AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Eternal Flame »Predbjørn« {+18}
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Eternal Flame »Predbjørn« {+18}
Semana tras semana, día tras día, segundo tras segundo, la joven cortesana sentía que la vida la estaba consumiendo. Lenta y agónicamente. Sumiéndola en lo más profundo de un hondo y oscuro pozo del que sabía que no lograría salir jamás. Y tampoco tenía la fuerza necesaria para intentar salir. Ni las ganas. Ni los ánimos. Poco quedaba de aquella joven dulce e inocente que alguna vez fue, antes de que toda aquella pesadilla llegara a su vida. Poco quedaban de aquellas ganas de continuar, de avanzar, en un mundo que siempre fue especialmente hostil para con ella, pero que nunca antes había logrado superarla de aquella forma. Estaba tan cansada, tan agotada de luchar, que llevaba mucho tiempo limitándose a dejarse llevar por el dolor sin enfrentarse a él. Había aprendido que en ocasiones, era mejor aceptar el destino que la vida te había impuesto en lugar de intentar pelear por cambiarlo. Porque el destino, como aquel dolor que oprimía su pecho con fuerza, era inamovible. Cada día lo tenía más claro. ¿De qué otro modo podría explicar que su vida, desde ese fatídico momento en el que ellos la encontraron, no había hecho más que empeorar? No había un futuro mejor para ella, ni una tierra prometida, ni una felicidad que la hiciera olvidar todo su pasado. No, para ella sólo habría una eterna oscuridad, sin ninguna luz que la guiara, ni palabras de ánimo que la empujaran a seguir adelante pese a todo.
Y aún así, allí seguía, respirando, lenta, pesada y angustiosamente, más por costumbre que por deseo de seguir viviendo, de seguir sumida en esa realidad infernal. Por lo menos ya no lloraba. Ahora prefería ahogar sus penas en el alcohol, único compañero que ni la juzgaba ni le cuestionaba acerca de sus decisiones. No como el resto de personas de su entorno, que sin ser nada realmente para ella, se creían con derecho a decirle cómo debía vivir -o malvivir- su vida. ¿Por qué seguían siendo tan necios para interesarse por ella? ¿Acaso no eran capaces de ver lo mismo que ella y el resto del mundo veían? Que no merecía la pena. Era patética, un despojo de la mujer que alguna vez se propuso llegar a ser. Quien parecía no tener mucho problema en recordárselo era la encargada del burdel, que además de explotarla tanto como podía, utilizaba todo aquel dolor y resentimiento hacia ella misma para utilizarla a su antojo. Y le salía bastante bien, a decir verdad. Chrystelle estaba lo bastante hastiada para ignorar la maldad debajo de sus mandatos, asumiendo que eran una consecuencia lógica de su propio patetismo. ¿Cómo iba a pensar que valía la pena si creía firmemente que era un cero a la izquierda? No era nada, no era nadie. No valía nada. ¿Qué iba a decirle aquella mujer que ella misma no se dijera ya, cada día, mirándose en el espejo? Por más que buscara algo positivo, algo bueno, en su rostro sólo veía oscuridad. Asco. Hacía mucho que se había rendido.
Por eso ni siquiera respiró aliviada cuando aquel hombre que apestaba a sudor y tabaco del malo se quitó finalmente de encima. Su cuerpo temblaba como una hoja a causa de la violencia ejercida por el mayor. Él no paraba de reírse y hacer referencia a lo delgada que estaba desde la última vez, y a lo mucho que eso le gustaba. Que terrible resultaba que en el mundo hubiera personas que, no sólo no estaban en contra de la pobreza, sino que la ensalzaban aludiendo a un atractivo que era evidente que no poseía. Pero hacía mucho que incluso eso había dejado de importarle. Los ricos poseen una extraña atracción por ver el dolor de los más desfavorecidos, por apreciarlo, por comparar su vida maravillosa con lo terrible de la de ellos. Dudaba mucho que ella misma, de estar en su lugar, hiciera semejante cosa. No porque fuera buena persona, sino porque tendría muy presente que a ella también podría sucederle. Quedarse sin nada. Bah. ¿Qué más le daba a ella? Que cada uno hiciera con su vida lo que le apeteciese, y luego se enfrentara a su conciencia. A esas alturas lo único que le importaba era que el hombre se marchase de una maldita vez de su habitación y la dejase descansar, a solas, con sus problemas. Después de fumarse otros dos cigarros se levantó de la cama, y tras pedirle que le ayudara a anudarle la corbata, se marchó, dejándole unos pendientes como propina. Chrystelle los miró con una mezcla de indiferencia y recelo. Sabía que su "jefa" se los quitaría nada más verlos como supuesto pago por las noches que acababa quedándose dormida, rendida, en esa mugrosa habitación. Como si realmente costara eso.
Una vez estuvo sola, pudo respirar tranquila, desnuda, sobre la cama. Odiaba aquella habitación casi tanto como la adoraba. Allí se sentía segura, como si fuese su mundo, un lugar en el que podía abstraerse. No el más cómodo ni agradable de todos, pero sí el que mejor conocía. Su pecho subía y bajaba lentamente, al compás de su respiración. Sus costillas parecían recubiertas por una capa de piel tan fina que casi parecía que fuera a resquebrajarse. Entrecerró los ojos y por un momento su habitual conjunto de emociones intempestivas se había transformado en la más completa y absoluta calma... Aunque no duró mucho tiempo. Pronto, unos golpes en la puerta la hicieron salir de su ensimismamiento.
- Chrystelle, Shelley quiere verte abajo ahora. Dice que es urgente. Que ha venido un cliente muy importante y te necesita a ti. -La muchacha entró tímidamente al interior de la habitación, intentando que su voz sonase lo más alto posible, probablemente para que la mujer la escuchara desde el piso de abajo.
- ¿A mi? Lisa... ¿sabes cuánto tiempo llevo sin dormir? Ponle cualquier excusa, dile que no estoy. Llevo más de quince clientes hoy. -La joven cortesana ni siquiera se movió. Habló con voz cansada, somnolienta, intentando apelar a la humanidad de la otra muchacha, aunque era evidente que no funcionaba. Todas tenían miedo de perder su empleo en aquel sitio, porque por muy horrible que fuera, siempre sería era mejor que no tener ni un franco para comer.
- Chrys... no creo que debas contradecirla... la última vez... -La rubia cortó con un siseo. Aquella mujer estaba tan desesperada por conservar el buen nombre de la institución -aunque ni siquiera fuera la dueña- que se atrevió a contratar a dos matones para que le dieran un buen susto. Y lo consiguieron. Desde entonces no se había quejado nunca del evidente exceso de trabajo que le daba, trabajo que, por otra parte, nunca le pagaban como debía.
- Sí, ya recuerdo lo que ocurrió la última vez. Aún tengo las marcas de esos tipos... Por favor... no creo que aguante más... -De pronto, el inconfundible sonido de sus tacones subiendo la escalera la hizo estremecerse. La otra chica se echó a temblar. Y entró. Su cuerpo bajito y rechoncho parecía agitado. La señaló con aquellos dedos acabados en largas uñas pintadas de rojo.
- Te he dicho que bajes. Ahora. Pequeña furcia barata... ¿quieres hacerme enfadar, eh? Hay alguien muy importante y te necesito a ti. Me importa muy poco lo cansada que estés. Si no fueras una borracha quizá te encontrarías mejor. Y ahora, lávate la cara y baja. Y ni se te ocurra demorarte. -Por supuesto, no lo hizo. Se puso el único vestido presentable que tenía y dibujó esa sonrisa fingida que sabía que era necesaria para hacer su trabajo. Pero sus ojos eran dos pozos sin fondo. Huecos.
