AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Because you left | Privado
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Because you left | Privado
No entendía lo que estaba ocurriendo, pero había movimientos extraños en la casona que hacía días que, contra su voluntad, habitaba como una más de ese grupo de hombres, aunque no en iguales condiciones puesto que ella era rehén allí y no podía olvidarse de aquello. Hacía mucho que no sabía del líder y eso la tenía asustada, desde el principio había tratado con él y aunque era un gruñón de primera ella se sentía confiada porque todo lo que le había prometido había sido cumplido. Tampoco sabía de Fabrice, el muchacho tan amable que solía darle de comer le había dejado su lugar a uno más alto y delgado que ni siquiera le hablaba, se limitaba a tirarle panes sobre la cama y a dejarle agua cada cuatro horas.
Sí, algo sucedía allí y ella lo presentía. No tardó en constatar que no estaba equivocada, pues caía el atardecer –y ella se dedicaba a contemprarlo desde la ventana- cuando el mismo hombre que la había alimentado ingresó en su habitación. Sin explicarle demasiado le pidió que lo siguiera mientras de mal modo la envolvía en la capa que Gioacchina había traído el primer día.
El hombre caminaba rápido y la tenía sujeta del codo. Gioacchina corría detrás para equiparar sus pisadas. No dejaba de preguntar a dónde la llevaban y qué sucedía, pero el hombre no le respondió hasta que llegaron al coche –ese que le habían robado a su padre-, allí aguardaba otro hombre que se dirigió a ella en italiano, sorprendiéndola:
-Cara signorina, ha llegado el momento de abandonar este lugar. ¿No le pone eso feliz? –le dijo con una sonrisa, ayudándola a subir.
-¿Mi padre ha pagado? –le preguntó en su lengua madre-. ¿Me llevan a casa? ¿Es esto cierto? –miraba a ambos hombres, los dos le sonreían-. Gracias, muchas gracias –dijo y las lágrimas de ilusión cayeron por sus mejillas.
El viaje le pareció el mejor de su vida, pese a que el coche se movía demasiado y a que le había dado un horrible calambre en la pierna izquierda. Pero nada le importaba, volvía a ser libre… aunque tuviese que enfrentarse a su padre, volvía a estar a salvo.
Los caballos detuvieron su marcha y Gioacchina vio que el italiano pasaba junto a su ventana montando, como si hiciera de escolta. Quería preguntar qué sucedía, pero no quería hablarles… ya se solucionaría, lo que fuese que los detenía, ella solo tenía que acomodarse y esperar a que ellos resolviesen. El conductor bajó de un salto y Gioacchina lo vio montar tras el italiano, ¿acaso se iban?
-¿Qué sucede? ¡Oigan, no me dejen sola! ¿A dónde van? –preguntó asustada cuando vio la clara intención de marcharse. Estaba anocheciendo y los árboles del bosque parecían tener garras en lugar de ramas.
-Tu padre no va a pagar y nosotros no vamos a hacernos cargo de una chiquilla que solo nos supone gastos y problemas. Tienes comida allí adentro y agua, yo mismo te dejé. Fijate qué harás –dijo el italiano y sin más se alejaron.
Gioacchina tardó unos minutos en reaccionar y cuando lo hizo las manos le temblaron haciendo que le costase abrir la puertilla. Pero salió, y cuando lo hizo los dos hombres, sobre el caballo compartido, no eran más que un punto que se perdía en la creciente oscuridad.
-¡No me dejen! ¡Por favor! –se volvió hacia los dos caballos que le habían dejado ¿se suponía que debía guiarlos hacia algún sitio? También podría montar… pero ¿cómo desenganchaba a uno de los caballos del carruaje?
Estaba perdida, sola y asustada. Iba a morir allí porque ni siquiera sabía qué camino tomar. Los caballos se movieron como si esperaran que ella hiciese algo… se plantó delante de ellos y tiró de una de las cuerdas como para guiarlos a quedarse debajo de un árbol, pero no se movieron. Sí, iba a morir, pero no de hambre. Acabó subiendo otra vez y cerrando la puertilla, al menos ese tipo no le había mentido: tenía queso y pan en un saco.
Sí, algo sucedía allí y ella lo presentía. No tardó en constatar que no estaba equivocada, pues caía el atardecer –y ella se dedicaba a contemprarlo desde la ventana- cuando el mismo hombre que la había alimentado ingresó en su habitación. Sin explicarle demasiado le pidió que lo siguiera mientras de mal modo la envolvía en la capa que Gioacchina había traído el primer día.
El hombre caminaba rápido y la tenía sujeta del codo. Gioacchina corría detrás para equiparar sus pisadas. No dejaba de preguntar a dónde la llevaban y qué sucedía, pero el hombre no le respondió hasta que llegaron al coche –ese que le habían robado a su padre-, allí aguardaba otro hombre que se dirigió a ella en italiano, sorprendiéndola:
-Cara signorina, ha llegado el momento de abandonar este lugar. ¿No le pone eso feliz? –le dijo con una sonrisa, ayudándola a subir.
-¿Mi padre ha pagado? –le preguntó en su lengua madre-. ¿Me llevan a casa? ¿Es esto cierto? –miraba a ambos hombres, los dos le sonreían-. Gracias, muchas gracias –dijo y las lágrimas de ilusión cayeron por sus mejillas.
El viaje le pareció el mejor de su vida, pese a que el coche se movía demasiado y a que le había dado un horrible calambre en la pierna izquierda. Pero nada le importaba, volvía a ser libre… aunque tuviese que enfrentarse a su padre, volvía a estar a salvo.
Los caballos detuvieron su marcha y Gioacchina vio que el italiano pasaba junto a su ventana montando, como si hiciera de escolta. Quería preguntar qué sucedía, pero no quería hablarles… ya se solucionaría, lo que fuese que los detenía, ella solo tenía que acomodarse y esperar a que ellos resolviesen. El conductor bajó de un salto y Gioacchina lo vio montar tras el italiano, ¿acaso se iban?
-¿Qué sucede? ¡Oigan, no me dejen sola! ¿A dónde van? –preguntó asustada cuando vio la clara intención de marcharse. Estaba anocheciendo y los árboles del bosque parecían tener garras en lugar de ramas.
-Tu padre no va a pagar y nosotros no vamos a hacernos cargo de una chiquilla que solo nos supone gastos y problemas. Tienes comida allí adentro y agua, yo mismo te dejé. Fijate qué harás –dijo el italiano y sin más se alejaron.
