Una sombra sobre el tejado (Privado)

No soy nadie.
No soy nada.
Soy un soplo de viento cerca de tu oído.
Soy una sombra que desaparece cuando te giras.
Ahora mismo podría estar observándote y ni te darías cuenta.
No tengo olor.
No me late el corazón ni respiro.
Sólo una sombra… una que puede matarte sin que sospeches ni que te seguía.



Salían chispas de la piedra de la amolar con la que estaba afilando sus pequeñas dagas de reserva antes de colocarlas en el lugar que les correspondía. Repasó el equipo concienzudamente ¿puñales? listos. ¿Dagas? En su sitio. ¿Estrellas de seis puntas? Ocultas en el cinto. ¿Punzón de punta envenenada? En la bota con su funda guarecida. ¿Ganzúa? En el pincho del pelo. Todo correcto y preparado.

Dos milenios ejerciendo su arte sin vacilar, dos mil años de sangre, muerte por encargo y saltos mortales en un “más difícil todavía”. Había asesinado a reyes, a inquisidores, nobles, políticos influyentes, bastardos poderosos, amantes ambiciosas y esposas molestas. Todo tipo de gente, de una raza u otra, sobrenaturales o no, habían exhalado su último aliento entre sus manos. Anya había trocado el sino de naciones enteras con su trabajo, liquidando líderes y forzando cambios. Pero ella no se metía en política, tanto le daba si un país se arruinaba o se desmembraba, pues ella sólo obedecía a un dios: su tarifa. El precio de un asesino del Alamut era desorbitado, y su totalidad se quedaba en la arcas de la Secta, que luego lo repartía como creía conveniente. Básicamente se destinaba una gran cantidad a perpetuar la existencia de esa fortaleza y de ese modo de vida, pero los asesinos del Alamut no podía decirse que vivieran mal, no al menos Anya. Tenía todo lo que podía desear, pero la gracia estaba en que no deseaba nada más que trabajo y todo lo relacionado con éste.

Había una parte de orgullo y de superación personal. El Alamut era una marca que se llevaba a fuego en piel y alma, ser una de las mejores asesinas no era casualidad, era esfuerzo, constancia, práctica y determinación. Era estar centrada en su misión y no dejarse tentar por las comodidades de una vida “normal”. Pero cada cual tenía sus vicios. Naasim gustaba de cortarle la oreja a su víctima. Fátima solía marcar sus piezas con un símbolo tribal de su pueblo del desierto. Ella coleccionaba viales de sangre.

Le había llegado un trabajo muy peculiar, debía dar muerte a un tal Lucien, chiquillo de Ferox Black. Conocía a los Black de oídas, nunca había hecho negocios con ellos, pero lo que había escuchado no era baladí. No sería fácil. Quizás la víctima no fuera lo más complicado, el problema vendría después, si los Black averiguaban que había sido alguien del Alamut, aún sabiendo que ellos eran meros ejecutores, caería venganza. Tenía que extremar las precauciones para que nadie, absolutamente nadie la reconociese o averiguase quién era.

Eso era un rollo, porque o bien se escondía de tal forma que apareciese y desapareciese en un suspiro, o bien se mostraba en público y a toda luz, adoptando otra identidad. Esa opción no le apetecía en absoluto, pero tendría que valorarla.

Era la segunda vez que esas dos furcias me daban caza, pero no habría una tercera, si bien este encuentro había quedado en tablas, a partir de ahora esto se convertía en algo personal, les pensaba arrancar de cuajo sus lindas cabezas y mandárselas a ese tal Septimus para que las expusiera en una vitrina, así podría la inquisición saber lo que les pasaba a aquellos que jodían a los Black.

El veneno corría raudo por mis venas, La realidad se desdibuja mientras andaba tambaleándome de un lado a otro como un hombre ebrio, mi mano contra la pared, no se que busco pues nada encuentro, la mansión Black esta lejos, demasiado para llegar a pie en este estado.
Cada paso es mas y mas doloroso, la calle se convierte en manchas marrones que se ensanchan y estrechan frente a mis ojos casi incapaces de mantenerse abiertos por mas tiempo.

¿Que me mantiene en pie? Aun no lo se. El instinto de seguir con esta no vida, el orgullo de saberme mejor que ellas , la esperanza de encontrar ayuda o simplemente la férrea voluntad de un cuerpo que se apaga por el veneno de licano que corre por sus venas.
Detengo mis pasos para coger aliento, aire que parece resistirse a invadir mis pulmones.
Gruño perdiendo el norte, el juicio.
Una corriente eléctrica sacude mi cuerpo, me quiebro arrodillándome, los ojos se achican mientras lucho sin fuerzas por volver a alzarme.

Lucha encarnizada por lo que soy mientras la imagen de la nada pasa rauda frente a mis ojos antes de desplomarme contra el frió pavimento.
Una sombra se dibuja ante mis ojos, mis colmillos emergen, ningún Black se va al otro mundo sin prestar combate, mis ojos son brasas y buscan al enemigo al que aun moribundo pienso dar caza.