Y aún así, allí seguía, respirando, lenta, pesada y angustiosamente, más por costumbre que por deseo de seguir viviendo, de seguir sumida en esa realidad infernal. Por lo menos ya no lloraba. Ahora prefería ahogar sus penas en el alcohol, único compañero que ni la juzgaba ni le cuestionaba acerca de sus decisiones. No como el resto de personas de su entorno, que sin ser nada realmente para ella, se creían con derecho a decirle cómo debía vivir -o malvivir- su vida. ¿Por qué seguían siendo tan necios para interesarse por ella? ¿Acaso no eran capaces de ver lo mismo que ella y el resto del mundo veían? Que no merecía la pena. Era patética, un despojo de la mujer que alguna vez se propuso llegar a ser. Quien parecía no tener mucho problema en recordárselo era la encargada del burdel, que además de explotarla tanto como podía, utilizaba todo aquel dolor y resentimiento hacia ella misma para utilizarla a su antojo. Y le salía bastante bien, a decir verdad. Chrystelle estaba lo bastante hastiada para ignorar la maldad debajo de sus mandatos, asumiendo que eran una consecuencia lógica de su propio patetismo. ¿Cómo iba a pensar que valía la pena si creía firmemente que era un cero a la izquierda? No era nada, no era nadie. No valía nada. ¿Qué iba a decirle aquella mujer que ella misma no se dijera ya, cada día, mirándose en el espejo? Por más que buscara algo positivo, algo bueno, en su rostro sólo veía oscuridad. Asco. Hacía mucho que se había rendido.
Por eso ni siquiera respiró aliviada cuando aquel hombre que apestaba a sudor y tabaco del malo se quitó finalmente de encima. Su cuerpo temblaba como una hoja a causa de la violencia ejercida por el mayor. Él no paraba de reírse y hacer referencia a lo delgada que estaba desde la última vez, y a lo mucho que eso le gustaba. Que terrible resultaba que en el mundo hubiera personas que, no sólo no estaban en contra de la pobreza, sino que la ensalzaban aludiendo a un atractivo que era evidente que no poseía. Pero hacía mucho que incluso eso había dejado de importarle. Los ricos poseen una extraña atracción por ver el dolor de los más desfavorecidos, por apreciarlo, por comparar su vida maravillosa con lo terrible de la de ellos. Dudaba mucho que ella misma, de estar en su lugar, hiciera semejante cosa. No porque fuera buena persona, sino porque tendría muy presente que a ella también podría sucederle. Quedarse sin nada. Bah. ¿Qué más le daba a ella? Que cada uno hiciera con su vida lo que le apeteciese, y luego se enfrentara a su conciencia. A esas alturas lo único que le importaba era que el hombre se marchase de una maldita vez de su habitación y la dejase descansar, a solas, con sus problemas. Después de fumarse otros dos cigarros se levantó de la cama, y tras pedirle que le ayudara a anudarle la corbata, se marchó, dejándole unos pendientes como propina. Chrystelle los miró con una mezcla de indiferencia y recelo. Sabía que su "jefa" se los quitaría nada más verlos como supuesto pago por las noches que acababa quedándose dormida, rendida, en esa mugrosa habitación. Como si realmente costara eso.
Una vez estuvo sola, pudo respirar tranquila, desnuda, sobre la cama. Odiaba aquella habitación casi tanto como la adoraba. Allí se sentía segura, como si fuese su mundo, un lugar en el que podía abstraerse. No el más cómodo ni agradable de todos, pero sí el que mejor conocía. Su pecho subía y bajaba lentamente, al compás de su respiración. Sus costillas parecían recubiertas por una capa de piel tan fina que casi parecía que fuera a resquebrajarse. Entrecerró los ojos y por un momento su habitual conjunto de emociones intempestivas se había transformado en la más completa y absoluta calma... Aunque no duró mucho tiempo. Pronto, unos golpes en la puerta la hicieron salir de su ensimismamiento.
- Chrystelle, Shelley quiere verte abajo ahora. Dice que es urgente. Que ha venido un cliente muy importante y te necesita a ti. -La muchacha entró tímidamente al interior de la habitación, intentando que su voz sonase lo más alto posible, probablemente para que la mujer la escuchara desde el piso de abajo.
- ¿A mi? Lisa... ¿sabes cuánto tiempo llevo sin dormir? Ponle cualquier excusa, dile que no estoy. Llevo más de quince clientes hoy. -La joven cortesana ni siquiera se movió. Habló con voz cansada, somnolienta, intentando apelar a la humanidad de la otra muchacha, aunque era evidente que no funcionaba. Todas tenían miedo de perder su empleo en aquel sitio, porque por muy horrible que fuera, siempre sería era mejor que no tener ni un franco para comer.
- Chrys... no creo que debas contradecirla... la última vez... -La rubia cortó con un siseo. Aquella mujer estaba tan desesperada por conservar el buen nombre de la institución -aunque ni siquiera fuera la dueña- que se atrevió a contratar a dos matones para que le dieran un buen susto. Y lo consiguieron. Desde entonces no se había quejado nunca del evidente exceso de trabajo que le daba, trabajo que, por otra parte, nunca le pagaban como debía.
- Sí, ya recuerdo lo que ocurrió la última vez. Aún tengo las marcas de esos tipos... Por favor... no creo que aguante más... -De pronto, el inconfundible sonido de sus tacones subiendo la escalera la hizo estremecerse. La otra chica se echó a temblar. Y entró. Su cuerpo bajito y rechoncho parecía agitado. La señaló con aquellos dedos acabados en largas uñas pintadas de rojo.
- Te he dicho que bajes. Ahora. Pequeña furcia barata... ¿quieres hacerme enfadar, eh? Hay alguien muy importante y te necesito a ti. Me importa muy poco lo cansada que estés. Si no fueras una borracha quizá te encontrarías mejor. Y ahora, lávate la cara y baja. Y ni se te ocurra demorarte. -Por supuesto, no lo hizo. Se puso el único vestido presentable que tenía y dibujó esa sonrisa fingida que sabía que era necesaria para hacer su trabajo. Pero sus ojos eran dos pozos sin fondo. Huecos.
Última edición por Chrystelle M. Deschamps el Dom Mar 01, 2015 10:29 am, editado 1 vez
Ciel Manon-Geróux- Licántropo Clase Baja
- Mensajes : 124
Fecha de inscripción : 21/07/2013
Re: Eternal Flame »Predbjørn« {+18}
Cada día le costaba más trabajo dejar a su sobrina dormida en la casa. No la casa que compartía con Damien, no. Una distinta, esa que la había comprado tiempo atrás y que nadie tenía idea que existía. La pequeña de sus ojos se volvía más dependiente a su persona. Parecía incluso que respiraba para él, lo cual resultaba extraño, no le gustaba que nadie dependiera de su persona, aunque debía reconocer que el amor que la pequeña que poseía su misma sangre le daba resultaba el mejor de los remedios para sus males. Esa noche la había invitado a cenar, incluso le envió a tomar un baño, la miró peinarse los cabellos y cuando se metió a la cama la acompañó, ambos platicaron un largo rato hasta que la pobre no pudo sostener los parpados y cayó profundamente dormida. Ahí fue donde pudo dejarla, sumida en el sueño, dejándose arrastrar a un mundo lleno de inocencias y sueños tranquilos que la reinaban de complacencia. Ordenó a dos de sus guardias de la casa que la protegieran con su vida, y ellos comprometidos con eso sabían que si la pequeña estaba segura y bien tendrían recompensas.
