias palabras en mi contra, en lugar de darme tiempo a comprender. El tiempo no cura nada, pero al menos te da la oportunidad de entender lo que sucede. ¡Exigente! Cómo siempre. Exigente, celoso, demandante. Cómo si mi misión con mi familia fuera lo único que entendieses de mí, pero no lo aceptas. No lo aceptas de la misma manera que no puedo aceptar que mi amado sea un nombre en mi lista de presas a cazar. No soy yo la que está huyendo, Kendrick, eres tú. De lo que siento y lo que requiero para sanar. Es una carga pesada y lo admito, pero la vivo y la lucho. En una hora tú ya has desechado todo. *Cobarde*
No puedo ni pensar en el dolor de la piel del lobo contra las cadenas de plata, las heridas al despertar. La desesperación del aprisionamiento. Así que ahora cobardemente yo veo a un lado. Tú figura, tu imagen, ya no es la misma. Recuerdo salir a pasear a tu lado, y tu cabello rubio como el sol brillando con estelas como si fueran estrellas en el día. Ahora, ha oscurecido. Tus labios, tan robustos y tentadores, se veían más delegados, porque siempre llevabas una sonrisa que ofrendar en ellos, una que ya no está allí. Tus mejillas se veían más robustas, llenas de vida y algo rosadas por el sol. Tu piel se ve pálida, tu rostro se ha afinado. Rara vez llevabas los rasgos de tu masculinidad tan marcados en la piel. Hoy te revistes con una leve barba y bigotes imponiendo tu condición de hombre. Eso es lo que me cuesta ver. Ya no somos dos niños, te has hecho todo un hombre y esta mujer, no ha crecido lo suficiente como para alcanzarte ¡No! Ese no es el punto es el maldito lobo… Pero no soportaría verte sufrir.
*”El tiempo es muy largo para los que esperan, muy rápido para los que temen, muy largo para los que sufren, muy corto para los que gozan; pero para quienes aman, el tiempo es eternidad.” William Shakespeare. Mi favorito. ¿A esto te refieres? La cantidad de tiempo que pasamos juntos nunca fue suficiente, y medida, es casi lo mismo que llevamos separados pero aparenta eternidades tormentosas.* Aún es muy de noche. El sol no repuntara en el firmamento hasta dentro de unas horas más. Quiero hablar, pero sólo llego a negar con la cabeza cuando el caballo emprende su marcha dejando sólo tu beso en mi mano. Eso no me es suficiente. Quiero llorar, quiero gritar y desbordarme en lágrimas. El peor dolor que existe, no es el que te mata; sino el que te deja sin ganas de vivir. Quiero romper todos y cada uno de los elementos de la vajilla y prender fuego TODO. ¿Cómo se puede vivir con un alma en pena? Ya no tengo a nadie a mi lado y dejo dejarte ir a ti también. Ya nada me detiene. ¿Qué estoy haciendo?
Ralentizo la marcha del caballo, lo detengo; y como cualquier amante en pena, miro hacia atrás para ver lo que estoy alejando de mí. Mi mirada triste busca ver tu figura una última vez antes de que se pierda en la oscuridad de la noche.
La daga se hunde más profundo cuando ve que el golpe te hace caer. – “¡KENDRICK!”- la pena que me ofusca en creer el dolor que puede provocarte el estar atado con cadenas de plata se hace realidad en un acto más mundano. Un golpe. El grito salió de mi cuerpo con todas sus fuerzas y no me importa si despierto todo París con él. ¿No hueles mi desesperación, lobo? ¿No ves mi alma eclipsar por saber que pueden hacerte daño? De todas las sensaciones que la cacería provoca, la perfecta comunión con el caballo, es la que más amo. La única que puedo vivir en cualquier momento y por el puro placer de la adrenalina de sentir el viento curtir la piel y vivir el terreno, juntos. Pero no lo siento, sólo pienso en llegar a ti tan rápido como puedo cuando obligo al caballo a volver a toda prisa. Introduzco la mano en las altas botas, sé lo que busco. Serpenteante el sable sale de su guarida, y gira en mi mano para poner el filo frente. Ya no más, no lo toques más. ¡ES MIO! ¡ALÉJATE DE ÉL! *Kendrick, defiéndete, deja el lobo salir. Lo autorizo, lo permito y lo tolero, juro que lo hago. No dejes que te hagan daño frente a mí, por favor.* Venía preparada para esto, para vampiros. Ya no me importa si son mi objetivo, sólo sé que laceran a mi amado y nada más puede ser más trascendental en este momento.
El caballo me da la fuerza que mi hombro, aún malherido de esa previa batalla no me daría si no tomo impulso. Y en cuanto el primero me espera, sin corazón ni piedad, corto su cuello. Novato, este fue sencillo. Desmontó de un solo salto, termino el trabajo. – “¡Kendrick!”- Juntos podemos terminar con esto. Sus ojos, no es él. Sé que su esencia se comparte, pero el lupino tomando control y la escena me horroriza, incluso con lo que he visto, pero no lo detengo. Callo, observo y degusto el olor a sangre en el ambiente. Yo te curaré a ti esta noche, mi amor.
Me cubres con tu abrigo, nunca necesité decir nada. ¿Era tu instinto de lobo, o simplemente soy tan transparente ante ti? Fijo mis ojos en los tuyos, no sé qué pretendes. Toma mi mano con tal cuidado, deslizando el guante como si fuera una caricia. Tu lengua, húmeda y caliente. Mi garganta ha reducido su espesor haciéndose infinitamente más angosta, la saliva debe abrirse el paso forzosamente para poder avanzar. Sé lo que hace, sé que es más el lobo al que debo agradecer que al hombre. Cierro los ojos recordando esa noche en que tu lengua recorrió otras partes de mi anatomía, de la misma manera lenta y pesadamente como si fuerza el músculo más fuerte de tu cuerpo. Quiero retorcerme del placer de ese mero recuerdo. Volver a sentir como me humedeces por fuera para lograr lo mismo por dentro…
Pero en cuanto te detienes, también el anhelo y sé que necesito regresar a la realidad. Sólo quiero regresar a casa, y si lo hago contigo, perderé mucho más que solo unos pasos al cielo. Tomo las riendas en cuanto las entregas esperando que sea el final de esta noche. Deseando terminar la tortura que es tenerte conmigo y a la vez, perderte. Eres tú el que se pierde, dentro y profundo de ese ser bestial que carcome tu humanidad y bendita presencia, dejando los modales, la cultura y la elegancia para formar parte de los horrores de la noche. Pero no es el final, siempre hay una palabra más contigo. Tantos meses de silencio se convierten en todas y cada una de las frustraciones que no podemos dejar de pronunciar. Lo hice, lo que fue. Lo que debí decir y nunca ocurrió. Todo lo que llevas pensando en los contados días desde que sólo vi tu figura humana desvanecerse en mis ojos llovidos.
*No te vayas a Escocia. No renuncies. No me dejes.* Cada vocablo me hiere más que el anterior. Pero no es momento de hablar. Pretendes que en sólo minutos recomponga lo que todos estos meses he escondido roto debajo de la alfombra. Esgrimes mis propias palabras en mi contra, en lugar de darme tiempo a comprender. El tiempo no cura nada, pero al menos te da la oportunidad de entender lo que sucede. ¡Exigente! Cómo siempre. Exigente, celoso, demandante. Cómo si mi misión con mi familia fuera lo único que entendieses de mí, pero no lo aceptas. No lo aceptas de la misma manera que no puedo aceptar que mi amado sea un nombre en mi lista de presas a cazar. No soy yo la que está huyendo, Kendrick, eres tú. De lo que siento y lo que requiero para sanar. Es una carga pesada y lo admito, pero la vivo y la lucho. En una hora tú ya has desechado todo. *Cobarde*
No puedo ni pensar en el dolor de la piel del lobo contra las cadenas de plata, las heridas al despertar. La desesperación del aprisionamiento. Así que ahora cobardemente yo veo a un lado. Tú figura, tu imagen, ya no es la misma. Recuerdo salir a pasear a tu lado, y tu cabello rubio como el sol brillando con estelas como si fueran estrellas en el día. Ahora, ha oscurecido. Tus labios, tan robustos y tentadores, se veían más delegados, porque siempre llevabas una sonrisa que ofrendar en ellos, una que ya no está allí. Tus mejillas se veían más robustas, llenas de vida y algo rosadas por el sol. Tu piel se ve pálida, tu rostro se ha afinado. Rara vez llevabas los rasgos de tu masculinidad tan marcados en la piel. Hoy te revistes con una leve barba y bigotes imponiendo tu condición de hombre. Eso es lo que me cuesta ver. Ya no somos dos niños, te has hecho todo un hombre y esta mujer, no ha crecido lo suficiente como para alcanzarte ¡No! Ese no es el punto es el maldito lobo… Pero no soportaría verte sufrir.
*”El tiempo es muy largo para los que esperan, muy rápido para los que temen, muy largo para los que sufren, muy corto para los que gozan; pero para quienes aman, el tiempo es eternidad.” William Shakespeare. Mi favorito. ¿A esto te refieres? La cantidad de tiempo que pasamos juntos nunca fue suficiente, y medida, es casi lo mismo que llevamos separados pero aparenta eternidades tormentosas.* Aún es muy de noche. El sol no repuntara en el firmamento hasta dentro de unas horas más. Quiero hablar, pero sólo llego a negar con la cabeza cuando el caballo emprende su marcha dejando sólo tu beso en mi mano. Eso no me es suficiente. Quiero llorar, quiero gritar y desbordarme en lágrimas. El peor dolor que existe, no es el que te mata; sino el que te deja sin ganas de vivir. Quiero romper todos y cada uno de los elementos de la vajilla y prender fuego TODO. ¿Cómo se puede vivir con un alma en pena? Ya no tengo a nadie a mi lado y dejo dejarte ir a ti también. Ya nada me detiene. ¿Qué estoy haciendo?
Ralentizo la marcha del caballo, lo detengo; y como cualquier amante en pena, miro hacia atrás para ver lo que estoy alejando de mí. Mi mirada triste busca ver tu figura una última vez antes de que se pierda en la oscuridad de la noche.
La daga se hunde más profundo cuando ve que el golpe te hace caer. – “¡KENDRICK!”- la pena que me ofusca en creer el dolor que puede provocarte el estar atado con cadenas de plata se hace realidad en un acto más mundano. Un golpe. El grito salió de mi cuerpo con todas sus fuerzas y no me importa si despierto todo París con él. ¿No hueles mi desesperación, lobo? ¿No ves mi alma eclipsar por saber que pueden hacerte daño? De todas las sensaciones que la cacería provoca, la perfecta comunión con el caballo, es la que más amo. La única que puedo vivir en cualquier momento y por el puro placer de la adrenalina de sentir el viento curtir la piel y vivir el terreno, juntos. Pero no lo siento, sólo pienso en llegar a ti tan rápido como puedo cuando obligo al caballo a volver a toda prisa. Introduzco la mano en las altas botas, sé lo que busco. Serpenteante el sable sale de su guarida, y gira en mi mano para poner el filo frente. Ya no más, no lo toques más. ¡ES MIO! ¡ALÉJATE DE ÉL! *Kendrick, defiéndete, deja el lobo salir. Lo autorizo, lo permito y lo tolero, juro que lo hago. No dejes que te hagan daño frente a mí, por favor.* Venía preparada para esto, para vampiros. Ya no me importa si son mi objetivo, sólo sé que laceran a mi amado y nada más puede ser más trascendental en este momento.
