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The calm before the storm | Annabeth De Louise 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Thomas Cameron Randolph Miér Jul 04, 2018 8:50 am




The calm before the storm




La muerte del mayor de los hermanos Russo había significado una dura pérdida para todo el Ducado de la Toscana, incluyéndolo. Si bien nunca habían sido cercanos, él, como hermano menor, siempre había sentido admiración hacia la figura crecida que veía como su ejemplo a seguir, incluso envidiando un poco esa manera tan propia de Donato de hacer que todos cayeran rendidos a sus pies, con su actitud extrovertida y educada, sus perfectos modales, y encanto natural. Tenía una habilidad indiscutible para llegar a los corazones de las personas que lo rodeaban. Al menos así lo había visto él siempre, montado en el pedestal que sus padres habían erigido exclusivamente para su primogénito.

Fuera del dolor por la pérdida familiar, para Lucciano Russo, el fallecimiento de su hermano significaba más, mucho más, que no volver a compartir los domingos familiares, cada 15 días, en el hogar donde habían crecido. Para el menor de los Russo significaba un baldazo de agua fría. Su vida tranquila y sencilla se iba por completo al traste, volteándole el mundo de cabeza y dándole una fuerte sacudida.

El título de Duque era algo a lo que, no sólo nunca había aspirado, sino que había siempre agradecido no tener que ser quien lo ostentara. No porque el trabajo representase un problema para él, ya que incluso desde mucho antes de la enfermedad de su hermano, había sido él quien se encargase de hablar con el pueblo y ayudar a mermar las necesidades que padecían. Sino más bien por los compromisos sociales que el título le confería. Anteriormente, había sido Donato quien se encargase de esa parte del trabajo: de los eventos sociales y protocolos, de las fiestas pomposas y sonrisas falsas, y para él el arreglo había sido perfecto.  

Tan pronto se pudo llamar a sí mismo “Duque”, descubrió que el título venía complementado no sólo por la fortuna y las propiedades Russo, sino también por los compromisos adquiridos por sus antecesores. Incluyendo un compromiso con una mujer a la que nunca había visto en su vida. Aún en ese momento, a dos semanas del acontecimiento en que se enterase de la existencia de un contrato en particular firmado por su hermano, el recuerdo le hacía hervir la sangre.

Conrad Giovanni había tenido el descaro de presentarse en su despacho a apenas unos pocos meses del fallecimiento de Donato, reclamando un porcentaje absurdo de la totalidad de los viñedos y la fortuna Russo, como pago por el incumplimiento al compromiso que Donato había adquirido con la sobrina del ambicioso hombre. Tras una evaluación profunda del documento, Lucciano encontró un vacío legal del que pensaba aprovecharse para no entregar lo que por derecho pertenecía a su familia. El contrato, en cada oportunidad que se refería a Donato, lo llamaban “El Duque”, por lo que el nombre de su hermano no salía en ninguna parte. – Aquí dice que el Duque de la Toscana se convertirá en esposo su sobrina Stella, ¿no es así? – Ante la afirmación del mayor, terminó con la discusión al declarar. – Estamos de acuerdo entonces en que, si bien Donato murió, actualmente existe un nuevo Duque. – Se irguió, sabiéndose vencedor de la primera batalla.

Así pues, una semana después de que el hombre se marchase de sus tierras para volver a Milán, Luc marchó también detrás de él en la misma dirección. Con la firme intención de conocer a su futura consorte y llevar a cabo las preparaciones necesarias para que la boda se realizara lo más pronto posible. Necesitaba volver a estar en casa y darle un poco de orden al caos que Donato le había dejado tras de sí.

Volviendo a la actualidad recordó también su llegada a la mansión Milani y la bienvenida de sus futuros suegros. La pareja no había podido evitar la desaprobación que se dibujó en su expresión ante lo que se encontraron a su llegada. El menor Russo no era en absoluto como el hermano mayor, quien poseía una estatura promedio de metro setenta y cinco, no metro ochenta y siete; quien tenía una complexión suave y delgada, no musculosa y un poco robusta; quien poseía un tono de piel claro y limpio, no un tono dorado y tostado provocado por las muchas horas de trabajo bajo el sol de la toscana; quien poseía un carisma que encantaba al instante, no una actitud taciturna y reservada, especialmente con los extraños. Tras un suspiro se había recordado que era lo que era y no podía cambiarlo, tampoco podría Stella. Donato estaba muerto, y tendría que conformarse con él.

Durante su breve entrevista con los Milani, la pareja le había informado que su hija había salido de la ciudad con dirección a París tan pronto su tío le informara que él vendría, para poder comprar todo su ajuar necesario para el casamiento. Después de aquello había partido casi al instante hacia París, solo después de un par de telegramas. La pareja le había ofrecido con mucha gentileza el quedarse allí y esperar por ella, pero se excusó diciendo que estaba ansioso por finalmente conocer a su prometida, pues eran muchos los cumplidos escuchados, referente a ella y su belleza. El comentario, como bien esperaba, había provocado el orgullo de los padres, permitiéndole marcharse sin más dilación.

Ahí estaba ahora. Había llegado finalmente a París, después de casi 6 años sin pisar tierras francesas. Eran pasadas las 18 horas, por lo que supo debía esperar hasta el siguiente día antes de enviar un mensajero a la residencia donde se hospedaba su prometida, pues sería tomada como una descortesía anunciarse tan repentinamente. Y, de cualquier manera, estaba cansado y sudado por el viaje, quería descansar y relajarse un poco antes de enfrentarse a la mujer con quien compartiría el resto de su vida.

Y si de relajarse se trataba, esa tarde no podría tener una mejor compañía para lograr el cometido. Tan pronto le había mencionado por telegrama a su queridísima amiga, Annabeth De Louise, que iba de camino a París, se había ofrecido inmediatamente a darle posada en su propia mansión. La vería por primera vez después de 6 largos años, no podía sentirse más feliz en ese momento, olvidando temporalmente la verdadera razón por la que se había decidido a visitar la ciudad.

Su carruaje serpenteó por las infinitas calles parisinas hasta atravesar por completo la ciudad y llegar a unos alejados suburbios de inmensas mansiones y antiguas edificaciones, hasta finalmente detenerse frente a la dirección que ella le mandase en su respuesta instantánea. Tomó una maleta en cada mano y, tras agradecerle al cochero e indicarle aparcar por la entrada posterior, se dirigió a la entrada principal para llamar a la puerta. Sin embargo, no había alcanzado a tocar la puerta cuando un pequeño terremoto lo arroyó. La puerta se había abierto repentinamente y una pequeña jovencita había saltado instantáneamente a sus brazos, haciéndole trastabillar antes de recuperar el equilibrio y darle una vuelta en el aire, envuelto en sus risas. Manteniéndola en el aire, la rodeó tan fuerte como pudo con sus brazos, sin llegar a hacerle daño, envolviéndola en un abrazo de oso.

– Annabeth. Annie. Ann. Mia cara. – Pronunció uno tras otro su nombre y algunos de los apodos que desde su niñez usara con ella. Cuando por fin la devolvió al suelo y pudo recorrerla con la mirada, apreciando los cambios en todo aquel tiempo, una sonrisa genuina se dibujó en sus labios. La había extrañado tanto, que dolía. Ella había sido siempre la única que lo había visto a él sin ponerlo por debajo de Donato, habían sido compañeros de juegos desde que él tenía seis o siete años, y habían crecido como hermanos. – Bellissima – Se expresó en el idioma materno de ambos antes de depositar un beso en cada mejilla.

La notó atónita, como si no pudiera creer que era él y que de verdad estaba en la entrada de su propio hogar. – Soy yo Ann. Y estoy aquí. No voy a desvanecerme solo porque empieces a parpadear nuevamente. – La molestó un poco, como había sido su costumbre, ganándose el típico entrecejo fruncido acompañado de un tierno e infantil puchero, consiguiendo sacarle una carcajada. ¿Acaso sin importar los años que dejasen de verse las cosas nunca cambiarían entre ellos? - ¡Vamos, vamos! Invítame a pasar de una buena vez, ¿o pretendes tenerme en el recibidor durante toda mi estadía? – Le dijo alentándola a entrar y siguiéndola de cerca después de tomar nuevamente sus equipajes.

Lucciano Russo


Última edición por Lucciano Russo el Dom Jul 29, 2018 3:06 pm, editado 3 veces
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Mensaje por Annabeth De Louise Miér Jul 04, 2018 9:12 am




The calm before the storm





"Annie. Voy camino París. De paso en Milán.
Llego en una semana.
Luc"

Leo de nuevo el telegrama que me entrega Madame Violet. Seguro que la recuerdas, era mi nana cuando niña, aquélla que te regañaba cuando decías "Yo querer sopa" y que ahora es mi ama de llaves. Separarme de ella es impensable, es como mi madre, ahora que la mía ha muerto. Vuelvo a leer por ¿tercera o cuarta vez? ¿Importa? Sólo sé que vienes. Miro a Madame Violet antes de que mi sonrisa sea la que le diga que habrá problemas. Grandes problemas. El grito que sale de mi garganta es tan fuerte, que se escuchará hasta en el carruaje que te trae a París. - ¡VIENE, VIENE LUC, VIENE LUC! - la abrazo, grito, doy saltos pequeños -porque el vestido no deja que me eleve más de dos centímetros- y al final, caigo sobre el sillón entre risas pensando que por fin te veré tras cinco largos años en los que no te dignaste siquiera a asomar la cabeza. Así que, tal cual previera Madame Violet, empiezo a dar órdenes como nunca, mandando asear toda la casa, en especial voy a ver todas las recámaras para instalarte donde mereces, en el lugar apropiado de preferencia -aunque mi nana esté en desacuerdo-, cerca de mi recámara para poder colarme un poco si escucho sonidos abajo de mi cama o tú podrás correr a la mía cuando haya truenos en plena tormenta a la luz de la luna.

De acuerdo, ya exageré. Ya no tienes ocho, ni yo siete. Tenemos veinte años más cada uno, pareciera que fue ayer cuando te conocí. Ahí de pie ante mí, con tu traje azul oscuro y una expresión de pánico total cuando viste mi rostro. Era una nena y tú un niño grande. Aún puedo recordar cómo te presentaste "Lucciano, puedes decirme Luc". Sólo era una niña de seis años, más ese recuerdo fue de mis primeros a largo plazo. De ahí, tomaste mi manita, para no soltarla jamás. Fuiste todo para mí. El niño que fuera mi compañero de juegos, de travesuras y desventuras. Mi cómplice en las ideas más alocadas y las menos coordinadas. El omega. El alfa. Mi mejor amigo. Mi alumno, maestro y compañero. Mi todo. Hasta que Rosa apareció en escena y todo terminó sin forma, inexplicable y bizarro. Y te fuiste. A pesar de los ruegos y las súplicas con las que intenté que te detuvieras, agarraste tus cosas y partiste. ¿Y yo? Te lloré durante los dos primeros meses de tu partida en mi recámara, sin salir de ésta. Porque Lucciano, Luc, mio caro, fuiste también mi primer amor.

