La cornisa | Privado

por **Ladislav Pekkus** Lun Jun 18, 2018 9:24 pm

Ladislav no discriminaba a nadie, acudía en respuesta a quienes solicitasen su ayuda sin importar que viviesen en una gran casa o en una humilde casilla de los barrios bajos de la ciudad. Se encontraba saliendo de la zona residencial más exclusiva de la ciudad y lo hacía con un gran peso en el pecho… ¿de qué le servía a la familia Deveraux tener todo lo que tenían si con eso no podían salvar la vida de su hija? Ladislav había podido hacer muy poco por la muchachita, en cuestión de días –tal vez dos semanas- Josette Deveraux moriría.

A lomos de su posesión más valiosa –en términos monetarios, claro- Ladislav se alejó de la imponente construcción, una casa como la que él jamás tendría, eso era evidente. Tomó el camino sur que lo conduciría directo a su herrería que, dado su escaso caudal de dinero, también era su hogar. El pecho amplio del hechicero estaba entristecido, siempre quería poder ser útil… las personas de clase alta tenían que vencer muchos más temores que los pobres a la hora de confiar en él para que ayudase a sus enfermos. Era como si los más humildes tuvieran una mayor medida de fe y con ojos cerrados confiaran, pero las personas de dinero tardaban más y era a ellos a los que quería demostrarles Ladislav que Dios existía y que hacía milagros.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos de forma abrupta. Si algo le habían enseñado los años era a estar alerta y oír las sensaciones de su cuerpo. Algo extraño podía percibirse en la noche cálida y Ladislav instó al caballo a frenarse al abrigo de un frondoso árbol. Elevó la vista al cielo estrellado y descubrió qué era lo que lo tenía así: había tres cambiantes ave dando vueltas en el cielo, lo notaba por sus auras. Por la forma en la que iban y venían él supuso que buscaban a alguien. Decidió que lo mejor era salirse de su camino, si ellos iban al sur él tomaría el camino del norte aunque eso implicase tener que dar una vuelta extra y atravesar el centro de la ciudad innecesariamente.

Ah, pero la noche iba a ponerse aún más interesante para Ladislav porque luego de al menos veinte minutos de cabalgata hacia el norte notó que había movimientos. Dos hombres cortaban el paso, como si estuviesen esperando a alguien… no a Ladislav, al menos eso deseaba creer. Volvió a frenarse sin saber si había sido visto o no y sin saber qué camino debía seguir a continuación si quería –como de hecho quería- no toparse con nadie.

por **Ceo Lebeau-Fortier** Miér Ago 08, 2018 4:11 pm

-¿Por qué tenemos que ser nosotros?
-Chssst. Calla.
-Si no hay nadie…
-Y como no te calles, nos van a descubrir y la vamos a tener. No quiero cabrear al jefe. ¿Recuerdas lo que le pasó a Nathan?
-Sigggggh.
-Pues eso. Calla y abre los malditos ojos.

Las dos voces se mantuvieron en silencio. Tenían órdenes claras y concisas. Hasta podría decirse que fáciles de llevar a cabo. Debían limitarse a esperar en el punto en el que estaban, escondidos entre las sombras de dos callejones, para interceptar a un hombre antes de que llegase a su destino.

No sabían quién era, sólo que iría sin compañía, a caballo, posiblemente embozado, aunque eso era una mera suposición. Y que llevaba con él una documentación valiosa que su señor quería “requisar” antes de que fuera entregada a su destinatario.

No les había dicho de qué se trataba, pero no era de su incumbencia. Fortier quería esos papeles y esos papeles tendría. El griego se mostraba ante la galería como un empresario influyente, un hombre de negocios, un caballero. Para los cainitas era un respetable miembro de las más altas esferas, cercano al Consejo. En la realidad, una que muy pocos conocían, Héctor pertenecía a ese selecto grupo de vampiros que realmente dominaban París. Los que elegían quienes formaban el Consejo y los que movían los hilos en la sombra. El dinero y el conocimiento otorgaban más poder que una silla en el Círculo.

El repiqueteo de los cascos atrajo la atención de los dos hombres escondidos, que mediante señas se indicaron que había llegado el momento. Salieron a su encuentro, mostrándose, en principio, uno a cada lado, como simples humanos perdidos en la noche, pero su aura era claramente identificable para un hechicero.
-Será mejor que nos lo entregues.

Avanzaron, flanqueando a la montura, para evitar una huida o, al menos, tratar de dificultarla. Porque intuían que no les entregaría el correo que con tanto celo portaba.

En su mansión, Héctor leía tranquilamente junto al fuego, esperando que sus hombres llegaran con la valija de documentos que les había mandado conseguir.

por **Ladislav Pekkus** Sáb Ago 18, 2018 11:54 pm

Estaba atrapado, a donde voltease veía gente y eran personas que no le gustaban nada, le daban muy mala impresión aunque solo pudiese ver sus auras desde lejos… todavía podía intentar pasar por allí, saludando con educación, y saliendo de la mira de esas personas. Él no quería problemas y a la vez sabía que no lo estaban buscando, Ladislav era un hombre pacifico, no le debía nada a nadie ni estaba en malos tratos con ninguna persona.