Gioacchina tardó unos minutos en reaccionar y cuando lo hizo las manos le temblaron haciendo que le costase abrir la puertilla. Pero salió, y cuando lo hizo los dos hombres, sobre el caballo compartido, no eran más que un punto que se perdía en la creciente oscuridad.
-¡No me dejen! ¡Por favor! –se volvió hacia los dos caballos que le habían dejado ¿se suponía que debía guiarlos hacia algún sitio? También podría montar… pero ¿cómo desenganchaba a uno de los caballos del carruaje?
Estaba perdida, sola y asustada. Iba a morir allí porque ni siquiera sabía qué camino tomar. Los caballos se movieron como si esperaran que ella hiciese algo… se plantó delante de ellos y tiró de una de las cuerdas como para guiarlos a quedarse debajo de un árbol, pero no se movieron. Sí, iba a morir, pero no de hambre. Acabó subiendo otra vez y cerrando la puertilla, al menos ese tipo no le había mentido: tenía queso y pan en un saco.
Gioacchina Di Savoia- Humano Clase Alta
- Mensajes : 22
Fecha de inscripción : 27/10/2017
Re: Because you left | Privado
Cuando despertó, sintió el calor abrasador del sol sobre su piel. La luz traspasaba la piel de sus párpados resintiendo sus retinas. Sentía un punzante dolor de cabeza que no parecía disminuir y, en la medida en la que iba siendo consciente de su cuerpo, notaba las heridas que la noche le había dejado. Poco a poco, su memoria iba recordando imágenes de lo que había ocurrido en la última luna llena, una especialmente dura para Havryl.
Se había separado de su manada, algo que, si bien no era extraño, aquella vez le supuso un precio muy alto. Había estado siguiendo un olor que identificó como intruso nada más detectarlo, pero su presa se alejó demasiado y Havryl terminó saliendo del terreno que él controlaba. Una vez fuera se encontró con animales salvajes contra los que tuvo que pelear, otros lobos que no dudaron en atacarlo e incluso algún cazador que había tenido la osadía de salir la noche más peligrosa del mes. Tuvo que escapar en numerosas ocasiones sin poder pensar demasiado bien qué rumbo tomar, con lo que el amanecer lo alcanzó lejos de su guarida, lleno de heridas y sin fuerzas.
Rodó hasta quedar boca abajo sobre la hierba fresca. La repentina sombra y la ligera bajada de temperatura le hicieron saber que había terminado debajo de unos arbustos, pero ni siquiera ese frescor repentino ayudó a que los dolores disminuyeran ni un ápice. Cuando se sintió algo mejor, después de dormitar un poco más, se levantó con la intención de volver a la casa.
Cruzó el patio de gravilla cuando el sol comenzaba a ponerse. La casa estaba en una extraña calma que, para qué negarlo, lo alteró. Su instinto le decía que algo no iba bien, que había habido cambios, pero, ¿qué podía haber pasado durante el día que había pasado fuera? Lo más probable sería que no fuera el último en llegar; siempre había alguno que pasaba la noche fuera y regresaba con el siguiente amanecer. Tenían dos días de margen antes de que el resto de miembros de la manada comenzara a preocuparse, así lo habían estipulado cuando se dieron cuenta que eran demasiados como para mantenerse unidos toda la noche.
Entró en la casa y todos sus hombres salieron de donde se encontraban para recibirlo. Los saludos, en cambio, no terminaban de llegar, sino que los cambiaron por miradas de preocupación. Algunos, incluso, llevaron sus ojos al suelo, como si estuvieran temerosos de algo.
—¿Qué ocurre? —preguntó Havryl, porque estaba claro que algo había pasado, pero nadie habló—. He preguntado que qué ocurre. ¿Nadie va a contestar?
Marco lo miró, puesto que él había sido quien había estado al mando en ausencia de su líder.
—Havryl, creímos que no ibas a volver.
—¿Que no iba a volver? —Abrió los ojos, incrédulo—. Tenemos dos días de margen para hacerlo, y porque me retraso unas horas ¿creéis que no voy a volver?
—Llevas una semana fuera —contestó su fiel amigo—. Hemos salido todos los días a buscarte, hemos recorrido cada palmo del terreno, pero no aparecías por ninguna parte.
Marco seguía sin contarle lo que pasaba, eso Havryl lo sabía, pero no terminaba de comprender qué era. Se calló para poder apreciar el silencio de la casa. Contó a sus hombres y supo que estaban todos allí, frente a él, pero él sabía que faltaba alguien, porque el silencio reinante era sepulcral.
Se acercó a la escalera que daba a los pisos superiores y se asomó por el hueco; aunque no lo podía saber con certeza, ya sabía quién era la que faltaba allí.
—¿Dónde está Gioacchina?
Silencio.
—¿¡DÓNDE ESTÁ?!
—En el camino que lleva a la ciudad —contestó Marco—. Le hemos dado comida y agua y la hemos llevado en el coche —explicó—. Supone demasiados gastos, Havryl, y eres el único que la quiere aquí.
El hombre se acercó a su mano derecha con un claro gesto de decepción en el rostro. Lo miró a los ojos con tanta fuerza que Marco dio unos pocos pasos hacia atrás.
—Acabas de dejar sola, en mitad del bosque, a una mujer embarazada —dijo—. Si algo le pasa, a ella o a su bebé, cargarás con eso en tu conciencia el resto de tu vida, y créeme si digo que no te lo deseo.
Salió de la casa sin perder más tiempo y ensilló uno de los caballos con prisa. Galopó por el camino que Marco le había descrito; la noche se cernía y las alimañas estarían a punto de salir de sus guaridas. El olor de la mujer era muy intenso, por lo que las atraería como si fuera un tarro de dulce miel, y ella… Siendo una niña de buena familia no iba a saber cómo defenderse, eso había podido comprobarlo de primera mano. Las heridas de su cuerpo todavía le dolían, pero no hizo ni el más mínimo gesto de molestia.
Tras cabalgar un largo trecho, llegó al fin hasta el coche parado en mitad del camino. Debía haber imaginado que lo habrían abandonado una vez fuera del terreno que controlaban. Aunque le parecía aberrante lo que Marco había hecho, sabía que, al menos, lo había hecho bien. Bajó del caballo y abrió la puerta de golpe.