El joven salió de su mansión. Llevaba puesta ropa elegante pero sólo destacaba el color negro en las telas. El frío cada día estaba más crudo, pero no importaba, tenía el dinero para usar las mejores ropas y poder protegerse del mismo. Se fue andando, a pie, sin necesidad de usar un carruaje, de hecho no hacía falta, dado que la propiedad la había comprado precisamente por eso, para encontrarse más cerca del burdel y poder atenderlo cuando lo quisiera
Siempre que llegaba a su local parecía que era todo una rutina: Todas las prostitutas tenían los ojos saltones de sorpresa, después sus figuras se ponían rígidas del nervio, y más tarde comenzaban a andar con rapidez para encontrarse con algún cliente y encerrarlo en una de las pequeñas habitaciones. Pronto se escuchaban gemidos, y después el encargado del bar (su único compañero de trabajo más cercano) le daba una bandeja a uno de sus ayudantes con una botella del mejor licor y dos copas. Él avanzaba hasta su despacho, y la puta de mayor rango lo iba a visitar para entregarle el cuadernillo con los trabajos que se había tenido durante el tiempo que estuvo ausente. Más tarde el encargado del bar subía con una libreta, en ella tenía sus anotaciones, y ambos comparaban la credibilidad de la puta con él. Cabe aclarar que el hombre que repartía los licores no sólo se encargaba de eso, sino también era como una especie de socio en el mercado de esclavos, por lo que se tenían confianza. Se dedicaba al bar sólo para despistar a las masas. Ahí mismo le entregaba la cantidad generosa de francos, y después se despedían.
Así había sucedido aquella noche, sin embargo las ganas de poder adentrarse en un cuerpo femenino lo estaban matando. Encontrarse con su sobrina tenía sus ventajas porque los dos pasaban tiempo juntos, él la consentía y la trataba como una reina, y ella le demostraba a su tío que existían quienes valían la pena. Que el amor (sin importar la forma) existía también, y así ambos tenían esperanza. Sin embargo era su sobrina, no una mujer a la cual llevar a la cama para follar, ella merecía su respeto, al igual que todos se lo debían de brindar. Pasar tanto tiempo a su lado era como se mencionó, productivo, pero al mismo tiempo le limitaba esas acciones que lo ponían satisfecho.
Cuando la prostituta de mayor rango y en turno de esa noche se despidió, el dueño del burdel le pidió que le trajera una buena joya, en buen estado y lista para poder resistir toda la noche. La mujer asintió y salió con prontitud. Debe reconocer que sus trabajadoras son leales, finales, le temen sí, pero son buenas en su trabajo, y por esa razón cada tanto las apremia. Lo que no le gustó es esperar más de la cuenta por su amante aquella noche. Cuando ingresó a la habitación la observó fijamente. La mirada perdida de la jovencita lo hizo sonreír. Pronto no sólo estudió su rostro, sino también su cuerpo, y aspiró el aroma que lleva consigo al entrar.
— Apestas a alcohol, sudor, sudor de hombre sucio, y sexo — Negó chasqueando la lengua mientras se servía un poco de ese buen licor que le habían llevado — No me apetece tomarte así a pesar de tener unos pechos muy generosos — Se encogió de hombros mientras tomaba un gran trago. — Date un baño — Ordenó sin ni siquiera dejarle poder objetar o cuestionarle — No es necesario que bajes, aquí tengo un baño personal, anda y metete a dar un baño, que debes estar limpia para mi, ninguna mujer que reciba mi polla podrá ser invadida si tiene los restos de algún otro amante, y menos con tan poca categoría — Aseguro con el rostro severo. Cómo vio que no le hacía caso a la primera se puso de pie, lo hizo con lentitud, pero sus movimientos parecían los de una serpiente lista para atacar a su presa. Le agarró el cabello con fuerza y luego la jaló hasta meterla al cuarto de baño — ¿Puedes desvestirte o quieres que te arranque la ropa? Un vestido menos no me importa, sino obedeces te haré pasear no sólo en el burdel desnuda, sino también en la plaza de la ciudad — Sus amenazas eran más que ciertas, no eran juegos sólo para intimidar.
Se dio cuenta entonces porque le temían. No es que fuera muy difícil saberlo, era un cabrón, un hijo de puta; era de lo peor, y sin embargo le encantaba serlo, lo disfrutaba.
El joven salió de su mansión. Llevaba puesta ropa elegante pero sólo destacaba el color negro en las telas. El frío cada día estaba más crudo, pero no importaba, tenía el dinero para usar las mejores ropas y poder protegerse del mismo. Se fue andando, a pie, sin necesidad de usar un carruaje, de hecho no hacía falta, dado que la propiedad la había comprado precisamente por eso, para encontrarse más cerca del burdel y poder atenderlo cuando lo quisiera
Siempre que llegaba a su local parecía que era todo una rutina: Todas las prostitutas tenían los ojos saltones de sorpresa, después sus figuras se ponían rígidas del nervio, y más tarde comenzaban a andar con rapidez para encontrarse con algún cliente y encerrarlo en una de las pequeñas habitaciones. Pronto se escuchaban gemidos, y después el encargado del bar (su único compañero de trabajo más cercano) le daba una bandeja a uno de sus ayudantes con una botella del mejor licor y dos copas. Él avanzaba hasta su despacho, y la puta de mayor rango lo iba a visitar para entregarle el cuadernillo con los trabajos que se había tenido durante el tiempo que estuvo ausente. Más tarde el encargado del bar subía con una libreta, en ella tenía sus anotaciones, y ambos comparaban la credibilidad de la puta con él. Cabe aclarar que el hombre que repartía los licores no sólo se encargaba de eso, sino también era como una especie de socio en el mercado de esclavos, por lo que se tenían confianza. Se dedicaba al bar sólo para despistar a las masas. Ahí mismo le entregaba la cantidad generosa de francos, y después se despedían.
Así había sucedido aquella noche, sin embargo las ganas de poder adentrarse en un cuerpo femenino lo estaban matando. Encontrarse con su sobrina tenía sus ventajas porque los dos pasaban tiempo juntos, él la consentía y la trataba como una reina, y ella le demostraba a su tío que existían quienes valían la pena. Que el amor (sin importar la forma) existía también, y así ambos tenían esperanza. Sin embargo era su sobrina, no una mujer a la cual llevar a la cama para follar, ella merecía su respeto, al igual que todos se lo debían de brindar. Pasar tanto tiempo a su lado era como se mencionó, productivo, pero al mismo tiempo le limitaba esas acciones que lo ponían satisfecho.
Cuando la prostituta de mayor rango y en turno de esa noche se despidió, el dueño del burdel le pidió que le trajera una buena joya, en buen estado y lista para poder resistir toda la noche. La mujer asintió y salió con prontitud. Debe reconocer que sus trabajadoras son leales, finales, le temen sí, pero son buenas en su trabajo, y por esa razón cada tanto las apremia. Lo que no le gustó es esperar más de la cuenta por su amante aquella noche. Cuando ingresó a la habitación la observó fijamente. La mirada perdida de la jovencita lo hizo sonreír. Pronto no sólo estudió su rostro, sino también su cuerpo, y aspiró el aroma que lleva consigo al entrar.
