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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Årsland P. Byström Mar Jun 12, 2018 11:49 pm

El mundo es un lugar desagradable, y quien opine lo contrario, o bien se está engañando a sí mismo, o ha tenido la suerte de nacer en una posición privilegiada. En su caso, siempre había tenido los pies bien anclados en la tierra, y por eso mismo sabía de primera mano las miserias que realmente existían. Y por supuesto, la palabra suerte jamás había existido en su diccionario. No es que este hecho le pareciera agradable, ni mucho menos -soñar es gratis, y a él, tanto como a cualquiera, le hubiese encantado que las cosas le fueran mejor-, pero la única forma de sobrevivir a tanta decepción era aceptar la realidad que le tocaba. Y la suya era la que era. Vendía su cuerpo a cambio de dinero para poder sobrevivir y darle un techo a la única familia que le quedaba. No era algo de lo que estuviera especialmente orgulloso, pero tampoco sentía la necesidad de negarlo, o esconderlo, o avergonzarse por ello. Al final, no era más que una patética persona más en un universo que no conoce límites. ¿De qué serviría quejarse? Sus lágrimas no conmoverían a nadie, pero sí le harían verse mucho más débil, y eso sí que no podía permitírselo. Porque los fuertes aprovechaban cualquier oportunidad para pisotear a aquellos que consideraban más blandos. Y a él aún le quedaba algo que necesitaba proteger. 

Pero no siempre es fácil hacerse cargo de alguien más pequeño y delicado que uno mismo, especialmente cuando tu trabajo te lleva a tener que involucrarte con personas de bastante mala calaña. No conocía bien cómo eran los clientes de otros de su misma... profesión, pero en su caso, en general, no es que pudiera alardear de la grandeza de aquellos que compraban sus servicios. Los deseos de pasar la mayor parte de su tiempo con su hermana lo habían llevado a rechazar el trabajo en un burdel como opción, así que su clientela no gozaba de una buena reputación, precisamente. No podía quejarse de las sumas que obtenía, pero en muchos casos, eso implicaba tener que satisfacer fantasías bastante más peligrosas que con las que se habría cruzado de haber sido representado por un "local" en concreto. Tampoco ayudaba mucho su excesiva terquedad, y ese ego que le hacía repetirse a sí mismo que no necesitaba a nadie más que a sí mismo para protegerse. Pero era lo que había elegido, y aceptaría su destino. En parte porque a aquellas alturas no creía poder/saber hacer ninguna otra cosa; y por otro lado, y aunque lo negara, porque ya se había resignado. Moriría siendo un cualquiera, pero mientras eso ocurría, se esforzaría porque su hermana tuviera al menos una vida mejor que la que él había tenido que llevar. 

Claro que no siempre resultaba sencillo evitar los problemas, y mucho menos pasar desapercibido ante aquellos que acababan obsesionándose con él. No es que le supusiera un mayor problema la mayor parte del tiempo: mientras más lo desearan, mayor provecho obtendría. El problema residía en que no era el único que se convertía en objetivo, especialmente cuando frecuentaba según qué zonas de la ciudad. Normalmente era cuidadoso, pero aquella tarde en concreto había cedido a los deseos de Anja de salir al exterior, y cuando quiso darse cuenta, ya estaba anocheciendo. El camino de vuelta a la humilde pero confortable casa que tenían los obligaba a pasar por los callejones más humildes de la ciudad, y aunque rezó a todos los dioses que nada sucediera, para variar, la suerte -tan esquiva para con ellos-, no estuvo de su parte. ¿O acaso alguna vez lo había estado? A veces su vida le resultaba tan patética que no podía hacer otra cosa más que reírse.

- ¿Philip? ¿Eres tú, verdad? -Simplemente el sonido de su voz logró hacer que se estremeciera de arriba abajo. - ¿Me recuerdas? Hace dos noches pasamos un rato de lo más entretenido... -La carcajada que siguió a sus palabras le supieron a mofa, a insulto, pero estaba completamente petrificado. ¿Cómo olvidarlo? Por culpa de aquel malnacido las marcas en sus muñecas y tobillos aún no habían desaparecido, al igual que el dolor en sus nalgas. - Vaya, vaya, no sabía que tuvieras... amiguitas tan jóvenes. ¿Qué te parecería que pasáramos un rato juntos? Dudo que se te levante con una cría, pero yo estaría más que encantado de enseñarle cómo se comportan las mujeres... -Lo que antes era miedo se convirtió en auténtica rabia, y de no haber estado la niña presente, le habría intentado golpear, aún a sabiendas que tenía todas las de perder. Anja se le quedó mirando, sin comprender qué era lo que estaba sucediendo. Y así deseaba que siguiera siendo. No necesitaba que su hermana supiera de qué modo lograba conseguir el dinero que necesitaban para vivir. Tras acuclillarse hasta quedar a su altura, le susurró que saliera corriendo en dirección a casa y cerrara la puerta con llave. 