—Soy yo —anunció antes de asomarse al interior—, soy yo. Tranquila.
Miró al interior del coche y se subió, pero no llegó a sentarse, sino que se quedó, agachado, en el interior.
—¿Estás bien? Cuéntame qué ha pasado.
Se había separado de su manada, algo que, si bien no era extraño, aquella vez le supuso un precio muy alto. Había estado siguiendo un olor que identificó como intruso nada más detectarlo, pero su presa se alejó demasiado y Havryl terminó saliendo del terreno que él controlaba. Una vez fuera se encontró con animales salvajes contra los que tuvo que pelear, otros lobos que no dudaron en atacarlo e incluso algún cazador que había tenido la osadía de salir la noche más peligrosa del mes. Tuvo que escapar en numerosas ocasiones sin poder pensar demasiado bien qué rumbo tomar, con lo que el amanecer lo alcanzó lejos de su guarida, lleno de heridas y sin fuerzas.
Rodó hasta quedar boca abajo sobre la hierba fresca. La repentina sombra y la ligera bajada de temperatura le hicieron saber que había terminado debajo de unos arbustos, pero ni siquiera ese frescor repentino ayudó a que los dolores disminuyeran ni un ápice. Cuando se sintió algo mejor, después de dormitar un poco más, se levantó con la intención de volver a la casa.
Cruzó el patio de gravilla cuando el sol comenzaba a ponerse. La casa estaba en una extraña calma que, para qué negarlo, lo alteró. Su instinto le decía que algo no iba bien, que había habido cambios, pero, ¿qué podía haber pasado durante el día que había pasado fuera? Lo más probable sería que no fuera el último en llegar; siempre había alguno que pasaba la noche fuera y regresaba con el siguiente amanecer. Tenían dos días de margen antes de que el resto de miembros de la manada comenzara a preocuparse, así lo habían estipulado cuando se dieron cuenta que eran demasiados como para mantenerse unidos toda la noche.
Entró en la casa y todos sus hombres salieron de donde se encontraban para recibirlo. Los saludos, en cambio, no terminaban de llegar, sino que los cambiaron por miradas de preocupación. Algunos, incluso, llevaron sus ojos al suelo, como si estuvieran temerosos de algo.
—¿Qué ocurre? —preguntó Havryl, porque estaba claro que algo había pasado, pero nadie habló—. He preguntado que qué ocurre. ¿Nadie va a contestar?
Marco lo miró, puesto que él había sido quien había estado al mando en ausencia de su líder.
—Havryl, creímos que no ibas a volver.
—¿Que no iba a volver? —Abrió los ojos, incrédulo—. Tenemos dos días de margen para hacerlo, y porque me retraso unas horas ¿creéis que no voy a volver?
—Llevas una semana fuera —contestó su fiel amigo—. Hemos salido todos los días a buscarte, hemos recorrido cada palmo del terreno, pero no aparecías por ninguna parte.
Marco seguía sin contarle lo que pasaba, eso Havryl lo sabía, pero no terminaba de comprender qué era. Se calló para poder apreciar el silencio de la casa. Contó a sus hombres y supo que estaban todos allí, frente a él, pero él sabía que faltaba alguien, porque el silencio reinante era sepulcral.
Se acercó a la escalera que daba a los pisos superiores y se asomó por el hueco; aunque no lo podía saber con certeza, ya sabía quién era la que faltaba allí.
—¿Dónde está Gioacchina?
Silencio.
—¿¡DÓNDE ESTÁ?!
—En el camino que lleva a la ciudad —contestó Marco—. Le hemos dado comida y agua y la hemos llevado en el coche —explicó—. Supone demasiados gastos, Havryl, y eres el único que la quiere aquí.
El hombre se acercó a su mano derecha con un claro gesto de decepción en el rostro. Lo miró a los ojos con tanta fuerza que Marco dio unos pocos pasos hacia atrás.
—Acabas de dejar sola, en mitad del bosque, a una mujer embarazada —dijo—. Si algo le pasa, a ella o a su bebé, cargarás con eso en tu conciencia el resto de tu vida, y créeme si digo que no te lo deseo.
Salió de la casa sin perder más tiempo y ensilló uno de los caballos con prisa. Galopó por el camino que Marco le había descrito; la noche se cernía y las alimañas estarían a punto de salir de sus guaridas. El olor de la mujer era muy intenso, por lo que las atraería como si fuera un tarro de dulce miel, y ella… Siendo una niña de buena familia no iba a saber cómo defenderse, eso había podido comprobarlo de primera mano. Las heridas de su cuerpo todavía le dolían, pero no hizo ni el más mínimo gesto de molestia.
Tras cabalgar un largo trecho, llegó al fin hasta el coche parado en mitad del camino. Debía haber imaginado que lo habrían abandonado una vez fuera del terreno que controlaban. Aunque le parecía aberrante lo que Marco había hecho, sabía que, al menos, lo había hecho bien. Bajó del caballo y abrió la puerta de golpe.
—Soy yo —anunció antes de asomarse al interior—, soy yo. Tranquila.
Miró al interior del coche y se subió, pero no llegó a sentarse, sino que se quedó, agachado, en el interior.
—¿Estás bien? Cuéntame qué ha pasado.
Havryl Hamilton- Licántropo Clase Media
- Mensajes : 28
Fecha de inscripción : 03/11/2017
Re: Because you left | Privado
Antes de que la luz se fuese del todo, Gioacchina Di Savoia tenía que tomar una decisión y ninguna de las opciones que tenía le gustaba. Podía salir del carruaje y caminar buscando a alguien dispuesto a ayudarla, sabiendo que la noche la atraparía, o quedarse allí a esperar que la luz de la mañana le trajese alguna nueva idea. Una alternativa le parecía peor que la otra y finalmente la muchacha salió del carruaje pero decidida a buscar alguna rama gruesa con la que poder defenderse en caso de que algún animal decidiese molestarla en la larga noche que tendría por delante.
Le costó dar con la rama deseada y cuando la halló, junto a un árbol de peligrosas raíces –que por poco no la hicieron caer-, Gioacchina la tomó sin pensar en nada más. También se hizo con dos piedras pesadas que se dijo que podrían servirle si tenía que espantar a algún pájaro molesto. Cuando regresó se encerró en el carruaje y cerró los cortinados a ambos lados, tal vez le faltara el aire en la noche, pero no quería dar lugar a que nada ingresase.
