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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Lara Karstein Dom Oct 30, 2016 10:23 pm

Enloquezco de tener que oír, que ver. Y por fin soy yo, en mi cerebro odiosamente sensible,
en mi piel pelicular, en mis nervios expuestos a la superficie, en los recuerdos,
esos que se vuelven visiones y entonces me miran.

Ya he hecho esto antes, ya he buscado los restos de mi sangre entre los humanos que a mi modo desprecio; ya he buscado preservar un legado que me es tan esquivo como la muerte y que finalmente desaparecerá conmigo ¿No debería dejar de intentar extender de ese modo mi vida? La vida es un mal, pero imponerse sobre ella es un crimen que anhelo todavía cometer, aunque con menos ganas.

Aún recuerdo con claridad la primera vez que encontré vestigios de mi sangre, un legado a medias, resultado de la traición de uno de los míos, justo un año antes de extender legalmente su descendencia para ser convertido en vampiro, como era la costumbre entre los Karstein. A ese hombre, lo encontré cuando tenía pocos años de haber sido convertida, cuando permanecía casi siempre confundida y Alexei, como se llamaba él, se esforzaba cada noche en estrellarse con la muerte envuelta en un par de copas, de golpes, de malas palabras. No tenía mucho dinero, porque jamás había heredado nada por proceder de una línea bastarda que sólo a mí me interesaba. Fue una lástima encontrarlo tan tarde, cuando su vida se apagaba en brazos de otro inmortal. Su última mirada fue para mí, pero nada podía hacer, porque un segundo después de por fin hallarlo, su corazón se apagó para siempre. En cuanto al cazador, no podía reclamarle, se alimentaba como lo hubiese hecho yo si no supiera que ese muchacho de veintitantos llevaba mi sangre. En ese momento, sentí la esperanza oprimirme el pecho, y eso se acrecentó cuando el inmortal que me había arrebatado eso, volteó para verme; allí yo era la intrusa. Recuerdo bien que permanecí en silencio, mientras clavaba mis ojos en los suyos, tan profundos y calculadores que incluso no me moví. A pesar de haber sido siempre de carácter fuerte, mi poca experiencia como vampiro me detenía a veces, me helaba las palabras y sólo me permitía observar. Supongo que fue justo por su edad y su pericia que luego me fui con él. Hay una diferencia abismal entre lo que soy ahora y lo para entonces fui, entre esa Lara que era más Amelia y que disfrutaba la amplitud de su sistema nervioso en cada parte del cuerpo, y la de ahora que parece que nada siente. La ansiedad me sobrecogía, la necesidad de satisfacer mis deseos con fuerza e incluso, de deleitarme con el éxtasis que me producía su sangre. Sí, casi puedo sentir de nuevo ese gusto en mi lengua ahora que lo traigo de nuevo sin esfuerzo a la mente. He cambiado mucho, y no estoy segura sobre si debo lamentarlo o no.

