A sinful miracle // Privado - Bjorn y Mist

Después de aquella sorprendente visión sobre un acontecimiento del pasado, la fe de Levi se había estado tambaleando. Aún podía sentir el dolor de Hildr al dar a luz a los gemelos, el sufrimiento mental que la asoló y la paz que llegó al final, cuando la sobrevino la muerte. Una valquiria que, no sólo había abandonado el Valhalla por el amor de un mortal de Midgard, sino que se había quedado embarazada tras ser forzada por el rey tirano. Pero lo más sorprendente de aquel sueño no fue nada de eso, sino que en el parto, después de la niña, llegó un niño al mundo. ¿Cómo era posible? ¿Qué significaba aquello? Las dudas se acumulaban en la mente de la sacerdotisa que sentía la imperiosa necesidad de encontrar a aquellos niños y asegurarse que lo que había visto, era realmente cierto. No podía hablar de ello hasta cerciorarse, porque una noticia semejante podía cambiar los cimientos de todas sus creencias como para tomárselo a la ligera. Así que se preparó una bolsa con algunas cosas y emprendió camino hacia Akershus.

Tardó nueve días en llegar a pie, porque no pidió ayuda, no tomó prestada una montura y evitó los caminos principales. Se había asignado a sí misma una misión que consideraba secreta y la discreción era lo más importante. Una vez frente al gran portón del muro que bordeaba la ciudadela, elevó la mirada a las alamedas y se quitó la capucha para que le vieran la cara.

–Vengo del templo de las palomas.

Todos en el norte conocían aquel lugar de adoración a las semi deidades que montaban huargos. La religión estaba presente en todas partes, los vikingos eran gente con raíces muy profundas y siempre veneraban a sus dioses. Se abrió la casaca, mostrando la vestimenta que portaba, una que la delataba como sacerdotisa de un templo en concreto, y las puertas se abrieron, dejándola pasar.

La parte fácil estaba hecha, ahora venía la complicada. Los hijos, tal vez, ni siquiera estuvieran allí, pero en su visión había detalles que le señalaban aquel lugar y como eran las únicas pistas que tenía, la búsqueda debía iniciarse allí. Metió la mano en la bolsa, sacó un trozo apio y le dio un mordisco, dejando que sus pies la guiaran por la ciudad. Reconocería primero el terreno, intentaría prestar atención a las conversaciones que se sucedían a su alrededor y buscaría una posada en la que descansar. Las tabernas eran lugares apropiados para los rumores y cuchicheos, fuentes inagotables de información que era regalada sin que se pidiera y sin tener que pagar por ella. Como mujer del templo estaba muy acostumbrada a escuchar y a leer entre líneas en las confesiones, así que esperaba, tras pasar unos días allí, encontrar algo de utilidad.

Desnudos la ayudo a adentrarse en la tina, tras ella entro yo despacio botella en mano. Su picara sonrisa me lo dice todo, nuestro encuentro es furtivo y de su agrado.
Enredo mis dedos en su pelo para hacerla tirar hacia atrás la cabeza que cae parda en cascada.
Tomo la botella que reposa en el borde de la tina y dejo escurrir el alcohol en su boca, que demasiado llenase desborda. En el hueco que quedan entre sus clavículas se acumula el alcohol, jadeo desesperado metiendo la lengua por su piel, bebiendo de ahí y siguiendo el recorrido del embriagador liquido por sus pechos.
Lamo sus pezones, bebo el alcohol directamente del vaso de su piel.

Su mano desciende, acaricia mi miembro, lo sacude lentamente haciendo que me pierda mas en su piel, gruño desesperado ansiando estocarla.
-Sigue -susurro contra su boca adentrándome entre sus labios mientras la devoro hambriento entre mordidas lascivas y un duelo de lenguas..

Me dejo caer en la tina sumergiéndome en ella, tiro de su brazo suavemente sintiéndolo a horcajadas sobre mi.
Mi glande juega contra la trinchera de su sexo, se mueve por la entrada, acaricia su clítoris, masturbandola logrando que se arquee.
Mis manos la sentencian a muerte y su piel se eriza bajo la yema de mis dedos,
De nuevo nuestros cuerpos mojados se funden en una gesta en la que los aceros rugen sin necesidad de palabras.
-¡Mujer, ya estoy en casa! -escuchamos gritar desde la puerta al hermano de Atharal que ha llegado demasiado pronto de la taberna.
-Mi marido, corre Bjorn -me pide asustada mientras busco su boca y muerdo sus labios como despedida.

Desnudo me alzó de la tina, recojo mis ropas y abro la ventana, una divertida reverencia antes de lanzarme por esta al tiempo que se abre la puerta.
Desciendo por la canaleta de la casona hasta un patio trasero donde me coloco los pantalones, me calzo las botas y sacudo el pelo, las gotas de agua aun delatan mi gesta y con ganas de beber y de follar me voy a la taberna, la vida del amante es estimulante.
Una picara sonrisa se pinta en mis labios mientras camino en busca de mi jarra.

Había transcurrido mucho tiempo, demasiado en realidad, aunque este pasaba de manera distinta en Midgard que en Asgard. En el mundo de los llamados dioses, todo envejecía despacio, incluidos los animales o los alimentos. Como si la eternidad se volviera relativa al cruzar el Bifrost. Pero la pérdida de Hildr había convertido aquel breve periodo en uno pesado y prolongado para Mist. Supo de la muerte de su amiga cuando ya no era ni de esperar velar por ella según los ritos vikingos, pero la valquiria mantenía un luto mental desde la llegada de la noticia hasta la fecha actual. Pero el mundo no se detenía, ninguno de los nueve reinos lo hacía. El resto de existencias proseguían sin inmutarse ante el fallecimiento de una jinete de huargos de Odín. Ni siquiera sus propias compañeras lloraban la pérdida, porque todas nacían sabiendo que, en la batalla, perecerían. Sin embargo, aquel no fue el modo en el que Hildr exhaló su último suspiro. De hecho, había demasiadas incógnitas acerca de lo ocurrido, lo que jamás le permitió a la morena cerrar ese capítulo de su vida.