Estaba muerta de miedo, la luna era delgada en el cielo y no alumbraba nada del bosque. Estaba sumida en una horrible oscuridad, sentada incómodamente en el carruaje y sobresaltándose cada vez que alguno de los caballos hacía un movimiento. Por ellos, por los dos caballos, rezó primero, luego por la vida de su hijo, por la de su padre y por la de quien quiera que fuera la persona que la ayudaría a salir de ese apuro. Dios tenía que enviarle a un ángel, no podía acabar todo allí… ella era pecadora, pero no su hijo.
Se había quedado dormida, no sabía cuánto tiempo había durado aquel descanso, pero el movimiento de los caballos –que provocaba que el carruaje se moviera a su vez hacia adelante y atrás- la despertó y alertó. El silencio del bosque solo era quebrado por el viento, que mecía las ramas de los árboles creando un sonido al que ella ya se había acostumbrado… pero le pareció oír algo más en la lejanía, un galope tal vez.
No se le cruzó por la cabeza la posibilidad de salir y pedir ayuda, por el contrario, lo primero que hizo fue tomar la rama gruesa con su mano derecha y una de las piedras con su izquierda mientras le imploraba a Dios que la protegiese, que enviase ángeles a cuidar del carruaje en el que se hallaba.
Cuando Havryl abrió la puertilla, Gioacchina lanzó un grito y a punto estuvo de partirle el palo en la cabeza hasta que reconoció su voz. La luz tenue de la luna alcanzaba solo para que ella supiera donde estaba él, pero a penas lo veía.
-Oh, Havryl –dijo y se largó a llorar, liberando al fin el miedo que había tendido anidado en el pecho-. Creí que moriría hoy –le dijo y lo buscó para abrazarlo.
A causa de la angustia el vientre se le puso duro como roca y ella se dio cuenta que tenía que dejar de llorar o a su bebé le haría mal.
-No sé por qué lo hicieron, no los he molestado en tu ausencia, obedecí todo, lo juro. Me dijeron que podría irme, creí que mi padre había pagado por mí… pero me dejaron aquí cuando comenzaba a oscurecer y se fueron. De seguro esperaban que muriera –hizo una pausa de golpe y se alejó de él, directa hacia la otra punta del carruaje-. ¿A eso has venido? ¿Vas a matarme?
Le costó dar con la rama deseada y cuando la halló, junto a un árbol de peligrosas raíces –que por poco no la hicieron caer-, Gioacchina la tomó sin pensar en nada más. También se hizo con dos piedras pesadas que se dijo que podrían servirle si tenía que espantar a algún pájaro molesto. Cuando regresó se encerró en el carruaje y cerró los cortinados a ambos lados, tal vez le faltara el aire en la noche, pero no quería dar lugar a que nada ingresase.
Estaba muerta de miedo, la luna era delgada en el cielo y no alumbraba nada del bosque. Estaba sumida en una horrible oscuridad, sentada incómodamente en el carruaje y sobresaltándose cada vez que alguno de los caballos hacía un movimiento. Por ellos, por los dos caballos, rezó primero, luego por la vida de su hijo, por la de su padre y por la de quien quiera que fuera la persona que la ayudaría a salir de ese apuro. Dios tenía que enviarle a un ángel, no podía acabar todo allí… ella era pecadora, pero no su hijo.
Se había quedado dormida, no sabía cuánto tiempo había durado aquel descanso, pero el movimiento de los caballos –que provocaba que el carruaje se moviera a su vez hacia adelante y atrás- la despertó y alertó. El silencio del bosque solo era quebrado por el viento, que mecía las ramas de los árboles creando un sonido al que ella ya se había acostumbrado… pero le pareció oír algo más en la lejanía, un galope tal vez.
No se le cruzó por la cabeza la posibilidad de salir y pedir ayuda, por el contrario, lo primero que hizo fue tomar la rama gruesa con su mano derecha y una de las piedras con su izquierda mientras le imploraba a Dios que la protegiese, que enviase ángeles a cuidar del carruaje en el que se hallaba.
Cuando Havryl abrió la puertilla, Gioacchina lanzó un grito y a punto estuvo de partirle el palo en la cabeza hasta que reconoció su voz. La luz tenue de la luna alcanzaba solo para que ella supiera donde estaba él, pero a penas lo veía.
-Oh, Havryl –dijo y se largó a llorar, liberando al fin el miedo que había tendido anidado en el pecho-. Creí que moriría hoy –le dijo y lo buscó para abrazarlo.
A causa de la angustia el vientre se le puso duro como roca y ella se dio cuenta que tenía que dejar de llorar o a su bebé le haría mal.
-No sé por qué lo hicieron, no los he molestado en tu ausencia, obedecí todo, lo juro. Me dijeron que podría irme, creí que mi padre había pagado por mí… pero me dejaron aquí cuando comenzaba a oscurecer y se fueron. De seguro esperaban que muriera –hizo una pausa de golpe y se alejó de él, directa hacia la otra punta del carruaje-. ¿A eso has venido? ¿Vas a matarme?
Gioacchina Di Savoia- Humano Clase Alta
- Mensajes : 22
Fecha de inscripción : 27/10/2017
Re: Because you left | Privado
Tuvo que esquivar la gruesa vara con la que Gioacchina le había amenazado cuando abrió la puerta. El grito que acompañó al movimiento le dejó claro a Havryl que la muchacha estaba asustada, aunque enseguida lo pudo comprobar de primera mano; el carruaje olía tanto a miedo que, si todavía no había ningún animal salvaje merodeando sería cuestión de tiempo que llegaran.
—¡Cuidado! —gritó, levantando un brazo para parar el golpe.
Él podía verla, pero estaba seguro de que ella a él no, así que cuando vio que se levantaba en su busca, el licántropo se adelantó y la sujetó. Estaba temblando y su instinto le pedía abrazarla y mecerla contra su cuerpo, pero no tuvo tiempo. Ella se apartó de repente y se alejó tanto como pudo. Havryl no entendía nada, pero no podía culparla; sus hombres la habían engañado y la habían dejado sola, a su suerte. ¿Qué le decía a ella que él no estaba ahí para hacerle algo malo? Aunque en la mente de él todo tenía una lógica aplastante, en la de ella, ofuscada por el miedo, no.