— Apestas a alcohol, sudor, sudor de hombre sucio, y sexo — Negó chasqueando la lengua mientras se servía un poco de ese buen licor que le habían llevado — No me apetece tomarte así a pesar de tener unos pechos muy generosos — Se encogió de hombros mientras tomaba un gran trago. — Date un baño — Ordenó sin ni siquiera dejarle poder objetar o cuestionarle — No es necesario que bajes, aquí tengo un baño personal, anda y metete a dar un baño, que debes estar limpia para mi, ninguna mujer que reciba mi polla podrá ser invadida si tiene los restos de algún otro amante, y menos con tan poca categoría — Aseguro con el rostro severo. Cómo vio que no le hacía caso a la primera se puso de pie, lo hizo con lentitud, pero sus movimientos parecían los de una serpiente lista para atacar a su presa. Le agarró el cabello con fuerza y luego la jaló hasta meterla al cuarto de baño — ¿Puedes desvestirte o quieres que te arranque la ropa? Un vestido menos no me importa, sino obedeces te haré pasear no sólo en el burdel desnuda, sino también en la plaza de la ciudad — Sus amenazas eran más que ciertas, no eran juegos sólo para intimidar.
Se dio cuenta entonces porque le temían. No es que fuera muy difícil saberlo, era un cabrón, un hijo de puta; era de lo peor, y sin embargo le encantaba serlo, lo disfrutaba.
Predbjørn Østergård- Humano Clase Alta
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Localización : Paris, Francia
Re: Eternal Flame »Predbjørn« {+18}
El mundo siempre ha sido hostil con los pobres, y los ricos, aquellos que estaban en la cumbre, se encargaban de que esa hostilidad se hiciera cada día más y más evidente. Como si creyeran que realmente los más desfavorecidos fueran a tener alguna vez el valor suficiente y necesario para rebelarse en su contra. Los machacaban, los exprimían, los hundían cada vez más y más en el fango, buscando que nunca consiguieran levantarse. Y lo lograban. Al menos, en su mayor parte. Convertían sus vidas en un infierno lleno de penurias e injusticias. Sólo así parecían sentirse mejor consigo mismos, al quitarles toda esperanza de un plumazo. Cualquiera que viese a Chrystelle se daría cuenta en un simple vistazo de que había pasado gran parte de su vida, si no toda, sumergida bajo toda aquella maldad. Hasta el punto de que en aquellos momentos, ya era completamente incapaz de salir de allí. Incluso ella misma se sabía vencida por las circunstancias. Por sus circunstancias, esas que la hacían ser una simple puta barata, sin ningún otro tipo de aspiración más allá de la lucha por su propia supervivencia. Una lucha que a ratos consideraba también perdida, pero que nunca abandonaría. Era la única promesa que se había propuesto cumplir. Y eso haría.
Claro que unos días era más difícil que otros recordar de dónde había sacado las fuerzas para seguir adelante, por qué no se había se había decidido a dar por terminada aquella batalla a la que hacían llamar vida. Por qué no se había rendido a la evidencia de que nunca mejoraría, que estaba destinada a seguir llevando aquella miserable existencia hasta que la muerte acudiera a ella, o hasta que ella misma terminara por llamarla. Y aquel era uno de esos días. Simplemente, no podía expresar con palabras el cansancio que asolaba su alma en aquellos momentos. Su cuerpo, su corazón, su mente le rogaban de rodillas que cerrara los ojos y se dejara envolver por las brumas de un sueño reparador, que finalmente no llegaría por el momento. Un suspiro cargado de significado escapó de sus labios entreabiertos. Un suspiro cargado de las palabras que nunca se atrevería a decir, por culpa de aquel miedo que se aferraba a su corazón cada día con más fuerza. Un suspiro acompañado de una mirada cargada de rencor que dirigió hacia la madame, hacia aquella zorra de uñas largas y lengua afilada que la maltrataba incluso más que los clientes que pasaban por su alcoba. Ella era su mayor problema, el mayor impedimento que tenía para alcanzar esa ansiada felicidad que sentía tan lejos.
Y aunque lo sabía, no podía hacer nada en su contra si no quería sufrir las consecuencias. Tenía que callarse todo ese odio, todas esas ganas de estrangularla cada vez que la veía contonearse frente a ella, si no quería tener que volver a huir. Porque a pesar de lo mal que lo pasaba, de lo miserable que se sentía al trabajar en aquel tugurio, era lo más parecido que conocía a un hogar que hubiese tenido nunca. Todas las chicas, o al menos, aquellas consideradas como "putas de las baratas", se apoyaban entre sí, se ayudaban a superar el día a día tan terrible al que su baja clase social las arrojaba. Y eso, para Chrystelle, era mucho más de lo que había tenido en su pasado. Aun cuando seguían presentes en su vida cosas como el hambre, el cansancio, los golpes y las humillaciones, poder contar sus penas a alguien era uno de los factores que la habían llevado a continuar en su pelea por la supervivencia. No podía enfrentarse a aquella bruja porque, además de la paliza que seguramente encargaría que le dieran, le prohibiría volver a ejercer su profesión en aquel sitio. Y no podía permitirse perder el poco apoyo que había conseguido procedente de aquellas tan desgraciadas como ella misma.
Por eso cuando aquella mujer la casi arrojó al interior de la habitación que ocupaba su siguiente amante de la noche, en lugar de ponerse a gritar, como hubiera deseado, soportó con estoicismo las crueles palabras que aquel hombre le dirigió nada más entrar. Y no es que en sí, el termino "apestas" fuera de lo peor que alguien le había dicho en su vida, pero el tono de crudeza con el que lo dijo, sumado con aquella mirada despectiva con que la recorrió de arriba abajo, provocaron en ella la repentina sensación de estar en peligro. Y ese escalofrío que la recorrió de arriba abajo no hizo más que acentuar esa sensación. De hecho, el peligro se confirmó momentos después, cuando ante la parálisis de la muchacha, estupefacta al darse cuenta de la identidad de aquel hombre, éste se acercó a ella y sin ninguna delicadeza le recordó lo que se sentía al ser tratada como un objeto. Como lo que era. Como lo que siempre había sido. Una miserable puta. Ni siquiera dejó que esa lágrima de dolor que pujaba por salir de sus ojos resbalara por sus mejillas. Ningún gemido de dolor escapó de su garganta. Simplemente asintió. - N-No será necesario, Señor... Haré cuanto Usted ordene. -Dijo para comenzar a desvestirse en cuanto el hombre la soltó. Con un poco de suerte, incluso podría tener acceso a agua caliente.
Se metió en la bañera rápidamente, esperando no volver a enfadar al hombre, y por otro lado, deseando poder disfrutar de un baño como no había tomado en mucho tiempo. Después de todo, Predbjørn Østergård podría permitirse regalarle un poco de agua caliente a una puta, ¿no? Con ese pensamiento en mente, giró la llave del agua caliente, rogando mentalmente que no considerada como una ofensa aquel gesto. Su cuerpo pareció responder de golpe. Cada vello de su piel se erizó instantáneamente, y no pudo evitar que una débil sonrisa de satisfacción se dibujara en su semblante, como si aquel regalo pudiera llevarse de golpe todo el dolor acumulado en su escuálido cuerpo.
