AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
Espacios libres: 11/40
Afiliaciones élite: ABIERTAS
Última limpieza: 1/04/24
En Victorian Vampires valoramos la creatividad, es por eso que pedimos respeto por el trabajo ajeno. Todas las imágenes, códigos y textos que pueden apreciarse en el foro han sido exclusivamente editados y creados para utilizarse únicamente en el mismo. Si se llegase a sorprender a una persona, foro, o sitio web, haciendo uso del contenido total o parcial, y sobre todo, sin el permiso de la administración de este foro, nos veremos obligados a reportarlo a las autoridades correspondientes, entre ellas Foro Activo, para que tome cartas en el asunto e impedir el robo de ideas originales, ya que creemos que es una falta de respeto el hacer uso de material ajeno sin haber tenido una previa autorización para ello. Por favor, no plagies, no robes diseños o códigos originales, respeta a los demás.
Así mismo, también exigimos respeto por las creaciones de todos nuestros usuarios, ya sean gráficos, códigos o textos. No robes ideas que les pertenecen a otros, se original. En este foro castigamos el plagio con el baneo definitivo.
Todas las imágenes utilizadas pertenecen a sus respectivos autores y han sido utilizadas y editadas sin fines de lucro. Agradecimientos especiales a: rainris, sambriggs, laesmeralda, viona, evenderthlies, eveferther, sweedies, silent order, lady morgana, iberian Black arts, dezzan, black dante, valentinakallias, admiralj, joelht74, dg2001, saraqrel, gin7ginb, anettfrozen, zemotion, lithiumpicnic, iscarlet, hellwoman, wagner, mjranum-stock, liam-stock, stardust Paramount Pictures, y muy especialmente a Source Code por sus códigos facilitados.
Victorian Vampires by Nigel Quartermane is licensed under a
Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
Creado a partir de la obra en https://victorianvampires.foroes.org
Últimos temas
Nothing left to Fear || Irïna
3 participantes
Página 1 de 2.
Página 1 de 2. • 1, 2
Nothing left to Fear || Irïna
Recorrí las calles desiertas en silencio, enterrando las manos en los bolsillos. Hacía mucho tiempo desde la última vez en que me permití caminar de aquella forma tan despreocupada. Más concretamente, no lo hacía desde la última guardia en el palacio de los monarcas de Escocia, antes de que el desastre se desatara sobre aquella buena nación. Nadie sabía lo mucho que la echaba de menos. Francia era un país muy diferente. Moderno, lleno de tecnología, de matices, de novedades. No me gustaba. En comparación con la placidez, la tranquilidad de mi país -que pese a no ser realmente mi país de origen, siempre lo consideré como tal-, Francia me recordaba lo que se sentía al ser un extranjero. Y no era una sensación demasiado agradable. Observé los nombres de las calles con el ceño fruncido. El musgo se acumulaba sobre los rótulos de forma desordenada, dificultando su lectura de sobremanera, y aunque mi francés era bastante aceptable, aquello me complicaba bastante la tarea de traducirlos. Después de todos los meses que llevaba alejado de Escocia, y pese a que Francia sí era después de todo mi país de origen, me había acostumbrado tanto a hablar en gaélico escocés o en inglés, que se me hacía difícil volver a pensar en mi lengua materna. Eso, y que me negaba categóricamente a asumir que aquella sería, de nuevo, mi casa. Aunque de hecho así sería, al menos hasta que mi reina decidiese que regresar ya no resultaba ningún peligro.
Y al respecto de eso... No tenía ni la más remota idea de dónde se encontraba. Me había propuesto al viajar hasta tan lejos, llevarla de vuelta al lugar del que nunca se debió haber visto obligada a huir. Su pueblo la necesitaba más que nunca. Aunque comprendía que su miedo no era precisamente infundado, no estaba en absoluto de acuerdo con la decisión que había tomado. Yo habría podido protegerla de haber sabido cuáles eran en realidad sus enemigos. Pero, después de todo lo sucedido, seguía sin confiar en mi. Era lógico. Todos aquellos en los que su familia confió alguna vez habían acabado por convertirse en sus asesinos. Sin embargo, ¿por qué desconfiar de mi? ¿O quizá no había sido esa su intención? Al principio, asumí que no lo había hecho jamás. Después de todo, me había encargado de su seguridad desde mucho antes de su nacimiento. Pero con el paso de las semanas, y con los comentarios de algunos de los miembros de la corte, intuí que había algo que se me escapaba. Y por eso seguí su rastro, o el rastro que creía tener acerca de ella, hasta París. Sus mensajes no estaban precisamente claros, pero sabía que la conducirían hasta allí. Y también supe, al recibir la nota en la estación, que ella siempre quiso que yo estuviera en aquel lugar, en aquel preciso momento. ¿Pero por qué no hacerlo antes? ¿Por qué esperar hasta que su nación estuviera rota en pedazos?
Horas más tarde, seguía deambulando por callejones oscuros y lúgubres, en busca de una nueva señal que me indicase el posible paradero de la reina. De mi reina. Pero no encontré nada más que desesperación, tanto ajena, por parte de aquellos individuos que deambulaban sin rumbo; y mi propia desesperación, en forma de una molesta opresión en el pecho que me dificultaba respirar. Estaba nervioso, tenso. Necesitaba encontrar, de nuevo, el rumbo. El rumbo a casa, a un posible hogar. Necesitaba reencontrarme conmigo mismo, con lo que siempre había sido. Y para eso la necesitaba a ella. Su familia me había ayudado a sustituir la rabia por lo que me habían hecho, por valentía para seguir avanzando. Lo que antes era confusión, se transformó en necesidad de protegerles. De protegerla. Por eso su marcha me hizo sentir de nuevo perdido. Tan perdido como se había quedado su pueblo al tener tan lejos a su monarca. Finalmente, el cansancio despertó en mi cuerpo de forma abrupta, obligándome a pararme en seco y examinar lo que había a mi alrededor. Pude apreciar la silueta no muy lejana de lo que parecía ser un hostal, así que me acerqué sin pensármelo demasiado.
- Buenas noches, Monsieur... ¿Tendría una habitación disponible para mi? -El hombre me dirigió una larga mirada, cuestionándose tal vez si tendría el dinero necesario para pagar una noche allí. O tal vez pensando cuál sería mi procedencia. Sólo entonces me percaté del acento extranjero que marcaba mi discurso. ¿Tanto tiempo llevaba sin hablar con nadie? Pues muy probablemente.
- Lo siento Monsieur, pero este hostal está cerrado al público. Aunque puedo recomendarle otro que está a menos de cien metros de aquí... -El hombre evitó mirarme en todo momento, lo cual, sumado al frenético latido de su corazón, me indicó que no quería tenerme allí. La cuestión era por qué. Insistí un poco más, antes de voltearme para marcharme. Y entonces, la vi. Al fondo del pasillo, observándome. Allí estaba, después de todo aquel tiempo. Sana y salva.
Y al respecto de eso... No tenía ni la más remota idea de dónde se encontraba. Me había propuesto al viajar hasta tan lejos, llevarla de vuelta al lugar del que nunca se debió haber visto obligada a huir. Su pueblo la necesitaba más que nunca. Aunque comprendía que su miedo no era precisamente infundado, no estaba en absoluto de acuerdo con la decisión que había tomado. Yo habría podido protegerla de haber sabido cuáles eran en realidad sus enemigos. Pero, después de todo lo sucedido, seguía sin confiar en mi. Era lógico. Todos aquellos en los que su familia confió alguna vez habían acabado por convertirse en sus asesinos. Sin embargo, ¿por qué desconfiar de mi? ¿O quizá no había sido esa su intención? Al principio, asumí que no lo había hecho jamás. Después de todo, me había encargado de su seguridad desde mucho antes de su nacimiento. Pero con el paso de las semanas, y con los comentarios de algunos de los miembros de la corte, intuí que había algo que se me escapaba. Y por eso seguí su rastro, o el rastro que creía tener acerca de ella, hasta París. Sus mensajes no estaban precisamente claros, pero sabía que la conducirían hasta allí. Y también supe, al recibir la nota en la estación, que ella siempre quiso que yo estuviera en aquel lugar, en aquel preciso momento. ¿Pero por qué no hacerlo antes? ¿Por qué esperar hasta que su nación estuviera rota en pedazos?
Horas más tarde, seguía deambulando por callejones oscuros y lúgubres, en busca de una nueva señal que me indicase el posible paradero de la reina. De mi reina. Pero no encontré nada más que desesperación, tanto ajena, por parte de aquellos individuos que deambulaban sin rumbo; y mi propia desesperación, en forma de una molesta opresión en el pecho que me dificultaba respirar. Estaba nervioso, tenso. Necesitaba encontrar, de nuevo, el rumbo. El rumbo a casa, a un posible hogar. Necesitaba reencontrarme conmigo mismo, con lo que siempre había sido. Y para eso la necesitaba a ella. Su familia me había ayudado a sustituir la rabia por lo que me habían hecho, por valentía para seguir avanzando. Lo que antes era confusión, se transformó en necesidad de protegerles. De protegerla. Por eso su marcha me hizo sentir de nuevo perdido. Tan perdido como se había quedado su pueblo al tener tan lejos a su monarca. Finalmente, el cansancio despertó en mi cuerpo de forma abrupta, obligándome a pararme en seco y examinar lo que había a mi alrededor. Pude apreciar la silueta no muy lejana de lo que parecía ser un hostal, así que me acerqué sin pensármelo demasiado.
- Buenas noches, Monsieur... ¿Tendría una habitación disponible para mi? -El hombre me dirigió una larga mirada, cuestionándose tal vez si tendría el dinero necesario para pagar una noche allí. O tal vez pensando cuál sería mi procedencia. Sólo entonces me percaté del acento extranjero que marcaba mi discurso. ¿Tanto tiempo llevaba sin hablar con nadie? Pues muy probablemente.
- Lo siento Monsieur, pero este hostal está cerrado al público. Aunque puedo recomendarle otro que está a menos de cien metros de aquí... -El hombre evitó mirarme en todo momento, lo cual, sumado al frenético latido de su corazón, me indicó que no quería tenerme allí. La cuestión era por qué. Insistí un poco más, antes de voltearme para marcharme. Y entonces, la vi. Al fondo del pasillo, observándome. Allí estaba, después de todo aquel tiempo. Sana y salva.
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 86
Fecha de inscripción : 10/04/2014
Re: Nothing left to Fear || Irïna
Dicen que el tiempo todo lo cura. Que no hay dolor que se escape al influjo de su mano sanadora, que todo lo recubre, arrastrando consigo el dolor de todo aquello que en el pasado nos martirizó, y continúa persiguiéndonos en el futuro. Pero entre lo que dicen, y lo que realmente ocurre, va un trecho casi insalvable. Y eso era algo que la monarca de Escocia sabía a la perfección. ¿Cuántas noches de pesadilla había vivido desde que se marchase de su país natal, pensando que el exilio sería la solución perfecta para sus problemas? Tantas noches, tantísimas lunas que apenas si podía enumerarlas todas. Y el dolor no se había reducido ni un ápice. De hecho, parecía acentuarse con el tiempo. Allí, sentada en el alféizar del ventanal de aquel hostal, se dio cuenta de que nunca se había sentido tan sola. Tan lejos de aquella chica que una vez creyó ser, y que nunca más volvería. Era incapaz de adivinarse a sí misma entre todos los pensamientos encontrados que se entremezclaban en su mente, chillando, gritando, susurrando, confundiéndola. Haciéndola sentir más insegura de lo que se había sentido en mucho tiempo. Tenía que regresar. Tenía que volver al lugar del que nunca debería haberse marchado. Tenía que ocupar su lugar, su cargo, dejar de reinar en las sombras. Tenía que volver, aunque su vida fuera en ello. Porque eso hacían los verdaderos monarcas. Eso le habían enseñado sus padres...
Pero el miedo la paralizaba. El miedo le impedía dar el paso definitivo, tomar la decisión de regresar. Y no era de extrañar, ciertamente. No estaba preparada para enfrentarse sola a todo lo que suponía reinar una región tan extensa como Escocia, y menos, teniendo a la mayoría de la nobleza en su contra. Era demasiado, incluso para ella. ¿Dónde había quedado aquella mujer hecha y derecha, que nunca se rendía? ¿Dónde estaba aquella valentía de la que siempre había hecho gala, esa firmeza, esa claridad de ideas? Probablemente en el mismo sitio en el que había quedado su seguridad en si misma, y la confianza en sus propias facultades. Bajo la almohada de aquella cama que alguna vez ocupó. El mismo sitio donde esos sueños que nunca llegaría a cumplir se habían ido amontonando durante años. Sí, el destino es injusto, incluso para aquellos que nacieron con una corona bajo el brazo. Especialmente para ellos. ¿Cuántas veces se había dicho a sí misma que no reinaría? ¿Cuántas discusiones había tenido con sus padres por ese motivo? Su palabra no valía nada a aquellas alturas, al menos, en lo que respectaba a las promesas que se había ido haciendo a sí misma. Ninguna se había cumplido. Y la situación no parecía que fuera a cambiar. Pero lejos de sentirse desilusionada o triste por este hecho, en su lugar se había instalado un nudo de indiferencia que no la dejaba respirar. Decepción y resignación. Eso era cuanto quedaba para ella.
Bajó las escaleras lentamente, como si el tiempo no importase lo más mínimo. ¿Y acaso era mentira? Los segundos se transformaban en horas, y las horas, en meses, sin que ella fuese apenas consciente de que se le estaba pasando la vida. Sin que quisiera darse cuenta de que cruzarse de brazos y esperar sólo tiene sentido cuando tienes una mínima idea acerca de lo que esperas. Y no era el caso. Estaba estancada, abrumada por una situación que se le antojaba incontrolable, y esperando por ese empujón, por esa mano amiga que la arrastrara de la oscuridad, sin saber si realmente aparecería. No tenía apetito. No tenía ganas de salir. Estaba tan encerrada dentro de sí misma, que la realidad parecía un mundo aparte del que apenas era consciente. Sus ojos estaban vacíos, yertos. Su mente obnubilada. Estaba perdida, sumida en una pesadilla de la que no podía escapar. No había escapatoria. No había salida. ¿Por qué seguía allí entonces? ¿Qué sentido tenía vivir sin sentir nada? Se detuvo de repente, alarmada por el rumbo que estaban adoptando sus pensamientos, y sacudió la cabeza con fuerza, como intentando deshacerse de todos ellos de un plumazo. Y lo consiguió, porque al oír su voz su mente se quedó en blanco.
Su mirada se clavó en el portón de la entrada, en aquella maldita puerta que llevaba tantos meses cerrada, y una chispa de esperanza dotó de vida su mirada hasta entonces muerta. Lorick. El temor de que se tratase de un espejismo se confundió con la repentina molestia que sintió hacia el hombre que ahora lo amenazaba para que se marchase. Si era un espejismo, no deseaba que desapareciera. Si era un espejismo, quería perderse en él, dejarse llevar. Recorrió la distancia que los separaba en apenas unos segundos, y la duda inicial se transformó en alegría, y la alegría dio paso al llanto. Y el llanto barrió por completo el nudo que tanto tiempo llevaba instalado en su garganta. El dolor se manifestó en todo su esplendor. Y la Reina volvió a hablar.
- ¿Por qué habéis tardado tanto? -Murmuró entre sollozos, para fundirse en un abrazo anhelante que rogó que no acabase jamás.
Pero el miedo la paralizaba. El miedo le impedía dar el paso definitivo, tomar la decisión de regresar. Y no era de extrañar, ciertamente. No estaba preparada para enfrentarse sola a todo lo que suponía reinar una región tan extensa como Escocia, y menos, teniendo a la mayoría de la nobleza en su contra. Era demasiado, incluso para ella. ¿Dónde había quedado aquella mujer hecha y derecha, que nunca se rendía? ¿Dónde estaba aquella valentía de la que siempre había hecho gala, esa firmeza, esa claridad de ideas? Probablemente en el mismo sitio en el que había quedado su seguridad en si misma, y la confianza en sus propias facultades. Bajo la almohada de aquella cama que alguna vez ocupó. El mismo sitio donde esos sueños que nunca llegaría a cumplir se habían ido amontonando durante años. Sí, el destino es injusto, incluso para aquellos que nacieron con una corona bajo el brazo. Especialmente para ellos. ¿Cuántas veces se había dicho a sí misma que no reinaría? ¿Cuántas discusiones había tenido con sus padres por ese motivo? Su palabra no valía nada a aquellas alturas, al menos, en lo que respectaba a las promesas que se había ido haciendo a sí misma. Ninguna se había cumplido. Y la situación no parecía que fuera a cambiar. Pero lejos de sentirse desilusionada o triste por este hecho, en su lugar se había instalado un nudo de indiferencia que no la dejaba respirar. Decepción y resignación. Eso era cuanto quedaba para ella.
Bajó las escaleras lentamente, como si el tiempo no importase lo más mínimo. ¿Y acaso era mentira? Los segundos se transformaban en horas, y las horas, en meses, sin que ella fuese apenas consciente de que se le estaba pasando la vida. Sin que quisiera darse cuenta de que cruzarse de brazos y esperar sólo tiene sentido cuando tienes una mínima idea acerca de lo que esperas. Y no era el caso. Estaba estancada, abrumada por una situación que se le antojaba incontrolable, y esperando por ese empujón, por esa mano amiga que la arrastrara de la oscuridad, sin saber si realmente aparecería. No tenía apetito. No tenía ganas de salir. Estaba tan encerrada dentro de sí misma, que la realidad parecía un mundo aparte del que apenas era consciente. Sus ojos estaban vacíos, yertos. Su mente obnubilada. Estaba perdida, sumida en una pesadilla de la que no podía escapar. No había escapatoria. No había salida. ¿Por qué seguía allí entonces? ¿Qué sentido tenía vivir sin sentir nada? Se detuvo de repente, alarmada por el rumbo que estaban adoptando sus pensamientos, y sacudió la cabeza con fuerza, como intentando deshacerse de todos ellos de un plumazo. Y lo consiguió, porque al oír su voz su mente se quedó en blanco.
Su mirada se clavó en el portón de la entrada, en aquella maldita puerta que llevaba tantos meses cerrada, y una chispa de esperanza dotó de vida su mirada hasta entonces muerta. Lorick. El temor de que se tratase de un espejismo se confundió con la repentina molestia que sintió hacia el hombre que ahora lo amenazaba para que se marchase. Si era un espejismo, no deseaba que desapareciera. Si era un espejismo, quería perderse en él, dejarse llevar. Recorrió la distancia que los separaba en apenas unos segundos, y la duda inicial se transformó en alegría, y la alegría dio paso al llanto. Y el llanto barrió por completo el nudo que tanto tiempo llevaba instalado en su garganta. El dolor se manifestó en todo su esplendor. Y la Reina volvió a hablar.
- ¿Por qué habéis tardado tanto? -Murmuró entre sollozos, para fundirse en un abrazo anhelante que rogó que no acabase jamás.
Última edición por Irïna K.V. of Hanover el Jue Abr 16, 2015 8:52 am, editado 1 vez
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
- Mensajes : 172
Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: Nothing left to Fear || Irïna
Todo el miedo, toda la inseguridad, toda la ansiedad que llevaban marcando mi rumbo desde que me marchara de Escocia... todo aquello desapareció de forma repentina cuando finalmente la tuve entre mis brazos. Sana y salva, aunque hundida. Tanto o más que yo. Me quedé muy quieto durante unos instantes que se me hicieron eternos, incapaz de creer que finalmente la hubiera encontrado, y casi de casualidad, en un lugar como ese. Tan sombrío. Y sólo después de asegurarme de que no se trataba de una febril alucinación causada por el profundo cansancio que estaba oprimiendo a mi mente y a mi cuerpo en aquellos instantes, la rodeé con los brazos, intentando que el espacio entre ambos desapareciera por completo. La abracé con devoción, poniendo todos aquellos sentimientos que jamás diría en aquel gesto, pero a la vez con un infinito cuidado. No quería que su imagen desapareciese. Que todo aquello resultara ser un simple sueño. Acaricié sus cabellos dorados con parsimonia, deteniéndome en todas las sensaciones que provocaban en mi. Había estado tanto tiempo lejos de ella, lejos de su perfume, de su forma de pensar, de caminar, de observarme, que todo me parecía nuevo a la vez que familiar. Era una sensación extraña aunque hermosa, y tras inspirar y expirar un par de veces, volví a sentirme tranquilo. Por primera vez en muchos meses, pude respirar sin sentir aquel incomodo pinchazo en las costillas. Era el mejor elixir, la mejor medicina. Ella era mi talismán.