—Si hubiera querido matarte, no habría cabalgado hasta aquí cuando ya se estaba haciendo de noche. Te habría dejado sola a tu —explicó, sin reproche alguno en su voz—. Cuando he llegado no estabas, y en cuanto he averiguado a dónde te habían llevado he venido a buscarte. No debían haberte sacado de la casa; tenían órdenes explicítas para ello, y me aseguraré de que me den las explicaciones pertinentes.
Se adentró en el carruaje y se sentó en el mismo banco en el que Gioacchina se encontraba, pero sin acercarse demasiado. En ese momento era como un cachorrillo asustado. Había que dejar que tomara confianza, que fuera ella quien, poco a poco, se acercara a él.
—Dime, ¿estás bien? —volvió a preguntar—. Me han dicho que te han dejado comida. ¿Has probado algo?
El olfato le ayudó a ver enseguida el saco con el pan y el queso. Se estiró para alcanzarlo y sacó un pedazo de cada uno para preparar un pequeño tentempié para la joven.
—Come algo, te vendrá bien.
Calculó lo que quedaba y comprobó que, si volvían pronto a su guarida —como tenía previsto— había alimento suficiente para los dos. Sacó otro poco para él y se lo comió de un bocado. No había comido nada desde la luna llena, pero las heridas, la confusión y la desastrosa llegada a la casa le habían impedido llevarse nada a la boca. Mientras masticaba, corrió las cortinillas del ventanuco y se asomó al exterior. Vio unos ojos brillantes entre los arbustos, pero se cuidó de no decir nada con la intención de no asustar a la joven. Bastante tenía con lo suyo.
—¿Tu padre te llevó de acampada alguna vez? —preguntó, cerrando las cortinas de nuevo con tranquilidad—. Porque, si no es así, hoy será tu primera vez. ¿No estás emocionada?
Quiso sonreír para quitar hierro al asunto, pero lo más probable sería que ella no lo viera.
—Creo que lo más sabio será quedarse aquí dentro esta noche. Voy a salir un momento para soltar a los caballos de delante; si algún animal se acerca, tendrán mejor forma de defenderse. Ahora vengo, no tardaré.
Bajó del carruaje y soltó a los animales con una habilidad sorprendente. Después, los ató a la rama del árbol donde estaba sujeto su propio caballo y, tras asegurar la zona ligeramente, volvió a subir al coche. Una vez dentro, atrancó ambas portezuelas y volvió a sentarse, esta vez algo más cerca de la joven.
—Estaremos bien aquí dentro. No es sabio andar de noche por esta zona —explicó—. En cuanto salga el sol podremos movernos.
La miró y sintió una punzada muy fuerte de culpa por lo que le había pasado. No estaría allí de no ser por él y su estúpido plan, pero ya no había forma de echar el tiempo atrás. ¿Podría perdonarlo alguna vez? Havryl no estaba seguro de que así fuera.
—No estarías aquí de no ser por mí. Fue un plan estúpido —dijo—. Perdóname por todo esto, lo lamento de verdad.
—¡Cuidado! —gritó, levantando un brazo para parar el golpe.
Él podía verla, pero estaba seguro de que ella a él no, así que cuando vio que se levantaba en su busca, el licántropo se adelantó y la sujetó. Estaba temblando y su instinto le pedía abrazarla y mecerla contra su cuerpo, pero no tuvo tiempo. Ella se apartó de repente y se alejó tanto como pudo. Havryl no entendía nada, pero no podía culparla; sus hombres la habían engañado y la habían dejado sola, a su suerte. ¿Qué le decía a ella que él no estaba ahí para hacerle algo malo? Aunque en la mente de él todo tenía una lógica aplastante, en la de ella, ofuscada por el miedo, no.
—Si hubiera querido matarte, no habría cabalgado hasta aquí cuando ya se estaba haciendo de noche. Te habría dejado sola a tu —explicó, sin reproche alguno en su voz—. Cuando he llegado no estabas, y en cuanto he averiguado a dónde te habían llevado he venido a buscarte. No debían haberte sacado de la casa; tenían órdenes explicítas para ello, y me aseguraré de que me den las explicaciones pertinentes.
Se adentró en el carruaje y se sentó en el mismo banco en el que Gioacchina se encontraba, pero sin acercarse demasiado. En ese momento era como un cachorrillo asustado. Había que dejar que tomara confianza, que fuera ella quien, poco a poco, se acercara a él.
—Dime, ¿estás bien? —volvió a preguntar—. Me han dicho que te han dejado comida. ¿Has probado algo?
El olfato le ayudó a ver enseguida el saco con el pan y el queso. Se estiró para alcanzarlo y sacó un pedazo de cada uno para preparar un pequeño tentempié para la joven.
—Come algo, te vendrá bien.
Calculó lo que quedaba y comprobó que, si volvían pronto a su guarida —como tenía previsto— había alimento suficiente para los dos. Sacó otro poco para él y se lo comió de un bocado. No había comido nada desde la luna llena, pero las heridas, la confusión y la desastrosa llegada a la casa le habían impedido llevarse nada a la boca. Mientras masticaba, corrió las cortinillas del ventanuco y se asomó al exterior. Vio unos ojos brillantes entre los arbustos, pero se cuidó de no decir nada con la intención de no asustar a la joven. Bastante tenía con lo suyo.
—¿Tu padre te llevó de acampada alguna vez? —preguntó, cerrando las cortinas de nuevo con tranquilidad—. Porque, si no es así, hoy será tu primera vez. ¿No estás emocionada?
Quiso sonreír para quitar hierro al asunto, pero lo más probable sería que ella no lo viera.
—Creo que lo más sabio será quedarse aquí dentro esta noche. Voy a salir un momento para soltar a los caballos de delante; si algún animal se acerca, tendrán mejor forma de defenderse. Ahora vengo, no tardaré.
Bajó del carruaje y soltó a los animales con una habilidad sorprendente. Después, los ató a la rama del árbol donde estaba sujeto su propio caballo y, tras asegurar la zona ligeramente, volvió a subir al coche. Una vez dentro, atrancó ambas portezuelas y volvió a sentarse, esta vez algo más cerca de la joven.
—Estaremos bien aquí dentro. No es sabio andar de noche por esta zona —explicó—. En cuanto salga el sol podremos movernos.