Aquél tan puro, tan cristalino, tan intenso que aún a horas de que llegues, sentada en mi cama esperando a que amanezca para verte, recuerdo tu sonrisa, tus ojos, tu calor alrededor del mío. ¿Sabes cuánto te necesité? ¿Cuánto te añoré? ¿Cuánto se burlaba la soledad porque intentaba escapar de ella y me atrapaba, me rasguñaba, me buscaba, encontraba y me sumía en un viaje del que no pude volver? Sin ti, todo se derrumbó. Hoy, a mis veintisiete años, puedo recordar cuántas lágrimas derramé en tu nombre. El problema no era tu ausencia, era que te esperaba. Hasta que mi padre me exigió regresar a la realidad y seguir caminando. El tiempo no perdona a aquéllos que se rinden. Ninguno de mis padres quiso que continuara así, por lo que empezaron a ver de qué manera sacarme de ese hoyo en el que estaba metida hasta por arriba de mi cabeza sin tener oportunidad de salir porque para eso había que tener fuerzas. Y estaba tan débil, hasta que apareció Valentine.

Es cierto lo que alguna vez me dijiste, que mi amor por él era sólo una admiración al cazador. Al hombre que era, la manera en que se comportaba, los conocimientos que poseía y me brindaba a manos llenas. Sin alguien que me provocara lo mismo que tus brazos, Valentine logró colarse en mi mente ganando así mi corazón. ¿Le amé? A mi manera lo hice. Le amé, le admiré, le soporté tantas y tantas cosas, que tras la muerte de mis padres, todo se acumuló como grandes montones de nieve y en su momento, fue tanto el peso que la avalancha de sentimientos explotó justo cuando recibí la última puñalada en mi corazón: la noticia de la muerte de los dos hermanos que anhelaba conocer. ¿Y tú? En Florencia, por supuesto. ¿Sabes cuánto daño me hizo saberte tan lejos? ¿Creer que tenías otra Rosa a tu lado? Por más que me dijeras que no era así, siempre pensé que lograrías tener a alguien contigo.

Así que tuve que sepultar todos mis sentimientos y de éstos, nació un enorme rosal cuyas flores son cada vez más maravillosas. Lo superé. Dejé atrás el amor que te tenía y que se convirtió en un cariño incondicional a aquél que fuera mi compañero. Hoy, cuando tomo asiento frente al porshe sabiendo que ya llegaste porque ya pasan de las dieciocho horas, pienso en tu imagen y lo único que me provoca es una sonrisa dulce sabiendo que tras tantos años, podré abrazarte. Ya no tengo que esperar. Y por supuesto, crecí. Ya no soy la misma niña con la que te escondieras para evitar que nos dieran de comer brócoli, lo que jamás harías ni con súplicas, ni con tus frutas favoritas: los duraznos y piñas; o con besos. No, señor. Me escondía contigo para hacer frente común, porque a mí sí me gusta, nunca comprendí por qué está entre tus disgustos si es rico. Ya perdí el regordete rostro que tenía, mi apariencia delgaducha también se ha ido. ¿Extrañarás eso? De sólo recordar las pinturas que me hacían comparadas a lo que ahora grita el espejo, sé que tengo demasiadas modificaciones faciales y corporales.

Todo quedó más asentado de lo que aparentaba, el crecimiento es infame y poco entendedor de que una quiere seguir siendo joven. Y lo soy, creo. Al menos le gusto a Bernard. Bernard. ¿Te caerá bien? Espero que sí, porque ya sufrí tus reproches con Valentine durante demasiado tiempo y sé que si bien él es alguien a quien quiero ahora mismo pasarlo por las armas, de preferencia con balas de plata por haber ocultado que era un licántropo, necesito de tu oído y de tu consejo para saber qué hacer con él. Es el único que desapareció todo rastro de duda de ser mi compañero, mi amigo, mi amor. ¿Le amo? Demasiado. No sabes cuánto le amo a ese lobo al que debería agarrarlo del cogote como decía tu nana para zarandearlo y demostrarle cuánto me dolió que no confiara en mí. Y sé que tuve errores, como omitir que soy cierta líder de cierta organización de espionaje. Bueno, eso sí se lo dije, lo que le omití es que es sobrenatural. ¿Hice mal?  

Echo la cabeza atrás pensando que toda mi vida está otra vez patas arriba, como aquélla vez que me alcanzaras para avisarme que mis padres estaban muertos, que me escoltaste a París dejándome en una de tus propiedades para que tuviera un refugio seguro. Hace ya más de siete años de eso. Me paso las manos por las faldas del mejor de mis vestidos elegido a propósito porque ésta es una ocasión muy especial. Voy a verte. Madame Violet me coloca la tercera taza de té en tanto espero ahora en el interior de la casa porque si bien estamos entrando en verano, estuvo lloviznando un poco, lo que menos quiero es que se me arruine el vestido, así que bebo fingiendo tranquilidad. El sabor de la bebida caliente es raro hasta que miro a mi nana con curiosidad - té de boldo, a ver si así nos relajamos, cara - susurra bajo antes de irse con una sonrisa divertida. Eso provoca que mi colmillito izquierdo apriete mi labio contra los dientes inferiores sintiendo cómo las mejillas se tornan como la grana.

Doy un par de tragos más para relajarme, que la esencia del boldo penetre mis terminales nerviosas para lograr el cometido en tanto me pongo los guantes de nuevo porque poco tengo que hacer. Me pasé esta semana hasta deshoras de la noche para terminar todas mis ocupaciones con Phoenix para dejar el resto de los tres días siguientes libres para ti. Si toda esta adrenalina de tu llegada fuera desechada de mi cuerpo, estaría ahora mismo dormitando. Y qué bueno que no lo hago, porque escucho el carruaje entrando por el camino de grava al tiempo que -me importa poco-, me levanto de un salto poniéndome los guantes para salir a toda velocidad como los tacones me lo permiten. Justo estoy por salir a la puerta cuando se me atraviesa Madame Violet - niña, ¡Compórtese como una dama! - exige haciendo que baje la cabeza compungida, apretando mis manos la una contra la otra hasta que ríe - ande, corra. ¡Corra! - incita y no necesito más. Lo hago a todo lo que puedo y justo cuando abro la puerta, ahí estás. Has subido todas las escaleras con tanta rapidez que me alegra porque seguro que me caigo con el vestido ahora que carezco del cuidado por la algarabía de verte.

Y río, río como hace mucho que no lo hago antes de echarte los brazos al cuello - ¡LUCCIANO! ¡LUC! ¡MIO CARO! - si suena tan parecido a lo que dijiste, es tu culpa que piensas en la misma línea que mi mente. Y giras, giras en tu eje por lo que tengo que afianzarme mejor sintiendo que puedo rodar por las escaleras como no tengas cuidado. ¿Tengo miedo? Por supuesto, más tus brazos firmes se apropian de mi cintura dándome la seguridad que siempre me has brindado. Cuando me dejas en el piso, adiós preocupaciones. Eres mucho más alto que yo, me sacas toda una cabeza, larguirucho eras y ahora. ¿Qué es ésto bajo mis brazos? Mi siniestra cejita se alza para reír de nuevo en tanto me observas con avidez y hago lo mismo con tus rasgos que se han acentuado con el tiempo, dándote una presencia más masculina inclusive. - ¡Alguien estuvo haciendo ejercicio a la luz del sol! - me mofo sabiendo que estás trabajando en tus viñedos.

Nunca creí que tanto, estos músculos bajo mis palmas lo demuestran, por lo que mi risa se acentúa haciendo que mis ojos luzcan mucho más azules y brillantes. Sólo es escuchar tu voz y me pongo de excelente humor, ni siquiera mi enojo con Bernard es capaz de opacar este momento. Ese licántropo de muchas pulgas. Sonrío cuando me halagas. Recibo cada beso al tiempo que también los doy, tu barba pica un poco, sólo que ya estoy acostumbrada. A mí los hombres me gustan con barba, como Bernard. Así, bien prolija y arreglada, que se note que se tomaron el tiempo de tomar las precauciones necesarias para verme con tal de que esté contenta con su apariencia. Sí, para coquetas estoy yo. Pocas me ganan el lugar. Por eso soy muy prolija en mis vestidos, en mis peinados, mis manos. Mi arreglo debe ser impecable y es quizá el único toc que tengo.

Como tenga un cabello fuera de lugar, me paniqueo. Excepto quizá contigo. Tú eres de los que te gustan todo al natural, el cabello suelto en rizos para que puedas introducir las manos deleitándote en la textura y la sedosidad de éste. Por un momento, te observo tan fijamente que podría ser incómodo. Todo es porque te miro tan diferente, tan maduro, tan confiado, con esa aura de autoestima y orgullo que me encanta. El comentario forma el típico gesto Moncrieff que ha adornado mi rostro siempre: mis dos cejas parecieran querer unirse por el centro y al ser imposible, forman tres grandes arrugas en tanto te observo con ojos entornados - y ahí fue, que el enorme león abrió la boca y en lugar de un rugido, resonó un maullido que le transformó en un gato callejero - susurro una frase que alguna vez me inventara para hacerte notar que callado te ves mejor.

Y sueltas la carcajada que enrojece mis mejillas deseando darte un golpe. Aspiro profundo porque ya soy una mujer adulta, no una niña. Contengo mis impulsos inmaduros antes de sonreír con maldad - si tomaras en cuenta que estuvo lloviendo, sabrías que podría negarme a que entres y eso será muy divertido. El Duque pasado por agua - más niego con la cabeza - estás de suerte que tu presencia me haga feliz, ven - entrelazaría tu mano con la mía de no ser por las maletas, entramos y así como cruzas el umbral, dos de los sirvientes toman tu equipaje - a la habitación del signore, por favor. ¿Recuerdas a Madame Violet, mi nana? Ahora es mi ama de llaves - la presento al tiempo que ella hace una reverencia - es un placer volverlo a ver y tenerle en casa, signore. Hemos servido un servicio de té para que pueda degustar a menos que quiera ir a su habitación a ponerse cómodo - dice solícita en tanto ya entrelacé tu mano con la mía porque quería llevarte al salón de té y las palabras de mi nana me hacen mirar tu rostro.