- Confío en que sepáis disculparme, majestad... No ha sido fácil seguir vuestras pistas. Me temo que no soy tan avispado como prometí que sería para cumplir con tal propósito... Pero aquí estoy, finalmente, aquí estoy... -Susurré, manteniéndome siempre en mi lugar pese al trabajo que me estaba costando conseguirlo en aquellos momentos. Su cercanía siempre me había alterado de sobremanera, pero en aquella ocasión, era diferente. La había echado tanto de menos, había anhelado durante tantas lunas volver a tenerla cerca, que lo único que quería era que el resto del mundo desapareciera a nuestro alrededor a fin de que pudiésemos quedarnos así, para siempre, solos los dos. Pero no era posible. No, aquello no estaba bien. Seguía estando a su servicio, seguía siendo aquel a quien sus padres habían hecho prometer que garantizaría su seguridad. ¿Qué derecho tenía yo para sentir lo que sentía por ella? ¿Cómo podía atreverme a acercarme tanto a ella? Eso no era protegerla, era exponerla a un peligro mayor y más real. A mi. Yo era un monstruo. Un licántropo. Una criatura inestable, con una rabia y una furia animal que distaba mucho de ser segura. Y menos, para ella. Aún así... No pude soltarla. Y menos al notar sus sollozos ahogados contra mi pecho. Por un instante, quise creer que sus sentimientos eran idénticos a los míos, y que ambos, cada uno a nuestra forma, sabíamos que era así pero debíamos sobreponernos a ellos. Aunque doliese. Aunque me doliese. Porque era lo mejor, lo más ético, la única posibilidad. Era nuestro secreto, nuestra verdad, aquella que nunca saldría a la luz pero que se hacía evidente en momentos como aquel. Y yo también quise llorar, aunque me contuve.
- Majestad... No creo que sea... ejem... seguro que os quedéis ahí fuera por más tiempo. Si conocéis al señor hacedle pasar, pero no podéis quedaros ahí... Supongo que él lo comprende, ¿no? -Por si sus palabras no bastaron para romper aquella ilusión que yo mismo había construido sin permiso, el pequeño hombrecillo me dedicó una mirada severa de desaprobación que me hizo darme cuenta de que ni el mundo se había detenido por nosotros, ni era posible que terceras personas viesen con buenos ojos una unión que era poco más que imposible y que, más que probablemente, solamente existiera en mi imaginación. Entonces, la solté. Con suavidad, con tacto, pero dando muestras de una incomodidad que realmente nunca llegué a sentir. ¿Qué importaba lo que yo sintiera por ella? Mi única misión en el mundo era protegerla, velar por su seguridad. Nadie había hablado de sentimientos. Y yo tampoco lo haría. Dibujé una sonrisa de disculpa, a la vez que ejecutaba una correcta reverencia ante el señor que seguramente se hubiese encargado de protegerla en mi ausencia. A él le debía que el ser al que más amaba sobre la faz de la tierra siguiese con vida. ¿Cómo iba a expresarle todo mi agradecimiento de mejor forma que haciendo justo lo que sabía que deseaba? Tenía que guardar las distancias, y eso era exactamente lo que iba a hacer.
- Tiene razón, majestad. No es seguro. De hecho, mi presencia aquí es bastante más peligrosa de lo que pueda parecer. Es evidente que a vos no os han seguido, pero no podemos saber si me han seguido a mi. Mejor no tentar a la suerte... Ahora que os he encontrado... -No quiero volver a perderte. Quise decir, aunque supe en el mismo momento de comenzar la frase que ese no era el final que ella habría deseado oír. No era justo. Con suma delicadeza, la acompañé al interior del hostal, siguiendo al que supuse que sería el anterior dueño del mismo, si es que no lo seguía siendo. Una bofetada de aire caliente y aroma a varios tipos de comida me golpeó de lleno, haciéndome recordar de golpe el hambre que había pasado en los últimos días. Mi estómago se hizo eco de mis pensamientos, provocando que esbozara una sonrisa avergonzada cuando ella me miró. - Ha sido un viaje... muy largo. -Dije a modo de disculpa, aunque realmente había sido el más largo que hubiera hecho nunca.
- Confío en que sepáis disculparme, majestad... No ha sido fácil seguir vuestras pistas. Me temo que no soy tan avispado como prometí que sería para cumplir con tal propósito... Pero aquí estoy, finalmente, aquí estoy... -Susurré, manteniéndome siempre en mi lugar pese al trabajo que me estaba costando conseguirlo en aquellos momentos. Su cercanía siempre me había alterado de sobremanera, pero en aquella ocasión, era diferente. La había echado tanto de menos, había anhelado durante tantas lunas volver a tenerla cerca, que lo único que quería era que el resto del mundo desapareciera a nuestro alrededor a fin de que pudiésemos quedarnos así, para siempre, solos los dos. Pero no era posible. No, aquello no estaba bien. Seguía estando a su servicio, seguía siendo aquel a quien sus padres habían hecho prometer que garantizaría su seguridad. ¿Qué derecho tenía yo para sentir lo que sentía por ella? ¿Cómo podía atreverme a acercarme tanto a ella? Eso no era protegerla, era exponerla a un peligro mayor y más real. A mi. Yo era un monstruo. Un licántropo. Una criatura inestable, con una rabia y una furia animal que distaba mucho de ser segura. Y menos, para ella. Aún así... No pude soltarla. Y menos al notar sus sollozos ahogados contra mi pecho. Por un instante, quise creer que sus sentimientos eran idénticos a los míos, y que ambos, cada uno a nuestra forma, sabíamos que era así pero debíamos sobreponernos a ellos. Aunque doliese. Aunque me doliese. Porque era lo mejor, lo más ético, la única posibilidad. Era nuestro secreto, nuestra verdad, aquella que nunca saldría a la luz pero que se hacía evidente en momentos como aquel. Y yo también quise llorar, aunque me contuve.
- Majestad... No creo que sea... ejem... seguro que os quedéis ahí fuera por más tiempo. Si conocéis al señor hacedle pasar, pero no podéis quedaros ahí... Supongo que él lo comprende, ¿no? -Por si sus palabras no bastaron para romper aquella ilusión que yo mismo había construido sin permiso, el pequeño hombrecillo me dedicó una mirada severa de desaprobación que me hizo darme cuenta de que ni el mundo se había detenido por nosotros, ni era posible que terceras personas viesen con buenos ojos una unión que era poco más que imposible y que, más que probablemente, solamente existiera en mi imaginación. Entonces, la solté. Con suavidad, con tacto, pero dando muestras de una incomodidad que realmente nunca llegué a sentir. ¿Qué importaba lo que yo sintiera por ella? Mi única misión en el mundo era protegerla, velar por su seguridad. Nadie había hablado de sentimientos. Y yo tampoco lo haría. Dibujé una sonrisa de disculpa, a la vez que ejecutaba una correcta reverencia ante el señor que seguramente se hubiese encargado de protegerla en mi ausencia. A él le debía que el ser al que más amaba sobre la faz de la tierra siguiese con vida. ¿Cómo iba a expresarle todo mi agradecimiento de mejor forma que haciendo justo lo que sabía que deseaba? Tenía que guardar las distancias, y eso era exactamente lo que iba a hacer.
- Tiene razón, majestad. No es seguro. De hecho, mi presencia aquí es bastante más peligrosa de lo que pueda parecer. Es evidente que a vos no os han seguido, pero no podemos saber si me han seguido a mi. Mejor no tentar a la suerte... Ahora que os he encontrado... -No quiero volver a perderte. Quise decir, aunque supe en el mismo momento de comenzar la frase que ese no era el final que ella habría deseado oír. No era justo. Con suma delicadeza, la acompañé al interior del hostal, siguiendo al que supuse que sería el anterior dueño del mismo, si es que no lo seguía siendo. Una bofetada de aire caliente y aroma a varios tipos de comida me golpeó de lleno, haciéndome recordar de golpe el hambre que había pasado en los últimos días. Mi estómago se hizo eco de mis pensamientos, provocando que esbozara una sonrisa avergonzada cuando ella me miró. - Ha sido un viaje... muy largo. -Dije a modo de disculpa, aunque realmente había sido el más largo que hubiera hecho nunca.
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 86
Fecha de inscripción : 10/04/2014
Re: Nothing left to Fear || Irïna
¿Cómo expresar en palabras todo el dolor contenido durante todos aquellos meses de estancia lejos de todo cuanto conocía? ¿Cómo expresar en voz alta todo aquel sufrimiento que había obligado a permanecer oculto de ojos ajenos sin derrumbarse del todo? No sabía, no podía hacerlo. Todos aquellos meses se había sentido más sola de lo que jamás se sintió. Rota por dentro, como si toda aquella distancia la estuviese desgarrando profundamente sin que ella pudiera hacer nada para remediarlo. Y su silencio no hacía más que empeorar la situación. Su carácter se había ido enfriando hasta niveles imposibles. Era incapaz de mostrarse amable con nadie, sí correcta, pero no cercana. No confiaba en la gente, ni siquiera lo suficiente para entablar una conversación más trascendente que acerca de cómo estaba el tiempo. Y eso también la estaba dañando profundamente, la estaba destruyendo. Las personas están hechas para vivir en comunidad, en sociedad, para estar rodeadas de otras personas y establecer vínculos de amistad, de confianza con ellas. Sin ese apoyo que los otros ofrecen, los individuos están aislados, solos, apartados en un mundo que no está hecho para que los peces solitarios sobrevivan. No. La realidad está conformada de forma que la compañía es lo que te hace más fuerte, y la confianza en uno mismo y en otros son las armas más efectivas para enfrentarse a las adversidades. Y ella no las tenía. Sus padres habían muerto. Sus amigos estaban lejos, y todos aquellos que alguna vez juraron lealtad a ella y a su causa, habían optado por traicionarla. Sólo quedaba el miedo y el resentimiento, encerrados a presión en el frasco tan minúsculo que era su cuerpo. Y allí, en aquel momento, con Lorick, había estallado.
En lágrimas.
Porque había estado sorda y ciega ante esa realidad de la que ahora era consciente. Se había equivocado al alejarse de todos. Estar sola no era la solución a sus problemas, y a la vista estaba. ¿De qué le habían servido todos aquellos meses de sufrimiento, con el innecesario añadido de negarles también el conocimiento de su paradero a aquellos en quienes aún podía confiar? De nada. Sólo para que su carga, ya bastante pesada de por sí, se hiciera incluso más terrible. Había sido una estúpida, al pensar que su sacrificio sería suficiente para arreglarlo todo, y una egoísta por considerar que los pocos seres queridos que aún le quedaban, que no eran muchos, no necesitaban ni tenían por qué saber cómo se encontraba. Ni dónde. Estaba equivocada. Y sentir el perfume envolvente de Lorick no hizo más que confirmárselo. Su calidez seguía siendo la misma, incluso cuando seguía manteniendo aquel estricto protocolo del que siempre había hecho gala, pese a que no fuera necesario. Respondió a su abrazo con ternura, con delicadeza, como si pudiera leerle la mente y saber que era eso lo que necesitaba. Lo que llevaba necesitando desde el mismo momento en que tomó la decisión de marcharse sin despedirse. Él había sido el único en recibir una nota con un críptico mensaje a modo de enigma que debía resolver para, finalmente, acabar encontrándola. Y lo había hecho. Sí, había tardado más de lo esperado, pero allí estaba. Junto a ella. Más cerca de lo que había estado nunca. Y mentalmente, Irïna rezó para que el tiempo se detuviera. Aquellas mariposas que siempre la asaltaban cuando la cercanía entre ambos se reducían, comenzaron a agitarse, provocándole una sensación que en aquel momento le resultaba sumamente agradable. Significara lo que significara.
Porque entre no sentir nada, y sentir algo, por muy confuso que fuera, siempre elegiría lo segundo.
Porque, ¿qué era una persona si la despojabas de sus sentimientos, de sus emociones? Una simple roca, incapaz de avanzar y retroceder. Y llevaba siendo de roca demasiado tiempo. Deseaba, por encima de todo, sentirse nuevamente de carne y hueso. Sentirse vulnerable. Poder hablar, gritar, llorar, y sobre todo, poder hacerlo junto a alguien. Junto a alguien que nunca la había abandonado, que nunca pensó que ella no estaba capacitada para reinar y que jamás le cuestionó ninguno de sus actos. Lorick era su guardián, su más fiel seguidor y confidente. Y ahora estaban juntos, de nuevo. Frente a frente. Quizá por eso recibió con un gruñido las palabras del hombrecillo que los miraba de forma reprobadora, ya que, aunque acertadas, contradecían en su totalidad a los deseos de la muchacha. Al menos, en ese momento. Y el hecho de que Lorick, siempre correcto y seguidor de las normas, se apartase de ella para hacerle caso al mesero, hizo que una honda arruga se formase en su frente a causa de la frustración. Y luego, una sonrisa. Porque en un momento pasó de sentirse sola y como si tuviera cientos de años a su espalda, a actuar como esa niña que nunca le habían permitido ser. Porque a su lado, todo el sentido común que pudiera manifestar la monarca, era poco en comparación. Y no le importaba, realmente. Le gustaba sentirse amparada por alguien más sabio y fuerte que ella misma, por alguien capaz de sostenerla cuando no supiera cómo continuar. Ese alguien era Lorick, y ahora que estaba a su lado lo aprovecharía. Porque lo necesitaba.
A regañadientes lo acompañó hacia el interior del hostal, fingiendo un enfado que realmente no sentía. Al menos, no en un grado tan elevado como quería hacer ver. Estaba emocionada, feliz de tenerlo cerca, aunque sabía que ni de lejos habían acabado sus problemas. Es más, probablemente no había hecho más que empezar. Si él estaba allí, lejos del que también era su hogar, era porque algo malo había ocurrido, o porque su presencia en Escocia empezaba a ser necesaria. Y oírselo decir a él sería algo que probablemente le daría más miedo que cualquier otra cosa. Porque significaría que era el momento de regresar, de desechar sus dudas y miedos y dar ese temido paso. Y no estaba preparada. Por suerte, el rugido del estómago del guardia real le indicó que aún tenían un rato para olvidarse de los temas más importantes. Tendrían un tiempo para ponerse al día, charlar de qué habían estado haciendo durante aquellos meses de distanciamiento. No tenía claro el motivo por el que estaba interesada por Lorick, pero con el tiempo se había acostumbrado a sentir lo que sentía, pese a no saber qué nombre ponerle. Y suponía que, en parte, la culpa de desconocer sus sentimientos era por aquella idea que sus padres metieron en su cabeza desde su nacimiento: la de que su vida estaba predestinada, escrita de antemano. Y que ella no podría hacer nada para cambiarlo.
- Creo que lo primero será daros algo para comer... La despensa está llena y tengo buenas manos para la cocina. -El dueño del hostal asintió y se alejó de ambos lentamente, tras dirigir a ambos una larga mirada que encerraba mucho más de lo que probablemente se hubiera atrevido a decir con palabras. Una vez llegados a la cocina, finalmente se quedaron solos, y un leve rubor se extendió por sus mejillas. Se sentía extrañamente cohibida, incapaz de mirarlo directamente a la cara. Aquella cocina, de pronto, parecía demasiado pequeña. - ¿Qué os apetece comer? Hay... arroz, sopa, patatas... En realidad, casi cualquier cosa. Sólo dime lo que queráis. Estos meses he estado practicando mucho... ya sabéis, por precaución. -Se dirigió directamente a la encimera y rebuscó en los cajones, intentando controlarse. ¿Qué demonios le estaba pasando? Debería estar contenta, emocionada, no nerviosa. Y en caso de estarlo, había mayores cosas de las que preocuparse que acerca de lo que Lorick pudiera o no pensar de ella, o si la había echado de menos.
En lágrimas.
Porque había estado sorda y ciega ante esa realidad de la que ahora era consciente. Se había equivocado al alejarse de todos. Estar sola no era la solución a sus problemas, y a la vista estaba. ¿De qué le habían servido todos aquellos meses de sufrimiento, con el innecesario añadido de negarles también el conocimiento de su paradero a aquellos en quienes aún podía confiar? De nada. Sólo para que su carga, ya bastante pesada de por sí, se hiciera incluso más terrible. Había sido una estúpida, al pensar que su sacrificio sería suficiente para arreglarlo todo, y una egoísta por considerar que los pocos seres queridos que aún le quedaban, que no eran muchos, no necesitaban ni tenían por qué saber cómo se encontraba. Ni dónde. Estaba equivocada. Y sentir el perfume envolvente de Lorick no hizo más que confirmárselo. Su calidez seguía siendo la misma, incluso cuando seguía manteniendo aquel estricto protocolo del que siempre había hecho gala, pese a que no fuera necesario. Respondió a su abrazo con ternura, con delicadeza, como si pudiera leerle la mente y saber que era eso lo que necesitaba. Lo que llevaba necesitando desde el mismo momento en que tomó la decisión de marcharse sin despedirse. Él había sido el único en recibir una nota con un críptico mensaje a modo de enigma que debía resolver para, finalmente, acabar encontrándola. Y lo había hecho. Sí, había tardado más de lo esperado, pero allí estaba. Junto a ella. Más cerca de lo que había estado nunca. Y mentalmente, Irïna rezó para que el tiempo se detuviera. Aquellas mariposas que siempre la asaltaban cuando la cercanía entre ambos se reducían, comenzaron a agitarse, provocándole una sensación que en aquel momento le resultaba sumamente agradable. Significara lo que significara.
Porque entre no sentir nada, y sentir algo, por muy confuso que fuera, siempre elegiría lo segundo.
Porque, ¿qué era una persona si la despojabas de sus sentimientos, de sus emociones? Una simple roca, incapaz de avanzar y retroceder. Y llevaba siendo de roca demasiado tiempo. Deseaba, por encima de todo, sentirse nuevamente de carne y hueso. Sentirse vulnerable. Poder hablar, gritar, llorar, y sobre todo, poder hacerlo junto a alguien. Junto a alguien que nunca la había abandonado, que nunca pensó que ella no estaba capacitada para reinar y que jamás le cuestionó ninguno de sus actos. Lorick era su guardián, su más fiel seguidor y confidente. Y ahora estaban juntos, de nuevo. Frente a frente. Quizá por eso recibió con un gruñido las palabras del hombrecillo que los miraba de forma reprobadora, ya que, aunque acertadas, contradecían en su totalidad a los deseos de la muchacha. Al menos, en ese momento. Y el hecho de que Lorick, siempre correcto y seguidor de las normas, se apartase de ella para hacerle caso al mesero, hizo que una honda arruga se formase en su frente a causa de la frustración. Y luego, una sonrisa. Porque en un momento pasó de sentirse sola y como si tuviera cientos de años a su espalda, a actuar como esa niña que nunca le habían permitido ser. Porque a su lado, todo el sentido común que pudiera manifestar la monarca, era poco en comparación. Y no le importaba, realmente. Le gustaba sentirse amparada por alguien más sabio y fuerte que ella misma, por alguien capaz de sostenerla cuando no supiera cómo continuar. Ese alguien era Lorick, y ahora que estaba a su lado lo aprovecharía. Porque lo necesitaba.
A regañadientes lo acompañó hacia el interior del hostal, fingiendo un enfado que realmente no sentía. Al menos, no en un grado tan elevado como quería hacer ver. Estaba emocionada, feliz de tenerlo cerca, aunque sabía que ni de lejos habían acabado sus problemas. Es más, probablemente no había hecho más que empezar. Si él estaba allí, lejos del que también era su hogar, era porque algo malo había ocurrido, o porque su presencia en Escocia empezaba a ser necesaria. Y oírselo decir a él sería algo que probablemente le daría más miedo que cualquier otra cosa. Porque significaría que era el momento de regresar, de desechar sus dudas y miedos y dar ese temido paso. Y no estaba preparada. Por suerte, el rugido del estómago del guardia real le indicó que aún tenían un rato para olvidarse de los temas más importantes. Tendrían un tiempo para ponerse al día, charlar de qué habían estado haciendo durante aquellos meses de distanciamiento. No tenía claro el motivo por el que estaba interesada por Lorick, pero con el tiempo se había acostumbrado a sentir lo que sentía, pese a no saber qué nombre ponerle. Y suponía que, en parte, la culpa de desconocer sus sentimientos era por aquella idea que sus padres metieron en su cabeza desde su nacimiento: la de que su vida estaba predestinada, escrita de antemano. Y que ella no podría hacer nada para cambiarlo.