El caballo me da la fuerza que mi hombro, aún malherido de esa previa batalla no me daría si no tomo impulso. Y en cuanto el primero me espera, sin corazón ni piedad, corto su cuello. Novato, este fue sencillo. Desmontó de un solo salto, termino el trabajo. – “¡Kendrick!”- Juntos podemos terminar con esto. Sus ojos, no es él. Sé que su esencia se comparte, pero el lupino tomando control y la escena me horroriza, incluso con lo que he visto, pero no lo detengo. Callo, observo y degusto el olor a sangre en el ambiente. Yo te curaré a ti esta noche, mi amor.
Arden Annice Gladstone- Cazador Clase Alta
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DATOS DEL PERSONAJE
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Re: La diabla/mi Santa [Arden Annice Gladstone]
Con treinta y nueve años en las espaldas, podría considerar que cada batalla es parte de mi destino que se niega en permitir que olvide cuál es mi origen. A pesar de lo que muchos pueden pensar, éste inició antes que la licantropía fuera parte de mi propia esencia. Proveniente de alguna que otra invasión por los ingleses y más de los vikingos, los ataques a nuestro Clan eran consuetudinarios. A pesar de todo lo que mi padre, el gran Ailbert McGrath decía, que estábamos en tiempos de paz, la guerra llegó a las puertas de nuestra casa ancestral con la misma facilidad que lo hace el viento. El fragor de la batalla me despertó cuando apenas tenía quince años. Joven según algunos. Para los escoceses, estaba en edad de merecer y de combatir, así que mi entrenamiento arduo que Evan, nuestro maestro de armas y primer guerrero, se esforzó en darme, dio sus frutos. Pude defender mi vida con ahínco y la bravía de un miembro experimentado del Clan que enorgulleció a mi padre cuando al final de esa terrorífica noche, me apersoné para hacer el recuento de los vivos y los caídos. Por supuesto que terminé con una herida que aún ahora duele cuando hace demasiado frío. Mi espalda es que da fe de ese triunfo.
Quiso el destino que mi camino estuviera distante de la manada de licántropos que nos atacaron, por lo que la victoria sobre los humanos que les acompañaban en el ala oeste de nuestro hogar, fue casi fácil teniendo a mi lado a mi hermano Sloan. Entre ambos, dirigimos al grupo de sirvientes que resistieron el asedio durante horas hasta lograr el triunfo en tanto los sobrenaturales atacaban la parte central, que fue la que más bajas tuvo. Lo que debió ser una celebración por haber obtenido la victoria se apagó con la amargura y la soledad de saber que dos de las bajas desquiciaron la mente de mi padre y de mi hermano mayor, Colin causando que Sloan y yo cayéramos en un mutismo perenne. Mi madre Elsbeth y mi hermano Irvin, el tercero en la línea de sucesión, habían muerto. Desgarrados, descuartizados, eran una imagen que mi padre conservaría todos los siguientes días y noches gritando en tanto era consumido por las fiebres que ningún galeno podía curar. Debieron hacer caso a la mordida que mi padre tenía en el hombro izquierdo. Que la ponzoña inserta en esos colmillos harían que a la siguiente luna, enloqueciera transformado su cuerpo en el de una bestia idéntica a la que le atacara hacía un mes exacto.
Fuimos demasiado inocentes, Sloan estaba terco en que mi padre se recuperaría, que le diéramos tiempo para hacerlo. Los rumores de la licantropía en Escocia eran variados. Algunos sirvientes escaparon en cuanto se enteraron que el líder del Clan fue mordido. ¿Debimos ir con ellos? ¿Hacer caso de lo que nuestra nodriza insistía en que nos alejáramos de padre? Ahora ya es tarde para ello. Sólo recuerdo que estábamos los tres reunidos, bebiendo algo de whiskey, consumiendo nuestros alimentos en una cena que se tiñó de sangre en el momento en que la puerta cedió al gran salto de la bestia resquebrajándose ante nuestros ojos aterrados. Los míos y los de Sloan, que jamás vimos lo que en realidad atacó el frente central de la casa ancestral, escuchando sólo los cuentos de Colin, el primogénito y pensando que todo terminó en el instante en que se largaron de nuestro hogar con varias bajas. Creímos que tendríamos tiempo para reorganizarnos cuando la ponzoña estaba en el núcleo familiar. En la posición más privilegiada de la escala del linaje. Nuestro linaje.
El primero en caer fue Sloan, de espaldas a la puerta, le fue imposible reaccionar a tiempo para evitar la carga del licántropo oscuro que de un salto alcanzó su hombro con los colmillos dándole el mismo regalo que recibiera una luna llena antes. Colin y yo, tuvimos una mejor suerte, en tanto mi hermano mayor tenía a la mano la espada, logró dar algunos tajos a la bestia en tanto mis pies me llevaban al escudo familiar para sacar las dos hachas para armarme. Los golpes y movimientos del primogénito dejaron a nuestro pater familis en posición indefensible justo para que diera el golpe con el hacha que esgrimía en mi diestra directo a su espalda con el desconocimiento de que era a mi padre a quien atacaba. Eso lo alteró más, lanzó un aullido que aún tiene sus consecuencias en mis oídos, tengo una imperceptible pérdida en el derecho que se compensa con la licantropía. Caímos de rodillas con las manos en las orejas intentando así opacar tan potente sonido. Lo que el animal aprovechó para morder el costado de Colin ante mi aterrada mirada. Debí huir de ahí, el corte en transversal de mi espalda que sólo tuviera treinta días de curación, impidió siquiera que pudiera ponerme en pie.
Lo vi acercarse a mí, lento e imponente. Esa oscura mirada iridiscente me dominó. Me controló porque algo en ella me era conocido. Sus pasos acortaban la distancia, justo como ahora, donde el destino me ha metido en esta pelea con los vampiros. Donde el mayor está acercándose frente a mis ojos que refulgen en la oscuridad de la noche con un brillo sobrenaturalmente azul. Siento cómo el cambio en mi cuerpo es latente, el pelaje cubre parte de mi epidermis en correspondencia a la determinación del lobo por atacar. Las garras se alargan puntiagudas en las puntas. Mis colmillos le imitan en crecimiento, afilándose en tanto mis labios se separan para dejarlos a la vista, es el preludio al ataque. Es la advertencia de que me siento amenazado y voy a corresponder la violencia con la que mi propio ser producirá. La tierra cede ante el rasguño potente que la rasga con ambas manos, la espalda se eriza encorvándose en tanto la tela de la camisa cede con el crecimiento de los músculos haciendo que se rompa en varios lugares. Los pantalones resisten un poco la tensión que provoca la hinchazón de mis piernas. Un gruñido resuena en la noche, es la última oportunidad para alejarse de mi presencia.
El primer vampiro, el más joven como mi olfato indica, puesto que la putrefacción de su cuerpo aún es ligera, se dirige a mi diestra para atacar. El segundo queda un par de pasos atrás de donde el primero inició la carga. De ese me ocuparé después, será el más difícil de ambos. Veinticuatro años han pasado desde que fui mordido por aquél que prometió cuidarme. ¿Acaso esta maldición fue su retorcida forma de demostrar al resto de su legado que lo hacía? Poco es lo que pude aprender de la conciencia lupina en la primera luna. Poco recuerdo después de sentir cómo el cuerpo me quemaba antes de transformarme al unísono de mis hermanos y mi padre. De lo que hago durante ese período donde el lobo toma el control de mi cuerpo como ahora, que tras un impulso, salta sobre el primer vampiro que intenta atacarme con garras alcanzando la piel de mi tórax antes de que mi garra diestra le dé un roce tal, que deja en su cuello y mentón cuatro largas líneas en descenso obligando a que se repliegue.
¿Acaso pensaron que era un novato? Soy el gamma de la manada de los McGrath. Podría quitarle el lugar a Colin si me lo propusiera, incluso el de mi padre si lo retara a duelo. Costaría, seguro, del resultado no tengo dudas. Soy un alfa y como tal, me cuesta obedecer sus órdenes. Para ser el dirigente de mi familia, debería mantenerme en el actual hogar de los McGrath, algo que todavía evado, me gusta mi libertad. Afianzo los pies en el suelo para lanzar todo el cuerpo hacia mi rival, golpeo con el hombro su pecho, la inercia nos lleva a ambos metros atrás. Quizá para el neonato sea su primer pelea con un garou, en cambio, perdí la cuenta de estos idénticos enfrentamientos que han acontecido a lo largo de estos veinticuatro años de licantropía. Lo denoto cuando él cae de espaldas en tanto vuelvo a afianzarme a la tierra con uñas y pies en el suelo, caminando cual lupino para dirigir mi atención al que ahora parece reconocer su error de infravalorar mi capacidad, dispuesto a recomponer su equivocación. Los colmillos brillan cuando el gruñido gutural emerge de mi garganta antes de dar el primer salto a la derecha para ganar potencia, el segundo es en diagonal a su siniestra, el último va hacia con las garras extendidas a sus piernas.
Eso es lo que parece ser, en tanto el antiguo vampiro cuyo olor es medianamente soportable -lo que significa que tendrá unos doscientos años a lo sumo-, se dispone a atacarme con la pistola, utilizo mi celeridad y mis reflejos para detener el salto a mitad del camino, el disparo sale hacia donde debí estar aterrizando en la tierra antes de que mi garra golpeé esa mano para desarmarlo. El sonido de la pistola cayendo es equivalente al grito que él emana cuando siente cómo mi garra libre le alcanza creando cuatro surcos en su pecho para desestabilizar su equilibrio antes de tomar su cuello saltando sobre él para hincar los colmillos en su pálida y fría piel en tanto el instinto me obliga a sujetar la carne para desprender el pedazo echando la cabeza al contrario de la del vampiro para escupir sin probar la vitae que será veneno para mi organismo. Ambos caemos al piso, sin armas, tenemos sólo las que nuestras maldiciones nos han ofrecido. Garras y colmillos. Rodamos en la tierra, revolviéndonos en una macabra danza donde dañar al otro es más importante que el sincronizar nuestros movimientos para lucirnos en la pista de baile.
Escucho cómo los cascos de un caballo se acercan a toda velocidad, más si le doy un poco de espacio a este bastardo, estaré en problemas mayores que sólo dar un vistazo. Escucho tu voz. ¿Qué diablos estás haciendo de nuevo por acá? Evado un par de garrazos directo a mi rostro, los parreo con mis brazos para impedir que lleguen a su destino. Loca, eres una loca. Tu grito histérico en lugar de provocar que me desconcentre, me obliga a apurar lo que debe ser una batalla corta para ver qué te está pasando ahora deseando que el neonato sea muy fácil para ti por las heridas que le infringí. En caso contrario, el tiempo es crucial. Tengo que deshacerme de este imbécil rápido. Y mi gruñido sobreprotector resuena en la noche en tanto mi mente busca la forma de matarlo ya. Ya, ya, ¡YA!
Un par de rasguños alcanzan mis costados dejando heridas quemantes de las que emerge humo de la misma combustión por lo mortal que son para mi constitución física. En cambio, aprovecho que él está intentando maximizar mi daño para abrazar su tronco dejándolo bien sujeto y así, ir contra su garganta. El sonido de la carne al ser cortada por los afilados cuchillos de mi boca es tétrico para los que no están acostumbrados a ello. Para mí, es la gloria. Doy el jalón más violento para despedazar esa parte escupiendo la misma y la vitae que llena mi boca, dejando al vampiro indefenso por pocos segundos en tanto procura evitar que la vitae se escape al tiempo que suelto el agarre para recuperar la vertical. Le observo con frialdad llevando la mano a la espalda para tomar el arma que está constreñida por mis pantalones y la hinchazón de mi anatomía producto de la semi transformación, tengo que terminar ésto para ver en qué situación estás, loca. - Y es por eso, que no es recomendable atacar a un garou con la luna llena tan cerca - alecciono en tanto quito el seguro y disparo la bala directo a su frente en tanto sus ojos me observan tan abiertos que parecieran salirse de sus cuencas.
