Victorian Vampires
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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Isabella Di Bravante

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Mensaje por Isabella Di Bravante Sáb Dic 25, 2010 9:22 pm

Isabella Di Bravante


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Nombre del Personaje:

Isabella Di Bravante

Edad:

18 años

Especie:

Humano

Tipo y Nivel Social:

Clase Baja - Cortesana

Lugar de Origen:

Bolonia - Italia

Fecha de Nacimiento:

21 de Junio de 1782

Descripción Psicológica:

La naturaleza ferozmente independiente, audaz y atrevida que posee Isabella, la vuelve una chica que con dificultad se aferra a las cosas o a las personas. Es volátil, necesita de su espacio para expresarse, cuando comienza a sentirse ligeramente invadida tiende a alejarse, por lo que todas sus relaciones, son inestables (como su estado emocional) y esporádicas, pero valora a los pocos amigos sinceros que posee e intenta alimentar el afecto. Tiene etapas en las que se abstrae y se interna en su pequeño mundo de ensueños y castillos en el aire.
Ella es mucho más que una cara bonita. Inteligente e ingeniosa. Tiene una tenacidad extrema, llevando todo hasta las últimas consecuencias con el único objetivo de conseguir aquello que considera importante, pero no en las banalidades mismas que la realidad presenta, si no, en aquellas que lo merecen. Gracias a su capacidad de distinguir entre el bien y el mal, lo bueno y lo malo, lo crucial y lo circunstancial, ha aprendido a darle valor a lo que realmente es menester.
Es fuerte y sumamente apasionada por todo lo que emprende. Pero ojo, suele cansarse rápido y cuando se aburre, se acabó toda la euforia del momento. Su sentido del humor sarcástico y su rebeldía única, la convierten en todo lo contrario a lo que se pretende de una muchacha: la típica princesa de cuentos. Ella, simplemente, las odia. Le gusta luchar, ama los retos y detesta depender de alguien o algo. Isabella ve la vida a su manera, errónea o acertada, ella confía en si misma y en sus capacidades, aunque todavía está en una constante búsqueda de su propio yo, escuchado su voz interna, canalizando esa “investigación” en su hiperactividad, energía nerviosa y aptitud para realizar varias actividades al mismo tiempo.
Sumamente extrovertida, divertida, frontal y capaz. No tiene miedo a enfrentar sus defectos, todo lo contrario, los conoce a la perfección y los acepta. Sabe que es humana y que puede equivocarse, aunque hace todo lo posible para que eso no suceda. Es, también, perfeccionista y autosuficiente, y tiene un toque masculino que no le hace perder la elegancia, pero, no todo es lo que se ve, interiormente es vulnerable y ligeramente neurótica.
Tiene una sofisticada experiencia mundana, que se la atribuye a nunca haberse dejado llevar por el qué dirán y a su inclinación por meterse en problemas con frecuencia, sin embargo, sabe muy bien como salir de ellos. Es determinada y suspicaz, aunque suele ser agresiva e irónica cuando se lo propone. Peligrosamente curiosa y extremadamente seductora, jamás se queda con la duda, y sigue su intuición, la que nunca le falla.
Pero a no confundirse con su angelical apariencia, es una mujer con todas las letras, que se ha fortalecido en el dolor y que sabe muy bien lo que quiere y lo que no. Es una innovadora y acepta las nuevas experiencias en el plano en el que se presenten. Siempre está predispuesta a aprender lo que sea, y cuando se dice lo que sea, es lo que sea, con el objetivo de saciar su propia sed.

Historia:

Las contracciones le cortaban la respiración. Giovanna apoyó su mano en un árbol y ubicó la otra debajo del vientre, donde se gestaba su hija, la cual reclamaba por salir. Sintió la humedad entre sus piernas cuando rompió bolsa. Alejada del hogar en ese horario vespertino, se sintió desolada, pero debía llegar a su casa, donde su marido la esperaba. Eran una familia humilde, que trabajaban en el campo de un importante hacendado de la región, quien era el padre biológico de la niña que venía en camino. La mujer, analfabeta y hermosa como pocas, fue amante del patrón hasta que el embarazo se lo permitió. Lo había ocultado por un par de meses para que las fechas coincidieran con el regreso de Cecilio de la ciudad. Ya tenían un niño de cinco años, de nombre Genaro, que era el mimado de la Casa Grande, donde los dueños, que no tenían hijos propios por la infertilidad de la señora, se dedicaban a brindarles educación a los varones de los empleados. Cuando pudo llegar a la humilde construcción que poseía dentro de la amplitud de tierras, cayó rendida en la cama. Cecilio y una mujer, que había llegado para preguntar sobre la suerte de Giovanna, la auxiliaron inmediatamente, y mandaron a llamar al patrón, que desconocía la paternidad (aunque la sospechaba), pero era médico y fue quien controló el embarazo durante su evolución.
En el máximo esplendor nocturno, ese 21 de Junio de 1782, la joven italiana dio a luz a su hija, que salió del claustro materno con sus expectantes ojos verdes abiertos de par en par, siendo cautivada por las velas que iluminaban el reducido espacio de la habitación. El hombre que asistió el parto no tuvo dudas de que era el padre de la recién nacida al notar en su mirada, la misma expresión de su madre, aquella prematura señorita de la alta sociedad francesa que lo trajo al mundo. Hizo las revisaciones de rigor y luego de quitar los rastros de sangre y placenta del menudo cuerpito y envolverlo en una manta que apreció estaba bien limpia y perfumada, aunque era demasiado delgada para cubrir a un bebé bajo el frío crudo del invierno, lo entregó a Giovanna y Cecilio, quienes entre lágrimas le besaban las manos y los pies. El profesional preguntó cómo se llamarían, y el humilde capataz, rápidamente contestó que aún no lo sabían, y que sería un gran honor para ellos que él decidiera el apelativo. La mujer, que no emitió comentario, y el doctor cruzaron sus miradas ante el pedido del hombre, que insistió nuevamente y obligó a que sin pensar, saliera de labios del facultativo el nombre de la que fue su madre: Isabella.
La niñez la vivió entre algodones, recibiendo cuidados como si fuese la mismísima hija de los dueños, y en parte, lo era, y aunque Giovanna jamás confesó la verdad, suponía que su amante estaba al tanto de la situación. Y más si detallaba el parecido entre ambos. Pero ese secreto se iría a la tumba con ambos. Ser la consentida de los patrones fue bueno y a la vez malo, pero esto último se acentuó más. La prematura muerte de Cecilio fue un duro golpe para una Isabella que acababa de cumplir los siete años. El empleado fue muerto durante un intento de robo, en el que defendió a su empleador con su propia vida. Al poco tiempo, sin respetar el duelo, Giovanna se emparejó con otro los trabajadores, lo que le valió el rechazo de su hija, quien pasaba más tiempo con su padre biológico y su esposa, que con su madre.
Para evitar que los niños que habitaban la hacienda siguieran con sus maltratos gratuitos, Isabella, cuando tenía diez años, dejó de concurrir a la Casa Grande, y sólo iba en el estricto horario designado para la servidumbre. Dejó las clases de canto, de literatura, de costura y de cocina que recibía amablemente de mano de la Señora, y se convirtió en una más, muy a pesar suyo. A los pocos meses, Giovanna cayó presa de una peste, absorbiendo totalmente la atención de la nena, que se dedico de manera plena a los cuidados de su madre el poco tiempo que le quedó de vida. Tras la defunción, quedó a merced de su padrastro, quien la tenía a mal traer con sus órdenes, borracheras y su violencia desmedida cuando ella se revelaba. Claro que de esto nadie se enteraba, y ella justificaba las marcas de su cuerpo con algún exceso de trabajo, caída o excusa absurda, sólo por temor a que él le hiciera daño al patrón o a la patrona.