Ahora, tras muchos años mundanos, un trabajo más reclamaba la presencia de Mist en las tierras del norte de “La Tierra”. Las luchas se seguían sucediendo en un mundo en el que se vertía más sangre en los campos que leche en los cuencos.

Aquel día, la valquiria, guio cientos de almas guerreras hasta el Valhalla. Había fechas más cargadas y otras en las que pocos perecían durante la batalla. Pero esa era su misión y jamás se volvía tediosa ni repetitiva, porque los hombres y mujeres que cruzaban con ellas siempre tenían historias nuevas que contar y eso, al menos a la morena, la entretenía.

Aún así, el trabajo minaba el ánimo en cierto grado y, después de tanto tiempo sin entremezclarse con los humanos, sintió cierta nostalgia y decidió confraternizar un poco, yendo a una taberna en la ciudad de Akershus para tomarse unas jarras y disfrutar del ambiente. Era distraído y curioso estudiar la fragilidad de los mortales y como convertían los hechos más banales en auténticas proezas o tragedias, según les conviniera.

Le daba igual el lugar, así que se dejó guiar por las voces más altas, las risas más estridentes y la música más pegadiza. A punto estaba de cruzar el umbral de la puerta de la taberna El caminante torcido, cuando alguien que iba a toda prisa, chocó con ella y se la quedó mirando como si no supiera ni de dónde había salido. La valquiria observó su pelo mojado y aquella torcida sonrisa que se le dibujaba en los labios. Durante una fracción de segundo vio la misma mueca en Hildr, pero sacudió la cabeza, apartando la imagen de su recuerdo.

–¿Pasas tú primero o paso yo?

Quiso saber la morena que, con cierto gesto arrogante, enarcaba una ceja a la espera de una contestación por parte de aquel joven insolente que, a pesar de sus prisas, ni siquiera se había disculpado.

Pasó frente a varios locales en los que se servían copas y, tras echar un breve vistazo al interior, los descartó. Era una joven intuitiva que se dejaba llevar por el azar y las palpitaciones, así que entraría en la taberna que le resultara la adecuada, aunque fuera la más sucia de la ciudad o la que estuviera más llena de cortesanas. Para cuando dio con dicho lugar, ya se había comido dos trozos de apio y estaba por la mitad de la primera zanahoria. La envolvió en un poco de cera de abeja para que no se estropeara y la guardó de nuevo en el zurrón. Bajó la capucha que cubría su cabeza, aquella que había subido tras cruzar el gran portón de acceso a la ciudadela y agarró el bombín de la puerta, empujando para entrar en el bar.

La mayoría ignoraron por completo su llegada, demasiado ebrios u ocupados con las manos en traseros ajenos como para percatarse de nada. Se acercó a la barra y, puesto que no le servirían agua, tildándola de chalada, pidió una jarra de hidromiel aunque, obviamente, no tenía ni la menor intención de probarla. No tenía permitido tocar el alcohol, como tampoco podía comerse a ningún animal, únicamente hortalizas, verduras y frutas se le estaban autorizadas. Sí le dejaban beber derivados como leche, quesos o huevos sin fecundar, pero nada más.

Ya con su copa en la mano, se dirigió a una mesa poco concurrida, porque allí esas cosas se compartían a no ser que fueran grandes grupos y se organizaran de modo que todos se aposentaran juntos. Frente a ella había un joven rubio con la mirada extraviada y un bigote casi rojizo, todo lleno de espuma. Se reía solo e intentó contarle algo a la sacerdotisa, pero a ella le resultaba imposible entender nada de lo que aquella boca soltaba. No sabía si tenía la lengua de trapo o qué problema tenía, pero no vocalizaba en absoluto.

–Disculpa, pero no sé lo que me dices...

Anunció con calma, inclinándose un poco sobre la mesa para que, por encima del jaleo que les rodeaba, fuera capaz de escuchar su suave hilo de voz que nunca se alzaba. Levi era discreta y estaba acostumbrada a los votos de silencio y a las conversaciones escasas. En el templo de las Palomas se valoraba la tranquilidad por encima de todas las cosas, algo que muchos vikingos encontraban irónico, puesto que veneraban a las valquirias, famosas por sus batallas.

La puerta se abrió de nuevo y por ella cruzaron un hombre y una mujer, que aunque cruzaron el umbral juntos, no parecían encajar, tal vez por el ceño fruncido que ella llevaba o porque el joven miraba, con descaro, el exuberante escote de la mesera que se les acercaba.

Iba subiéndome la bragueta ensimismado en mis propios pensamientos de lujuria y en como su marido me había jodido una buena fiesta acuática cuando al entrar en la taberna el cuerpo de una de esas escuderas con malas pulgas chocó contra mi.
Enarque una ceja cuando esta me espetó algo así como que fuera con cuidado con una especie de gruñido mas característico de mi padre y mi tío que eran osos que de una dama, o lo que fuera.
Deslicé mis ojos por su cuerpo, estaba buena, peor demasiado complicado para mi estado de impaciencia, mejor ir a lo seguro para vaciar mi verga, lo que me llevó a entrar en la taberna y centrar mis ojos en el bonito y prominente escote de la posadera, no destacaba por ser una chica difícil y francamente ya nos lo habíamos montado alguna vez que otra, así que..dicen que en tiempo de guerra todo agujero es trinchera y esta tenia los suficientes como para enterrarmela entera.