La bala atraviesa el cráneo incapacitando a aquél que creyó que atacarme era pan comido. Mi cuerpo es una oda a la batalla, rasgada la piel en el pecho, los costados, con algunas marcas en la espalda de los raspones que me provoqué en la refriega, más es mi boca la que más podría asustar. Manchada con la vitae del vampiro, con gotas resbalando por las comisuras de mis labios quedando el mentón ensangrentado que limpio con descuido con la manga de mi diestra con asco en tanto compruebo con la vista tu presencia, con el neonato decapitado a tu lado. Eso al menos me tranquiliza, ahora puedo dedicar el resto del tiempo a deshacerme de lo que me afectará. Acumulo saliva para escupir lo que queda de ésta en mi boca directo a su rostro, jalo aire por la boca para que me ayude a reconocer en qué partes está más acumulada para repetir la operación de escupir al piso a mi derecha. Repaso el músculo bucal por mi oquedad oral sintiendo ese regusto asqueroso que la primera vez que lo probé, me diera arcadas. Más curtido ahora, le soporto sintiendo sus efectos en mi organismo. El dolor de cabeza se instala como un visitante inesperado que piensa quedarse sin que pueda echarlo a patadas. Le sigue el de mi estómago y el pecho. Punzadas, estremecimientos, temblores son los efectos secundarios. Llevo mi manga siniestra a la boca para quitarme el resto de la vitae con asco - marbh ann am beatha, tha iad uile co-ionnan* - exclamo en voz alta con el gaélico que es mi lengua materna. Un idioma que sólo comparto con mi familia, ni siquiera contigo, my darling.
*muertos en vida, todos son iguales.
Quiso el destino que mi camino estuviera distante de la manada de licántropos que nos atacaron, por lo que la victoria sobre los humanos que les acompañaban en el ala oeste de nuestro hogar, fue casi fácil teniendo a mi lado a mi hermano Sloan. Entre ambos, dirigimos al grupo de sirvientes que resistieron el asedio durante horas hasta lograr el triunfo en tanto los sobrenaturales atacaban la parte central, que fue la que más bajas tuvo. Lo que debió ser una celebración por haber obtenido la victoria se apagó con la amargura y la soledad de saber que dos de las bajas desquiciaron la mente de mi padre y de mi hermano mayor, Colin causando que Sloan y yo cayéramos en un mutismo perenne. Mi madre Elsbeth y mi hermano Irvin, el tercero en la línea de sucesión, habían muerto. Desgarrados, descuartizados, eran una imagen que mi padre conservaría todos los siguientes días y noches gritando en tanto era consumido por las fiebres que ningún galeno podía curar. Debieron hacer caso a la mordida que mi padre tenía en el hombro izquierdo. Que la ponzoña inserta en esos colmillos harían que a la siguiente luna, enloqueciera transformado su cuerpo en el de una bestia idéntica a la que le atacara hacía un mes exacto.
Fuimos demasiado inocentes, Sloan estaba terco en que mi padre se recuperaría, que le diéramos tiempo para hacerlo. Los rumores de la licantropía en Escocia eran variados. Algunos sirvientes escaparon en cuanto se enteraron que el líder del Clan fue mordido. ¿Debimos ir con ellos? ¿Hacer caso de lo que nuestra nodriza insistía en que nos alejáramos de padre? Ahora ya es tarde para ello. Sólo recuerdo que estábamos los tres reunidos, bebiendo algo de whiskey, consumiendo nuestros alimentos en una cena que se tiñó de sangre en el momento en que la puerta cedió al gran salto de la bestia resquebrajándose ante nuestros ojos aterrados. Los míos y los de Sloan, que jamás vimos lo que en realidad atacó el frente central de la casa ancestral, escuchando sólo los cuentos de Colin, el primogénito y pensando que todo terminó en el instante en que se largaron de nuestro hogar con varias bajas. Creímos que tendríamos tiempo para reorganizarnos cuando la ponzoña estaba en el núcleo familiar. En la posición más privilegiada de la escala del linaje. Nuestro linaje.
El primero en caer fue Sloan, de espaldas a la puerta, le fue imposible reaccionar a tiempo para evitar la carga del licántropo oscuro que de un salto alcanzó su hombro con los colmillos dándole el mismo regalo que recibiera una luna llena antes. Colin y yo, tuvimos una mejor suerte, en tanto mi hermano mayor tenía a la mano la espada, logró dar algunos tajos a la bestia en tanto mis pies me llevaban al escudo familiar para sacar las dos hachas para armarme. Los golpes y movimientos del primogénito dejaron a nuestro pater familis en posición indefensible justo para que diera el golpe con el hacha que esgrimía en mi diestra directo a su espalda con el desconocimiento de que era a mi padre a quien atacaba. Eso lo alteró más, lanzó un aullido que aún tiene sus consecuencias en mis oídos, tengo una imperceptible pérdida en el derecho que se compensa con la licantropía. Caímos de rodillas con las manos en las orejas intentando así opacar tan potente sonido. Lo que el animal aprovechó para morder el costado de Colin ante mi aterrada mirada. Debí huir de ahí, el corte en transversal de mi espalda que sólo tuviera treinta días de curación, impidió siquiera que pudiera ponerme en pie.
Lo vi acercarse a mí, lento e imponente. Esa oscura mirada iridiscente me dominó. Me controló porque algo en ella me era conocido. Sus pasos acortaban la distancia, justo como ahora, donde el destino me ha metido en esta pelea con los vampiros. Donde el mayor está acercándose frente a mis ojos que refulgen en la oscuridad de la noche con un brillo sobrenaturalmente azul. Siento cómo el cambio en mi cuerpo es latente, el pelaje cubre parte de mi epidermis en correspondencia a la determinación del lobo por atacar. Las garras se alargan puntiagudas en las puntas. Mis colmillos le imitan en crecimiento, afilándose en tanto mis labios se separan para dejarlos a la vista, es el preludio al ataque. Es la advertencia de que me siento amenazado y voy a corresponder la violencia con la que mi propio ser producirá. La tierra cede ante el rasguño potente que la rasga con ambas manos, la espalda se eriza encorvándose en tanto la tela de la camisa cede con el crecimiento de los músculos haciendo que se rompa en varios lugares. Los pantalones resisten un poco la tensión que provoca la hinchazón de mis piernas. Un gruñido resuena en la noche, es la última oportunidad para alejarse de mi presencia.
El primer vampiro, el más joven como mi olfato indica, puesto que la putrefacción de su cuerpo aún es ligera, se dirige a mi diestra para atacar. El segundo queda un par de pasos atrás de donde el primero inició la carga. De ese me ocuparé después, será el más difícil de ambos. Veinticuatro años han pasado desde que fui mordido por aquél que prometió cuidarme. ¿Acaso esta maldición fue su retorcida forma de demostrar al resto de su legado que lo hacía? Poco es lo que pude aprender de la conciencia lupina en la primera luna. Poco recuerdo después de sentir cómo el cuerpo me quemaba antes de transformarme al unísono de mis hermanos y mi padre. De lo que hago durante ese período donde el lobo toma el control de mi cuerpo como ahora, que tras un impulso, salta sobre el primer vampiro que intenta atacarme con garras alcanzando la piel de mi tórax antes de que mi garra diestra le dé un roce tal, que deja en su cuello y mentón cuatro largas líneas en descenso obligando a que se repliegue.
¿Acaso pensaron que era un novato? Soy el gamma de la manada de los McGrath. Podría quitarle el lugar a Colin si me lo propusiera, incluso el de mi padre si lo retara a duelo. Costaría, seguro, del resultado no tengo dudas. Soy un alfa y como tal, me cuesta obedecer sus órdenes. Para ser el dirigente de mi familia, debería mantenerme en el actual hogar de los McGrath, algo que todavía evado, me gusta mi libertad. Afianzo los pies en el suelo para lanzar todo el cuerpo hacia mi rival, golpeo con el hombro su pecho, la inercia nos lleva a ambos metros atrás. Quizá para el neonato sea su primer pelea con un garou, en cambio, perdí la cuenta de estos idénticos enfrentamientos que han acontecido a lo largo de estos veinticuatro años de licantropía. Lo denoto cuando él cae de espaldas en tanto vuelvo a afianzarme a la tierra con uñas y pies en el suelo, caminando cual lupino para dirigir mi atención al que ahora parece reconocer su error de infravalorar mi capacidad, dispuesto a recomponer su equivocación. Los colmillos brillan cuando el gruñido gutural emerge de mi garganta antes de dar el primer salto a la derecha para ganar potencia, el segundo es en diagonal a su siniestra, el último va hacia con las garras extendidas a sus piernas.
Eso es lo que parece ser, en tanto el antiguo vampiro cuyo olor es medianamente soportable -lo que significa que tendrá unos doscientos años a lo sumo-, se dispone a atacarme con la pistola, utilizo mi celeridad y mis reflejos para detener el salto a mitad del camino, el disparo sale hacia donde debí estar aterrizando en la tierra antes de que mi garra golpeé esa mano para desarmarlo. El sonido de la pistola cayendo es equivalente al grito que él emana cuando siente cómo mi garra libre le alcanza creando cuatro surcos en su pecho para desestabilizar su equilibrio antes de tomar su cuello saltando sobre él para hincar los colmillos en su pálida y fría piel en tanto el instinto me obliga a sujetar la carne para desprender el pedazo echando la cabeza al contrario de la del vampiro para escupir sin probar la vitae que será veneno para mi organismo. Ambos caemos al piso, sin armas, tenemos sólo las que nuestras maldiciones nos han ofrecido. Garras y colmillos. Rodamos en la tierra, revolviéndonos en una macabra danza donde dañar al otro es más importante que el sincronizar nuestros movimientos para lucirnos en la pista de baile.
Escucho cómo los cascos de un caballo se acercan a toda velocidad, más si le doy un poco de espacio a este bastardo, estaré en problemas mayores que sólo dar un vistazo. Escucho tu voz. ¿Qué diablos estás haciendo de nuevo por acá? Evado un par de garrazos directo a mi rostro, los parreo con mis brazos para impedir que lleguen a su destino. Loca, eres una loca. Tu grito histérico en lugar de provocar que me desconcentre, me obliga a apurar lo que debe ser una batalla corta para ver qué te está pasando ahora deseando que el neonato sea muy fácil para ti por las heridas que le infringí. En caso contrario, el tiempo es crucial. Tengo que deshacerme de este imbécil rápido. Y mi gruñido sobreprotector resuena en la noche en tanto mi mente busca la forma de matarlo ya. Ya, ya, ¡YA!
Un par de rasguños alcanzan mis costados dejando heridas quemantes de las que emerge humo de la misma combustión por lo mortal que son para mi constitución física. En cambio, aprovecho que él está intentando maximizar mi daño para abrazar su tronco dejándolo bien sujeto y así, ir contra su garganta. El sonido de la carne al ser cortada por los afilados cuchillos de mi boca es tétrico para los que no están acostumbrados a ello. Para mí, es la gloria. Doy el jalón más violento para despedazar esa parte escupiendo la misma y la vitae que llena mi boca, dejando al vampiro indefenso por pocos segundos en tanto procura evitar que la vitae se escape al tiempo que suelto el agarre para recuperar la vertical. Le observo con frialdad llevando la mano a la espalda para tomar el arma que está constreñida por mis pantalones y la hinchazón de mi anatomía producto de la semi transformación, tengo que terminar ésto para ver en qué situación estás, loca. - Y es por eso, que no es recomendable atacar a un garou con la luna llena tan cerca - alecciono en tanto quito el seguro y disparo la bala directo a su frente en tanto sus ojos me observan tan abiertos que parecieran salirse de sus cuencas.