Decidiendo que era la mejor opción, Ladislav volvió al camino esperando poder seguir ese plan que se acababa de trazar en su mente. Pero no había hecho más de uno veinte metros cuando dos hombres –claramente sobrenaturales- le salieron al encuentro desde los costados del camino, demandando cosas que Ladislav no comprendía. ¿Qué era lo que querían con él?

-Tengo un poco de dinero –dijo de inmediato, creyendo que se trataba de un asalto. Arrojó las pocas monedas que llevaba, porque no quería más que llegar a salvo a su casa, pero ellos pasaron del dinero, como si no les importaba-. ¿Qué dicen? Yo no tengo nada… ¡No, suéltame!

De un tirón lo bajaron de la montura y Ladislav tuvo que hacer algo que odiaba: pelear. Luchó instintivamente para liberarse, golpeó a uno de los hombres de lleno en el rostro, pero era demasiado fuerte incluso de nada sirvieron sus poderes. Dio lucha hasta que ya no pudo sostener aquello por más tiempo:

-¡Suéltenme, se han equivocado, yo no tengo nada! –les exigió, pero ellos lo envolvieron en una soga gruesa atrapándolo y lo subieron de nuevo al caballo.

Enfadado y herido a causa de los golpes, Ladislav acabó reducido. Su caballo seguía el camino que los hombres marcaban y por más que gritaba y exigía explicaciones sobre aquello, ellos nada le decían. Cabalgaron alrededor de media hora hasta llegar a una enorme edificación –cercana, justamente, a la casa de la familia que Ladislav acababa de ayudar hacía solo una hora atrás-, allí lo obligaron a desmontar. Ladislav avanzó hacia el interior de la mansión, guiado por los empujones de los hombres y solo podía pensar en que deseaba que su caballo estuviese a salvo, pues era la única posesión de valor que en verdad tenía, el caballo y su pequeña herrería, por lo demás sus bolsillos estaban vacíos. No tenía nada que ofrecer a cambio de salvar su vida.

por **Ceo Lebeau-Fortier** Jue Ago 30, 2018 1:38 pm

-Dinero, dice -se mofó uno, con evidente desprecio, como si le sobraran las monedas.
El otro se rió entre dientes. Realmente a las órdenes de Fortier disponían de una buena vida y no iban a arriesgarse a enfadarlo, porque ya lo habían visto molestarse alguna vez con alguno de sus subordinados y sabían que detrás de esa cara bonita y ese agudo cerebro, se escondia una retorcida crueldad que asomaba cuando era necesaria.

-Resistirte no te servirá de nada, sabemos que tienes esos documentos o que los has escondido. Pero no te preocupes, que el jefe ya se encargará de sonsacarte todo. Oh, y no te va a resultar nada agradable.

Después de atarle y llevarle sobre su propio caballo hasta la mansión Fortier, lo empujaron por la puerta trasera, a través de una escalera de madera que conducia al sótano. No había nada de luz allí, pues ellos no la necesitaban para moverse entre las sombras.

Lo poco que podía verse con la tenue claridad que se colaba por el hueco de la escalera, era un pasillo de piedra basta de un metro de ancho, a cuyos lados se encontraban dos puertas de madera. Al fondo, hacia donde le arrastraban, había una tercera puerta, que apenas se veía ya. Tras ella, la negrura.

Con movimientos bruscos, le obligaron a entrar. Se escuchó el arrastrar de algo. Una silla en la que le obligaron a caer. Al tacto contra su cuerpo podía saber que era de madera, recia, y que pesaba bastante.
-Yo que tú no tardaría mucho en cantar, pajarillo. Por tu propio bien.

Iban a salir cuando una luz se encendió a traves del hueco abierto de la puerta. El anaranjado resplandor titilante permitió una visión somera de la estancia en la que lo habian llevado. De piedra, con un camastro y cadenas ancladas a la pared. No, estaba claro que no era el cuarto de invitados.

Ambos hombres se tensaron al ver aparecer a Héctor, con un candelabro en la mano. Apenas entró en la estancia, se hizo una composición de lugar. Se llevó la mano libre al puente de la nariz, en un gesto de contenida desesperación. Estaba rodeado de idiotas.
-¿Se puede saber qué habeis traído? Éste no es el hombre de Black. Volved ahora mismo al camino y más os vale que no se haya escapado en el tiempo que habeis perdido. Y llevaos a Johari para que vaya a buscar al médico. Tyler lleva todo el día hirviendo en fiebre y lo que menos necesito ahora es una epidemia entre mis humanos. ¡¡Largo!!

Por supuesto, fue obedecido sin demora. Apenas se quedó a solas con su nuevo invitado, arrastró otra silla para sentarse frente a él, poniendo el candelabro en el suelo. Le miró, como estudiándole.
-¿Y qué hago yo contigo ahora?

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