· Hate, hate, hate ·

por **Ophelia M. Haborym** Lun Dic 10, 2018 6:03 pm

A medida que el fuego se iba apaciguando, bajo la constante insistencia de la cortina de lluvia que caía desde los grandes nubarrones que cubrían el cielo, la tensión se iba disipando de los hombros de la vampiresa. Visiblemente, pero también en el aspecto mental. Había estado muy cerca de perderlo todo, así que ahora no le quedaba más remedio que volver sobre todos sus pasos y deshacerse de los cabos sueltos que había ido dejando tras su paso en la ciudad. Tras el regreso de Fridpjofr, después de que se creyera finalmente libre de su condenada presencia, las cosas se habían complicado. Lejos de tomar venganza por sus acciones de forma directa, tal y como la fémina se había esperado, el vampiro había decidido que la mejor forma de devolverle a su progenie el favor por cuasi-asesinarlo, era arrebatarle el lugar al que ahora se creía que pertenecía, tras tantos años de esfuerzo por conseguir la posición que había logrado. De algún modo que escapaba a su comprensión, el vampiro había conseguido que todos y cada uno de los crímenes (grotescos, brutales, y claramente destinados a captar la atención de la Inquisición) que había ido cometiendo desde su regreso de su tumba acuática, condujeran en dirección a la misteriosa escritora que era bien conocida por las altas esferas parisinas. Pronto, su nombre era murmurado con otra intención bien distinta a la de los elogios. Y no tardó mucho en percatarse de que estaba siendo perseguida.

Por suerte, la ubicación de su residencia real era desconocida para la gran mayoría del público. Bajo el nombre de un humano al que había asesinado hacía mucho, pero al que suplantaba cada cierto tiempo, haciendo como que enviaba cartas desde América, el castillo estaba en perfecto estado, y nadie se acercaba a la propiedad por creerla posesión del mencionado caballero, muy temido en el pasado por sus afrentas contra la corona. Era una localización perfecta, y además, estaba encandilada con la arquitectura de la construcción, que parecía estancada en el pasado, pero sin haberse quedado fuera de lugar en absoluto. Y ahora, por culpa de aquel malnacido, debía abandonar la ciudad y huir a otro país, al menos hasta que se calmaran las cosas.

Y todo apuntaba a que esta vez no sería tan sencillo como en otras ocasiones.

por **Daždbog** Jue Ene 10, 2019 6:29 pm

Ni dos meses habían pasado desde que mi nueva Dómina me aceptara, cuando los problemas que al parecer llevaba arrastrando durante siglos vinieron a perseguirla y, por consiguiente, vi amenazada mi posición como su sirviente. Normalmente los problemas de los vampiros a los que servía no me importaban una mierda. Mi relación con ellos solía ser de conveniencia, y aunque con ella también era el caso, no podía evitar sentirme abrumado por la situación. Era demasiado pronto, y aún no había obtenido de ella tanto como deseaba. En otras palabras, aún no me había aburrido de su sangre, así que la posibilidad de perderla de improviso me tocaba enormemente los cojones. Que su humor no estuviese en sus mejores momentos también era un problema para mi. No sé bien cómo explicarlo, pero la esencia de un vampiro se encuentra más concentrada cuando sus víctimas son escasas, o al menos están lo bastante espaciadas en el tiempo. Pero Ophelia, agresiva como era, cuando se enfadaba comenzaba a cometer matanzas diarias y a consumir sangre de forma casi compulsiva. Inevitablemente, la esencia que yo extraía de ella estaba cargada de una vitalidad que no era lo que mi cuerpo ansiaba.

Dada la naturaleza de nuestra relación, mi conocimiento acerca de lo que estaba pasando era demasiado limitado como para intentar hacer algo al respecto (y aunque no fuera así, dudaba mucho que me fuera a dejar intervenir), pero eso no hizo que me calmara, precisamente. La falta de información me molesta, siempre me ha molestado, y más cuando sentía que mi posición comenzaba a peligrar. No dudaba que la vampiresa fuera a deshacerse de mi en cualquier momento, para ella, nadie era imprescindible, y mucho menos un adicto a su sangre. Podría tener tantos cuanto quisiera, cientos dispuestos a servirla para cualquier simple capricho. Eso me ponía nervioso. Con los otros vampiros, había sido diferente. Yo sólo deseaba la sangre que procedía de ellos, pero ellos me deseaban a mi, por otros motivos y circunstancias. Este no era el caso. Si se me permitía estar en su presencia era por simple suerte, por haber estado en el lugar indicado, en el momento oportuno, y por haber sido lo bastante listo como para aprovechar la oportunidad. Pero esclavos y siervos, tenía muchos. Y ver cómo los desangraba uno tras otro por algo tan simple como hablar fuera de tiempo comenzaba a ser un tanto inquietante.

Así que hice lo único que se me ocurrió. Una vez estuvo encerrada en su recámara, probablemente planteándose qué hacer a continuación, me colé en el cuarto tras ella, atrapándola por la cintura antes incluso de darle la oportunidad de oponerse. Había bebido lo suficiente como para suponer un reto, y ella estaba lo bastante fuera de sí como para no reaccionar tan deprisa como por costumbre. No es cierto que la música amansa a las fieras. A veces es lo animalístico del sexo lo que mejor funciona para aplacarlas. Sobre todo si no tienes la necesidad de contenerte.

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