La bala atraviesa el cráneo incapacitando a aquél que creyó que atacarme era pan comido. Mi cuerpo es una oda a la batalla, rasgada la piel en el pecho, los costados, con algunas marcas en la espalda de los raspones que me provoqué en la refriega, más es mi boca la que más podría asustar. Manchada con la vitae del vampiro, con gotas resbalando por las comisuras de mis labios quedando el mentón ensangrentado que limpio con descuido con la manga de mi diestra con asco en tanto compruebo con la vista tu presencia, con el neonato decapitado a tu lado. Eso al menos me tranquiliza, ahora puedo dedicar el resto del tiempo a deshacerme de lo que me afectará. Acumulo saliva para escupir lo que queda de ésta en mi boca directo a su rostro, jalo aire por la boca para que me ayude a reconocer en qué partes está más acumulada para repetir la operación de escupir al piso a mi derecha. Repaso el músculo bucal por mi oquedad oral sintiendo ese regusto asqueroso que la primera vez que lo probé, me diera arcadas. Más curtido ahora, le soporto sintiendo sus efectos en mi organismo. El dolor de cabeza se instala como un visitante inesperado que piensa quedarse sin que pueda echarlo a patadas. Le sigue el de mi estómago y el pecho. Punzadas, estremecimientos, temblores son los efectos secundarios. Llevo mi manga siniestra a la boca para quitarme el resto de la vitae con asco - marbh ann am beatha, tha iad uile co-ionnan* - exclamo en voz alta con el gaélico que es mi lengua materna. Un idioma que sólo comparto con mi familia, ni siquiera contigo, my darling.
*muertos en vida, todos son iguales.
Kendrick McGrath- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 02/06/2018
Re: La diabla/mi Santa [Arden Annice Gladstone]
El silencio se extiende como una sombra acaparando todo a nuestro alrededor, expandiéndose desmedidamente por los callejones menos recorridos de las calles parisinas a horas indecentes. La sangre esta desparramada por todos lados, como si una festividad se hubiese llevado a cabo y en lugar de romper una piñata hubiese sido dos vampiros. Menuda escena. No es la primera vez que la veo, pero no puedo dejar de impresionarme ninguna de las veces del horror de la batalla, como cala en mis ojos, lo que mis actos dejan detrás de cada pelea. Que tan enferma esta mi mente para contemplar este cuadro morbos e inmoral como tan sólo otro día de mi vida; como si fuese sólo una salida al parque o nada más…
El tiro me asusta tanto, sacándome de mis pensamientos. Mi mente se aísla cada vez que entro en este estado, como si fuera alguien más, alguien con un coraje indómito y un alma fría, la que lleva la empuñadura del arma que siento, ahora, pesada y molesta en mi mano. La dejo caer, como si su existencia careciera de importancia, en este momento. Ese vil objeto, portador de muerte, es a quién más debo agradecer mi viva existencia. Respiro, mi corazón late y soy cristiana cada día y cada noche. Su lección al vampiro fue inútil e innecesaria, no creo que sea una información útil que compartir en el más allá. Es por el contrario, algo más mundano a nuestros pecados nocturnos, o los pecados que intentamos saldar en vida ¿Cuántos cazadores más se irán esta noche a sus camas, heridos y cansados, con la gracia de despertar mañana en un mundo mejor, porque hay una bestia suelta menos en él?
Y hablando de bestias sueltas… Ahí está, con esa forma que hasta me horroriza, pero no digo nada. Las gotas de sangre resbalan por sus colmillos y hacen eco en mis oídos, como si perforarán algo por dentro. Es desagradable, lo odio, ese sonido que siento que me desgarra por dentro. Es sólo una gota cayendo. Algo imperceptible, ¿Por qué es tan profundo su resonar en mí? Creo que la respuesta no está en el porqué, sino de quién vienen. Si tuviera que describir lo que veo ahora, y sé que tarde que temprano tendré que hacerlo en la bitácora de cazadores, no sabría por dónde empezar.
Tomen a uno de los hombres más apuestos, que ha dejado sus pisadas en esta tierra: alto, esbelto, bien formado, con cabello de seda y piel de marfil. Agreguen los ojos soñadores, dulces, intensos como el mar. Azul. Índigo, como el momento en que la luna ilumina el cielo y entonces descubres que aunque más oscuro aún es azul. Ahora arruínenlo. El músculo trapecio ha sobrecrecido al punto que parece unirse con la quijada en la parte trasera. Todo lo que comprende el es… estrés… esternocleido… La maldita musculatura de su garganta. Esta tan gruesa que mis dos manos no llegarían a cubrir más del 50% de ella. Esternocleidomastoideo, papá estaría avergonzado. Nos ha hecho practicar esto hasta el cansancio. Los hombros se ven más bajos. Además del trapecio, la escapula, la apófisis espinosa y los escalenos han aumentados su largo en al menos un 30 por ciento. Incluso el torso, se ve considerablemente más alto de los cuantos centímetros que ya me aventaja. El ancho dorsal definitivamente duplico su tamaño y el recto anterior mayor del abdomen. Eso lo hace ver más amenazante.
Los bíceps y los tríceps están tan definidos que parecen moldeados con las manos. Sus brazos también se ven más largos, pero sus manos… prácticamente no existen. La terminación, donde deberían estar los dedos finos y elegantes que toman mi mano con tal delicadeza son espantosamente largos haciéndose redondos alrededor de unas asquerosas garras depredadoras que no me atrevo a tocar. La imagen en sí, es bastante repulsiva, pero temo más por lo que está debajo de ella. Mentiría si dijera que no siento miedo en lo absoluto, pero no es por las razones correctas. Me asusta perderlo, o peor que él se pierda a si mismo dentro del monstruo. Busco sus ojos, lo único que siempre me ata a cuanto lo amo. Pero para llegar a ellos debo recorrer el exceso de pelaje que lo recubre. No hay diferencia entre su cabello y su barba. Su boca, completamente ensangrentada, y con colmillos que son fácilmente del tamaño de mi pulgar, pero filosos como una aguja que desgarra piel y carne como si no fuesen más que una deliciosa manzana que morder. Su nariz se ve algo más ancha e incluso algo chata, cubierta de extrañas arrugas entre su mirada. Pero ahí está, al fin te veo. Tus ojos nunca cambian. – “Kendrick…” – apenas lo pronuncio es bajo y para mí misma.
El caballo relincha en terror ¿Cuánto tiempo pierdo paseando mi mirada por su imagen? Y entonces algo dice. Sé que lengua es, la suya completamente personal cuando quería protestar por algo que no le agradaba. – “Seh, no tengo idea de que mierda acabas de decir…”- Y no es que importe mucho. Calmo al corcel para poder tomar la cantimplora con agua fresca, y con paso firme y decidido me para frente a él, pero casi sin verlo. – “Bebe…”- Giro el precinto, nunca podría abrirla con esas garras. – “Enjuágate la boca y trata de…” – niego con la cabeza, ¿cómo decirlo sin insultarlo? No hay manera. – “Tenemos que atender esas heridas…” – Recojo el arma que había dejado caer hace rato y termino de cortar la cabeza del vampiro. Asumo que está muerto, de verdad esta vez, pero quiero asegurarme terminando de desmembrar su cabeza y alejarla lo más posible de lo que queda de su cuello. Corte sencillo, Kendrick, o su lobo, o lo que mierda sea, ya han hecho la mayor parte del trabajo.
Me quedo unos segundos agachada con mis manos sobre la empuñadura, y mi mentón sobre estos, viendo los rastros del cadáver. Tiene que haber una explicación. La muerte no puede ser así. Una enfermedad, papá lo dijo hace años. Alguna variación de algún virus. ¿Cómo rayos esto es posible? No lo es… Me paro para ver al que hoy, ha sido mi compañero de armas. Un licántropo ni más ni menos. Mucho más interesante aún, mi ex prometido, que mintió acerca de ser un humano común y corriente. Me paro y me acerco a él. No se ve bien. Además del hecho de que es hombre-lobo literalmente en este momento, parece temblar. Lo tomo y lo obligo a sentarlo. Soy una idiota tan grande, que no puedo entender, en que momento creí que podría soportar su peso, mucho menos ayudarlo. Lo que para un cuerpo humano puede ser un elixir, para un garou, la sangre vampírica es veneno. – “Kendrick, tienes que volver a mí.” – Tome su brazo sobre mis hombros para inútilmente querer soportar parte de su peso al acomodarlo con cuidado en el suelo. – “Puedo atenderte, pero no en esta forma. Tienes que… ser tú otra vez.” – Debería seguir asustada, debería estar horrorizada; peor, debería matarlo.
Respiro profundo y cierro mis ojos. Esto no va a funcionar si primero yo no lo inspiro. –“Kendrick, mi amor.” – Acaricio su rostro con devoción como si los restos de carne y sangre de los nocturnos, no deambularan por su cuerpo. – “Cariño, hay que curarte, debemos llevarte a casa, pero el caballo está asustado y no puede cargar tanto peso. Mucho menos puedo subirte así en un carruaje. Kendrick, por favor…” – Beso su frente y sonrío levemente, con una mano aún en su espalda y la otra buscando que sienta mi calor.
El tiro me asusta tanto, sacándome de mis pensamientos. Mi mente se aísla cada vez que entro en este estado, como si fuera alguien más, alguien con un coraje indómito y un alma fría, la que lleva la empuñadura del arma que siento, ahora, pesada y molesta en mi mano. La dejo caer, como si su existencia careciera de importancia, en este momento. Ese vil objeto, portador de muerte, es a quién más debo agradecer mi viva existencia. Respiro, mi corazón late y soy cristiana cada día y cada noche. Su lección al vampiro fue inútil e innecesaria, no creo que sea una información útil que compartir en el más allá. Es por el contrario, algo más mundano a nuestros pecados nocturnos, o los pecados que intentamos saldar en vida ¿Cuántos cazadores más se irán esta noche a sus camas, heridos y cansados, con la gracia de despertar mañana en un mundo mejor, porque hay una bestia suelta menos en él?
Y hablando de bestias sueltas… Ahí está, con esa forma que hasta me horroriza, pero no digo nada. Las gotas de sangre resbalan por sus colmillos y hacen eco en mis oídos, como si perforarán algo por dentro. Es desagradable, lo odio, ese sonido que siento que me desgarra por dentro. Es sólo una gota cayendo. Algo imperceptible, ¿Por qué es tan profundo su resonar en mí? Creo que la respuesta no está en el porqué, sino de quién vienen. Si tuviera que describir lo que veo ahora, y sé que tarde que temprano tendré que hacerlo en la bitácora de cazadores, no sabría por dónde empezar.