La chica pudo escapar, pero Årsland no fue tan afortunado. En dos zancadas aquel tipo le dio caza. Y el joven no pudo mñas que cerrar los ojos y esperar que todo pasara. El cabrito apestaba a alcohol, lo cual no iba a ayudar precisamente a que se controlara. 


Una media hora más tarde, cuando se hubo dado por satisfecho, dejó caer el cuerpo inmóvil del prostituto a un lado, no sin antes arrojarle una bolsa de francos a la cara. Lo único que fue capaz de discernir, en el estado de inconsciencia en que se encontraba, era otra más de aquellas carcajadas. Y fue en ese preciso momento cuando se prometió a sí mismo que la siguiente vez que se lo encontrara, si es que lo hacía, lo abriría en canal y le cortaría aquella cosa apestosa que le colgaba entre las piernas. De lo único que no estaba seguro era del orden en que lo haría. Pero pagaría. 

¡Pagaría!


Última edición por Årsland P. Byström el Vie Jul 13, 2018 10:30 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Kezia Dabija Lun Jul 09, 2018 11:34 am

La noche se hbaía avalanzado, inesperada, sobre las calles de París. A esa hora las calles empezaba a quedarse vacías y lo que esperaba a los viajeos eran borrachos y rufianes. Había teido que ir a entregar un pedido de hierbas a un doctor en un área relativamente adinerada de la ciudad y el camino de vuelta estaba tomando más de lo esperado.

Luego del día normal en el mercado, mi padre había recogido el puesto y se había adelantado en el coche hasta nuestro hogar a las afueras de la ciudad, yo había ido a visitar a uno de nuestros mejores clientes. El doctor Courir era un jóven amable, se había graduado de Medicina de la real academia Fancesa y debido a que su familia era adinerada había podido organizar una práctica bastante lujosa en el primer piso de una propiedad familiar. Había acudido a mi padre y a mi en el mercado y pronto se había covertido en un ávido cliente de las plantas silvestres más extrañas e incluso algunas con propiedades especiales; como esas que provocaban el aborto.

Cada vez que lo visitaba no solo recibía el pedido y me ceraba la puerta en la cara como otros sino que me invitaba a su laboratorio para explicarme lo que había aprendido de las hierbas en las últimas semanas, era muy apasionado por sus descubrimientos. Había una conexió entre los dos las plantas que nos hacía hablar por largos ratos solo de ellas. Él conocería a una paciente en unas semanas o meses, antes de que llegara el invierno, y en la primavera próxima se cazarían; eso a veces le hacía pesar el corazón.

Luego de ver que la noche se acercaba, siedo todo un caballero -y quizá porque yo le gustaba un poco- había ofrecido enviarme con su cochero a casa y yo sin dudarlo acepté. Al cochero no le había hecho mucha gracia llevar a una plebeya cuando por su carruaje habían pasado Lords y damas de la corte. A Kezia le importaba poco, era mejor que cruzar la ciudad a pie. Se subió en la parte delantera del coche, junto al cochero, con su canasto y un velo sobre su cabeza para cubrirse un poco del frescor nocturo y más importante, pasar desapercibida. Un presentimiento, de esos que llegaban de vez en cuando me indicó que el cochero me dejaría en la calle en alguna parte , así que solo respiré profundamente y llevé mi mano hasta el pliegue de mi falda donde manteía un cuchillo enfundado. Yo era una mujer de armas tomar.