Ahora, reconozco que mi sangre busca el mal, como si fuera un defecto de familia. Alexei lo encontró en las calles, yo en la malicia de Ciro y ella, la última de mi linaje y que recientemente he encontrado, lo hace en los brazos de un vampiro de nombre Lucern, a quien se entrega como si nada mejor existiese ya para ella. Quizás no puedo culparla, pero tampoco pretendo defenderla. Sus demonios se parecen a los míos, mi estirpe continuará maldita, eso es lo que intento entender mientras camino sin rumbo, sin gusto, sin ideas pero con recuerdos de un montón de noches, sobre todo las peores de todas, las que me ha dado este país, tan lleno de todo y de nada. Puedo decir tanto de las noches parisinas como se me antoje; desde sus gentes entre tranquilas y temerosas, hasta del arte que se desarrolla a cada minuto. Esta belleza terrenal antes lograba deslumbrarme, y ahora ha logrado que la aborrezca. La detesto porque es como siempre, traidora, esquiva, cobarde pero al mismo tiempo abusiva, destructora. Pero no puedo escapar tan fácil de este largo corredor repleto de telarañas para adentrarme en una más de sus noches, para caminar de nuevo entre columnas y faroles casi agotados de aceite, y mientras me lleno de recuerdos repletos de cuentas pendientes, versos a medias, cartas no enviadas y angustias enrollándome el corazón y la lengua. Soy un cementerio, los restos de lo que fui en mis primeros años. El frío me ha helado por completo y he olvidado la última vez que sonreí con sinceridad en lugar de sarcasmo. Los gusanos de mis remordimientos se encarnizan sin tregua con mis muertos más queridos, con las pilas de cosas que debo olvidar y a las que le clavo las uñas como si pendiera de eso. Supongo que toda esa carga que me confronta es la que ha que me ha hecho alucinar, literalmente. He visto entre los callejones a mi creador, a mi única creación e incluso a los enemigos que perecieron en mis manos. Siempre los persigo, avanzando en un silencio que intenta avivar en mí el deseo de sangre, mientras el viento me golpea con fuerza el rostro sin lograr despertarme. Por supuesto, nunca encuentro nada real, y ellos se desvanecen como si fueran gotas de agua escurriéndose entre los dedos. Y es por eso que sé que esa imagen que vi apenas dos cuadras atrás no puede ser él, porque este lugar es demasiado poco, demasiado insano como esa mirada que jamás reconocí, Ciro nunca observaba así.


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Mensaje por Invitado Mar Nov 22, 2016 2:54 pm

Distraído, acariciaba la pared con la mano áspera de un vampiro como él, que había visto casi más cosas en los últimos años que… ¡Ja, menuda hipérbole! No era cierto, Ciro no se había puesto bohemio y no tocaba la pared porque estuviera sumido en sus pensamientos, lo hacía porque estaba empapada de sangre de una víctima con la que había estado jugando y le divertía sentirla en los dedos. ¿Qué podía decir? Era un vampiro, sí, pero también era un cazador, un gato que se lo estaba pasando genial persiguiendo a un ratoncillo humano que se había metido con el ser equivocado, pensando que por su apariencia de mendigo podría divertirse con él. ¿Quién se creía que era, alguien superior? ¡Ni de broma! Ciro podía estar desquiciado, pero seguía siendo mejor que cualquier humano que se le pasara por delante, y si tenía que enseñar la lección a golpes… lo haría.

¡Qué sacrificado el profesor, qué herencia helénica se apreciaba en él, que se preocupaba por los pupilos! Si por pupilos se entendían víctimas que aprenderían, quisieran o no, que con él no se jugaba si no lo permitía, y la ventana de esa oportunidad aquella noche había pasado antes de encontrarse con él en un callejón, vagabundeando. Tal vez al seguir el rastro de sangre de la pared no estuviera con la mente en otro sitio, pero cuando se había arrastrado fuera de su escondrijo, en cuanto el sol había caído, sí lo había hecho. Era difícil saber en qué pensaba porque no solía seguir un orden lineal, ya no, pero probablemente lo hiciera en los mil planes que tenía para vengarse de Fausto, de ese némesis que él había creado a su imagen y semejanza y que, como él, se acercaba al último acto de la obra que protagonizaban. Y habría llegado a una maldita conclusión de no haber sido por el humano que había decidido atracarlo… ¡a él!

Primero, lo admitía, había fingido un poco que era un humano asustado, que no tenía nada y que por favor, lo dejara, pues tenía que volver con su familia, formada por una esposa y… ¿seis? ¿O habían sido nueve hijos? No lo recordaba, pero tampoco es que le importara demasiado. En cualquier caso, había mentido lo suficiente para que el otro lo golpeara, y en cuanto el frágil puño se estrelló contra su pómulo de cemento armado, Ciro encontró el momento para sacar a relucir los colmillos y lanzarse contra el vulgar hombre que lo había atacado como si fuera un animal. ¡Cómo se atrevía! Por suerte, Ciro se lo hizo pagar a base de dentelladas y golpes, bebiendo de él a ratos y dejando que sufriera en otros, para después dejarlo escapar cuando estaba al límite de sus fuerzas y que perseguirlo fuera divertido.