Tomen a uno de los hombres más apuestos, que ha dejado sus pisadas en esta tierra: alto, esbelto, bien formado, con cabello de seda y piel de marfil. Agreguen los ojos soñadores, dulces, intensos como el mar. Azul. Índigo, como el momento en que la luna ilumina el cielo y entonces descubres que aunque más oscuro aún es azul. Ahora arruínenlo. El músculo trapecio ha sobrecrecido al punto que parece unirse con la quijada en la parte trasera. Todo lo que comprende el es… estrés… esternocleido… La maldita musculatura de su garganta. Esta tan gruesa que mis dos manos no llegarían a cubrir más del 50% de ella. Esternocleidomastoideo, papá estaría avergonzado. Nos ha hecho practicar esto hasta el cansancio. Los hombros se ven más bajos. Además del trapecio, la escapula, la apófisis espinosa y los escalenos han aumentados su largo en al menos un 30 por ciento. Incluso el torso, se ve considerablemente más alto de los cuantos centímetros que ya me aventaja. El ancho dorsal definitivamente duplico su tamaño y el recto anterior mayor del abdomen. Eso lo hace ver más amenazante.
Los bíceps y los tríceps están tan definidos que parecen moldeados con las manos. Sus brazos también se ven más largos, pero sus manos… prácticamente no existen. La terminación, donde deberían estar los dedos finos y elegantes que toman mi mano con tal delicadeza son espantosamente largos haciéndose redondos alrededor de unas asquerosas garras depredadoras que no me atrevo a tocar. La imagen en sí, es bastante repulsiva, pero temo más por lo que está debajo de ella. Mentiría si dijera que no siento miedo en lo absoluto, pero no es por las razones correctas. Me asusta perderlo, o peor que él se pierda a si mismo dentro del monstruo. Busco sus ojos, lo único que siempre me ata a cuanto lo amo. Pero para llegar a ellos debo recorrer el exceso de pelaje que lo recubre. No hay diferencia entre su cabello y su barba. Su boca, completamente ensangrentada, y con colmillos que son fácilmente del tamaño de mi pulgar, pero filosos como una aguja que desgarra piel y carne como si no fuesen más que una deliciosa manzana que morder. Su nariz se ve algo más ancha e incluso algo chata, cubierta de extrañas arrugas entre su mirada. Pero ahí está, al fin te veo. Tus ojos nunca cambian. – “Kendrick…” – apenas lo pronuncio es bajo y para mí misma.
El caballo relincha en terror ¿Cuánto tiempo pierdo paseando mi mirada por su imagen? Y entonces algo dice. Sé que lengua es, la suya completamente personal cuando quería protestar por algo que no le agradaba. – “Seh, no tengo idea de que mierda acabas de decir…”- Y no es que importe mucho. Calmo al corcel para poder tomar la cantimplora con agua fresca, y con paso firme y decidido me para frente a él, pero casi sin verlo. – “Bebe…”- Giro el precinto, nunca podría abrirla con esas garras. – “Enjuágate la boca y trata de…” – niego con la cabeza, ¿cómo decirlo sin insultarlo? No hay manera. – “Tenemos que atender esas heridas…” – Recojo el arma que había dejado caer hace rato y termino de cortar la cabeza del vampiro. Asumo que está muerto, de verdad esta vez, pero quiero asegurarme terminando de desmembrar su cabeza y alejarla lo más posible de lo que queda de su cuello. Corte sencillo, Kendrick, o su lobo, o lo que mierda sea, ya han hecho la mayor parte del trabajo.
Me quedo unos segundos agachada con mis manos sobre la empuñadura, y mi mentón sobre estos, viendo los rastros del cadáver. Tiene que haber una explicación. La muerte no puede ser así. Una enfermedad, papá lo dijo hace años. Alguna variación de algún virus. ¿Cómo rayos esto es posible? No lo es… Me paro para ver al que hoy, ha sido mi compañero de armas. Un licántropo ni más ni menos. Mucho más interesante aún, mi ex prometido, que mintió acerca de ser un humano común y corriente. Me paro y me acerco a él. No se ve bien. Además del hecho de que es hombre-lobo literalmente en este momento, parece temblar. Lo tomo y lo obligo a sentarlo. Soy una idiota tan grande, que no puedo entender, en que momento creí que podría soportar su peso, mucho menos ayudarlo. Lo que para un cuerpo humano puede ser un elixir, para un garou, la sangre vampírica es veneno. – “Kendrick, tienes que volver a mí.” – Tome su brazo sobre mis hombros para inútilmente querer soportar parte de su peso al acomodarlo con cuidado en el suelo. – “Puedo atenderte, pero no en esta forma. Tienes que… ser tú otra vez.” – Debería seguir asustada, debería estar horrorizada; peor, debería matarlo.
Respiro profundo y cierro mis ojos. Esto no va a funcionar si primero yo no lo inspiro. –“Kendrick, mi amor.” – Acaricio su rostro con devoción como si los restos de carne y sangre de los nocturnos, no deambularan por su cuerpo. – “Cariño, hay que curarte, debemos llevarte a casa, pero el caballo está asustado y no puede cargar tanto peso. Mucho menos puedo subirte así en un carruaje. Kendrick, por favor…” – Beso su frente y sonrío levemente, con una mano aún en su espalda y la otra buscando que sienta mi calor.
Arden Annice Gladstone- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 10/05/2018
Edad : 224
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DATOS DEL PERSONAJE
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Re: La diabla/mi Santa [Arden Annice Gladstone]
Miedo, mi olfato se llena de esa fragancia que por un instante incita el instinto cazador, llevando mis orbes de un azul tan incandescente denotando mi sobrenatural esencia. El licántropo se relame por dentro hasta que ubica que ese delicioso aroma proviene de ti. Es cuando se apacigua un poco apurando el paso para deshacerse de la vitae de la boca que una vez inserta en ésta, es casi imposible de eliminar hasta que el tiempo dé sitio para que el organismo la procese. Aún tengo que pasar por las etapas propias de lo que una simple e indefensa gota provoca en todo mi ser, sin contar que esta vez fue más que una. Mi torrente sanguíneo es afectado como si fuese el veneno de una serpiente. Las sienes me punzan, la masa encefálica se hincha en respuesta a sus efectos en mi bendecido cuerpo por el argento ser que ilumina la noche.
Con ello, vienen las punzadas en el estómago, el pecho que se hincha al tiempo que los pulmones intentan llevar a cabo la respiración con poco éxito. Dos mordidas le propiné al putrefacto cadáver animado por la diabólica vitae que ahora me acorrala pugnando por hacerme pagar mi osadía de matar a su portador. ¿Cómo los humanos pueden tener hasta orgasmos con ese líquido nauseabundo? Es como si estuvieran fascinados tragando gusanos. Los beneficios de estos seres son maldiciones para mi estirpe. El frío amenaza con quedarse en cada poro de mi piel que por costumbre es unos grados más caliente que la media humana. Como si quisiera darme el regalo del vampirismo. Puro y letal cortocircuito es lo que provoca en cada una de mis células. Qué decir de las neuronas que exigen mi purificación. Eso llegará hasta que el tiempo permita a mis defensas triunfar contra todo aquéllo que amenaza mi salud.
Un sonido me alerta, mis ojos se vuelven a clavar en tu figura, ¿Qué has dicho? Debería perder la transformación del glabro que por un par de horas, dependiendo de cómo queme la potencia que la luna a casi completar, me beneficia. Es el lobo quien impide que vuelva a mi forma homínida. Te preguntarás por qué a pesar de tu miedo que puedo detectar, sigo con esta apariencia que te causa repelus. La respuesta sigue en mi organismo. Tu frase injuriando mi lengua materna me provoca una risa, apenas emito el primer sonido, mis pulmones reclaman por el esfuerzo adicional al que los fuerzo porque estaban concentrados en mantener la respiración regular. Ahora me castigan con una tos que dura aproximadamente treinta segundos antes de que logre serenarme. Nota mental: no reírse hasta que la vitae deje de hacer mella en mi proceso respiratorio.
Durante el tiempo en que lucho por mantener el control, fuiste a donde el caballo que sigue relinchando inquieto. Quisiera darles a ambos la serenidad, más es primordial que mi cuerpo siga su proceso de regeneración para purgar la vitae que está ahora ingresando al torrente sanguíneo que la bombea a todas partes de mi ser. Duele. Emito un resoplido echando atrás la cabeza cuando es imposible que dé un paso a ti o a cualquier lado, cada célula de mi pecho reclama alivio. Si estuviera en mi verdadera forma, la crinos, tendría a favor todo el sistema de regeneración al ciento por ciento. Una falla imperdonable. Me ofreces la cantimplora. A pesar de todo tu olor que llega a mis fosas nasales donde prima el asco y la disconformidad con esta apariencia, la tomo porque necesito del líquido para aminorar el dolor, la sed que me deja tanta amargura en el gusto.
Bebo, más bien dicho, dejo que el agua se escurra entre mis colmillos entreabiertos porque si fuera sincero, si pudieras contener un poco tu asco y tu rechazo, verías que mi garra tiembla y es difícil embocar más logro que entre algo para mover éste con la acción de las mejillas y la propia boca cerrando bien para evitar los derrames. Siento el alivio, al menos la vitae se remueve con rapidez, volteo de lado para escupir más lejos de ti. Me apena que me veas así, sin los modales que te conquistaron, débil y cuasi derrotado por tan poco. Por sólo unas gotas rojizas que ahora mis defensas están combatiendo mejor porque se removieron los restos. Y para culminar, doy otro trago dejando que algunas gotas resbalen por las comisuras de mis labios debido a los enormes colmillos que aún siguen a la vista. Repito el proceso de limpieza de mi oquedad bucal, con el correspondiente escupir sintiendo que al menos, voy mejorando.
¿Atender mis heridas? ¿Te estás escuchando? ¡Hablas de atender a un maldito sobrenatural! Quizá mis ojos sean iguales a los que viste durante tantos meses, eso no cambia mi esencia, my darling. Sacudo la cabeza con vigor procurando que se aclaren mis pensamientos, que tenga la oportunidad de volver a mi forma humana, más empieza a nublarse. Odio ésto. Odio ser tan receptivo al veneno y que me sea imposible de momento recuperar la vertical porque siento cómo mi espalda está encorvada como si estuviera jorobado. Suelto la cantimplora como resultado de la forma en que mis manos tiemblan incontrolables. Las piernas intentan lo imposible: sostener todo el peso que soportan con precario esfuerzo. Los párpados caen al tiempo que siento una invitación a echar el cuerpo atrás. Por instinto obedezco dejando que toda mi constitución física termine con el culo en el suelo.
Abro la boca gigante obligando al aire a entrar en el pecho que está constriñéndose. Alzas mi brazo que se siente más pesado que un vagón de tren. Sé que estás haciendo un esfuerzo inhumano para ayudarme. Rechino los dientes moviendo la cabeza de derecha a izquierda en tanto escucho de tus labios algo que espolea al lobo. Esas dos palabras -mi amor-, hacen maravillas. Aunadas a tu intención por curar mis heridas, me obligan a aspirar por nariz con fuerza al tiempo que abro los ojos para sostener ese aire limpio haciendo presión en el pecho para que los pulmones se abran y con ellos, los bronquios. Primer round ganado cuando siento que puedo respirar de nuevo. Resoplo con mayor vehemencia jalando más aire. Esta vez se mantiene en mis bronquios. Tus labios se posan en mi frente al tiempo que asiento con pesadez con la cabeza.
Jalo aire por tercera vez por la boca, el proceso por fin se regulariza, el dolor de mis sienes va remitiendo. Ya está. Toso un par de veces antes de sentir cómo algo se desprende de mi organismo que de inmediato escupo fuera. La saliva mezclada con vitae escapa de mi ser dándome alivio. Por fin. Doy una última potente respiración antes de sentir que la recuperación va llegando, tarde, pero segura. Puedo aspirar por la nariz sin dificultad, el dolor de mi pecho remite con el de mi cabeza. El lobo comprende que va a triunfar, así que va retirándose para lamer las heridas en lo profundo de mi esencia en tanto la transformación desaparece el pelaje, las orejas vuelven a ser humanas, las facciones se tornan como las conoces. Mis garras se achican formando los dedos y las uñas recortadas por mi obsesiva manía de estar presentable.
