E

l peso de mis acciones pasadas ha vuelto para cometer tanto contra mí como contra otros. Una vez un Inquisidor devoto, temido por los mismos seres sobrenaturales que hoy resguardo, ahora me toca volver a enfrentarme a la institución que le prometió salvación a mi familia y le pagó con la sangre de sus hijos.

Esta noche, mientras escribo estas palabras, mi mente está volcada sobre Helida Darsian, la cazadora ha puesto en peligro y defendido mi vida con el mismo vigor, de las mujeres más desesperantes que conozco. Impulsiva como ella sola, no conoce la palabra moderación. Su alma sigue lo que quiere, independiente de lo que sea, con lo cual se ha abierto paso en el tejido de mi existencia. Pero, por desgracia, la implacable mano del destino le ha asestado un duro golpe, arrojándola a las garras de la misma Inquisición a la cual una vez serví.

Mi transformación en licántropo fue planeada, una maldición impuesta durante mi juventud para servir de mejor manera al propósito de la salvación. El llamado de la luna ahora me persigue y me acompaña al mismo tiempo, recordándome que, sin importar lo que elija, mis venas hierven y se rebelan. Pero no es esta condicionante la que pesa hoy sobre mi corazón, sino saber que la Inquisición, conducida por sus prejuicios ciegos y su sed de poder, mantiene prisionera a Helida.

La Inquisición, con su retorcido sentido de la justicia y la persecución indiscriminada de lo sobrenatural, se ha convertido en la encarnación misma de la tiranía. He sido testigo de sus métodos brutales, los juicios injustos y las vidas inocentes destrozadas bajo su mano despiadada. No se preocupan por la verdad, sino solo por mantener su control sobre las almas inherentemente libres.

Debo admitir que mi pasado no está libre de culpa. En mi fervor por erradicar el mal, a menudo hacía la vista gorda ante las consecuencias de mis actos, a lo que llamaba ser un buen católico. Pero ahora, mientras veo el rostro de Helida en mi mente, sus delicados rasgos estropeados por las sombras del cautiverio, prometo corregir los errores que he cometido.

Con la ayuda de Nevenka Vrankovic, planeo internarme en los laberínticos pasillos de la fortaleza de la Inquisición para liberar a Helida. Desataré a la bestia que llevo dentro, utilizando todas las herramientas que me ofrecen mis poderes para enfrentarme a aquellos que se atrevan a hacerle daño.

Hay mucho en juego y el precio del fracaso es terrible, pero no podría vivir conmigo mismo si no tomase acciones. La Inquisición no se detendrá ante nada para mantener su dominio, y sin duda han tomado precauciones para salvaguardar su fortaleza. Debo andar con cuidado, confiando en mis instintos y los restos de mi conocimiento Inquisitorial para ser más astuto que ellos.

Que Dios, el padre amoroso a quien entiendo como tal, me tenga presente, porque temo que esta será una batalla no solo por la libertad de Helida sino también por mi propia redención. Los aullidos de la noche resuenan en mis oídos, entrelazándose con los susurros sombríos que plagan mi razón. Sin embargo, en lo más profundo de mi alma, un destello de esperanza arde brillante, una brasa de determinación que se niega a extinguirse y que sólo se vuelve más fuerte.

Hasta mañana, si es que llega, cuando se revele la historia del esfuerzo de esta noche, firmo esta página como Fernand de Louvencourt, el antiguo inquisidor convertido en licántropo, y remedio y enfermedad de Helida Darsian.