Pedí una jarra y nada mas me la trajo la senté en mis rodillas pidiéndole que se quedara conmigo a tomarse un par de copas.
No perdí el tiempo en preguntar a que hora acaba su turno mientras le tocaba con mis habilidosas manos sus muslos calentando la temperatura.
Pero como siempre mi complejo de héroe tuvo que hacerme saltar, creo que me arrepentí incluso antes de hablar y levantarme para salvar a una morena de las manazas de una especie de bestia ebria de cabellos rojos y de nauseabundo aliento.
-La chica quiere que la sueltes y francamente no puedo culparla, has probado los enjuagues bucales, gárgaras...no se.

Antes de terminar de hablar la mole me tenia en lo alto casi golpeando el techo con mi cabeza y siendo zarandeado como un muñeco de trapo.
-No te vayas preciosa -le dije a la posadera guiñándole un ojo antes de ser lanzado contra la barra.
El tipo no contento con ese acto se acerco para golpearme, peor yo tampoco era de los que se dejaban pisotear, así que pronto nos liamos en un enfrentamiento de golpes y puñetazos.
-¡Joder que te dan de comer! -pregunté moviendo la mano tras asestarle un derechazo, parecía de puta piedra.

Ella podía ser una luchadora, pero tenía más modelas que aquel joven chico que, sin siquiera molestarse en dirigirle la palabra y sólo observarla de pies a cabeza como si fuera una pieza de carne, pasó primero y la dejó atrás sin aguantarle la puerta. No era que lo necesitara, pero ya que habían chocado y ni un “lo siento” había soltado, lo mínimo era tener un gesto nimio pero cortés para con una mujer mayor y con aura poderosa como la suya. Rodó los ojos y se adentró en la taberna, yendo directamente a la barra para pedirse una cerveza. En Asgard no tenían y era distinta a la hidromiel, más densa y oscura, más amarga. Le gustaba tomarla cuando bajaba a Midgard.

–Una negra.

Dejó un par de monedas sobre el mojado tablón de madera. Giró, apoyando los codos en el borde de la barra y observó a su alrededor. El chaval con el que se había cruzado fuera no tardó en meterse en problemas, mas no fue eso lo que llamó su atención, sino la chiquilla morena por la que se había puesto en evidencia. La conocía, claro que lo hacía, era una de las sacerdotisas de su templo. Se irguió, separándose del mueble y los taburetes, olvidando la jarra que se había pedido y se acercó al corro que se estaba formando alrededor de aquel par de machos que buscaban destrozarse el uno al otro.

Se colocó con disimulo tras un hombre rubio y grande que animaba al pequeño moreno que se debatía en una pelea creyéndose David. Sin embargo, a Mist no le parecía que fuera a vencer a su Goliat particular dadas las quejas e improperios que soltaba cada vez que intentaba golpearle y sus nudillos crujían. No tenía intención alguna de entrometerse, los hombres debían ganar sus propias batallas y si morían con honor, cruzar de mano de alguna de sus compañeras hasta el Valhalla. Pero allí no había honor, sólo alcohol y bravuconería.

Distraída como estaba con la aparición de aquel par en la taberna, no se percató de las intenciones del hombre que le había estado hablando, el brazo del cual se estiró hasta aferrarla de la cintura y de un tirón la obligó a sentarse sobre una de sus enormes piernas. La sacerdotisa se ruborizó al tiempo en que abría mucho los ojos, horrorizada por el descaro de aquel vikingo y gritó, empujándole con ambas manos del pecho para intentar apartarse, alejarse del sujeto.

–¡Suélteme! No soy ninguna posesión.

Había alzado la voz, algo que nunca hacía, por sus votos y por la educación que había recibido. Ella no tenía fuerza para soltarse, no era débil, pero aquella mole la superaba con creces. Aún así no desistió en sus intentos, porque sentía que le iba la integridad en ello. Por suerte para ella, un joven se interpuso. Ella se apartó dando un traspiés con la falda de su túnica y tuvo que sujetarse en el respaldo de una silla para no caerse de culo al suelo.

Para cuando quiso acercarse de nuevo y advertir al muchacho de la fuerza que tenía aquel bruto y que fuera con cuidado, se había formado un círculo de gente que le obstruía el camino. Se puso de puntillas intentando ver por encima de hombros y cabezas ajenos, desplazándose de lado en buscar de un hueco a través del que poder enterarse de lo que ocurría en el interior del corrillo. Pero sólo alcanzaba a ver al gigantón pelirrojo, hasta que elevado y de un golpe, apareció la cabeza del chico sujetada por el cuello con la mano de la mole.

La cosa se veía difícil y aunque ella no podía hacer demasiado, recordó algo que llevaba en su pequeño saquito de viaje. Metió la mano en él y rebuscó hasta dar con un pequeño silbato hecho con caña de bambú traído de la China. Lo llevó a sus labios y lo hizo sonar, sin embargo, no se escuchó nada, al menos no los allí presentes que eran todos humanos, pues ella reconocía las auras y no había visto a ningún cambiante ni licano. Acababa de hacer una llamada y pronto empezaron a temblar las contraventanas y pájaros comenzaron a impactar ansiosos contra los cristales, llenándolos de violentos picotazos. Eso llamó la atención de los presentes hasta que uno de los vidrios se rompió y los cuervos, grajos y urracas se colaron en la taberna y lo revolucionaron todo.