- Creo que lo primero será daros algo para comer... La despensa está llena y tengo buenas manos para la cocina. -El dueño del hostal asintió y se alejó de ambos lentamente, tras dirigir a ambos una larga mirada que encerraba mucho más de lo que probablemente se hubiera atrevido a decir con palabras. Una vez llegados a la cocina, finalmente se quedaron solos, y un leve rubor se extendió por sus mejillas. Se sentía extrañamente cohibida, incapaz de mirarlo directamente a la cara. Aquella cocina, de pronto, parecía demasiado pequeña. - ¿Qué os apetece comer? Hay... arroz, sopa, patatas... En realidad, casi cualquier cosa. Sólo dime lo que queráis. Estos meses he estado practicando mucho... ya sabéis, por precaución. -Se dirigió directamente a la encimera y rebuscó en los cajones, intentando controlarse. ¿Qué demonios le estaba pasando? Debería estar contenta, emocionada, no nerviosa. Y en caso de estarlo, había mayores cosas de las que preocuparse que acerca de lo que Lorick pudiera o no pensar de ella, o si la había echado de menos.
Última edición por Irïna K.V. of Hanover el Jue Abr 16, 2015 8:51 am, editado 1 vez
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
- Mensajes : 172
Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: Nothing left to Fear || Irïna
El hombre nos siguió a ambos hasta el interior del hostal, sin dejar de clavar su incisiva mirada directamente a mis rostro. No era de extrañar. Solía ser lo primero en lo que se fijaban las personas cuando acababan de conocerme. En esa larga y enrojecida cicatriz que desde hace años surcaba mi rostro. Supongo que el hecho de que no sea precisamente agradable a la vista provoca en los demás una primera impresión de desconfianza. Las personas con cicatrices tan grandes como la que yo porto suelen haber estado metidas en líos bastante serios. Y si lo sé, es porque yo mismo lo estuve en su día. Aunque probablemente no en el tipo de lío que ese hombre estaría pensando. Esa cicatriz me la hicieron en el campo de batalla, mientras trataba de proteger a uno de mis compañeros caídos en el frente de un espía del bando contrario. De hecho, todas las cicatrices que desde mi temprana entrada en el ejército surcan mi cuerpo al completo, me las hice en situaciones en las que estaba protegiendo a otra persona. Razón de más para pensar que realmente estoy destinado a vivir protegiendo a otros. Protegiendo a Irïna. Porque la poca pureza que queda en el mundo merece ser salvaguardada. Y nunca he conocido a un ser más puro e inocente, a la vez que fuerte, que a aquella que ahora era mi reina.
Por eso me limité a sonreír ante la cara de disgusto que el hombre puso al ver que yo no dejaba de mirarla a ella. ¿Cómo no hacerlo? Estaba tan hermosa que casi parecía relucir, como si una luz brillante saliera de su interior. Una luz cálida que se me pegaba a la piel, que me iluminaba el camino. Una luz que jamás podría alcanzar. Suspiré y la dejé alejarse aminorando yo el paso. Sabía que el hombre tenía algo que decirme, y yo le demostraría que podía confiar en mi, escuchando aquello que tuviera que decir. Aguardé a que me advirtiera del peligro que mi presencia suponía para la monarca de mi país. Esperé a que me dijera que debía parar de mirarla de aquella forma, con aquella ternura, porque yo nunca podría tenerla, porque no era posible que ocurriera nada entre nosotros. Porque ni yo podía amarla, ni ella podía corresponderme... Pero no sucedió. El hombre me miró largamente, y luego golpeó mi hombro con cierta camaradería, como si más que dos desconocidos fuéramos dos viejos amigos que compartían un secreto que nadie salvo nosotros sabía. Lo miré con el ceño fruncido, confuso. ¿Acaso mis sentimientos eran tan evidentes incluso para alguien que no me conocía de nada? ¿Lo eran acaso también para ella? Esperaba que no, porque ese podría ser mi fin. Nuestro fin.
- Si eres tú ese por el que aguardaba noches enteras mirando por la ventana... Hijo, me alegro que estés aquí. Si por el contrario eres aquel por el que llora o que le quita el apetito, espero que hagas honor a tu cargo y la protejas. No sólo de esos que amenazan con venir a por ella, sino de ella misma, y de esos sentimientos que reflejas con los ojos. Ha sufrido demasiado, es más que evidente, y es una buena niña. No se merece que le ocurra ninguna otra desgracia. -Y tras ejercer una leve presión en mi hombro, se alejó de ambos, y sonrió en nuestra dirección. Sus sabias palabras me dejaron momentáneamente petrificado. Sí, yo era el encargado de protegerle. De velar por su vida, por sus sueños, de hacer que su reinado fuese pacífico y libre de todo mal. Y no lo estaba cumpliendo. Una punzada de culpabilidad me agitó con fuerza al concentrarme en su silueta. Estaba demacrada, pálida, y demasiado delgada incluso para lo que ella solía estar. Sus huesos se marcaban debajo de los ropajes, aunque le quedaran holgados. Me acerqué a la gran mesa de roble que gobernaba la mitad de la cocina y me senté en la silla más cercana a la puerta.
- Cualquier cosa estará bien, no os preocupéis por mi... Pero agradecería que vos también comierais algo. Incluso el dueño del hostal está preocupado por vos. Y yo también, por supuesto. -Me quedé mirándola con fijeza mientras ella iba de un lado a otro con destreza por la sala. Parecía una aparición, de lo frágil y delicados que eran sus movimientos. Dios santo, cómo había podido echarla tanto de menos, y ser tan poco consciente de ello hasta aquel preciso momento.
Por eso me limité a sonreír ante la cara de disgusto que el hombre puso al ver que yo no dejaba de mirarla a ella. ¿Cómo no hacerlo? Estaba tan hermosa que casi parecía relucir, como si una luz brillante saliera de su interior. Una luz cálida que se me pegaba a la piel, que me iluminaba el camino. Una luz que jamás podría alcanzar. Suspiré y la dejé alejarse aminorando yo el paso. Sabía que el hombre tenía algo que decirme, y yo le demostraría que podía confiar en mi, escuchando aquello que tuviera que decir. Aguardé a que me advirtiera del peligro que mi presencia suponía para la monarca de mi país. Esperé a que me dijera que debía parar de mirarla de aquella forma, con aquella ternura, porque yo nunca podría tenerla, porque no era posible que ocurriera nada entre nosotros. Porque ni yo podía amarla, ni ella podía corresponderme... Pero no sucedió. El hombre me miró largamente, y luego golpeó mi hombro con cierta camaradería, como si más que dos desconocidos fuéramos dos viejos amigos que compartían un secreto que nadie salvo nosotros sabía. Lo miré con el ceño fruncido, confuso. ¿Acaso mis sentimientos eran tan evidentes incluso para alguien que no me conocía de nada? ¿Lo eran acaso también para ella? Esperaba que no, porque ese podría ser mi fin. Nuestro fin.
- Si eres tú ese por el que aguardaba noches enteras mirando por la ventana... Hijo, me alegro que estés aquí. Si por el contrario eres aquel por el que llora o que le quita el apetito, espero que hagas honor a tu cargo y la protejas. No sólo de esos que amenazan con venir a por ella, sino de ella misma, y de esos sentimientos que reflejas con los ojos. Ha sufrido demasiado, es más que evidente, y es una buena niña. No se merece que le ocurra ninguna otra desgracia. -Y tras ejercer una leve presión en mi hombro, se alejó de ambos, y sonrió en nuestra dirección. Sus sabias palabras me dejaron momentáneamente petrificado. Sí, yo era el encargado de protegerle. De velar por su vida, por sus sueños, de hacer que su reinado fuese pacífico y libre de todo mal. Y no lo estaba cumpliendo. Una punzada de culpabilidad me agitó con fuerza al concentrarme en su silueta. Estaba demacrada, pálida, y demasiado delgada incluso para lo que ella solía estar. Sus huesos se marcaban debajo de los ropajes, aunque le quedaran holgados. Me acerqué a la gran mesa de roble que gobernaba la mitad de la cocina y me senté en la silla más cercana a la puerta.
- Cualquier cosa estará bien, no os preocupéis por mi... Pero agradecería que vos también comierais algo. Incluso el dueño del hostal está preocupado por vos. Y yo también, por supuesto. -Me quedé mirándola con fijeza mientras ella iba de un lado a otro con destreza por la sala. Parecía una aparición, de lo frágil y delicados que eran sus movimientos. Dios santo, cómo había podido echarla tanto de menos, y ser tan poco consciente de ello hasta aquel preciso momento.
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 86
Fecha de inscripción : 10/04/2014
Re: Nothing left to Fear || Irïna
¡Maldición! ¿Cómo no iba a estar nerviosa, si parecía que Lorick tenía el extraño hobby de mirarla intensamente durante más tiempo del estipulado para que una mirada dejase de ser normal? La miraba con ternura, con ilusión, con cariño... De una forma que nunca había llegado a comprender del todo, pese a parecerse al modo en que ella misma lo observaba a él. Antes de separarse, ambos habían pasado mucho tiempo juntos. Quizá demasiado. Él se había convertido en una de las pocas personas en que podía confiar de verdad, dentro de aquel mundo que parecía querer verla bajo tierra. Y eso podía interpretarse de muchas formas. Quizá esas "mariposas" en su estómago fueran el resultado de la alegría que le causaba volver a verle tras tanto tiempo de haber estado separados. O tal vez se correspondieran con aquel sentimiento del que tantos hablaban, y que ella nunca se había considerado merecedora de sentir. Y mucho menos tras la muerte de sus padres. Pero cada vez que sus ojos coincidían con los ajenos, y sus mejillas se teñían de rojo, parecía quedar más claro que se correspondía con lo segundo. Con todo lo que ello implicaba para ambos. ¡Ah! ¿Estaba enamorada de Lorick? ¿Y desde cuándo? Porque aquella no era ni de lejos la primera vez en que estando a su lado se sentía liviana y nerviosa al mismo tiempo. Ni siquiera había sido la única vez en que se había atrevido a fantasear mentalmente con la posibilidad de un destino juntos, sin que nada se interpusiera entre ellos nunca más. Lejos de un destino que la perseguiría por siempre.
Pero eso no podía ser. Ella estaba condenada a ser una reina solitaria, cuidando del reino que sus padres le habían legado. Era su deber. Su obligación. Y era algo en lo que él no podría ayudarle. Sabía que sus sentimientos hacia él, si eran esos que creía sentir, llevaban siendo correspondidos por el guardia real desde hacía mucho. Pero sería una unión prohibida, que nadie aprobaría, por más que ella quisiera. ¿Una monarca con aquel que había jurado por su vida protegerla? ¿Una reina con un plebeyo? Si ya por ser mujer, y estar soltera, no la respetaban, ¿quién iba a aceptar un posible enlace entre ambos? Aquel hecho la entristecía profundamente, aunque aquellas ensoñaciones no fueran más que simples fantasías. De haberse encontrado mejor, respaldada por sus padres, nada le hubiera impedido haberlo intentado. Pero ellos no estaban. Estaba sola. Él era lo único que le quedaba, y no soportaría tener que distanciarse. Lo que sentía debía quedarse escondido, tal y como él mismo escondía lo que era evidente que sentía. Porque era lo mejor para el reino, aunque quizá no para ambos. Tan distraída estaba con aquellos pensamientos que iban y venían dentro de su cabeza que cuando volvió a escuchar su voz dio un respingo tal que el tarro de pasta que sostenía entre las manos se le cayó, impactando directamente contra el suelo, generando gran estruendo. El sonido la sacó totalmente de su ensimismamiento, y entonces volvió a girarse para mirarlo. Parecía agotado, e incluso más envejecido de lo que lo recordaba, y eso era extraño, teniendo en cuenta que desde que lo conoció siendo una niña no había cambiado casi nada.
- Maldita sea... -Farfulló recogiendo los cristales como pudo. Uno de ellos, de pequeño tamaño, se clavó en la palma de su mano, dejando que la sangre brotase lentamente por la misma. La joven suspiró, y tras cubrirla con una servilleta, tomó un par de cacerolas y puso agua a calentar. Las patatas parecían ahora la mejor opción. - No pienso disculparme por preocuparme por vos. Alguien debe hacerlo, ¿no creéis? Miraos. Parecéis a punto de desmayaros. Hmm... Supongo que pasta ya no puedo ofreceros. ¿Qué os parece arroz y patata cocida? Puedo hacer alguna salsa con tomate, ajo y pimientos... Y si insistís, puedo acompañaros. Aunque la verdad es que no tengo demasiado apetito. -De hecho, su estómago llevaba cerrado varios días. Tenía el extraño presentimiento de que algo iba a suceder, algo que cambiaría el rumbo de los acontecimientos, que la obligaría a tomar una decisión que probablemente no le gustara. Pero no quería molestar a Lorick con sus problemas, al menos, no por el momento. Lo único que deseaba era saber por qué se había demorado tanto en encontrarla. Y sí, puede que fuese egoísta preocuparse por eso cuando el hombre parecía tan maltrecho, pero no podía expresar con palabras lo mucho que lo había echado de menos. ¿Cómo no iba a querer saber los motivos de su demora? ¿Y si en realidad no había querido ir a buscarla? Parecía poco probable, dado que sabía que realmente se preocupaba por ella, pero ya no sabía qué pensar sobre nada. Estaba demasiado confusa.
Pero eso no podía ser. Ella estaba condenada a ser una reina solitaria, cuidando del reino que sus padres le habían legado. Era su deber. Su obligación. Y era algo en lo que él no podría ayudarle. Sabía que sus sentimientos hacia él, si eran esos que creía sentir, llevaban siendo correspondidos por el guardia real desde hacía mucho. Pero sería una unión prohibida, que nadie aprobaría, por más que ella quisiera. ¿Una monarca con aquel que había jurado por su vida protegerla? ¿Una reina con un plebeyo? Si ya por ser mujer, y estar soltera, no la respetaban, ¿quién iba a aceptar un posible enlace entre ambos? Aquel hecho la entristecía profundamente, aunque aquellas ensoñaciones no fueran más que simples fantasías. De haberse encontrado mejor, respaldada por sus padres, nada le hubiera impedido haberlo intentado. Pero ellos no estaban. Estaba sola. Él era lo único que le quedaba, y no soportaría tener que distanciarse. Lo que sentía debía quedarse escondido, tal y como él mismo escondía lo que era evidente que sentía. Porque era lo mejor para el reino, aunque quizá no para ambos. Tan distraída estaba con aquellos pensamientos que iban y venían dentro de su cabeza que cuando volvió a escuchar su voz dio un respingo tal que el tarro de pasta que sostenía entre las manos se le cayó, impactando directamente contra el suelo, generando gran estruendo. El sonido la sacó totalmente de su ensimismamiento, y entonces volvió a girarse para mirarlo. Parecía agotado, e incluso más envejecido de lo que lo recordaba, y eso era extraño, teniendo en cuenta que desde que lo conoció siendo una niña no había cambiado casi nada.
- Maldita sea... -Farfulló recogiendo los cristales como pudo. Uno de ellos, de pequeño tamaño, se clavó en la palma de su mano, dejando que la sangre brotase lentamente por la misma. La joven suspiró, y tras cubrirla con una servilleta, tomó un par de cacerolas y puso agua a calentar. Las patatas parecían ahora la mejor opción. - No pienso disculparme por preocuparme por vos. Alguien debe hacerlo, ¿no creéis? Miraos. Parecéis a punto de desmayaros. Hmm... Supongo que pasta ya no puedo ofreceros. ¿Qué os parece arroz y patata cocida? Puedo hacer alguna salsa con tomate, ajo y pimientos... Y si insistís, puedo acompañaros. Aunque la verdad es que no tengo demasiado apetito. -De hecho, su estómago llevaba cerrado varios días. Tenía el extraño presentimiento de que algo iba a suceder, algo que cambiaría el rumbo de los acontecimientos, que la obligaría a tomar una decisión que probablemente no le gustara. Pero no quería molestar a Lorick con sus problemas, al menos, no por el momento. Lo único que deseaba era saber por qué se había demorado tanto en encontrarla. Y sí, puede que fuese egoísta preocuparse por eso cuando el hombre parecía tan maltrecho, pero no podía expresar con palabras lo mucho que lo había echado de menos. ¿Cómo no iba a querer saber los motivos de su demora? ¿Y si en realidad no había querido ir a buscarla? Parecía poco probable, dado que sabía que realmente se preocupaba por ella, pero ya no sabía qué pensar sobre nada. Estaba demasiado confusa.
Última edición por Irïna K.V. of Hanover el Vie Jul 31, 2015 10:13 pm, editado 2 veces
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
- Mensajes : 172
Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: Nothing left to Fear || Irïna
Por un momento, percibí ese repentino ataque de torpeza en la monarca de mi país -pues así consideraba Escocia, mi verdadera nación-, como un ejemplo más de que quizá sus sentimientos hacia mi sí se parecían a los que yo mismo profesaba hacia ella. ¿Y si tal vez estábamos predestinados a estar juntos? ¿Y si el destino había actuado para reunirnos pese a todas las adversidades? ¿Y si realmente teníamos una posibilidad? La posibilidad de convertirnos en algo más... Cercano. No voy a negar que la simple posibilidad de que los astros se hubieran alineado para mantenernos unidos hacía que mi alma se elevase por momentos, contagiada de la hermosa luz que Irïna desprendía. Nuestros corazones estaban conectados, lo habían estado siempre, en cierta forma, y aunque mi amor por ella fuese en realidad más reciente que la necesidad de protegerla... ¿Estar juntos no me permitiría protegerla en más ámbitos de los habituales? Sonreí por un instante, imaginando cómo sería la vida para ambos. Desde luego no sería tranquila, debido a mi condición y a su posición en la escala social, pero ¿sería feliz? ¿Agradable? ¿Suficiente para calmar mis ansias de su calidez, y sus deseos de libertad? Podría apostar a que lo primero sí, pero sus pretensiones de libertad nunca se verían cubiertas. Había estado toda su vida encerrada, después de todo, reprimida, enterrada bajo cientos de pretensiones, de obligaciones, del peso de un destino que habían escogido para ella sin contar con su opinión. ¿Quién le podría discutir que quisiera decidir por sí misma?
Por suerte para ambos, me detuve en mis ensoñaciones justo a tiempo para recoger parte de los alimentos que se le habían desparramado por el suelo. Aunque no con la suficiente antelación como para evitar que la dueña de mi mundo se hiriera con aquellos dichosos cristales. Fruncí el ceño con fastidio. ¿Cómo podía ser tan necio? Aquella simple ilusión por estar con ella, aunque correspondida, la ponía en peligro de muchas más formas de las que yo podría protegerla. Por una razón bastante simple: yo era un monstruo. De acuerdo que mis instintos animales no aparecían más que un par de días al mes, pero ello no me hacía menos terrible. Recogí los pocos cristales que ella había dejado en el suelo y negué con la cabeza. - Dejadlo, ya los recojo yo... -Miré con preocupación a la mano de la joven que goteaba sangre, arrugando la nariz. ¿Qué pensaría su padre de mi, y de mi misión como su protector si no era capaz de anticipar situaciones tan triviales como aquella? Mi cariño hacia ella me cegaba, y de forma cada vez más evidente. Y es no era bueno. Cuando hube recogido todos los cristales, la miré desde el suelo y la sujeté por la muñeca, para hacer que se parase un momento. Ahora me daba cuenta más que nunca de que su aspecto era no sólo el de alguien desmejorado. Parecía literalmente una muñeca de porcelana, a punto de quebrarse bajo la presión que el mundo ejercía sobre sus escuálidos hombros.