Como ya lo había visto venir, el cochero se detuvo en una esquina y me dijo e un tono bastante tosco -Hasta aquí llega la princesa, yo no voy a los arrabales- y se rió, como si el tener un uniforme plachado con botones de cobre lo volviera mejor que yo. No le dije nada, su destino lo alcanzaría y yo solo debía aceptar el mío. Bajé del coche con una sonrisa en los labios -Gracias-, no había razón para ser descortés, él solo se sentía menospreciado. Tomé la calle principal de ese barrio, las casas de dos pisos se alzaban a ambos lados, si todo salía bien en meda hora debería estar en casa. Pero los dioses del bosque tenían una idea diferete.

Luego de haber caminado por unos diez minutos sin encontrar más que un par de borrachos a la vera de una taberna, mis piernas, como movidas por arte de magia se desviaron de su camino sin darme cuenta. Esto solo pasaba cuando había algo importante que debía hacer o eviar, era el instinto de mis visiones guiándome lejos de algo, si seguía por esa calle algo malo me esperaba. Entre las calles solitarias, mi mirada se perdió en búsqueda de algo familiar, cada vez las casas parecían más pequeñas, más humildes e incluso en algunas una lámpara roja se cernía sobre sus puertas. Definitivamente no conocía esa parte de la ciudad.

Apreté el chal sobre mi cabello y lo enollé concienzudamente al rededor de mi cuello, las cuentas de vidrio que llevaba serían atractivas para cualquier ladronzuelo. Mis pasos me llevaron a una callejuela pobremente iluminada, por la cual caminaba con seguridad, o tenía miedo, no sentía peligro. Al girar e una esquina un hombre me atropelló, con paso tosco y olor a alcohol, no se disculpó. Yo caí de bruces, por suerte en un piso seco y no demasiado embarrado; mis ojos se nublaron por un momento… ese hombre moriría pronto. Me puse de pié y sacudí mi falda para continuar caminando por la calle cuando algo gruñó, me sobresalté, mis ojos recorrieron la calle encontrándose con una figura en el suelo, boca abajo, la ropa desaliñada y a medio desvestir. Ahogué un grito y arranqué a correr hacia él -¡Oye, oye! ¿Estás bien?- pregunté por impulso, era obvio que no lo estaba. Dejé el canasto en el suelo y apoyé mis manos con cuidado en sus hombros para ayudarlo a acomodarse.


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Mensaje por Årsland P. Byström Lun Ago 13, 2018 8:02 pm

La peor parte de encuentros como aquel no era en sí la violencia física que ejercían contra él, sino el estado de inconsciencia posterior al que era arrojado sin quererlo. A pesar de que sabía que era un problema, el insomnio había formado parte de su vida desde aquella fatídica noche en que tomó la decisión de abandonar al malnacido al que alguna vez consideró su padre. La razón era simple: las pesadillas, el peso y el dolor de los recuerdos que le asaltaban, eran demasiado vívidos, demasiado terroríficos, como para poder conciliar el sueño de forma ni remotamente apacible. Este hecho causaba dos efectos inmediatos; por un lado, su estado físico dejaba bastante que desear. Si a la escasa alimentación se le añadía una pobre calidad de sueño, era evidente que su fortaleza, aguante, y capacidad para reaccionar de forma más o menos rápida a las situaciones se veía tremendamente menguada. Eso sin duda ayudaba a que tipos como aquel pudieran aprovecharse de él sin que el pudiera hacer mucho más aparte de resignarse y aceptar el golpe. Por otro lado, el evitar de lleno su pasado, los dolorosos recuerdos que aún lo mantenían anclado en él, también lo hacían mucho más vulnerable a sus efectos. Y es que cuando finalmente su consciencia se escapaba, y el mundo se oscurecía, el pánico se instalaba en su corazón hasta el punto de que parecía amenazar con cortarle la respiración.

Esta última situación era exactamente lo que estaba pasando ahora. Además del dolor físico, de las lágrimas de rabia, vergüenza y orgullo herido, se sumaba el hecho de que su corazón había comenzado a palpitar de forma más rápida de lo que era humanamente posible, su respiración se hizo también entrecortada, saliendo de entre sus labios temblorosos de forma rápida y entrando mucho menos aire del que necesitaba para mantener la claridad de sus pensamientos, o al menos intentarlo. Las memorias comenzaron a fluir por su subconsciente en cascada, como si el dique que las contenía, a un lado de su mente, ocultas en su estado de vigilia, se hubiera derrumbado por completo. Y no sólo era pánico lo que sentía, sino también desesperación, porque por más que quería abrir los ojos, el daño infligido en su cuerpo era demasiado grave como para permitírselo. Y en ese sinfín de recuerdos, oscuros y retorcidos, cada mano que lo había tocado, golpeado, lastimado, o marcado, se convertían en las del hombre que le despojó de todo rastro de inocencia que alguna vez tuvo. Todos los monstruos de su vida, confluían en la imagen de su padre.