Busco la respuesta a su pregunta sabiendo que tiene razón, debí ofrecer primero tu comodidad, estoy tan contenta y entusiasmada que lo único en lo que pienso es en seguir a tu lado, la separación es un aspecto que intento evitar. Más espero paciente a saber qué decides. Y cuando elijes quedarte conmigo, sonrío mirando a Madame Violet que con una sola mirada me hace bajar la cabeza de inmediato antes de susurrar - tengo una idea - aún con tu mano en la mía, te llevo por las escaleras que se abren en el recibidor, una por cada lado hasta llegar a la parte alta, subiendo paso a paso para llevarte a tu recámara - ¿Recuerdas cuando teníamos que cambiarnos? Uno dejaba la puerta abierta y el otro esperaba afuera. Te pones cómodo y seguimos hablando ¿Te parece? - en cuanto llego al marco del umbral, volteo a mirarte con una sonrisa. Si he de buscar el otro camino para que estés cómodo, Madame Violet no me regañe y seguir a tu lado, ¡Lo hago! Ni duda cabe.

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The calm before the storm | Annabeth De Louise Empty Re: The calm before the storm | Annabeth De Louise

Mensaje por Thomas Cameron Randolph Miér Jul 04, 2018 11:28 am







Todo en Annabeth se sentía como estar en casa, sin importar que estuviese a cientos de kilómetros de su hogar. Era como volver a ser niños, en una de sus muchas visitas a la mansión De Louise, en las que se robaba a la chica, tras saludar respetuosamente a la madre, tomándola de la mano y llevándola a rastras al patio, donde correrían sin cesar persiguiéndose mutuamente bajo la mirada reprobatoria, aunque divertida, de los adultos. Y el sentimiento se afianza con aquella frase con la que le deja saber que no le gustado en absoluto su comentario. Hacía años que no la escuchaba y, aunque siempre le había disgustado un poco, pierde el efecto en ese momento en que se siente tan feliz de verla.

Una vez dentro del hermoso castillo que era el nuevo hogar de Annabeth, se pierde un poco en lo que lo rodea. La chica siempre tuvo un gusto exquisito, y lo demostraba en la decoración de aquel hermoso lugar.

Vuelve a la realidad con las palabras de la chica, haciéndole dirigir la mirada hacia la mujer mayor que tantas veces los cuidase de niños. – Por favor, Violet. – Comienza a decir antes de acercarse a ella y abrazarla, como si aún tuviera 10 años y llegase rogándole para que dejara a Annie salir a jugar. – Puedes seguir llamándome Luc. El que ya no sea un niño no quiere decir que he olvidado todos tus regaños y lecciones. – Le dijo con cariño. Ella, junto a Clarisse, su propia nana, habían sido figuras maternas para él, muchísimo más que su propia madre. – Prefiero el té, gracias Violet. No quiero perderme ni un minuto de la charla continua de esta signorina. – Para ese momento, la pequeña mano de la chica ya se había entrelazado con la suya, por lo que, con mayor facilidad, la dirige a sus labios y deposita un casto beso en sus pálidos nudillos. Pero el ambiente se ve abruptamente alterado nuevamente, cuando Annabeth, halándolo de la mano, lo lleva a rastras hacia la que sería su habitación.

Sí. Desde niños habían sido inseparables. En más de una ocasión había pasado semanas enteras en casa de los De Louise, sin que nadie en su propia casa, más que su nana, se preocupase por su paradero. Y aquella era la manera en que se cambiaban por aquel entonces, porque habían incluso llegado a dormir juntos muchas noches. Especialmente si ella sentía miedo por alguna extraña sombra en su habitación, o en época de lluvias, cuando los truenos se dejaban escuchar tempestuosamente.

Para cuando tuvo nuevamente libertad de hacer, ya se encontraba en el interior de una pulcra y perfectamente ordenada habitación. Allí, sus maletas se encontraban encima de la cama para mayor comodidad a la hora de sacar sus pertenencias. Sin duda, su servidumbre estaba muy bien entrenada. – Somos adultos ahora, Annabeth. Podrías entrar y mirar. – Le dijo juguetonamente, provocando un intenso rubor en sus mejillas antes de que ella le sacara la lengua de forma infantil y saliera, dejando la puerta abierta. Una nueva carcajada había sido provocada por la tan bien conocida actitud de la joven.

Ya que estaba allí, no iba a negarse a ponerse más cómodo. No porque no quisiera arruinar su perfecto traje, sino porque el perfecto traje lo incordiaba a él. Abrió su equipaje y saco un pantalón mucho más cómodo y una camisa holgada y algo desgastada. Se cambió rápidamente, quedándose descalzo e invitó a entrar nuevamente a la chica, ahora en unas condiciones aceptables. – Vamos, ya me cambié. No verás nada impropio, lo prometo. – Pronunció mientras sacaba el resto de sus pertenencias y se movía con rapidez por la habitación dejando sus cosas en algún lugar que le pareciese adecuado. – Disculpa que no me vista con la misma elegancia que tú, pero no tengo demasiadas ganas de sentirme ajustado, ¿Te molesta? – Consultó antes de ponerse el calzado, ya que no sabía si ella tenía algún plan especial para el día, dada su vestimenta.

Él, por su parte, no deseaba más que echarse sobre algún tapete, escucharla hablar de su vida y comentarle también de tantas cosas que habían pasado en los últimos años que, por carta, era imposible de describir en su totalidad. Especialmente del asunto que lo traía a París. Aunque tenía la certeza que le recriminaría por no ser ella la razón que lo llevase a viajar a aquella ciudad después de tantos años sin verse, no le mentiría al respecto.

Lucciano Russo


Última edición por Lucciano Russo el Dom Jul 29, 2018 3:10 pm, editado 1 vez
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The calm before the storm | Annabeth De Louise Empty Re: The calm before the storm | Annabeth De Louise

Mensaje por Annabeth De Louise Miér Jul 04, 2018 12:00 pm




Los mejores amigos
son hermanos elegidos.





Madame Violet es por mucho, la mejor nana que puede existir, quizá haga competencia con la tuya, la signora Clarisse. Ambas tenían que salir corriendo tras nosotros cuando algo se nos ocurría o bien, cuando me enseñaban los visitantes de Phoenix y quería demostrarte que podía hacerlo. Muchas veces fallé, otras tantas medio salió y pocas lo logré a la primera. Es la tenacidad de mi espíritu la que me permite seguir insistiendo, practicando y valorando mis movimientos para lograr el éxito. Eso lo aprendí también de ti. Si bien éramos dos críos que exploraban el mundo, la combinación de nuestros caracteres hacía que uno potenciara al otro. ¿Recuerdas cuando decidimos hacer un hechizo? Nos salió muy, muy mal. Tuve que llevar el cabello rojizo durante días enteros hasta que un Hechicero nos visitó, revisó el ritual y ante nuestra mirada -porque jamás permitiría que estuvieras fuera de ésto-, lo realizó haciendo que las flores cambiaran sus colores, que era lo que queríamos. Después de eso, se me sentenció a no hacer nada sin vigilancia de un experto. Mi padre no admitía reproches, ni siquiera mis mejores pucheros sirvieron y tú te comprometiste a detener mis manitas para hacer nada. En ese momento casi, casi me perdiste. ¡Me habías traicionado! ¿Cuánto duró mi enojo? Quizá dos, tres días. Después de ello, estaba ya corriendo a buscarte.

Porque nuestra amistad es más fuerte que los viejos árboles de Florencia que adornaban el Castello de tus padres o bien, ese que estaba a mitad del bosque al cual tomamos como punto de reunión porque estaba a mitad de la casa de cada uno y en el cual nos sentábamos a leer, apoyados en su enorme tronco. Creo que por ahí deberían seguir nuestras iniciales que tallaste demostrándome cuánto me querías y lo inmortal de nuestro vínculo. Y en tanto éramos inseparables, Madame Violet y la signora Clarisse hacían lo imposible por mantenernos a salvo. Así que puedo ver cómo la madura mujer te sonríe con cariño de los buenos abrazándote con efusivos movimientos - mio piccolo, aunque tengas sesenta años y seas calvo, seguiré diciéndote así porque si no, mis enseñanzas sobre el respeto serían de doble moral. Además, por lo que escuché, ya sos Duque. Así que tendrás que enseñarme - me derrito de ternura cuando besa tus mejillas como una madre antes de besar con devoción tu frente como hiciera en el pasado. Ella no tuvo oportunidad de tener hijos, más nosotros lo fuimos sin que lo diga. - De acuerdo, sólo ten cuidado porque esta díscola piccola está tan entusiasmada con tu llegada que es capaz de no dejaros dormir - tal cual advierte, ya te estoy llevando arriba con el eco de sus risas resonando en mis oídos.

La habitación lo es todo, menos pequeña. Es la segunda más grande, después de la mía. Reservada para visitas importantes, de más está decir que solicité que estuviera disponible desde que me enteré de tu venida. Y ahí, en la enorme cama con dosel a la siniestra, junto al ventanal que permitirá que te llegue el aroma de la brisa de la mañana, sé que serás feliz. Muebles hay por todo el lugar, sobre todo a la diestra donde está un escritorio con un librero a juego. Y dos puertas. Una al armario y otra al baño particular y personal. Impensable que compartas algo tan privado como el sanitario. Sacudo la cabeza de derecha a izquierda en una silenciosa negativa - ¡Por supuesto que no! Soy una dama, como tal, espero afuera - resuena mi voz mirando con censura tu gesto para mostrarte la lengua con fastidio, así que salgo para colocarme pegada a la pared de forma tal, que si volteara a ver el interior de la habitación, lo único que llegará a mi vista, será la madera de la puerta. Así te doy la privacidad que mereces en tanto jugueteo con mis guantes quitando y poniendo como hiciera de pequeña. Hace tanto que esos movimientos nerviosos desaparecieron de mis modales, que sonrío sabiendo que las viejas costumbres no se pierden.

Chasqueo la lengua cuando escucho tu carcajada sintiendo mi rubor en las mejillas - serás malo conmigo, un hombre y una mujer sólo se pueden ver cambiando sus ropas si están casados - repito el mantra que me enseñaran todos en su oportunidad cuando insistía en estar dentro de tu habitación. Así fue como nuestras nanas evitaron que, al crecer, compartiéramos un lazo más profundo. Quizá debieron permitirlo, así seríamos más que amigos. Desecho de mi mente esos derroteros que no harán ningún bien a nuestra actual relación. Además, sonrío un poco al pensar en Bernard con quien compartí un momento tan íntimo que sé ahora que sólo con él, quisiera repetirlo. Sus manos en mi corset desabrochando las cintas que lo sostenían fueron tan provocadoras que aún de recordarlo mis mejillas tornan a la grana más intensa.