Isabella entró a la adolescencia y su cuerpo ya mostraba los signos del crecimiento. Se había vuelto una hermosa muchacha, que a pesar de su resistencia a las labores pesadas, nunca perdió la gracia adquirida en sus primeros y únicos años de instrucción. Su desarrollo no había pasado desapercibido para su tutor, que en sus peores estados de ebriedad fantaseaba con poseerla. Y llegó el día en que hizo realidad su sueño. Una noche, asaltó su cama mientras dormía, y tras golpearla para que no gritara, desgarró su castidad en sólo un segundo. Lastimó su interior y su exterior, la dejó sin habla y sin dignidad. Sació sus nefastos deseos y vació su esencia en la intimidad de una nena de sólo catorce años, que era dulce y soñadora, y que no tuvo si quiera, la posibilidad de defenderse de los feroces embistes. Quedó envuelta entre las sábanas empapadas de sudor, sangre y perversión. Con el transcurso de los días, la misma actuación se repetía una y otra vez en aquella lejana morada, hasta que Isabella se despertó de la pesadilla y amenazó con contarles a los Señores todo lo que sucedía allí. Y era una decisión tomada.
Al amanecer siguiente de la discusión, se levantó cuando el Sol daba sus primeros indicios de renacer de entre la negrura nocturna, y con sus rayos iluminaba el cielo matinal, otorgándole esos colores entre amarillentos y anaranjados, que eran adornados por las últimas estrellas que sobrevivían a su implacable presencia. De la Luna sólo quedaba un bordeado transparente, que se entremezclaba con un celeste opaco. En esos detalles se detuvo metros antes de la vivienda, e inspiró la fresca brisa veraniega, mientras a sus fosas nasales llegaba el aroma del pan recién horneado. Tenía la esperanza de que los dueños no hubieran decidido partir a hacer los paseos sabatinos. El abatimiento se hizo presente cuando Eusebio, el mayordomo, la encontró en la entrada trasera y le comentó que ya habían partido hacia la ciudad. Regresó comiendo un pedazo de torta que el hombre le regaló, teniendo la tranquilidad de que su padrastro ya debía encontrarse realizando sus tareas, y que podría trazar un plan para acabar con él. Pero esa mañana la suerte no estaba de su lado. Tras cruzar el umbral, se encontró con la figura masculina que la miraba embravecida. El olor al alcohol que emanaba, se sentía a lo largo y a lo ancho de la habitación. Notó en su torso desnudo, que su pecho subía y bajaba a causa de la excitación, que también se destacaba entre sus piernas, pero detrás de él, aparecieron dos tipos, que se encontraban iguales o más borrachos que él. Uno le dijo al otro que no pensaron que sería tan linda, y la acorralaron contra la puerta que se cerró como consecuencia de una ráfaga. Paralizada por el miedo, no podía atinar a escabullirse, tampoco a gritar. Las manos inquietas de los tres hombres se abalanzaron sobre el cuerpo de Isabella, y lo desnudaron en un santiamén. Fue violada reiteradas ocasiones por todos y cada uno, al mismo tiempo, o individualmente, con objetos corpóreos y extra corpóreos, mutilaron los pocos rastros de dignidad que le quedaban.
Despojada de ropa, lastimada y ultrajada, quedó tirada en el suelo dejando que las lágrimas empaparan sus sienes y su cabello. No tuvo noción de cuánto fue el tiempo que pasó, sólo escuchaba las voces y carcajadas, y el olor a alcohol y tabaco que se impregnaba en el ambiente. Reaccionó cuando su padrastro le lanzó ropa y ésta cayó sobre su cara. Le ordenó que se vistiera y que les cocinara. No podía levantarse, el dolor le había entumecido las piernas, lo que despertó la ira de uno de los presentes, que la arrastró del cabello hasta donde se encontraban las verduras y la quemó con la colilla de su cigarrillo para que recobrase la compostura. A duras penas logró hacer unas sopas y se las llevó. Luego del almuerzo, pidió permiso para ir a la Casa Grande, donde debía realizar la limpieza del cuarto de los dueños, pero se encontró con una rotunda negativa. En ese preciso momento, le informaron que ella se iría con los dos visitantes, con los cuales, su tutor, tenía una deuda de juego y ella era la paga. Le explicó que tendría trabajo, aunque no especificó qué. Se enojó y comenzó a gritar, alguien debía de escucharla y acudir en su ayuda, pero un golpe en la cabeza la desmayó. Cuando despertó, se encontraba en una carreta, atada de pies y de manos, y amordazada. El forcejeo fue en vano y cayó rendida por el calor de la siesta.
Recobró el conocimiento y una mujer le colocaba paños húmedos en la frente. La mareó el excesivo olor a perfumes, tabaco y alcohol. Descubrió que la fémina poseía un atuendo extravagante y el maquillaje era excesivo, las preguntas se agolparon y fueron contestadas una por una. Se encontraba en un burdel, en la ciudad de Venecia, había sido llevada por los dueños y ella, que era la madame del sitio, sería la encargada de enseñarle a hacer bien su trabajo y cómo manejarse en ese ambiente tan estricto. Sumergida en la confusión, sólo fue impulsada a levantarse y correr hacia la puerta, pero estaba bajo llave. La cortesana se dirigió de manera cordial, entendía sus sentimientos, y le explicó que sería imposible huir, que no lo intentara, porque ella no podría protegerla de las represalias. Isabella terminó cediendo ante la presencia tan maternal que emergía de esa exuberante dama. Lloró y le confesó su triste historia, y a cambio recibió caricias en su cabeza y cálidas sonrisas. Luego se dejó vestir de esa manera tan particular que tenían las prostitutas y desde su primera noche, se convirtió en la preferida de todos los que asistían allí, lo que le otorgó ciertos privilegios, como seleccionar la clientela y ser asistida por un médico cuando decidió abortar.