Mi constitución física se desinfla, los músculos henchidos vuelven a su forma original. Siento los jirones de la camisa que aún me envuelven al tiempo que los colmillos se retraen. Los pantalones dejan de ser tirantes, cierro los ojos un momento cuando la licantropía abandona mi ser permitiendo que el humano domine en todo aspecto. Cuando te observo, mi diestra se alarga para tomar tu rostro con suavidad - lo lamento, debí beber más vitae de la que pensé. ¿Me perdonas por asustarte? - susurro con voz ronca por la hinchazón de mis cuerdas vocales. Aún tendré los efectos secundarios de la vitae, los menos para mi fortuna. Abandono tu rostro para sostener mi peso con la palma sobre la tierra para dar el tirón recuperando la vertical procurando hacerlo por mi propio esfuerzo sin exigir demasiado de ti. Una vez de pie, mis pulmones sueltan el aire contenido en un suspiro audible antes de aspirar el aroma de tus cabellos - debería ir a mi hogar, comprometerte con el padre Mario sería muy inconsciente. Sabes que apenas me vea, sabrá qué soy - si es que no lo sabe ya. Beso tu frente con suavidad o al menos lo intento, me niego a que la vitae te toque.
Me siento sucio, impuro. La licantropía es algo que soporto porque llevo veinticuatro años con ella a cuestas y me ha sacado de más problemas de los que te puedas imaginar, más tocarte con la vitae, es impensable. Me niego en rotundo. Alzo tu rostro con suavidad para mirarte a los ojos - sé que para ti es aberrante mi situación, mi esencia, más quisiera eliminarla de mi ser, sólo que eso sería negarme, llevo veinticuatro años con ésto encima. Decir que me acostumbré sería de fracasados. Y no es lo que siento cuando el otro resuena en mi cabeza, en mis instintos. Gracias a él, estoy vivo. Gracias a él, estás viva. Él peleó con el vampiro, ¿Entiendes? Él arriesgó todo por ti y por eso le agradeceré toda mi existencia. Si sus actos fueron maldecidos por mi boca, en esa noche pagó todo lo que me debía. Ésto es una maldición que no pedí, con el tiempo aprendí que es una bendición porque puedo cuidar de los míos. Puedo cuidar de la persona que más amo en el mundo. Tú, mi Arden. Tú - una lágrima resbala por mi mejilla. Jamás me he confesado como contigo, es justo que le dé su lugar a aquél que salvó mi vida, porque sin ti, Annice, mi existencia carece de sentido y por lo tanto, es algo que no quisiera alargar.
Con ello, vienen las punzadas en el estómago, el pecho que se hincha al tiempo que los pulmones intentan llevar a cabo la respiración con poco éxito. Dos mordidas le propiné al putrefacto cadáver animado por la diabólica vitae que ahora me acorrala pugnando por hacerme pagar mi osadía de matar a su portador. ¿Cómo los humanos pueden tener hasta orgasmos con ese líquido nauseabundo? Es como si estuvieran fascinados tragando gusanos. Los beneficios de estos seres son maldiciones para mi estirpe. El frío amenaza con quedarse en cada poro de mi piel que por costumbre es unos grados más caliente que la media humana. Como si quisiera darme el regalo del vampirismo. Puro y letal cortocircuito es lo que provoca en cada una de mis células. Qué decir de las neuronas que exigen mi purificación. Eso llegará hasta que el tiempo permita a mis defensas triunfar contra todo aquéllo que amenaza mi salud.
Un sonido me alerta, mis ojos se vuelven a clavar en tu figura, ¿Qué has dicho? Debería perder la transformación del glabro que por un par de horas, dependiendo de cómo queme la potencia que la luna a casi completar, me beneficia. Es el lobo quien impide que vuelva a mi forma homínida. Te preguntarás por qué a pesar de tu miedo que puedo detectar, sigo con esta apariencia que te causa repelus. La respuesta sigue en mi organismo. Tu frase injuriando mi lengua materna me provoca una risa, apenas emito el primer sonido, mis pulmones reclaman por el esfuerzo adicional al que los fuerzo porque estaban concentrados en mantener la respiración regular. Ahora me castigan con una tos que dura aproximadamente treinta segundos antes de que logre serenarme. Nota mental: no reírse hasta que la vitae deje de hacer mella en mi proceso respiratorio.
Durante el tiempo en que lucho por mantener el control, fuiste a donde el caballo que sigue relinchando inquieto. Quisiera darles a ambos la serenidad, más es primordial que mi cuerpo siga su proceso de regeneración para purgar la vitae que está ahora ingresando al torrente sanguíneo que la bombea a todas partes de mi ser. Duele. Emito un resoplido echando atrás la cabeza cuando es imposible que dé un paso a ti o a cualquier lado, cada célula de mi pecho reclama alivio. Si estuviera en mi verdadera forma, la crinos, tendría a favor todo el sistema de regeneración al ciento por ciento. Una falla imperdonable. Me ofreces la cantimplora. A pesar de todo tu olor que llega a mis fosas nasales donde prima el asco y la disconformidad con esta apariencia, la tomo porque necesito del líquido para aminorar el dolor, la sed que me deja tanta amargura en el gusto.
Bebo, más bien dicho, dejo que el agua se escurra entre mis colmillos entreabiertos porque si fuera sincero, si pudieras contener un poco tu asco y tu rechazo, verías que mi garra tiembla y es difícil embocar más logro que entre algo para mover éste con la acción de las mejillas y la propia boca cerrando bien para evitar los derrames. Siento el alivio, al menos la vitae se remueve con rapidez, volteo de lado para escupir más lejos de ti. Me apena que me veas así, sin los modales que te conquistaron, débil y cuasi derrotado por tan poco. Por sólo unas gotas rojizas que ahora mis defensas están combatiendo mejor porque se removieron los restos. Y para culminar, doy otro trago dejando que algunas gotas resbalen por las comisuras de mis labios debido a los enormes colmillos que aún siguen a la vista. Repito el proceso de limpieza de mi oquedad bucal, con el correspondiente escupir sintiendo que al menos, voy mejorando.
¿Atender mis heridas? ¿Te estás escuchando? ¡Hablas de atender a un maldito sobrenatural! Quizá mis ojos sean iguales a los que viste durante tantos meses, eso no cambia mi esencia, my darling. Sacudo la cabeza con vigor procurando que se aclaren mis pensamientos, que tenga la oportunidad de volver a mi forma humana, más empieza a nublarse. Odio ésto. Odio ser tan receptivo al veneno y que me sea imposible de momento recuperar la vertical porque siento cómo mi espalda está encorvada como si estuviera jorobado. Suelto la cantimplora como resultado de la forma en que mis manos tiemblan incontrolables. Las piernas intentan lo imposible: sostener todo el peso que soportan con precario esfuerzo. Los párpados caen al tiempo que siento una invitación a echar el cuerpo atrás. Por instinto obedezco dejando que toda mi constitución física termine con el culo en el suelo.
Abro la boca gigante obligando al aire a entrar en el pecho que está constriñéndose. Alzas mi brazo que se siente más pesado que un vagón de tren. Sé que estás haciendo un esfuerzo inhumano para ayudarme. Rechino los dientes moviendo la cabeza de derecha a izquierda en tanto escucho de tus labios algo que espolea al lobo. Esas dos palabras -mi amor-, hacen maravillas. Aunadas a tu intención por curar mis heridas, me obligan a aspirar por nariz con fuerza al tiempo que abro los ojos para sostener ese aire limpio haciendo presión en el pecho para que los pulmones se abran y con ellos, los bronquios. Primer round ganado cuando siento que puedo respirar de nuevo. Resoplo con mayor vehemencia jalando más aire. Esta vez se mantiene en mis bronquios. Tus labios se posan en mi frente al tiempo que asiento con pesadez con la cabeza.
Jalo aire por tercera vez por la boca, el proceso por fin se regulariza, el dolor de mis sienes va remitiendo. Ya está. Toso un par de veces antes de sentir cómo algo se desprende de mi organismo que de inmediato escupo fuera. La saliva mezclada con vitae escapa de mi ser dándome alivio. Por fin. Doy una última potente respiración antes de sentir que la recuperación va llegando, tarde, pero segura. Puedo aspirar por la nariz sin dificultad, el dolor de mi pecho remite con el de mi cabeza. El lobo comprende que va a triunfar, así que va retirándose para lamer las heridas en lo profundo de mi esencia en tanto la transformación desaparece el pelaje, las orejas vuelven a ser humanas, las facciones se tornan como las conoces. Mis garras se achican formando los dedos y las uñas recortadas por mi obsesiva manía de estar presentable.
Mi constitución física se desinfla, los músculos henchidos vuelven a su forma original. Siento los jirones de la camisa que aún me envuelven al tiempo que los colmillos se retraen. Los pantalones dejan de ser tirantes, cierro los ojos un momento cuando la licantropía abandona mi ser permitiendo que el humano domine en todo aspecto. Cuando te observo, mi diestra se alarga para tomar tu rostro con suavidad - lo lamento, debí beber más vitae de la que pensé. ¿Me perdonas por asustarte? - susurro con voz ronca por la hinchazón de mis cuerdas vocales. Aún tendré los efectos secundarios de la vitae, los menos para mi fortuna. Abandono tu rostro para sostener mi peso con la palma sobre la tierra para dar el tirón recuperando la vertical procurando hacerlo por mi propio esfuerzo sin exigir demasiado de ti. Una vez de pie, mis pulmones sueltan el aire contenido en un suspiro audible antes de aspirar el aroma de tus cabellos - debería ir a mi hogar, comprometerte con el padre Mario sería muy inconsciente. Sabes que apenas me vea, sabrá qué soy - si es que no lo sabe ya. Beso tu frente con suavidad o al menos lo intento, me niego a que la vitae te toque.
Me siento sucio, impuro. La licantropía es algo que soporto porque llevo veinticuatro años con ella a cuestas y me ha sacado de más problemas de los que te puedas imaginar, más tocarte con la vitae, es impensable. Me niego en rotundo. Alzo tu rostro con suavidad para mirarte a los ojos - sé que para ti es aberrante mi situación, mi esencia, más quisiera eliminarla de mi ser, sólo que eso sería negarme, llevo veinticuatro años con ésto encima. Decir que me acostumbré sería de fracasados. Y no es lo que siento cuando el otro resuena en mi cabeza, en mis instintos. Gracias a él, estoy vivo. Gracias a él, estás viva. Él peleó con el vampiro, ¿Entiendes? Él arriesgó todo por ti y por eso le agradeceré toda mi existencia. Si sus actos fueron maldecidos por mi boca, en esa noche pagó todo lo que me debía. Ésto es una maldición que no pedí, con el tiempo aprendí que es una bendición porque puedo cuidar de los míos. Puedo cuidar de la persona que más amo en el mundo. Tú, mi Arden. Tú - una lágrima resbala por mi mejilla. Jamás me he confesado como contigo, es justo que le dé su lugar a aquél que salvó mi vida, porque sin ti, Annice, mi existencia carece de sentido y por lo tanto, es algo que no quisiera alargar.