En cuanto tengo paso libre, me asomo para asegurarme de que estás visible y decente. Me recuerda a aquélla vez que dijiste que estabas listo y resultó que te faltaba la camisa. Esa piel sonrojada por el trabajo en los viñedos aún alberga mis pensamientos más pecaminosos. Si supieras cuánto te amé, te darías cuenta de cómo sufrí con tu ausencia. Me introduzco en la habitación para sentarme en la silla frente al escritorio mirándote ir y venir, colocando tus pertenencias y dándole un aire más personal a la habitación. - No me molesta, si me vestí así fue para demostrarte cuánto me gusta que hayas venido a casa, una forma de agradar a tu vista aunque sé que preferirías que usara mis ropas más desgastadas y tuviera el cabello suelto como Medusa, ¡Qué horror! - mi coquetería me gana. Sacudo de nuevo la cabeza de forma negativa porque es así, quizá algo que entre nosotros es discordante, son tus ansias por verme en mis peores arreglos. Y soy tan cabezota que me niego en rotundo a estar como una mujer cuyo arreglo es secundario.

Me encanta cuando me alaban por algún vestido o peinado. Por mi forma de ser intachable en la apariencia. Cuido todos los detalles. Incluso ahora, que me levanto para ir a por un frasco que abro sin pudores llevando a la nariz la punta para olfatear. - ¿Cambiaste de perfume? - pregunto extrañada mirando cómo te calzas - éste no es el que usabas. Si bien está mejor, es como si te dieran la tarta de la signora Clarisse, esa de fresas, pero hecha por tu madre. Por cierto ¿Y cómo está? ¿Cómo se tomó que venías a París? Seguro que quiso venir contigo, no me imagino a la signora Russo desaprovechando la oportunidad de gastar dinero en vestidos y perfumes - critico porque es la verdad, a tu madre le falta un tornillo. Es tan despilfarradora que me pregunto cómo es que su fortuna sigue siendo abundante. Seguro que es por ti - bueno, bueno, ahora dime ¿Esperamos a ir al salón de té o empiezo a apuñalarte a preguntas? Porque eso de que te hayas aventurado a venir, me parece que es por algo importante y no porque quisieras verme que te fuera imposible esperar más tiempo - tapo el frasco haciendo una anotación mental de comprar otro perfume que te vaya mejor.

Al voltear para observar tu rostro, decido algo diferente. Te empujo por el tórax haciendo que caigas en la cama para reír y acomodarme a tu lado, sosteniendo tu cintura, apoyando mi cabeza en tu pecho - dix minutes y volvemos a la realidad - propongo porque si algo necesité todo este tiempo, fue sentirte alrededor protegiéndome. Qué mejor que aquí, donde puedes extender la espalda en el mullido colchón, donde mi oreja capta los sonidos rítmicos de tu corazón aspirando tu aroma, donde puedo cerrar los ojos - punto a tu favor. Sí, esa loción te va mejor - susurro poniendo ambas palmas sobre tu tórax, apoyando mi barbilla sobre éstas para mirar tus ojos - te extrañé, Luc. Te extrañé mucho - y hago un puchero inflando un poco los mofletes con caprichoso gesto. En mi cara se forma el típico gesto Moncrieff, las cejas intentan unirse por el centro formando ahí, tres líneas de expresión enormes.

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Mensaje por Thomas Cameron Randolph Miér Jul 04, 2018 5:04 pm







Sonríe sin poder evitarlo. Recordando cómo Annabeth había pasado de ser una chiquilla revoltosa a una señorita bien portada sin un solo cabello fuera de lugar. Cuando la signora De Louise comenzara a ponerse estricta en el arreglo personal de Ann, sus correteos incesantes habían terminado por convertirse en tranquilos paseos y acampadas bajo algún bajo, donde la luz del sol no diera con su piel, porque sería impensable que una señorita como ella tuviera la piel dorada por el sol. Y esa misma señorita había terminado por tomar como suyas aquellas costumbres, adorando el buen vestir y la presencia perfecta. Con su porte orgulloso y coqueto, hablando con desdén respecto a sus preferencias más simples, Lucciano quiso arrastrarla al colchón y soltarle aquel apretado peinado, pero se contuvo y, por el contrario, le dio lo que sabía que quería. Un cumplido. - Pues, muchas gracias por todo tu esfuerzo, Annie. Verte siempre es un deleite para los ojos de un caballero, incluso si ese caballero es tu mejor amigo de toda la vida. - Y aunque era cierto, no pudo evitar ponerle un tono de broma, solo para molestarla. Queriendo decir que, si bien eran como hermanos, seguía siendo un hombre, y sabía apreciar la belleza cuando la veía.

- ¡Oh, vaya! Eso sí que no me lo esperaba. - Le dijo en referencia al comentario del perfume. - ¿La tarta de Clarisse hecha por mi madre? Debo apestar, entonces. - Aunque se quejaba, en realidad no le preocupaba realmente “apestar”. Annabeth tenía un gusto exquisito en cuanto a perfumes y, en referencia a los masculinos, era bastante exigente. La verdad, no podía recordar una sola vez en que ella hubiera mencionado estar complacida con su perfume. Las infinitas veces que había cambiado de loción durante su adolescencia, no era precisamente porque no quisiera usar mucho tiempo la misma fragancia. Cada una de ellas había sido un intento por ganarse su visto bueno, obteniendo siempre un simple “bueno, no está tan mal como el anterior”. Su temor a desagradarle se esfumó luego cuando, siendo ya jóvenes de 15 y 16 años, la había descubierto olfateando uno de sus sacos una vez que se lo pusiera sobre los hombros para cubrirla del frío, y aunque no le había dicho nada al respecto, había sonreído triunfante y guardado aquel recuerdo en un rincón importante de su memoria.

Ella no le dio oportunidad de responder, estaba a punto de decirle que ya podían bajar cuando lo tiró de golpe contra la cama, cayendo acostado sobre ella, y recibiendo encima a la chica poco después. No demorando en rodearla por la cintura para atraerla hacia sí en un medio abrazo. Sorprendiéndolo, ella finalmente había cedió a decirle que la esencia actual le sentaba bien, y lo sintió como una victoria después de tanto años e intentos fallidos. Sin embargo, no le dio tiempo de decir algo al respecto, ella le dijo que lo había extrañado, y él se sintió miserable en muchos sentidos. - Yo también te he extrañado mucho, Annie. No tienes idea de cuánto. - La verdad expresada le hacía preguntarse cosas como: ¿Podría compartir momentos sencillos y reales como aquel con la que sería su esposa? ¿Podría volver a compartir de aquella manera con Ann después de casarse? ¿Estaría mal que su pequeña amiga siempre ocupara un lugar importante en su corazón? Después de todo, había sido ella su primer amor, y aunque nunca se atreviese a decirlo por temor a perder su amistad, vestigios de aquel viejo sentimiento lo acompañarían siempre.

La desdicha de su situación actual se marcó en su rostro, provocando la preocupación en la joven que lo acompañaba. Manteniéndose en la misma posición, rodeada con un brazo sin querer que se apartase, la miró a los ojos fijamente y confesó lo que tenía atorado en la garganta. - Voy a casarme, Annie. - Lo dijo de pronto porque sabía que si le daba más vueltas a cómo y cuándo decírselo, luego no podría hacerlo. Ella pareció impresionada por la noticia y él no pudo mantenerle la mirada por más tiempo, echando la cabeza hacia atrás hasta apoyarla completamente en el colchón y se quedó mirando al techo. - Era la prometida de Donato. Hay un contrato de por medio que, si incumplo, me hará perder todo. La fortuna Russo, los viñedos, todo. - Comenzó a relatarle entonces lo ocurrido con Conrad Giovanni en Florencia y la visita a Milán que había desencadenado, finalmente, en su llegada a París. - Es la única hija de los Milani, lo que hace completamente comprensible que Donato la quisiera para sí. No dejaría pasar la oportunidad de tener semejante heredera como esposa trofeo. Incluso el contrato le venía bien, él no renunciaría al compromiso por nada del mundo, ganaba más solo con los contactos de los Milani a que le ofrecieran toda su fortuna y, si ella llegase a querer romperlo, que lo dudo, él no perdería nada. Realmente, en ese sentido, Donato era un cerdo. - Se refería a su forma de hacer negocios, si bien en algunos y contados casos había salido victorioso, era por ese tipo de contratos que su hermano perdió mucho dinero en los pocos años que portase el título.

Lucciano Russo


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Mensaje por Annabeth De Louise Jue Jul 05, 2018 1:36 pm




Hear my roar.

Nadie toca lo que es mío, n-a-d-i-e.





Podría dejar pasar la última afrenta a mis ajuares de no ser porque ese tono retintín me sonó a burla. Así que cuando estoy sobre tu pecho con las manos bajo mi barbilla, mi siniestra ceja se alza antes de que mi boca suelte un golpe que te va a mandar a la China y de regreso - como sea que me extrañaste igual que ese comentario respecto a que es un deleite verme por todo el esfuerzo que hice con mis prendas, ya vas mal, Russo - le muestro la lengua de nuevo apretando los ojos para darle un doble efecto. Es estar contigo para que toda la etiqueta aprendida de años se vaya por un tubo sin pena ni gloria. Algo en tu expresión me indica que me vas a decir una mala noticia. Estás nervioso ¿Sabes cómo me doy cuenta? Por la manera en que tus ojos cambian de tonalidad de un verde plano a uno más oscuro. ¿Verdad que soy la única que puede tomarte desprevenido? Nadie como yo para conocer tus movimientos, mio caro.

Y si te mandé a la China con mi comentario anterior, te desquitas haciendo que mi destino sea la luna y sin boleto de regreso cuando dices que te vas a casar. En un respingo, me siento en la cama evitando tu rostro intentando respirar. Por primera vez en años, maldigo el corset sintiendo la necesidad de deshacerme de él rasguñando un poco el vestido paliando esa ansiedad. ¿Casarte? ¿Has dicho "casarte"? En ninguna de tus cartas supe antes de mujer alguna que te enamorara. ¿Entonces? Una de tus frases destapa todo "prometida de Donato". La otra lo remarca "contrato de por medio, que si incumplo, me hará perder todo". Aprieto las enaguas con violencia aspirando fuerte y exhalando por boca de la imposibilidad de respirar como debiera. Mis ojos echan chispas cuando voltear a mirar tu rostro que sigue impasible como si el techo fuera no sé, una obra de Leonardo Da Vinci o de Diego Velázquez. Me pongo en pie sintiendo que como siga estática, me va a dar un ataque cardíaco.