La mole no parecía dispuesta a rendirse pero yo me había criado con dos osos y un león, algún truco guardaba bajo la manga. Le asesté una patada en los cojones que lo dobló y forzó a soltarme maldiciendo a la pequeña rata, osea yo. Como una pantera me lancé a su espalda enganchando con mi brazo su garganta mientras con el otro hacia palanca para ahogarlo que que no pudiera soltarse, no tardó en echar la mano para darme caza, peor yo estaba bien sujeto y él perdía la fuerza por su gran bocaza.

Ladeé la sonrisa guiñándole un ojo a la morena que susurraba cosas en un idioma raro y de pornto una bandada de aves rompió los cristales de la taberna creando un revuelo inmenso, para ese entonces el gigante de rodillas trataba de lograr llenar los pulmones, cuando lo solté tomó una bocanada de aire ahora mucho mas calmado.

Me escaqueé de la batalla gracias al jaleo y tiré de la mano de la morenita que seguía ensimismada mirando a aquel titan.
-Vamos, ven -le dije saliendo de la taberna con ella arrastras -Me llamo Bjorn, soy tu salvador -dije mordiéndome la lengua con un gesto engreído mientras sonreía -es broma.

La chica parecía estar asustada por lo que había sucedido ahí adentro.
-Esto es algo normal en una taberna -alegué restandole importancia -bueno, no lo de los pájaros, eso ha sido algo épico ¿como lo has hecho?- Pregunté con un deje de diversión en mi voz -¿eres una bruja?

La escudera con la que tropecé en la puerta aparecía ahora en escena, enarqué una ceja al verla
-¿Te has aburrido de los medio hombres de ahí dentro y vienes a conocer al vencedor? -pregunté ensanchando la sonrisa.
La guerrera rodó los ojos al escuchar mi palabrería.
-¿y bien? ¿que necesitas mujer?

Con las aves revoloteando dentro de aquella taberna, picoteando caras y cabezas, aleteando junto a las orejas e intentando robar cosas que brillaran como pendientes y brazaletes con sus afiladas garras, el desconcierto estaba asegurado. Justo terminaba de recitar el hechizo, intentando controlar de algún modo aquellos animales que habían irrumpido como un huracán en la estancia, que de pronto el joven que se había estado peleando con la montaña, la sujetó de la muñeca y tiró de ella hacia fuera.

En cuanto estuvieron en el exterior, el muchacho se presentó, aparentemente, como su salvador. La morena ladeó un poco la cabeza, pero no negó la afirmación, ya que, si bien ella le había rescatado de ser ahogado, él había evitado que aquella mole de hombre la siguiera tocando. Así que parte de razón tenía en lo que le decía. Las preguntas se sucedieron y cuando el chico hizo una pausa y vio que aguardaba por sus respuestas, entonces ella abrió la boca para ofrecérselas.

–Mi nombre es Levi y no soy una bruja, sino una sacerdotisa del Templo de las palomas.

Aseguró. Estaba convencida de que el joven sabría lo que eso implicaba, porque aunque los hombres fueran más devotos a Odín y Thor, todos conocían a las valquirias y cuál era su papel a la hora de llevarlos a todos al Valhalla, o Vingólf, cuando les alcanzara la muerte en el campo de batalla.

Entonces apareció la mujer ataviada con peto de cuero, espada al cinto y un escudo a la espalda como el que carga un petate de viaje. La sacerdotisa la observó con detenimiento, analizando el orgullo que destilaban sus pasos y el poder que desprendía su aura misma. ¿Quién era y de dónde salía? Fueron las palabras de Bjorn las que hicieron que las cejas de la joven se arquearan, recordó entonces que habían entrado juntos en la taberna, pero que se habían comportado como si no se conocieran o, peor aún, no se soportasen. La curiosidad crecía dentro de Levi que se mordía la lengua por no entrometerse.

La pelea, de pronto, dio un giro y no porque el pequeño moreno se las ingeniara para derrotar a la mole, sino porque una bandada de aves se coló en la taberna, claramente impulsadas por la magia, pues en su naturaleza no estaba el abalanzarse contra ventanales y meterse dentro de locales. Evitaban a los hombres siempre que podían, así que acercarse expresamente y, encima, atacarles sin motivo, no cuadraba en absoluto.

Echó un vistazo a su alrededor y enseguida localizó el origen de aquella locura. Una joven con una toga con capucha caída andaba murmurando algo que identificó de inmediato como un encantamiento. También reconoció el colgante que llevaba medio oculto bajo la fina camisa blanca. Era una sacerdotisa del Templo de las palomas, de su templo. Era una sierva de Freya, lo que la convertía en una persona de confianza.

En cuanto el rebelde mortal agarró a la muchacha y la arrastró al exterior, Mist salió tras ellos. No se fiaba del chaval peleón y ella era alguien a quien debía proteger por la importancia que tenía seguir teniendo quienes las veneraran. Siempre habían corrido rumores sobre la leyenda de que si los midgardianos dejaban de recordar a los dioses, estos desaparecerían como por arte de magia. Obviamente no eran más que habladurías, rumores ilógicos y exagerados. Pero Las sacerdotisas eran el vínculo directo de los asgardianos con los mortales, así que era vital mantenerlas a salvo.

Se detuvo a varios metros de la pareja y en cuanto el engreído varón se dirigió hacia ella, la valquiria rodó los ojos y decidió ignorarle, centrando su mirada en la de la muchacha de piel clara y cabellos oscuros.