Probablemente hubiera seguido allí, temblando, sumergido en aquel estado cíclico de pánico, si no hubiera sido porque la presencia de alguien más, de alguien cuyo tacto no le pareció ni grotesco, ni intimidante, alguien que trató de despertarlo de su pesadilla. Al principio, los ojos del chico se abrieron de par en par, pero sin que él fuera capaz de enfocarse en nada en concreto. Estaban vacíos, como si un abismo se extendiera tras ellos. No era consciente de lo que pasaba, ni de dónde estaba, ni de si aquel malnacido había detenido sus continuas estocadas en el interior de su cuerpo. Cuando Årsland finalmente volvió en sí, su primera reacción, evidentemente, fue de sobresalto. Trató de alejarse de un salto, algo que simplemente le sirvió para retorcerse y aullar a causa del agudo dolor en sus entrañas. No era capaz de verlo a causa de la oscuridad del callejón, pero el inconfundible aroma de su sangre envolvía el ambiente, y notaba la calidez del líquido al derramarse entre sus muslos. Cuando alzó la cabeza, sin embargo, fue una figura femenina la que lo observaba, con ojos preocupados, ante lo cual se relajó considerablemente, y casi sin darse cuenta. El peligro, al menos inmediato, había pasado.

La pregunta que la mujer formuló, no obstante, hizo que toda la angustia y el lacerante dolor que sentía, provocaran que la rabia comenzara a arder de nuevo en su interior. Tenía que matar a ese tipo. Acabaría con ese bastardo, aunque fuera lo ultimo que hiciera. Estaba tan agitado, en parte por las pesadillas, que aún seguían presentes en su cabeza, y en parte por la ira, que ni siquiera era consciente de que las lágrimas habían comenzado a caer por sus mejillas de forma casi violenta, sin intención de detenerse. - Sí, estoy bien, pero juro por todos los Dioses que él no va a estarlo. -Su voz estaba plagada de emociones, siendo la ansia de sangre la más evidente, especialmente por el gruñido que emitió al decir la última palabra. - ¿Has visto por dónde se ha ido? Tengo que encontrarlo antes de... -Trató de ponerse en pie, pero las rodillas le temblaban tanto que acabó cayéndose fuertemente, el crujido de sus huesos al impactar contra el suelo resonando en el callejón. Una oleada de náusea lo hizo voltearse y vaciar el contenido de su estómago -apenas un poco de sopa, y el resto de bilis- en la dirección opuesta a donde estaba la muchacha. - L-Lo siento... -Musitó, ahora más mareado incluso que antes. 


Última edición por Årsland P. Byström el Sáb Sep 15, 2018 6:42 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Kezia Dabija Miér Sep 05, 2018 4:46 pm

Aunque mis visiones solían aparecer con el contacto, ya fuera con una persona u objeto no aparecían siempre, eran como una ruleta, a veces ganaba, a veces perdía. Con este chico nada pasó, gracias a los dioses de los bosques, pues necesitaba concentrarme en su salud.

La luz del callejón era pobre apenas podía distinguir sus rasgos debido a lo nívea de su piel, revisé su torso con mi mirada, sin recato, buscando alguna herida o señal de lo que le había pasado, no encontré nada más que el cordón desatado de su pantalón y su camisa torcida
-¿Donde te duele?- le pregunté para tratar de ayudarle pero en vez de responderme el chico me preguntaba por alguien -¿Quién?- le pregunté ya que no había visto a nadie cerca de él o en las calles aledañas, solamente... una punzada en el pecho me dio a entender que estaba en lo correcto, el borracho que me había encontrado unas calles atrás. No dije nada al respecto, no quería alterarlo más de lo que estaba, además el hombre estaba ya lejos.

