Hagamos que valga la pena (privado)

Nací consciente de cual era mi cometido, mi padre antes que yo y su padre entes que el mío, nunca dude de la importancia de aniquilar a los Argent, la lacra de mi raza. Proteger mi linaje, los Acer a los que la estirpe Argent ponía especial entusiasmo por borrar de la faz de la tierra y así la maldición de exterminarnos hasta que solo uno quedara se mantuvo en el tiempo.

Las cosas se ven distintas la primera vez que sujetas a tu hijo entre las manos, ella era pequeña, dulce y su sonrisa cambio mi vida para siempre. Desde ese instante, pequeño porque ella era mi heredera y mi secta tenía claro su cometido, el mismo que el mío, entrenar hasta la extenuación para el día que yo, su padre cayera recoger mi legado como yo antes lo hice.
Hoy sabía que no quería eso para mi pequeña, quería una vida distinta, que fuera una niña mas, que se enamorara, que se casara, que se olvidara de esta guerra que nos condenaba y sin embargo la maldición corría por sus venas tanto como lo hacía por las miás.

Decidí matar hasta el ultimo Argent que pisara esta maldita tierra, así la liberaría de tener que seguir ella con la cacería, mas eran como ratas, demasiados.
Por eso aquel día tomé una decisión que me traería consecuencias, unas que asumiría ante los míos, pero a cambio mi hija sería libre, o al menos eso creía.

Höor Cannif, un día le hice un favor, llegaba el día de cobrármelo y Akershus era el ultimo lugar del mundo donde un padre mandaría un hijo. Bárbaros, guerreros, en guerra..era perfecto, perfecto para alguien como ella.
Le pedí que cogiera lo justo, no era fácil que ellos no descubrieran nuestros planes pues siempre mantenían su vigilancia sobre la siguiente descendiente y heredera de las runas.

Mas yo lo tenía todo preparado, el pasaje comprado con otros nombre y lo que iba a ser un paseo padree hija por el bosque antes de retomar ambos nuestras obligaciones se convirtió en una huida hacía delante y así embarcamos rumbo a la ciudad de los rebeldes.
-Empieza para ti una nueva vida hija, espero que lo entiendas. -susurré dejando caer mi frente sobre la de ella.

Hope sabía que las intenciones de su padre al sacarla de Francia para llevarle al norte eran buenas, no en vano le había repetido más de quinientas veces que lo hacía por su bien, pero la sensación que ella tenía era muy diferente y no podía controlarla. Se había criado bajo el yugo de la maldición que tenían los Acer, siendo entrenada desde pequeña para su futuro cometido cuando Mëtztli pereciera en un enfrentamiento con algún Argent o llevado por la enfermedad. Sin embargo, ahora él pretendía alejarla, mantenerla a salvo. Pero eso implicaba abandonarla. Significaba que la muchacha debía despedirse de su única familia, de la manada que tenía y eso, para una loba, era lo más importante en la vida.

El viaje se lo había pasado enfurruñada con su padre, porque seguía en una edad medio revoltosa y, encima, hacía nada que había pasado un celo, así que estaba más irascible de lo normal, si es que se podía eso.


En cuanto dejaron atrás el barco y retomaron el trayecto sobre sus monturas, la actitud de la joven Acer empezó a cambiar. La zona en la que se encontraban nada tenía que ver con la ciudad, ni siquiera con los bosques franceses y sus montañas idílicas. Allí olía a peligro y a muerte. Hope iba tensa sobre su caballo, mirando constantemente a Mëtztli que intentaba tranquilizarla con sonrisas que no le pegaban en absoluto. Sabía que se estaba esforzando por ella, pero era innecesario.

-Papá, ya deja de enseñar los dientes que vas a asustar a los pájaros.

