AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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My tears ricochet
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My tears ricochet
París, Francia.
Mayo, 1843.
19:00
24 °C
Mayo, 1843.
19:00
24 °C
El día había sido particularmente nublado, y la joven renesa se encontraba durante esa noche en un evento de la alta sociedad en el que había sido invitada como representación del ducado de Bretaña, que ostentaban sus padres y que pasaría a sus manos una vez que se uniera en santo matrimonio con su prometido. El primogénito de los Wittelsbach, duques de Baviera del Sacro Imperio Romano-Germánico. La idea no le agradaba en lo absoluto, no obstante, comenzaba a asimilarla un poco más y ya se preparaba psicológicamente para lo que se le venía encima. La idea de unirse en matrimonio con alguien más le desagradaba de sobremanera. Sólo había una persona con quién había soñado hacerlo, pero aquello era imposible y posiblemente jamás volvería a verle de nuevo.
Se encontraba la bretona en compañía de un conde de Países Bajos, con quién conversaba plácidamente acerca de ciertos asuntos relacionados con la aristocracia francesa. Era su primera vez en territorio galo y la muchacha, con disposición, amabilidad, inteligencia y elegancia, hacía lo propio poniendo al día a dicho hombre sobre parte de las grandezas del reino. Por otro lado, su madre Khlöe d’Vandières-Kölh, duquesa de Bretaña, se encontraba conversando con otras damas de la alta sociedad europea, entre las que destacaban a unas nobles inglesas e italianas.
Se celebraba, durante aquella noche, el santo sacramento del bautismo del primogénito de un barón de la región de Normandía, cuyo acto fue realizado en la Cathédrale Notre-Dame y oficiado por una alta autoridad eclesiástica de renombre. La noche parecía ir desenvolviéndose con tranquilidad, pero la rubia sentía cierta inquietud, no sabía exactamente a qué retribuirle tal sentimiento. No la estaba pasando mal en la velada, ni mucho menos el ambiente era desagradable, todo lo contrario. No obstante, sentía un extraño sentimiento.
Su padre, el duque, no se encontraba presente en dicha ocasión ya que debió atender unos asuntos al sur del ducado del cual era titular, sin embargo, llegaría a la velada pero posiblemente horas después o quizás llegaría directamente a la residencia familiar en la capital francesa, aún no estaba definido.
Rato más tarde, Lilith fue abordada por algunas señoritas a quiénes conocía desde la infancia y con quién había tenido el agrado de pasar gratos momentos jugando en su momento. Una inmensa sonrisa le invadió el rostro cuando se hicieron presentes, y no tardó mucho rato en integrarse en el grupo. Con suerte lograría despejar un poco su mente y sus pensamientos que, se encontraban inquietos con anterioridad. Las tres señoritas, se dirigieron hacia un extremo del salón, muy cerca de uno de los ventanales de la edificación y comenzaron a conversar plácidamente.
Al cabo de un rato, fue evidente para la joven renesa, que su madre fue abordada por uno de los sirvientes con lo que parecía ser una misiva en sus manos, y que la mujer, luego de apartarse un poco de la multitud, abrió la misma y comenzó a leer. La muchacha se quedó observando la escena, y pudo visualizar de inmediato que el rostro de su madre cambió drásticamente. No obstante, su atención fue llamada nuevamente por las jovencitas, quiénes entablaban conversación con ella y le distrajeron nuevamente. Minutos más tarde, la renesa fue abordada por uno de los sirvientes de su propia casa noble, quién le indicaba que su presencia era solicitada por su madre a la brevedad posible. De inmediato, la muchacha siguió al hombre, quién la guiaba hasta lo que parecía ser un salón próximo al lugar donde se llevaba a cabo la celebración.
Al llegar allí, y luego de que hubieran sido invitados a pasar, la bretona visualizó a su madre sentada sobre un gran sofá, invadida en lágrimas y bastante alterada. La rubia se impresionó con la escena y se acercó rápidamente hasta su madre. Se acuclilló frente a esta y tomó sus manos con firmeza ― ¿Qué ocurre, madre. Por qué lloras? ― preguntó la muchacha con evidente preocupación, mientras dirigía toda su atención hacia su progenitora. Esta no paraba de llorar, y parecía ser imposible para ella poder articular palabra alguna. Desde la derecha, se hizo presente uno de los anfitriones de la velada, el padre del niño que había sido bautizado durante la tarde de aquel día. Quién con un rostro evidentemente afectado, agachó su mirada y tendió su mano hacia la rubia. Esta última se encontraba evidentemente confundida pero a la vez bastante preocupada por el estado de su madre. Tomó la mano del hombre y se puso en pie. Este por su parte, tomó ambas manos de la muchacha y suspiró sonoramente ― Mademoiselle, es mi deber informarle que, lamentablemente, vuestro padre ha perdido la vida hace un par de horas. Ha sido asesinado en las afueras de la ciudad, cuando estaba a punto de llegar a su destino, la ciudad de París ― mencionó el hombre, cabizbajo. Su madre por su parte, lloraba aún más fuerte, desconsolada.
La muchacha se quedó petrificada, y de inmediato, algunas lágrimas comenzaron a descender desde sus ojos rápidamente. No podía pronunciar palabra alguna, le faltaba el aire, su delicado cuerpo, comenzó a temblar. Dirigió su mirada hacia su madre, y esta no paraba de llorar. De nuevo, volvió a dirigir su mirada hacia el barón, y el rostro ensombrecido de este, confirmaba que las palabras que había pronunciado, no eran producto de su imaginación. Y solo en ese momento, las fuerzas le fallaron.
Lilith d'Vandières- Realeza Inglesa
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Fecha de inscripción : 15/05/2022
Localización : París
Re: My tears ricochet
Palacio Real, París, Francia.