Brazos cruzados sobre el pecho, la mirada fija al piso, camino a la derecha cinco pasos, vuelta, deshago el camino, vuelta, lo rehago. Como siga así, voy a crear una zanja, todo sea por encontrar la manera de zafar a mi mejor amigo, es decir tú, de este enredo. - ya sabíamos que Donato era un cerdo, un poco hombre, un ser sin palabra, mira que meter tu riqueza en este enredo. Porque esos viñedos son tuyos, lo fueron siempre. ¿Qué está estipulado en el contrato? ¿Cuánto quieren los Milani para deshacer el trato? Cuenta con toda la riqueza que tengo, puedo conseguir lo que sea, que su boca sea la medida - estoy frenética, pocas veces algo me lleva a tales grados de rabia y ganas de destrozar a alguien. Si conociera una pizca de mi verdadero origen, sabría que nuestro escudo de armas era el León de Devonshire. Y como una leona, estoy dispuesta a cuidar lo que es mío, en este caso Lucciano y sus tierras.

¡Por supuesto que nada tiene que ver con el hecho de que me niego en rotundo a que mi mejor amigo se case con alguien que ni conozco! Milani, algo recuerdo. No demasiado porque eran humanos si la memoria no me falla, así que ningún contacto tuvimos cuando viví en Florencia. Me acaricio la barbilla en tanto mi diestra se posa en la cintura, tengo tantas ganas de gritar, de golpear algo. - ¡Que agradezca Donato que tomo con precaución todo lo que se refiere a los nigromantes! Si no, soy capaz de atar su alma a una piedra y ponerla en el trasero de un cerdo para que viva la eternidad como lo hizo con su vida, entre la suciedad - estoy que estallo porque han tocado lo que más amé y amo en la vida. Mi mejor amigo. Aquél que fuera mi primer amor y el único hasta que Bernard apareció en mi camino. En estos momentos, me olvido por completo de mi ira con el licántropo, sólo puedo pensar en aquél que está en la cama y por el que daría todo. Así quedara en bancarrota - heredera de los Milani puede llamar a todos los contactos que quiera, los míos son mucho más influyentes. De mi cuenta corre que si puedo hacer algo para evitar esta tontería, lo hago Lucciano. Ahora dime, ¿Cuánto están pidiendo esos infames? - sé que de estar en mi lugar, harías lo mismo. Ni duda cabe.

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Mensaje por Thomas Cameron Randolph Jue Jul 05, 2018 8:44 pm







Al sentir que su compañera se pone de pie, puede saber sin necesidad de verle el rostro que está angustiada con la información que acaba de soltarle, toda de golpe. Por lo que se sienta y la ve pasearse por la habitación mirando el suelo. Un gesto que compartían. Cuando alguno estaba preocupado, molesto, o simplemente angustiado por alguna situación, tendían a hacer aquello, dar vueltas en la habitación que estuvieran, como si el estar en movimiento les ayudara a pensar cómo resolver el problema. Las siguientes palabras que salen de su boca lo dejan sorprendido, ella sólo sería capaz de hablar de esa manera de alguien, especialmente de un muerto, en un estado de enojo tal que no sea capaz de reconciliar la realidad con su estado de enojo.

- ¡Annie! - La reprende de golpe, logrando que detenga su andar y se le quede mirando. - Sé que estás molesta, créeme que yo también lo estuve, pero no por eso debes expresarte así de Donato. No sabía hacer negocios, era arriesgado y competitivo, eso es cierto. Pero no era un mal hombre y, sobre todo, era mi hermano. Así que, por favor, cálmate. - Si bien durante toda su juventud había sentido celos de su hermano, al convertirse en adulto y sopesar todo con mayor madurez, comprendió que no había tenido la culpa de ser favorecido por sus padres, de ser consentido y malcriado por ellos. Así como tampoco había sido culpable de que a él lo dejaran de lado y menospreciaran en muchos aspectos, de ser encantador y de gustar a la gente; esa era su personalidad, y él simplemente no había logrado desarrollar esas habilidades. De cualquier forma, ahora estaba muerto, y no valía la pena culparlo de que él se viera ahora involucrado en algo de lo que, de estar vivo, habría tomado completa responsabilidad.

Se pone de pie y la toma por los hombros para mirarla a los ojos en el momento que ella pregunta la cantidad de dinero que piden. Aún con los brazos cruzados sobre su pecho, como estaba la chica, él la atrae a su pecho y la abraza, posando el mentón sobre la cabeza de ella, enternecido e infinitamente agradecido por su actitud protectora con él. Claro que él habría movido cielo y tierra para salvarla de una situación similar, pero, como hombre, el que su pequeña amiga quisiera ayudarlo a zafarse de un matrimonio era algo que no permitiría, al menos no sin evaluar todas las posibilidades, y para ello tendría que conocer a la que, en teoría, se convertiría en su esposa. - Gracias, mia cara. Por todo. - Le besa la frente antes de apartarse apenas lo suficiente para mirarla a esos intensos ojos azules que adornan su bonito rostro. - En primer lugar, no es sólo el dinero lo que quieren. También los viñedos. Y cuando me ofrecí a pagar su valor en oro, Conrad dijo que la única manera en que aceptaría esa oferta es que le pagara no solo el valor de los viñedos, sino también el equivalente a la producción de diez años. Y es algo que no puedo permitirme. -

Al notar la determinación en su rostro, la ataja antes de que pueda siquiera abrir la boca para decir lo que él sabía que diría. - Ni lo pienses Annabeth. Totalmente no. Es demasiado dinero y, al final, tendría que invertir todo lo producido por los viñedos para poder pagarte el préstamo, quedando en las mismas. La gente trabaja muy duro en esas tierras para obtener el pago por su esfuerzo y poder mantener a sus familias. El ducado depende de ello. Especialmente Florencia, y no permitiré que le quiten a mi gente lo que les pertenece. - Al ver en su rostro nuevamente determinación y la intención de decir algo, la ataja de nueva cuenta, con algo que si bien no era totalmente cierto, tampoco era del todo una mentira. - Ann, créeme que yo soy la persona a la que menos le gusta cómo se están dando las cosas, pero no voy a rendirme sin dar pelea. Además, la gente comienza a preocuparse de que no haya un heredero. Si algo llegase a pasarme, sabe Dios a quién le correspondería sucederme, y la fortuna que tendrían con el nuevo Duque. Ya va siendo hora de que siente cabeza y tal vez esta es una señal. Puede que Stella Milani sea una buena mujer, al menos para dar hijos tendrá que ser buena, ¿No? - Dice lo último en tono de broma, en un intento vano por aligerar un poco el ambiente.

Sabía que al decirle que iba a casarse y que no era por un compromiso que él mismo adquiriese, ella reaccionaría de esa manera, por ello había dudado tanto sobre cómo y cuándo decírselo, porque en ese momento él se sentía igual de alterado y lo que necesitaba de ella es que fuese la cuerda entre los dos, pero las cosas nunca habían sido de esa manera entre ellos. Siempre, el que no estaba involucrado en el problema terminaba más enojado y el que sí calmándolo. Ambos se habían sentido más afectados por lo que le hicieran al otro que por lo que le hicieran a sí mismo, y esa era una de las cosas que le encantaban de su amistad con Annabeth. La dejó ver, por primera vez, la angustia en su mirada. - Por favor, no intentes resolver mis problemas. No este en particular. Por una vez, miénteme y dime que todo va a salir bien. -

Lucciano Russo


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Mensaje por Annabeth De Louise Vie Jul 06, 2018 12:23 pm




Vida, nada me debes. Vida, estamos en paz.

Porque mis decisiones son eso, mías.





Ni siquiera tu "Annie" es capaz de hacer que cambie de opinión. Estoy más que molesta con aquél que fuera tu hermano que hace daño aún muerto. Volteo a mirar tu rostro con el mío demostrando mi furia. Mi propia herida por todo ésto que parece salido de una de mis peores pesadillas. ¡Te casas! Fuera por amor, estoy de acuerdo. ¿Por obligación? ¿Por algo que Donato te heredó aparte de las deudas interminables? ¡Jamás! - Define "mal hombre", Lucciano. Porque muchos de los adjetivos que utilizo para denotar a uno, los tenía tu hermanito, ese sujeto que - aprieto los labios porque de lo contrario, volveré a blasfemar. Pides que me calme, tarea harto difícil cuando estoy desesperada por encontrar una solución para que escapes de esta prisión que te va a enloquecer. Eres un ser demasiado noble. Como te encuentres a una arribista que sólo piense en ir a fiestas, estarás sufriendo lo indecible. Y qué decir que no cumples con lo que la mayor parte de la clase alta considera indispensable, es decir, los aspectos físicos que deben reinar. Tu piel bronceada y tu musculatura harán un martirio en las reuniones protocolares. Deberías dejar tus tierras para amoldarte al modelo que la sociedad impone para personas de la nobleza. Algo que por supuesto, no harás.

Quisiera que el tiempo se regresara para comprometerte conmigo. Que Bernard no existiera para amarte como deberías, más mis sentimientos cada vez son más grandes por ese licántropo que ahora me sulfura como pocos. Deberé poner mi situación en orden, pensar en ti como un futuro esposo poco ayuda a resolver este problema. Te acercas para rodear mi cuerpo con tus firmes brazos. Eres más alto aunque traiga tacones. Sofoco un gemido de dolor contra tu cuello, ahí donde la manzana de Adán se mueve por tus palabras. Mis brazos te rodean a su vez por la cintura, entrelazando las manos atrás de tu cuerpo. - Harías lo mismo por mí - confirmo tus pensamientos al tiempo que mi colmillito atrapa mi labio inferior en tanto mi cabeza arde buscando la salida a todo este atolladero. Te separas un poco atrapando mis azules con tus verdes, tus palabras van provocando que mis ojos se abran hasta lo imposible. - ¿Qué clase de sujetos son? ¿A qué familia vas a meterte, Lucciano? - piden demasiado.

