Nothing left to Fear || Irïna

por **Lorick N. Magné** Dom Jun 01, 2014 9:56 pm

Recuerdo del primer mensaje :

Recorrí las calles desiertas en silencio, enterrando las manos en los bolsillos. Hacía mucho tiempo desde la última vez en que me permití caminar de aquella forma tan despreocupada. Más concretamente, no lo hacía desde la última guardia en el palacio de los monarcas de Escocia, antes de que el desastre se desatara sobre aquella buena nación. Nadie sabía lo mucho que la echaba de menos. Francia era un país muy diferente. Moderno, lleno de tecnología, de matices, de novedades. No me gustaba. En comparación con la placidez, la tranquilidad de mi país -que pese a no ser realmente mi país de origen, siempre lo consideré como tal-, Francia me recordaba lo que se sentía al ser un extranjero. Y no era una sensación demasiado agradable. Observé los nombres de las calles con el ceño fruncido. El musgo se acumulaba sobre los rótulos de forma desordenada, dificultando su lectura de sobremanera, y aunque mi francés era bastante aceptable, aquello me complicaba bastante la tarea de traducirlos. Después de todos los meses que llevaba alejado de Escocia, y pese a que Francia sí era después de todo mi país de origen, me había acostumbrado tanto a hablar en gaélico escocés o en inglés, que se me hacía difícil volver a pensar en mi lengua materna. Eso, y que me negaba categóricamente a asumir que aquella sería, de nuevo, mi casa. Aunque de hecho así sería, al menos hasta que mi reina decidiese que regresar ya no resultaba ningún peligro.

Y al respecto de eso... No tenía ni la más remota idea de dónde se encontraba. Me había propuesto al viajar hasta tan lejos, llevarla de vuelta al lugar del que nunca se debió haber visto obligada a huir. Su pueblo la necesitaba más que nunca. Aunque comprendía que su miedo no era precisamente infundado, no estaba en absoluto de acuerdo con la decisión que había tomado. Yo habría podido protegerla de haber sabido cuáles eran en realidad sus enemigos. Pero, después de todo lo sucedido, seguía sin confiar en mi. Era lógico. Todos aquellos en los que su familia confió alguna vez habían acabado por convertirse en sus asesinos. Sin embargo, ¿por qué desconfiar de mi? ¿O quizá no había sido esa su intención? Al principio, asumí que no lo había hecho jamás. Después de todo, me había encargado de su seguridad desde mucho antes de su nacimiento. Pero con el paso de las semanas, y con los comentarios de algunos de los miembros de la corte, intuí que había algo que se me escapaba. Y por eso seguí su rastro, o el rastro que creía tener acerca de ella, hasta París. Sus mensajes no estaban precisamente claros, pero sabía que la conducirían hasta allí. Y también supe, al recibir la nota en la estación, que ella siempre quiso que yo estuviera en aquel lugar, en aquel preciso momento. ¿Pero por qué no hacerlo antes? ¿Por qué esperar hasta que su nación estuviera rota en pedazos?

Horas más tarde, seguía deambulando por callejones oscuros y lúgubres, en busca de una nueva señal que me indicase el posible paradero de la reina. De mi reina. Pero no encontré nada más que desesperación, tanto ajena, por parte de aquellos individuos que deambulaban sin rumbo; y mi propia desesperación, en forma de una molesta opresión en el pecho que me dificultaba respirar. Estaba nervioso, tenso. Necesitaba encontrar, de nuevo, el rumbo. El rumbo a casa, a un posible hogar. Necesitaba reencontrarme conmigo mismo, con lo que siempre había sido. Y para eso la necesitaba a ella. Su familia me había ayudado a sustituir la rabia por lo que me habían hecho, por valentía para seguir avanzando. Lo que antes era confusión, se transformó en necesidad de protegerles. De protegerla. Por eso su marcha me hizo sentir de nuevo perdido. Tan perdido como se había quedado su pueblo al tener tan lejos a su monarca. Finalmente, el cansancio despertó en mi cuerpo de forma abrupta, obligándome a pararme en seco y examinar lo que había a mi alrededor. Pude apreciar la silueta no muy lejana de lo que parecía ser un hostal, así que me acerqué sin pensármelo demasiado.