Jamás se imaginó que en ese oscuro lugar terminaría conociendo el amor. En una de las tantas madrugadas, sus servicios fueron requeridos por un joven que no pasaba los veinte años, de cabello oscuro y ojos negros, intensos y penetrantes. La desnudez de ambos amantes los conectó por igual, no eran un consumidor y un producto, eran un hombre y una mujer, haciéndose uno en el ritual de los cuerpos. Los encuentros se volvieron una costumbre, e Isabella se negaba a atender a otros. En una de las tantas noches, ambos se confesaron su vida. El muchacho, era un detective enviado por un hacendado de Bolonia en busca de su hija perdida hacía años, y ella, una joven secuestrada y obligada a prostituirse. Fue sólo cuestión de segundos para que el secreto se develara ante ellos. Alessandro había encontrado lo que buscaba, e Isabella se enteraba de que su patrón, en realidad, era su padre. Planearon huir, regresar a la tierra natal de la joven y casarse. Dejar atrás el pasado y construir juntos un futuro. Pero esa conversación fue escuchada por una de las tantas cortesanas que se encargaban de vigilarla, y rápidamente la denunció con uno de los jefes. Éste le pidió que investigara en profundidad, y así se enteró que en dos días, cuando el gallo cantara por primera vez, el policía la buscaría por la parte trasera del burdel y escaparían sin notarlo, todos estarían ocupados en sus respectivos lechos.
Ansiosa, esperó la hora acordada, y camuflada, salió al encuentro de su amado. Lograron hacer dos cuadras en la carreta, pero una figura en medio de la calle les hizo detener la marcha. El hombre se acercó hacia ellos y se ubicó al lado de Isabella, a la cual de un solo tirón, la bajó del móvil y la arrastró por la tierra. Alessandro reaccionó y luchó con el proxeneta, que logró reducirlo ante los ojos repletos de llanto de la joven, que gritaba para que sean auxiliados. Había quedado apoyada en una de las ruedas, y observaba en posición fetal la escena. A contra luz, pudo distinguir que de la boca del hombre, surgían dos brillantes colmillos. Ella se lo atribuía a su imaginación, sin embargo, cuando éstos se clavaron en el cuello de su amado, ahogó un grito y contempló la escena con pavura. Sabía que la siguiente sería ella, que la asesinaría con la misma brutalidad, y debía honrar la memoria de su Alessandro, y más en ese momento, que sabía que tenía un padre que esperaba por ella. Aprovechó la distracción del vampiro y corrió hasta que el pecho le ardió por la agitación. El amanecer la encontró en medio de la nada, sedienta, cansada y devastada. Se recostó a un costado del camino y dejó que la ventisca que corría le secara la transpiración. Un ruido la sobresaltó, y pudo escuchar el trotar de un caballo. Pensó que la habían encontrado, sin embargo, cuando el corcel se frenó y un anciano desmontó con dificultad, pensó que el mal sueño había terminado. Al lugareño le dio pena el aspecto de la chica, y la invitó a su morada. Dentro de la casita, se alimentó y se colocó ropa de la difunta hija de su salvador, quien le indicó que tenía unos conocidos que se dirigían a Bolonia ese mismo día. Tras un descanso de pocas horas, se encaminó con los vecinos hasta su ciudad natal. Aunque el recorrido se hizo demasiado largo, días intercambiando el trayecto entre la carreta y la montura, hasta que se atrevió a preguntar si faltaba mucho cuando las estructuras habían cambiado notablemente. Y allí descubrió dónde estaba realmente. París, Francia. Un país distinto, idioma distinto, gente distinta, todo muy alejado de lo que ella había planeado. Entró en una crisis de nervios, y la terminaron dejando sola. Vagó varios días en los que comía algo que encontraba tirado y bebía agua de alguna fuente, hasta que dio con uno de los burdeles de la ciudad. Ella era una prostituta, aunque quisiera negarlo, tres años estuvo bajo el mando del ser despreciable que había deshecho su poca felicidad y quizá en esa ciudad, donde todo el mundo sonreía, encontraría una nueva oportunidad. Tomó la decisión de volver su cuerpo su herramienta de trabajo, juntaría el dinero necesario para algún día, volver a su Bolonia querida, y reencontrarse con su verdadero padre.

Datos Extras:

Tras su llegada a París, comenzó a investigar sobre los vampiros y demás criaturas.

Aprovecha sus ratos libres para leer.

Vive en una pequeña casa mantenida por uno de sus clientes.


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Mensaje por Aifric Colfer Sáb Dic 25, 2010 9:51 pm

Ficha validada!
Re-bienvenida al foro!



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