- Irïna... -Murmuré, para luego levantarme del suelo, sin dejar de sujetarla. - Irïna... -Sus ojos esquivaban de forma evidente el contacto con los míos. - Basta ya. Detente, por favor. -Ninguno de los dos sacaríamos nada de aquel nuevo encuentro si no comenzábamos a hablar de lo realmente importante, de aquello que necesitábamos hablar. - No he venido hasta aquí para que me hagas de comer, ni para que te preocupes por mi. He venido... A por ti. Yo soy quien debe preocuparse por ti. Yo soy quien debe... Protegerte... Y no lo estoy haciendo. -Solté su brazo para alejarme un par de pasos. El reino la necesitaba, y aunque odiaba tener que decírselo, ese era el motivo último para haber ido a buscarla. A partir del momento en que ella decidiera regresar, todo volvería a ser como antes, y me comprometería a cumplir mis funciones del modo en que nunca debí dejar de hacerlo. - El reino os necesita, majestad. Y yo, como guardia real, vuelvo a juraros lealtad. Os protegeré con mi vida, para que podáis cumplir vuestro deber como reina sin que nada enturbie vuestro reinado, ni vuestra vida corra ningún peligro. -Porque nuestro amor no nos llevaría a ningún sitio. Porque su destino y el mío estaban enfrentados. Porque comenzaba a no estar tan seguro de poder protegerla si mis deseos interferían con el cumplimiento de sus deberes... Y de los míos.
Por suerte para ambos, me detuve en mis ensoñaciones justo a tiempo para recoger parte de los alimentos que se le habían desparramado por el suelo. Aunque no con la suficiente antelación como para evitar que la dueña de mi mundo se hiriera con aquellos dichosos cristales. Fruncí el ceño con fastidio. ¿Cómo podía ser tan necio? Aquella simple ilusión por estar con ella, aunque correspondida, la ponía en peligro de muchas más formas de las que yo podría protegerla. Por una razón bastante simple: yo era un monstruo. De acuerdo que mis instintos animales no aparecían más que un par de días al mes, pero ello no me hacía menos terrible. Recogí los pocos cristales que ella había dejado en el suelo y negué con la cabeza. - Dejadlo, ya los recojo yo... -Miré con preocupación a la mano de la joven que goteaba sangre, arrugando la nariz. ¿Qué pensaría su padre de mi, y de mi misión como su protector si no era capaz de anticipar situaciones tan triviales como aquella? Mi cariño hacia ella me cegaba, y de forma cada vez más evidente. Y es no era bueno. Cuando hube recogido todos los cristales, la miré desde el suelo y la sujeté por la muñeca, para hacer que se parase un momento. Ahora me daba cuenta más que nunca de que su aspecto era no sólo el de alguien desmejorado. Parecía literalmente una muñeca de porcelana, a punto de quebrarse bajo la presión que el mundo ejercía sobre sus escuálidos hombros.
- Irïna... -Murmuré, para luego levantarme del suelo, sin dejar de sujetarla. - Irïna... -Sus ojos esquivaban de forma evidente el contacto con los míos. - Basta ya. Detente, por favor. -Ninguno de los dos sacaríamos nada de aquel nuevo encuentro si no comenzábamos a hablar de lo realmente importante, de aquello que necesitábamos hablar. - No he venido hasta aquí para que me hagas de comer, ni para que te preocupes por mi. He venido... A por ti. Yo soy quien debe preocuparse por ti. Yo soy quien debe... Protegerte... Y no lo estoy haciendo. -Solté su brazo para alejarme un par de pasos. El reino la necesitaba, y aunque odiaba tener que decírselo, ese era el motivo último para haber ido a buscarla. A partir del momento en que ella decidiera regresar, todo volvería a ser como antes, y me comprometería a cumplir mis funciones del modo en que nunca debí dejar de hacerlo. - El reino os necesita, majestad. Y yo, como guardia real, vuelvo a juraros lealtad. Os protegeré con mi vida, para que podáis cumplir vuestro deber como reina sin que nada enturbie vuestro reinado, ni vuestra vida corra ningún peligro. -Porque nuestro amor no nos llevaría a ningún sitio. Porque su destino y el mío estaban enfrentados. Porque comenzaba a no estar tan seguro de poder protegerla si mis deseos interferían con el cumplimiento de sus deberes... Y de los míos.
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 86
Fecha de inscripción : 10/04/2014
Re: Nothing left to Fear || Irïna
Y cuando la monarca ya se había mentalizado de que tenía que calmarse, y empezar a poner las cartas sobre la mesa, el mundo entero volvió a venirse encima en cuanto el guardia real rodeó su muñeca con sus firmes y grandes manos, y mencionó su nombre de aquella forma que no sólo la hacía vibrar, sino que le causaba tantísimo temor. Temor porque, ¿qué ocurriría en caso de que alguno de los dos fuera tan necio para confesar lo que sentía por el otro? ¿Qué pasaría si, además, el otro decía corresponder sus sentimientos? ¿Qué sería de su deber, de la responsabilidad que tenía para con la memoria de sus padres, con su reino? ¿Acaso podría criticar que aquellos que aún no le habían dado la espalda en Escocia, comenzaran a dársela al ver que había decidido casarse con aquel cuyos votos incluían en no mantener ninguna relación íntima con los miembros de la familia real? Era una norma estúpida y represiva, estaba de acuerdo, pero no dejaba de ser una norma establecida por sus padres, por los nobles que se suponía que debían respaldarla. ¿Qué haría si aquellos que aún seguían estando de su parte, comenzaban también a proclamar que no era digna del trono que era suyo por derecho? De pronto se sintió tremendamente enfadada, furiosa, no sólo con el destino que le habían impuesto, sino con el modo en que la sociedad tenía de regular la vida de las personas, de impedir que fuese el amor, y no otra cosa, lo que dictase quiénes debían casarse. Enfadada con Lorick, por sentir lo que sentía por ella, y por hacer imposible no corresponderlo. Porque cada vez que sus ojos se clavaban en los de ella, veía la felicidad, el futuro que siempre había deseado. Y se olvidaba de los obstáculos.
- ¡Y para qué habéis venido entonces! ¡Qué demonios queréis! -Gritó, zafándose de su agarre con frustración, sintiéndose al instante como una niña pequeña, furibunda, e incapaz de gestionar sus emociones. Justo como hacía unos minutos. - Ya que tanto habéis tardado en encontrarme, supongo que es porque no hago falta en el país, o simplemente porque ya os habéis aburrido de tratar de cuidar a una monarca a la que nadie quiere en el trono. A una niña solitaria y testaruda que no hace más que llorar por los rincones porque sus padres han muerto sin explicarle cómo ser reina, cómo convertirse en algo que nunca quiso ser. -Pateó la pasta que aún quedaba en el suelo, intentando descargar parte de aquel dolor que la embargaba por completo. Que llevaba arrastrando consigo ya demasiado tiempo, y del que no era capaz de deshacerse. - No... ¡¡NO!! ¡No tenéis que preocuparos por mi! No tenéis que cuidarme. Ese pacto lo hicisteis con mi padre, y mi padre está muerto. Yo ya no soy vuestra responsabilidad, ni quiero serlo. ¡Dejad de hacerme sentir así! Dejad de recordarme quien soy, como si fuera posible que me olvidase de ello ni por un momento. -Golpeó el pecho del hombre con los puños, mientras sus lágrimas comenzaban a deslizarse rápidamente por sus mejillas. Lágrimas de desesperación, de arrepentimiento, de vergüenza. ¿Por qué la vida había sido tan injusta con ella? ¿Por qué todo cuanto lo que había dicho era poco menos que una rabieta sin significado? Aunque realmente deseara abandonar, dejar el trono para que lo ocupase cualquier otro, no podría hacerlo. No podía traicionar la memoria de su familia, ni siquiera aunque ellos hubieran sido tan egoístas como para elegir por ella.
- Decís que el reino me necesita... Me dicen que el reino sangra por mi ausencia... Pero todo cuanto hay en el reino, en mi reino, para mi, es hostilidad. Aquellos que, como vos, juraron lealtad a mi padre, han mancillado su memoria al alzarse contra mi, contra su hija y legítima heredera. ¿Acaso no sangrará más el reino si obligo a los pocos que aún me apoyan, con mi vuelta, a pelear contra aquellos que quieren arrebatarme ese derecho? Si yo muero, nada podrá hacerse por el bienestar de mi pueblo, de los más desfavorecidos, como era el deseo de mi padre, y el mío. Pero si regreso, corro el peligro de morir, y si no muero, tendré que luchar por algo que, de hecho, ya es mío... -Musitó, sin despegar el rostro del pecho ajeno. Estar envuelta por su aroma, por aquel calor que siempre desprendía, la hacía sentir segura, tranquila, en calma. Pero no era suficiente para aplacar toda aquella inseguridad. ¡Tenía miedo de morir, por supuesto! Pero aún más miedo de provocar una brecha definitiva que acabase con la esperanza de los más débiles. Ella era su símbolo, el símbolo de la lucha por los derechos igualitarios. No quería ni podría obligar a aquellos a quienes únicamente quería proteger a luchar, a morir, por su causa. Era terriblemente injusto. - Estoy tan cansada, Lorick... Tan terriblemente cansada... De huir, de estar lejos de casa, de preocuparme por las vidas de tantas personas que son hijas de mi reino. ¿Cómo puedo soportar una carga tan pesada si encima os empeñáis en alejaros? No quiero vuestra lealtad, sólo quiero vuestro cariño, vuestra amistad. ¿De qué me sirve un guardia leal, si no tengo un amigo que impida que mi mente se pierda para siempre en la locura? -Decir aquello le dolía en el alma, pero si no podían ser algo más, por lo menos necesitaba saber que no le perdería. Que seguiría siendo lo mismo que siempre para ella. Un compañero, un confidente. Un hombro en el que apoyarse cuando llorar era todo cuanto quería hacer.
- ¡Y para qué habéis venido entonces! ¡Qué demonios queréis! -Gritó, zafándose de su agarre con frustración, sintiéndose al instante como una niña pequeña, furibunda, e incapaz de gestionar sus emociones. Justo como hacía unos minutos. - Ya que tanto habéis tardado en encontrarme, supongo que es porque no hago falta en el país, o simplemente porque ya os habéis aburrido de tratar de cuidar a una monarca a la que nadie quiere en el trono. A una niña solitaria y testaruda que no hace más que llorar por los rincones porque sus padres han muerto sin explicarle cómo ser reina, cómo convertirse en algo que nunca quiso ser. -Pateó la pasta que aún quedaba en el suelo, intentando descargar parte de aquel dolor que la embargaba por completo. Que llevaba arrastrando consigo ya demasiado tiempo, y del que no era capaz de deshacerse. - No... ¡¡NO!! ¡No tenéis que preocuparos por mi! No tenéis que cuidarme. Ese pacto lo hicisteis con mi padre, y mi padre está muerto. Yo ya no soy vuestra responsabilidad, ni quiero serlo. ¡Dejad de hacerme sentir así! Dejad de recordarme quien soy, como si fuera posible que me olvidase de ello ni por un momento. -Golpeó el pecho del hombre con los puños, mientras sus lágrimas comenzaban a deslizarse rápidamente por sus mejillas. Lágrimas de desesperación, de arrepentimiento, de vergüenza. ¿Por qué la vida había sido tan injusta con ella? ¿Por qué todo cuanto lo que había dicho era poco menos que una rabieta sin significado? Aunque realmente deseara abandonar, dejar el trono para que lo ocupase cualquier otro, no podría hacerlo. No podía traicionar la memoria de su familia, ni siquiera aunque ellos hubieran sido tan egoístas como para elegir por ella.
- Decís que el reino me necesita... Me dicen que el reino sangra por mi ausencia... Pero todo cuanto hay en el reino, en mi reino, para mi, es hostilidad. Aquellos que, como vos, juraron lealtad a mi padre, han mancillado su memoria al alzarse contra mi, contra su hija y legítima heredera. ¿Acaso no sangrará más el reino si obligo a los pocos que aún me apoyan, con mi vuelta, a pelear contra aquellos que quieren arrebatarme ese derecho? Si yo muero, nada podrá hacerse por el bienestar de mi pueblo, de los más desfavorecidos, como era el deseo de mi padre, y el mío. Pero si regreso, corro el peligro de morir, y si no muero, tendré que luchar por algo que, de hecho, ya es mío... -Musitó, sin despegar el rostro del pecho ajeno. Estar envuelta por su aroma, por aquel calor que siempre desprendía, la hacía sentir segura, tranquila, en calma. Pero no era suficiente para aplacar toda aquella inseguridad. ¡Tenía miedo de morir, por supuesto! Pero aún más miedo de provocar una brecha definitiva que acabase con la esperanza de los más débiles. Ella era su símbolo, el símbolo de la lucha por los derechos igualitarios. No quería ni podría obligar a aquellos a quienes únicamente quería proteger a luchar, a morir, por su causa. Era terriblemente injusto. - Estoy tan cansada, Lorick... Tan terriblemente cansada... De huir, de estar lejos de casa, de preocuparme por las vidas de tantas personas que son hijas de mi reino. ¿Cómo puedo soportar una carga tan pesada si encima os empeñáis en alejaros? No quiero vuestra lealtad, sólo quiero vuestro cariño, vuestra amistad. ¿De qué me sirve un guardia leal, si no tengo un amigo que impida que mi mente se pierda para siempre en la locura? -Decir aquello le dolía en el alma, pero si no podían ser algo más, por lo menos necesitaba saber que no le perdería. Que seguiría siendo lo mismo que siempre para ella. Un compañero, un confidente. Un hombro en el que apoyarse cuando llorar era todo cuanto quería hacer.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
- Mensajes : 172
Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: Nothing left to Fear || Irïna
¿Cuánto daño puede soportar una persona antes de darse por vencida? ¿Cuántas heridas le pueden ser infligidas, antes de que decida que ya no tiene más motivos para luchar? ¿Cuántas batallas tiene que perder, cuántas veces debe caerse de bruces, antes de comenzar a pensar que ya no tiene sentido volver a levantarse? Por mucho que quisiera creer que le había dado a Irïna motivos suficientes para que ésta siguiera sintiéndose necesaria, valiosa, a gusto en un mundo que siempre le había resultado hostil, las evidencias de que esto no era cierto estaban justo allí, delante de mi. Empezando por su aspecto desmejorado. Por aquella belleza antes reluciente y que ahora se marchitaba velozmente. Su enfermiza delgadez, unida a aquella palidez, le daban un aspecto que realmente contrastaba con la princesa que fue antaño. Aquella niña jovial y enérgica, que corría de un lado a otro, siempre sonriendo, siempre contagiando de su alegría a otros. ¿Qué quedaba de aquello? Únicamente un amago de lo que era, la sutileza y hermosura de su sonrisa. Pero ni rastro de la felicidad que alguna vez sintió. Y en parte, yo tenía la culpa. Aunque de eso me pude dar cuenta únicamente cuando mi reina, la luz de mi oscuridad, comenzó a llorar y a golpearme, como si le fuera la vida en ello.
Su ataque de histeria me pilló por sorpresa, lo reconozco. Quizá yo, como el resto de personas de su entorno, me había malacostumbrado a aquella joven que nunca mencionaba gran cosa acerca de sus sentimientos. A aquella joven que mantenía el silencio a pesar de querer gritar a los cuatro vientos lo que quería, que normalmente solía ser opuesto a lo que otros querían para ella. Cuando la vi así, desesperada, deshaciéndose en lágrimas sobre mi pecho, no pude hacer más que sonreír. Con tristeza, desde luego, pero sonreí. Porque sabía que había aguantado mucho, demasiado, sin derrumbarse. ¿Quién iba a reprochárselo? ¿Quién iba a poder decir que no era lógico? Aunque quizá lo que más me agradó fue que explotase conmigo. Eso significaba no sólo que le importaba, sino también que se sentía lo bastante a gusto o en confianza con mi persona como para no tener miedo de expresarse abiertamente. Algo habíamos conseguido. Una apertura emocional que aunque no cambiaba las cosas entre nosotros, a pesar de que nuestro aprecio fuese mutuo, sí que podría facilitar mucho las cosas. Puestos a sufrir el desamor cada uno por separado, podríamos simplemente apoyarnos en nuestro propio y terrible destino, como dos corazones que a pesar de estar unidos y en sintonía, jamás podrían tenerse el uno al otro.
- ¿Cómo podéis decir eso? ¿Cómo podéis siquiera suponer semejante cosa? Para mi siempre habéis sido, y seréis, lo primero... independientemente de lo que quiera de vos, que como ambos sabemos, es imposible. -La estreché contra mi cuerpo, como tratando de absorber todo aquel dolor, para que así su carga le resultara menos terrible. Quería mi amistad, mi aprecio, ¡como si no lo tuviera ya, desde el momento en que pisó este mundo! Acaricié sus cabellos con parsimonia, mientras las muchas cosas que deseaba decirle y que nunca le diría pasaban por mi cabeza, una tras otra, haciendo que me preguntase si tal vez, sólo tal vez, lo nuestro no fuera tan terrible como me había obcecado en creer. - El reino sangra, por supuesto que sangra, casi tanto como mi alma al teneros lejos. ¡No podéis siquiera sugerir que mi aprecio sea falso! Pero también debéis aceptar mi lealtad. La mía, y la de todos aquellos que sin duda se alzarían a luchar por vos. No importa si creéis que eso es lo mejor, realmente, no importa. La decisión es suya, y no vuestra. No ganáis nada estando tan lejos de vuestro hogar, de vuestro reino. Más que sufrimiento. Aún más sufrimiento... -Incluso yo estaba cansado, y no era el que tenía más que perder en aquella guerra que le habían declarado aquellos a los que su padre consideró amigos. ¿Pero qué podía hacer yo, más que ofrecerle mi apoyo incondicional? Nada. Sólo mantenerme a la sombra, tras ella, expectante, rezando por el momento en que se alzase de nuevo, victoriosa, y recuperase todo aquello que le habían arrebatado de forma injusta y cruel.
Tomé su rostro entre mis manos, y alzándolo desde el mentón, la miré directamente a los ojos. - El reino sangra, y llora, por vos. Casi tanto como yo lo he hecho por no poder encontraros en todo este tiempo... Aunque confieso que me alegra comprobar que sabéis ocultaros, a pesar de que vuestro aspecto no consiga más que preocuparme... ¿Y bien? ¿Dónde decís que están esas patatas? -Dije separándome de ella, antes de que mis impulsos me llevaran a cometer la estupidez de besarla. Nunca lo había deseado tanto.
Su ataque de histeria me pilló por sorpresa, lo reconozco. Quizá yo, como el resto de personas de su entorno, me había malacostumbrado a aquella joven que nunca mencionaba gran cosa acerca de sus sentimientos. A aquella joven que mantenía el silencio a pesar de querer gritar a los cuatro vientos lo que quería, que normalmente solía ser opuesto a lo que otros querían para ella. Cuando la vi así, desesperada, deshaciéndose en lágrimas sobre mi pecho, no pude hacer más que sonreír. Con tristeza, desde luego, pero sonreí. Porque sabía que había aguantado mucho, demasiado, sin derrumbarse. ¿Quién iba a reprochárselo? ¿Quién iba a poder decir que no era lógico? Aunque quizá lo que más me agradó fue que explotase conmigo. Eso significaba no sólo que le importaba, sino también que se sentía lo bastante a gusto o en confianza con mi persona como para no tener miedo de expresarse abiertamente. Algo habíamos conseguido. Una apertura emocional que aunque no cambiaba las cosas entre nosotros, a pesar de que nuestro aprecio fuese mutuo, sí que podría facilitar mucho las cosas. Puestos a sufrir el desamor cada uno por separado, podríamos simplemente apoyarnos en nuestro propio y terrible destino, como dos corazones que a pesar de estar unidos y en sintonía, jamás podrían tenerse el uno al otro.