Claro que unos días era más difícil que otros recordar de dónde había sacado las fuerzas para seguir adelante, por qué no se había se había decidido a dar por terminada aquella batalla a la que hacían llamar vida. Por qué no se había rendido a la evidencia de que nunca mejoraría, que estaba destinada a seguir llevando aquella miserable existencia hasta que la muerte acudiera a ella, o hasta que ella misma terminara por llamarla. Y aquel era uno de esos días. Simplemente, no podía expresar con palabras el cansancio que asolaba su alma en aquellos momentos. Su cuerpo, su corazón, su mente le rogaban de rodillas que cerrara los ojos y se dejara envolver por las brumas de un sueño reparador, que finalmente no llegaría por el momento. Un suspiro cargado de significado escapó de sus labios entreabiertos. Un suspiro cargado de las palabras que nunca se atrevería a decir, por culpa de aquel miedo que se aferraba a su corazón cada día con más fuerza. Un suspiro acompañado de una mirada cargada de rencor que dirigió hacia la madame, hacia aquella zorra de uñas largas y lengua afilada que la maltrataba incluso más que los clientes que pasaban por su alcoba. Ella era su mayor problema, el mayor impedimento que tenía para alcanzar esa ansiada felicidad que sentía tan lejos.
Y aunque lo sabía, no podía hacer nada en su contra si no quería sufrir las consecuencias. Tenía que callarse todo ese odio, todas esas ganas de estrangularla cada vez que la veía contonearse frente a ella, si no quería tener que volver a huir. Porque a pesar de lo mal que lo pasaba, de lo miserable que se sentía al trabajar en aquel tugurio, era lo más parecido que conocía a un hogar que hubiese tenido nunca. Todas las chicas, o al menos, aquellas consideradas como "putas de las baratas", se apoyaban entre sí, se ayudaban a superar el día a día tan terrible al que su baja clase social las arrojaba. Y eso, para Chrystelle, era mucho más de lo que había tenido en su pasado. Aun cuando seguían presentes en su vida cosas como el hambre, el cansancio, los golpes y las humillaciones, poder contar sus penas a alguien era uno de los factores que la habían llevado a continuar en su pelea por la supervivencia. No podía enfrentarse a aquella bruja porque, además de la paliza que seguramente encargaría que le dieran, le prohibiría volver a ejercer su profesión en aquel sitio. Y no podía permitirse perder el poco apoyo que había conseguido procedente de aquellas tan desgraciadas como ella misma.
Por eso cuando aquella mujer la casi arrojó al interior de la habitación que ocupaba su siguiente amante de la noche, en lugar de ponerse a gritar, como hubiera deseado, soportó con estoicismo las crueles palabras que aquel hombre le dirigió nada más entrar. Y no es que en sí, el termino "apestas" fuera de lo peor que alguien le había dicho en su vida, pero el tono de crudeza con el que lo dijo, sumado con aquella mirada despectiva con que la recorrió de arriba abajo, provocaron en ella la repentina sensación de estar en peligro. Y ese escalofrío que la recorrió de arriba abajo no hizo más que acentuar esa sensación. De hecho, el peligro se confirmó momentos después, cuando ante la parálisis de la muchacha, estupefacta al darse cuenta de la identidad de aquel hombre, éste se acercó a ella y sin ninguna delicadeza le recordó lo que se sentía al ser tratada como un objeto. Como lo que era. Como lo que siempre había sido. Una miserable puta. Ni siquiera dejó que esa lágrima de dolor que pujaba por salir de sus ojos resbalara por sus mejillas. Ningún gemido de dolor escapó de su garganta. Simplemente asintió. - N-No será necesario, Señor... Haré cuanto Usted ordene. -Dijo para comenzar a desvestirse en cuanto el hombre la soltó. Con un poco de suerte, incluso podría tener acceso a agua caliente.
Se metió en la bañera rápidamente, esperando no volver a enfadar al hombre, y por otro lado, deseando poder disfrutar de un baño como no había tomado en mucho tiempo. Después de todo, Predbjørn Østergård podría permitirse regalarle un poco de agua caliente a una puta, ¿no? Con ese pensamiento en mente, giró la llave del agua caliente, rogando mentalmente que no considerada como una ofensa aquel gesto. Su cuerpo pareció responder de golpe. Cada vello de su piel se erizó instantáneamente, y no pudo evitar que una débil sonrisa de satisfacción se dibujara en su semblante, como si aquel regalo pudiera llevarse de golpe todo el dolor acumulado en su escuálido cuerpo.
Ciel Manon-Geróux- Licántropo Clase Baja
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Re: Eternal Flame »Predbjørn« {+18}
Sin duda con alguien se iba a desquitar esa noche. No se encontraba con el humor pertinente para aguantar esa clase me fallos. La madame encargada del lugar le había traigo a una puta sucia, demasiado mal oliente, ¿cómo era posible que tuviera a alguien en ese estado? Negó repetidas veces. Predbjørn estaba consciente que explotaba a las mujeres, pero también que parte del negocio iba de la mano con un local limpio, y prostitutas impecables, por eso se negaba a creer que una de sus trabajadoras tuviera ese estado tan deplorable y vergonzoso. Aquel tipo de mercancía lograba que los clientes no quisieran volver, y más aún, que se crearan malos rumores, lo cual llevaría su negocio a la quiebra. No se iba a permitir eso, menos cuando ese local le ayudaba a esconder alguno que otro negocio sucio que tenía. Sin duda se encontraba peor que de malas, y no se quedaría con esa sensación. Todas sus sensaciones negativas las dejaría salir. Que temblara el resto a que se enfermara por esa negatividad, y agresividad que había formado en su interior.
Guardó silencio al observar a la joven temblar. Le dejó avanzar hasta el cuarto de baño, pero no permitió que cerrará la puerta. ¡Claro que no! El espectáculo de la noche estaba por comenzar. La joven que se estaba dando una ducha tenía que ser de cierta forma premiada por lo que le hizo ver, pero no demasiado. Consentir de más a una mujer no deja nada, por el contrario, te hace perder.
Predbjørn la dejó desnudarse, incluso la dejó disfrutar del agua caliente que salía por su prodigiosa tubería. En cuando la vio más relajada, pero aún sucia comenzó a caminar, así fue avanzando con cuidado hasta que abrió la puerta. Un grito fuerte se hizo presente, y el nombre de la encargada apareció. Aquello hizo que todo a su alrededor se pusiera en silencio. La madame apareció con rapidez, con su rostro alarmado, y con muchos nervios. Aquello le satisface, por supuesto. No atemorizar a un ratón, esos son fáciles de intimidar, sin embargo una como ella, de esas que se creen seguras, es mucho mejor bajarlas de su nube. Se sentó detrás de su escritorio, con un movimiento de cejas le indicó que debía sentarse. El silencio incomodo apareció en aquel lugar. La sonrisa, junto con las facciones crueles del hombre aparecieron. ¡Estaba más que enfurecido! Pero preferia comportarse como alguien letal, a exponerse demasiado. Una buena lección aprendería esa mujer.
— Creo que al contratarte te dejé en claro las condiciones que mis putas debían de tener — Articuló — Y hoy cometiste un gran error, me trajiste a una mujer sucia, asquerosa, desnutrida — Parecía que estaba gruñendo — ¿Y hacía donde va toda la inversión que me dices utilizas? ¡Esa mujer no ha comido! ¡Y tampoco dormido! — Gritó, incluso sus manos se azotaron fuertemente contra la madera del escritorio. — A mis zorras las quiero bien arregladas ¡me dan ganancias! — Se paró de golpe, con zancadas rápidas se colocó delante de la mujer y la agarró del cuello llevándola hasta el cuarto de baño. Con su mano libre jaló un brazo de la puta que se aseaba — Dime que ves, dime como la vez, y dímelo con la verdad, porque la que terminará en la tina, y sin vida, serás tú — Comentó soltándola de golpe.