La miró y sintió una punzada muy fuerte de culpa por lo que le había pasado. No estaría allí de no ser por él y su estúpido plan, pero ya no había forma de echar el tiempo atrás. ¿Podría perdonarlo alguna vez? Havryl no estaba seguro de que así fuera.
—No estarías aquí de no ser por mí. Fue un plan estúpido —dijo—. Perdóname por todo esto, lo lamento de verdad.
Havryl Hamilton- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 03/11/2017
Re: Because you left | Privado
Obedeció. Pese a que ya había comido bastante, Gioacchina continuó alimentándose. Tomó lo que él le tendía y disfrutó del sabor del queso, pese a que el pan estaba ya algo endurecido. Algo más calmada, sacudió las miguitas de pan que acababan en su vientre, para limpiarse así la ropa. Fue cuestión de segundos, el alimento desapareció de sus manos a una velocidad increíble y que podía ser juzgada de mala educación, pero lo mismo daba pues allí no debía mostrar que tenía buenos modales. ¿A quién le importaba eso ahora? A ella no.
-No, nunca acampé. Mi padre me llevaba a la Ópera y a las casas de té –dijo y extendió las piernas hasta apoyarlas en el asiento contrario, necesitaba estirarlas, pero salir a caminar no era una opción.
Recordó a su padre, a ese hombre bueno y bondadoso que le había dado todo, que se había esforzado por estar presente en su crecimiento y no delegar todo a las institutrices. ¿De qué había servido eso si su hija menor solo le había dado disgustos?
-Pobre hombre, mi madre murió muy joven, él quedo a cargo de todas mis hermanas y de mí. Somos nueve hermanas. Soy la menor, la última que le queda… la que le ha traído disgustos –suspiró, notando que le estaba respondiendo cosas que él no había preguntado-. La verdad que no me emociona, preferiría estar en esa cama incómoda en la que he dormido los últimos días.
Lo vio salir al peligro de la noche y confirmó lo que ya sabía: ese hombre a nada le temía. Era valiente, arriesgado, y de seguro por eso era el líder de todos, por eso lo respetaban tanto. Gioacchina se movió hasta quedar cerca de la puerta y allí asomó su cabeza por la ventanita. La luz era poca, pero pudo seguir los movimientos de Havryl en la noche. En susurros le agradeció a Dios por él, por ese hombre en el que no sabía si podía confiar, pero que había regresado por ella.
Cuando vio que se disponía a regresar, Gioacchina metió la cabeza rápido y se alejó, volviendo a ocupar el lugar que antes tenía. Estiró otra vez las piernas y depositó sus manos sobre el vientre, cuidando a su bebé.
-Si no es seguro estar aquí, ¿por qué ellos me han dejado sola? –le preguntó, sabiendo que él podría explicarle-. ¿Por qué han querido deshacerse de mí? Quiero volver a mi casa, ¿qué es lo que estamos esperando?
El recuerdo de las palabras que uno de los hombres había pronunciado la sacudió. Sintió de inmediato el molesto cosquilleo de la angustia tomar dominio de su garganta. Se giró hacia el hombre y lo miró, tomando el valor para preguntar lo que ya sabía porque algo le decía que los otros dos hombres no le habían mentido.
-Mi padre no va a pagar, no quiere recuperarme. ¿Cierto? Ellos lo dijeron cuando se marchaban, pero no quise creerles… Ahora sé que es cierto, mi padre no me quiere.
No iba a llorar. Le juraba al cielo, al bosque, a Dios, a su bebé y a quien quisiera creerle que ella no iba a llorar.
-No, nunca acampé. Mi padre me llevaba a la Ópera y a las casas de té –dijo y extendió las piernas hasta apoyarlas en el asiento contrario, necesitaba estirarlas, pero salir a caminar no era una opción.
Recordó a su padre, a ese hombre bueno y bondadoso que le había dado todo, que se había esforzado por estar presente en su crecimiento y no delegar todo a las institutrices. ¿De qué había servido eso si su hija menor solo le había dado disgustos?
-Pobre hombre, mi madre murió muy joven, él quedo a cargo de todas mis hermanas y de mí. Somos nueve hermanas. Soy la menor, la última que le queda… la que le ha traído disgustos –suspiró, notando que le estaba respondiendo cosas que él no había preguntado-. La verdad que no me emociona, preferiría estar en esa cama incómoda en la que he dormido los últimos días.
Lo vio salir al peligro de la noche y confirmó lo que ya sabía: ese hombre a nada le temía. Era valiente, arriesgado, y de seguro por eso era el líder de todos, por eso lo respetaban tanto. Gioacchina se movió hasta quedar cerca de la puerta y allí asomó su cabeza por la ventanita. La luz era poca, pero pudo seguir los movimientos de Havryl en la noche. En susurros le agradeció a Dios por él, por ese hombre en el que no sabía si podía confiar, pero que había regresado por ella.
Cuando vio que se disponía a regresar, Gioacchina metió la cabeza rápido y se alejó, volviendo a ocupar el lugar que antes tenía. Estiró otra vez las piernas y depositó sus manos sobre el vientre, cuidando a su bebé.
-Si no es seguro estar aquí, ¿por qué ellos me han dejado sola? –le preguntó, sabiendo que él podría explicarle-. ¿Por qué han querido deshacerse de mí? Quiero volver a mi casa, ¿qué es lo que estamos esperando?
El recuerdo de las palabras que uno de los hombres había pronunciado la sacudió. Sintió de inmediato el molesto cosquilleo de la angustia tomar dominio de su garganta. Se giró hacia el hombre y lo miró, tomando el valor para preguntar lo que ya sabía porque algo le decía que los otros dos hombres no le habían mentido.
-Mi padre no va a pagar, no quiere recuperarme. ¿Cierto? Ellos lo dijeron cuando se marchaban, pero no quise creerles… Ahora sé que es cierto, mi padre no me quiere.
No iba a llorar. Le juraba al cielo, al bosque, a Dios, a su bebé y a quien quisiera creerle que ella no iba a llorar.
Gioacchina Di Savoia- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 27/10/2017
Re: Because you left | Privado
Le gustó verla comer así, sin preocupaciones, sin mostrar el decoro y la finura que las jóvenes de su edad y clase social debían mostrar. No era una salvaje como él y su manada, pero tampoco la clase de mujer que Havryl no soportaba —por la falsedad que solían mostrar, en general—; era una joven normal, embarazada, asustada y hambrienta, pero natural. Y bonita.