Kendrick McGrath- Licántropo Clase Alta
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Re: La diabla/mi Santa [Arden Annice Gladstone]
Poco a poco, pero con un espantoso crujir de huesos que me hiela la sangre. Presiono fuerte los dientes, hasta el punto que creo que una muela cederá su estructura hasta quebrarse. La sensación me genera un escalofrío y no puedo evitar mi cara de angustia, y empático dolor. Es… casi tan horrible como la imagen que se formó al entrar en trance con la luna, sin convertirse en un lobo completo, pero poseído por él. Trago saliva nerviosa y un gaspido se escapa de mi boca. El hedor no es exactamente delicioso, más bien podría entenderse como todo lo contrario. Finalmente me ha llegado a lo más profundo y siento estragos en el estómago, pero me contendré todo lo que sea necesario con tal de permanecer a su lado.
Pocas veces se puede en estos tiempos de excesos, apreciar a un hombre tan apuesto como Kendrick lo es; y creo que pasaran siglos hasta que se vuelva a ver una complexión tan bella y cuidada en todos los detalles. Como si Dios en persona hubiese elegido moldearlo perfecto para mis pupilas que se dilatan cada vez que nuestras miradas se encuentran y mis ojos se cierran cuando su voz masculina, y susurrante me habla al oído con ese leve dejo de lujuria contenida que provoca que mis piernas tiemblen y el calor me invada. Le cuesta respirar y sólo atino a los conocimientos médicos que mi padre nos dejó como herencia a mi hermano y a mí. Tantos años aprendiendo a destruirlos y jamás aprendí nada sobre la composición de un garuo.
Todo a mí alrededor está cambiando tan rápido, que mucho me temo que pronto pase de cazadora; a pecaminosa enfermera de sobrenaturales. Si mi padre me viera… jamás y debo agradecérselo, se dedicó a criarnos como es la costumbre. Nunca supe lo que era un golpe proveniente de su mano; pero creo que hoy, rompería sus propias reglas ¿En qué me estoy convirtiendo? Escucho su pecho, todo suena como si se estuviera rompiendo por dentro. Los huesos acomodándose no me permiten escuchar bien los pulmones, pero la última escupida me hace comprender que el veneno aún le estaba afectando. Y finalmente los finos rasgos masculinos que tanto me enamoran vuelven frente a mí. Algo desaliñado, por no decir que parece un andrajoso pordiosero; pero es él otra vez. ¿Qué si te perdono?
Te perdono por asustarme; te perdono por mentirme; te perdono por ocultarme la verdad; te perdono por tu impericia frente a mi persona; te perdono por ser quién no deseas ser, porque la elección no fue tuya, pero el dolor lo padecemos ambos. Los ojos se me nublan brotando unas pocas lágrimas de las cuales me deshago al instante. Asiento con la cabeza a su pedido. El mero hecho de creer que puedo perderte frente a mis ojos, hace que me cuestione toda mi vida en solo un instante. Acaricio su rostro tan divino ante mí, y por unos instantes apoyo nuestras frentes, una unión tan perfecta. Olvido todo, absolutamente todo y sólo quiero que en este mismo instante te metas a un tina donde pueda lavar tus manchas y curar tus heridas. Deseo profundamente tener tu cuerpo desnudo frente a mí y que fogosamente hagas arder el mío una vez más, como aquella noche en que…
*No llores, por favor no llores* ¿Cómo puede ser tan perfecto? ¿Tan maravilloso y yo aquí despreciándolo? No… Los pensamientos dejan de ser coherentes cuando lo tomo de la quijada y comienzo a besarlo. Profundo, sentido apasionado; he aprendido en este tiempo, y esta vez, soy yo la que recorre su boca desmedidamente, buscando transitar en cada rincón escondido, en ella. El calor aumenta tanto como mis ansias por él. Por su cuerpo, por su esencia, toda ella en este momento, queriendo conscientemente el ser inconsciente de lo que en ella se esconde. Me siento sobre sus piernas, bajo mis manos por su pecho, teniendo cuidado, pero sin dejar de notar como su tórax se ha ampliado humanamente, en la ausencia que vivimos. Sus brazos más gruesos, subo por ellos, hasta rodearlo por el cuello. Quiero devorarte, quiero comerte íntimamente, quiero hacer todas y cada una de las cosas que el márques de Sade describe tan impúdica e inmoralmente hasta sentir que me haya saciado de ti; y aun así, nunca será suficiente.
Muerdo suave su cuello para quedarme allí con mi cabeza sobre su hombro. – “Tenemos que irnos. Debemos irnos, antes de que nos vean aquí. Vamos, no me importa nada en este momento.” – La sinceridad se me desborda y el capricho se apodera de mis acciones. – “Soy la señora de la casa. Hago lo que se me plazca sin dar explicaciones. Quieres venir, ni Dios en persona podría impedirlo en este momento.” – Blasfemo, ya pagaré por eso, más tarde. – “Pero si deseas ir a tu hogar. Sólo debes indicarme el camino.” Me levanto para ayudar a que se incorpore. – “Vamos, Kendrick, debemos arreglarte.” – Esta vez, yo seré el caballero galante y me quito su abrigo para envolverlo cuidadosamente. – “No podemos dejar que te vean así. Un brazo a la vez.” Lo tapo completamente y subo todos los botones. Si he de ganarme el infierno en esto; quiero disfrutar del cielo en la tierra justo sobre tus brazos.
Pocas veces se puede en estos tiempos de excesos, apreciar a un hombre tan apuesto como Kendrick lo es; y creo que pasaran siglos hasta que se vuelva a ver una complexión tan bella y cuidada en todos los detalles. Como si Dios en persona hubiese elegido moldearlo perfecto para mis pupilas que se dilatan cada vez que nuestras miradas se encuentran y mis ojos se cierran cuando su voz masculina, y susurrante me habla al oído con ese leve dejo de lujuria contenida que provoca que mis piernas tiemblen y el calor me invada. Le cuesta respirar y sólo atino a los conocimientos médicos que mi padre nos dejó como herencia a mi hermano y a mí. Tantos años aprendiendo a destruirlos y jamás aprendí nada sobre la composición de un garuo.
Todo a mí alrededor está cambiando tan rápido, que mucho me temo que pronto pase de cazadora; a pecaminosa enfermera de sobrenaturales. Si mi padre me viera… jamás y debo agradecérselo, se dedicó a criarnos como es la costumbre. Nunca supe lo que era un golpe proveniente de su mano; pero creo que hoy, rompería sus propias reglas ¿En qué me estoy convirtiendo? Escucho su pecho, todo suena como si se estuviera rompiendo por dentro. Los huesos acomodándose no me permiten escuchar bien los pulmones, pero la última escupida me hace comprender que el veneno aún le estaba afectando. Y finalmente los finos rasgos masculinos que tanto me enamoran vuelven frente a mí. Algo desaliñado, por no decir que parece un andrajoso pordiosero; pero es él otra vez. ¿Qué si te perdono?
Te perdono por asustarme; te perdono por mentirme; te perdono por ocultarme la verdad; te perdono por tu impericia frente a mi persona; te perdono por ser quién no deseas ser, porque la elección no fue tuya, pero el dolor lo padecemos ambos. Los ojos se me nublan brotando unas pocas lágrimas de las cuales me deshago al instante. Asiento con la cabeza a su pedido. El mero hecho de creer que puedo perderte frente a mis ojos, hace que me cuestione toda mi vida en solo un instante. Acaricio su rostro tan divino ante mí, y por unos instantes apoyo nuestras frentes, una unión tan perfecta. Olvido todo, absolutamente todo y sólo quiero que en este mismo instante te metas a un tina donde pueda lavar tus manchas y curar tus heridas. Deseo profundamente tener tu cuerpo desnudo frente a mí y que fogosamente hagas arder el mío una vez más, como aquella noche en que…
*No llores, por favor no llores* ¿Cómo puede ser tan perfecto? ¿Tan maravilloso y yo aquí despreciándolo? No… Los pensamientos dejan de ser coherentes cuando lo tomo de la quijada y comienzo a besarlo. Profundo, sentido apasionado; he aprendido en este tiempo, y esta vez, soy yo la que recorre su boca desmedidamente, buscando transitar en cada rincón escondido, en ella. El calor aumenta tanto como mis ansias por él. Por su cuerpo, por su esencia, toda ella en este momento, queriendo conscientemente el ser inconsciente de lo que en ella se esconde. Me siento sobre sus piernas, bajo mis manos por su pecho, teniendo cuidado, pero sin dejar de notar como su tórax se ha ampliado humanamente, en la ausencia que vivimos. Sus brazos más gruesos, subo por ellos, hasta rodearlo por el cuello. Quiero devorarte, quiero comerte íntimamente, quiero hacer todas y cada una de las cosas que el márques de Sade describe tan impúdica e inmoralmente hasta sentir que me haya saciado de ti; y aun así, nunca será suficiente.
Muerdo suave su cuello para quedarme allí con mi cabeza sobre su hombro. – “Tenemos que irnos. Debemos irnos, antes de que nos vean aquí. Vamos, no me importa nada en este momento.” – La sinceridad se me desborda y el capricho se apodera de mis acciones. – “Soy la señora de la casa. Hago lo que se me plazca sin dar explicaciones. Quieres venir, ni Dios en persona podría impedirlo en este momento.” – Blasfemo, ya pagaré por eso, más tarde. – “Pero si deseas ir a tu hogar. Sólo debes indicarme el camino.” Me levanto para ayudar a que se incorpore. – “Vamos, Kendrick, debemos arreglarte.” – Esta vez, yo seré el caballero galante y me quito su abrigo para envolverlo cuidadosamente. – “No podemos dejar que te vean así. Un brazo a la vez.” Lo tapo completamente y subo todos los botones. Si he de ganarme el infierno en esto; quiero disfrutar del cielo en la tierra justo sobre tus brazos.
Arden Annice Gladstone- Cazador Clase Alta
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Re: La diabla/mi Santa [Arden Annice Gladstone]
Era tan bella, era tan bella, que su mirada todavía me quema,
cómo quisiera poderla olvidar, pero se acerca y no lo puedo evitar.
cómo quisiera poderla olvidar, pero se acerca y no lo puedo evitar.
Podría reír a carcajadas al saber que quizá logré lo que me propuse desde hace veintiocho meses atrás, recuperar tu presencia, tu calor y tu voz, toda tú, toda la mujer, la cazadora, la compañera que busqué y encontré en ti. ¿Que si te extrañé? Por supuesto. Toda noche, todo día estuve pensando en ti. Las distancias son lejanas cuando tienes demasiado qué hablar y pocas las palabras que pueden remediar lo que para tu mente era imposible concebir. Aún ahora, con estos tirones de lo que fuera una camisa que dejan al intemperie las heridas provocadas por el vampiro e inclusive, mi propia piel terrosa que te afanas mirar compungida. ¿Acaso lo que olemos es tristeza y decepción? Debo dejar de pensar en pack, me parece que cada que digo "nos", te erizas cual gato amenazado. ¿Tengo la culpa de que en estas noches de luna llena cada vez sea más difícil separar al lobo del humano?
Veo que aceptas mis palabras lo que genera que me quite un gran peso sobre los hombros, saber que me perdonas es la primera fase para retornar a nuestra relación. Para curar las heridas físicas y emocionales. Las últimas son las que más tardarán. Estoy dispuesto a esperarte el tiempo que necesites si con ello logro tenerte entre mis brazos. Besarte es maravilloso para mi alma, te atrapo con los brazos olvidando la vitae, buscando activo esa herida que te hicieras para paladear los restos de la sangre que me enloquece. ¿Sabes cuán adictiva es, Annice? Tus labios se apoderan de los míos, te dejo hacer para que la catarsis sea completa, que sientas cuánto puedes dominar a este licántropo, cuánto te ama y te cuida. Una fuerte exhalación emana de mi caja torácica hacia las cuerdas vocales siendo audible de manera ronca. Te deseo. No sabes cuánto.
