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tro día, otra danza de espadas para ganar el respeto de mis vasallos. Por mucho que trate de evitar las multitudes, mi deber como Rey requiere que asista a estos eventos sociales que parecen no terminar jamás y no llegar a ningún lado. No puedo evitar sentirme como un extraño en mi propia corte, rodeado de personas que solo me ven como el bastardo al cual su padre legitimó en el último momento y no como un hombre digno, no como un igual ni mucho menos como su monarca.

A veces envidio a mi padre, quien tuvo un corto reinado y pudo descansar de este nido de víboras. No ansío la muerte, pero mentiría si dijera que no preferiría dedicarme más a sus estudios que a oír peticiones absurdas de un montón de vejestorios incapaces de ver más allá de lo que los enriquece directamente. Quisiera hacerles ver que educar al pueblo no irá en su contra, sino en su beneficio, que cada página que un niño lee lo aparta un paso más del mal camino, pero ¿cómo lograrlo? Cada día es más difícil recordarme a mí mismo que soy yo quien debe aprender a liderarlos y no al revés. El papel de la monarquía ha evolucionado, y yo también estoy llamado a ese proceso. No puedo simplemente esconderme y descuidar mis deberes.

Pero, oh, cómo añoro la soledad. Soy más feliz cuando estoy solo. Solo mis pensamientos y acompañado de mis textos. Tal vez un poco de práctica con el arco antes de terminar la jornada, para apagar la mente. Los cortesanos se burlan de mí a mis espaldas por mi falta de gracia social, pero he construido una pared para que sus cuchicheos maliciosos no me hagan tambalear. Si hiciera un recuento de lo que más me ha afectado en mi vida, ellos no estarían ni en los veinte primeros lugares. Así que si lo necesitan para sentirse hombres, que persistan todo lo que quieran. Necesitarán mucho más para quebrantarme.

Me pregunto si hay alguien en este reino que realmente me entienda. Mi hermana y mi madre son quienes más se acercan, aunque Orsolina se extralimita con frecuencia y mi madre busca hacer reflotar emociones que no me acomoda compartir. Quizás sea culpa mía por no esforzarme en conectar con los demás, pero me cuesta relacionarme con personas a las que solo les interesa obtener algo de mí, aunque tenga lógica que así sea.

Debo hallar una solución a esta situación. Mis consejeros me han insistido por años en que contraiga matrimonio, institución a la que he rehuido por años. Tal vez mi tiempo de racha se haya agotado, pero no es tan fácil como casarse y yo. Debo ser muy cuidadoso a la hora de elegir cónyuge, medir qué alianza busco con este enlace y a qué obligaciones me sujeto. Para un rey, su matrimonio nunca es de dos.

Quizás algún día encuentre un alma gemela, alguien que comparta mi amor por la soledad y la contemplación. Hasta entonces, continuaré cumpliendo con mis deberes como Rey, pero siempre sediento de la paz y la tranquilidad de mis aposentos privados.

Atentamente,
Rey Ischirione I de Italia