Comentó en un tono más distendido, dejando a un lado su enfado hormonado.*


Enarqué una ceja, mi hija parecía estar en uno de esos días malos que tienen las mujeres de vez en cuando, no le pensaba prestar especial atención, era su padre, yo mejor que nadie sabía lo que a ella le interesaba para poder ser una chica con una vida normal y eso trataba, asegurar su maldito futuro.
Llegamos a Akershus cuando los haces plata de la luna menguante iluminaban tenuemente el camino, mi nombre retumbó en las almenas, el general Lund me conocía pues no era la primera vez que visitaba al conde o me hospedaba en su castillo cuando mis "víctimas" estaban en el norte y desde allí empezaba la cacería, claro que esta vez mi idea era algo distinta a pedirle para mi una simple habitación.

El conde me recibió en el gran salón, Höor era un tipo cercano pese a pertenecer a la realeza así que tras fundirnos en un abrazo le presenté a mi rebelde hija a la que miró con cara de duda.
-Va a quedarse en Akershus -dije rotundo mientras este sopesaba la profundidad del favor que le estaba pidiendo.
-¿Tu hija no es la sucesora de tu linaje? -preguntó de forma hábil hundiendo en mis azules su afilada mirada.
-Si, por eso se quedará en Akershus, es el único lugar donde ningún padre en su sano juicio llevaría a su hija. Un mundo de bárbaros, en guerra, donde pasar frio...
-Dicho así vas a asustar a la niña -dijo extendiendo el conde la mano para tomar la de Hope -bienvenida.

Un muchacho entró en ese momento por la puerta armado hasta los dientes, embarrado y sudado, parecía llegar del patio de armas en ese momento.
-Es Orn, mi hijo -lo presentó el bárbaro.*

El ceño de la loba se frunció de nuevo al escuchar como los adultos decidían por ella su futuro. Deseaba interrumpir la conversación y reivindicar su derecho de elección, pero conocía a su padre y sabía que no había discusión posible, que ya había sido tomada la decisión y su opinión importaba menos que nada.

Aún así, la mirada furibunda de Hope dejaba en evidencia lo que pensaba sobre lo que sería su nueva residencia. No porque fuera un lugar en guerra y lleno de bárbaros, porque eso a ella le daba absolutamente lo mismo, sino porque eso significaba separarse de Mëtztli y no por un periodo de tiempo, sino seguramente para siempre.

Hizo aparición entonces un joven que entró guarro hasta las orejas. La muchacha elevó una de sus cejas, observándole. Parecía que se hubiera estado revolcando en una pocilga antes de entrar en la estancia. Aún así, ella no era una remilgada, aunque se hubiera criado cerca de damas y caballeros estirados como pocos. Tendió su mano en dirección al joven.

-Yo soy Hope, su hija.

Hizo un gesto con la cabeza, señalando así a su padre.*

Miré a la chica de arriba a bajo, tenía que reconocer que fuera quien fuera estaba realmente buena.
-Orn -dije cogiendo su mano para estrecharla.
-Llévate a la chica y enséñale Akershus, el lago, preséntale a gente, se va a quedar un tiempo -dijo mi padre logrando que mi sonrisa pícara se ensanchara desplegando así todos mis encantos como un pavo real, carnaza fresca para Akershus.
-Pues vente preciosa, yo seré tu guía.
-Tú, pazguato, las manos quietas o te las arrancaré -dijo el padre de la muchacha.
-Si tuviera una moneda de cada padre que me ha dicho eso seri...-un capón en la cabeza me hizo callar.
-Largo -dijo mi padre.
Negué con la cabeza gruñendo.
-Padres -dije haciendo un gesto con la cabeza a Hope para que me acompañara -¿y por qué estas aquí? -pregunté con cierta curiosidad mientras le tiraba mis brazos por encima de los hombros -no te ofendas, pero las niñas pijas que vienen aquí todas huyen de algo... déjame adivinar. ¿Un matrimonio concertado? ¿Estás embarazada como la mujer de Einar y pones en vergüenza a tu familia? ¿Eres cleptómana?...*

La mirada de la loba siguió fija en la de su padre mientras el joven Orn la sacaba de aquella estancia. Temía que ese fuera el último encuentro que tuvieran y que ni siquiera pudiera despedirse de Mëtztli antes de que éste se marchara. Le veía capaz, capaz de hacer, de nuevo, por su bien. Porque conocía a su hija y sabía que ella no deseaba quedarse en el norte, no porque pudiera no encajar o le parecieran unos bárbaros, sino porque instalarse en Akershus implicaba romper lazos con la única familia que le quedaba.