Cómo era de esperarse, la mujer de entrada edad comenzó a titubear, tembló, y lloriqueó, lo que hizo que el dueño del burdel resoplara. Se sentó al borde de la tina escuchando cómo hablaba, como se disculpaba, y que no cobraría en los siguientes meses. ¡Claro que no se le pagaría nada! Más tarde haría un chequeó con todas las prostitutas del lugar. Vería la situación en las que se encontraban. Tomó una bocana larga de aire, y poco tiempo después la hizo salir casi a patadas de su local. En su escritorio escribió algunos garabatos, y luego volvió al cuarto de baño observando a la prostituta darse un baño. Con los brazos cruzados la observó un largo rato. Sus hebras largas y rubias. No era precisamente la más bella, ni la más llamativa, pero al menos era guapa, y tenía buena figura. Estiró su mano para tantear el peso y tamaño de sus pechos. Pequeños, discretos. Se los pellizcó dejando un color rojizo en la piel. Una cosa era dejar a las prostitutas con miedo, y otras que fueran demasiado asquerosas, tanto que no dieran ganas de follarlas.
— Pasa la esponja con fuerza por tu cuerpo — Ordenó — Que tú piel se va lisa, limpia — Otra orden más — Te necesito limpia porque tengo ganas de follar, y sino te apuras me desquitaré también contigo — Indicó. Se empezó a retirar la camisa. Ella tenía el tiempo en lo que se desvestía para terminar de limpiarse.
Guardó silencio al observar a la joven temblar. Le dejó avanzar hasta el cuarto de baño, pero no permitió que cerrará la puerta. ¡Claro que no! El espectáculo de la noche estaba por comenzar. La joven que se estaba dando una ducha tenía que ser de cierta forma premiada por lo que le hizo ver, pero no demasiado. Consentir de más a una mujer no deja nada, por el contrario, te hace perder.
Predbjørn la dejó desnudarse, incluso la dejó disfrutar del agua caliente que salía por su prodigiosa tubería. En cuando la vio más relajada, pero aún sucia comenzó a caminar, así fue avanzando con cuidado hasta que abrió la puerta. Un grito fuerte se hizo presente, y el nombre de la encargada apareció. Aquello hizo que todo a su alrededor se pusiera en silencio. La madame apareció con rapidez, con su rostro alarmado, y con muchos nervios. Aquello le satisface, por supuesto. No atemorizar a un ratón, esos son fáciles de intimidar, sin embargo una como ella, de esas que se creen seguras, es mucho mejor bajarlas de su nube. Se sentó detrás de su escritorio, con un movimiento de cejas le indicó que debía sentarse. El silencio incomodo apareció en aquel lugar. La sonrisa, junto con las facciones crueles del hombre aparecieron. ¡Estaba más que enfurecido! Pero preferia comportarse como alguien letal, a exponerse demasiado. Una buena lección aprendería esa mujer.
— Creo que al contratarte te dejé en claro las condiciones que mis putas debían de tener — Articuló — Y hoy cometiste un gran error, me trajiste a una mujer sucia, asquerosa, desnutrida — Parecía que estaba gruñendo — ¿Y hacía donde va toda la inversión que me dices utilizas? ¡Esa mujer no ha comido! ¡Y tampoco dormido! — Gritó, incluso sus manos se azotaron fuertemente contra la madera del escritorio. — A mis zorras las quiero bien arregladas ¡me dan ganancias! — Se paró de golpe, con zancadas rápidas se colocó delante de la mujer y la agarró del cuello llevándola hasta el cuarto de baño. Con su mano libre jaló un brazo de la puta que se aseaba — Dime que ves, dime como la vez, y dímelo con la verdad, porque la que terminará en la tina, y sin vida, serás tú — Comentó soltándola de golpe.
Cómo era de esperarse, la mujer de entrada edad comenzó a titubear, tembló, y lloriqueó, lo que hizo que el dueño del burdel resoplara. Se sentó al borde de la tina escuchando cómo hablaba, como se disculpaba, y que no cobraría en los siguientes meses. ¡Claro que no se le pagaría nada! Más tarde haría un chequeó con todas las prostitutas del lugar. Vería la situación en las que se encontraban. Tomó una bocana larga de aire, y poco tiempo después la hizo salir casi a patadas de su local. En su escritorio escribió algunos garabatos, y luego volvió al cuarto de baño observando a la prostituta darse un baño. Con los brazos cruzados la observó un largo rato. Sus hebras largas y rubias. No era precisamente la más bella, ni la más llamativa, pero al menos era guapa, y tenía buena figura. Estiró su mano para tantear el peso y tamaño de sus pechos. Pequeños, discretos. Se los pellizcó dejando un color rojizo en la piel. Una cosa era dejar a las prostitutas con miedo, y otras que fueran demasiado asquerosas, tanto que no dieran ganas de follarlas.
— Pasa la esponja con fuerza por tu cuerpo — Ordenó — Que tú piel se va lisa, limpia — Otra orden más — Te necesito limpia porque tengo ganas de follar, y sino te apuras me desquitaré también contigo — Indicó. Se empezó a retirar la camisa. Ella tenía el tiempo en lo que se desvestía para terminar de limpiarse.
Predbjørn Østergård- Humano Clase Alta
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Re: Eternal Flame »Predbjørn« {+18}
Siempre había pensado que reírse de las desgracias ajenas era algo inaceptable. Que el hecho de reírte de aquellas personas que lo pasan peor que tú, que sufren, o a las que les ha ocurrido algo terrible, no puede depararte más que desgracias, como si hubiese algún tipo de justicia cósmica que actuara en tu contra si lo hacías, impidiéndote a ti mismo ser feliz, o causándote tanto daño como el que haces tú al mofarte del sufrimiento de otros. Y sí, probablemente fuera un pensamiento estúpido, dado que ella no es que estuviera en una situación precisamente privilegiada y muchos se habían reído de ella. Pero era una creencia que estaba ahí, y que en cierta forma, la llevaba a intentar ser lo mejor persona que podía. Era una prostituta, ciertamente, pero eso no implicaba que quisiera hacer daño a los demás. Más bien al contrario. Por eso siempre trataba de mostrar cierta misericordia o por lo menos preocuparse e intentar ayudar si estaba en su mano. Pero en aquella ocasión no pudo evitarlo. Una pequeña e imperceptible sonrisa se dibujó en su semblante al oír las palabras y el tono de voz que empleaba el hombre para con aquella que la maltrataba día sí y día también.
Y en un momento se había olvidado de todas sus creencias, de toda su moral, de todos sus escrúpulos, y se vio a sí misma deseando que la rabia de aquel joven se desatase sobre su carcelera. Quería verla rogando, sufriendo, llorando. La quería ver golpeada y humillada, como tantas y tantas noches la había hecho sentir a ella. Quería ver su sufrimiento, y quería regocijarse en él. Quería mofarse de ella, mirarla por encima del hombro. Quería sentirse, por primera vez en todo el tiempo que llevaba en aquel burdel, superior a esa escoria que tenía por jefa. Y lo peor de todo es que ni siquiera se sintió culpable por pensar eso. Cualquiera que fuera la desgracia que el mundo le deparara por desearle el mar a aquella horrible mujer, le compensaría con un sólo minuto de verla retorcerse por el suelo. Porque todas aquellas palabras que salían disparadas de los labios de aquel hombre eran ciertas. Chrystelle no comía, no la dejaban dormir, y hacía mucho que la utilizaban únicamente para los trabajos más desagradables. Había aprendido a no quejarse. A aceptar el dolor y encajarlo en silencio, a pesar de que ese silencio no significase que las heridas no le dolieran. Sufría en silencio. Sufría e iba hundiéndose cada vez más en la desesperación.