–¿Qué hace una sacerdotisa tan lejos del templo?

Quiso saber, acercándose despacio, con porte distinguido y seguro. Era una guerrera, una luchadora. Era una de las soldados de la reina rubia. Paró cuando estuvo junto a ellos y de nuevo clavó sus orbes verdes en el rostro del chaval especialista en meterse en líos.

–Baja esos humos, no eres tú quien me interesa.

Enarqué una ceja al escucharla decir que era una sacerdotisa del templo de las palomas, ella veneraban a las Valquirias. Eran mujeres importantes con el don de la magia y sin duda en su mayoría capaces de empuñar el acero con bastante buen tino.
-Asi que tienes enchufe con esas amazonas buenorras, puedo pedir un dos por uno? -pregunte con un deje divertido -soy mucho hombre para conformarme con una sola.

La otra, la escudera ya estaba allí con gesto de autosuficiencia rodando sus ojos como si hubiera tenido un orgasmo al escuchar mis palabras, bueno, quizás no exactamente eso, si no como si me viera un fanfarrón, peor eso era porque no me conocía en la cama.
-Bien, porque tu a mi tampoco me interesas, tienes pinta de frígida y lesbiana -atajé con una mueca de indiferencia devolviendole toda mi atención a la morena sacerdotisa que era mi pase al Valhalla.
-Te llevaré a tu templo, estas tierras son peligrosas, el estreñido de Randulf caza a toda mujer bonita para poder fornicarsela -señalé a la de las malas pulgas -por suerte tu no corres peligro -bromeé con picardia aun sabiendo que eso era una burda mentira.

Por la puerta de la taberna salió la mole muy decidida a darme caza y puede que si no muerte si una paliza, mis ojos brillaron entretenidos, admito que el caos bailaba conmigo y nunca renegaba de una buena pelea, aquel bravucón empezaba a cansarme de sobremanera.
-Bueno, si me disculpáis señoritas, solo será unos minutos.

Me puse en pie paladeando la sangre que brotaba de mi labio inferior por el anterior golpe recibido.
-Sinceramente creo que yo de ti no haría eso -aseguré cuando el tipo desenvainó su espada bastarda -tu lo has querido.
Metí la mano en mi chaleco buscando algo que paró al tipo seguramente pensando que era hechicero -de ahí saqué unas bragas -vale esto no es -dije llevándolas a mi nariz para olerlas con cara de pervertido -¿por que...?¿no serna las de tu mujer verdad?

La mole enervada se lanzó al ataque, no había nada como enfurecer a los cabeza huecas para que cometieran fallos y antes de que me alcanzara desenvainé mis dos gemelas y virando hacía un costado sajé su vientre con saña.
Situado en su espalda dos cortes rajaron la parte trasera de rodillas haciéndolo caer al suelo.

Enloquecido por la sed de sangre me dispuse sin piedad a arrancarle la cabeza de un tajo cuando escuché a Ulf a mis espaldas ordenándome que me quedara quieto.
-¡No! -rugí alzando la espada antes de que este se lanzara sobre mi reduciéndome contra el suelo -aparta Ulf -rugí tratando de zafarme de su agarre, sentía arder los tatuajes de mi piel ¿por que se incordiaban cada vez que no podía controlarme? -apartá -rugí mientras este me mantenía contra el suelo y dos hombres se llevaban de allí a la mole.

La joven no entendía la actitud de aquel muchacho. Si bien sabía que allí en el norte había mucha bravuconería y que los hombres solían dárselas de macho, lo de ese chico no tenía sentido, ya que le sangraba aún el labio y de no ser por ella habría recibido una buena paliza por parte de la mola de la taberna.

Ladeó ligeramente la cabeza ante sus comentarios tontos sobre hacer un dos por uno y otras cosas irrelevantes. Debía estar realmente bebido porque no daba una con sus palabras. Formaba frases coherentes en sí, pero carentes de toda lógica para el lugar y el momento en el que las estaba soltando una tras otra.

Fue entonces cuando se percató, cuando notó lo que ocurría a unos metros de ella. Esa mujer en la que no había reparado como se merecía desde un primer momento. Su aura había sido fuerte desde el principio y, al mismo tiempo, parecía ligeramente perturbada. Pero fue en ese instante, justo cuando el muchacho le dirigió a ella la palabra que, durante una fracción de segundo, las barreras temblaron y se abrió una brecha. Los ojos de Levi se abrieron con grata sorpresa y de inmediato se sintió dichosa. Estaba en presencia de una valquiria.

Sin embargo, no dijo nada, porque sabía lo recelosas que eran esas mujeres de su identidad y rara ver bajaban a mezclarse con los meros mortales de manera visible, solían hacerlo en otro plano astral y sólo se dejaban ver por aquellos cuyas almas iban a recoger, asegurándoles un pase directo al Valhalla o a Vingólf. Apretó los labios, aguantándose las ganas de admirarla y alabarla.

Y, rompiendo la línea tranquila de tiempo, el grandullón apareció de nuevo en escena. El joven se las dio de habilidoso y aseguró regresar en unos minutos, pero en vez de intentar solucionar las cosas hablando, se dedicó a provocar aún más a aquel gigante gruñón. Pronto se enzarzaron en una nueva lucha, ésta vez con espadas, en las que el pequeño usó su tamaño y agilidad, a pesar del alcohol que corría por sus venas, en contra de la pesadez y lentitud de movimientos ajena.