- ¿Cómo podéis decir eso? ¿Cómo podéis siquiera suponer semejante cosa? Para mi siempre habéis sido, y seréis, lo primero... independientemente de lo que quiera de vos, que como ambos sabemos, es imposible. -La estreché contra mi cuerpo, como tratando de absorber todo aquel dolor, para que así su carga le resultara menos terrible. Quería mi amistad, mi aprecio, ¡como si no lo tuviera ya, desde el momento en que pisó este mundo! Acaricié sus cabellos con parsimonia, mientras las muchas cosas que deseaba decirle y que nunca le diría pasaban por mi cabeza, una tras otra, haciendo que me preguntase si tal vez, sólo tal vez, lo nuestro no fuera tan terrible como me había obcecado en creer. - El reino sangra, por supuesto que sangra, casi tanto como mi alma al teneros lejos. ¡No podéis siquiera sugerir que mi aprecio sea falso! Pero también debéis aceptar mi lealtad. La mía, y la de todos aquellos que sin duda se alzarían a luchar por vos. No importa si creéis que eso es lo mejor, realmente, no importa. La decisión es suya, y no vuestra. No ganáis nada estando tan lejos de vuestro hogar, de vuestro reino. Más que sufrimiento. Aún más sufrimiento... -Incluso yo estaba cansado, y no era el que tenía más que perder en aquella guerra que le habían declarado aquellos a los que su padre consideró amigos. ¿Pero qué podía hacer yo, más que ofrecerle mi apoyo incondicional? Nada. Sólo mantenerme a la sombra, tras ella, expectante, rezando por el momento en que se alzase de nuevo, victoriosa, y recuperase todo aquello que le habían arrebatado de forma injusta y cruel.
Tomé su rostro entre mis manos, y alzándolo desde el mentón, la miré directamente a los ojos. - El reino sangra, y llora, por vos. Casi tanto como yo lo he hecho por no poder encontraros en todo este tiempo... Aunque confieso que me alegra comprobar que sabéis ocultaros, a pesar de que vuestro aspecto no consiga más que preocuparme... ¿Y bien? ¿Dónde decís que están esas patatas? -Dije separándome de ella, antes de que mis impulsos me llevaran a cometer la estupidez de besarla. Nunca lo había deseado tanto.
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 86
Fecha de inscripción : 10/04/2014
Re: Nothing left to Fear || Irïna
Que Lorick se separase de ella le sentó como un jarro de agua fría. Por un momento, por un brevísimo instante, vio en sus ojos los mismos deseos, la misma necesidad que ardía en su interior desde que lo viese entrar por aquella vieja puerta del hostal. El beso que nunca llegaría. La joven monarca suspiró, para luego quedarse quieta unos segundos, recuperando el aliento y la compostura. A pesar de lo avergonzada que se sentía por aquella pataleta, más propia de una niña que de una mujer con sus obligaciones, debía reconocer que explotar de esa forma le había ayudado a desahogarse. Llevaba tantos meses oculta en aquel lugar, y guardándose para sí misma sus sentimientos, que aquella reacción se podría haberse predicho como inevitable. Desde que se marchase de Escocia, decidiendo esconderse de los peligros que la acechaban, se había alejado de la única persona con la que, aunque fuera de vez en cuando, se sentía comprendida. Y ahora esa persona estaba allí, frente a ella. Poco o nada importaba todo lo que había pasado desde entonces, desde su marcha. Aquel podría ser el inicio de otra etapa en la vida de ambos. Una más caótica, sí, pero en la que los dos podrían toparse con el apoyo del otro. Al menos, eso sí podían permitírselo.
- La verdad es que ya ni me acordaba qué era lo que estaba haciendo... -Murmuró, enjugando las lágrimas y dibujando una sonrisa tímida. - Siento mucho la escenita, de verdad. No era mi intención pagar con vos mis frustraciones... Supongo que llevaba demasiado tiempo aquí, sola, en silencio. Parece que no, pero las cargas son menos pesadas cuando hay alguien con quien te puedas quejar de ellas. -Se volteó para luego dirigirse diligentemente a la alacena. Las patatas descansaban sobre una repisa. Muchas ya tenían un aspecto bastante desagradable, pero otras lucían lo suficientemente bien como para que incluso a ella se le abriera el apetito. - ¿Me podéis pasar un cuchillo? Uno que no tenga sierra, mejor. No soy demasiado buena pelando patatas, pero he mejorado mucho en estos meses. -Dijo en tono jocoso. En los últimos tiempos se había vuelto un poco paranoica. Desconfiaba de cualquier alimento que no hubiera sido manipulado por ella misma. Vale que motivos no le faltaban, pero tampoco había querido arriesgarse nunca a que otro probara la comida por ella. Suficiente cargo de conciencia tenía ya sobre sus hombros, como para añadir una muerte accidental a ésta.
- Oh, vaya, disculpad mademoiselle, no sabía que estabais aquí... -Una voz a su espalda la hizo girarse. La rechoncha mujer, esposa del dueño del hostal, se les había quedado mirando desde el umbral de la puerta, con los ojos entrecerrados. Por su postura no le resultó demasiado difícil deducir que estaba un poco desconcertada. Irïna había expresado claramente que no quería que nadie extraño entrara al lugar mientras ella permaneciera allí, y Lorick, por su aspecto, cumplía todas las definiciones posibles a la expresión de "extraño".
- No hay problema, Marie. Pasad. Estaba cocinando. O intentándolo, más bien. Tened cuidado con los cristales, he tenido un pequeño accidente. Por cierto, os presento al Señor Mercier. Es la persona de mayor confianza para mi... Es como mi... ¿Guardaespaldas? -Ya ni siquiera tenía claro qué función cumplía para ella, aunque deseaba que fuera todo menos eso. - Viene desde muy lejos, así que intentaba hacerle algún plato rico para compensar su viaje. -La mujer asintió, para luego marcharse, aunque no parecía demasiado convencida. La monarca suspiró, aliviada. - Creo que no le habéis caído muy bien. Disculpadla, es bastante protectora. Llevo tanto tiempo aquí que creo que piensa que me ha adoptado, o algo así. -Una a una, la chica fue pelando con parsimonia las patatas. Aún le escocía un poco la herida, pero aquella labor, tan simple, la hizo sentir extrañamente bien. Quizá era eso lo que necesitaba, un poco de normalidad frente a su turbulento modo de vida.
- La verdad es que ya ni me acordaba qué era lo que estaba haciendo... -Murmuró, enjugando las lágrimas y dibujando una sonrisa tímida. - Siento mucho la escenita, de verdad. No era mi intención pagar con vos mis frustraciones... Supongo que llevaba demasiado tiempo aquí, sola, en silencio. Parece que no, pero las cargas son menos pesadas cuando hay alguien con quien te puedas quejar de ellas. -Se volteó para luego dirigirse diligentemente a la alacena. Las patatas descansaban sobre una repisa. Muchas ya tenían un aspecto bastante desagradable, pero otras lucían lo suficientemente bien como para que incluso a ella se le abriera el apetito. - ¿Me podéis pasar un cuchillo? Uno que no tenga sierra, mejor. No soy demasiado buena pelando patatas, pero he mejorado mucho en estos meses. -Dijo en tono jocoso. En los últimos tiempos se había vuelto un poco paranoica. Desconfiaba de cualquier alimento que no hubiera sido manipulado por ella misma. Vale que motivos no le faltaban, pero tampoco había querido arriesgarse nunca a que otro probara la comida por ella. Suficiente cargo de conciencia tenía ya sobre sus hombros, como para añadir una muerte accidental a ésta.
- Oh, vaya, disculpad mademoiselle, no sabía que estabais aquí... -Una voz a su espalda la hizo girarse. La rechoncha mujer, esposa del dueño del hostal, se les había quedado mirando desde el umbral de la puerta, con los ojos entrecerrados. Por su postura no le resultó demasiado difícil deducir que estaba un poco desconcertada. Irïna había expresado claramente que no quería que nadie extraño entrara al lugar mientras ella permaneciera allí, y Lorick, por su aspecto, cumplía todas las definiciones posibles a la expresión de "extraño".
- No hay problema, Marie. Pasad. Estaba cocinando. O intentándolo, más bien. Tened cuidado con los cristales, he tenido un pequeño accidente. Por cierto, os presento al Señor Mercier. Es la persona de mayor confianza para mi... Es como mi... ¿Guardaespaldas? -Ya ni siquiera tenía claro qué función cumplía para ella, aunque deseaba que fuera todo menos eso. - Viene desde muy lejos, así que intentaba hacerle algún plato rico para compensar su viaje. -La mujer asintió, para luego marcharse, aunque no parecía demasiado convencida. La monarca suspiró, aliviada. - Creo que no le habéis caído muy bien. Disculpadla, es bastante protectora. Llevo tanto tiempo aquí que creo que piensa que me ha adoptado, o algo así. -Una a una, la chica fue pelando con parsimonia las patatas. Aún le escocía un poco la herida, pero aquella labor, tan simple, la hizo sentir extrañamente bien. Quizá era eso lo que necesitaba, un poco de normalidad frente a su turbulento modo de vida.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
- Mensajes : 172
Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: Nothing left to Fear || Irïna
La miré enjugar las lágrimas con una mezcla de dulzura y comprensión. No tenía sentido que le explicara que sus disculpas eran del todo innecesarias. Sabía perfectamente que ella era consciente de que conmigo podía hablar casi de cualquier cosa. Reiterar aquel hecho sólo habría alimentado aún más la sensación de nostalgia, de decepción, que pululaba entre nosotros. Cada vez parecía más evidente que mi adorada Irïna, esa princesa que me provocó casi tantos dolores de cabeza como sonrisas de oreja a oreja, sentía por mi exactamente lo mismo que yo por ella. Algo que en cualquier otro momento me habría parecido un perfecto sueño, ahora sólo parecía complicarnos mucho más nuestras respectivas existencias. Ella, más que nadie, era consciente de las dificultades que entrañaba si quiera la posibilidad de dejarnos llevar por lo que sentíamos. Y yo... yo siempre había sabido que era imposible. Así que saber que ella sufría tanto como yo lo había estado haciendo desde hacía ya unos años, no sólo no hizo mi dolor más soportable, sino que lo empeoró considerablemente. No me gustaba verla sufrir. Y menos, si la razón de que lo hiciera, era lo que sentía por mi. Se supone que el amor sirve o cumple la función de hacer bien a las personas. Aquel no era nuestro caso.
- Dudo mucho que lo hicierais peor que yo. Precisamente me convertí en Guardia Real porque me di cuenta de que no tenía ningún futuro como chef... -Bromeé. La verdad es que cocinar nunca había estado entre mis actividades favoritas, pero se me daba razonablemente bien. Pero lo que menos quería era molestarla, y mucho menos por aquello. Parecía extrañamente ilusionada con hacer algo de comer. No iba a ser yo quien le quitara esa pequeña ilusión, por muy extraña que me pareciera. - ¿Este está bien? -Murmuré para luego tenderle el cuchillo, justo al tiempo en que notaba que alguien nos miraba. Si no hubiera sido por lo incisivo de su mirada, muy probablemente me habría dado cuenta de la presencia de la mujer por aquel espantoso perfume que se había puesto como si se tratara de agua. Arrugué la nariz. Creo que fue en ese momento en el que me di cuenta de que el único aroma que no me resultaba extraño o molesto en aquel hostal era justamente el de Irïna. Dibujé una sonrisa lo más tranquilizadora posible, aunque todo en ella indicaba lo horrorizada que estaba. Supuse que no esperaban visita. - Yo... -Antes de que consiguiera decir nada coherente, la mujer ya se había marchado, no sin antes dedicarme una de aquellas miradas gélidas que tan bien conocía.
- Sí, yo tampoco creo que le haya caído muy bien... La verdad, no me extraña. Tengo un aspecto espantoso... -En cierto modo me alegraba de que al menos Irïna hubiera encontrado un lugar donde no sólo la ocultaban, sino que también la protegían y se preocupaban por ella. Era lo más parecido a una familia que tenía. - Bueno, mejor así, ¿no creéis? Habéis pasado por suficientes cosas como para merecer un poco de tranquilidad en ese sentido... Una especie de familia... -Al ver la arruga que se comenzó a formar en su frente, supe que había ido a tocar precisamente el tema que ella querría evitar a toda costa. La herida era demasiado reciente. A pesar de todas las cosas que habían ocurrido del incidente, apenas había pasado ¿un año? ¿Dos? No era suficiente para que cicatrizara, y mucho menos para que lo olvidara. - Lo siento... no quería hablar de eso. ¡Vaya! Desconocía que fuerais tan diestra con el cuchillo. Desde luego os entrené bien. -Dije para luego dibujar una sonrisa de disculpa. Alguna vez intenté, además de enseñarle a manejar armas blancas, mostrarle algunos movimientos para que pudiera utilizar para defenderse cuerpo a cuerpo. Era más hábil de lo que parecía, pero su fuerza siempre había sido escasa. Y la verdad, ahora que la miraba, parecía aún más frágil que antes. Como si estuviera hecha de cristal.
- Dudo mucho que lo hicierais peor que yo. Precisamente me convertí en Guardia Real porque me di cuenta de que no tenía ningún futuro como chef... -Bromeé. La verdad es que cocinar nunca había estado entre mis actividades favoritas, pero se me daba razonablemente bien. Pero lo que menos quería era molestarla, y mucho menos por aquello. Parecía extrañamente ilusionada con hacer algo de comer. No iba a ser yo quien le quitara esa pequeña ilusión, por muy extraña que me pareciera. - ¿Este está bien? -Murmuré para luego tenderle el cuchillo, justo al tiempo en que notaba que alguien nos miraba. Si no hubiera sido por lo incisivo de su mirada, muy probablemente me habría dado cuenta de la presencia de la mujer por aquel espantoso perfume que se había puesto como si se tratara de agua. Arrugué la nariz. Creo que fue en ese momento en el que me di cuenta de que el único aroma que no me resultaba extraño o molesto en aquel hostal era justamente el de Irïna. Dibujé una sonrisa lo más tranquilizadora posible, aunque todo en ella indicaba lo horrorizada que estaba. Supuse que no esperaban visita. - Yo... -Antes de que consiguiera decir nada coherente, la mujer ya se había marchado, no sin antes dedicarme una de aquellas miradas gélidas que tan bien conocía.
- Sí, yo tampoco creo que le haya caído muy bien... La verdad, no me extraña. Tengo un aspecto espantoso... -En cierto modo me alegraba de que al menos Irïna hubiera encontrado un lugar donde no sólo la ocultaban, sino que también la protegían y se preocupaban por ella. Era lo más parecido a una familia que tenía. - Bueno, mejor así, ¿no creéis? Habéis pasado por suficientes cosas como para merecer un poco de tranquilidad en ese sentido... Una especie de familia... -Al ver la arruga que se comenzó a formar en su frente, supe que había ido a tocar precisamente el tema que ella querría evitar a toda costa. La herida era demasiado reciente. A pesar de todas las cosas que habían ocurrido del incidente, apenas había pasado ¿un año? ¿Dos? No era suficiente para que cicatrizara, y mucho menos para que lo olvidara. - Lo siento... no quería hablar de eso. ¡Vaya! Desconocía que fuerais tan diestra con el cuchillo. Desde luego os entrené bien. -Dije para luego dibujar una sonrisa de disculpa. Alguna vez intenté, además de enseñarle a manejar armas blancas, mostrarle algunos movimientos para que pudiera utilizar para defenderse cuerpo a cuerpo. Era más hábil de lo que parecía, pero su fuerza siempre había sido escasa. Y la verdad, ahora que la miraba, parecía aún más frágil que antes. Como si estuviera hecha de cristal.
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 86
Fecha de inscripción : 10/04/2014
Re: Nothing left to Fear || Irïna
Allí estaba de nuevo, esa punzada de nostalgia que tan bien conocía, y que aparecía siempre cada vez que alguien mencionaba, aunque fuera mínimamente, el tema "familia". Siempre imaginó que la perspectiva de estar solo en el mundo no era agradable para nadie, pero el exilio había magnificado enormemente esa sensación. Sacudió la cabeza ligeramente, como para tratar de deshacerse de los pensamientos que comenzaron a asaltarla en masa, y le dirigió una mirada rápida a Lorick, que ahora estaba a su lado. - Sí, supongo que es agradable que, para variar, la gente que me rodea en lugar de querer verme muerta, intente protegerme. Aunque me parece un poco triste que haya tenido que irme del país para toparme con gente así... Aparte de vos, y de Danna, no tengo ningún aliado en Escocia... -Sabía que aquellas palabras no eran del todo ciertas. El pueblo llano siempre estuvo de su parte, y probablemente siguieran rezando por su regreso. Pero en la práctica, era el apoyo de la nobleza lo único que le garantizaba a un rey, reina en su caso, pudiera llevar a buen término sus políticas y, en definitiva, gobernar. Y eso era lo que le faltaba. Sabía que siempre contaría con la amistad y apoyo de la duquesa, porque era casi como su hermana. Pero un ducado, frente a toda la docena restante, no resultaba un gran apoyo.
- ¡Oh, vaya! Veo que el viaje no os ha hecho perder el buen humor... Según recuerdo nuestras clases de "defensa personal" acababan en muchas ocasiones con vos huyendo hacia los establos. -Recordaba esos momentos con extremada gratitud, con felicidad incluso. Cuando su padre finalmente accedió a que la princesa recibiera instrucción en el uso de espadas y demás, no se esperaba que su hijita, tan dulce, tan delicada, fuera a llegar a convertirse nunca en una guerrera tan fiera ni tan valiente. Y es que Irïna tenía una cualidad que era bien conocida por aquellos que se habían ganado su corazón, y su confianza: terquedad. Cuando algo se le metía en la cabeza, aunque ese algo fuera ganar en todos los duelos que pudiera, no paraba hasta conseguirlo, y eso aunque la guerra y las peleas no le resultaran atractivas, ni mucho menos, interesantes. Una vez recordaba que incluso Lorick se había sorprendido. Estaba tan enfadada por haber perdido el duelo en la mañana, que durante toda la tarde le estuvo insistiendo hasta que le ofreció la revancha. Las marcas de sus dientes sobre la piel de los brazos del guardaespaldas permanecieron allí por días.
- En cuanto a vuestro aspecto... Bueno, cierto es que no estáis en vuestro mejor momento, pero os he visto bastante peor. Cubierto de barro y con una barba espesa. Recuerdo que una vez os pregunté si la dejabais larga para que anidaran allí los pájaros... -Vale que tenía siete años cuando lo preguntó, pero aún tenía el reflejo de su cara, de la enorme sonrisa que le dibujó, sólo para ella, cuando respondió que así era. - Podéis ir a asearos si gustáis. Casi todo el hostal está vacío, aunque yo escogí las habitaciones de la tercera planta, agradecería que no os quedarais muy lejos... -Las pesadillas, sobre todo, era a lo que más le temía. La asaltaban noche sí y noche también, y nadie era capaz de tranquilizarla. No como él solía hacerlo. Tenía la extraña habilidad de hacer que todos los problemas desaparecieran, que el dolor se hiciera más llevadero, que las cargas no fueran tan pesadas... ¿Cómo no iba a estar enamorada de él? Había cuidado de ella toda su vida, como ese guardián, ese ángel custodio que sabes que no te abandonará jamás. Una tímida sonrisa afloró a sus labios, fugaz, y sincera. Esperanzada. - Esto tardará un poco, la velocidad a la que hierve el agua sí que no depende de mi habilidad como cocinera. -La monarca se fue hacia una especie de armario que había empotrado en la pared. En su interior, había ropa de cama y toallas limpias. Cogió un par y se las tendió al joven. - Aquí tenéis. -Agachó la mirada levemente, ruborizada, aunque ni siquiera sabía por qué. Su humor con él era tan cambiante como impredecible.
- ¡Oh, vaya! Veo que el viaje no os ha hecho perder el buen humor... Según recuerdo nuestras clases de "defensa personal" acababan en muchas ocasiones con vos huyendo hacia los establos. -Recordaba esos momentos con extremada gratitud, con felicidad incluso. Cuando su padre finalmente accedió a que la princesa recibiera instrucción en el uso de espadas y demás, no se esperaba que su hijita, tan dulce, tan delicada, fuera a llegar a convertirse nunca en una guerrera tan fiera ni tan valiente. Y es que Irïna tenía una cualidad que era bien conocida por aquellos que se habían ganado su corazón, y su confianza: terquedad. Cuando algo se le metía en la cabeza, aunque ese algo fuera ganar en todos los duelos que pudiera, no paraba hasta conseguirlo, y eso aunque la guerra y las peleas no le resultaran atractivas, ni mucho menos, interesantes. Una vez recordaba que incluso Lorick se había sorprendido. Estaba tan enfadada por haber perdido el duelo en la mañana, que durante toda la tarde le estuvo insistiendo hasta que le ofreció la revancha. Las marcas de sus dientes sobre la piel de los brazos del guardaespaldas permanecieron allí por días.