Tu impulso me lleva de espaldas, con las piernas aún temblorosas para caer de culo de nuevo entre risas que escapan de mis labios afianzando tu cuerpo para que lastimarte sea impensable. Te pego a mi ser, te permito acomodarte en mi regazo en tanto seguimos con esta caricia que está desquiciando todos mis instintos por hacer de ti una mujer. Mi mujer. Nuestra hembra. Mis labios siguen dando lo que exiges en silencio, mis dientes claman por morder tu tierna piel para tener más de tu sangre, más contengo todos esos ímpetus. Oh, si supieras cuánto me incitas. Cuánto me excitas. Más soy decoroso, ¿En la calle? Impensable dar a cualquiera un espectáculo con tu cuerpo. Con esta mujer elegida para que sea mi compañera. Antes muerto que mancillar tu reputación.
- Ah - resuena en la oscuridad de la noche mi voz cuando siento tus colmillos atrapar la piel de mi cuello, crispo las manos hasta formar puños ansiando en ese momento desnudar todo tu cuerpo para contestar a lo que para nosotros es una exigencia primaria: la hembra solicita que el macho la cubra. El dolor de mi entrepierna se suma a la de las heridas. Quisiera corresponder a esa solicitud de forma activa más aruño la tierra dejando surcos en ésta, manchando el espacio entre las uñas y la piel con el polvo. Mis pulmones se llenan de oxígeno hinchando el pecho de forma insoportable queriendo parar con eso los deseos por tomarte de una vez. Mis azules se posan en los tuyos, hay un brillo radioactivo en mis orbes cuando te observan porque el lobo está explorando el nuevo terreno que queda tan a la vista y es palpable. Los pliegues de mi boca se estiran con una sonrisa perezosa.
¿Estás segura de tus palabras? Puede que sea la adrenalina la que esté espoleando tus acciones, esta vez voy a tomar todo lo que ofreces sin dar marcha atrás. Te incorporas, mi cuerpo te sigue desesperado por seguir en contacto contigo. Cierto es que estoy débil y aún con ello, podría vestirme sin dificultades. En cambio, permito que seas tú quien me cubra con el abrigo que hace poco te diera para dar calor. Llevo la nariz al cuello de éste sintiendo tu aroma. El abdomen se contrae de ansiedad. Hago atrás la cadera para que la erección que pugna por ser acariciada pueda ser imperceptible a tus ojos cuando me abrochas botón por botón la prenda con movimientos decididos, firmes. Voy a tomar todo lo que estás ofreciendo, Annice. Te tomo de la cintura para pegarte a mi pecho susurrando en tu oído con la voz aún ronca por la afección respiratoria acontecida en el pasado - tu casa. La mía está en plena actividad, llegué hoy, bendigo a la madre luna por ponerte en mi camino esta misma noche. A tu casa, Annice, quiero estar ahí contigo, con tu piano, con tu voz, con tu aroma en cada sitio, con tu libro del Marqués de Sade bajo la almohada - aspiro tus cabellos quedándome con tu fragancia antes de ser osado.
Seguro que me reprenderás, más es lo mínimo que puedo hacer tras todo este teatrito. Una mano en tu espalda te sujeta, me agacho para tomar las corvas de tus rodillas para sostener tu ser cual princesa. Compruebo primero que puedo con el peso de todo lo que traes encima, dos segundos después, mis pies avanzan hacia al caballo - a pesar de que aumenté de fuerza, me temo que el veneno sigue sus efectos, me siento un tanto humano en cuanto a fuerza, eso no significa que carezca de la suficiente para ésto - te acomodo en el caballo, pongo el pie en el estribo impulsando mi cuerpo para montar detrás tuyo. Por inercia tomo las riendas dando un arreo al caballo acomodando la siniestra mano en tu abdomen para recargarte contra mi pecho como es nuestra costumbre. Hay ocasiones en que las rutinas son imposibles de borrar.
Deposito un beso en tu sien, coloco la mejilla sobre ésta aspirando tu aroma que me relaja en tanto el corcel avanza a paso ligero. - Te amo, Arden Annice Gladstone. Te amé, te amo y te amaré hasta el último latido de mi corazón - juro con la convicción innata a mi personalidad. Cuando prometo algo, no descanso hasta cumplirlo.
Kendrick McGrath- Licántropo Clase Alta
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Re: La diabla/mi Santa [Arden Annice Gladstone]
Decide venir a mi refugio, justo cuando la pasión se encontraba en el punto máximo, cuando su caballerosidad no le permite llega a más. No es casualidad, es destino. Asiento sobre él. No quiero separarme. Quiero unirme de esa forma que describen los cuentos de hadas, dónde el amor es tan intenso y tan profundo que no hay sociedad ni poder más grande, que el amor. 'El amor es más fuerte que el orgullo' Si supieras que los libros del Marqués, se han reproducido en mi escondite. ¿Qué pensarías tú de mí? ¿Que soy curiosa? ¿Qué soy casquivana o que no te merezco? No me molestaría ser esas mujeres sin moral que describe, siempre y cuando, cumpla esos actos obscenos junto a ti, para ti.
Tus susurros tienen en mí, la potencia de mil gritos. Despiertan todo en mi ser, sin dar paso a la razón. Quiero gemir del placer que me provoca un acto tan insignificante y efímero, pero que es eterno en mí. Si habías roto todos mis seguros, ahora estas al borde de robarte toda mi cordura. El tesoro está ahí, y yo misma te lo entrego en mano, con adornos y colores. Me vas a volver a hacer sufrir no lo dudo, sólo que no me importa. Un minuto de tu caballerosidad a tu lado, justifica cada herida que nunca puedo volver a cerrar. ¿Lo justifica? Estas lastimado y agotado y aun así me alzas en tus brazos, incluso te disculpas, que no puedas hacer más. Jamás puedo tocar el suelo contigo. Me paseas en una nube que ciega toda realidad, y me abrazo a ti; emocional y literalmente. – “No deberías alzarme en estas condiciones”
Veo intenso a tus ojos mientras me acomodas en el caballo. *No te merezco. He prejuzgado tu ser sin preguntar; pero peco contra mi Dios permaneciendo a tu lado* Complaciente a la necesidad que tengo de ti, cortés y galante sacias mis ganas de más. Me rodeas otra vez, sosteniendo de mi vientre. No te dejaré bajarte esta vez. Te llevaré conmigo. Tan embelesada estoy en el sublime momento, que las cuentas del tiempo que llevas como sobrenatural, se hacen a un lado en el durmiente tintero. Perdono y olvido que era, en un maldito burdel, dónde estabas parado, aguardando que Tique, cruzara nuestros caminos con una sonrisa en los labios, y una idea depravada en su mente ¿Era esto lo que debía suceder o sólo fue una mera casualidad? Todos nuestros pasos nos llevaron a este momento, incluso, las piedras que el azar pudo poner en el camino. Llevo mi cabeza hacia atrás, y dejo que mi cuerpo se restriegue levemente contra el tuyo. Mi brazo derecho empieza a enfriarse y me pesa, me duele. Así que es el izquierdo el que pone mi mano detrás de tu nuca, aferrandome. Cierro los ojos, esa es mi confianza en ti esta noche. Soy tuya, hazme. Su frase resuena acariciando mi alma, y no hay manera que pueda en este momento, estar más complacida.
Alguna vez, cuando mire atrás en el tiempo, cuando la blancura se haya apoderado de mi cabello y los rasgos tersos hayan desaparecido, sabré entender, que esta es la noche que marcó el comienzo de un cambio rotundo en mi vida. Toda mi naturaleza, todos mis instintos, y todo mi ser, jamás volverían a ser los mismos. Salí de mi casa como una persona, para cambiar en el proceso. Por pocas horas que fueren, la significación de las casualidades, harían a la causalidad, de transformarme para siempre, una vez más. Hoy, comienzo a entender que mi hogar no es donde vivo, es dónde regreso a ti. Y aunque que sé, que será una eternidad para ti, mi amor, para mí, es una segunda adolescencia. Un doloroso proceso donde dejo mi ingenuidad, y mi virtud, en tus manos para que me mancilles, y des forma a la mujer que seré. Algún día, me arrepentiré de no haberte dado fin esa noche que supe lo que eras, y otro, lamentare haber existido, sin poder haber vivido más a tu lado.
Tus susurros tienen en mí, la potencia de mil gritos. Despiertan todo en mi ser, sin dar paso a la razón. Quiero gemir del placer que me provoca un acto tan insignificante y efímero, pero que es eterno en mí. Si habías roto todos mis seguros, ahora estas al borde de robarte toda mi cordura. El tesoro está ahí, y yo misma te lo entrego en mano, con adornos y colores. Me vas a volver a hacer sufrir no lo dudo, sólo que no me importa. Un minuto de tu caballerosidad a tu lado, justifica cada herida que nunca puedo volver a cerrar. ¿Lo justifica? Estas lastimado y agotado y aun así me alzas en tus brazos, incluso te disculpas, que no puedas hacer más. Jamás puedo tocar el suelo contigo. Me paseas en una nube que ciega toda realidad, y me abrazo a ti; emocional y literalmente. – “No deberías alzarme en estas condiciones”
Veo intenso a tus ojos mientras me acomodas en el caballo. *No te merezco. He prejuzgado tu ser sin preguntar; pero peco contra mi Dios permaneciendo a tu lado* Complaciente a la necesidad que tengo de ti, cortés y galante sacias mis ganas de más. Me rodeas otra vez, sosteniendo de mi vientre. No te dejaré bajarte esta vez. Te llevaré conmigo. Tan embelesada estoy en el sublime momento, que las cuentas del tiempo que llevas como sobrenatural, se hacen a un lado en el durmiente tintero. Perdono y olvido que era, en un maldito burdel, dónde estabas parado, aguardando que Tique, cruzara nuestros caminos con una sonrisa en los labios, y una idea depravada en su mente ¿Era esto lo que debía suceder o sólo fue una mera casualidad? Todos nuestros pasos nos llevaron a este momento, incluso, las piedras que el azar pudo poner en el camino. Llevo mi cabeza hacia atrás, y dejo que mi cuerpo se restriegue levemente contra el tuyo. Mi brazo derecho empieza a enfriarse y me pesa, me duele. Así que es el izquierdo el que pone mi mano detrás de tu nuca, aferrandome. Cierro los ojos, esa es mi confianza en ti esta noche. Soy tuya, hazme. Su frase resuena acariciando mi alma, y no hay manera que pueda en este momento, estar más complacida.
Alguna vez, cuando mire atrás en el tiempo, cuando la blancura se haya apoderado de mi cabello y los rasgos tersos hayan desaparecido, sabré entender, que esta es la noche que marcó el comienzo de un cambio rotundo en mi vida. Toda mi naturaleza, todos mis instintos, y todo mi ser, jamás volverían a ser los mismos. Salí de mi casa como una persona, para cambiar en el proceso. Por pocas horas que fueren, la significación de las casualidades, harían a la causalidad, de transformarme para siempre, una vez más. Hoy, comienzo a entender que mi hogar no es donde vivo, es dónde regreso a ti. Y aunque que sé, que será una eternidad para ti, mi amor, para mí, es una segunda adolescencia. Un doloroso proceso donde dejo mi ingenuidad, y mi virtud, en tus manos para que me mancilles, y des forma a la mujer que seré. Algún día, me arrepentiré de no haberte dado fin esa noche que supe lo que eras, y otro, lamentare haber existido, sin poder haber vivido más a tu lado.
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Arden Annice Gladstone- Cazador Clase Alta
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