Una vez en el pasillo, desvió sus orbes verdes hasta fijarlos en los azules de aquel cuyo brazo cubría sus hombros. -Estoy aquí porque mi destino es convertirme en el arma asesina de una secta y mi padre no desea que me manche las manos de sangre.- Fue directa, tanto, que cualquiera pensaría que lo que acababa de decir era una vil mentira. Contaba con ello, con que el hijo de Höor no la creyera y se riera de la falacia que acababa de soltarle con tanta naturalidad y frescura. Pero se estaba desfogando y aunque se le daba bien mentir, porque iba con su entrenamiento, sentía la necesidad de soltarlo todo, de quejarse, de maldecir y que aunque nadie la creyera, al menos alguien la escuchara durante unos momentos.

-Ahora dime, ¿a todas las que llegan las asaltas con acusaciones como esas?- Quiso saber, mientras con la diestra sujetaba el dedo corazón de la misma mano ajena y la levantaba, dejándola caer por su espalda, quitándosela así de encima. No le importaba la cercanía, pero algo le decía que ese hombre tenía tentáculos en vez de brazos y prefería mantenerse alerta.

El chico la llevó por el castillo y pronto llegaron a un gran comedor. -Tengo hambre.- Comentó Hope al ver unos platos vacíos y sentir el olor de la comida, lo que le hizo rugir de repente las tripas. Se pasó la mano por el vientre y arrugó la nariz, antes de buscar, una vez más, la mirada ajena. -Ha sido un viaje largo y en el barco no retuve demasiado las comidas, que digamos...- Se encogió de hombros, excusando su descaro al andar pidiendo que le dieran algo que llevarse a la boca cuando a penas acababa de llegar a las tierras del norte. Aunque tampoco tenía importancia quedar mal, con suerte le dirían que no era bienvenida y la mandarían de vuelta con su padre a París. Rio, sin que Orn supiera por qué, y negó, porque en el fondo sabía que aquella idea era ridícula no, lo siguiente.

Ladeé la sonrisa de forma engreída cuando la loba seguramente creyendo que aquella rotunda afirmación iba a lograr que me temblaran las piernas aseguró ser el arma asesina de una secta.
-Tiene buen gusto la secta para elegir a sus asesinas, yo me dejaría matar a polvos -aseveré ensanchando la sonrisa.
Quizás pensó que no la creía, se equivocaba en el norte todo tenia cabida y las sectas secretas eran casi una minucia comparadas con las aberraciones que Randulf creaba, por no decir que conocía a Metztli y sabía lo que era.
-Encantado, soy Orn, el hijo adoptado por Höor, tengo otros padres a los que ayudo con mi sueldo de soldado -dije a modo de presentación -mucho menos interesante que tu “arma secreta de una secta” pero ..-me encogí de hombros -que voy a hacerle.

La morena se libró de mi agarre sin pensárselo, al parecer le molestaba mi cercanía, a lo extraño para mi porque la mayoría de las mujeres acababa rendida a mi encanto personal y mi sonrisa.
Me relamí los labios sin poder dejar de sonreír con picardia.
-Bueno, tengo mas acusaciones y créeme, muchas mas argucias para que acabes buscando tu mi cercanía...pero tiempo al tiempo.

Seguí enseñándole el palacio hasta que llegamos a las cocinas, allí la nana estaba preparando un buen cordero a la brasa, le di un azote en el culo pasando mi brazo por encima de sus hombros para cazar un trozo de queso, un viejo truco que la cocinera ya se conocía y que me llevó a recibir un capon pese a que ya no era el niño de antaño.
Vamos, mirala, esta escuálida y tiene hambre, dejame llevarme algo de comer al salón -pedí ocn cara de famélico logrando que la mujer cediera a mis encantos.

