Libertinaje en la corte (muerte y resurrección) [2/?]

Corte real, 28 marzo 1524

- Señoritas, hoy es un día muy especial para la corte, y por ende para todos nosotros - comenzó a decir uno de los consejeros reales a todas las doncellas que estábamos presentes.

Eramos diez, de diferentes edades. Yo estaba más o menos por la mitad. Las más mayores se encargaban del buen cuidado de la reina Juana, ya que esta odiaba a las doncellas que aún estuvieran en edad de engendrar debido a las aventuras de su ahora difunto rey Felipe I, mi padre. Las mas jóvenes se dedicaban a todo tipo de labores y las experimentadas, de que las jóvenes hicieran bien sus labores.

- Como todas sabéis. Tenemos el placer de recibir a su majestad Isabel de Portugal la que desposará a nuestro queridisimo rey Carlos I - siguió informándonos aunque ya todas conocíamos dicho evento - Debemos ofrecerle el mejor trato posible para que su felicidad sea plena al retornar a su tierra - todas asentimos y pareció satisfecho - Vuelvan a sus labores - dijo finalmente - Catalina y Maria, esperen un momento - nos informó Miéntras las demás iban saliendo por la puerta.

No me extrañó que nos parara. Ambas teníamos un aspecto más bien deplorable: se nos habían pegado las sabanas. Pelo enmarañado y encrespado, ojeras, el vestido colocado de una manera rápida y sin cuidado. Y es que hacía un par de horas, en la bodega, aquella doncella y yo habíamos estado retozando alegremente, satisfaciendo nuestro deseo entre barriles de vino.

- Esto es intolerable - se dirigió a nosotras en un tono agresivo y visiblemente enfadado - ¿Creen que es modo de presentarse?¿Con semejante desfachatez? - ambas bajamos la mirada. Yo por educación, ella por vergüenza.

Haría poco más de dos años que aquella chica había alcanzado la madurez y yo, ya experimentada , no tardé demasiado en hacerla caer en mis redes. Parecía tan mona, con sus cabellos rubios, sus ojos verdes, su sonrisa inocente... Todos somos diferentes sin ropa, sin tapujos, y con una mano acariciando nuestro sexo. Pero claro, esas imágenes me la guardo para mi.

- Espero que sea la última vez - supuse que se refería a Maria, para mi ya habían sido demasiadas últimas veces - Maria, marchate - la indicó para quedarse a solas conmigo.

La rubia me miró una última vez antes de salir por la puerta. En el momento en que lo hizo yo me relaje, dejando a un lado las etiquetas y las formas. El consejero se acercó a mi, yo me mantuve impasible ante su presencia.

- Lo has vuelto a hacer ¿No es cierto? - el brillo se marcaba en sus ojos, un brillo lascivo y morboso.

- ¿Tanto se nota? - fue mi respuesta mientras me apartaba un par de mechones que me tapaban la visión.

- No me hiciste llamar - me recriminó.

Desde que, debido a mis descuidos, fui cazada mientras me acostaba con una doncella, el único modo de mantener el silencio en los labios de aquel consejero había sido avisándole de mis andanzas.

- Surgió, no tuve tiempo - me defendí.

- Sabías que esta me interesaba en especial - me reprendió de nuevo.

ya estaba cansada. Que me viera acostándome con otras damas era una cosa, que el eligiera era una muy diferente. No estaba dispuesta a soportarlo.

- Si tanto te interesa. Seducela y llévala a tu alcoba - respondí malhumorada, algo que le gustó menos a el.

- No me hables así Catalina - dijo - Si aún no has sido azotada y entregada a la inquisición por libertina es porque mi silencio se mantiene - me amenazó.

- O porque aún hago que cada noche tengas una imagen con la que manchar tus sabanas - le respondí altiva. Luego simplementeble le dejé allí.

"¡Zas!¡Zas!" el cuero del látigo rompía el aire con su paso rápido y desenfrenado hasta la espalda de la joven, cercenando y abriendo la piel de esta, haciendo que la sangre corriera por la espalda.

El padre Salomón daba vueltas alrededor de ella mesándose una espesa barba y mostrando un gesto de preocupación en el rostro.

- ¿Es suficiente ya, padre? - preguntó el ejecutor del castigo.

El hombre, que estaría cerca de los cincuenta, paró un segundo y miró a Maria mientras pendía atada de manos al techo. Su rostro lucía cansado, apagado. En sus mejillas se marcaban dos surcos por donde antes había lágrimas. Se acercó a ella y la levantó la cabeza para que le mirara a los ojos.

- Esto no tiene porque continuar - comenzó a decirla en un tono calmado, neutro - confiesa y serás perdonada.

Maria le miraba intentando contener el flujo de lágrimas que le volvía a surgir.

- ¡¿Qué quieres que confiese?!¡¿Yo no he hecho nada?! - se defendió.

- ¿Has yacido de manera impura, lejos del sacramento matrimonial y con una persona de tu mismo sexo? - una pregunta clara y concisa. Una pregunta que me hizo agachar la mirada, pues yo había sido el origen de todo eso, pero no el combustible.