Y lo había sido, oh, sí. Había un momento en el que su mirada se había cruzado con la de una mujer que le sonaba, pero no sabía de qué…, y después había vuelto a la persecución hasta encontrarse con el hombre, que había huido lo suficiente para que fuera divertido antes de dejarse caer sobre él, como el destino imposible de evitar. Sí, Ciro había sido su destino, se regodeaba en ello mientras las tornas se invertían y era él quien le suplicaba que tuviera piedad, como si estuviera mínimamente dispuesto a ser bueno por una vez en su vida. Sorpresa: no. Y por eso, ajeno a las súplicas y los llantos, Ciro lo levantó con una mano y le dio semejante mordisco en el cuello que le arrancó carne y la sangre le empapó la zona de la boca mientras él, perezosamente, se alimentaba hasta saciarse.

Fue precisamente en ese momento, cuando el corazón del hombre dejó de palpitar y él ya no querría más sangre durante, por lo menos, diez minutos más, que alzó la mirada y se volvió a encontrar con la mujer, vampiresa, que lo miraba como intentando reconocerlo, igual que él. Salvo que él lo hizo al momento, eran muchos los momentos que habían compartido de forma similar a aquella en la que lo había encontrado, una orgía de sangre a la que ellos añadían la parte más carnal porque entonces le había parecido satisfactorio, y no simplemente asqueroso, como en aquel instante. No, Ciro ya no estaba atento a los deseos del cuerpo, pues se le habían eliminado por completo, y en lugar de eso estaba atento a los deseos de sangre de su mente, que eran lo que lo habían orillado a la situación en la que estaba, con un cadáver en la mano y sonriendo como el loco sádico que era.

Lara. Ha pasado tiempo. ¿A qué debo el honor? – inquirió, como si no se le hubiera ocurrido que se habían encontrado por casualidad, aunque obviamente supiera que ese había sido el caso, una vez más porque inteligencia no era precisamente el atributo que más le faltaba al vampiro. Cordura, tal vez, pero brillantez no, aunque no estuviera enfocada precisamente dicha brillantez a su fortuna o a las cosas que le pasaban… Pero bueno, su mente seguía funcionando de forma superior, aunque quebrada, y eso era indudable. – Te ofrecería compartir, pero llegas un poco tarde.
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Mensaje por Lara Karstein Lun Ene 02, 2017 6:57 pm

"La locura, a veces, no es otra cosa que la razón presentada bajo diferente forma."
Goethe

Cuando aún era humana estuve inmersa en una espantosa realidad, en la que sostenía en mis brazos las cabezas arrancadas de mis padres y abuelos, despegadas de sus cuellos por los dientes de licántropos. Recuerdo bien que tenían los ojos muy abiertos y las mejillas teñidas de rojo. Yo estaba tan horrorizada que me quedé tan muda como ellos, incapaz de articular un grito o cualquier palabra. Así me encontró aquél que me convirtió en vampiro, pero esta parte de la historia jamás pudo ser narrada. La traigo a mi mente porque el olor intenso y picante de la sangre que se va enfriando ahora me resulta parecido, como si este suceso no planeado me recordara que aquello fue real, aunque nadie llorara ni por mí ni por ellos, ni siquiera yo misma. Por eso no quise acercarme de nuevo y enfrentar esos ojos, a pesar que la curiosidad me atravesaba la garganta y de paso me producía sed. No obstante, los gritos parecieron venir en mi dirección, al igual que los pasos torpes de la carrera de alguien a quien ya han decidido matar. Su temor era tal, que parecía que se desgarraba la garganta en cada grito, e incluso las ratas que buscaban comida por las calles terminaron escabulléndose en los agujeros de las paredes y suelos de aquél asqueroso lugar a causa de semejante sonido.