Pillé un plato de queso y otro de cecina, pan y como no una buena botella de vino para acompañar.
-Ya me lo agradecerás -dije a la joven guiñándole un ojo.
Nos sentamos en el comedor, la chica empezó a comer sin parar, desde luego que estaba hambrienta, aunque claro yo no me quedaba atrás.
Llené dos vasos de vino mirándola fijamente.
-¿sabes beber? Aquí la bebida es fuerte, se sube fácil a la cabeza -aseguré alzando un par de veces las cejas -y no es cuestión que tenga que llevarte de vuelta borracha como una cuba, no me malentiendas, por la noche ya tendremos tiempo de divertirnos ¿no?

El norteño parecía muy seguro de sus encantos, unos que debían funcionar allí en tierras vikingas pero que Hope sabía le harían al muchacho comerse los mocos en Francia. Pero no sería ella la que le quitara la ilusión al joven, que siguiera soñando con tonterías y banalidades varias. Ella tenía que organizar un plan para largarse en cuanto pudiera. Ya había visto que la ciudadela estaba amurallada y que había guerreros cubriendo todas las salidas. Era difícil encontrar una escapatoria en un país sumido en una constante guerra sin tregua, pero si de algo le podían servir los duros años de entrenamiento desde niña, tenía que ser para eso. Esperaba que aquella fuera su gran misión, preparar un plan maestro sin fisuras. Le llevaría tiempo, pero cualquier cosa sería menos que una vida entera separada de su padre, su única manada.

Entraron en la cocina y vio a Orn codeándose con la cocinera. Ésta le amenazaba con un cazo pero él actuaba como si nada importara. Le dio incluso una nalgada lo que sorprendió a la joven que alzó ambas cejas. ¿Actuaría así con todas las mujeres, sin importar edad o condición de soltería? No le extrañaría tampoco por lo que estaba viendo en aquel momento.

El chico regresó con las manos completamente ocupadas, al menos así no se las echaría a ella encima. Juntos fueron al comedor y tomaron asiento para empezar a degustar la comida. Normalmente Hope era más cuidadosa y elegante, pero estando entre bárbaros y con el hambre que se gastaba, se olvidó por completo de los protocolos y comió de manera voraz, aunque no sucia.

Sólo levantó los ojos del plato cuando le escuchó preguntar si sabía beber. Tragó, haciendo ruido porque tenía una buena cantidad de comida en la boca. Se pasó la lengua por los labios, limpiándoselos de cualquier resto y sonrió, estirando el brazo para agarrar la copa. -Por supuesto. Vengo de Francia, la cuna del mejor vino.- Se acercó el vaso a la nariz y lo movió suavemente, aireando el contenido. Aspiró, embriagándose del aroma y le dio un sorbo. Para eso sí se puso fina, aunque por la risa que escuchó, porque había hasta cerrado los ojos para disfrutar mejor del buqué de lo que probaría, le hizo saber que para el norteño ella debía estarse comportando como una remilgada princesita. Despegó los párpados, centrando sus dos azules mares en los ajenos. -Así es como se bebe esto, ¿lo sabías? Para tragar sin más es mejor la cerveza. La mayoría de los alcoholes se gozan mejor despacio, como el buen sexo.- Lo último lo dijo para dárselas de entendida, repitiendo una frase que le había escuchado decir a su padre, ya que ella seguía intacta porque Metztli jamás le había quitado la vista de encima como para que se anduviera codeando con malas compañías. Algo de lo que, seguramente, Orn era la mejor de las representaciones.

La niña aseguró saber beber, pero sin duda no era a eso a lo que yo le llamaba beber, olfateaba el vino como un perro, y aunque no dudaba que eso fuera lo que se hacía en París, aquí, en el norte bebíamos para calentarnos.
-No estoy de acuerdo -aseguré vaciando de un trago el vaso relamiendome después los labios -ahí sexo brutal y apenas ha de durar unos minutos, te lo aseguro.