Cuando volvió al coche, preparó unos pocos tentempiés más y le tendió uno a Gioacchina, mientras él se comía otro.
—Creo que ya sabes la respuesta a esa pregunta —contestó, como si no le diera la importancia que realmente tenía—. Ninguno, salvo yo, está de acuerdo con que te tengamos en la casa. Para ellos, supones más gastos que beneficios, y en parte tienen razón. Tenemos que alimentarte, que encender tu chimenea por las noches, darte velas porque no soportas la oscuridad. —No fue un reproche, pero bien podía parecer uno—. Son pequeñas cosas, pero mantenerte a ti nos resta recursos para mantenernos nosotros y, teniendo en cuenta que hemos hecho todo esto para conseguir dinero, no es algo que nos esté saliendo rentable.
Imitó a la joven y apoyó las piernas en el asiento de enfrente, deslizando el trasero ligeramente hacia delante para quedar recostado en el asiento, pero la postura no le duró demasiado. Cuando la joven se giró, a él no le quedó más remedio que sentarse de manera adecuada y volver su cuerpo hacia ella. Qué menos si tenía que contarle la verdad, pero, ¿cómo hacerlo? ¿Cómo decirle que Francesco Di Savoia no quería pagar por el bastardo que llevaba en su vientre?
—Tu padre te quiere. Todos los padres quieren a sus hijos —apuntó. Aunque el de la muchacha le parecía un sinvergüenza, no quería que la joven se afectara más de lo que ya estaba—. Sí quiere recuperarte, y está dispuesto a pagar por ti. Sólo por ti —explicó—. No sé qué relación tienes con tu padre, ni qué tiene él en contra de tu hijo, pero nos dejó claro que no quería pagar si volvías embarazada.
Se preparó para soportar el llanto de la joven, aún sin saber si su confesión le llegaría a afectar tanto como para hacerlo. Si lo necesitaba, Havryl estaba dispuesto a consolarla en un abrazo hasta que ella dijera basta.
—Por eso no puedes volver, no aún. No tenemos claro qué hacer, o yo no lo tengo claro, mejor dicho —especificó—. Creo que lo mejor sería que volvieras a tu casa, con tu familia, y olvidarnos del dinero y de todo este asunto. —Buscó sus ojos en la oscuridad y no tardó en hallarlos—. Pero, por otro lado, siento que, si te vas ahora, no vas a ver crecer a tu hijo como supongo que te gustaría. Si me permites ser sincero, eso me parece una crueldad, más viniendo de tu padre.
Escuchó ruidos en el exterior y movió la cortinilla. Vio movimiento cerca de la carreta, pero no alertó a la joven, sino que cerró soltó la tela, haciendo que la ventana se tapara sola, y se volvió hacia Gioacchina.
—He pensado que quizá quieras quedarte con nosotros hasta que des a luz —comentó, como si fuera algo casual—. No serías un rehén, podrías ir y venir a tu antojo, siempre sin entorpecer. Hay una única cosa que deberás hacer —adoptó una posición más confidente con ella—: obedecerme bajo cualquier circunstancia. No te obligaré a que hagas nada que no quieras hacer, pero si te pido que te escondas, que corras, que te marches o que te quedes quieta, lo haces sin rechistar. Y no me lleves la contraria, no lo soporto.
Esperó unos segundos para que sus palabras terminaran de calar en ella, aunque no esperaba que fuera a ser capaz de contestar de inmediato.
—No tienes que contestar ahora, pero te prometo que, si decides quedarte, estarás bien. Mis hombres no te harán daño, y yo tampoco —la tranquilizó—. Cuando nazca el bebé serás libre de volver con tu familia o de empezar una vida donde tú quieras. Eso no es asunto mío, pero sí puedo ayudarte en lo que necesites.
Cuando volvió al coche, preparó unos pocos tentempiés más y le tendió uno a Gioacchina, mientras él se comía otro.
—Creo que ya sabes la respuesta a esa pregunta —contestó, como si no le diera la importancia que realmente tenía—. Ninguno, salvo yo, está de acuerdo con que te tengamos en la casa. Para ellos, supones más gastos que beneficios, y en parte tienen razón. Tenemos que alimentarte, que encender tu chimenea por las noches, darte velas porque no soportas la oscuridad. —No fue un reproche, pero bien podía parecer uno—. Son pequeñas cosas, pero mantenerte a ti nos resta recursos para mantenernos nosotros y, teniendo en cuenta que hemos hecho todo esto para conseguir dinero, no es algo que nos esté saliendo rentable.
Imitó a la joven y apoyó las piernas en el asiento de enfrente, deslizando el trasero ligeramente hacia delante para quedar recostado en el asiento, pero la postura no le duró demasiado. Cuando la joven se giró, a él no le quedó más remedio que sentarse de manera adecuada y volver su cuerpo hacia ella. Qué menos si tenía que contarle la verdad, pero, ¿cómo hacerlo? ¿Cómo decirle que Francesco Di Savoia no quería pagar por el bastardo que llevaba en su vientre?
—Tu padre te quiere. Todos los padres quieren a sus hijos —apuntó. Aunque el de la muchacha le parecía un sinvergüenza, no quería que la joven se afectara más de lo que ya estaba—. Sí quiere recuperarte, y está dispuesto a pagar por ti. Sólo por ti —explicó—. No sé qué relación tienes con tu padre, ni qué tiene él en contra de tu hijo, pero nos dejó claro que no quería pagar si volvías embarazada.
Se preparó para soportar el llanto de la joven, aún sin saber si su confesión le llegaría a afectar tanto como para hacerlo. Si lo necesitaba, Havryl estaba dispuesto a consolarla en un abrazo hasta que ella dijera basta.
—Por eso no puedes volver, no aún. No tenemos claro qué hacer, o yo no lo tengo claro, mejor dicho —especificó—. Creo que lo mejor sería que volvieras a tu casa, con tu familia, y olvidarnos del dinero y de todo este asunto. —Buscó sus ojos en la oscuridad y no tardó en hallarlos—. Pero, por otro lado, siento que, si te vas ahora, no vas a ver crecer a tu hijo como supongo que te gustaría. Si me permites ser sincero, eso me parece una crueldad, más viniendo de tu padre.