Apunto estuvo de responder a gritos que todo el dinero que se suponía debía ir para ellas aquella insufrible mujer se lo gastaba en alcohol, en vestidos que no lograban disimular su esperpéntica figura, y en contratar a los matones que se encargaban de maltratar a aquellas chicas que, agotadas, le rogaban tomar un día libre. Su paga no sólo era mediocre, sino que apenas le alcanzaba para algo tan simple como costearse una comida decente. Ni que decir queda que no podía tampoco pagarse un hogar, por pequeño fuese. Meses atrás había tenido que dejar su apartamento porque no podía pagarlo. Y desde entonces su pesadilla se había hecho más terrible. No salía de allí. Los días enteros se consumían sin que ella viese más luz que la de las velas o la que se colaba por entre los resquicios de las ventanas cerradas. Se sentía atrapada, cautiva. ¿Acaso era incomprensible que ya no le quedaran lágrimas que derramar? ¿De qué sirve llorar, si es imposible escapar de tu destino? Eso no evitaba que odiara cada día que pasaba en ese sitio, y a la mujer que ahora lloriqueaba pidiendo clemencia. Y se sintió reforzada, incluso feliz, a pesar de que era consciente de que cuando el dueño del burdel se marchara, la ira de la madame sería implacable. Pero ya no le importaba.
Obedeció a las órdenes del hombre sin demora, y frotó con tal fuerza su piel que quedó enrojecida. Dejó que le agua se llevase el malestar que antes ocupaba su cuerpo, y trató de prepararse mentalmente para lo que estaba por venir. Por la mirada y forma de expresarse del joven Østergård no le quedó ninguna duda de que no tendría piedad con su cuerpo. Y no le importó demasiado, en realidad. Por malo que fuese, no sería peor que las cosas que ya le habían pedido, o la desagradable sensación de que tu propio cuerpo te está devorando a ti mismo a causa del hambre. Ni siquiera reaccionó al pellizco que el hombre aplicó sobre sus senos. Sus pezones, sin embargo, no tardaron mucho en aflorar, ni endurecerse. Gajes del oficio. Una puta siempre debe estar preparada. Independientemente de que su deseo hiciera años que era inexistente. Se aclaró el jabón del cuerpo justo cuando pudo ver de reojo el torso desnudo del que sería su amante de aquella noche. ¿Cuánta maldad se escondería bajo una superficie tan hermosa? Supuso que no tardaría mucho en averiguarlo. Se giró para quedar frente a él, y agachó la vista, clavándola en el suelo. Ese era su papel. Callar. Obedecer. Hacer sentir a otros. Y no volverse loca en el intento.
Y en un momento se había olvidado de todas sus creencias, de toda su moral, de todos sus escrúpulos, y se vio a sí misma deseando que la rabia de aquel joven se desatase sobre su carcelera. Quería verla rogando, sufriendo, llorando. La quería ver golpeada y humillada, como tantas y tantas noches la había hecho sentir a ella. Quería ver su sufrimiento, y quería regocijarse en él. Quería mofarse de ella, mirarla por encima del hombro. Quería sentirse, por primera vez en todo el tiempo que llevaba en aquel burdel, superior a esa escoria que tenía por jefa. Y lo peor de todo es que ni siquiera se sintió culpable por pensar eso. Cualquiera que fuera la desgracia que el mundo le deparara por desearle el mar a aquella horrible mujer, le compensaría con un sólo minuto de verla retorcerse por el suelo. Porque todas aquellas palabras que salían disparadas de los labios de aquel hombre eran ciertas. Chrystelle no comía, no la dejaban dormir, y hacía mucho que la utilizaban únicamente para los trabajos más desagradables. Había aprendido a no quejarse. A aceptar el dolor y encajarlo en silencio, a pesar de que ese silencio no significase que las heridas no le dolieran. Sufría en silencio. Sufría e iba hundiéndose cada vez más en la desesperación.
Apunto estuvo de responder a gritos que todo el dinero que se suponía debía ir para ellas aquella insufrible mujer se lo gastaba en alcohol, en vestidos que no lograban disimular su esperpéntica figura, y en contratar a los matones que se encargaban de maltratar a aquellas chicas que, agotadas, le rogaban tomar un día libre. Su paga no sólo era mediocre, sino que apenas le alcanzaba para algo tan simple como costearse una comida decente. Ni que decir queda que no podía tampoco pagarse un hogar, por pequeño fuese. Meses atrás había tenido que dejar su apartamento porque no podía pagarlo. Y desde entonces su pesadilla se había hecho más terrible. No salía de allí. Los días enteros se consumían sin que ella viese más luz que la de las velas o la que se colaba por entre los resquicios de las ventanas cerradas. Se sentía atrapada, cautiva. ¿Acaso era incomprensible que ya no le quedaran lágrimas que derramar? ¿De qué sirve llorar, si es imposible escapar de tu destino? Eso no evitaba que odiara cada día que pasaba en ese sitio, y a la mujer que ahora lloriqueaba pidiendo clemencia. Y se sintió reforzada, incluso feliz, a pesar de que era consciente de que cuando el dueño del burdel se marchara, la ira de la madame sería implacable. Pero ya no le importaba.
Obedeció a las órdenes del hombre sin demora, y frotó con tal fuerza su piel que quedó enrojecida. Dejó que le agua se llevase el malestar que antes ocupaba su cuerpo, y trató de prepararse mentalmente para lo que estaba por venir. Por la mirada y forma de expresarse del joven Østergård no le quedó ninguna duda de que no tendría piedad con su cuerpo. Y no le importó demasiado, en realidad. Por malo que fuese, no sería peor que las cosas que ya le habían pedido, o la desagradable sensación de que tu propio cuerpo te está devorando a ti mismo a causa del hambre. Ni siquiera reaccionó al pellizco que el hombre aplicó sobre sus senos. Sus pezones, sin embargo, no tardaron mucho en aflorar, ni endurecerse. Gajes del oficio. Una puta siempre debe estar preparada. Independientemente de que su deseo hiciera años que era inexistente. Se aclaró el jabón del cuerpo justo cuando pudo ver de reojo el torso desnudo del que sería su amante de aquella noche. ¿Cuánta maldad se escondería bajo una superficie tan hermosa? Supuso que no tardaría mucho en averiguarlo. Se giró para quedar frente a él, y agachó la vista, clavándola en el suelo. Ese era su papel. Callar. Obedecer. Hacer sentir a otros. Y no volverse loca en el intento.
Ciel Manon-Geróux- Licántropo Clase Baja
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Re: Eternal Flame »Predbjørn« {+18}
No había duda, Predbjørn se encontraba furioso. Analizó las ganancias del burdel antes de atender a esa puta malagradecida. Los números estaban en rojo, no porque no recibieran ganancias, siempre existía quien pagaba por una prostituta, pero debido al cansancio, mala alimentación, y mal olor de las mujeres, la paga disminuía. Además, no entendí porque no se les daban los tratos correspondientes tomando en cuenta que él destinaba una cantidad de dinero a esos detalles. En realidad sí lo entendía, se trataba de un joven inteligente además de abusivo y estafador, nadie podría verle la cara en actividades malas tan nimias. Él era el maestro el engaño, y por eso mismo no se permitía pasaran por algo eso. Nadie iba a engañarlo, y de hacerlo perdería la casa, literalmente. Nunca perdonaba, a nadie, a menos que fuera Damien, y porque era su hermano, y sin importar el odio que llegara a tenerle, el mayor de ellos era un hombre exitoso, de esos que necesitaba el mundo, y él para subir su prestigio. Sin duda muchas cosas cambiarían en el burdel.