Ladeé la sonrisa con picardía recordando alguna de esas escenas, rememorandolas en mi cabeza.
Recordando una vez que nuestro maestro de armas nos mandó a mi y a Olga a la armería a por un par de arcos y unas dianas, por Odin que nos habíamos estado caldeando a base de golpes con la espada, picandonos, molestándonos, cuando llegamos a la armería nos devoramos las labios, la empotré contra la puerta, solo tuve que bajarle los pantalones y colar entre sus piernas mi verga, estaba la muy perra tan mohada que la engullo hambrienta.
Me la folle desde atrás y me corrí deprisa, todo ayudaba, la adrenalina del combate, los preliminares que habían supuesto un tonteo salvaje y sin duda que cualquiera podía entrar en ningún momento, fue rápido y épico.
-piensas así porque no has tenido entre tus piernas a un vikingo, cuando lo pruebes te darás cuenta que la cerveza es mejor que el vino y da igual lo rápido que la bebas, siempre embriaga -aseguré lanzándole un mordisco.

Llenamos el buche antes de volver junto a nuestros padres, Metztli se despidió de Hope jurando que volvería en cuanto pudiera, Hope no parecía quedarse tranquila, peor la mano de mi padre se posó sobre el hombro de la niña asegurandole que acabaría gustándole aquello.
Ciertamente eran muchas las que habían llegado a las tierras frías odiando nuestro hogar y sin embargo ahora no se irían jamas, Dani, Massie y otras muchas mas que habían encontrado en estas tierras su hogar y un marido con el que compartirlo.
-ven voy a enseñarte nuestro picadero -dije antes de recibir un capón de mi padre -quiero decir ¿tu habitación?

La contestación del bárbaro no le sonó apetecible y menos aún lógica, ¿qué sentido tenía embriagarse y perder la noción de las cosas? ¿Para qué hacer corto algo que se podía disfrutar de manera prolongada? Era una tontería detrás de otra, sin embargo, no iba a molestarse en discutir, porque si algo le había dejado claro su padre antes de la llegada a Akershus era que intentar convencer a un norteño de que se equivocaba era perder el tiempo de manera abrumadora. Simplemente rodó los ojos y se centró en gozar de la comida, porque el queso estaba delicioso y también la cecina. Se relamió, tragando todo con algo más de vino y se limpió con una servilleta tanto la boca como las manos.

Abandonaron el comedor para encontrarse de nuevo con sus progenitores en una estancia nueva, una que aún no habían pisado durante el recorrido por el castillo. Había armas por todas partes y en cambio no había a penas cuadros, estatuas o jarrones. No parecían apreciar demasiado el arte, no el que fuera ajeno a la guerra, al menos. Ella no juzgaba, cada cuál tenía su propio gusto, como los traseros. Y uno debía sentirse cómodo con el suyo sin importar lo que hiciera el resto con el que tuviera.

La despedida fue emotiva a pesar de lo rígido que podía aparentar ser Metztli o incluso su propia hija. La procesión iba por dentro y Hope estaba desecha, destrozada al completo. Su padre la estaba abandonando por mucho que dijera que lo hacía por su bien, porque ella prefería mil veces luchar a su lado y vivir una condena a separarse de lo único que tenía en la vida: su manada. Era una loba y el apego a la familia era para ella lo más importante. Se sentía traicionada y su corazón estaba hecho añicos en ese instante. Los ojos se le tornaron vidriosos y si no lloró fue porque sentía vergüenza, no por estar triste, sino porque era incapaz de hacer nada por evitar que aquella situación se produjera.

Se mordió el labio inferior, gruñendo por lo bajo y en cuanto Orn le dijo de ir a enseñarle su habitación, hizo de tripas corazón para darse la vuelta y marcharse con él sin mirar atrás. Intentaba hacerse la fuerte, la dura, la valiente. Quería que su padre se sintiera orgulloso hasta el último momento. Porque eso era lo que sentía ella en su fuero interno, que aquel iba a ser su último encuentro y que por mucho que le hubiera prometido regresar en cuanto pudiera, ese día nunca llegaría. Conocía bien a la secta y de lo que eran capaces, suerte tendría la loba si no la localizaban y como castigo la torturaban o, peor aún, torturaban a Metztli para hacerla sufrir a ella.