Sin más, me detuve, escuché sin girarme cada impacto del cuerpo del hombre contra el cemento, a su corazón detenerse luego de haber estado tan agitado, y también el sonido de su sangre espesa deslizándose por la garganta de alguien a quien creí conocido. Era tarde para partir, yo estaba allí, tan cerca que él podría verme y reconocer cada uno de mis rasgos. Sin más, me di la vuelta para buscar lo que ya quería, y efectivamente sus ojos, ya conocidos, me miraron diferente, al tiempo que sus labios proclamaron mi nombre. Sí, era él, aunque ya no se me parecía tanto a aquél gran hombre que caminaba bajo un feroz aguacero con indescriptible dignidad, y que luego se sentaba con calma frente a cualquier fuego, casi rezumando un poder que no puedo describir, pero que sé que le daba todo su conocimiento ¿Sería acaso eso mismo lo que lo había cambiado? Quizás me estaba apresurando, sus ojos no podían reemplazar a sus palabras, aunque muchas veces yo me había cruzado con situaciones similares que me hacían ahora generalizar. Además, él, de querer, siempre podía transformarse en la más feroz e intimidadora de las bestias
—París parece ser la peor de las trampas para mis reencuentros— respondí, como si fuese un ratón al que la ciudad le ha rodeado de trampillas por donde quiera que mire. En silencio, dejé que mis pasos acortaran la distancia aunque me arrepentí pronto. Ciro seguía siendo a su modo imponente, no sólo me doblaba la edad, sino que además gozaba de tal estatura que era imposible siquiera alcanzarlo a pesar de los elevados zapatos que yo usaba incluso en invierno. Debió haber sido un deleite haberlo visto cuando aún humano lideraba un ejército a pesar de ser tan joven. Su pasado le haría gala a pesar de sus desvíos o excesos, eso lo tenía más que claro.

—No hubiese sido capaz de coartar tu apetito, no esta noche— “No cuando perseguiste a tu presa de una forma tal, que justo cuando lo alcanzaste estaba a punto de sufrir un paro cardiaco producto del sólo terror” completé en mi mente — ¿Acaso es tan grande París como para no haber sentido antes tu presencia? — quise saber, aún a sabiendas que mis propios excesos pudieron distraerme. Fueron días enteros encerrada en el sótano de mi casa, una en cuyo piso principal se encontraban pendidos y lacerados los cuerpos de aquellos que alguna vez fueron mis sirvientes. No probé la sangre de ninguno, ni siquiera para humedecerme los labios resecos producto de la ira y la demencia de aquellos días. La sangre en el suelo ya estaba seca, y hedía, mientras el lugar se llenaba de alimañas que consumían la carne de esas víctimas de mi falta de cordura. Ahora sé que no tenían culpa, pero para entonces fueron el placebo de mi inmensa desdicha y de la necesidad destructora que carcomía mi mente. Ahora ya no queda nada, el fuego lamió mis errores y ocultó esos defectos que temo se repetirán. A veces, no soy dueña de mí misma, por más que ahora frente a él parezca más madura que antes y luzca con un atuendo típico de una viuda. Los años de un vampiro no pasan en vano, siempre lo he dicho, y lo sostendré hasta que vea de nuevo y por última vez la luz; pero eso no importa ahora, no cuando el pasado de nuevo me sonríe sardónicamente y me abofetea de distintas maneras a lo largo de mis días en esta ciudad deshecha e hipócrita —Has cambiado. Aunque no me lo digas, lo sé— susurré, mirándolo ahora inmóvil y con las manos en los bolsillos como si buscara calor ¿Estaba de nuevo alucinando? Por un momento, creí que no era él, que estaba imaginándolo como había hecho con otros antes. Debía partir, antes de poder deshacer mi mente en un cúmulo de confusiones.


