Isabella Di Visconti

Malcriada, rebelde, problemática. Una mala combinación a la que no se le pudo poner freno porque desde siempre se le dio todo lo que ella quiso, acostumbrándola a no tener límites hasta que fue demasiado tarde para intentar ponérselos. No por ello es una muchacha superficial, aunque a ratos lo parezca, ni tampoco es que esté intentado llenar vacíos de cariño o cosas por el estilo, es sencillamente que siempre lo tuvo todo. Tan así que a veces tenía que inventarse algo que querer, meterse en problemas solo por la diversión de salir de ellos, y rebelarse frente a las cosas en que ella misma creía solo para tener algo que cuestionarse.

Fue educada como toda una dama, pero en su adolescencia no tardó demasiado en distorsionar aquello para transformarse en una eterna transgresora de las normas y usos sociales de su clase, a veces solo por el placer de ver los rostros escandalizados de las personas a su alrededor. Pero es feliz así. Siempre se le ve entusiasmada, hiperactiva y dispuesta a probar cosas nuevas por más descabelladas que parezcan.

A veces le cuesta un poco controlar su lengua, así que no son pocas las ocasiones en que acaba hablando de más, quizás por una mezcla entre una ingenua sinceridad y una impresionante falta de tapujos. Prefiere hacer enfadar a otros antes de quedarse callada, porque sí, es bastante orgullosa como para dejar que alguien le pase por encima, independiente del tema que se trate. Y como es obvio, esa tozudez la ha metido en incontables problemas, pero la mayoría de la gente tiende a atribuírselo a su inmadurez. Y es que es cierto, Isabella puede pasar de los juegos de adultos a las niñerías en un abrir y cerrar los ojos. Por eso es que muchas veces no se le toma demasiado en serio, o por lo menos no más de lo que se tomaría en cuenta a una mascota revoltosa, que es como la han catalogado en varias ocasiones. Y ni ella podría haber adivinado que aquello se iba a volver irónicamente literal.

Hace casi dos décadas en plena Roma nació Isabella, en el seno de una de las familias más nobles de Italia, una que había sufrido y esperado mucho para tener algún heredero, de hecho sus padres ya bordeaban la edad los cuarenta años, motivo por el que no hubo recriminación alguna ante el hecho de que no fuera un varón el encargado de continuar con el apellido. Al contrario, desde bebé se le crió con tanta atención y amor que de ser consciente de ello le hubiese resultado agobiante.

Por esos años, la villa de sus padres se llenó de colores y alegría. Era el entorno perfecto para crecer, pero de cierto modo, no dejaban de ser unas cuatro paredes fuera de las que solo había un mundo desconocido para ella, y fue así como hasta los diez años por primera vez supo que había algo más allá. Lamentablemente no fueron sus padres quienes le enseñaron ello, porque empecinados en mantenerla en aquella burbuja ni siquiera la habían presentado formalmente al resto. Fue una mera travesura, el seguir a una de las doncellas que cuidaban de ella mientras se escapaba para encontrarse con un hombre, o eso parecía por la voz que la llamaba detrás del muro que no tardó demasiado en escalar por la enredadera.

Nunca se lo contó a nadie, y tampoco intentó repetir esa hazaña por el miedo a no saber lo que había fuera. Pero al mismo tiempo fue aquello el detonante de su curiosidad. Insistió hasta el hastío de que quería ver lo que había fuera, y sus padres jamás le habían negado nada salvo aquello, haciendo que la niña obediente y educada comenzara a rebelarse de a poco a sus designios más cotidianos.

De la nada pasó a ser una mocosa malcriada, tanto que hasta la servidumbre veía su paciencia sobrepasada, lo suficiente como para comenzar a entramar rumores respecto a la niña y al motivo por el que sus padres no le permitían salir de la villa. Se especuló tanto que por miedo a las consecuencias sociales y económicas que tendría para el imperio que le heredarían a Isabella, decidieron por fin presentarla al mundo, y no había mejor ocasión que una gran fiesta para el debut en sociedad de las hijas de una familia con quienes llevaban importantes negocios.