El chico tenía la mirada perdida, sus palabras dejaban sus labios con dificultad y me preocupaba. “No deberías estarte deteniendo acá Kezia” decía la voz de mi padre en el fondo de mi cabeza, en esta ciudad todo el mundo se preocupaba por si mismo. Además, este chico era claramente un gorger, y los gorger rara vez se preocupaban por los gitanos. Se decía que en otras partes de Europa a todos los gitanos los cazaba la inquisición y los quemaban por ser brujas y hechiceros; por ser diferentes. Pero yo trataba de ser una persona amable con quienes se lo merecían, esta ciudad era lo suficientemente dura como para traer más discordia y indiferencia.

El chico trató de levantarse
-Tu no estás en condiciones de...- sin seguir mi consejo se apoyó en la pared para ponerse de pie, era una mala idea. Antes de que pudiera hacer algo para ayudarle él ya se había desplomado de nuevo en el suelo y el sonido de su caída resonó por el callejón oscuro. El chico parecía roto, muy delgado, muy joven, muy golpeado; me dio pena por él, al menos los gitanos vivíamos bajo nuestras propias reglas, del camino, de lo que cultivábamos, hacíamos o tomábamos; los gorger por otro lado dependían de sus casas de madera, de sus trabajos sirviendo a otros para ganar dinero y siempre había alguien sobre ellos. Nosotros no éramos ricos, no teníamos mucho, pero éramos capaces de organizar una vida donde fuera.

Giró su cabeza y vomitó, eso era una mala señal, su cuerpo estaba tan colapsado que no quería ni siquiera comida en sí. No me molestó ni puse cara de asco, solo le acaricié el hombro con cuidado, tratando de reconfortarlo
-Está bien, vamos respira profundo, déjame ayudarte- tomé el pañuelo que cargaba de entre los pliegues de mi falda y lo llevé a su rostro marcado por el barro del suelo limpiándole los labios con suavidad. Se veía golpeado y había un par de manchas oscuras en su camisa que no sabía discernir si eran sangre o solo barro, no podía hacer mucho, estábamos aún a unas calles del campamento gitano y él no parecía estar en condiciones de caminar. Tenía que distraerlo del dolor y su frustración con algo, así que le sonreí -Me llamo Kezia ¿y tu?- mis dedos se movían suavemente por su frente eliminando una mancha oscura que se cernía sobre ella, el chico a pesar de todo el daño era muy apuesto y cuando creciera seguro sería un galán, si lograba ganar algo de peso - ¿Vives cerca? - seguí como si estuviésemos en una situación normal, ya sabes, conociéndonos en alguna calle de París a la luz del día, quizá en el mercado.

Un carruaje pasó por la calle aledaña, el golpeteo de las herraduras fue bien recibido frete al silencio y la oscuridad del callejón cuando su lámpara rompió por un instante, como un cuchillo, con las sombras en las que estábamos envueltos. Con la luz una bolsa de lino se volvió visible justo al lado de mi canasta, no la había notado antes. Con curiosidad estiré mi mano libre y la tomé, dentro de ella tintinearon algunas monedas, un par de francos seguramente
-Supongo que esto es tuyo- levanté la bolsa entre mis dedos hasta ponerla a la altura de su rostro, ofreciéndosela.


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Mensaje por Årsland P. Byström Sáb Sep 15, 2018 7:20 pm

- Maldita sea... El tipo... el hombre... el borracho que ha huido de aquí, ¿no viste por dónde se fue? -Volvió a intentarlo, a conseguir la información que necesitaba para levantarse e ir a clavarle un puñal, o un abrecartas, o lo que demonios encontrara a fin de hacerle pagar. Pero, honestamente, tal y como dijo la joven, no estaba en condiciones de hacer nada de eso. Levantarse parecía una tarea demasiado compleja como para simplemente pensar en ella. - Phi... Årsland, me llamo Årsland. -Concedió el joven. ¿Qué sentido tenía mentirle a la única persona que probablemente hubiera sido amable en su situación, teniendo en cuenta que era de noche, y de que, claramente, él no era alguien de quien pudiera obtener provecho alguno? Según su propia experiencia, las mujeres no suponían un peligro, sino personas a las que debías proteger. Y estaba recibiendo, en cierto modo, protección y ayuda por parte de una. No le daría el sucio nombre que utilizaba para complacer a cerdos como el que acababa de salir corriendo. - ¿Dónde vivo...? Si sigo donde recuerdo que estaba antes de que... ese... tipo me asaltara, no demasiado lejos. Creo. Bah, ni siquiera lo sé. -No sólo el mundo daba vueltas, sino que todos sus pensamientos, emociones y recuerdos estaban dándole un dolor de cabeza de esos que duran días completos.