- En cuanto a vuestro aspecto... Bueno, cierto es que no estáis en vuestro mejor momento, pero os he visto bastante peor. Cubierto de barro y con una barba espesa. Recuerdo que una vez os pregunté si la dejabais larga para que anidaran allí los pájaros... -Vale que tenía siete años cuando lo preguntó, pero aún tenía el reflejo de su cara, de la enorme sonrisa que le dibujó, sólo para ella, cuando respondió que así era. - Podéis ir a asearos si gustáis. Casi todo el hostal está vacío, aunque yo escogí las habitaciones de la tercera planta, agradecería que no os quedarais muy lejos... -Las pesadillas, sobre todo, era a lo que más le temía. La asaltaban noche sí y noche también, y nadie era capaz de tranquilizarla. No como él solía hacerlo. Tenía la extraña habilidad de hacer que todos los problemas desaparecieran, que el dolor se hiciera más llevadero, que las cargas no fueran tan pesadas... ¿Cómo no iba a estar enamorada de él? Había cuidado de ella toda su vida, como ese guardián, ese ángel custodio que sabes que no te abandonará jamás. Una tímida sonrisa afloró a sus labios, fugaz, y sincera. Esperanzada. - Esto tardará un poco, la velocidad a la que hierve el agua sí que no depende de mi habilidad como cocinera. -La monarca se fue hacia una especie de armario que había empotrado en la pared. En su interior, había ropa de cama y toallas limpias. Cogió un par y se las tendió al joven. - Aquí tenéis. -Agachó la mirada levemente, ruborizada, aunque ni siquiera sabía por qué. Su humor con él era tan cambiante como impredecible.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
- Mensajes : 172
Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: Nothing left to Fear || Irïna
Ver en sus ojos el reflejo de todo el sufrimiento que había tenido que soportar en los últimos tiempos hizo que toda mi alma se retorciese. Quería cogerla por los hombros, abrazarla, zarandearla y decirle que no tenía razón. Que no tenía ningún motivo para pensar que en su reino, en su hogar, no era bienvenida. Pero eso significaría mentirle a la cara, y descaradamente. Y yo no podía hacer eso. No quería hacerlo. Ya le había mentido suficiente a lo largo de nuestra "relación" como hacerlo una vez más. Guardando ese terrible secreto acerca de mi naturaleza, y especialmente, mintiéndole al respecto de la muerte de sus padres. Sacudí la cabeza y volví a dibujar una sonrisa, esta vez ausente. No. Tanto ella como yo sabíamos que aún no estaba preparada para volver. Apenas acababa de encontrarla y aún no habíamos podido hablar de los asuntos de estado que realmente me habían llevado hasta allí. La oposición a la reina se estaba comenzando a posicionar en Escocia. Y tendríamos que estar preparados.
- Dejemos el "trabajo" para después, si os parece, majestad... Oh, y que yo sepa, jamás ocurrió nada semejante. Al menos, no de la forma en que lo relatáis. No huía de vos, sino que iba a esconderme para que no me vierais reír. Parecíais un felino enfurecido, mordiendo y tratando de arañarme. -Solté una carcajada, deleitándome unos instantes en aquellos recuerdos. A pesar de resultarme lejanos, y empañados por las dolorosas brumas de la tragedia, aún me parecían sumamente entrañables. Irïna, la dulce Irïna, sonriendo y corriendo, radiante, bajo el Sol de la primavera recién estrenada. Cuando todo iba bien. Cuando aún podía llamarla niña sin estar del todo equivocado. Cuando mis sentimientos por ella no interferían en mi trabajo. ¿Cuándo la necesidad de protección se había convertido en amor? Creo que llevaba mucho tiempo haciéndome esa pregunta, y aún no tenía ni idea de la respuesta a la misma.
- Gracias... Creo que iré a arreglarme un poco. -Farfullé de forma atropellada, dubitativa, antes de coger las toallas y la ropa de cama que la joven me tendía. Después salí de la cocina sin más dilación, y durante los siguientes minutos me dediqué a observar y comprobar el terreno, el lugar en el que mi monarca y yo nos encontrábamos. Siempre le había avisado de la necesidad de establecer vigilancia en todos los lugares donde decidiera establecerse, y como siempre, ella había hecho caso omiso de mis sugerencias. El lugar estaba lleno de ventanas, de puertas, que aunque permanecían parcialmente cubiertas por gruesas cortinas de sucio y viejo terciopelo, no dejaban de ser tan poco seguras como las de cualquier otro motel de mala muerte. No había mucha gente a mi alrededor, lo cual, sin embargo, sí que era bueno. De hecho, por el trato que recibía, tan cordial, cercano y normal, me preguntaba cuántas de esas personas efectivamente sabían quién era su inquilina.
Después, subí la larga escalinata hacia las habitaciones superiores. Escogí, tal y como ella me había pedido, la que estaba más cerca de su dormitorio, y luego accedí al baño integrado. A decir verdad, solamente esa estancia ya era más grande que el zulo en el que había estado pasando la noche las últimas semanas, mientras rastreaba a la reina. El tacto del agua caliente sobre mi piel se sintió extraño, casi hiriente. A pesar de que mi temperatura corporal era habitualmente más elevada de lo normal, había pasado a saber cuántas horas a la intemperie, caminando sobre la nieve. No podría decirse que tenía hipotermia, dudaba de que un licántropo pudiera sufrirla, pero indudablemente el frío había hecho estragos. Me sumergí durante unos segundos, quizá minutos, y el mundo pareció evaporarse a mi alrededor. Y lo agradecí. Mis pensamientos fluían y resbalaban por mi mente sin detenerse, tal y como el agua lo hacía.
Llevaba meses sin sentir tanta paz como en aquel preciso momento.
Hubiera deseado que durase más. Mucho más.
- Dejemos el "trabajo" para después, si os parece, majestad... Oh, y que yo sepa, jamás ocurrió nada semejante. Al menos, no de la forma en que lo relatáis. No huía de vos, sino que iba a esconderme para que no me vierais reír. Parecíais un felino enfurecido, mordiendo y tratando de arañarme. -Solté una carcajada, deleitándome unos instantes en aquellos recuerdos. A pesar de resultarme lejanos, y empañados por las dolorosas brumas de la tragedia, aún me parecían sumamente entrañables. Irïna, la dulce Irïna, sonriendo y corriendo, radiante, bajo el Sol de la primavera recién estrenada. Cuando todo iba bien. Cuando aún podía llamarla niña sin estar del todo equivocado. Cuando mis sentimientos por ella no interferían en mi trabajo. ¿Cuándo la necesidad de protección se había convertido en amor? Creo que llevaba mucho tiempo haciéndome esa pregunta, y aún no tenía ni idea de la respuesta a la misma.
- Gracias... Creo que iré a arreglarme un poco. -Farfullé de forma atropellada, dubitativa, antes de coger las toallas y la ropa de cama que la joven me tendía. Después salí de la cocina sin más dilación, y durante los siguientes minutos me dediqué a observar y comprobar el terreno, el lugar en el que mi monarca y yo nos encontrábamos. Siempre le había avisado de la necesidad de establecer vigilancia en todos los lugares donde decidiera establecerse, y como siempre, ella había hecho caso omiso de mis sugerencias. El lugar estaba lleno de ventanas, de puertas, que aunque permanecían parcialmente cubiertas por gruesas cortinas de sucio y viejo terciopelo, no dejaban de ser tan poco seguras como las de cualquier otro motel de mala muerte. No había mucha gente a mi alrededor, lo cual, sin embargo, sí que era bueno. De hecho, por el trato que recibía, tan cordial, cercano y normal, me preguntaba cuántas de esas personas efectivamente sabían quién era su inquilina.
Después, subí la larga escalinata hacia las habitaciones superiores. Escogí, tal y como ella me había pedido, la que estaba más cerca de su dormitorio, y luego accedí al baño integrado. A decir verdad, solamente esa estancia ya era más grande que el zulo en el que había estado pasando la noche las últimas semanas, mientras rastreaba a la reina. El tacto del agua caliente sobre mi piel se sintió extraño, casi hiriente. A pesar de que mi temperatura corporal era habitualmente más elevada de lo normal, había pasado a saber cuántas horas a la intemperie, caminando sobre la nieve. No podría decirse que tenía hipotermia, dudaba de que un licántropo pudiera sufrirla, pero indudablemente el frío había hecho estragos. Me sumergí durante unos segundos, quizá minutos, y el mundo pareció evaporarse a mi alrededor. Y lo agradecí. Mis pensamientos fluían y resbalaban por mi mente sin detenerse, tal y como el agua lo hacía.
Llevaba meses sin sentir tanta paz como en aquel preciso momento.
Hubiera deseado que durase más. Mucho más.
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 86
Fecha de inscripción : 10/04/2014
Re: Nothing left to Fear || Irïna
Irïna a veces solía fantasear con cómo habría sido su vida si no se hubiera apellidado Hanover. Qué estaría haciendo ahora, si en lugar de haber nacido en el seno de la monarquía escesa, lo hubiera hecho en una familia de clase media, o incluso en una simple familia de campesinos. Si en lugar de tener que preocuparse por la administración de un reino que se caía a pedazos tuviera que hacerlo por averiguar qué comida llevarse a la boca a diario. Alguna que otra vez, incluso, había compartido esos "sueños" con miembros de la corte que en seguida se apresuraban a decirle lo equivocada que estaba, como si más que fantasías propias de una joven con demasiado peso sobre sus hombros, se trataran de disparates salidos del desconocimiento. "No dirías eso si realmente supieras lo que es el hambre. Lo que significa tener que levantarte día a día para ganarte el pan..." Le frustraba que la tomaran por estúpida. Sabía perfectamente lo duro que hubiera resultado, pero viéndose ahora, en el exilio, lejos de su hogar, habiendo perdido a casi todas las personas a las que amaba, realmente se preguntaba si estaba tan equivocada como decían.
Por supuesto, la joven reina jamás había sufrido realmente en sus carnes el verdadero significado de la palabra "necesidad". Si bien era cierto que nunca había derrochado, o hecho valer su nombre para tener más privilegios de los que se veía obligada, siempre había tenido un techo sobre su cabeza, había ido bien vestida y había gozado de la posibilidad de viajar por el mundo, estudiar, descubrir, explorar... Aunque no tanto como hubiese deseado. De haber sido una chica más, de haber sido simplemente Vasílièva -apellido que llevó durante un tiempo, tomándolo prestado de su madre-, quizá no hubiese disfrutado de esos detalles, de esos lujos, pero estaba casi totalmente convencida de que sí habría conseguido ser feliz. Porque como se sentía en aquellos momentos, en aquella cocina, era cualquier cosa menos dichosa. A pesar de haberse reencontrado con Lorick. A pesar de que parecía estar un paso más cerca de solucionar algunos de sus problemas. ¿Qué era lo que tenía en realidad? Una corona que jamás había anhelado. Un reino dividido entre el odio y la lealtad. Una familia enterrada. Un amor prohibido. Si a la joven monarca le hubieran dado a elegir entre la posibilidad de ser feliz, de elegir casarse por amor, de tener que luchar por sobrevivir, la hubiera escogido sin dudarlo en lugar del trono. Al menos tendría a sus padres. Al menos no habría tenido que huir de su patria. Al menos el hombre que había escaleras arriba y ella tendrían alguna posibilidad.
Mientras el agua comenzaba a hervir en los dos cazos que habían ante ella, una triste sonrisa acudió a su semblante. Se sentía terriblemente egoísta, incluso mala persona, con todas aquellas quejas. Después de todo, siempre hay alguien que lo está pasando peor. Eso solía decirse cuando su mente se llenaba de aquellas brumas, de aquella desazón. No es que le ayudara demasiado, pero sí que la hacía ponerse nuevamente en perspectiva. De ella se esperaba que fuera fuerte, firme, bondadosa e inteligente. Pero de todas esas cualidades, ¿cuál de ellas tenía en realidad? La fortaleza hacía mucho que la había perdido, así como la firmeza y la capacidad de analizar las cosas fríamente. Estaba demasiado hundida bajo el peso de sus obligaciones. Toda la vida rodeada de normas, de protocolos que jamás había gustado de cumplir, y ahora debía dar ejemplo a toda una nación que la estaba esperando... Al menos, aquellos que sí que lo hacían. "Levantar la cabeza y seguir caminando", como siempre le decía su madre. Eso era lo que tocaba. Quisiera o no. Era lo que esperaban de ella. No podía defraudar a nadie más. No lo soportaría.
Por supuesto, la joven reina jamás había sufrido realmente en sus carnes el verdadero significado de la palabra "necesidad". Si bien era cierto que nunca había derrochado, o hecho valer su nombre para tener más privilegios de los que se veía obligada, siempre había tenido un techo sobre su cabeza, había ido bien vestida y había gozado de la posibilidad de viajar por el mundo, estudiar, descubrir, explorar... Aunque no tanto como hubiese deseado. De haber sido una chica más, de haber sido simplemente Vasílièva -apellido que llevó durante un tiempo, tomándolo prestado de su madre-, quizá no hubiese disfrutado de esos detalles, de esos lujos, pero estaba casi totalmente convencida de que sí habría conseguido ser feliz. Porque como se sentía en aquellos momentos, en aquella cocina, era cualquier cosa menos dichosa. A pesar de haberse reencontrado con Lorick. A pesar de que parecía estar un paso más cerca de solucionar algunos de sus problemas. ¿Qué era lo que tenía en realidad? Una corona que jamás había anhelado. Un reino dividido entre el odio y la lealtad. Una familia enterrada. Un amor prohibido. Si a la joven monarca le hubieran dado a elegir entre la posibilidad de ser feliz, de elegir casarse por amor, de tener que luchar por sobrevivir, la hubiera escogido sin dudarlo en lugar del trono. Al menos tendría a sus padres. Al menos no habría tenido que huir de su patria. Al menos el hombre que había escaleras arriba y ella tendrían alguna posibilidad.
Mientras el agua comenzaba a hervir en los dos cazos que habían ante ella, una triste sonrisa acudió a su semblante. Se sentía terriblemente egoísta, incluso mala persona, con todas aquellas quejas. Después de todo, siempre hay alguien que lo está pasando peor. Eso solía decirse cuando su mente se llenaba de aquellas brumas, de aquella desazón. No es que le ayudara demasiado, pero sí que la hacía ponerse nuevamente en perspectiva. De ella se esperaba que fuera fuerte, firme, bondadosa e inteligente. Pero de todas esas cualidades, ¿cuál de ellas tenía en realidad? La fortaleza hacía mucho que la había perdido, así como la firmeza y la capacidad de analizar las cosas fríamente. Estaba demasiado hundida bajo el peso de sus obligaciones. Toda la vida rodeada de normas, de protocolos que jamás había gustado de cumplir, y ahora debía dar ejemplo a toda una nación que la estaba esperando... Al menos, aquellos que sí que lo hacían. "Levantar la cabeza y seguir caminando", como siempre le decía su madre. Eso era lo que tocaba. Quisiera o no. Era lo que esperaban de ella. No podía defraudar a nadie más. No lo soportaría.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
- Mensajes : 172
Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: Nothing left to Fear || Irïna
En aquella pequeña burbuja que se había construido a mi alrededor, me permití calmarme y olvidarme de todo por un breve lapso de tiempo. En agua cubría mi rostro, amortiguando el crudo silencio que recorría el hostal. Era tan pacífico que me hubiese quedado dormido, y probablemente mi existencia hubiera acabado allí mismo, ahogándome, de no ser porque un chillido rompió la quietud de golpe, seguido por muchos más, que comenzaron a alzarse a lo largo del pasillo. Apenas tuve tiempo de reaccionar y salir de la bañera, cuando todos los cristales de la habitación, incluídos los de la ventana y los espejos, reventaron al unísono, sobresaltándome. Noté el escozor de las heridas, pero no tenía tiempo para prestarles mayor atención. Por una vez, agradecí a mi maldición por permitirme sanar rápido. Me envolví con una especie de bata que encontré colgada en la puerta, y salí corriendo sin pensármelo dos veces. Al instante me di cuenta de que no sólo había pasado en el baño, sino que todos los cristales de la planta, de probablemente todo el recinto, se habían hecho añicos. Escuchaba a los pocos trabajadores del hotel que seguían allí moverse de un lado a otro, frenéticos, confundidos, aterrados.
Pero en lo único que podía pensar, era en la necesidad de encontrar a Irïna. No necesitaba saber quién o qué había pasado, para conocer el objetivo detrás de aquel suceso. Mi misión, lo único que ocupaba mis pensamientos en aquellos agónicos momentos era en que no estaba al lado de mi reina, de mi razón para existir, cuando más me necesitaba... De nuevo. ¿Volvería a ocurrir? ¿Volverían a dañarla delante de mis narices sin que pudiera hacer nada al respecto? La simple posibilidad de que eso pasara me revolvió el estómago, y puso mi corazón en un puño a medida que bajaba la larga escalinata corriendo a toda velocidad.
- ¡Irïna! ¡Irïna! ¡Majestad! ¡¿Dónde estáis?! -Mi voz resonaba por todo el recinto, perdiéndose en la noche. Los gritos se habían detenido abruptamente, y en su lugar, el ambiente se vio rodeado por el inconfundible aroma de la sangre fresca. Mi propia sangre se heló en mis venas temiéndome lo peor. No. No podía ser. No era posible. Irïna era lo bastante lista como para ocultarse en caso de un ataque en un lugar cerrado como aquel. Habían tenido infinitos simulacros en palacio, cuando todavía estaban en Escocia, o en las numerosas veces que había viajado por el mundo. Necesitaba centrarme, pero el crujido de los cristales bajo mis pies se me hacía desquiciante. Y luego, el olor a quemado. Algo se estaba quemando. Por un momento la escena de mis peores pesadillas se reflejó en mis ojos. La habitación de la princesa, ardiendo. Ella corriendo hacia el fuego, extendiendo las manos intentando ayudar a sus padres. Inútilmente. ¿Serían mis esfuerzos inútiles también en aquella ocasión? Rogué a todos los dioses que conocía que no fuera así, que me concedieran una oportunidad, la última, para protegerla con mi vida. Y me la concedieron.
- ¡Lorick! -Oí su voz desde un hueco de la cocina, y al abrir uno de los armarios, allí la encontré, con algunos rasguños pero sana y salva. Viva. La abracé de forma repentina, desesperado por cerciorarme de que no estuviera soñando. No lo estaba. En aquella estancia había alguien más, alguien que se sentía, que olía a malas intenciones. Alguien que ambos conocíamos.
Pero en lo único que podía pensar, era en la necesidad de encontrar a Irïna. No necesitaba saber quién o qué había pasado, para conocer el objetivo detrás de aquel suceso. Mi misión, lo único que ocupaba mis pensamientos en aquellos agónicos momentos era en que no estaba al lado de mi reina, de mi razón para existir, cuando más me necesitaba... De nuevo. ¿Volvería a ocurrir? ¿Volverían a dañarla delante de mis narices sin que pudiera hacer nada al respecto? La simple posibilidad de que eso pasara me revolvió el estómago, y puso mi corazón en un puño a medida que bajaba la larga escalinata corriendo a toda velocidad.
- ¡Irïna! ¡Irïna! ¡Majestad! ¡¿Dónde estáis?! -Mi voz resonaba por todo el recinto, perdiéndose en la noche. Los gritos se habían detenido abruptamente, y en su lugar, el ambiente se vio rodeado por el inconfundible aroma de la sangre fresca. Mi propia sangre se heló en mis venas temiéndome lo peor. No. No podía ser. No era posible. Irïna era lo bastante lista como para ocultarse en caso de un ataque en un lugar cerrado como aquel. Habían tenido infinitos simulacros en palacio, cuando todavía estaban en Escocia, o en las numerosas veces que había viajado por el mundo. Necesitaba centrarme, pero el crujido de los cristales bajo mis pies se me hacía desquiciante. Y luego, el olor a quemado. Algo se estaba quemando. Por un momento la escena de mis peores pesadillas se reflejó en mis ojos. La habitación de la princesa, ardiendo. Ella corriendo hacia el fuego, extendiendo las manos intentando ayudar a sus padres. Inútilmente. ¿Serían mis esfuerzos inútiles también en aquella ocasión? Rogué a todos los dioses que conocía que no fuera así, que me concedieran una oportunidad, la última, para protegerla con mi vida. Y me la concedieron.
