AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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· 你是我内心的一首歌 · You are a song in my heart
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· 你是我内心的一首歌 · You are a song in my heart
Los meses habían pasado en una aburrida y predecible transición. ¿Cuántos habían sido en total? ¿Tres? ¿Cuatro? La excitación y emoción del principio se acabaron esfumando para dar paso a acciones rutinarias y aburridas. Hui-Ying era, después de todo, una mujer con una gran capacidad para mimetizarse y adaptarse a su entorno, era algo necesario, después de todo, cuando eres una mujer y cuando quieres mantener tu estatus y poder frente a una sociedad en la que, si no estabas respaldada por un hombre, tu valía era puesta en entredicho. Era algo que había dejado de importarle, sin embargo. Las opiniones, cuando se visten de chismorreos, no merecían su atención en absoluto. Era una mujer de ideas claras, y lo bastante inteligente para saber cómo manejarse ante semejantes situaciones. No podían derrotarla, no de ese modo tan burdo. Así que, por ese lado, las cosas le iban bien. Negocios, relaciones sociales y nuevos contactos, todo estaba saliendo tal y como había previsto antes de embarcarse en el viaje, en el cambio que suponía abandonar su país (y sus costumbres) para mudarse a Francia. Reto superado.
… Lo que no llevaba tan bien, sin embargo, era el pasotismo tan evidente de su prometido, mismo por el cual había decidido precisamente ese país y no otro sobre el que tuviera más conocimiento previo, ya que el hombre no parecía tener ninguna prisa por concretar el enlace, ni por casarse. Y aunque Hui-Ying era extremadamente paciente, ya empezaba a estar un poco cansada de sus desplantes. Era evidente que cuando las familias de ambos los incitaron a unirse en matrimonio, lo hicieron no solamente pensando en sus compatibilidades de carácter, sino también en el beneficio que ambas partes podían obtener con el proceso. Era algo común, no hizo dramas al respecto. Pero la mujer nunca perdió las esperanzas de que, a pesar de ser un matrimonio concertado, casi un trámite, el amor (o por lo menos, el cariño), aflorara entre ambos cuando finalmente se dieran una auténtica oportunidad para conocerse. No es que fuera soberbia, ni nada por el estilo, pero no se consideraba especialmente poco agraciada. Además, tenía modales, negocios, era amable y comprensiva. Tenía muchas cualidades que podían convertirla en una buena esposa, y en su fuero interno, era algo que siempre había deseado. Tener una familia que llamar propia, y unos hijos a los que inculcar sus propios valores, a los que apoyar con sus metas y sueños. Hui-Ying quería enamorarse. Pero por desgracia, la persona que supuestamente debía cumplir ese rol no estaba tan interesado como ella con todo aquel asunto. La pedida de mano con una Zhang ya le había otorgado las conexiones que deseaba, así que no tenía prisa por cumplir con los ñoños deseos de la mujer que, como una idiota, seguía esperándolo en la casa que se habían prometido compartir. Una cita habían tenido en tres meses, formal, con acompañantes, y podía contar las veces que la había mirado a la cara en las dos horas que habían pasado dentro de aquel café.
Decir que estaba desilusionada era quedarse corto. No tanto “con” él, porque a fin de cuentas, no es que hubiera esperado nada por parte del hombre, sino respecto a toda aquella situación. Lo que al principio era ilusión, ganas de abrir finalmente ese nuevo capítulo de su vida, de avanzar, de comenzar a forjar esa familia con la que tanto había soñado, se estaba convirtiendo lenta pero inexorablemente en incertidumbre. Comenzaba a preguntarse si tal vez todo aquello no era más que un error, algo de lo que se arrepentiría durante toda su vida. Y el miedo a equivocarse en una decisión que marcaría su futuro comenzaba a ser más grave y evidente que el temor a defraudar o decepcionar a sus progenitores. Su familia, como casi todas las de la nobleza, y más en Asia, era muy tradicional. Y a pesar de que la mentalidad de la muchacha era mucho más abierta, el respeto hacia los suyos era algo que tenía íntimamente arraigado en su persona. Pero, ¿era eso lo correcto? No sabía si podría sobrevivir sabiendo que a su futuro esposo no le importaba más allá de lo que su unión podía aportarle económica y socialmente. No quería vivir así, ni deseaba engendrar hijos (si es que él estaba dispuesto) para que vivieran en un hogar donde sus padres ni siquiera se conocían lo bastante. Mucho menos hablar de quererse. Y todo el silencio que reinaba en la casa, donde los pocos sirvientes que iban y venían la rehuían por ser extranjera, no ayudaba precisamente.