Normalmente tras vomitar uno sentía que las náuseas se calmaban, si no instantáneamente, pasado unos momentos. Pero ese no era el caso. Para variar, ese no era el maldito caso. Ni en temas concernientes a su propio cuerpo, a su propia biología, el joven tenía nada parecido a lo que otros conocían como "suerte". Si esa nueva oleada de arcadas eran causa de la caída, un efecto secundario de lo que acababa de sucederle, o fruto mismo de la rabia que sintió al saber que el tipo había escapado, probablemente nunca lo sabría. Resopló por lo bajo, demasiado cabezota como para dejar las lágrimas seguir fluyendo libremente, -por lo que se las limpió con insistencia con el dorso de la mano, hasta sentir la delicada piel alrededor de los ojos en carne viva-, pero demasiado agotado como para hacer frente a los sollozos y temblores que comenzaron a sacudir todo su cuerpo. ¿Y qué importaba? Sólo era un crío roto más en una ciudad que no se preocupaba por la escoria de su calaña.

Dejó caer la bolsa de dinero al suelo, demasiado orgulloso como para siquiera tocarla, aunque probablemente cedería ante la necesidad y tomaría aquellos francos, que no sólo no le devolverían parte de sí mismo, la parte que aquel hombre le había arrebatado -otra de las muchas que, poco a poco, noche tras noche, servicio tras servicio, le eran arrebatadas-, sino que además lo harían sentirse más miserable. Pero precisamente por eso, porque los necesitaba, los malnacidos como aquel hacían uso de la fuerza y se salían con la suya más veces de lo que jamás habría deseado. Debería estar acostumbrado. Debería haberse hecho a ese tipo de situaciones, y debería ser capaz de encajarlas con más facilidad, después de todo, sucedían con más frecuencia de la que estaba dispuesto a admitir. Pero no podía. Lo único que aún recordaba de su madre era lo que alguna vez le dijo: que la dignidad y el orgullo es lo último que se pierde. Así que estaba condenado a sentirse como una mierda por semejante trato hasta que expirase su último aliento.

A veces se preguntaba si no sería más sencillo simplemente rendirse y asumir que no se merecía nada mejor. Después de todo, luchaba por su hermana, y no por sí mismo.

Pensar en ella, de repente, le hizo tener otra clase de escalofrío. No de disgusto, no de rabia, sino de frío y absoluto pánico. ¿Dónde estaba Ingríðr? ¿Había llegado a casa a salvo? No, la conocía lo bastante bien como para saber que no le habría hecho caso. La niña, aunque pequeña, en muchos aspectos era más astuta que él, y lo peor de todo, sabía leerlo como un libro abierto. Estaba convencido de que al notar la preocupación y el miedo en su tono al apresurarla al marcharse, la joven había comprendido que algo peligroso estaba por pasar... y la necesidad de proteger a la única familia que le quedaba, tal y como pasaba con el chico, también estaba dentro de ella. Y eso lo preocupaba más aún, porque él sabía como sobrevivir (o malvivir, más bien) dadas sus circunstancias, pero ella no disponía de las herramientas necesarias. Årsland se había encargado en la medida de lo posible que la visión del mundo de la pequeña no fuera tan cruda como la suya propia. Se merecía seguir conservando su inocencia, su fe, por un tiempo más de lo que se le había permitido a él. - L-la chica... El hombre... Cuando lo viste pasar, ¿viste también a una niña, de unos diez años? Ingríðr... Mi... Mi hermana. No puede encontrar a mi hermana... Por favor, dime que no ha visto a mi hermana... -A veces es la desesperación, las ansias por proteger a alguien, lo que nos hace reaccionar y reunir las fuerzas necesarias para volver a levantarnos. En su caso, literalmente. No pudo evitar poner cara de disgusto al notar la cálida y maldita semilla de aquel maldito comenzar a descender por sus aún cuasi-desnudos muslos. Pero lo más preocupante probablemente era la cantidad de sangre. Eso le obligaría a permanecer por un tiempo fuera del mercado, y aunque lo más apremiante era encontrar a la niña, ese era un problema del que debería hacerse cargo después también. El universo sin duda debía de odiarle. ¿Por qué si no tenía tanto empeño en joderle la existencia? Como si no tuviera suficiente con lo que tenía.

