Alessa Von Bükert

Seria, fría y evasiva. De temple impenetrable, carece de afectos por seres ajenos a su contexto. Sucumbe a los pecados carnales siendo débil, salvaje y pasional únicamente a puertas cerradas. Estratega por naturaleza, y guerrera en ocasiones que lo ameritan, vaga por el mundo de las sombras y el diurno en busca de saciar placeres momentáneos. Algo caprichosa con sus deseos debido a haber sido consentida la mayor parte de su vida. De carácter hedonista, y selectivo, elige a sus víctimas en orden a sus defectos, los encuentra deliciosos. Supone internamente que haciéndolos suyos, hará del mundo que la rodea un lugar mejor, aunque después de cada sorbo se ría de aquel vano pensamiento. Escéptica e incrédula.

Alessa Nació en octubre del año 1308 siendo la primera hija de Eduardo II con Isabel de Francia, se mantuvo su nacimiento y existencia en secreto ya que dados los antiguos protocolos se precisaba un primogénito varón. Era menester ocultar a la pequeña ya que si la corte averiguaba las fechas de su concepción, se llegaría a la conclusión que la reina había contraído justas nupcias ya embarazada de la pequeña princesa, lo cual sería un escándalo en la monarquía inglesa, por lo que nunca se negó la conexión familiar con ella, pero su apellido mutó.
En el invierno de 1326, Alessa Von Bükert enfermó súbitamente a la edad de 18 años, sus febriles estados y delirios sugerían a los miembros del castillo que pronto deberían preparar las ceremonias fúnebres. Pero una noche de tormenta, mientras la violenta briza alborotaba los cortinales de su recámara, y la nodriza dormitaba en la mecedora, Eduardo III, su hermano (quien al año siguiente tromaría el trono de su padre Eduardo II), ingresó silenciosamente con un acompañante.
Alessa sumida en sus típicos estados febriles, apretujando las satinadas sábanas, se retorcía de dolor e incomodidad. Ajena a su contexto, y sin importar lo que se hallaba delante sus ojerosos ojos, despeinaba su larga cabellera gimiendo molesta.
Su hermano asintió una vez en dirección al encapuchado extraño, quien lentamente y sin despertar a la nodriza se aproximó a cama de la joven. Los truenos y relámpagos iluminaban intermitentemente a la recámara, mientras Alessa de un lado a otro murmurando desparramaba las impolutas y sudadas sábanas. El ambiente se tornó lúgubre, y la angustiada expresión del príncipe atestiguaba lo que vendría.
A un lado de la cama, de rodillas, el extraño atrajo hasta sí a la princesa, y develando su rostro, quitó la capucha descubriendo a un pálido y atractivo sujeto de ensortijado cabello rubio… un sonoro estruendo seguido de un lumínico relámpago hicieron brillar dos punzantes colmillos, agujas que fueron lentamente clavadas en el porceláneo cuello de la enferma muchacha. Fueron abriéndose paso lentamente por la piel, clavándose y penetrando la epidermis, hasta que gotas carmesí empezaron a resbalar manchando las sabanas y el rostro de su victimario. El sujeto mordió su propia muñeca, dejando que el mismo líquido rubí empezara a supurar, y extendiendo el brazo en dirección a la muchacha, sujetó las mejillas de la misma obligándola a abrir sus labios para beberla.
Las violentas convulsiones de la joven provocaron el temor desenfrenado de su hermano, la sonrisa cómplice de su victimario, y el despertar de la anciana nodriza, quien fue detenida de brazos por el príncipe para que no interfiriese con la salvación y condena de Alessa. Esa noche… con el cese de la tormenta, y las últimas gotas de lluvia, había nacido de nuevo, sensual, salvaje y hambrienta, bebió el elixir de vida de la mujer que la cuidó desde niña, consagrándose de ese modo, como un ser nocturno.
Eduardo III al observar a su hermana devorar sin piedad a la anciana, atemorizado abrió de par en par sus ojos, y decidió internamente que la vida de la joven no sería distinta, la amaba demasiado como para dejarla morir, y ella sería la misma princesa oculta en las doradas paredes del castillo londinense, el secreto se heredaría de generación en generación para no ser develado jamás.
Por las siguientes centurias el misterio se mantuvo intacto, haciendo que los sucesores al trono continuasen, y que los mismos resguardaran la verdad a la luz de los súbditos. La princesa reinaba a puertas cerradas, y marionetas de carne llevaban a cabo las actividades protocolares que sucedían a la luz del día.
Durante décadas Alessa peleó batallas por su hermano y el trono inglés.

* Posee un tatuaje del escudo real nocturno en la parte baja de su espalda
* Porta consigo siempre un antiguo collar obsequiado por sus padres, un anillo de su amado hermano, y una antigua espada familiar de doble filo con la que peleó batallas por su reino.
* Sus ojos mutan de celeste a rojizos cuando está bajo la sed de sangre o batalla.
* Gusta de la música, y por ello, desde temprana edad, aprendió a tocar el piano convirtiendo a dicho pasatiempo, en una pasión.