Aquello se estaba convirtiendo en una lucha demasiado sangrienta y aunque la amazona parecía no pretender interponerse y observar la lucha, la sacerdotisa no veía un final adecuado ni una posibilidad de rendición. Así que dio un paso al frente, dispuesta a intervenir, pero apareció otro hombre y sujetó al chico, apartándolo del grandullón herido que se quejaba lastimosamente en el suelo.

El chavalito se las daba de listo y superior, algo a lo que Mist estaba más que acostumbrada con Thor y Loki en Asgard. Ellos se creían los reyes de todo, pero Odín les superaba. Aún así ellos seguían cegados por sus propias mentiras, ensalzados por ese orgullo que se gastaban tan típico de los vikingos de cualquier época. Eran todos guerreros, luchadores decididos. Vivían por el acero y la batalla, defendiendo a los suyos, haciendo lo que creían justo. Pero aquel joven sólo luchaba por sí mismo, incluso el defender a la sacerdotisa había sido por mirarse el ombligo, por querer verse bien delante de las mujeres que lo vieran y que desearan llevárselo a la cama. Era de esperar dada su corta edad y con a saber cuántos litros de alcohol diluidos en su sangre.

–Yo no corro peligro porque sé defenderme.

Respondió la valquiria al vano intento de ataque a su ego. No necesitaba sentirse hermosa ni perfecta por fuera, porque era fuerte, tenaz y una excelente estratega. Era una de las mejores guerreras de Freya y jamás se avergonzaría de sus acciones. Cosa que, claramente, no ocurría igual con aquel mortal que sólo sabía meterse en problemas.

Aún y tras soltar el comentario, no dudaba de la capacidad de la sacerdotisa para cuidar de sí misma. Si bien aparentaba ser frágil, había demostrado tener gran poder y, cualquiera que fuera encargada con el cuidado del Templo de las palomas, debía cumplir con ciertos requisitos y eso implicaba saber luchar para proteger las ofrendas y reliquias que allí se guardaban, además de ser capaz de socorrer almas perdidas y cuidar de los heridos que se acercaban en busca de ayuda.

En cuanto reapareció el hombre de la taberna, Mist se hizo a un lado y dejó que el mequetrefe se enfrentara a él, demostrando cuál era su verdadera valía. ¿Era únicamente un engreído bravucón o sabía, realmente, luchar como un hombre?

El baile de pies, los saltos y los golpes de espada dejaron claro que, tras aquel ego desmesurado y las tonterías que le nublaban el juicio, había un verdadero guerrero. Pero necesitaba mucho entrenamiento, no de cara a su pelea, sino a amueblarle la cabeza. Era un inmaduro, un presumido y un mujeriego. Estaba encauzado en el mal camino, pero pronto supo que no era por las compañías, pues alguien intentó evitar que cometiera una locura.

La mirada de la valquiria se afiló al ver un ligero destello asomando por el cuello de los ropajes que el chaval portaba. Había magia que lo controlaba, pero no en el mal sentido. Algo le bloqueaba para que no se volviera del todo loco, quizás, por la manera en que había reaccionado, sediento de sangre como si no fuera más que una bestia. Sin embargo, no era cambiante ni licántropo, tenía un aura mortal.

–¿Quién eres?

Quiso saber la morena, dando un paso en dirección a los dos hombres que batallaban, uno por agarrar al otro y el segundo intentando liberarse.

–O, mejor dicho, ¿qué eres?

Mientras Ulf me mantenía contra el suelo gruñendome yo trataba de zafarme, el general era fuerte, peor mi ira descontrolada y al general le costaba lo suyo mantenerme en el sitio porque me revolvía llegaba un punto que no media, que encendido golpeaba sin tregua y cogiendo la daga de mi bota sajé el costado del lobo para quitármelo de encima ,quería matar a aquel desgraciado que me había retado.

Atrás quedaba la guerrera haciendo preguntas estúpidas que yo ni siquiera escuchaba mientras los tatuajes de mi pecho brillaban doblegándome y haciéndome apretar los dientes.
Ulf era terco, aun sangrando volvió a lanzarse sobre mi esta vez convertido en el inmenso lobo blando que con sus zarpas en mi cuello y la saliva goteando de sus fauces me dejó claro que un movimiento mas y podía mi padre enterrarme.

Me costó tranquilizarme, gruñí y me revolví pero los tatuajes ardían en mi piel tal fue as´ique hubo un momento en el que me faltó el aliento y rasgue mi camisa, me hubiera arrancado la piel a tiras de haber podido.
Solo cuando me quedé quieto, medio desnudo de torso para arriba jadeando agotado Ulf se apeo de encima mio recuperando su forma humana.
-Vete a casa Bjorn, ya has hecho bastante por hoy -rugió el general dejando un reguero de sangre mientras caminaba hacia la enfermería.
-Ulf, lo siento -dije al percatarme de lo que había hecho...yo no..

No acabé la frase Ulf hizo un gesto con la mano de hastió, como si me diera pro imposible y siguió su camino.
-Mierda -rugí sacudiendo la cabeza. Ellos no lo entendían ,no podía controlarlo, era superior a mi.
La morena se planto con los brazos en jarra frente a mi repitiéndome la misma estúpida pregunta.
-Soy Bjorn, un humano con ciertos poderes mágicos que no he aprendido a controlar – dije poniéndome en pie sin mas espolsandome la arena de mis ropas -otra camisa a la basura -gruñí para mi mismo sabiendo que esto no quedaría así, Ulf se lo contaría a Höor y el conde a mi padre.