- Buenas noches, Monsieur... ¿Tendría una habitación disponible para mi? -El hombre me dirigió una larga mirada, cuestionándose tal vez si tendría el dinero necesario para pagar una noche allí. O tal vez pensando cuál sería mi procedencia. Sólo entonces me percaté del acento extranjero que marcaba mi discurso. ¿Tanto tiempo llevaba sin hablar con nadie? Pues muy probablemente.

- Lo siento Monsieur, pero este hostal está cerrado al público. Aunque puedo recomendarle otro que está a menos de cien metros de aquí... -El hombre evitó mirarme en todo momento, lo cual, sumado al frenético latido de su corazón, me indicó que no quería tenerme allí. La cuestión era por qué. Insistí un poco más, antes de voltearme para marcharme. Y entonces, la vi. Al fondo del pasillo, observándome. Allí estaba, después de todo aquel tiempo. Sana y salva.

por **Lorick N. Magné** Sáb Sep 23, 2017 9:24 am

Las palabras del fantasma, unidas al repentino contacto con el cuerpo cálido y delicado de mi reina, hicieron que mi respiración se alterara de forma evidenciada. La sangre pareció helárseme en mis venas. Me costaba procesar la realidad de todo lo que estaba pasando. No sólo estaba a punto de ser expuesta la realidad de mi naturaleza sobrenatural, sino también mi acto de traición al hacer que la por entonces princesa olvidara la realidad de lo sucedido. Sin embargo, no podía encontrar el modo de arrepentirme de mi decisión. No porque la aún joven Irïna me hubiese suplicado que acabase con el dolor que aquellas muertes le producían, no, la culpa no era de ella, la decisión fue mía; pero yo no era capaz de ayudarla con el dolor de la pérdida, no iba a poderla ayudar a superarlo, por eso robarle sus recuerdos fue la única opción que me pareció viable para ayudarla. Sabía que si alguna vez lo descubría, aquello supondría perder por completo su confianza, puede que incluso los sentimientos que nos profesábamos el uno por el otro. Pero estaba preparado para eso, y de llegar el momento en que ocurriera, estaba preparado. Pero lo que no podía ni iba a tolerar era que alguien como aquel ser fuera quien atentase contra la razón de la persona más importante de mi mundo. Un escalofrío me recorrió la espalda al ver cómo aquellas sucias e indignas manos la tocaban. Yo mismo sentía que no tenía ningún derecho de rozarla siquiera, ¿cómo se atrevía? Me abalancé sobre él, pero a causa de eso choqué con la reina, noqueándola a causa del golpe.

- ¿Por qué? ¿Por qué alguien como tú tiene que venir a amenazar lo mucho que hemos conseguido, y por una razón tan estúpida como lo es la necesidad de venganza. ¡Sí, la hice olvidar! Porque eso era lo único que podía hacer para ayudarla. Tus crueles acciones eran demasiado para que ella pudiera soportarlo. Al verte comprendió la verdad, que querías matarla a ella y que por eso sus padres habían muerto. Y se derrumbó. ¡¿De verdad es eso lo que quieres?! ¡¿De verdad la consideras culpable de todo tu sufrimiento?! ¡En fondo sabes que no es cierto! Que ella nunca quiso lastimarte, y que si te ocultó la verdad fue porque no quería que la trataras de forma diferente. Te quería como su aliado, como su amigo, sin que su posición como heredera tuviera nada que ver. ¡Tú fuiste el primero que traicionaste su confianza! -Mis palabras sonaban desesperadas, especialmente después de haberla lastimado yo mismo. Me sentía culpable, y estaba asustado por haberla lesionado aún más. Además, estaba preocupado por aquel intenso dolor de cabeza que parecía haberla asaltado. Las palabras de aquel hombre, de aquel muerto, estaban removiendo algo dentro de ella. Y eso era lo que debía evitar a toda costa...