Una sombra, tan sólo eso. Embozada en un tabardo con capucha, un pañuelo a modo de máscara tapando su rostro, evitando ser reconocida y fundiéndose con la noche como el arma perfecta que era. Su cabello estaba recogido y trenzado, por más que lo cortara, en minutos volvía a su longitud original, esa que tenía cuando la convirtió Artajerjes. Lo recogía porque le estorbaba los movimientos. Frunció el ceño y guardó una de las dagas en su funda, caminando despacio y sin emitir ni un sólo ruido hacia el caído. Se acuclilló a su lado, cogiéndole sin miramientos la mano y clavando la punta del puñal en su dedo. Se levantó parte del embozo y lamió la sangre.

— No me jodas… serás estúpido.— gruñó tras saborear el veneno diluido en su vitae. No podía creer que Lucien fuera tan patán. ¿Para matar a este idiota la habían contratado? Debería darse la vuelta y dejarlo morir como un fardo, pero así no cobraría su tarifa y tampoco tendría su vial de sangre. Le apetecía estrenar su nueva cajita de viales con uno de sangre Black.

Guardó el cuchillo en el cinto y le dio dos bofetadas al vampiro caído en el suelo, mientras ella se sentaba a horcajadas sobre su pecho.

— Escúchame, idiota. Si corres el veneno se extenderá más rápido, y es ajenjo, puede dejarte más lerdo aún. Voy a ayudarte, así que guarda los colmillos. No digas nada. No hables, ni hagas ruido.— Se levantó de encima y tiró de su brazo con la fuerza sobrenatural de un vampiro de más de dos mil años, aunque él le sacase una cabeza y dos cuerpos, Anya era mucho más poderosa.*

Me costó lo mío enfocarla, era una mujer de pelo largo y oscuro, las manchas marrones me cubrían su rostro y por mas intentos que hacía por pestañear y sacar de ellos ese velo parecía no conseguirlo.

Centré mi atención en sus palabras, mis labios estaban entreabiertos, no acaba de entender que decía sobre guardar silencio, ¿ayudarme? ¿me estaba insultado? gruñí sacándole los colmillos, si algo sabía de este mundo es que nadie presta sus servicios de forma gratuita y esta no tenía pinta de ser una vulgar puta.

Estaba sentada sobre mi pecho, sujetó mi diestra cuanto intenté al parecer sin suerte derribarla, estaba dispuesto a llevarla conmigo al infierno, ni siquiera sabía si había sido enviada por el enemigo, algo muy posible teniendo en cuenta la ristra de amigos que coleccionaba mi padre y mis tíos.

Lo siguiente que recuerdo pasó a cámara lenta, tiró de mi, mi cuerpo se alzó y mi brazo rodeó su cuello cayendo por el otro extremo rozando con mis dedos su pecho.

-Tienes unas buenas tetas -susurré en su oido ladeando la sonrisa.

La imagen de la chica se distorsiono ante mi, mi cuerpo cayó casi a plomo sobre el ajeno, casi sentía que me arrastraba, era un vampiro, nadie mas que eso o un demonio hubiera podido cargar con mi envergadura siendo tan menuda.*

Resopló perceptiblemente y eso fue lo último que hizo con sonido, pues el tiempo apremiaba y no estaban seguros en mitad de las callejuelas de París. Sin pensárselo dos veces lo agarró con fuerza y lo lanzó al descansillo de una escalera anti incendios pegada a un edificio de piedra. Luego ella con agilidad sobrenatural saltó arriba, ligera como una pluma, y abrió la ventana de la vivienda sin hacer ruido. Se coló dentro y tiró de Lucien, atravesando a oscuras la casa y saliendo al pasillo donde había más puertas. Su objetivo estaba en el tejado, desde las alturas se dominaba mejor todo el escenario. Lo llevó hasta la terraza más alta y desde allí oteó las calles, cerciorándose que quiénes habían atacado al vampiro no lo seguían, de ese modo podía ir con más calma. Durante el rato que empleó en tener una fotografía de la situación, dejó a Lucien apoyado contra una pared.

Regresó cuando lo tuvo claro, necesitaban llegar a un buen escondite y necesitaba sus antídotos contra el veneno, o no llegaría a tiempo.

— Espero que las alturas no te den miedo.— Le pasó el brazo por encima del propio hombro, lo agarró por la cintura y saltó al vacío, aterrizando en otra terraza, y así varias veces más hasta que saltando de tejado en tejado llegaron hasta donde Anya tenía una de sus guaridas.*

La vampiresa me movía de lado a lado como si fuera un mero muñeco de trapo, admito que eso tocó mi orgullo en lo mas profundo, pero ahora mismo no tenía muchas mas opciones que confiar en esa mujer que bien sabía no era ni de lejos de fiar.