Es por ello que mi riqueza palidece con lo que tus viñedos pueden producir durante todo ese tiempo, necesitaría más ayuda. Buscar préstamos entre los sobrenaturales que conozco y que han amasado fortunas indecibles e imperdonables en el transcurso del tiempo dándoles algo de igual valor. Para ello, tengo varias cosas en las bodegas de Phoenix, ¿Sería suficiente para pagar esos préstamos? Voy a abrir la boca más me callas de nuevo con esa determinación que reconozco como la propia terquedad que muchos intentamos desaparecer de tu carácter sin que nadie lograra un ápice. Inflo los mofletes de pura rabia y frustración apretando los puños a tu espalda queriendo soltarme de tu agarre sin hacer un solo movimiento. Sólo es el anhelo, puesto que no hay intención de ello. Voy a dar una nueva idea cuando vuelves a golpear mis mejillas con tus frases.

Esta vez fuiste demasiado lejos. Hijos. Algo que no podría darte porque ya lo acontecido entre nosotros está en el pasado. Bajo la mirada derrotada. Golpeada, malherida de muerte. Me pides que no me entrometa en tus asuntos. Eres un hombre maduro, se supone. ¿Acaso eres ciego? Si te unes a esa familia, sé que tarde que temprano terminarás herido. Y entonces ¿Qué voy a hacer? Ruegas porque te mienta, quisiera hacerlo, sólo puedo sonreír con amargura - todo va a salir bien, Lucciano - digo con convicción porque lo que omito es que será para los Milani. No para ti. Me alejo de tu roce, abrazo mi cintura al tiempo que mis pasos me llevan lejos de ti, hacia el ventanal para mirar al horizonte con pesar. Con esa derrota en una batalla en la que sólo pude empezar cuando me destrozaron por todos lados - si lo que quieres es un heredero, lo tendrás. Seguro que ella sabrá que para encadenar tu alma, será necesario un pequeño para que te deshagas de amor - porque es así.

Eres demasiado paternal, te vas a morir de amor cuando lo tengas en tus brazos, cuando escuches su llanto, en el instante mismo que veas sus ojos, lo darás todo por él. - El que por su gusto es buey, hasta la yunta lame - recito un refrán que significa lo que ahora estás haciendo - si quieres sacrificarte sabiendo que vas a hacer eso, torturarte, sea pues. Sufre entonces. Ignora todas las oportunidades y salidas que puedes tener. ¿Quieres ir a verla? Así que está acá, en París. Seguro que gastando el dinero que para ella, será una inversión en el ajuar de novia ¿No? - las conozco, sé de qué pie cojean ese tipo de mujeres - ve a con ella, no esperes que tenga una cabeza coherente. Espera una muy hueca. La mayor parte de las niñas de clase alta que conocí en Italia y algunas de París, son así. Indefensas parecieran, con garras muy largas y afiladas, voz chillona cuando les niegan un capricho, de esas no debieras desconfiar. Cumple sus anhelos y tendrás una buena esposa. Sólo ten cuidado de las que tienen algo de cerebro, con las que saben distinguir el blanco del negro, que entienden los entresijos de la sociedad, Lucciano. Porque vas a sufrir con ella. Como entienda un poco de lo que su familia está haciendo, estarás poniendo en riesgo tu vida, tu autoestima, tu orgullo, tu esencia a cambio de un hijo que sufrirá lo que tú con tu madre - advierto volteando a mirarte.

Soy dura, soy muy dura. Sólo así podrás entender en qué te estás metiendo - recuerda que siempre puedo conseguir todo lo que quieras y que a cambio de muchos, no te exigiría el pago - porque es así. Si bien mi fortuna se vería tambaleada, podría sobrevivir con poco. Los sobrenaturales que me protegen me darán qué comer, cómo sostener Phoenix como entiendan por qué entregué mi fortuna a aquél que amé cuando era joven. Romántica me dicen algunos, sí, lo soy. Y más por ti.

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The calm before the storm | Annabeth De Louise Empty Re: The calm before the storm | Annabeth De Louise

Mensaje por Thomas Cameron Randolph Dom Jul 22, 2018 3:48 pm







¿Qué clase de sujetos son? La pregunta le hace pensar de pronto no sólo en Conrad Giovanni, sino en la pareja Milani. Si bien el primero le había parecido un completo arribista, los últimos debía admitir que sólo habían parecido preocupados por el futuro y bienestar de su hija. Más que nada por eso había decidido hacer el viaje hasta París a conocer a la susodicha prometida. Si la joven era la mitad de hermosa de lo que debió ser su madre a su edad, y la mitad de lista que su padre, podría considerar aquel matrimonio como algo positivo tanto para él como para el Ducado; sin embargo, sabía que nada de lo que dijera en este punto podría calmar las preocupaciones de su querida amiga. Aunque hizo lo que él pidió, sus palabras sonaron tan vacías y carentes de emoción, que supo sin temor a equivocarse que ella era incapaz de si quiera intentar apoyarlo. Simplemente llevaba a cabo su juicio y, con los ojos inyectados en sangre, atacaba a diestra y siniestra sin preocuparse de a quién hería en el camino, como una bestia herida.

Sus palabras lo preocupaban, no podía negarlo, pero también sacaban a flote ese orgullo del que tanto se reprochaba, el orgullo característico de los Russo y que explotaría en un arranque de cruda honestidad que era pocas veces apreciado por las féminas, incluso detestado por ella. – No hables de una mujer que no conoces como si fuera muy distinta de ti. Al fin y al cabo, tú también eres una niña de clase alta, Annabeth, y la más peligrosa de todas. Si bien eres muy inteligente, sólo ves blancos y negros, pero hay muchos tonos de grises que no estás tomando en cuenta. – Dijo con voz firme pero calma, en un tono demasiado serio y demasiado grave. Estaba molesto, y quizá un poco decepcionado. No le pedía que dejara de preocuparse, sabía de sobra que era imposible, sólo que le ofreciera un poco del apoyo incondicional que se dieran de jóvenes. Incluso cuando creían que el otro estaba cometiendo un error. Pero eso para ella siempre había sido más difícil, él simplemente callaba y luego entristecía cuando tenía que consolarla. Ella, por su parte, reaccionaba como ahora y luego se complacía al decir “te lo dije”.

Tomó un respiro y comenzó a pasearse ahora él por la habitación. – Puede que tengas razón, tal vez la mujer sea una arpía y, tras nuestra primera reunión, todo lo que quiera sea alejarme de ella tanto como sea posible. Pero… ¿Y si no es así? Lo único que podemos saber a ciencia cierta ahora de ella, es que le atrae el dinero y el título, pero vamos… De todas las posibles candidatas, ¿Cuántas podemos decir que querrían casarse conmigo sólo por ser yo? Mírame, Annabeth. No soy precisamente lo que las niñas como tú buscan a primera vista. – Soltó ahora su propia retahíla de verdades sin detener su andar. Todo lo que quería de momento era saber a qué se enfrentaba. Luego, dependiendo de lo que encontrara, buscaría la manera de zafarse o bien continuaría con aquello.

Se detuvo de pronto y miró hacia la puerta que, si bien se encontraba medio abierta, podría causar suspicacia en el resto de los habitantes de la casona el que ambos estuvieran a solar allí dentro. – Será mejor que salgamos, el té ya debe haberse enfriado, y estoy cansado Ann. Durante el viaje no he hecho otra cosa más que pensar en esto y, repito, tal vez tengas razón, pero no renunciaré sin antes evaluar todas mis cartas. Si la chica es tan detestable que no pueda soportarla, prometo que aceptaré tu ayuda y buscaré la manera de salir de esto de la mejor manera posible, buscando que nadie salga perdiendo, y mucho menos tú Annie. No te dejaré en bancarrota sólo por capricho. – Intentó poner un punto y aparte al tema, sabía que tendrían que retomarlo tarde o temprano, pero de momento sólo quería disfrutar de su compañía y relajarse un poco con el delicioso té de Madame Violet.

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Mensaje por Annabeth De Louise Dom Jul 22, 2018 8:29 pm




Tú tan reservado
y yo pidiendo tanto de ti, tanto de mí.





Resoplo cuando me pones en mi lugar, uno que dista del que quisiera tener. Aprieto los labios para no rezongar todo lo que pienso al respecto. De echarte en cara que si digo todo lo anterior es porque me preocupas. Eres tú el que terminará perdiendo más que los viñedos con tal de mantener una promesa y los trabajos de aquéllos que te importan. ¿Acaso estás ciego cuando me dices que no puedo ver en grises? Y en cierta forma, te concedo la razón. Muerdo mi lengua con fuerza para evitar que se descarrile aún más haciendo que todo lo que logramos durante estos años termine siendo una bomba que explote y después de ese acontecimiento, no quieras seguir aquí. Tengo que ser una buena anfitriona. Una buena amiga. Debo hacer a un lado todo lo que me aterra para apoyar tu misión. Desvío la mirada para que te sea imposible notar cuánto me duele lo que me dices. Todos esos enunciados que rompen mi corazón en cientos de pedazos que será inútil recomponer porque son fragmentos tan pequeños que faltará uno.

O muchos.

Escucho lo que tienes por decir, me sonrío con amargura cuando dices que soy una chica de clase alta. ¿Acaso eso nos detuvo para jugar a la guerra en los viñedos? Qué decir cuando tu madre nos veía cubiertos de zumo y barro escandalizada y preguntaba el ¿Quién empezó? Lo único que podía hacer era agachar la cabeza porque si te señalaba, te reprenderían. Para eso no era una niña de clase alta. ¿Verdad? Soy bastante voluntariosa y creo en mis determinaciones. Las sigo al pie de la letra a pesar de que muchos me tachen de inocente como tú mismo lo hiciste tantas veces cuando se trató el tema de Valentine. Ahí tampoco fui una dama de clase alta. Resoplo por segunda ocasión cuando expresas tu propia timidez por tu apariencia. Cierto, no tienes lo que la aristocracia querría para un par. ¿Y qué? Cruzo mis brazos frente a mi pecho en franca posición defensiva y de que por supuesto, no me gusta lo que me dices cuando ni siquiera tienes un poco de entendimiento de lo que siento y pienso. Al menos, no de esa verdad.

Voy a replicar cuando me recuerdas del té, sobre todo, que estás cansado. Bajo la cabeza derrotada para aceptar que ésto termina ahora. Esta discusión que no nos está llevando a buen puerto. - De acuerdo, vayamos a por el té - concedo para encaminar mis pasos a la puerta. Antes de atravesarla volteo a mirarte - ¿Sabes? Si alguien te conociera una décima parte de lo que yo, cualquiera querría tenerte como marido. Cualquiera. Sin importar tu apariencia, tu piel o tu constitución física. Porque lo único que pensarían es en tu sonrisa, en tu forma de caminar, ansiando tenerte a su lado dejándote llevar - susurro y es demasiado cuando me doy cuenta de que he mostrado mi alma más de lo que deseaba. Así que hago lo que mejor sé: huyo. Salgo de ahí bajando las escaleras con ese paso ágil que me caracteriza hasta llegar al salón del té donde madame Violet está lista con el té caliente, los panecillos y, por supuesto, la tarta de queso con uvas que tanto te mata. Ruedo los ojos dentro de mis cuencas haciendo notar lo obvia que es mi nana al buscar complacerte. Ella sólo sonríe.