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Mensaje por Invitado Mar Ene 03, 2017 5:49 pm

En ocasiones, Ciro se encontraba tan subyugado por los estímulos exteriores que parecía completamente ido, como si su locura se debiera completamente a un mal viaje de alguna droga proveniente del lejano Oriente, como él en origen, y no de los traumas internos que recopilaba, guardaba y amontonaba en lo más profundo de su ser. Sin embargo, ese no era uno de dichos momentos; ese, en concreto, era un instante en el que sus pensamientos lo sorprendieron tanto que alzó las cejas en dirección a donde estaba mirando, que era Lara, de forma que ella podría creer que le sorprendía verla, pero en realidad su expresión se debía a lo que se le había pasado por la cabeza: el Laocoonte y sus hijos. No el mito, no: la estatua, esa que había visto extenderse y copiarse por todo el maldito Mediterráneo y que le recordaba al rictus que le había grabado a su víctima y que, por eso, se le quedaría post-mortem para toda la eternidad. Y la pregunta que realmente quería hacerse al respecto era ¿por qué demonios le había dado por pensar en eso...? Sin embargo, la pregunta que formuló en voz alta fue otra diferente.

Vaya, ¿es que ha sido casualidad y no me estabas buscando? Qué decepción, Lara, yo creía que te toqué lo suficiente para hacer que me echaras aunque fuera un poquito de menos. – sonrió, burlándose de ella al tiempo que lo hacía de sus pensamientos, y éstos, tal vez por venganza ante la voz dictatorial de la mente del espartano, lo condujeron hacia los encuentros llenos de sangre y carne, humana y la que ellos compartían, de su pasado. De forma nada sorprende, ni siquiera sintió el más mínimo estímulo en su hombría, que si bien no había recibido el dolor de las torturas de Fausto parecía haberse apagado porque tenía cosas mejores en las que centrarse, más o menos como él. ¿Le decepcionaría saberlo a Lara, o estaba demasiado asustada para darse cuenta...? Porque, como animal, sentía perfectamente su miedo, que podía oler por encima incluso de la sangre que lo cubría, casi como una capa de pintura. Precisamente por eso, y como no podía ser de otra manera, decidió explotar esa debilidad de la mejor forma posible: acercándosele.

Ciro casi flotó por el suelo del cuidado que tuvo, sorprendentemente para le velocidad a la que se había desplazado; en silencio, se colocó detrás de Lara y situó sus manos en las sienes de la vampiresa, manchándola de la sangre de su víctima y apretando con los pulgares en esa cabecita que tenía y que tanto había compartido con él hacía mucho... Cuando la salvaje era ella y él se aprovechaba de ello, más o menos. ¡Quién los había visto y quién los veía! Aunque físicamente pareciera el mismo (un poco más sangriento, de acuerdo, pero eso eran minucias), Ciro se encontraba a más de un océano de distancia de quien había sido, de ese espartano regio y digno que dominaba a todo y a todos, empezando por el mismo. Y pese a que a él le parecía que el cambio había sido a mejor (no así lo que lo había provocado, eso gustosamente se lo habría saltado), ¿quién sabía si a ella, toda elegancia y saber estar, la molestaría...? Por lo pronto, asustada seguía, y a él eso le satisfacía todo lo que la carne ya no lo hacía.