Cuando el mal humor del muchacho se desataba, siempre se veía venir una ola de oscuridad. A él no le importaba maltratar, lastimar, o incluso matar. No tenía limites porque todas sus andadas eran cubiertas por algunos de sus trabajadores. Sin embargo esa noche no haría una tormenta, disfrutaría de una buena cogida, de esa manera estudiaría a alguna de sus chicas, y sabría por donde tendría que atacar.
Terminó por retirarse los pantalones. Al cabo de unos segundos ya se encontraba desnudo. Para él la desnudes resultaba tan natural que no le importaba pasearse de esa manera, menos sabiendo que llamaba la atención de más de una. Un hombre atractivo, seguro, inteligente, y sobre todo rico; eso y más era. Le sonrió de medio lado al notar que hizo caso de inmediato a su mandato. Arqueó una ceja indicando que debía dejarle un espacio, y al final se adentró a la bañera notando como el agua se desbordaba por culpa de ambos cuerpos. La miró detenidamente, no era la mujer más hermosa pero se trataba de una mujer muy bonita, era una lastima que estuviera tan maltratada. Predbjørn siempre contrató empleados que organizaran y llevaran la contabilidad de sus negocios, lícitos o no. Les daba una buena paga, por lo que ninguno se quejaba o demostraba que fuera a clavarle un puñal, por eso nunca observaba algunas cosas más de la cuenta, como las mujeres del burdel. Ahora que se encontraba alerta debía sacar provecho.
— Ustedes vienen a mi porque es el mejor burdel, porque se les da las mejores pagas, y se le brinda la mejor protección, no comprendo como no vienen a mi tomando en cuenta lo que conocen de mi persona — Cuestionó. La voz del hombre era suave pero se notaba el sonido letal al pronunciar cada palabra — ¿Tan poco se respetan? Son putas, pero las necesito tanto como esa zorra les necesita. — Negó un par de veces desilusionado. Las mujeres podían llegar a exasperarlo con facilidad. Ellas sabían su lugar ante la sociedad, pero era muy distinto el abuso por una de ellas Mastúrbame — Le ordenó mientras la seguía mirando. Existía un poco de diversión en su mirada, pero se notaba más sus deseos por coger, al menos más que burlarse de ella y la situación. — Dime ¿cuánto te pagan por un polvo? ¿Cuánto te pagan por cada tipo de cliente? ¿Qué tan seguido duermes y comes? — Ella debía ser sincera, de no serlo por completo él se daría cuenta y se enojaría más de lo normal. Sin duda estaba buscando la forma de arreglar ese enredo, que sus números fueran de nuevo en aumento antes de ir de verdad en picada. No dejaría que la competencia le llegara a los talones.
— No soy muy paciente, así que comienza a hablar — No sólo debía hablar, también generarle placer. Necesitaba notar las acciones de una prostituta atendiendo a un cliente — Cuéntame un poco de las cosas que te gustan en la cama, de tus necesidades, juguemos a que soy un cliente que le gusta recibir placer tanto como que se lo otorguen — Es que él jamás realizaba alguna acción sólo porque sí, por el contrario, para Predbjørn todo tenía una razón de ser, todo le daba conocimiento, y el mismo conocimiento le entregaba la forma de realizar sus acciones y obtener fortuna. La joven debía complacerlo o terminaría muy mal. Más valía que todas sus energías las gastara en él. Porque estaba enérgico, con ganas de saciar sus ganas con el sexo.
Predbjørn la miró de forma penetrante, incluso con morbosidad. La realidad es que le gustaba sentirse cobijado por una vagina que le diera calor, y confort, esperaba que ella ayudara, porque también reconocía que era muy flaca, y esas no tenían demasiado para poder complacer.
Cuando el mal humor del muchacho se desataba, siempre se veía venir una ola de oscuridad. A él no le importaba maltratar, lastimar, o incluso matar. No tenía limites porque todas sus andadas eran cubiertas por algunos de sus trabajadores. Sin embargo esa noche no haría una tormenta, disfrutaría de una buena cogida, de esa manera estudiaría a alguna de sus chicas, y sabría por donde tendría que atacar.
Terminó por retirarse los pantalones. Al cabo de unos segundos ya se encontraba desnudo. Para él la desnudes resultaba tan natural que no le importaba pasearse de esa manera, menos sabiendo que llamaba la atención de más de una. Un hombre atractivo, seguro, inteligente, y sobre todo rico; eso y más era. Le sonrió de medio lado al notar que hizo caso de inmediato a su mandato. Arqueó una ceja indicando que debía dejarle un espacio, y al final se adentró a la bañera notando como el agua se desbordaba por culpa de ambos cuerpos. La miró detenidamente, no era la mujer más hermosa pero se trataba de una mujer muy bonita, era una lastima que estuviera tan maltratada. Predbjørn siempre contrató empleados que organizaran y llevaran la contabilidad de sus negocios, lícitos o no. Les daba una buena paga, por lo que ninguno se quejaba o demostraba que fuera a clavarle un puñal, por eso nunca observaba algunas cosas más de la cuenta, como las mujeres del burdel. Ahora que se encontraba alerta debía sacar provecho.
— Ustedes vienen a mi porque es el mejor burdel, porque se les da las mejores pagas, y se le brinda la mejor protección, no comprendo como no vienen a mi tomando en cuenta lo que conocen de mi persona — Cuestionó. La voz del hombre era suave pero se notaba el sonido letal al pronunciar cada palabra — ¿Tan poco se respetan? Son putas, pero las necesito tanto como esa zorra les necesita. — Negó un par de veces desilusionado. Las mujeres podían llegar a exasperarlo con facilidad. Ellas sabían su lugar ante la sociedad, pero era muy distinto el abuso por una de ellas Mastúrbame — Le ordenó mientras la seguía mirando. Existía un poco de diversión en su mirada, pero se notaba más sus deseos por coger, al menos más que burlarse de ella y la situación. — Dime ¿cuánto te pagan por un polvo? ¿Cuánto te pagan por cada tipo de cliente? ¿Qué tan seguido duermes y comes? — Ella debía ser sincera, de no serlo por completo él se daría cuenta y se enojaría más de lo normal. Sin duda estaba buscando la forma de arreglar ese enredo, que sus números fueran de nuevo en aumento antes de ir de verdad en picada. No dejaría que la competencia le llegara a los talones.
— No soy muy paciente, así que comienza a hablar — No sólo debía hablar, también generarle placer. Necesitaba notar las acciones de una prostituta atendiendo a un cliente — Cuéntame un poco de las cosas que te gustan en la cama, de tus necesidades, juguemos a que soy un cliente que le gusta recibir placer tanto como que se lo otorguen — Es que él jamás realizaba alguna acción sólo porque sí, por el contrario, para Predbjørn todo tenía una razón de ser, todo le daba conocimiento, y el mismo conocimiento le entregaba la forma de realizar sus acciones y obtener fortuna. La joven debía complacerlo o terminaría muy mal. Más valía que todas sus energías las gastara en él. Porque estaba enérgico, con ganas de saciar sus ganas con el sexo.
Predbjørn la miró de forma penetrante, incluso con morbosidad. La realidad es que le gustaba sentirse cobijado por una vagina que le diera calor, y confort, esperaba que ella ayudara, porque también reconocía que era muy flaca, y esas no tenían demasiado para poder complacer.
Predbjørn Østergård- Humano Clase Alta
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