Pero ya tenía quince años, y no había consejo alguno que pudiese ayudarla a salir con la cabeza en alto de una situación como esa, donde los focos lejos de estar en las muchachas que serían presentadas estaban sobre ella y los malintencionados rumores que se habían esparcido ya por todo el salón. Ni siquiera se molestaban en fingir o cambiar de tema cuando estaba cerca. Escuchó cosas horribles, desde que no había nacido sana hasta que estaba poseída por algún demonio, pero lo que realmente dolió fue que dijeran que sus padres la mantenían como si fuese una mascota, una a la que alimentaban, adornaban y mimaban porque era demasiado tonta para ser siquiera considerada una persona.

Lejos de llorar y huir del lugar, pensó que si eso creían de ella, les daría verdaderos motivos para que pudieran creerlo abiertamente ¿Y las mascotas a veces armaban desastres, no? Le coqueteó a uno de los jóvenes que habían asistido también, y acabó por convencerlo que le prestara sus ropas, así que no tardó en presentarse nuevamente en el salón en pantalones y camisa. La reacción era obvia, pero ella continuó paseándose por el lugar como si nada, sonriendo y saludando, de hecho nadie intentó detenerla, probablemente porque estaban demasiado anonadaos como para decir nada. La recepción continuó y aquello no se convirtió en más que una anécdota, al menos para ellos.

Desde ese entonces se dio cuenta no tenía por qué seguir reglas tan inútiles y aburridas, que el mundo era un lugar que muchos desaprovechaban solo para mantener una fachada de nobles y educados, cuando por dentro o se morían de ganas o directamente probaban aquellos de aquellos placeres que no estaban bien vistos. Podían ser todo lo hipócritas que quisieran, pero ella no.

Se vio envuelta en escándalo tras escándalo, tanto que hasta la opción de un internado o un convento fueron barajadas por sus padres, pero la querían demasiado como para coartarle aquello, y pese a los límites que trataron de imponerle ya era demasiado tarde. No veían ninguna forma de detener esa vorágine que consideraban autodestructiva. Salvo quizás una.

Su abuela paterna tenía una enorme mansión en París, una que se había visto abandonada una vez que la mujer se vio incapaz de vivir sola, así que no tardaron en darle las noticias. Partía a Francia a hacerse cargo de la mansión para el día en que contraería matrimonio. El prometido ya había seleccionado aunque nada se había firmado aun, y para bien o para mal era alguien a quien conocía bastante. A primeras no supo cómo reaccionar, estaba claro que no iba a dejar que la casaran así como así, pero París se veía como una prometedora forma de escapar, por lo que terminó aceptando, aunque tampoco es que tuviese opción.

Nadie podría haberse esperado lo que sucedió luego. Ya en París y habiendo dejado todas sus pertenencias en un hotel, partió en búsqueda de la dichosa mansión, nada más porque le entusiasmaba ver todo lo que podría hacer con ella. Pero era tarde, y encima un mal día. Ni siquiera alcanzó a llegar al lugar cuando la calesa en que iba fue embestida por un enorme animal, o debió serlo como para volcarla sin mayor ayuda. Un golpe en la cabeza y no supo nada más hasta el anochecer del día siguiente. El conductor de la carrosa, los caballos, todos yacían descuartizados alrededor. Y si ella había salvado con vida era por poco, porque tanto su cuerpo como sus ropas se veían ensangrentados y desgarrados, toda su nívea piel estaba llena de lo que parecían ser arañazos de aquel animal.

Algo era diferente, pero la noche y la luna llena no tardaron en aparecer, haciendo que volviese a perder la consciencia de sí misma. Esta vez cayó agotada en la entrada de una residencia, con la esperanza de obtener ayuda, pero era de madrugada y nadie salió, por lo que se quedó ahí dormida, acurrucada como un animal, porque era eso en lo que se había convertido.
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- Apenas tiene consciencia de lo que es, por lo que tiene poca o nula capacidad de controlar su condición
- La casa a la que llego malherida coincidentemente es la mansión de su abuela, que actualmente ha sido ilegalmente ocupada como casa de acogida
- Llegó a un trato con el hombre que sería su prometido, a quien también le era conveniente un falso compromiso, y es con quien vive ahora dado que tienen una extraña relación de amistad
- Le encantan los vestidos, pero desarrollado también un gusto por la ropa de hombre, que con ciertos ajustes le sientan especialmente bien
- Siempre aparta las hierbas verdes de su comida porque le dan asco
- Tiene un perro de raza Volpino Italiano llamado Cane (perro en italiano) y un Bichón Maltés que irónicamente se llama Gatto (gato en italiano)