La bruja de la Espesura. [Valiont, Morrigan, Manghild]

Tras dar muerte a unos Sumergidos, Slavia relinchaba mientras bebía agua del pequeño río que había en el lugar. La rivera era de un color marrón debido a la época que entraba ya, el otoño. Ese entretiempo donde un día hace un calor infernal y al otro un frío del ártico polo norte. Por mas que pasasen los años, por mas que aquél Albino viviese, jamás lograría entender aquél hecho tan sencillo como simple. Observaba a su yegua beber y sonreía de forma apacible. -Veo que tenías sed, Slavia. Bebe con calma, podrías secar los mares del mundo y Bragi se aliaría con Poseidón para darnos caza. -Sonrió, cada vez iba mas avanzando en el tema de las chanzas, en parte gracias a William Bones y Faye, con quienes tenía una amistad muy valiosa. Apartó un momento la mirada para centrarla en su zurrón, estaba casi vacío. Suspiró.


-Necesitamos reponer pociones, ingredientes, viales.. Pulir la armadura. -Miró de nuevo a su animal. -Las espadas puedo afilarlas y mimarlas yo, no obstante.. el tema de la armadura es distinto. Este cuero está muy deshilachado. Incluso creo que voy a cambiarlo.. -Sacó sendos materiales. Escamas de Sumergidos, lengua de Bruja, garras de murciélago y algo.. que encontró en el bosque, muerto por suerte. El cadáver de una Rathian. Un tipo de Wyvern de tierra muy feroz y territorial del que no tenía constancia que hubiese en París. Pero que mas daba eso.. ya había visto incluso poblados Deku en París, cualquier cosa podía pasar. Se encogió de hombros. -Quizá pida a un buen herrero que me fabrique una armadura de Rathian. -Slavia camino hasta su mejor amigo y le dio suavemente con el morro. Ambos se abrazaron.




De camino al pueblo más cercano, un árbol llamó la atención del Cazador, un papel de Se Busca. Normalmente, se ponían en las posadas o postes, pero cuando lo había incluso a las afueras, es que la búsqueda era mínimo de Cinco estrellas de dificultad. Agarró el papel. -¿La bruja de la Espesura? -Dijo extrañado. La descripción ponía que un ente muy poderoso se había asentado en el Cenagal próximo y que ningún hombre ni niño entraban sin perderse. Los niños.. no volvían. Y los rumores decían que los hombres no acababan muertos si no convertidos en.. ¿Cerdos? ¡Hombres cerdo!

Escuchó un sonido a su espalda, pero sonrió y miró. -Magnhild. ¿Tambien le has echado el ojo a ésto?

Los rumores habían corrido como la pólvora, una expresión que Morrigan había aprendido de su querido vaquero Jesse. A la Lujuria poco le importaba que se hablara de ella, al contrario, la hacía sentirse más deseada y eso siempre era bueno. El odio no ocultaba más que envidia y miedo, algo que hacían crecer el morbo y alimentaban el ego del pecado menos discreto. Así que poco le importó cuando se enteró de que habían puesto precio a su cabeza. De hecho, se rio a carcajada limpia, pues le parecía un halago enorme, aunque la cantidad de monedas sí había resultado ser una ofensa. Ella, Khaelast, valiendo tan poco... Estúpidos mortales ignorantes. Si no hubiesen intentado acorralarla desde un principio, nada de lo que había acontecido, a raíz de aquello, hubiese llegado a suceder. Pero no se debe, jamás, amenazar a un Blackbird.

La masacre había sido necesaria. Tampoco era que la centenaria aborreciera un buen espectáculo de sangre y vísceras, pero ella era fan del sexo mucho más que de cualquier tipo de matanza. Además, no le gustaba mancharse las manos, porque la bilis, el vómito y los demás fluidos corporales que implicaban desparramar entrañas, no eran nada buenos para el cutis. Morrigan era presumida como ninguna, una exigencia del guión que asumía con gusto para encarnar al pecado más tentador y ansiado. Las aberraciones, por norma general, no excitaban a nadie, aunque había excepciones como su adorada Envidia con gustos bastante particulares. Pero lo habitual era que los rostros hermosos, las curvas perfectas, las pieles tersas y suaves y unos ojos atrayentes, se convirtieran en la clave del éxito para poner cachondo a alguien.

Sin embargo, la habían obligado a usar sus perfectos y finos dedos para arrancar corazones de manera literal y no metafórica como hacía siempre. Tuvo que cortar cabezas, perfora pulmones y desmembrar hombres. Una lástima absoluta, pues podría haberles dado un mejor uso a todos y cada uno de ellos, al menos durante unas horas. Pero la vida era así y la que había regresado de entre los "muertos" tras conocer a los Primigenios, era más consciente que nunca del valor que un simple mortal podía tener, siempre que fuera el adecuado y se le instruyera para comprender de verdad el mundo el que habitaba.

Durante su último trabajo, la rubia había salido herida y no había sido precisamente un rasguño. El brutal zarpazo de una mantícora en el muslo por poco logró que se desangrase. Por suerte había sido rápida para esconderse y hacerse un torniquete en lo alto de la pierna. Había pasado varios días de reposo, más de los que a ella le hubiera gustado, pero los necesarios para que su acelerado “metabolismo” hicieran lo suficiente como para que recuperara una correcta movilidad y el dolor remitiera, dejando de ser algo acuciante y pasando a ser una mera molestia.

La cazadora de monstruos odiaba quedarse sin hacer nada y aquel obligado descanso por poco la volvió loca. No tener sentimientos ayudaba en situaciones como aquella, pero tampoco había podido satisfacer su habitual y creciente libido más que en una ocasión y no había sido satisfactorio porque el estarse quieta era insoportable.

En cuanto pudo largarse de la posada, agarró sus cosas y partió en busca de cualquier cosa que pudiera entretenerla y quitarle el óxido de encima. Había sido menos de una semana, pero se le había antojado como medio año de estarse tumbada como una maldita momia. Aunque no se había estado ni quieta siquiera. Desde el primer momento se había forzado a hacer estiramientos y practicar aunque fuera lanzando cuchillos contra la puerta, la madera de la cuál había quedado más astillada que entera. Un brujo no podía permitirse el lujo de perder práctica, porque cada día era un entrenamiento que debía cargar a sus espaldas.

Pagó la cuenta a su salida y compró raciones para tres días. Llenó dos odres, uno con agua y otro con whisky. También añadió a la cuenta una hogaza de pan y unos puñados de arroz crudo.

Montó sobre su yegua, aquella que Valiont le había ayudado a conseguirse y, no sólo eso, además la guio para crear un vínculo. Obviamente su relación con Greta no era como la del albino con Slavia y dudaba que jamás llegara a ser ni la mitad de fuerte, pero tener una montura de confianza ya era mucho más de lo que la norteña hubiese esperado conseguir en la vida.

Cabalgaron media hora larga hasta el siguiente pueblo, pero antes de entrar siquiera en éste, pudo ver un contrato colgado de la corteza de un viejo sauce. Desmontó y lo cogió. Leyó con atención las palabras y de haber tenido sentido del humor, se hubiese reído. Fue entonces que escuchó un sonido y un aroma familiar alcanzó sus fosas nasales. Ahora sí sonrió, tomando las riendas de su caballo para adentrarse en el bosque, abandonando el camino. -¿Cómo resistirme a los hombres cerdo?- Fue la respuesta que Magnhild le ofreció a su amigo, acercándose a él. Dejó libre a Greta y ésta fue directa hacia la yegua del albino. Se caían bien los animales.