Aunque al principio seguía tambaleándose, finalmente finalmente pudo sostenerse de pie, lo bastante erguido como para comenzar a intentar cubrirse tan bien como pudo. Sus vestiduras estaban rasgadas, pero había masterizado los remiendos hacía mucho, así que eso era lo de menos.



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Mensaje por Kezia Dabija Dom Sep 30, 2018 8:21 pm

Sabía que el chico estaba molesto, lo sentía en como su cuerpo temblaba, en la mirada llena de ira mezclada con vulnerabilidad y dolor. Estaba roto, muy roto por fuera y por dentro. Quice abraazarlo, tratar de recomfortarlo pero ese no era mi lugar, no debía importarme tanto un gorger, solo debía ayudarlo porque estaba en problemas -La vida se encargará...- dije como un susurro, viendo a través de mis orbes azabache sus ojos cubiertos de lágrimas, esos que él trataba de esconder -Es un gusto... me llamo Kezia- dije tratando de distraerlo de todo lo malo que estaba pasando, le sonreí y tomé su mano para evitar que se siguiera tallando los ojos y se hiciera más daño-Vamos, vamos está bien-le acaricié la mejilla con dulzura, nadie se merecía sentirse así de mal, ndie se merecía ser abusado así solo porque alguien creía tener más poder o era más grande, fuerte o solo porque tenía más dinero. Desgraciadamente esa era la realidad en la que vivíamos.

Suspiré, suspiré porque no sabía qué hacer, suspiré porque había un chico allí que necesitaba mi ayuda y no había mucho que pudiera hacer por él. Suspiré para dejar salir mi frustración.

El chico preguntó por álguien, alguien que lo preocupaba, alguien que había logrado sacarlo de ese estado de desesperación a uno de profunda preocupación
-No vi a nadie, lo siento...- lo entendía, una chica sola por estas calles debía tener mucho cuidado, pero seguro estaría bien, en eso debíamos confiar, no nos quedaban muchas más opciones, creer y esperar -Pero estoy segura de que está bien, seguro es una chica lista.- las tribulaciones del chico encenduieron un fuego que lo hizo retorcerse en su lugar y presionar su cuerpo para ponerse de pie tambaleándose y con mucho esfuerzo -Déjame ayudarte- musité con suavidad, mis manos lo acompañaron de los hombros para prestarle un necesitado punto de apoyo, parecía que en cualquier momento se iba a romper. Luego de algo de esfuerzo el chico quedó apoyadoa  la pared, su ropa maltrecha develó algunas manchas de lodo y sangre que no estaban allí antes, no lo había notado quizá por la poca luz y la preocupación.

Con mis manos cuidadosamente tomé el cordón que ataba su pantalón y lo até a su cintura más apropiadamente, luego me retiré el chal de la cabeza y el rededor de los hombros con un suave tíntineo de cuentas de vidrio, por suerte la noche era cálida y no había ningún peligro de que me enfermara. Lo envolví al rededor de sus hombros con él tratando de ser lo más suave posible, el colorido chal contrastaba claramente con su ropa más tradicional de un solo color, lo cerré en su pecho con un nudo y lo sonreí tratando de reconfortarlo
-Mucho mejor ¿cómo sientes tu cabeza?- le pregunté para ver si se me ocurría algo. Los gitanosnos caracterizábamos por ser recursivos pero aún nada se me ocurría y aún estaba tratándo qué pensar qué hacer, etábamos cerca de la comunidad gitana y podría haberlo dejado allí pero me sentía obligada a asegurarme de que el chico estuviera en un lugar seguro al terminar la noche... Respiré profúndamente con algo de resignación a estar perdida cuando una imágen apareció en mi mente, una carreta, una carreta gitana por una callejuela de piedras y una lámpara azul guiándo su andar. Era una señal, era la señal que necesitábamos.

Sabía qué hacer.

Me agaché para tomar mi canasta y su bolsa de oro, no porque la quisiera para mi sino porque él la necesitaría. Me puse de pie y lo miré a los ojos con una enorme sonrisa. La diosa nos había sonreído y nos había regalado un pedazo de gracia. Debíamos aprovecharla.


-¿Puedes caminar?-


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