Se preocupa por dejar todo perfecto sirviendo el té. El tuyo, por supuesto, porque sé que el mío tendré que servirlo. Cuestiones de atender al recién llegado y que la casa se preocupe por sus necesidades. Como siempre, tres cucharadas de azúcar, sin crema. El mío va con dos y un toque de crema porque no es té sin ese líquido lechoso. Cuando termina, te sonríe besando tu coronilla - buen provecho, disfruten. La cena está a punto, ya les aviso a menos que quiera tomarla en sus habitaciones, Lucciano - la madre que es, sale a flote. Está preocupada porque descanses. Igual lo estoy yo, ambas ansiosas de que pases una buena estancia en la mansión. La cucharilla remueve el contenido para homogeneizar la mezcla antes de ser colocada a un lado del plato y entonces, disfrutar de mi té dando un pequeño trago - ¿Y bien? ¿Me dirás cómo va todo en Florencia? Sigo pensando que quizá si voy allá, nadie se sorprenda de verme. Puede que ni siquiera estén buscándome - desearía volver a mi terruño. A mis viejos paisajes - extraño mi casa. Siento que sigo de vacaciones y espero volver algún día al menos a despedirme de sus paredes - lo que puede notarse es que me olvidé de que la mansión fue destruida.

La consumieron en llamas una vez que mataron a mis padres. Hay aspectos de esa época que olvidé por completo. Que mi hogar ya no exista, es uno de tantos. ¡Cómo se nota que sigo aferrando las memorias y cuándo me duele el perder todo de golpe! Sin la oportunidad de ver todo tal cual quedó, en mis recuerdos sigue estando mi hogar presente. Tal cual era y por cuyos pasillos nos divertíamos como los niños que éramos. - ¿Cómo sigue tu madre? ¿Igual de exagerada con la etiqueta? Seguro que te calienta la oreja con sus reclamos porque salgas a trabajar diciendo que para eso están los empleados y sirvientes. Espero que algún día entienda que tu lugar no es detrás de un escritorio, si no a la vera de tus allegados, con la satisfacción de ver crecer lo que sembraste y cosechar con la ilusión de los vinos que puedes crear - te conozco tan bien que sé por qué haces lo que haces. Te amo, Lucciano. Algún día tendré que decírtelo, mientras tanto, mejor callo mi boca con otro trago de té porque es más seguro que estar abriendo la caja de Pandora. Por más que la esperanza sea la última que permanezca en su interior.

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Mensaje por Thomas Cameron Randolph Lun Jul 23, 2018 3:55 pm







Al ver a Annie salir prácticamente corriendo de la habitación, Lucciano se detiene pensando en las palabras recién pronunciadas por la joven antes de seguirla. ¿Cómo debía tomarse esas palabras? Decidió no darle demasiadas vueltas, al fin y al cabo, no había ni la más remota posibilidad de que pudieran significar lo que él pudiera interpretar de ellas. De cualquier manera, no pudo evitar pensar:

“Pero, ¿Quién me conoce como tú, Annie? ¿Quién podría siquiera llegar a conocerme esa décima parte? La primera vez que nos vimos éramos niños, ni siquiera puedo recordar mi vida antes de ti. Fuiste mi verdadero primer amor, pero el temor a ser rechazado por ti y perder todo lo que teníamos entonces me detuvo de decir una palabra respecto a mis sentimientos. Sufría el dolor del desamor cuando Rose llegó a mi vida y me brindó cierto consuelo, creo que por eso reflejé en ella todo lo que sentía por ti, y cuando ella finalmente me rompió el corazón, sentí como si hubieras sido tú, ¿Por qué crees que me fui? No habría podido seguir a tu lado sabiendo lo mucho que aún te amaba y el inevitable final que tendría si llegase a confesarme. Es por ello que siquiera pensar en la posibilidad de que en algún momento pudieses sentir algo remotamente similar por mí se me hace imposible. No puedo arrepentirme de lo que ha sido mi vida hasta ahora, no sería el hombre que soy de no haberme marchado de Florencia en el momento en que lo hice, pero no podría evitar pensar en el ¿Qué hubiera sido si…? Y sabes lo mucho que detesto a la gente que vive llena de remordimientos. Te amé profundamente, Annie. Y saberte ajena a mi retorno no me hizo amarte menos; por el contrario, me hizo desear todo aquello que compartías con otro hombre y que era inalcanzable para mí. Sin embargo, el tiempo que hemos pasado separados ha hecho lo suyo y me ha permitido verte como lo que siempre fuiste: una pequeña hermana, manteniendo en lo más recóndito de mi corazón el recuerdo de ese secreto sentimiento.”

Bajó al salón del té, siguiendo los veloces pasos de la fémina, consiguiéndola en compañía de su nana. Los distintos y conocidos aromas llenaron sus fosas nasales. El té, los panecillos y, por supuesto, la tarta de queso con uvas de Madame Violet. – Huele delicioso. – Admitió, y se acercó a darle un beso en la arrugada mejilla a la anciana mujer en agradecimiento. – Hace 6 años que no como de esa deliciosa torta, Annie será afortunada si la dejo probarla. – Le dijo a la mujer, como si su amiga no estuviera allí, solo por el placer de molestarla, especialmente después de esa reciente discusión, aligeraría el ambiente. O al menos eso esperaba. Una vez la mujer se marcha dejándolo a solas nuevamente con su amiga, toma su taza de té, descubriendo que estaba como le gustaba. Violet ciertamente tenía muy buena memoria para los detalles.

Los comentarios de Annabeth respecto al que fuese su hogar en Florencia lograron confundirlo en principio, pero al recordar que ella nunca pudo ver el estado en que quedó la mansión donde creció, comprendía que, quizá, la destrucción de tan majestuoso lugar fuese una realidad dura de llevar, por lo que su cerebro había decidido omitir tal información. Y él prefirió no sacarla de su error. Incluso para él resultaba doloroso pasar por las cercanías y encontrar nada más que ruinas del lugar en que tenía tantos y tan buenos recuerdos de su infancia. Prefirió entonces ignorar aquel hecho y comenzar a hablar de Florencia, tal como le preguntase en principio. – Te sorprenderías mucho, si fueras. Gracias a las guerras napoleónicas, han llegado muchos inmigrantes. Se han construido cantidad de nuevas casas, nuevos viñedos, hoteles. Ha crecido muchísimo en estos últimos años, y hemos tenido muchísimo trabajo. Así como ha llegado gente muy pobre, también ha llegado gente muy pudiente, que ha invertido y generado aún más trabajos. Es maravilloso, Annie. – Hablaba apasionadamente de su tierra y su gente, incluso de aquellos que no era propiamente de la toscana, pero habían contribuido activamente de alguna u otra manera a su desarrollo.

– Camelia está bien, dentro de lo que cabe. – Dijo, comenzando a pensar en la regia mujer que su madre había sido toda su vida, y en lo decaída y ausente que se mostrase desde la muerte de su hermano. Tanto así que apenas había reaccionado cuando le informó que saldría de viaje a Milán y que, probablemente, se casaría muy pronto. El único comentario que saliese de su boca fue muy propio de ella, por lo que se había quedado un poco más tranquilo. – No vayas a dejar a la familia en vergüenza, Alonzo. Que sea una mujer apropiada, no una de tus… Campesinas. – Usando, como siempre que quería reprocharle algo, su segundo nombre, y suavizando el comentario con una palabra ni remotamente parecida a la que realmente quería utilizar, pero se contuvo de mencionar que la mujer en cuestión no era otra que la prometida de Donato. En parte porque no quería verla nuevamente en llanto, y por otra porque aún no estaba seguro de desposarla.

– Sigue de luto, claro está. – Complementó el comentario. No queriendo seguir escarbando en su escabrosa vida familiar y personal, decidió cambiar de tema y ponerla a ella como foco principal de la conversación. – ¿Tú Annie? ¿Qué me cuentas de ti? ¿Ya tienes algún nuevo novio? – Preguntó, aunque en realidad esa información, en cierta medida, ya la tuviera. Todos esos años, secretamente, se había mantenido en contacto por carta también con Madame Violet, quien le comentaba detalles de la vida de la chica que ella misma no se atrevía a confesarle, y esa reciente relación era uno de esos detalles. Aunque realmente no sabía mucho, simplemente que había comenzado a verse con alguien y eso era todo. Ahora lo que quería saber era, ¿Qué tanto se atrevería a decirle ahora que le preguntaba directamente?

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Mensaje por Annabeth De Louise Mar Jul 24, 2018 11:53 am




Mamá dijo que todos mis errores
servirán de lección.





La nana es una coqueta, tengo que reconocer porque en cuanto Luc le da un beso en la mejilla, se le suben los colores. ¡Atorranta! Ahora que recuerdo, eso de que se sonroje le da cada vez que mi amigo le hace un cariñito empezó de cuando él tenía signos de poseer un cuerpo de hombre. ¿Quién no lo haría? Todavía me aseguro de verme en el espejo cuando le saludo esperando que mi epidermis siga tan ecuánime para que él siga pensando que tiene en mí, a una amiga. A un lado quedarán mis sentimientos cuando es más importante que él se sienta a gusto y que relaje su mente. Así que cuando estamos ya sentados y bebiendo té, compruebo que su cuerpo empieza a mostrar los síntomas de su comodidad. Cómo se nota más dispuesto a charlar, sus ojos brillan cuando habla de la Toscana, su propio ducado. Cierto, ahora es duque.

Tomo una cucharada de su pastel para degustar masticando poco a poco en tanto veo cómo te entusiasma que tu región esté creciendo. Eso me complace porque sé que trabajaste demasiado para lograr esos éxitos - pues muchas felicidades, Luc, me agrada que estés cosechando triunfos cuando antes sólo sembrabas corajes - me refiero a lo que contaste de tu madre y de tu hermano. Ese par de bribones que disfrutaban a tus costillas. Todo lo que tocas se vuelve oro, a diferencia de Donato que lo hacía plomo. ¿Alguna vez notaste que lo mejor que te pasó fue que falleciera? Muchos problemas los generaba él. Incluso ahora, con lo que me dices del compromiso, aparece el susodicho muerto que espero, pronto deje de darte tantas sorpresas o terminarás con una falla cardíaca.