Las demás doncellas hacían lo propio por evitar ser espectadoras de aquella barbarie y apartaban la mirada del espectáculos. La única que había aguantado era yo. Era estupido pero, pensaba que de algún modo Maria se sentiría apoyada al menos.

- No - mintió rotundamente y sin vacilar.

- Ummmm - murmuró el padre visiblemente defraudado - Continua - le indicó al verdugo.

Y así volvieron de nuevo los latigazos y los gritos de dolor que llenaba la pequeña celda practicada en la piedra. Por suerte no duró mucho más.

- ¡¡Para!! Para por favor... - consiguió articular haciendo acopio de todas sus fuerzas.

El padre levantó la mano y la tortura cesó. Volvió a acercarse a ella.

- ¿Qué pasa? - se dirigió de nuevo a ella.

- Lo hice, ¿vale? - confesó.

- ¿Qué hiciste? - la insistió.

- Yací con una mujer - admitió ante mi mirada tornándose ligeramente asustada.

- Ves, no era tan difícil - contestó sonriente, pero su sonrisa no era precisamente inocente - Confiesa tus pecados y serás perdonada. Dios es misericordioso - levantó la mano a su verdugo y le dio la orden de soltarla.

Maria cayó al suelo cansada y dolorida. Parecía sorprendida de que hubiera sido tan fácil. Incluso se permitió devolverme la mirada con un brillo esperanzado.

- Ahora, tu penitencia - su mirada cambió ahora que sabía que no había acabado. Que faltaba una ultima parte - Cortarla el pelo, despojadla de cualquier alhaja y privarla de cualquier titulo que pudiera poseer su familia.

- ¿Porqué? - pregunto Maria mientras estaba hincada de rodillas en el suelo.

- Dios perdona, pero nosotros no estamos libre de castigo - dijo sintiéndose indulgente con aquella chica.

Yo no aguanté más y abandoné la habitación: sabía donde debía ir.

Subí las escalera y enfilé el pasillo. Caminé hasta el fondo y di un par de giros de esquina. Otro pasillo largo... La verdad es que no se si alguien me habló durante el trayecto, sólo se que fui consciente de que había llegado y nada más.

Empujé la puerta y entré con paso firme haciendo el ruido suficiente para que mi llegada no fuera imprevista. El consejero estaba sentado en su mesa, llevaba una pluma en la mano y parecía completamente sumido en sus labores. Obviamente, mi presencia no paso desapercibida y se giró a mi llegada, sorprendido.

- Catalina ¿Qué... - no llegó a terminar la frase antes de que tuviera el honor de sentir mi mano marcando su mejilla - ¿Qué te ocurre?

- No te hagas el tonto ¿Porqué has atacado a Maria?¿No quiso ceder ante ti? - le reprendí.

- No se de que me hablas. Alguien la habrá denunciado por estar desviada - dijo escurriendo el bulto - Todos pagamos nuestros pecados.

- ¿Es un castigo para ella o para mi? - pregunté.

- Ya te he dicho que yo no he sido. Además jamás te haría daño - alegó intentando calmar mis ánimos.

- ¿Y eso porqué? - decidí acabar con aquel juego y sacar su verdad a la luz. Una verdad que jamás me había atrevido a demostrar por miedo. Un miedo que no estaba dispuesta a que tuviera el poder de usar.

Me acerqué a él sugerentemente mientras lo decía y el se levantó y se separó de mi. Jamás me había tenido tan cerca y parecía que eso le ponía nervioso.

- Pues... porque llevamos
... conociéndonos mucho tiempo - se le atragantaban las palabra en la garganta mientras pegaba mi cuerpo al suyo y una pared le impedía seguir para atrás. Me sacaba una cabeza y a la vez que le miraba desde abajo, le ofrecía una visión sugerente de mi escote bien realzado con un corsé - Te tengo mucho... aprecio....

- ¿Aprecio dices? - usé mi tono más sensual - Di la verdad. Me deseas... - deslicé mi mano a su entrepierna para comprobar que mi actuación no había quedado impune.

- Control... controlate Catalina - intentó frenar mi impulso pensando que iba no serio.

- ¿Crees que cuando me ves yacer con esas doncellas no se que lo que deseas es ser tú el que está encima de mi? - no dijo nada pero notaba la dureza en su pantalón - ¿Crees que no se que cuando fornicas con tu esposa sólo deseas susurrar mi nombre? - noté como tragaba saliva sonoramente.

Masajeé su entrepierna con  más ímpetu y noté como poco a poco se iba rendiendo al placer, ese era el momento. Me pegué a su cuerpo y le susurré suavemente.

- Pero... ¿Sabes qué? - hice una pequeña pausa en la que humedecí mis labios pasando la lengua ante su mirada perdida en el deseo - Jamas me tendrás ¿Entiendes? - cambié el masaje por un apretón que le hizo retorcerse en su posición - Si vuelves a tocar a una de mis chicas, te los cortaré mientras duermes.

- mmmmfffgggg... - decía mientras luchaba contra el dolor.

- Ya hablaremos de Maria.