Escuchó ruidos en el exterior y movió la cortinilla. Vio movimiento cerca de la carreta, pero no alertó a la joven, sino que cerró soltó la tela, haciendo que la ventana se tapara sola, y se volvió hacia Gioacchina.
—He pensado que quizá quieras quedarte con nosotros hasta que des a luz —comentó, como si fuera algo casual—. No serías un rehén, podrías ir y venir a tu antojo, siempre sin entorpecer. Hay una única cosa que deberás hacer —adoptó una posición más confidente con ella—: obedecerme bajo cualquier circunstancia. No te obligaré a que hagas nada que no quieras hacer, pero si te pido que te escondas, que corras, que te marches o que te quedes quieta, lo haces sin rechistar. Y no me lleves la contraria, no lo soporto.
Esperó unos segundos para que sus palabras terminaran de calar en ella, aunque no esperaba que fuera a ser capaz de contestar de inmediato.
—No tienes que contestar ahora, pero te prometo que, si decides quedarte, estarás bien. Mis hombres no te harán daño, y yo tampoco —la tranquilizó—. Cuando nazca el bebé serás libre de volver con tu familia o de empezar una vida donde tú quieras. Eso no es asunto mío, pero sí puedo ayudarte en lo que necesites.
Havryl Hamilton- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 03/11/2017
Re: Because you left | Privado
-No me rechacen –le pidió, se sentía desesperada, su mente iba a toda velocidad barajando sus alternativas que, penosamente, no eran muchas-. Si alguien me enseña, puedo intentar encender mi chimenea yo misma para dejar de depender de ustedes. Por favor, no me dejen sola… ustedes me han capturado –le reprochó-. No sé a dónde más podría ir… tal vez a la casa de mi hermana, pero ella vive en Inglaterra.
Con tal de que le permitiesen quedarse un tiempo más, hasta que pudiera contactar a su hermana y pedirle ayuda, Gioacchina era capaz de cualquier cosa, incluso podía dormir a oscuras, pese a temer. Comería menos también, para no darles gastos extra… Miró su sándwich y le dio un bocado, disfrutándolo pese a su sencillez. Sí, intentaría comer menos.
-Mi hijo será bastardo –dijo en voz baja, porque estaba ofendiendo con esa palabra al niño-, por eso no lo quiere, pero ¿qué madre se separaría de su hijo? No sé serlo, nadie me ha dicho qué debo hacer, pero sé que no quiero estar sin mi bebé. No cobrarás tu rescate porque no me iré de aquí sin mi hijo –lo aseguró sin detenerse a pensar en que era poco inteligente de su parte presentar tal desafío, pero Havryl parecía entenderla, él mismo acababa de decir que no le parecía bien que no viera crecer al bebé.
Le daba la oportunidad de pensar, de meditar su respuesta antes de darla, pero Gioacchina no la necesitaba, ella ya sabía que lo mejor que podía hacer era quedarse ahí hasta poder pensar un plan mejor, hasta poder hablar con alguna de sus hermanas que no fueran a acusarla con su padre.
-Te responderé ahora, te diré que acepto y que te agradezco enormemente. No entiendo tu decisión, no sé qué ganas tú con esto, pero te agradezco. No soy una mujer obediente –le adelantó, aunque seguro ya lo había deducido-, pero puedo intentarlo. Cuando nazca mi hijo ya veré qué hacer para poder volver a mi vida, tal vez al ver al bebé mi padre se apiade de mí–deseó, aunque no había muchas probabilidades de que fuese así.
El problema no era él, que de alguna manera le despertaba algo de confianza, sino los otros hombres que la habían dejado allí, que la miraban mal y que al parecer la odiaban porque no les redituaba nada. No podía volver a quedar sola con ellos porque nuevamente querrían su mal.
-¿Qué dirán tus hombres? A ellos no les gustará… oh, bueno, supongo que eso no tiene importancia. Tú eres quien manda, eres el líder. ¿Cómo te hiciste con el mando del grupo? ¿Hace mucho que son amigos?
La noche sería larga porque Gioacchina no tenía sueño, pero sí mucha curiosidad.
Con tal de que le permitiesen quedarse un tiempo más, hasta que pudiera contactar a su hermana y pedirle ayuda, Gioacchina era capaz de cualquier cosa, incluso podía dormir a oscuras, pese a temer. Comería menos también, para no darles gastos extra… Miró su sándwich y le dio un bocado, disfrutándolo pese a su sencillez. Sí, intentaría comer menos.
-Mi hijo será bastardo –dijo en voz baja, porque estaba ofendiendo con esa palabra al niño-, por eso no lo quiere, pero ¿qué madre se separaría de su hijo? No sé serlo, nadie me ha dicho qué debo hacer, pero sé que no quiero estar sin mi bebé. No cobrarás tu rescate porque no me iré de aquí sin mi hijo –lo aseguró sin detenerse a pensar en que era poco inteligente de su parte presentar tal desafío, pero Havryl parecía entenderla, él mismo acababa de decir que no le parecía bien que no viera crecer al bebé.
Le daba la oportunidad de pensar, de meditar su respuesta antes de darla, pero Gioacchina no la necesitaba, ella ya sabía que lo mejor que podía hacer era quedarse ahí hasta poder pensar un plan mejor, hasta poder hablar con alguna de sus hermanas que no fueran a acusarla con su padre.
-Te responderé ahora, te diré que acepto y que te agradezco enormemente. No entiendo tu decisión, no sé qué ganas tú con esto, pero te agradezco. No soy una mujer obediente –le adelantó, aunque seguro ya lo había deducido-, pero puedo intentarlo. Cuando nazca mi hijo ya veré qué hacer para poder volver a mi vida, tal vez al ver al bebé mi padre se apiade de mí–deseó, aunque no había muchas probabilidades de que fuese así.
El problema no era él, que de alguna manera le despertaba algo de confianza, sino los otros hombres que la habían dejado allí, que la miraban mal y que al parecer la odiaban porque no les redituaba nada. No podía volver a quedar sola con ellos porque nuevamente querrían su mal.
-¿Qué dirán tus hombres? A ellos no les gustará… oh, bueno, supongo que eso no tiene importancia. Tú eres quien manda, eres el líder. ¿Cómo te hiciste con el mando del grupo? ¿Hace mucho que son amigos?
La noche sería larga porque Gioacchina no tenía sueño, pero sí mucha curiosidad.
TEMA FINALIZADO
Gioacchina Di Savoia- Humano Clase Alta
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