Lo que sucedió frente a la sacerdotisa la dejó paralizada. Estaba adiestrada para defender a la gente, para batallar cuando fuera necesario, pero aquello que se desarrollaba delante de sus ojos nada tenía que ver con una pelea justificada. Era brutalidad sin sentido y no supo reaccionar, al ser la primera vez en su vida que se encontraba frente a una situación similar. Mas cuando el cambiante adoptó la forma de lobo, la morena dio un paso hacia atrás, consciente del peligro que entrañaba la presencia de aquella criatura. Sin embargo, pronto vio que quien allí suponía mayor riesgo no era el animal, sino el humano, aquel joven que se desgarraba la ropa y exponía su pecho como una bestia. Los orbes de Levi se abrieron en cuanto aquellos símbolos brillaron sobre la piel descubierta del norteño. Reconocía esas imágenes, las había visto en los libros de su templo, eran escudos protectores, sellos para las valquirias que eran incapaces de controlar sus poderes. Pero eso no tenía sentido, ¿para qué plasmarlos en un mortal, más aún, en un hombre?

Entonces lo comprendió, como si una corriente eléctrica hiciera conectar repentinamente todas las piezas de un puzle en su cabeza, supo lo que ocurría y por qué. Ése chico, ése bravucón empedernido, era el eslabón perdido, el que había visto en sus sueños de recién nacido, el que era llevado por el viento entre susurros. Era el único hijo varón de una semi-diosa del Valhalla, el desconocido. Bjorn era el hijo de Hildr, el varón escondido durante casi dos décadas. Su primer instinto fue decir algo, mas no lo hizo, consciente de las nefastas consecuencias que decir aquello en voz alta supondría. Si Odín se enteraba de la existencia de ese joven, nadie sabría cuál podría ser su reacción, mas la sacerdotisa, como fiel seguidora de Freya, no tenía muy buena imagen del dios tuerto que se dijera. Debía permanecer callada, indagar si el propio muchacho sabía quién era y de ser así, hablar con él a solas, sin testigos ni oídos sospechosos puestos sobre sus conversaciones. No podía arriesgarse a descubrir al chico de ninguna de las maneras.

Observó entonces a la otra mujer, aquella que se plantaba delante del moreno y exigía que le dijera no quién era, sino lo que era. ¿También sabría la verdad o simplemente probaba suerte haciendo preguntas incómodas? La mirada de la joven se estrechó, fijada en la guerrera, sin que esta supiera que ya había descubierto su secreto, Levi ya sabía que esa dama era Mist, la valquiria.

La valquiria no era estúpida, pero tal vez el joven Bjorn si lo fuera. Ella conocía aquellos símbolos, ella misma portaba unos cuantos en su cuerpo. Eran sellos y portales, servían para encerrar poderes o potenciarlos. Pero no servían para cualquiera, cada uno de ellos tenía un propósito y varios de los que ese chaval llevaba impresos sobre su piel eran para catalizar los dones de las valquirias, algo completamente ilógico si sólo era un “humano con ciertos poderes”. Chistó la lengua en algo parecido a una risa de desprecio, al tiempo en que seguía al joven con la mirada, el cual maldecía por haber roto su camisa.

–Será mejor que vengas conmigo.

No iba a soltarle un sermón allí mismo. Las sacerdotisas eran de fiar, eran fieles a las valquirias y no las traicionarían bajo ningún concepto. Aún así, si ese tipo tenía algo que ver con una, las cosas iban a ponerse muy feas, así que era mejor prevenir que curar y no meter en medio de lo que fuera a una joven prometedora del Templo de las Palomas.

Le hizo un gesto con la cabeza para que se encaminara hacia el callejón de al lado, aunque éste no parecía muy dispuesto a hacerle ningún caso.

–Tranquilo, no pretendo asaltarte en la oscuridad. No eres mi tipo, a mí me va más ella.

Sonrió ladinamente observando a Levi, la cual abrió los ojos como platos al escuchar tal confesión e incluso se ruborizó. No sólo tenía el honor de conocer a Mist y al más que probable hijo de Hildr, sino que encima la poderosa valquiria le había echado un piropo. Porque ella no lo consideró una ofensa como lo habría hecho de insinuarse de ese modo cualquier otra persona, porque a las guerreras las veneraba por encima de todas las cosas y las tenía en un pedestal del que jamás pensaba bajarlas.

–Deberías regresar al templo, este no es un lugar para ti.

Añadió la morena, aunque la muchacha le respondió con una negación de cabeza y dio un par de pasos en su dirección. Se puso de puntillas cuando estuvo relativamente cerca y le susurró algo al oído, aunque sin que sus cuerpos llegaran a rozarse siquiera. La ceja izquierda de la valquiria se elevó al escuchar sus palabras y giró la cabeza, clavando en la joven su mirada azul claro como el cielo de invierno.

–¿Lo dices en serio?

La vista de ambas viró al mismo tiempo, terminando por fijarse en el moreno que las observaba a ambas sin entender nada. Estaba medio desnudo y con los tatuajes expuestos, aunque, al menos, ahora no relucían y parecían simples pinturas vikingas.

–Mejor nos vamos los tres juntos.

Sentenció.

No se que mierda de historia se traían esas dos mujeres, peor la morena guerrera miraba atenta las marcas que surcaban mi cuerpo con tal entusiasmo que por un momento cuando me dijo que la acompañara al callejón pensé querría echar un polvo rápido que le apagara el fuego que yo veía en us mirada.

-Pues no parece que no sea tu tipo preciosa – alegué ladeando la sonrisa de forma engreída.

Que asegurara irle mas la hechicera morena no era problema, yo podía con las dos y con tres si hacia falta, pero bueno, en ese momento tenía problemas que resolver. Tras la pelea con Ulf, no tardaría Höor en hablar con mi padre y este en mover su culo peludo hasta la taberna para arrastrarme de la oreja hasta casa y darme una buena monserga.