- ¡Lorick! -Oí su voz desde un hueco de la cocina, y al abrir uno de los armarios, allí la encontré, con algunos rasguños pero sana y salva. Viva. La abracé de forma repentina, desesperado por cerciorarme de que no estuviera soñando. No lo estaba. En aquella estancia había alguien más, alguien que se sentía, que olía a malas intenciones. Alguien que ambos conocíamos.
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 86
Fecha de inscripción : 10/04/2014
Re: Nothing left to Fear || Irïna
Apenas habían pasado unos minutos desde que se había vuelto a quedar sola en la cocina, y el agua de los cazos había comenzado a hervir, cuando le sobresaltó una especie de mal presentimiento, que hizo que todos sus vellos se pusieran de punta al unísono. Por una parte, su cerebro le decía que no pasaba nada, que no había nada que temer, que ahora que Lorick estaba de nuevo con ella él la protegería de todo mal, tal y como siempre había hecho, que no la abandonaría, que no la dejaría marchar a solas otra vez. Quería creerlo, de verdad que deseaba que aquellos pensamientos positivos no cesaran. Después de toda la pesadilla que estaba viviendo, era exactamente eso lo que necesitaba, nada más y nada menos. Pero no pudo evitar que las reacciones de su cuerpo hicieran que aquellas ideas se tambaleasen violentamente. Notaba más frío que de costumbre, como si de pronto el aire se hubiese congelado a su alrededor. Podía sentir la escarcha formarse poco a poco en los cristales que daban a la calle. La nieve aún caía, pero eso no explicaba el repentino cambio de temperatura. Y tampoco explicaba el hecho de que se sintiera observada. Notaba como si unos ojos invisibles estuvieran clavados a su espalda, catalogando cada uno de sus movimientos, como si se tratase de una bestia acechando a su presa, esperando al mejor momento para atacar.
No, aquello no era normal. Sin duda, algo estaba a punto de suceder. Su mente también se puso alerta en cuanto los cristales comenzaron a temblar sensiblemente, para luego hacerlo de forma más violenta, hasta reventar sin motivo aparente causando un gran estruendo. Poco después, pudo escuchar el mismo sonido nuevamente, repitiéndose una y otra vez, por todo el hostal. A la par que el sonido de cristales rotos, siguieron los gritos, y los pasos desesperados, las llamadas de auxilio... Una súbita náusea la hizo doblarse por la mitad y caer al suelo. Tenía la sensación de haber vivido algo similar en algún momento de su vida. Revisó sus memorias, los acontecimientos que más terror le habían provocado, pero por más que intentara, y aunque algo le decía que conocía aquella sensación, no era capaz de recordar. De hecho, mientras más lo intentaba, peor se sentía, y lo que antes era una simple molestia y mareo, se tornó en un dolor punzante a ambos lados de la cabeza. Desesperada, acudió a la llamada de auxilio de su cerebro y se escondió como si se tratase de un ataque, algo que, por otra parte, probablemente fuera. Arrastrándose como pudo, se introdujo en una de las alacenas, la más amplia que encontró, y se quedó muy quieta, como si el hecho de que no la escucharan fuera lo único que pudiera mantenerla con vida. Eso era lo que le habían enseñado, y como buena alumna, había aprendido la lección.
El tiempo pareció detenerse por unos instantes que se le hicieron eternos. Pero sabía, estaba convencida, de que Lorick, su salvador, la única persona que le quedaba para protegerla, para brindarle apoyo, iría hasta donde ella estaba, y la rescataría. Eso fue exactamente lo que pasó. Cuando los gritos cesaron y fueron sustituidos por un silencio sepulcral, éste fue roto por la voz desesperada del guardia real, que la llamaba, intentando determinar su paradero. Sólo entonces tomó aliento y gritó su nombre con todas sus fuerzas. - ¡Lorick! ¡Lorick! ¡Estoy aquí! -Gritó, manteniendo su escondite, aguardando pacientemente hasta que vio el rostro del hombre cuando la puerta se abrió. Las lágrimas llenaron sus ojos y se lanzó a sus brazos como si de ello dependiera su vida, para luego robarle un beso torpe, desesperado, pero inmensamente dulce. Beso que fue interrumpido por una siniestra carcajada a su espalda. Lo que vio, o mejor dicho, a quien vio, hizo que la sangre se helara en sus venas. - Rhaegar... -Musitó, atónita, con la voz temblorosa a causa del miedo. Eso no era posible. Ella había ido al entierro de aquel chico que una vez conoció, aquel que hizo que toda su vida se tambaleara y el destino tomara una salida hacia lo peor. - N-no... es posible... -Pero allí estaba, observándolos a ambos con gesto grave. Y las manos llenas de sangre.
No, aquello no era normal. Sin duda, algo estaba a punto de suceder. Su mente también se puso alerta en cuanto los cristales comenzaron a temblar sensiblemente, para luego hacerlo de forma más violenta, hasta reventar sin motivo aparente causando un gran estruendo. Poco después, pudo escuchar el mismo sonido nuevamente, repitiéndose una y otra vez, por todo el hostal. A la par que el sonido de cristales rotos, siguieron los gritos, y los pasos desesperados, las llamadas de auxilio... Una súbita náusea la hizo doblarse por la mitad y caer al suelo. Tenía la sensación de haber vivido algo similar en algún momento de su vida. Revisó sus memorias, los acontecimientos que más terror le habían provocado, pero por más que intentara, y aunque algo le decía que conocía aquella sensación, no era capaz de recordar. De hecho, mientras más lo intentaba, peor se sentía, y lo que antes era una simple molestia y mareo, se tornó en un dolor punzante a ambos lados de la cabeza. Desesperada, acudió a la llamada de auxilio de su cerebro y se escondió como si se tratase de un ataque, algo que, por otra parte, probablemente fuera. Arrastrándose como pudo, se introdujo en una de las alacenas, la más amplia que encontró, y se quedó muy quieta, como si el hecho de que no la escucharan fuera lo único que pudiera mantenerla con vida. Eso era lo que le habían enseñado, y como buena alumna, había aprendido la lección.
El tiempo pareció detenerse por unos instantes que se le hicieron eternos. Pero sabía, estaba convencida, de que Lorick, su salvador, la única persona que le quedaba para protegerla, para brindarle apoyo, iría hasta donde ella estaba, y la rescataría. Eso fue exactamente lo que pasó. Cuando los gritos cesaron y fueron sustituidos por un silencio sepulcral, éste fue roto por la voz desesperada del guardia real, que la llamaba, intentando determinar su paradero. Sólo entonces tomó aliento y gritó su nombre con todas sus fuerzas. - ¡Lorick! ¡Lorick! ¡Estoy aquí! -Gritó, manteniendo su escondite, aguardando pacientemente hasta que vio el rostro del hombre cuando la puerta se abrió. Las lágrimas llenaron sus ojos y se lanzó a sus brazos como si de ello dependiera su vida, para luego robarle un beso torpe, desesperado, pero inmensamente dulce. Beso que fue interrumpido por una siniestra carcajada a su espalda. Lo que vio, o mejor dicho, a quien vio, hizo que la sangre se helara en sus venas. - Rhaegar... -Musitó, atónita, con la voz temblorosa a causa del miedo. Eso no era posible. Ella había ido al entierro de aquel chico que una vez conoció, aquel que hizo que toda su vida se tambaleara y el destino tomara una salida hacia lo peor. - N-no... es posible... -Pero allí estaba, observándolos a ambos con gesto grave. Y las manos llenas de sangre.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
- Mensajes : 172
Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: Nothing left to Fear || Irïna
Cuando vi lo mal protegido que estaba el lugar en el que aquella rata se había escondido, huyendo del país que quería verla muerta, decir que estaba decepcionado era quedarse corto, especialmente a sabiendas que alguien como yo no tendría gran problema en encontrarla si me lo proponía. ¿O es que acaso aquel molesto guardia personal que siempre la seguía a todas partes no tenía intenciones de protegerla de un ataque? Ambos llegaron a verme a pesar del caos que se creó la noche del incidente en que murieron los dos reyes de Escocia. Incidente que yo mismo provoqué, como mi presencia en la escena dejó claro, aunque no iba dirigido hacia ellos. A pesar del agravio que ambos habían ocasionado a mi familia, lo que nos llevó a la perdición, sabía quién era el verdadero culpable. Irïna, quien me había engatusado de la peor forma posible, mintiendo acerca de quién era, de lo que era, sólo para tramar a mis espaldas. Aunque lo negara, aunque dijera que esa nunca habían sido sus intenciones, la realidad es que su desenlace trágico había sido culpa suya. Y yo nunca se lo perdonaría. Si se me concedió la oportunidad de regresar del más allá, era para vengarme, y eso pensaba hacer. No descansaría hasta cerciorarme de que estuviese destruida. Ni siquiera matarla me resultaría satisfactorio: antes debía sufrir de la peor forma posible. Debía perder todo cuanto tenía, verse despojada de toda esperanza, y entonces, sólo entonces, le permitiría morir. Lentamente. Agónicamente. Era lo que merecía.
Por eso me frustró tanto que las precauciones fueran inexistentes. ¿Acaso no me tomaban en serio? ¿Acaso no respetaban ni temían mi sed de venganza? ¿Acaso no veían que si no me había importado ni removido mi conciencia acabar con la vida de los monarcas, matarla a ella no me costaría mucho más? Ahora la había encontrado, y no pensaba dejarla escapar. Un poco más de resistencia se hubiera agradecido. Pero no, la vi allí, tan tranquila, cocinando para el dichoso licántropo, de espaldas a mi, sin sospechar siquiera de mi presencia, y eso hizo hervir mi sangre más que ninguna otra cosa. Así que decidí que le haría pagar esa falta de respeto también. Después de todo, a pesar de ser una traidora y una mentirosa, sabía muy bien que respetaba la vida de los demás, a pesar de ser plebeyos, y que no le gustaría demasiado que aquellos a quienes consideraba sus "amigos" o simples conocidos murieran por su culpa. Quizá eso era lo que más me molestaba, que a pesar de que nosotros teníamos algo especial, incluso más que una simple amistad, no movió ni un dedo para ayudarme cuando nos habían sentenciado a la destrucción.
Uno a uno, hice que reventaran los cristales, causando pánico a mi paso. Los gritos resuenan, y me hicieron sonreír, agradecido. ¿Cómo reaccionaría ahora? ¿Entraría en pánico? ¿Se acordaría de que tenía un enemigo que no duerme, ni respira, acechando a sus espaldas? Asesinar a todos los presentes en el hostal no me llevó más de unos minutos. Ventajas de no ser visible a sus ojos. Y luego, lo vi. A él, a Lorick, corriendo gritando a voces el nombre de la princesa. Me carcajeé desde las sombras, ¿acaso creía que podía hacer algo en mi contra? No, no el solo, ya era demasiado tarde... Sin embargo, cuando ambos se encontraron, me di cuenta de algo, y es que aquella joven que nunca me había llegado a confiar sus secretos, se arrojaba a sus brazos como si allí se encontrara la respuesta a sus temores. Una punzada de celos me hizo estremecerme. ¿Celos de qué? ¿De su relación? ¿De el hecho de que aquellos labios que nunca me pertenecieron a mi, eran entregados a él sin motivo? ¿O de que ambos encuentren consuelo el uno en el otro, algo que yo no podría encontrar nunca? Me hice visible ante ambos, interrumpiendo el momento con expresión exasperada, e hice un gesto con la mano, como invitándolos a continuar. - Vamos, vamos, no os cortéis en mi presencia. Todos nos conocemos, y ya sabía que tu actitud de prerrito faldero no era muy normal. Pero... ¿no eres demasiado viejo para ella? Ya sabes, por lo tuyo. -Mencioné como quien no quiere la cosa, pero en una clara provocación. Dudaba que le hubiera confesado la verdad de su naturaleza a la reina. - Por cierto, para ser un guardaespaldas, eres sorprendentemente inepto en tu trabajo. No sólo no has protegido a ninguno de los pobres malnacidos de este sitio, sino que en lugar de proteger las espaldas de la princesa, la besas. ¿Qué diría el rey, de seguir vivo? Bueno, supongo que nunca lo sabremos. Después de todo, fui yo quien acabó con su vida... -En un abrir y cerrar de ojos, desaparecí para reaparecer detrás de Irïna, a quien tomé por el cuello y arrastré hasta un rincón, para luego lanzarla contra la pared. Su gemido de dolor me hizo estremecerme. Encantador.
Por eso me frustró tanto que las precauciones fueran inexistentes. ¿Acaso no me tomaban en serio? ¿Acaso no respetaban ni temían mi sed de venganza? ¿Acaso no veían que si no me había importado ni removido mi conciencia acabar con la vida de los monarcas, matarla a ella no me costaría mucho más? Ahora la había encontrado, y no pensaba dejarla escapar. Un poco más de resistencia se hubiera agradecido. Pero no, la vi allí, tan tranquila, cocinando para el dichoso licántropo, de espaldas a mi, sin sospechar siquiera de mi presencia, y eso hizo hervir mi sangre más que ninguna otra cosa. Así que decidí que le haría pagar esa falta de respeto también. Después de todo, a pesar de ser una traidora y una mentirosa, sabía muy bien que respetaba la vida de los demás, a pesar de ser plebeyos, y que no le gustaría demasiado que aquellos a quienes consideraba sus "amigos" o simples conocidos murieran por su culpa. Quizá eso era lo que más me molestaba, que a pesar de que nosotros teníamos algo especial, incluso más que una simple amistad, no movió ni un dedo para ayudarme cuando nos habían sentenciado a la destrucción.
Uno a uno, hice que reventaran los cristales, causando pánico a mi paso. Los gritos resuenan, y me hicieron sonreír, agradecido. ¿Cómo reaccionaría ahora? ¿Entraría en pánico? ¿Se acordaría de que tenía un enemigo que no duerme, ni respira, acechando a sus espaldas? Asesinar a todos los presentes en el hostal no me llevó más de unos minutos. Ventajas de no ser visible a sus ojos. Y luego, lo vi. A él, a Lorick, corriendo gritando a voces el nombre de la princesa. Me carcajeé desde las sombras, ¿acaso creía que podía hacer algo en mi contra? No, no el solo, ya era demasiado tarde... Sin embargo, cuando ambos se encontraron, me di cuenta de algo, y es que aquella joven que nunca me había llegado a confiar sus secretos, se arrojaba a sus brazos como si allí se encontrara la respuesta a sus temores. Una punzada de celos me hizo estremecerme. ¿Celos de qué? ¿De su relación? ¿De el hecho de que aquellos labios que nunca me pertenecieron a mi, eran entregados a él sin motivo? ¿O de que ambos encuentren consuelo el uno en el otro, algo que yo no podría encontrar nunca? Me hice visible ante ambos, interrumpiendo el momento con expresión exasperada, e hice un gesto con la mano, como invitándolos a continuar. - Vamos, vamos, no os cortéis en mi presencia. Todos nos conocemos, y ya sabía que tu actitud de prerrito faldero no era muy normal. Pero... ¿no eres demasiado viejo para ella? Ya sabes, por lo tuyo. -Mencioné como quien no quiere la cosa, pero en una clara provocación. Dudaba que le hubiera confesado la verdad de su naturaleza a la reina. - Por cierto, para ser un guardaespaldas, eres sorprendentemente inepto en tu trabajo. No sólo no has protegido a ninguno de los pobres malnacidos de este sitio, sino que en lugar de proteger las espaldas de la princesa, la besas. ¿Qué diría el rey, de seguir vivo? Bueno, supongo que nunca lo sabremos. Después de todo, fui yo quien acabó con su vida... -En un abrir y cerrar de ojos, desaparecí para reaparecer detrás de Irïna, a quien tomé por el cuello y arrastré hasta un rincón, para luego lanzarla contra la pared. Su gemido de dolor me hizo estremecerme. Encantador.
Rhaegar W. Frimost- Fantasma
- Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 08/07/2014
Re: Nothing left to Fear || Irïna
Sus palabras no hicieron más que incrementar mi malestar y el nivel de culpabilidad que sentía, ahora que me paraba a pensarlo. Y es que, desde el momento en que las ventanas habían explotado, hasta que había llegado a la cocina, no había prestado atención a nada más. Mientras había estado ocupado pensando en qué podría pasarle a la reina mientras yo no estaba a su lado, había ignorado los alaridos de terror, y dolor, del resto de las personas que habían servido a su monarca desde que decidiera esconderse en París. Algo imperdonable, pero que no había podido evitar. Irïna era y es mi razón para existir, mi primera y única prioridad. Protegerla con mi vida es todo cuanto deseo, todo cuanto soy, y en aquellos momentos, no era diferente. Bajé la cabeza un instante, sintiéndome avergonzado conmigo mismo. No se equivocaba, entre sus funciones no sólo estaban protegerla a ella, sino a todos aquellos a su alrededor. Ese era el tipo de justicia que los antiguos reyes habían defendido e instaurado entre los miembros de la guardia real escocesa, y yo había faltado a esos principios continuamente. Y volvería a hacerlo sin dudarlo. Si la seguridad de ella estaba en riesgo, nada más importaba.
Sin embargo, fue lo que dijo después lo que hizo saltar todas mis alarmas. Él conocía de mi condición, sabía lo que era, y ese, además de la verdad acerca de la noche en que los reyes fueran asesinados, eran los dos secretos que se había jurado a sí mismo no revelar. Y en aquel preciso instante, él estaba amenazando a ambos con sus palabras descuidadas. Apostaba lo que fuese a que no sabía que Irïna no podía recordar nada de aquella noche. Por lo que a ella respectaba, ella se encontraba fuera del país cuando los monarcas habían fallecido en un fuego accidental. Y eso era lo que yo quería que ella siguiera creyendo. Pero pude verlo, el atisbo de la duda y la curiosidad reflejados en sus ojos azules como zafiros, que me miraban intensamente, cuestionando de qué hablaba aquel fantasma de nuestro pasado. Di un paso al frente, colocándome frente a Irïna, obstaculizando el campo de visión de Rhaegar para que así no la viera, y en parte, también para huir de la presión que aquellos ojos claros ejercían sobre mi sin yo quererlo. No podía dejar que aquel malnacido destruyera todo el progreso que habían hecho. Que yo era un licántropo sólo serviría para que la reina me temiese, y no quería eso. Pero más importante era el hecho de que, Irïna no podía recordar la verdad de lo ocurrido bajo ningún concepto. Tras lo sucedido aquella fatídica noche, comprendió que no lo soportaría. Y el hechicero que había creado la barrera se lo había advertido: el trauma era demasiado grande como para que su psique pudiera superarlo. En el fondo, no creía que eso hubiera cambiado.
