El abrazo de los árboles (Alessa)

Sosteniéndola con viril fuerza, cada palpitación y el tiritar de su gélido cuerpo, contenía las ambiguas sensaciones que lo posesionaban. Sentía imperiosos deseos de oprimir la fina garganta de la joven hasta producir el resquebrajar de los frágiles huesos, mientras que por otro lado la urgencia de palpar cada centímetro de la figurilla que se reflejaba en el transparente vestido le truncaba la respiración.

Las guerras santas habían dejado indelebles huellas en la historia, la contienda entre razón y dogma era la novedad más reciente, más en el círculo anómalo del que ambos provenían, las disputas principales afloraban entre la disparidad de castas y noctámbulas razas.

Era casi absurdo que pudiera ultrajar mentes a diestra y siniestra más no la impenetrable psiquis de quien tenía en frente. Aquella insólita mujer, proveniente de la niebla más profunda y la oscuridad más perenne, había bloqueado su don más efectivo y se jactaba con altiva expresión de ello. La sed de saber, la agonía de jurar ya conocerla, llevaron a que la vampira respondiera en furia desmedida mostrando sus letales colmillos, y rugiéndole al rostro.

-¿¡Cómo os atrevéis a tocarme, funesta criatura de casta inferior…!?-

Tras forcejeos sobre el desparejo y lodoso terreno, Anthian fue despedido de un brutal golpe, provocando un crudo estampar del cuerpo sobre la dura corteza de un árbol, por un instante perdió el aliento seguido de un exhalo de dolor, para caer tendido sobre las sobresalientes raíces del suelo.

Yaciendo sobre la tierra, y sin dolor alguno se permitió pensar en lo divertido y extraño de la situación, pudo haberla tomado en brazos y ultrajar su fiereza, pero le parecía más entretenido prolongar la diversión unos instantes más antes de que su naturaleza casanova ingresara en el contexto. Oía los sarcásticos comentarios de la joven, e internamente sonreía, pues para él jamás había sido problemático tener a la mujer que quisiera bajo sus pies luego de haber producido el cortejo pertinente.

Estaba tan acostumbrado a conquistar el corazón de cuanta dama le provocara un reto nuevo, que la resistencia de la noble, le sugería una invitación más a sus fechorías... más aun cuando alborotaba tanto de él. Hubiera querido expresarle cuan cómico le parecía todo, cuando antes de emitir el comentario burlista, una hoja plateada brilló ante sus ojos, depurando la idea de que se hallaba frente a una indefensa criatura divina.

Sin duda no se habría equivocado en sentir miedo y atracción por ella, aun cuando no recordara en qué circunstancias la había conocido.

-Ciertamente debéis saber…- dijo ella mientras seductoramente rozaba sus labios rojos contra los de Anthian -que la simple idea de que alguien de vuestra cuna inferior, ataque a reales familias, ha sido considerada herejía… desde tiempos inmemoriales- El bajo tono de la voz, junto con el reflejo de la hoja enfocando ambos rostros, habían provocado en el joven una suerte de epifanía, debía poseerla, aun cuando alguna fuerza ignota le advirtiera que se mantuviera lejano.
La vampiresa repentinamente mutó de semblante, la respiración se tornó más inextricable, hasta que de aquellos pétalos carmesí, funestas palabras salieron a la luz:

-Eres… mi creación-

La ira que recorría cada parte celular de su ser, se tornaba lentamente en una cólera visceral. La confusión… espectro oportuno en las lagunas de tan antiguos recuerdos, habían mantenido una venganza sanguínea en Anthian, quien había jurado entre las cenizas de sus padres que resarciría al culpable, el dolor, las penurias, y tormentos que tuvo que pasar desde entonces… más allá del mundano sufrir, destruiría al causante de haberlo convertido en un ente pecaminoso e inmortal.

-Creación… creación… creación – eran las palabras provenientes de esos labios que no dejaban de azotar la mente del noble, quien en tembloroso shock oprimió sus manos sobre la espada abriendo una tajante herida en sus palmas mitigando la fuerza de la vampira. Quien con mirada turbia aumentaba la respiración mientras retrocedía en amplios pasos.

Laphond Voit rememoraba la casa noble caída, el ador de su cuerpo cuando la trasformación llenaba cada vena, las cenizas de sus padres, y emitiendo un rugido ensordecedor dirigió su certero puño en contra de Alessa, quien en reacción instantánea lo desvió elevándose sobre los árboles. Las afiladas garras del vampiro, solo atinaron a rasgar la falda del vestido arrancándola de su portadora.

Enceguecido de rencor, se arrancó la vestimenta del pecho provocando que los botones salieran despedidos de la blanquecina camisa bordada. Como un animal trepó el árbol en dirección a “su creadora” deshojando cada rama a medida que iba subiendo por ellas. Alessa aún anonadada se permitía únicamente saltar de macizo en macizo para no arremeter en contra de él. Anthian recordaba de manera confusa la transformación, pero jamás justificó a su asesina, pues lo había condenado a una eternidad de soledad y sangrienta necesidad de vidas.

-Tú…- Dijo irascible abalanzándose sobre la vampiresa mientras la despojaba de un ademán de los retazos de vestido que aún la cubrían. Desnuda, ella parecía no querer defenderse, más el no reparaba en ello, cayendo en dirección al suelo, Alessa empuñó con fuerza la espada ladeándola firmemente mientras ambos filos cortaban sin querer el rostro y pecho de Anthian… ante el dolor rugió hacia el rostro de ella, impactando ambos por fin el suelo en un golpe seco, él encima de ella amortiguó la caída, mientras las estalactitas de hielo que se forjaron en las rocas con filosas puntas, atravesaron los hombros y pecho de la vampira.
La espesa sangre de Laphond Voit se precipitaba en forma de gotas rubíes sobre el bello rostro de Alessa, quien en acelerada respiración no emitía movimiento en contra de él.

-¡Maldíta seas!- dijo oprimiéndole el cuello con tembloroso pulso -¡¿Por qué no te defiendes, acaso osas burlarte de mí?!- repetía mientras lágrimas de rencor resbalaban por las abiertas y expuestas heridas de su rostro provocando un leve ardor en el ya punzante dolor.
-¿Acaso negáis haber arrebatado la vida de todos los míos sin piedad alguna? ¿Negáis haber sido la portadora de tal devastación, haber arrojado la casa Laphond Voit al olvido? – acusó angustiado
Pero ella, entre la frustración y violencia, dirigió una cálida sonrisa hacia él… diciendo en imperativa tonalidad:
-Detente…- suave e hipnótica la voz ordenó, mientras la fuerza de Anthian se detuvo, más el pulso aún le temblaba. La furia no había disminuido pero por alguna razón sucumbió instantáneamente a la demanda de la vampiresa.