No pain, no gain -libre-

por **Lorelei Grant** Miér Ago 22, 2018 10:14 pm

Aún parecía imposible para ella poder hacer algo para encontrar a su cuñada, siendo esa la razón de que sus ilusiones parecieran perdidas y su corazón se encontrase destrozado, pues además de no dar con alguna pista de utilidad para encontrar a Chiara, tampoco podía dar con el enigmático coreano con quien compartiera una velada muy agradable días atrás y quien le hiciera sentir por primera vez desde que llegara a la ciudad luz, verdaderamente escuchada y valorada. Lorelei sabía que sus hermanos la amaban, de eso no le cabía la menor duda, sin embargo, eran en tiempos tan difíciles como aquellos cuando más los necesitaba y cuando menos los podía encontrar. Frustrada, no solo por la falta de respuestas sobre las desapariciones de dos personas importantes para ella sino también de haber recibido una carta de parte del clan en la que se indicaba que se necesitaba dinero para las cosechas y otros asuntos, la cabeza de los Grant se veía en la necesidad de revisar los bienes familiares.

Esa tarde tenia una cita en el banco y aunque no estaba completamente segura de si la podrían ayudar, Lorelei fue a expresar sus dudas. Como líder de clan, la Grant siempre se tenia mucho cuidado cuando se refería a dinero, así que preparada con algunos documentos importantes que Eghon mantenía en su hogar, la escocesa salió del hogar con rumbo al banco.

El camino al banco no fue tan largo como lo imagino, así que cuando bajo de su transporte y avanzo hasta la entrada, se sorprendió pero de lo enorme que era aquel lugar, así como de la cantidad de gente que ahí había. En Escocia, su tierra natal todo parecía más pequeño, más sencillo. Anonadada de lo que sus ojos veían, camino hasta la primer persona que encontró.
– Disculpe, ¿Sabe quién podría ayudarme con algunos tramites de dinero extranjero? – preguntó para después sonreír de manera amplia.

por **Emile Du Folie** Dom Ago 26, 2018 10:13 am

Para un artista, el momento mas agradable, después de dar o mejor de sí en un escenario, era el ser reconocido. Para Emile, ese reconocimiento, era el monetario, en especial cuando se dirigía al banco y con satisfacción veía como su cuenta bancaria se iba haciendo cada vez mayor. - Jamás, permitiré que mi vida caiga en la miseria - caviló, mientras, se preparaba para ir al banco. Ató con esmero la corbata, se fijó que los gemelos de plata y zafiro, - uno de sus pocos tesoros -, se se lucieran, cuando extendiera su mano, o doblara su codo, pues el buen vestir, debía ser la carta de presentación, para abrir las puertas, no solo a los negocios, sino a los corazones de las damas. Sonrió con jactancia, - Eres un endemoniado hijo de... -, la frase quedó flotando en el aire, cuando unos golpes en la puerta, llamaron su atención. - Señor Du Folie, soy Anna, el coche que ha pedido, le espera en la acera - dijo una voz melodiosa, juvenil. La joven era la hija adolescente de la cacera, una niña que se había enamorado del cantante, quien sentía una profunda ternura por la niña, pero que no sería capaz de dejarla cruzar la puerta de su cuarto, - Gracias Ann, en un instante partiré -, le afirmó, mientras tomaba su bastón de mango de plata, que escondía una daga, y que le había salvado mas de una vez de novios celosos y esposos coléricos. No podía olvidar su sombrero, otro accesorio indispensable para elaborar su personaje de caballero confiable y estable económicamente,pues hoy intentaría entrar en el juego peligroso de la bolsa de comercio.

Tras abrir la puerta, se encontró a la jovencita, que le miraba con ojos dulces y ansiosos, él, le sonrió, y dió un beso en la frente, como si se tratase de su hermana, - gracias pequeña -, a lo que Anna, resopló enojada con aquel comentario, - no soy una niña, soy una mujer, ¿acaso no me ha visto? -, le gritó, pero él ya estaba saludando con su mano en alto, mientras subía al coche y daba la indicación de la dirección del banco, al cochero. La distancia hacia el banco, se la pasó cantando, casi en un susurro, una canción, tan bella y a la vez tan triste, sobre amores jóvenes, y efímeros como el verano, que en poco mas de un mes, quedaría en un recuerdo, al igual que el enamoramiento de aquella niña, que cuando conociera a su verdadero amor, él pasaría a ser una locura de niñez.

Pensando en la estación de las cerezas, sonrió con tristeza, pues él, al fin de cuentas, siempre sería un dulce recuerdo, para una dama, una amante, o una simple niña, pero por ahora, y tal vez por el resto de su vida, no había encontrado a la mujer que lograra tomar su corazón y hacer del amor, un eterno verano. Aun estaba metido en sus cavilaciones, cuando el chófer le informó que habían llegado.

Al entrar en el banco, su mirada recorrió el amplio edificio, las magnificas esculturas, columnas, y los detalles que hacían de esa construcción, unas de las mas destacadas de la arquitectura de París. Se habaía quitado el sombrero, y un mechón rebelde de su negro cabello, cayó sobre sus ojos, con movimientos lentos, se acomodó los cabellos, para luego saludar con movimiento de cabeza, a un par de conocidos, algunas damas, que le miraron con ojos de depredador. No era que le molestara, pero, siempre prefería a las mujeres que eran lo bastante sofisticadas para ocultar sus instintos y esperar el momento oportuno para liberar su lado salvaje. Carraspeó, incomodo, acomodando los puños de su camisa, observando que los gemelos estuvieran colocados exactamente como debía hacerlo. Fue en ese instante, que una joven se colocó a su lado, él la miró de soslayo, contempló como se maravillaba por el lugar, lo que le hizo sonreír, - ese es el espíritu de una verdadera mujer - caviló, mientras se ponía en marcha para buscar al gerente del banco con quien debía hablar para realizar las inversiones. Mas fue detenido, por la voz de la joven, quien le preguntaba si la podía ayudar.

Se giró, le contempló con la elegancia de un caballero, se inclinó en un saludo formal, - Si me permite, estaba por tener una entrevista con el gerente del banco, si no le importa, podría hablar con él, y así evacuar sus dudas - dijo sonriendo con gentileza, ofreciendo su brazo, de forma galante, - Por cierto, mi nombre es Emile Du Folie, a sus servicios -.

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