Al final, la que tiene el síncope soy yo cuando preguntas sobre un nuevo novio. Abro los ojos desmedidos, puedo sentirlo por cómo se forma una presión bajo mis cejas, mi mente es incapaz de negar lo que debería, por lo que me rindo en automático sonrojando las mejillas por la timidez al tiempo que mi cara muestra una expresión de total culpa. Mi colmillo atrapa el labio inferior intentando organizar las ideas - y sí. Por primera vez es alguien a quien elegí, que no me fue impuesto. Más es un tonto - exclamo al recordar todo lo que vivimos - no te haré el cuento tan largo. Te diré que se me juntó mi ex, Valentine con él. Y resultó que Valentine me engatusó para atrapar a un licántropo, le ayudé haciendo las pesquisas y justo cuando estaba por matarlo la luna dio paso al sol y el hombre bajo el pelaje resultó ser ese novio mío. Se llama Bernard. Valentine quiso matarlo y terminamos muy peleados. Peleados en serio, le desterré de Phoenix cuando vi que él sabía que el lobo era Bernard y con toda la maldad de la que es capaz, quiso desaparecer la competencia - me pongo en pie porque este tema me puede.

En parte por el idiota de Bernard que me ocultó su naturaleza, en parte por la mala actuación de Valentine - al final, tenías razón. Mi ex es un mal hombre. Y como estoy peleada con Bernard por ocultarme su licantropía, hace más de una semana que no nos vemos - me encojo de hombros. De todas las mujeres en el mundo, soy justo la que más comprendería la situación de mi novio. Más su propia timidez o qué sé yo, hizo que todo se desbalanceara. En estos momentos no sé si reír o llorar porque una cosa es estar en esta situación y otra contártela. Otra vez me veo como la indefensa Annabeth que confía en los que no debe. Resoplo con fuerza antes de que mis cabellos viajen de siniestra a diestra por cómo sacudo la cabeza alejando los pensamientos - Bernard es mucho mejor hombre, sólo que su nula aceptación a ser un licántropo se volvió en su contra. Me lo ocultó y si bien estoy dispuesta a perdonarlo, ha de trabajar bastante para que le otorgue el perdón - porque en eso sí no he cambiado ni un ápice.

Si un hombre me corteja, ha de ganarse mi atención y ahora mismo Bernard está en una posición delicada. Un paso en falso será justo lo que provoque mi ira, como me enoje más de lo que estoy, le será más difícil contentarme. Y a pesar de todo, sé que sólo bastará una mirada a esos ojos azules que ahora reconozco ese matiz verdáceo producto de la licántropía, para que me lo piense y deseé estar entre sus brazos. Estoy más que enamorada del hombre que me conquistara con sus modales y esas tertulias donde la literatura fue el marco perfecto para unirnos.

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Mensaje por Thomas Cameron Randolph Jue Ago 02, 2018 12:37 am







Mejillas sonrosadas, ojos brillantes, timidez inmediata. Esas son las reacciones que Lucciano puede ver en Annabeth al momento en que pronuncia su pregunta. Y aunque siente una pequeña puntada de celos en el pecho, es reemplazada rápidamente por la inmensa felicidad que le embarga al reconocer en su expresión algo que en la ocasión anterior no viera: enamoramiento y aprecio verdadero. “Lo que habría dado hace 10 años por ver esas reacciones siendo provocadas por mí.” Se regañó mentalmente por el pensamiento. Saberla enamorada de otro hombre era algo difícil de digerir, especialmente ante la duda de si él llegaría algún día a enamorarse así de alguien, lo que con su recién adquirido compromiso sería algo casi imposible. Sonrió ante la sencilla idea de que solo con que ella fuera feliz, él también lo sería sin importar quién estuviese a su lado.

Escuchó la explicación de cómo descubrió que ni su ex ni el nuevo novio eran lo que ella había pensado. – Yo siempre tengo la razón, Annie. El problema es que nunca me haces caso. – La molestó un poco al verla de pie en la habitación, notablemente afectada por el descubrimiento y la situación en general. No era su costumbre decir "te lo dije", pero dado que esa relación había terminado ya un tiempo atrás y ella ya parecía haberlo superado, se permitió a sí mismo decirlo. Así mismo, a punto estuvo de decirle que no merecía la pena estar con alguien que le mentía y ocultaba información tan relevante de sí, pero no quería mostrarse tan abiertamente en contra de un hombre al que aún no conocía y que provocaba que, de solo pensar en él, la chica instantáneamente se viera incluso más hermosa de lo que era. Calló entonces. Le gustase el lobo o no, cuando lo conociera, simplemente daría su opinión y la apoyaría, como siempre había hecho.

– Nunca voy a ponerme del lado de un novio tuyo, pasado, presente o futuro, incluso aunque él tenga la razón. Pero, siendo objetivo, no eres una mujer fácil de tratar Annie, y una verdad como esa tampoco debe ser fácil de revelar. – Intenta ser imparcial, sólo porque estaba con ella, intentando ponerse en los zapatos del sujeto. Una vez que el susodicho Licántropo estuviera presente, con seguridad, se mostraría como el protector hermano mayor que piensa, y con razón, que ningún hombre es suficientemente bueno para su hermanita. “¿Por qué sino habría tenido tanto miedo a tu rechazo, pequeña?” Sí, sin duda ni siquiera él mismo cumplía sus altas expectativas del hombre que consideraría adecuado para la chica, así que entregarla a otro hombre sería una de las tareas más difíciles de llevar a cabo, porque claro, él y sólo él podría hacer tal cosa.

El llamado Madame Violet para cenar fue el "salvado por la campana" que había estado necesitando. Entre toda la angustia que ya traía encima semanas atrás con el asunto de Stella Milani, a su mente sumaban más preocupaciones ahora con la existencia de este Bernardo que, además, era Licántropo. Esperaba, de todo corazón, que éste fuera el indicado para su amiga. No conocía de trato a ningún ser sobre natural, al menos no siendo consciente de que lo fuera, pero tenía entendido que los llamados hombres lobos tendían a tener temperamentos agresivos y hasta violentos. Antes de que la chica llegase a entrar al comedor, la detuvo por la muñeca y la miró directamente a los ojos, demostrando la preocupación que sentía. –Recuerda que, sin importar cuánto tiempo pasemos sin vernos, sin importar títulos u obligaciones, sigo siendo el mismo Lucciano, el mismo que te apoya pero también sería capaz de defenderte de quién sea. No importa si es humano, licántropo o vampiro. ¿De acuerdo?– En cuanto ella asiente, le dedica una de sus sonrisas coquetas y le besa la mejilla antes de llevarla de la mano al comedor. Siendo apenas consciente del hambre que ha aguantado todo el día, solo aplacada por el té y la tarta de queso.

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The calm before the storm | Annabeth De Louise Empty Re: The calm before the storm | Annabeth De Louise

Mensaje por Annabeth De Louise Vie Ago 03, 2018 6:59 am




¿Qué depara el futuro?
Espero que algo bueno para Luc, lo suplico.





Detesto cuando tienes la razón, ese comentario sobre el escondido "te lo dije" provoca que haga un puchero inflando los mofletes y creando arrugas en mi tabique nasal porque alzo la piel de mi nariz apretando los dientes como si un gato estuviera bufando. ¿Gato? ¡Leona! El escudo de los Moncrieff son dos leones, así que no me sorprende que tenga algo del felino en la sangre. Me pregunto si mis hermanos tenían algo parecido en sus conductas, ahora es imposible saberlo porque ambos están muertos. Me conformo con pensar que algún día nos encontraremos en el otro lado del Velo donde podremos vernos y saber cómo era cada uno antes de fallecer.
- "Yo siempre tengo la razón" - remeo tu frase denotando cuánto me molesta que me lo restriegues en la cara antes de resoplar -más bien pareciera un bufido- cuando sé que tienes la razón. Es ese sexto sentido que tienes con cada uno de los hombres que me rondan que me parece imposible que algún día pueda contraer nupcias con uno que de verdad valga la pena para mí. Me resigno porque si sigo con este tema, vamos a terminar disgustados. Tú porque te molesta cada vez que defiendo al susodicho en cuestión y yo, porque me niego a que todos los que me pretenden sean tan bestias.

Tengo que reconocer que lo último es cierto. Cada vez más bestia me los elijo. Mira que fijarme en un licántropo. El más animal de todos los sobrenaturales porque poco puede hacer durante el tiempo que aprende el Don de Gaia. Iba todo bien hasta que exclamas la siguiente idea. Mi rostro se torna ofendido y mi mano se coloca sobre mi pecho por el ataque tan vil sobre que no soy fácil de tratar - soy mucho más fácil de tratar que tú y toda tu familia, Lucciano - te hago un mohín de desdén porque si no, estarás burlándose de nuevo de mí. Tengo que reconocerle de nuevo que tiene razón - quizá no sea tan fácil de confesar el hecho de ser un lycan, más tuvo sus oportunidades, es necio per natura - como yo. Espero que no lo digas en voz alta porque si no, arde Troya. La presencia de mi nana es suficiente para que ambos callemos y aceptemos tácitamente dejar el tema por la paz para ir a cenar. Seguro que estás famélico, agradezco que Madame Violet tenga los dedos de frente para darse cuenta porque sería capaz de no dejarte ir hasta que no terminemos de platicar lo que por años ocultamos.

Voy hacia el comedor cuando me detienes, tus ojos reflejan la preocupación que tus palabras no hablan. Mi sonrisa pequeña es la respuesta a todo - lo agradezco, Luc. Porque te extrañé demasiado. La voz de la conciencia en mi oído, mi apoyo, mi incitador personal. Sabes que eres eso y más, prometo que te apoyaré en todo lo que decidas, sólo por favor ten cuidado. Odiaría verte como la última vez. Te quiero demasiado y odiaría verte deprimido - rodeo tu cuerpo con mis brazos ocultando mis verdaderos sentimientos. Que te amo, te amé y te amaré. Que lo nuestro es un imposible porque cada uno ha tomado un camino diferente y aún a pesar de eso, sé que estaremos juntos. Seremos ya no tan inseparables, sólo que la distancia jamás eliminará nuestros impulsos de ayudar al otro como sea. Y así entonces, tomo tu mano para llevarte al comedor - vamos, que seguro tienes hambre. Ya veremos qué hacer con lo que nos falta de platicar y mañana estaremos mejor. Tienes que comer y luego de ello, irás a la cama a descansar que buena falta te hace - prometo no molestarte mientras te mantengas descansando. Además, tengo varias cosas por hacer, mientras más pronto las empiece, mejor.

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