Pero no tuve tiempo para seguirle dando vueltas a aquello, cuando la realidad me golpeó de frente. Era cierto, la noche siguiente yo me convertiría en algo que ya no era yo mismo, y lo había olvidado completamente. ¡Menudo error! Tenía razón, ¿cómo demonios se suponía que iba a dejarla sola en aquellos momentos tan críticos? La simple idea de hacerlo me parecía absurda y terrible. Era consciente de que debía buscar un nuevo sitio para esconderla, uno que le permitiera reposar y que estuviese lo bastante escondido para que no la encontraran, además de garantizarme el grado de intimidad necesario para permitir que me transformase sin levantar sospechas. Tomé nota de su amenaza, pero suspiré aliviado cuando vi que, esta vez por completo, se marchaba de nuestra vista. Ya no podía notar su presencia, y sólo el silencio imperaba en el interior del recinto. - Lo siento mucho, majestad. Juro que la única cosa que quiero es protegeros. La simple idea de causaros algún daño me hace temblar en agonía. Iremos a un lugar seguro. No permitiré que algo como esto vuelva a sucederos. -Tomé su cuerpo inmóvil entre mis brazos, y la alcé del suelo, para luego salir por la puerta trasera, la que daba a la despensa, y salir corriendo a toda prisa valiéndome de mis dones, y del hecho de que ahora ella no estaba consciente. Pronto, la ciudad quedaba a nuestras espaldas, y mis pasos tomaron un rumbo en particular.

por **Irïna K.V. of Hanover** Sáb Sep 23, 2017 8:18 pm

El dolor de cabeza que le martilleaba las sienes no paraba de hacerse más y más intenso, a medida que su cerebro, de forma involuntaria, parecía querer acordarse de algo en concreto. De algo que tenía que ver con aquello que Rhaegar y Lorick estaban diciendo. Algo que no era capaz de identificar. Sólo sabía que sus palabras tenían sentido, pero no sabía decir el por qué. Su respiración se hizo superficial y entrecortada, y el mundo comenzó a dar vueltas y más vueltas, provocando una sensación de naúsea. Luego pudo escuchar unos gritos agónicos, a lo lejos. Aunque al rato se dio cuenta de que era ella quien estaba gritando, desesperada, pidiendo auxilio, rogando que alguien lo hiciera parar. Pero no lo hizo. Ni siquiera pudo mirar directamente al fantasma cuando éste se acercó, diciéndole que el guardia real era un mentiroso, y que él le diría por qué. Quiso preguntarle que en qué le habían mentido. Demonios, ¡quería preguntar tantas cosas! Pero no era capaz de articular palabra alguna. Tenía un nudo en la garganta, notaba los párpados pesados, y la cabeza embotada. No fue capaz de entender lo que Lorick decía. Lo notaba muy lejos, y ahora, tras haberse sentido intimidada por él, eso sumado a su actitud sospechosa la hizo abrazarse a su propio cuerpo, sintiéndose totalmente sola de forma repentina. Aquello era una pesadilla, y todo cuanto ella necesitaba era despertarse cuanto antes. Comenzó a viajar entre la consciencia y la inconsciencia, cayendo en esta última de forma fulminante al recibir un golpe directo por parte de su sirviente.

A medida que se hundía en las brumas de un inquieto sueño, no hacía más que preguntarse si era cierto que Lorick le ocultaba algo, y qué narices tenía eso que ver con la presencia o ausencia de la Luna llena. Eso fue lo único que logró escuchar mientras estaba inconsciente. Aunque no comprendía la razón tras ello.

Tras sus ojos cerrados comenzaron a pasearse recuerdos procedentes de su juventud. La primera vez que acudió a una reunión del consejo real, y expuso la necesidad de recortar los privilegios de la nobleza, para orgullo de su padre y pánico de los consejeros. Era fascinante lo mucho que se parecían respecto a ideales y ganas de obtener prosperidad para el pueblo, y a la vez se diferenciaban con lo que respectaba a todo lo demás. A Irïna no le gustaba comprometerse, ella quería ser libre y ayudar desde esta misma libertad. No servía para seguir a rajatabla los dictados de la etiqueta. Pensaba más de lo que debía, y sus aficiones rozaban incluso la herejía según a quien le preguntaras. También tenía por costumbre vestir de hombre para poder hacer cosas que de otro modo no le eran permitidas. Después recordó las peleas continuas con su madre, quien le recordaba que mientras antes se casara antes establecería un vínculo con su esposo. Que el amor no siempre era algo que surgía de la nada, sino que el tiempo y el esfuerzo eran su alimento. Eso a ella le parecía ridículo, después de todo, ¿no se habían casado ellos oponiéndose a todas las opiniones ajenas?