- No sé qué es lo que pretendes, pero no te dejaré salirte con la tuya. Tu existencia es una amenaza que debo eliminar, no sólo por el bien de la reina, sino también para la paz de nuestra patria. Te aconsejo que te marches, ya has causado bastante daño para darte por satisfecho, a menos que quieras volver a morir nuevamente. -Dije con tono severo, pero parecía más una súplica que una orden, y los tres nos dimos cuenta de ello. Tras dibujar una sonrisa, pude ver cómo desaparecía ante mis narices, para luego escuchar el grito de sorpresa de Irïna al ser arrastrada por la habitación. Di una zancada, tirando de su brazo, pero fue inútil, el fantasma era mucho más fuerte de lo que esperaba. Atónito, desesperado, y con el pánico trepando rápidamente desde todas partes de mi cuerpo, vi como la silueta de Irïna se doblaba por la mitad a causa del dolor. Me puse en guardia, y mis ojos relucieron peligrosamente. - ¡No! Juro que voy a matarte. -Amenacé, y supuse que mi expresión era lo bastante animal como para sorprenderlo, porque dio un paso, alejándose del cuerpo inmóvil de la reina, para mirarme de frente, atento, como esperando el siguiente ataque. Me abalancé sobre él sin pensarlo, puños en alto, y lo golpeé tantas veces como pude, sólo para ver, desgraciadamente, como al quinto puñetazo, se deshacía nuevamente en el aire como si fuese humo. - No permitiré que destruyas su vida con tus palabras, ni dejaré que la toques. No me importa que hables de mi, pero como digas algo más de aquella noche, te juro que te arrepentirás
Sin embargo, fue lo que dijo después lo que hizo saltar todas mis alarmas. Él conocía de mi condición, sabía lo que era, y ese, además de la verdad acerca de la noche en que los reyes fueran asesinados, eran los dos secretos que se había jurado a sí mismo no revelar. Y en aquel preciso instante, él estaba amenazando a ambos con sus palabras descuidadas. Apostaba lo que fuese a que no sabía que Irïna no podía recordar nada de aquella noche. Por lo que a ella respectaba, ella se encontraba fuera del país cuando los monarcas habían fallecido en un fuego accidental. Y eso era lo que yo quería que ella siguiera creyendo. Pero pude verlo, el atisbo de la duda y la curiosidad reflejados en sus ojos azules como zafiros, que me miraban intensamente, cuestionando de qué hablaba aquel fantasma de nuestro pasado. Di un paso al frente, colocándome frente a Irïna, obstaculizando el campo de visión de Rhaegar para que así no la viera, y en parte, también para huir de la presión que aquellos ojos claros ejercían sobre mi sin yo quererlo. No podía dejar que aquel malnacido destruyera todo el progreso que habían hecho. Que yo era un licántropo sólo serviría para que la reina me temiese, y no quería eso. Pero más importante era el hecho de que, Irïna no podía recordar la verdad de lo ocurrido bajo ningún concepto. Tras lo sucedido aquella fatídica noche, comprendió que no lo soportaría. Y el hechicero que había creado la barrera se lo había advertido: el trauma era demasiado grande como para que su psique pudiera superarlo. En el fondo, no creía que eso hubiera cambiado.
- No sé qué es lo que pretendes, pero no te dejaré salirte con la tuya. Tu existencia es una amenaza que debo eliminar, no sólo por el bien de la reina, sino también para la paz de nuestra patria. Te aconsejo que te marches, ya has causado bastante daño para darte por satisfecho, a menos que quieras volver a morir nuevamente. -Dije con tono severo, pero parecía más una súplica que una orden, y los tres nos dimos cuenta de ello. Tras dibujar una sonrisa, pude ver cómo desaparecía ante mis narices, para luego escuchar el grito de sorpresa de Irïna al ser arrastrada por la habitación. Di una zancada, tirando de su brazo, pero fue inútil, el fantasma era mucho más fuerte de lo que esperaba. Atónito, desesperado, y con el pánico trepando rápidamente desde todas partes de mi cuerpo, vi como la silueta de Irïna se doblaba por la mitad a causa del dolor. Me puse en guardia, y mis ojos relucieron peligrosamente. - ¡No! Juro que voy a matarte. -Amenacé, y supuse que mi expresión era lo bastante animal como para sorprenderlo, porque dio un paso, alejándose del cuerpo inmóvil de la reina, para mirarme de frente, atento, como esperando el siguiente ataque. Me abalancé sobre él sin pensarlo, puños en alto, y lo golpeé tantas veces como pude, sólo para ver, desgraciadamente, como al quinto puñetazo, se deshacía nuevamente en el aire como si fuese humo. - No permitiré que destruyas su vida con tus palabras, ni dejaré que la toques. No me importa que hables de mi, pero como digas algo más de aquella noche, te juro que te arrepentirás
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 86
Fecha de inscripción : 10/04/2014
Re: Nothing left to Fear || Irïna
Las palabras de aquel hombre, ése que ella misma había visto ser enterrado, causaron en Irïna una punzada de duda, y eso la hizo estremecerse. Fueron tan impactantes para ella, que ni siquiera llegó a hacerse la pregunta más obvia hasta pasados unos instantes. ¿Cómo demonios estaba Rhaegar allí, frente a ellos? Había visto la escena del crimen que acabó con él y con toda su familia. Había llorado su muerte, muerte por la que se culpaba infinitamente. Eso no era posible. Pero lo más extraño era que, a pesar de todo, no se sentía especialmente sorprendida. Algo le decía que ella, en el fondo, ya sabía que aquel hombre que una vez conoció había vuelto de entre los muertos. No podía deshacerse de esa sensación, ni tampoco de la incomodidad que le crearon sus palabras, palabras que aunque a simple vista le parecían absurdas y carentes de sentido, su cerebro había registrado como si fueran ciertas. Giró la cabeza para mirar a Lorick, confusa, pero especialmente, deseosa de conocer cuál era la realidad. Siempre que algo la hacía dudar, la joven reina había acudido a él buscando apoyo, o consejo, así que en aquel momento fue lo único que se le ocurrió hacer. Cuál fue su sorpresa cuando notó como el guardia real desviaba la mirada, incapaz de verla a los ojos. Un nudo se instaló en su garganta, pero antes de poder decir en voz alta que de qué narices estaban hablando, sintió como su cuerpo era primero tironeado, y luego lanzado contra la pared más cercana.
El aire abandonó sus pulmones al instante, y su cuerpo cayó al suelo, inmóvil. Al caer, su cabeza golpeó fuertemente el suelo, haciendo que su visión se nublara, y antes de registrar lo que pasaba a su alrededor, cayó inconsciente. Podía oír sonidos, la voz de Lorick, pero parecía que estuviese muy lejos, casi como un murmullo, un eco, a pesar de que sabía que ambos estaban en la misma habitación. No podía moverse, ni pensar con claridad, pero las palabras de Rhaegar seguían resonando en su cabeza, abriendo una grieta en sus pensamientos, en la verdad que conocía. ¿Sería posible que la muerte de sus padres no había sido un accidente, y que, en efecto, habían sido asesinados? Pero no tenía sentido, por qué iban a mentirle. Y de todas formas, ¿qué tenía eso que vez con el fantasma de esa persona? Los fantasmas no existían. Sí, lo más probable es que estuviera soñando, no había otra explicación, y en cuanto abriera los ojos, ella estaría sola en la cocina, haciendo la comida para la persona más importante de su mundo.
Por supuesto, no fue así. Rhaegar estaba allí, y no sólo era corpóreo, sino que también podía desvanecerse en el aire como si se tratara de niebla o una alucinación. La reina tosió, notando el sabor metálico de su sangre, y se incorporó poco a poco, a tiempo de ver cómo la expresión en el rostro de Lorick cambiaba drásticamente. Un escalofrío la recorrió de arriba abajo, y con ojos muy abiertos, musitó su nombre. La voz le temblaba. Aquella era la primera vez en su vida en que había sentido miedo estando en su presencia. - Espera... espera... ¡Parad! ¡¿Qué demonios está pasando?! ¿Qué eres tú? ¿Por qué estás aquí? Yo eché tierra sobre tu ataúd, y lloré tu muerte y la de tu familia... Y... ¿Lorick? Lorick... ¿Qué te ocurre? -Dijo, levantándose dificultosamente y abrazando al hombre por detrás. - Detente, me estás asustando... ¿Y de qué estás hablando? ¿Qué es lo que me estás ocultando? P-por qué... ah... -De pronto, un fuerte zumbido en sus oídos, acompañado por un agudo e intenso dolor en su cabeza, la hizo caer de rodillas, emitiendo un alarido. Sentía que su cabeza iba a explotar. ¿Qué le estaba pasando? A medida que las palabras de aquellos dos iban asentándose en su inconsciente, algo parecía luchar por salir a la superficie. Lorick, su Lorick, ¿le había mentido? ¿Estaba siquiera allí? Ya no era capaz de discernir lo que era real de lo que no. Sólo quería que parase.
El aire abandonó sus pulmones al instante, y su cuerpo cayó al suelo, inmóvil. Al caer, su cabeza golpeó fuertemente el suelo, haciendo que su visión se nublara, y antes de registrar lo que pasaba a su alrededor, cayó inconsciente. Podía oír sonidos, la voz de Lorick, pero parecía que estuviese muy lejos, casi como un murmullo, un eco, a pesar de que sabía que ambos estaban en la misma habitación. No podía moverse, ni pensar con claridad, pero las palabras de Rhaegar seguían resonando en su cabeza, abriendo una grieta en sus pensamientos, en la verdad que conocía. ¿Sería posible que la muerte de sus padres no había sido un accidente, y que, en efecto, habían sido asesinados? Pero no tenía sentido, por qué iban a mentirle. Y de todas formas, ¿qué tenía eso que vez con el fantasma de esa persona? Los fantasmas no existían. Sí, lo más probable es que estuviera soñando, no había otra explicación, y en cuanto abriera los ojos, ella estaría sola en la cocina, haciendo la comida para la persona más importante de su mundo.
Por supuesto, no fue así. Rhaegar estaba allí, y no sólo era corpóreo, sino que también podía desvanecerse en el aire como si se tratara de niebla o una alucinación. La reina tosió, notando el sabor metálico de su sangre, y se incorporó poco a poco, a tiempo de ver cómo la expresión en el rostro de Lorick cambiaba drásticamente. Un escalofrío la recorrió de arriba abajo, y con ojos muy abiertos, musitó su nombre. La voz le temblaba. Aquella era la primera vez en su vida en que había sentido miedo estando en su presencia. - Espera... espera... ¡Parad! ¡¿Qué demonios está pasando?! ¿Qué eres tú? ¿Por qué estás aquí? Yo eché tierra sobre tu ataúd, y lloré tu muerte y la de tu familia... Y... ¿Lorick? Lorick... ¿Qué te ocurre? -Dijo, levantándose dificultosamente y abrazando al hombre por detrás. - Detente, me estás asustando... ¿Y de qué estás hablando? ¿Qué es lo que me estás ocultando? P-por qué... ah... -De pronto, un fuerte zumbido en sus oídos, acompañado por un agudo e intenso dolor en su cabeza, la hizo caer de rodillas, emitiendo un alarido. Sentía que su cabeza iba a explotar. ¿Qué le estaba pasando? A medida que las palabras de aquellos dos iban asentándose en su inconsciente, algo parecía luchar por salir a la superficie. Lorick, su Lorick, ¿le había mentido? ¿Estaba siquiera allí? Ya no era capaz de discernir lo que era real de lo que no. Sólo quería que parase.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
- Mensajes : 172
Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: Nothing left to Fear || Irïna
No me sorprendí al percibir cómo la reina caía KO poco después del impacto. Desde el principio siempre supe, y siempre me había sorprendido, cuán frágil aquella muchacha era, demasiado delicada y grácil como para ser capaz de soportar el peso de un reino sobre sus hombros. El hecho de que estuviera allí, escondida en Francia viviendo como una plebeya, era una muestra más de aquello. No era capaz de protegerse a sí misma y por eso tenía que dejar su vida en manos ajenas. Y no todo el mundo iba a ser capaz de defenderla. Lorick, a pesar de ser probablemente el mejor en ese respecto, seguía siendo bastante incapaz. Prueba de ello era que ella estaba allí, desmayada, y lo único que el licántropo fue capaz de hacer fue enfurecerse. Patético. Comenzó a golpearme en cuanto tuvo oportunidad, pero era inútil: yo no siento nada, mis sentidos, y mi sensación de dolor, están muertos, después de todo. - Ten cuidado, chucho, estás enseñando tus colmillos en frente de tu reina. Y me apuesto lo que sea a que aún no se lo has dicho. ¿Qué pensará de ti cuando lo sepa? No sólo que le llevas mintiendo toda su vida, sino que, además, ni siquiera eres humano. Eres una bestia que ha cometido atrocidades cuando pierde el control. ¿Te aceptará, o huirá de ti? Me muero por saberlo. -Los puños seguían impactando sobre mi cara, mi estómago, y cualquier parte que llegaran a alcanzar. No me molesté ni en esquivarlos, ¿para qué? Por más fuerza que tuvieran yo ya no era humano. En aquellos momentos, ambos éramos igualmente inhumanos.
Cuando me aburrí de soportar sus golpes, desaparecí ante sus narices, sólo para reaparecer un poco más allá, cerca de la puerta, y quedármelo mirando. Sopesé sus palabras por un momento, un tanto confuso, y justo entonces vi cómo Irïna se levantaba y se aferraba al lobo como si la vida le fuera en ello. Y de nuevo, aquella oleada de celos e incomodidad. Apreté los dientes sin decir nada, pero empapándome de lo que significaban lo que ambos habían dicho. - ¿Oh? ¿Y el hecho de que me lloraras debería hacerme sentir mejor? En primer lugar, es culpa tuya que tanto yo como mi familia muriéramos. Caímos en la ruina porque perdimos el apoyo de los nobles, y eso fue a causa de tus mentiras y verdades a medias. ¿De qué me vale saber que te sentiste mal cuando desaparecí? Tú nunca me viste nada más que como un amigo conveniente, que te ayudase a mantener la farsa que era tu vida. ¡Y luego me diste la espalda! No moviste ni un dedo para cambiar la opinión de tu padre. Eso fue lo que, al final, nos llevó a la destrucción. -Escupí, consumido con la rabia, para luego fijarme en la expresión de desconcierto, de temor, dibujada en el semblante de Lorick. Un momento, no podía ser cierto. Ahora comprendía el resto de cuestiones que la reina había lanzado. ¿Que qué era yo? Ella ya lo sabía. Me había dejado ver ante aquellos dos en el momento en que acabé con la vida de los reyes. ¿Lo había olvidado? Si era así, había sido por obra del lobo. Sonreí con malicia, y me acerqué a ambos cuando la reina volvía a encogerse sobre sí misma, con el rostro contraído por el dolor.
- No puedo creerlo... ¿La hiciste olvidar la noche en que todo ocurrió? ¡Magnífico! Nunca me imaginé que fueras capaz de una traición así. No sólo faltaste a tu juramento de proteger al reino y a la familia real, sino que también has faltado el respeto a la memoria de sus padres, y traicionado su propia confianza de la manera más rastrera posible. Vaya, vaya, vaya... Quizá seamos más parecidos de lo que piensas. Pero ahora he tenido una idea mejor, así que voy a marcharme. -Volví a hacerme invisible a sus ojos para luego aparecer al lado de la reina, que estaba de rodillas. Tomé su rostro entre mis manos, aquel endemoniadamente hermosos rostro, para obligarla a mirarme. - No os preocupéis, majestad. Pienso desenmascarar a ese mentiroso que tenéis por guardaespaldas, y así permitiros recordar lo sucedido nuevamente. No es bueno que un hijo deje de llorar a sus padres... Y mucho menos tú. -Esta vez sí que esquivé el ataque que Lorick me lanzó, probablemente enfadado porque estaba tocando a la joven monarca, y sin más dilación, me levanté y me dirigí nuevamente a la puerta. - Mañana será luna llena, supongo que eres consciente de ello. ¿Qué piensas hacer? ¿Vas a abandonar a la reina ahora que es cuando más te necesita, ante el peligro inminente? Nunca sabrás si, quizá, aproveche el momento en que no mires para matarla. O mejor aún, para llevármela. See you soon, Lorick. La próxima vez, será en su funeral. -A medida que hablaba, mi forma se iba haciendo más y más difusa, y finalmente, me esfumé. Salí del hostal en ruinas apenas minutos después. Me preguntaba cómo demonios iban a esconder la verdad tras la masacre ocurrida en el lugar.
Cuando me aburrí de soportar sus golpes, desaparecí ante sus narices, sólo para reaparecer un poco más allá, cerca de la puerta, y quedármelo mirando. Sopesé sus palabras por un momento, un tanto confuso, y justo entonces vi cómo Irïna se levantaba y se aferraba al lobo como si la vida le fuera en ello. Y de nuevo, aquella oleada de celos e incomodidad. Apreté los dientes sin decir nada, pero empapándome de lo que significaban lo que ambos habían dicho. - ¿Oh? ¿Y el hecho de que me lloraras debería hacerme sentir mejor? En primer lugar, es culpa tuya que tanto yo como mi familia muriéramos. Caímos en la ruina porque perdimos el apoyo de los nobles, y eso fue a causa de tus mentiras y verdades a medias. ¿De qué me vale saber que te sentiste mal cuando desaparecí? Tú nunca me viste nada más que como un amigo conveniente, que te ayudase a mantener la farsa que era tu vida. ¡Y luego me diste la espalda! No moviste ni un dedo para cambiar la opinión de tu padre. Eso fue lo que, al final, nos llevó a la destrucción. -Escupí, consumido con la rabia, para luego fijarme en la expresión de desconcierto, de temor, dibujada en el semblante de Lorick. Un momento, no podía ser cierto. Ahora comprendía el resto de cuestiones que la reina había lanzado. ¿Que qué era yo? Ella ya lo sabía. Me había dejado ver ante aquellos dos en el momento en que acabé con la vida de los reyes. ¿Lo había olvidado? Si era así, había sido por obra del lobo. Sonreí con malicia, y me acerqué a ambos cuando la reina volvía a encogerse sobre sí misma, con el rostro contraído por el dolor.
- No puedo creerlo... ¿La hiciste olvidar la noche en que todo ocurrió? ¡Magnífico! Nunca me imaginé que fueras capaz de una traición así. No sólo faltaste a tu juramento de proteger al reino y a la familia real, sino que también has faltado el respeto a la memoria de sus padres, y traicionado su propia confianza de la manera más rastrera posible. Vaya, vaya, vaya... Quizá seamos más parecidos de lo que piensas. Pero ahora he tenido una idea mejor, así que voy a marcharme. -Volví a hacerme invisible a sus ojos para luego aparecer al lado de la reina, que estaba de rodillas. Tomé su rostro entre mis manos, aquel endemoniadamente hermosos rostro, para obligarla a mirarme. - No os preocupéis, majestad. Pienso desenmascarar a ese mentiroso que tenéis por guardaespaldas, y así permitiros recordar lo sucedido nuevamente. No es bueno que un hijo deje de llorar a sus padres... Y mucho menos tú. -Esta vez sí que esquivé el ataque que Lorick me lanzó, probablemente enfadado porque estaba tocando a la joven monarca, y sin más dilación, me levanté y me dirigí nuevamente a la puerta. - Mañana será luna llena, supongo que eres consciente de ello. ¿Qué piensas hacer? ¿Vas a abandonar a la reina ahora que es cuando más te necesita, ante el peligro inminente? Nunca sabrás si, quizá, aproveche el momento en que no mires para matarla. O mejor aún, para llevármela. See you soon, Lorick. La próxima vez, será en su funeral. -A medida que hablaba, mi forma se iba haciendo más y más difusa, y finalmente, me esfumé. Salí del hostal en ruinas apenas minutos después. Me preguntaba cómo demonios iban a esconder la verdad tras la masacre ocurrida en el lugar.
Rhaegar W. Frimost- Fantasma
- Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 08/07/2014
Página 1 de 2. • 1, 2
Temas similares
» «Fear me like you fear God» {Kristoff's Relations}
» Because you left | Privado
» The thing we left behind (Privado)
» How much do you know about fear? | Severine's ID
» Irina Cecereu
» Because you left | Privado
» The thing we left behind (Privado)
» How much do you know about fear? | Severine's ID
» Irina Cecereu
Página 1 de 2.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Miér Sep 18, 2024 9:16 am por Afiliaciones
» REACTIVACIÓN DE PERSONAJES
Mar Jul 30, 2024 4:58 am por Frederick Truffaut
» AVISO #49: SITUACIÓN ACTUAL DE VICTORIAN VAMPIRES
Miér Jul 24, 2024 2:54 pm por Nigel Quartermane
» Ah, mi vieja amiga la autodestrucción [Búsqueda activa]
Jue Jul 18, 2024 4:42 am por León Salazar
» Vampirto ¿estás ahí? // Sokolović Rosenthal (priv)
Miér Jul 10, 2024 1:09 pm por Jagger B. De Boer
» l'enlèvement de perséphone ─ n.
Sáb Jul 06, 2024 11:12 pm por Vivianne Delacour
» orphée et eurydice ― j.
Jue Jul 04, 2024 10:55 pm por Vivianne Delacour
» Le Château des Rêves Noirs [Privado]
Jue Jul 04, 2024 10:42 pm por Willem Fokke
» labyrinth ─ chronologies.
Sáb Jun 22, 2024 10:04 pm por Vivianne Delacour