Cronos tampoco ayudaba mucho, con esa pinta de “yo soy el tío guay””yo te entiendo” “vamonos de caza” y al final me echaba la misma bronca que mi padre unido a laguna cachete que otro a ver si espabilaba.
Sloan era el hijo perfecto, competir con mi hermano era complicado, yo siempre arrastraba el caos y él por contra parecía el guerrero modelo, el hombre que todo padre querría para su hija.

Resoplé cunado ambas empezaron a cuchichear y tras varias afirmaciones llenas de sorpresa ambas hundieron en mi sus ojos como si estuvieran viendo un ente.

-¿que? -pregunté enarcando una ceja

¿que fuera con ellas a donde? Ni por asomo, tenía que irme a casa.

-Lo siento preciosas, vais a tener que arreglaros sin mi por el momento, pero si os apetece echar un buen polvo podemos quedar mañana por la noche aquí mismo, pillaré una habitación en el piso superior de la taberna y os demuestro lo que es tener un hombre entre las piernas, que creo que pocos de esos habéis tenido las dos entre lelas.
Parecían lesbianas, a saber, serian amazonas o seguidoras de Freya...

-A mas ver -atajé a modo de despedida dandome la vuelta.

Cuando noté una mano firme aferrando mi hombro para que no me fuera, las marcas volvieron a teñirse de fuego y de forma casi instintiva atrapé su muñeca hasta retorcérsela lanzandola por encima de mi cuerpo para someterla contra el suelo.

-Joder, lo siento -dije soltándola rápidamente, estaba descontrolado.

El muchacho era un insensato, un burdo malhablado, un prepotente, pero por encima de todas las cosas, era diferente. Ni él mismo sabía quién o qué era, eso era evidente, pero alguien sí conocía esa verdad y había intentado reprimir aquel descontrolado poder con multitud de sellos repartidos por el cuerpo del chico. Lo único claro era que esa persona o personas que sabían cuál era la verdadera naturaleza de Björn le protegían, porque sino Odín ya sabría de su existencia y por la edad del chaval, llevaba muchos años ya por Midgard siendo escondido del único ojo bueno del dios tuerto.

Intentó hablar con él a solas, donde nadie de la taberna pudiera escuchar lo que comentaran, pero en cuanto le puso la mano en el hombro, éste se abalanzó sobre ella, estampándola de espaldas al suelo. Mist sonrió ladina, el joven estaba asustado de su propia fuerza, mas ella le podía con los ojos cerrados, aunque él ese detalle lo desconociera. Mas la valquiria le dio un adelanto de lo que podía hacer ella.

–¿Tienes miedo de lo que puedes hacerme?

La sonrisa de la morena se afiló al tiempo en que se ladeaba. Sus dedos afirmaban con fiereza las muñecas foráneas. Había más que presión, era como si una corriente atravesara piel, músculo y huesos. El muchacho podía sentir algo más allá de la fuerza física, como si un poder mental fuera a doblegar sus antebrazos como si fueran mera mantequilla.

–Yo puedo enseñarte lo que eres y cómo dominar eso que te desgarra por dentro.

El chaval estaba desconcertado, no tenía ni idea de lo que era, se lo habían ocultado, seguro, o él mismo habría ido en busca de respuestas, porque si se parecía mínimamente a su madre, sería imposible retener su espíritu cuando ansiara lograr algo, lo que fuera.

–Pero… ¿soportarás conocer la verdad?

Le retó, sabiendo a ciencia cierta que eso le haría saltar como un resorte. Tenía carácter, era orgulloso y no soportaba perder, eso ya lo había evidenciado en el interior de la taberna al buscar pelea con aquella mole en pos de defender a la doncella del templo de las palomas.

No se que truco era ese que me obligaba a doblegarme, mas cuando la morena afianzó mis muñecas casi logró que mis rodillas tocaran tierra. Mi mirada parda se alzo, mis ojos brillaban cargados de ira mientras los tatuajes ardían, era incapaz de controlarme, el quemazo de mi piel me llevó a apretar los dientes, si no me calmaba las marcas de mi piel se incendiaban, era como un castigo, un modo de contenerme.

-Se lo que soy -gruñí apartando sus manso de mis muñecas de un tirón.

La morena a la que había ayudado miraba la situación tratando de que ambos nos calmáramos, según ella lo mejor era ir a hablar a un lugar a solas.

-Estáis locas -rugí

Pero en parte el desafió estaba lanzado y yo no era de los que reculaba, no tenía miedo a esas dos mujeres, ni a saber una verdad que no existía.

-Pero os voy a decepcionar, soy hijo de un cambiante y mi madre al parecer era una hechicera nigromante, mi poder es oscuro y por eso esta sellado, no tengo capacidad de controlarlo, no hay ningún cuento de hadas tras estas marcas -les advertía a ambas.

El norte estaba llena de leyendas, no era extraño que muchos las creyeran y a saber esas dos mujeres a que superstición se acogían.
Les hice un gesto con la cabeza para que me siguieran ,en casa seguramente no habría nadie a estas horas y podríamos hablar con mas clama.

Al entrar ambas se miraron, el desorden era mas que aparente, peor teniendo en cuenta que vivíamos 4 hombres no especialmente ordenados y las mujeres solo pisaban la casa para echar polvos...

-¿que? -pregunté -si, ya, necesitamos una mujer urgente que ponga orden al caos -dije como si les leyera el pensamiento -¿y? ¿que soy según vosotras?