Mayo, 1843.
11:00
26°C
Mayo, 1843.
11:00
26°C
Dos días más tarde desde que recibió aquella noticia que terminó por destrozar su corazón, no había tiempo que perder para los revoltosos que buscaban desestabilizar la paz del ducado y los diferentes dominios que ostentaba la casa d’Vandières desde siglos atrás. El duque había muerto, y la muchacha, en conjunto con su madre, aún no había podido hacer los preparativos pertinentes acercas de las exequias de su difunto padre. Todo pasó demasiado rápido y fuera de sus dominios, por lo que acudir a Su Majestad era imperativo para la renesa.
Ya no tenían la protección de Thierry, su padre, ahora eran dos mujeres nobles solas contra el mundo. Y aunque ostentaban parentesco con el monarca francés, había ciertas situaciones que evidentemente salían de las manos del rey. Sus condiciones de nobles no las hacían menos vulnerables, todo lo contrario, ahora serían blanco mucho más fácil para ataques de diferentes tipos. No obstante, y luego de constantes presiones de la corte y así mismo de evitar posibles insurrecciones en los dominios de la casa, por recomendación de Su Majestad hubo que adelantar inevitablemente lo que estaba previsto a ocurrir solamente después de su matrimonio; investirse como Duquesa de Bretaña y asumir el resto de títulos que durante largas generaciones atrás habían ostentado sus antepasados, ahora era su turno. El momento por el que tanto se había preparado, luego de la muerte de su hermano mayor, había llegado.
Ya no sería Louie, su hermano, quién lo hiciera. Su padre ya no estaba con ella para apoyarla y dirigirle en sus primeros pasos con el ducado, su madre, por otro lado, aunque había sido duquesa por matrimonio, muchas de las preparaciones que sí tenía la rubia, eran superiores a la experiencia de esta. Pues era su marido quién siempre tomó las riendas de todo. Y nadie era más idóneo que la muchacha para asumir el compromiso, por mantener la estabilidad, por mantener la esperanza de brindar un heredero, y por mantener la gloria y reputación del ducado y su propia familia. Demasiado peso en los delicados hombros de una joven de dieciséis años. Pero así era su vida, dura, a pesar de haber nacido en el seno de una familia noble y adinerada.
Madre e hija, se apersonaron hasta el Palacio Real por invitación de Su Majestad para llevar a cabo la ceremonia que había sugerido el monarca. No obstante, y por petición de la rubia, sólo muy pocos miembros importantes de la corte, su madre, y asistentes de la casa d’Vandières se encontraban presentes en ese momento. Luciendo un vestido de color negro, guantes y sombrero a juego, debido al luto que guardaba a su padre, la muchacha se apersonó frente el monarca y aguardó en silencio, no sin antes reverenciarle protocolarmente. No había más de doce personas en aquel salón, a su juicio, justo los necesarios para dejar constancia del acto y apaciguar las aguas en la corona francesa.
El rey se levantó de su trono, y con ayuda de algunos de los asistentes quienes llevaban en sus manos diferentes condecoraciones que pertenecieron a su padre, el monarca dirigió su atención en la muchacha. Esta última retiró su mirada de dichos objetos, o terminaría llorando frente a los presentes, respiró suavemente. Demasiada reciente la partida física de su progenitor ― Lilith Marie Élisabeth d’Vandières-Kölh, recibe a continuación los diferentes títulos que han ostentados vuestros antepasados y que ahora, con responsabilidad, y en mi nombre, estarán bajo vuestro dominio ― introdujo el hombre, mientras todos con atención observaban la ceremonia, inclusive su propia madre. La muchacha aguardaba aparentemente serena, y con un nudo en la garganta, todo aquello era demasiado para ella. No era bajo esas condiciones que deseaba que se dieran las cosas, pero no había alternativa ― Bajo mi mandato y autoridad, te nombro hoy Duquesa de Bretaña, Marquesa de Marigny, Marquesa de Menars, Marquesa de Châteaufrémont, Marquesa de Pontcallec, Condesa de Rennes, Condesa de Nantes y Condesa de Provenza. Títulos que ostentó vuestra casa noble desde su creación, y de los que ostentó vuestro padre hasta el final de sus días ―con ayuda de los asistentes, iba colocando con cuidado las diferentes distinciones en parte de las prendas de la renesa.
―Así pues, es mi deseo que la grandeza del ducado que ahora ostentáis, se mantenga e incluso crezca bajo vuestro nombre ―el rey colocaba, finalmente sobre la cabeza de la bretona, la corona ducal de Bretaña, consistía en una de oro y con ocho florones. En el centro de estas, hermosas perlas resaltaban. Finalmente, en su base, diferentes piedras preciosas se distribuían en ella. La idea de transferir todos los títulos de su padre a la muchacha y que no los siguiera ostentando su madre, había sido del monarca y de la propia madre. Pues solo de esa manera se apaciguarían las ansias de poder de otros miembros de la corte, y ya que estaba en puerta su matrimonio previamente pactado por sus padres, y por otro lado, deberían respetar su posición social como lo hacían con su padre, todo encajaba a la perfección.
―Acepto con humildad y agradecimiento vuestra confianza, Su Majestad. Con la bendición del Altísimo, tendré la sabiduría necesaria para guiar al ducado en la dirección correcta ―mencionó la bretona, asintiendo ligeramente y reverenciando al monarca nuevamente. Dirigió entonces una mirada a su madre y al hacer contacto visual entre ambas, fue inevitable para la rubia contener una lágrima que descendía rápidamente sobre una de sus tersas mejillas.
Lilith d'Vandières- Realeza Inglesa
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