Su cabeza siguió divagando entre pensamientos y recuerdos, unos más antiguos, y otros más nuevos. Se entremezclaban. No tenían conexión unos con otros, ni siquiera se parecían. Pero había una variable que coincidía, y es que Lorick siempre había estado, de alguna forma u otra, en todos ellos. Sus ojos se entreabrieron levemente, y pudo sentir el fresco en su rostro, y la sensación de estar suspendida sobre el suelo. Se retorció en los brazos del guardia, e incorporándose un poco, se abrazó a su cuello, hundiendo la cabeza entre la hendidura de éste y su hombro. Antes de volver a dormirse, se preguntó si el cuerpo de aquel hombre siempre había estado tan cálido. - Lorick... --Susurró, antes de que sus ojos se cerraran del todo.

por **Lorick N. Magné** Mar Sep 26, 2017 5:02 pm

La sensación de culpabilidad por todo lo que había sucedido era tan grande, que apenas si era capaz de pensar en otra cosa. Al verla así, tan inmóvil, tan delicada y frágil, no pude evitar preguntarme si sería capaz de protegerla después de todo. No sólo no había previsto ser atacados por alguien tan inesperado como Rhaegar, sino que además había dado de lado mis quehaceres como protector de la reina y de aquellos que la rodeaban por el miedo que tenía a perderla. En el fondo, siempre lo supe, que mis prioridades dejaban de estar claras cuando se trataba de Irïna. Por un lado, el puro deseo de protegerla con mi propia vida; y por el otro, la desagradable sensación, la necesidad imperiosa de poseerla, de hacerla incapaz de sobrevivir si no era a mi lado, tal y como ella había hecho conmigo involuntariamente. Mis intenciones ya no tenían nada que ver con un propósito honesto como lo era la lealtad a Escocia, o a la corona, era simplemente por una mujer. Ya no la veía como a una niña, sino como al objeto de mis deseos más profundos, aquellos de los que no podía hablar ni dejárselos saber a nadie. Lo peor de todo es que incluso en aquellos momentos, a pesar de lo sucedido y de que ella no se encontraba en las mejores condiciones, lo que más me estaba afectando no era el horror que dejábamos atrás, a medida que recorría la noche a toda prisa con ella en brazos, sino la cercanía tan absoluta que juntaba nuestros cuerpos. El suyo, lánguido, frío. Y el mío, cada vez más y más cálido. No podía evitarlo, y eso me hacía sentir avergonzado. A pesar de mis muchos años como monstruo, nunca me había considerado tanto un animal como en aquel momento. Patético. Reprochable. Terrible.

La noté removerse entre mis brazos, y la sostuve con más fuerza, intentando que no se cayera a causa de la velocidad a la que nos desplazábamos. Con el corazón en un puño, sentí su abrazo y respondí colocándole uno de los brazos bajo las piernas, y el otro rodeándola por la espalda, postura que me recordaba a los años en que aún era una niña, y la cargaba hasta su cuarto cuando se quedaba dormida en algún sillón de la gran biblioteca. La situación había cambiado drásticamente, pero había algunas cosas que permanecían. La ligereza de su cuerpo, la suavidad del mismo, y la forma que tenía de aferrarse a mi como si sólo así se sintiese segura. Y tal vez así fuera. ¡Qué terrible sería el momento en que dejara de sentirse de esa forma en mi presencia! Por eso mismo agradecí que hubiera perdido el conocimiento cuando lo hizo, y no hubiese escuchado nuestra conversación. Tenía demasiadas explicaciones que debía darle, y muchas de ellas significarían perder por completo la confianza que siempre había tenido en mi persona. No podía permitir eso. Estaba en un momento muy delicado, no solamente por estar lejos de su patria, esperando el momento propicio para volver, sino porque también su salud parecía delicada. Hacía tiempo que no la veía tan delgada como entonces.

Comencé a aminorar la marcha una vez terminamos de atravesar el bosque que marcaba el límite de la ciudad con la siguiente. Allí había asegurado que hubiera un lugar seguro, una casa franca, antes de aventurarme en su búsqueda semanas antes. Ese era el protocolo que siempre seguía. A partir de ese momento, no la perdería de vista ni un momento, ni permitiría que pisara el exterior. Habían demasiadas cosas en juego. - Tranquila, ya hemos llegado, a partir de ahora, estarás segura.

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