Si no me has sentido antes es porque no estabas prestando atención. Hace bastante que me he cansado de ser sutil y de disimular, así que habrás podido ver mis rastros alrededor de la ciudad, donde todos miran por el rabillo del ojo pero nadie tiene el estómago de clavar la mirada. – comentó, encogiéndose de hombros, y sus manos bajaron hasta los hombros de la vampiresa, a la que casi notó dar un respingo por el cambio de posición del cuerpo del espartano, por mínimo que éste hubiera sido. Alentado, sonrió y continuó hablándole al oído, a través de esa cascada de pelo negro que hablaba de un origen similar al suyo, pero al mismo tiempo tan diferente como podían serlo ambos entre sí. – Supongo que tu vida es más importante para ti que los de tu alrededor, cuánto aprendiste de mí en tu día. Es una pena que esas lecciones ya no apliquen como antes, ¿verdad? – comentó, respondiendo a medias a la pregunta que ella le había hecho, pero como no tenía motivos para ser sutil y discreto, se encogió de hombros y bajó las manos a su cintura, pero no como un amante, sino como un verdugo.

Sí, he cambiado, pero tú también. Ya no eres la salvaje y sensual vampiresa de antes... O, de lo contrario, no estaríamos ni aquí ni así. – replicó, acusándola, y manteniendo su agarre que de sensual tenía más bien poco, exactamente lo mismo que él de cuerdo o ella de la mujer (¿mujer? ¿Se podía llamar así acaso a una no muerta como él lo era? Ya tenía algo en lo que pensar después, cuando se aburriera, porque si algo sabía era que terminaría, tarde o temprano, haciéndolo) que había conocido. – ¿Qué haces aquí en París? ¿Qué tiene esta ciudad que inflama todos tus reencuentros con viejas llamas del pasado? Porque no soy el único, a juzgar por tus palabras: ¿tengo que ponerme celoso de que tus atenciones ya no me pertenezcan solamente a mí...? – preguntó, con suavidad, y si había algo que diera más miedo que el Ciro bestial eso era, probablemente, el Ciro suave y delicado pero con la misma mirada salvaje de siempre, al menos dentro de estos últimos tiempos.
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Mensaje por Lara Karstein Dom Ene 29, 2017 1:34 pm

"Había matado las visiones más maravillosas y queridas de su juventud;
volvió su espíritu inefable y puso en su memoria una corona
que también había sido su maldición"

—Ha pasado mucho tiempo— eso fue todo lo que me atreví a decir, porque el recuerdo de la sensación que dejaban sus manos sobre mi piel casi había desaparecido, al igual que esa voz dominante incluso cuando hablaba en susurros. Lo había echado de menos, por supuesto, pero eso ocurrió durante los primeros años, esos en los que quise devolver mis pasos a él pero me contuve en un arranque de independencia que luego se volvió parte de mí. Era lo mejor, lo sabía entonces y lo confirmé con el tiempo, cuando comprendí que los espíritus libres necesitan espacio incluso para la locura.

Pronto, noté que buscaba devolver de alguna forma los recuerdos de entonces, y la sangre ajena empapando apenas mi cabello era la mayor prueba al respecto. Dejé las manos ocultas en los bolsillos de mi abrigo y suspiré. Ahí, si él lo deseaba, podía ejercer una presión tal que me destrozara el cráneo en cuestión de segundos y, extrañamente, el saberlo me tranquilizó en lugar de angustiarme ¿Acaso era eso lo que realmente quería? ¿Tan exhausta me tenían los giros de mi vida para tranquilizarme con algo así? o quizás, mi mente estaba más desordenada de lo que creía.
—He visto a la maldad conmoverse con la lluvia y a la tristeza haciendo música entre el derrumbe. No todo es lo que parece; he visto cosas que no existen y he aniquilado espectros de traiciones que sólo yo imaginé — Argumenté sin mayor detalle. Aquello era como un florecimiento de rosas rojas, sobre una pradera triste, esmaltada de flores inverosímiles de voluptuosidad, de locura y de muerte. Mi fantasía forjaba grandes visiones, gestos extrahumanos, para fijar allí, sobre esa mente convulsionada, las formas más augustas de la belleza y de la vida: El dolor, y la sangre. Sobre la superficie de asfalto el rostro inerte del hombre parecía observarnos, juzgando al par de depredadores que éramos y cuyas monstruosidades aumentarían con el paso del tiempo ¿Quiénes éramos ahora? ¿Quién era aquél que bajaba con lentitud sus manos y se aferraba a mi cintura como si de alguna manera sufriera? No había sensualidad voluntaria allí, y yo, que en otro tiempo me habría estremecido con su sólo roce, había cambiado tanto que a pesar de todo, ya mi rostro no denotaba emociones, daba igual que estuviese enojada o llena del éxtasis de la sangre de cualquier desventurado o, incluso, que sintiera la cercanía de un cuerpo que antes había deseado y que ahora sólo me generaba esa curiosidad por saber si era o no real.