… Lo que no llevaba tan bien, sin embargo, era el pasotismo tan evidente de su prometido, mismo por el cual había decidido precisamente ese país y no otro sobre el que tuviera más conocimiento previo, ya que el hombre no parecía tener ninguna prisa por concretar el enlace, ni por casarse. Y aunque Hui-Ying era extremadamente paciente, ya empezaba a estar un poco cansada de sus desplantes. Era evidente que cuando las familias de ambos los incitaron a unirse en matrimonio, lo hicieron no solamente pensando en sus compatibilidades de carácter, sino también en el beneficio que ambas partes podían obtener con el proceso. Era algo común, no hizo dramas al respecto. Pero la mujer nunca perdió las esperanzas de que, a pesar de ser un matrimonio concertado, casi un trámite, el amor (o por lo menos, el cariño), aflorara entre ambos cuando finalmente se dieran una auténtica oportunidad para conocerse. No es que fuera soberbia, ni nada por el estilo, pero no se consideraba especialmente poco agraciada. Además, tenía modales, negocios, era amable y comprensiva. Tenía muchas cualidades que podían convertirla en una buena esposa, y en su fuero interno, era algo que siempre había deseado. Tener una familia que llamar propia, y unos hijos a los que inculcar sus propios valores, a los que apoyar con sus metas y sueños. Hui-Ying quería enamorarse. Pero por desgracia, la persona que supuestamente debía cumplir ese rol no estaba tan interesado como ella con todo aquel asunto. La pedida de mano con una Zhang ya le había otorgado las conexiones que deseaba, así que no tenía prisa por cumplir con los ñoños deseos de la mujer que, como una idiota, seguía esperándolo en la casa que se habían prometido compartir. Una cita habían tenido en tres meses, formal, con acompañantes, y podía contar las veces que la había mirado a la cara en las dos horas que habían pasado dentro de aquel café.
Decir que estaba desilusionada era quedarse corto. No tanto “con” él, porque a fin de cuentas, no es que hubiera esperado nada por parte del hombre, sino respecto a toda aquella situación. Lo que al principio era ilusión, ganas de abrir finalmente ese nuevo capítulo de su vida, de avanzar, de comenzar a forjar esa familia con la que tanto había soñado, se estaba convirtiendo lenta pero inexorablemente en incertidumbre. Comenzaba a preguntarse si tal vez todo aquello no era más que un error, algo de lo que se arrepentiría durante toda su vida. Y el miedo a equivocarse en una decisión que marcaría su futuro comenzaba a ser más grave y evidente que el temor a defraudar o decepcionar a sus progenitores. Su familia, como casi todas las de la nobleza, y más en Asia, era muy tradicional. Y a pesar de que la mentalidad de la muchacha era mucho más abierta, el respeto hacia los suyos era algo que tenía íntimamente arraigado en su persona. Pero, ¿era eso lo correcto? No sabía si podría sobrevivir sabiendo que a su futuro esposo no le importaba más allá de lo que su unión podía aportarle económica y socialmente. No quería vivir así, ni deseaba engendrar hijos (si es que él estaba dispuesto) para que vivieran en un hogar donde sus padres ni siquiera se conocían lo bastante. Mucho menos hablar de quererse. Y todo el silencio que reinaba en la casa, donde los pocos sirvientes que iban y venían la rehuían por ser extranjera, no ayudaba precisamente.
Hui-Ying Zhang- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 26/10/2017
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