—Los años han hecho lo suyo, ya poco queda de impulsividad o pasión en mí. — Musité. En años, no había vuelto a sentir el cuerpo de nadie, mi lecho sólo me albergaba a mí, con mis ruinas y demonios susurrándome cada noche al tiempo que me consumía como gusanos hábiles en el cuerpo de cualquier muerto. Finalmente, hay recuerdos y fantasmas que dan más sombra que nosotros y ese era mi caso, mi condena, mi ruina. Sin embargo, no contemplé que esa ausencia de pasión se concentrara algún día en él. —Vine a buscar a alguien, al que me maldijo hace tantos años. Pero a cambio encontré una maldición mucho mayor— dicho eso, avancé un paso hacia adelante, liberándome con sutileza de sus manos inundadas de la demencia de su poder, porque no era capaz de notar nada más, por ahora, a pesar de tener mis sospechas. Despacio, me giré y lo miré de nuevo, tan cerca para escuchar con claridad sus burlones reproches —Quizás eres lo único real que pueda sentir ahora, si es que mis alucinaciones no se han vuelto más fuertes que yo ¿Qué queda de lo que conocía de ti? ¿A qué has venido tú a esta prisión de sangre y huesos que ahora sólo vive en guerra?— sin prisa, saqué una de mis manos de su bolsillo y la extendí con suavidad hasta limpiar un resquicio de sangre que se dibujaba justo debajo de los labios ajenos. Sí, se sentía real, demasiado como para seguir pensando que imaginaba incluso esa conversación. Incluso, llevé los dedos húmedos de sangre hacia mi boca y los limpié con ella, como si buscara que el sabor cúprico me terminara de convencer. Ahh, nada existe más largo que los días ingratos, esos donde los copos de nieve caen como las culpas. Siento hastío de mi triste desgana frente a todo, incluido él, de mis ganas de recordar el rostro que olvidé con detalle y al que en algún momento sentí necesitar como a la misma sangre.


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Mensaje por Invitado Jue Feb 09, 2017 2:43 pm

¿Y a él qué demonios le importaba lo que ella hubiera hecho…? Él le había hecho una pregunta muy simple, orientada tanto hacia ella como hacia él mismo, y eso era casi lo único que no lo había dicho, como si al espartano le importase lo más mínimo que ella hubiera ido a buscar a alguien. ¡Cuántos rastros de ese maldito ego suyo quedaban, aún, distribuidos a lo largo y ancho de su psique en relieve! Y es que tan pronto podía encontrarse en la cima, como si se hubiera subido a una montaña, o en lo más bajo, como si se hubiera hundido en el valle de un río, pero era orgulloso, y más cuando se encontraba con seres quietos como estatuas, ¡como ella! Cuando la había conocido había sido mejor, de eso no le quedaba ninguna duda, y la escasa paciencia que a veces parecía infinita, pese a las circunstancias adversas en las que se le había forjado el carácter del que hacía gala en los últimos tiempos, se le estaba agotando rápidamente.

¿Que ha pasado mucho tiempo, eso es lo mejor que tienes? Patético. Aunque creo que prefiero eso a tu poesía barata. – increpó, bufando sonoramente como lo haría alguien verdaderamente molesto, aunque era evidente que Ciro no lo estaba. Ella seguía viva, ¿no? Pues ahí estaba, todavía tenía cierto margen para seguir tirando del hilo hasta que el ovillo de deshiciera y a ella no le quedara más remedio que afrontar las malditas consecuencias, porque para algo se lo había buscado. Desde luego, a él no le iba a importar lo más mínimo que ella sufriera, igual que no le había importado en su día corromperla o no le importaba, a veces, ni su propio bienestar; para muchas cosas, se había vuelto tan indiferente que dolía… al resto, claro. Él ya no iba a sentir más dolor, como que se llamaba (en algunos momentos de su vida) Ciro.

Así, indiferente a nada que no se encontrara dentro de esa cabecita suya, el vampiro continuó incomodándola con su aroma a sangre y con su cercanía, hasta el punto de que llegó a tocarle el rostro para que sus palmas carmesíes se le quedaran pintarrajeadas en las pálidas mejillas. Precioso, demonios, ¡maldita obra de arte había creado en apenas un momentito! Si ya le dejaran más rato, reescribiría toda la disciplina y los museos se pelearían por tenerlo, igual que muchos humanos lo habían hecho en su día… que incluso ella lo había hecho en su día. Qué tiempos aquellos, para que luego dijeran que el pasado no era mucho mejor que el presente. ¡Para él, al menos, sí lo había sido! Pero, claro, ¿qué iba a parecerle si no el tiempo en que había estado sano de heridas internas frente al presente, cuando no lo estaba y se había, sin embargo, liberado? A saber. Tal vez en cinco minutos pensara que le gustaba mucho más carecer de ataduras, pero con él, solamente el tiempo podría asegurar una cosa o la otra.

Menuda flor mustia estás hecha, Karstein. Te prefería viva, no muerta como lo estás ahora. Y antes de que me digas que a ti te gustas ahora, me importa bien poco que así sea. – espetó, dictatorial como entonces, y la cogió de la barbilla para mantenerle la cara quieta, en su sitio, mientras él aprovechaba para dibujarle una sonrisa, forzada y que con la sangre con la que la estaba manchando, realmente parecía de payaso, más que de persona, ser, o lo que fuera en que se hubiera convertido. – Tan pasiva… ¿Te conformas con todo lo que te echan a la maldita cara sin quejarte, eh? Soy real, mujer, no alucinas. Créeme, de eso sé mucho. – afirmó, y no sonaba ni por asomo a como lo habría hecho en el pasado, simple arrogancia basada en la certeza de que era mejor que ella (seguía creyéndolo, eso por descontado), sino con la voz de la experiencia de alguien que, efectivamente, se había mudado más de una vez al glorioso mundo de la ilusión y, aun así, había sido capaz de salir.

Qué hago aquí… Por fin haces preguntas interesantes. Vas con retraso, porque llevo aquí siglos, pero en fin, no es que parezcas muy avispada ahora mismo. – reflexionó, soltándole la cara con violencia, aunque no sin antes lamerle la sangre de las mejillas, la misma sangre que él había dejado ahí al sujetarla y que manchaba sus manos, su ropa y, en definitiva, todo su imponente físico, porque algunas cosas jamás cambiaban. – Me mudé aquí cuando la India se me quedó pequeña, hace décadas ya. Me mantuve aquí porque el vicio que existe en esta ciudad alimenta tanto como la sangre, y sigo aquí porque tengo que vengarme de alguien, asuntos cotidianos de alguien como yo. Supongo que al menos eso es algo que tenemos en común, ¿no? Estamos en busca de alguien. Sólo que yo lo encontraré y lo mataré; ¿puedes decir tú lo mismo o no tienes el valor que te presupuse en su día? – preguntó, con los ojos desorbitados, pero aun así, cuerdamente clavados en ella.
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